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La ciudad de las columnas

Por: Graziella Pogolotti

Anduvo de un lado para otro hasta arrimarse a una bahía en forma de bolsa, protegida por un estrecho canal. Al principio, fueron modestas casitas de adobe o madera colocadas de cualquier modo, sin pensar mucho en el trazado de las calles. A un costado, en lo que habría de ser más tarde la villa de Guanabacoa, sobrevivía un agrupamiento de los habitantes originarios de la Isla. En tan precarias condiciones los incendios eran frecuentes.

El puerto dio vida y razón de ser a aquel núcleo primario  de un conglomerado urbano cuando empezaron a juntarse las flotas, en espera del momento propicio para emprender viaje a través del Atlántico cargadas con el oro y la plata de América, fuentes nutricias de la naciente acumulación de capital. Entonces La Habana tuvo que crecer y fortificarse mientras proveía hospedaje, alimentos y recreación a una población flotante que recalaba ociosa, año tras año, en las costas de la Isla. En ese tiempo de espera se reparaban las naves. Con la destreza adquirida en los oficios y la disponibilidad de cedros y caobas se construyeron embarcaciones para responder a las necesidades bélicas de la armada española.

El caserío primario se iba convirtiendo en ciudad. Se trazaron calles. Se establecieron elementales regulaciones urbanas.

En ininterrumpida expansión, la ciudad había adquirido un diseño urbano que ponía en valor plazas, construcciones simbólicas del poder dominante y viviendas de noble presencia, adaptadas a las exigencias del clima tropical. Los patios, ventanales y vidrieras de color destinadas a tamizar la luz solar les confirieron marca de originalidad. Otrora edificadas como medida de protección, las murallas se convirtieron en prisiones. Había empezado la marcha hacia el oeste. El Cerro acogió casas señoriales. Para los terrenos silvestres del Vedado se elaboró una de las concepciones integrales de desarrollo urbano más avanzadas de la época. Abierto a las brisas del mar, sus verdes parques y parterres contribuían a refrescar el ambiente.

Dos hermosas avenidas, G y Paseo, adosadas a la suave colina, ofrecían el disfrute de la visualidad a un espléndido panorama.

La Habana se acerca a su medio milenio. Prosistas, poetas, músicos, pintores, viajeros venidos de otras  latitudes han construido su mitología y han destacado su singularidad. Su presencia se manifiesta extensamente en la obra de Alejo Carpentier.

Aparece en El siglo de las luces. Algunos de sus rasgos pueden identificarse en El recurso del método. Asoma en Concierto Barroco y ocupa buena parte de La consagración de la primavera. La encontramos en numerosas crónicas periodísticas del narrador cubano, quien la definió como «ciudad de las columnas» en uno de sus ensayos clásicos.

El escritor observó detalles de su arquitectura, el contrapunteo de luz y sombra en sus calles más antiguas y la amable protección que brinda a los paseantes la secuencia de portales que recorren el Prado y amplias zonas de La Habana del Centro, tan cercana a la obra de Fina García Marruz. Descubrió en la audaz y afortunada mezcla de estilo una libérrima  y herética manera de apropiarse, transformadoramente, de los modelos llegados  del otro lado del Atlántico, característica compartida con otras urbes del nuevo mundo.

El paso del tiempo, el crecimiento demográfico, el efecto de intervenciones improvisadas y el deterioro del fondo habitacional han dejado profundas cicatrices. La restauración de la zona más antigua revela, tanto a los nativos como a los visitantes que acuden en virtud de la apertura turística, los valores culturales y económicos de un legado monumental que en otras partes del continente  fue arrasado por una falsa noción de modernidad y por una especulación financiera carente de las debidas regulaciones.

Al cabo de pocos siglos, nuestra Habana muestra los signos de una edad avanzada.

Reclama inversiones que sobrepasan nuestra disponibilidad de recursos. Conserva, sin embargo, la riqueza intrínseca en un muestrario  que recorre la historia de la arquitectura, desde nuestro austero barroco, su peculiar eclecticismo, sus muestras art déco, su contribución renovadora en los 50 de la pasada centuria, hasta llegar a significativos conjuntos edificados durante la Revolución. Preserva, además, su dimensión humana.

El desafío es enorme. Apremia definir conceptos para establecer las vías y las prioridades del hacer. Sin desdeñar la importancia de los monumentos paradigmáticos, la perspectiva de análisis debe situarse en términos de urbanismo, sustentado en un acercamiento interdisciplinario, integrador de diversidad de factores que intervienen en la vida de la ciudad.

Hay que restaurar redes: las invisibles, por subterráneas; las de comunicación, para vincular vivienda y centro de trabajo; las comerciales, las áreas verdes y los espacios de asueto, teniendo en cuenta también el peso de una población envejecida.

Se impone fortalecer y divulgar el marco legal regulador, garantía de preservación de los valores identitarios y base para la  concertación de esfuerzos múltiples por parte del Gobierno, de los propietarios y de los municipios, decisivos en una ciudad extensa y de extrema densidad demográfica.

El medio milenio se nos viene encima. Es el momento propicio para abrir el horizonte hacia un punto de partida, para unir voluntades, para analizar los problemas que nos abruman, las oportunidades latentes para la salvaguarda de un legado valiosísimo y ofrecer a los habaneros un entorno acogedor, hecho a la medida del buen vivir.

Fuente: http://www.granma.cu/opinion/2018-01-21/la-ciudad-de-las-columnas-21-01-2018-21-01-36

 

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El año que viene

Por: Graziella Pogollotti

El año que termina suele despedirse en medio del bullicio, sobre todo para los jóvenes. La música y el baile dominan el ambiente. Una tradición ya perdida representaba con la quema simbólica de un muñeco la despedida del año viejo en el momento de acoger el recomienzo de un calendario.

En un país donde buena parte de los pobladores sobrepasan la media rueda, son muchos los que permanecen en el espacio más íntimo del hogar. Allí, junto al televisor, esperan las 12 campanadas y el anuncio ritual del año que está naciendo, acaso nostálgicos del ritmo de otrora, portadores de antiguas remembranzas.

Ante el desafío de la página en blanco, me aparto del estruendo general. El forzoso descanso me induce a un paréntesis reflexivo volcado siempre hacia la perspectiva del mañana inminente.
Abundante en efemérides, el 2018 nace bajo el signo del sesquicentenario de nuestra primera guerra de independencia. En el contexto actual, la conmemoración adquiere capital importancia. No podrá reducirse al recuento formal de los hechos acontecidos en aquel entonces. Convoca a una reflexión renovada acerca del vínculo entre cultura, nación y proyecto social.

Así ocurrió, no podemos olvidarlo, en el centenario de La Demajagua. Situado en la perspectiva de un proceso histórico centrado en raíces coloniales y neocoloniales, Fidel trazaba la línea de continuidad entre el «ellos entonces» y el «nosotros ahora» teniendo en cuenta las contradicciones fundamentales que configuraron cada época. El  patriciado criollo disponía de información actualizada sobre las ideas más avanzadas de su tiempo en el campo de la filosofía, la economía y la pedagogía. Los próceres más destacados tenían conciencia lúcida de las realidades del país. Para afrontarlas, no bastaba con desplazar un poder metropolitano anacrónico. Céspedes lo entendió así cuando, en gesto simbólico, concedió la libertad a sus esclavos el 10 de octubre. Fragua de cubanía esencial, la guerra ofreció oportunidades y protagonismo a figuras procedentes de las capas más humildes de la sociedad. Modesto agricultor dominicano, Máximo Gómez demostró su talento de estratega militar. En Baraguá, Arsenio Martínez Campos tuvo que parlamentar con Antonio Maceo.

En términos culturales hay territorios insuficientemente explorados. Conocemos el recuento épico de los grandes combates y el poder decisivo de las cargas al machete, instrumento de trabajo de los cortadores de caña devenido arma de raigambre popular que sembraba el terror entre los artilleros. No nos hemos detenido tanto en las duras condiciones del vivir cotidiano de los campamentos mambises donde faltaron ropas, calzados, alimentos, medicinas para atender a heridos y enfermos. En esas condiciones, hubo que aprender a subsistir con recursos venidos, acaso, de una subyacente cultura del cimarronaje.

Las carencias materiales, los conflictos surgidos en el proceso, los errores y las injusticias cometidos pusieron a prueba la reciedumbre moral de los hombres y las mujeres que participaron en un batallar de diez años. Crecido en refinadísimos ambientes en Cuba y en otros países, acostumbrado a sujetar  el cigarro con tenacillas de oro, Carlos Manuel de Céspedes ofrendó a la independencia lo más entrañable de su familia.

Depuesto de su cargo de presidente, abandonado por todos, conoció la miseria extrema en su refugio de San Lorenzo. A pesar de tanta amargura, mantuvo su fidelidad a la causa que lo había inspirado. Ese paradigma ético subyace como rasgo esencial de nuestra cultura. Se expresa en la conducta de quienes supieron tomar las armas en el momento necesario y en quienes asumieron su papel desde la enseñanza, el pensamiento y la creación artística. Entre todos, construyeron un imaginario en lo más profundo de un pueblo que sobrevivió a lo largo de una república neocolonial y corrupta hasta asumir, con plena conciencia, los grandes desafíos planteados por la Revolución.

Bajo el auspicio del sesquicentenario de la Guerra de los Diez Años, el año que comienza habrá de proyectarse hacia una relectura integradora de nuestra tradición cultural, entendida en su sentido más amplio como portadora  de valores, costumbres, modos de vivir y también en aquel otro, centrado en las manifestaciones artísticas y literarias. No es tarea  que incumbe tan solo a los organismos especializados. El empeño habrá de recorrer transversalmente la sociedad toda. Incluye la acción de los medios de mayor alcance masivo, la educación y el trabajo cotidiano a nivel de la comunidad.

En su marcha de Oriente hacia Occidente durante la Guerra del 95 el Ejército mambí se convirtió en fuerza unificadora del país. Rompió así la dramática fragmentación que lastró la contienda de los diez años. El concepto de patria adquirió su dimensión concreta en tanto columna vertebral de una historia común. Sin embargo, la vocación unitaria no puede considerarse sinónimo de indeseable homogeneidad. La diversidad es fuente de riqueza  cultural. Contiene el germen de insospechadas potencialidades de desarrollo y también el lastre de zonas oscuras de la herencia revivida, tales como el racismo, el machismo y las expresiones de violencia asociadas a la indisciplina social.

Revisitar la historia y examinar en profundidad lo que somos, teniendo en cuenta la complejidad del panorama contemporáneo, constituye un reto impostergable. Sería erróneo hacerlo con estrecha mirada aldeana. Aunque rodeada de agua por todas partes, paradójicamente, Cuba nunca ha sido una isla. Desde que fue reconocida como llave del nuevo mundo y antemural de las Indias Occidentales, estuvo sujeta a la codicia de los imperios de entonces. Después del triunfo de la Revolución, su mensaje anticolonial y anticapitalista empezó a escucharse en el mundo. Ahora, el dominio del capital financiero opera sobre las conciencias a través de la cultura. Por eso, la batalla económica anda aparejada a la que nos toca librar en el plano de las ideas. En ese terreno, no podemos trasplantar modelos. Con esa tarea de gigantes ante nosotros, habremos de recibir el inminente 2018.

Fuente: http://www.granma.cu/opinion/2018-01-01/el-ano-que-viene-01-01-2018-23-01-35

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Para leer la realidad

Por: Graziella Pogollotti

Contaba hace poco Marta Rojas en Granma acerca de un mensaje enviado por Fidel a Haydée Santamaría desde la prisión de Isla de Pinos. Se refería entonces el Comandante a sus lecturas en esos días de aprendizaje y de preparación de futuro. Con la madurez adquirida, había vuelto a Cecilia Valdés. Descubría en el clásico de Cirilo Villaverde una penetrante mirada hacia los contextos sociales y económicos de la Cuba colonial y, sobre todo, se le revelaban las mentalidades dominantes en los tiempos que precedieron al estallido de la Guerra de los Diez Años. La sagacidad del análisis literario se aplica al mundo que nos rodea, vale decir, a lo que acostumbramos a llamar realidad.

Así lo hizo siempre Fidel. Entendió de manera ejemplar, válida para nosotros, el papel decisivo de las mentalidades, portadoras de gérmenes de prejuicios lastrantes y aspiraciones a un presente y un porvenir de permanente renovación.

Conformadas por la sociedad, actúan también sobre ella. Con el triunfo de la Revolución, Cuba se convirtió en voz respetada más allá de nuestras fronteras. Al aplastamiento derivado de la intervención norteamericana al cabo de largos años de combate por la independencia, siguió el renacer del más legítimo orgullo patrio, revertido de manera concreta en la dignidad acrecentada de cada uno de sus habitantes.

Movediza y susurrante en tanto expresión de la subjetividad, el temple de la mentalidad se reconoce al pegar el oído a la tierra y explorar la realidad mediante el empleo de múltiples vías. Como sucedió en el citado caso de Cecilia Valdés, los artistas más lúcidos descubren algunos aspectos significativos.

En el siglo XIX, Cirilo Villaverde reveló raíces ideológicas en la justificación de la infamia esclavista y mostró en la conducta de Cecilia la reiteración de un modelo impuesto por la sociedad que la marginaba y la condenó a seguir un camino fatalmente prefijado, en contradicción con sus intereses más legítimos. Nunca desdeñable, la mirada del escritor no agota la exploración de las mentalidades en el mundo contemporáneo. La ciencia dispone de métodos que no pueden descartarse. Debemos también al siglo XIX el desarrollo acelerado de la sociología y la sicología. Desde la perspectiva de cada una de ellas pueden conocerse problemas que se reflejan en los ámbitos de la educación, de los conflictos laborales, de la recepción de los mensajes difundidos por los distintos medios.

Para paliar estallidos de violencia y para modelar conciencias, el capitalismo ha colocado estos saberes al servicio del poder hegemónico. Así las derechas imponen sus políticas en desmedro de los intereses legítimos de las mayorías. Sin embargo, la instrumentalización del conocimiento con propósitos de dominación no cancela la validez de los métodos de investigación elaborados. Por esta vía pueden obtenerse referentes útiles a la hora de tomar decisiones.

Años atrás, Fidel indujo a los universitarios a conocer las zonas del país donde el subdesarrollo había dejado las marcas más profundas. La tarea de profesores y estudiantes involucrados en el proyecto consistiría en implementar acciones culturales durante algunas semanas. En verdad, no íbamos a enseñar, sino a aprender a través de la convivencia con los habitantes de territorios a los que nunca habíamos tenido acceso, conocidos apenas, en el mejor de los casos, mediante referencias librescas.

El país se electrificaba rápidamente. Pronto llegaban, por primera vez, el cine y la televisión. Entonces, los viejos se mantendrían fieles a Palmas y Cañas, mientras los jóvenes se agrupaban para escuchar Nocturno y se entrenaban en nuevas maneras de bailar. Los cambios de mentalidad saltaban a la vista. Con todos los sentidos en tensión, le estábamos tomando el pulso a la realidad en el entrechocar del ayer de los más viejos con el hoy y el mañana de quienes iban creciendo.

Ahora, las circunstancias están sujetas a los cambios impuestos por la contemporaneidad. No es hora de aplicar las prácticas de entonces. En la coyuntura actual, hay que seguir tomando el pulso a una realidad en permanente evolución.

Porque los que siembran y labran la tierra, los que atienden el desempeño de los niños en el aula, los que administran los recursos de la nación, los que garantizan la transportación de los trabajadores afrontan también los desafíos del vivir cotidiano. Constituyen por tanto el componente decisivo de la marcha cohesionada en favor de la ejecución de los proyectos de mayor alcance.

Atenta al decursar de la historia, la voluntad revolucionaria de cambiar lo que ha de ser cambiado mantiene como horizonte insoslayable el desarrollo de lo conquistado en tanto garantía de nuestra dignidad como persona y como nación, protección ante el desamparo, inclusividad de los preteridos, fidelidad –en suma– a los principios sustantivos de justicia social.
Mutantes, las mentalidades se ajustan al lenguaje y al movimiento de cada época. Pero, resistentes como hilos de acero, arraigan en valores que se han ido edificando a través del tiempo. Para subvertirlas y manipularlas, el poder hegemónico del capital financiero implementa el ocultamiento de la realidad mediante el intenso bombardeo cautivante de imágenes ilusorias. Para contrarrestar ese influjo avasallador, hay que aprender a descifrar, en lo más profundo, las señales inequívocas de la verdad. José Martí las encontró en los trabajadores del Cayo que entregaron sus pocos centavos a la causa independentista y en los hogares campesinos que lo acogieron después del desembarco en Playitas de Cajobabo.

Hizo de Patria un instrumento de la verdad. Tras medio siglo de desencanto republicano, Fidel confió en ese rescoldo resistente aun después de los duros golpes sufridos en el Moncada y en Alegría de Pío. Entonces, también, la verdad fue su arma más poderosa. La reconocimos todos en la voz que llegaba con Radio Rebelde desde la Sierra Maestra. La afrontó con la mayor transparencia en la Crisis de Octubre y antes del derrumbe de la Unión Soviética.

Para hurgar en la verdad, Armando Hart abrió espacios de diálogo desde el Ministerio de Cultura y el Programa Martiano.

Tendió puentes entre la tradición histórica y la contemporaneidad. Por eso, la mayoría del pueblo ha compartido el doloroso estremecimiento de su reciente pérdida.

Justo es reconocerlo: vivimos tiempos difíciles. A los problemas económicos se suman los huracanes arrasadores, todo lo cual repercute en el vivir cotidiano. Hoy como ayer, algunos flaquean. Tenemos que desembarazarnos de rutinas gastadas, cambiar lo que ha de ser cambiado, tomar el pulso de la realidad, asumir errores y rectificar a tiempo. Ante la magnitud del desafío, tenemos que confiar en los hilos resistentes de una mentalidad devenida herencia cultural de la nación construida, a pesar de todos los avatares, en la continuidad de una lucha por la independencia, la justicia social y el mejoramiento humano.

Fuente: http://www.granma.cu/opinion/2017-12-03/para-leer-la-realidad-03-12-2017-22-12-33

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Parte de nosotros

Por: Yasel Toledo Garnache

Algunas personas pasan cerca sin percibir la dimensión de su importancia. Están próximos a nuestras casas, en el camino hacia el trabajo, al lado del parque… y en lugares distantes. Los vemos en imágenes televisivas, fotos o durante visitas a zonas rurales y urbanas.

«Aquí nació…», «…estuvo…», «… combatió…», «murió…», «… vivió…» dicen tarjas en montañas, llanos y poblados. Los sitios históricos forman parte de las esencias mismas de la nación, los esfuerzos, heroicidades y hasta la muerte de nuestros antepasados. Todos tienen importancia vital, los locales y los declarados Monumento Nacional.

Ojalá cada niño, joven y adulto sintiera un orgullo enorme por vivir cerca de uno de esos lugares emblemáticos, contribuyera a su buen estado y, cuando lo viera, su corazón palpitara con mayor fuerza. A veces estamos tan acostumbrados a verlos y pasar por el lado cuando vamos para la escuela o el trabajo… que no pensamos en su simbolismo, en su dimensión enorme, por constituir homenajes y recuerdos de la riqueza de nuestra historia, llena de páginas admirables y otras iguales de importantes por sus enseñanzas.

Esos sitios deben ser siempre fuentes de conocimientos y emociones. Jamás olvidaré las visitas a muchos, como Las Coloradas, por donde desembarcaron los expedicionarios del yate Granma, el 2 de diciembre de 1956. En una de las rememoraciones del hecho, nos vestimos de verde olivo, nos subimos a una pequeña embarcación y descendimos cuando todavía no salía el sol, por donde se considera que lo hicieron aquellos 82 corajudos, animados por el sueño de independencia. El frío del agua entraba a nuestros cuerpos y el pecho estaba henchido por vivir un momento especial.

En La Demajagua, lugar del alzamiento iniciador; en los museos-casas natales de Celia Sánchez y Carlos Manuel de Céspedes; en Dos Ríos, donde cayó en combate el Apóstol y actualmente se levanta un obelisco que rebasa el cielo, en la Comandancia General del Ejército Rebelde en La Plata, intrincado paraje de la serranía, en Cinco Palmas y en muchos otros espacios de las montañas y ciudades, altares sagrados de la Patria, uno siente las mareas de cubanía y dignidad con poder inusual, motores de la capacidad y coraje de todo un pueblo, una nación.

Resulta fundamental conocer con profundidad cada uno de los sucesos, para amar y admirar en su dimensión justa cada uno y ser más consecuentes con su simbolismo. Cada vez que me siento en uno de los bancos de la Plaza de la Revolución de Bayamo, la primera denominada así en el país, sensaciones muy agradables circulan por mis venas.

Pienso: por aquí caminaban los niños Carlos Manuel de Céspedes, considerado el Padre de la Patria, y Francisco Vicente Aguilera, llamado por Martí el Millonario Heroico, el Caballero Intachable, aquí firmaron el acta de capitulación de las tropas españolas, cuando los mambises tomaron la ciudad el 20 de octubre de 1868; allí, a unos metros, fueron estrenadas las notas del Himno Nacional, allá comenzó el incendio glorioso de la ciudad por sus pobladores el 12 de enero de 1869. Imagino las llamas consumiendo el lugar, los habitantes hacia el monte, el asombro de los españoles colonialistas…

Las nuevas generaciones también somos parte de la historia más reciente de ese lugar, muy cerca de donde habló Fidel al pueblo en dos ocasiones, pues el 2 de diciembre del 2016, esperamos el cortejo fúnebre con sus cenizas, un mar de personas lo recibió entonando el Himno. Aquí hubo lágrimas de tristeza, velas, confirmación de fidelidad y mucho amor y agradecimiento.

Miro la estatua de El Padre, en el centro de la plaza, y voy al interior de su casa natal. Entre cuadros con su imagen, frases y objetos suyos, tiemblo. Salgo y camino por el Centro Histórico urbano. Me detengo en cada tarja, en cada monumento. Y pienso «por aquí entraron», «en este lugar cantaron». Miro a todas partes. Tal vez los vea. Sé que siguen aquí.

El cuidado del patrimonio, material e inmaterial, es tarea de todos, significa un compromiso con los bisabuelos y abuelos…, con quienes escribieron un libro enorme de coraje, tiros, sangre y éxitos, también constituiría un legado para nuestros hijos y nietos.

Me alegran los pasos dados en Granma para favorecer todo eso y experiencias como la conservación de construcciones de la Comandancia de La Plata, incluido el bohío ocupado por Fidel, en plena Sierra Maestra. Siempre será favorable incrementar las iniciativas para que las personas se sientan cerca de la placa, del edificio…, pero sobre todo de quienes nacieron, pelearon o murieron ahí.

La labor de maestros, padres y vecinos, es indispensable. Los sitios históricos y su simbolismo son parte de nosotros.

Fuente: http://www.granma.cu/opinion/2017-10-17/parte-de-nosotros-17-10-2017-21-10-58

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Libro: Más allá del decenio de los pueblos afrodescendientes

Más allá del decenio de los pueblos afrodescendientes

Rosa Campoalegre Septien. Karina Andrea Bidaseca. [Coordinadoras] 

Karina Andrea Bidaseca. Rosa Campoalegre Septien. Aníbal Quijano. Rita Laura Segato. Alejandro de la Fuente. Audre Lorde. Sueli Carneiro. Ashanti Dinah Orozco Herrera. Agustín Laó-Montes. Alejandro Campos García. Silvia Valero. Romero Rodríguez. Claudia Miranda. Ismael Sarmiento Ramírez. Geoffroy de Laforcade. [Autores de Capítulo]

Colección Antologías del Pensamiento Social Latinoamericano y Caribeño. 
ISBN 978-987-722-267-8
CLACSO. CIPS.
Buenos Aires.
Octubre de 2017

Al conocer la proclamación del Decenio Internacional de los pueblos afrodescendientes (2015-2024), se hizo evidente que ello marcaba un contexto complejo con la dualidad de oportunidades y retos. No solo porque no basta un Decenio ante el genocidio histórico de los pueblos afrodescendientes, cuyos impactos sociales y personales calan la modernidad, sino porque la voluntad política de una gran parte de los Estados para asumir los compromisos del Decenio ha sido controversial. Como no podía ser de otro modo, los vínculos históricos entre racismo y colonialismo sustentan las bases de la colonialidad del poder, el saber y el género. Nos dimos a la tarea de asumir la oportunidad que representa el Decenio en clave de cimarronaje, alzando propuestas contra-hegemónicas entre las que destacaesta Primera Escuela Internacional de Posgrado “Más allá del Decenio de los pueblos afrodescendientes”, organizada conjuntamente por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y el Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS) como modo de llevar adelante las políticas afirmativas por la inclusión racial y de género. Si bien el libro se destina, en primer lugar, a estudiantes de esta Escuela, se pretende que alcance a los más amplios sectores del movimiento afrodescendiente y afrofeminista, así como a otros aliados estratégicos en la lucha contra las desigualdades sociales y los derechos fundamentales de los pueblos, de las y los oprimidos, referentes de políticas públicas y de toda nlas personas de este mundo que condenan el racismo.
De la introducción de Rosa Campoalegre Septien y Karina Bidaseca

Fuente: http://www.clacso.org.ar/libreria-latinoamericana/libro_detalle.php?id_libro=1289&orden=&pageNum_rs_libros=0&totalRows_rs_libros=1227

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¿Qué nos dicen los nombres de las calles?

Por: Ignacio Mantilla

Una de mis mayores sorpresas cuando viajé por primera vez a Alemania fue descubrir que las calles de sus ciudades no están numeradas, sino que llevan nombres propios, en su mayoría de personajes, algunos muy famosos y hasta familiares, y otros que nunca había oído nombrar.

Los nombres de algunas calles son comunes y se repiten, como Goethestrasse, Humboldtstrasse, Rosa-Luxemburg-Strasse, Karl-Marx-Strasse o Schillerstrasse. En Francia también encontramos las calles Rue Platon, Rue Descartes y Rue Pascal, entre otras alusivas a las figuras provenientes de las ciencias en su conjunto.

En muchas ocasiones memorizamos el nombre de algún personaje, pero es más en un intento por retener una dirección que por indagar por su biografía, y entonces asociamos dicho nombre con el lugar, mas no con la figura. Personalmente me sucede con la Plaza de Wenceslao, en la bella ciudad de Praga: cuando oigo el nombre de Wenceslao, inmediatamente pienso en la plaza de Praga, mas no en San Wenceslao, patrono de la República Checa.

También suele pasar que con el tiempo una calle que lleva el nombre de un personaje ilustre pierde su reputación por las actividades que se realizan allí, y entonces también arrastra el buen nombre de la persona y se tiende a asociar dicho detrimento con el personaje mismo, quien puede caer en desgracia para siempre. Por ejemplo sucede con Pigalle, en París. Ese lugar lleva el apellido del importante escultor francés Jean-Baptiste Pigalle, pero si usted digita su apellido en Google, encontrará cientos de referencias a la Plaza Pigalle y a la zona parisina que no se recomienda sino para algunos entretenimientos mundanos.

Existen otras calles con características particulares que vale la pena traer a mención. Por ejemplo en Hamburgo está la calle Herbertstrasse, cuyo nombre prácticamente se debe pronunciar en voz baja. Allí las prostitutas se exponen desnudas a sus clientes en vitrinas a la vista de los transeúntes. Desconozco el origen de su nombre. La calle está vedada para mujeres y menores de edad, lo que atrae aún más a los turistas. Ante la curiosidad, algunas mujeres se han disfrazado para poder recorrerla a sus anchas.

Así mismo en otras zonas la actividad criminal ha impuesto nombres, como “Cracolandia”, a una zona del centro de Sao Paulo que representa un reto tanto para el gobierno urbano como para el ejercicio del derecho a la ciudad.

Los nombres de las calles y la apropiación del patrimonio, como lo han señalado los urbanistas, es un campo de lucha. Pensemos por ejemplo en la Segunda Guerra Mundial. Las vías de las ciudades alemanas nombradas en honor a Hitler y al nazismo fueron rebautizadas de inmediato al paso de los aliados. Y en la capital de España, Madrid, hacia 2015 el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) lideró una intensa campaña para cambiar los nombres franquistas de las calles.

En Estados Unidos, por ejemplo, ha sido fuente de polémica la existencia de monumentos a los líderes de los Estados Confederados de América, por sus conocidos idearios en pro de la esclavitud y el racismo.

En Colombia nos guiamos mucho más por los números de las calles y avenidas que por sus nombres. En la capital del país las personas se refieren a la Calle 26 y a la Carrera 30 en mayor medida que a la Avenida El Dorado o a la Avenida Ciudad de Quito, y probablemente si preguntamos por la Avenida Fernando Mazuera nadie nos da razón.

En contraste, todos podemos ubicar la Avenida Boyacá o “La Caracas”. Hay vías que por su nombre tal vez no estimulan ninguna emocionalidad, y por ello es mejor identificarlas con sus números. Pero en Bogotá un nombre es inexplicable, como pude comprobarlo cuando un amigo extranjero me preguntó por qué esa avenida se llama “Avenida Norte-Quito-Sur”, que, si bien lleva el nombre de la capital del país hermano, nadie entiende esa extraña combinación, que además no es conmutativa, pues, como preguntaba mi amigo extranjero, “¿y por qué no se puede llamar también Sur-Quito-Norte?

También hay nombres de locales que despistan, como un bar que conocí llamado “Gardel”, de una rara combinación: ofrecen comida mexicana y se oye salsa, pero no tango.

En las grandes ciudades del país, las avenidas o calles principales deberían llevar nombres de nuestros personajes más ilustres o representativos. Así por ejemplo, en una ciudad como Zipaquirá, en la cual Gabriel García Márquez cursó su bachillerato, su principal avenida podría bautizarse con su nombre.

No podría dejar de hablar de la Universidad Nacional, patrimonio de todos los colombianos, en cuyos campus algunos de los edificios han sido revestidos de un poderoso sentido simbólico al ser bautizados con los nombres de los personajes que han marcado la vida universitaria, entre ellos el Edificio de Matemáticas, que fue nombrado como Yu Takeuchi, o el edificio insignia de la Facultad de Ingeniería de Bogotá como Julio Garavito Armero, en Manizales la Biblioteca Carlos-Enrique Ruiz, en Medellín el Auditorio Pedro Nel Gómez, o en Palmira el Edificio Ciro Molina.

Pero ni siquiera la Universidad se salva de la disputa simbólica, y el caso más icónico es sin duda la Plaza Santander, bautizada originariamente en honor a quien impulsó decididamente la educación pública en el país, pero que hoy es más conocida como Plaza Che.

Fuente: https://www.elespectador.com/opinion/que-nos-dicen-los-nombres-de-las-calles-columna-716929

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El sello postal de la Universidad Nacional

Por: Ignacio Mantilla

Los Servicios Postales Nacionales 4-72 han querido sumarse a la celebración del cumpleaños 150 de la Universidad Nacional de Colombia realizando una emisión conmemorativa de 12 sellos postales con motivos alusivos a la institución, los cuales representan los distintos campos del saber junto al escudo que lleva el lema que desde siempre ha guiado el quehacer de la universidad del Estado: “Busca la verdad en las aulas de la academia”. Complementan la emisión postal ocho bandeletas con imágenes de todas nuestras sedes.

Esta emisión, puesta a disposición de los colombianos desde la semana pasada, ofrece una cuidadosa presentación y calidad. Es uno de los primeros homenajes que recibe la Universidad Nacional, patrimonio de todos los colombianos, en este mes de celebración de su sesquicentenario.

El hecho se convierte en una oportunidad para auscultar el origen de las estampillas en los sobres de correo y para hablar de la transformación del sistema de correos a través del tiempo, y sobre su incuestionable importancia (antes de la aparición de las formas electrónicas modernas de comunicación), cuando saber de nuestros seres queridos distantes era todo un rito y el correo marcaba la forma preferida de relacionarse. La literatura de los siglos XIX y XX está plagada de turbios, en otros casos apasionados y, en los casos más tristes, virginales relatos de amor que se conocieron y fortalecieron a través del intercambio epistolar.

Los historiadores y arqueólogos coinciden en que la consolidación de las civilizaciones y el establecimiento de las rutas de intercambio comercial posibilitaron la adopción del sistema de comunicaciones y la especialización en el desarrollo de las mismas, pasando de los atletas que podían durar meses enteros corriendo de un punto a otro para entregar un mensaje verbal o escrito, hasta un sofisticado sistema de comunicación, haciendo uso de la tecnología disponible.

Las tablillas más antiguas que se usaron para llevar un mensaje datan del año 4.000 a. C. y son provenientes de Babilonia. En Egipto, en los tiempos del matemático Ahmes, es donde los estudiosos han señalado que se consolidó un sistema de mensajería mediante el cual el gobernante podía saber qué estaba sucediendo en las tierras más lejanas de su territorio. Persas, griegos y romanos desarrollaron sus propios sistemas de comunicación, de la mano de la expansión militar.

La masificación de los correos trajo consigo la necesidad de identificación, y antes del surgimiento del sello postal algunas precarias marcas servían de referencia para reconocer la ruta de una carta. Aun así, se presentaban algunos inconvenientes relacionados con los pagos, ya que los debía hacer el destinatario. Fue por ello que el inglés sir Rowland Hill, originario de la ciudad de Kidderminster, puso en venta la primera estampilla en 1837, para asegurar que el correo llegara a su destino y que no se perdiera por falta de pago al recibirlo.

En 1843, Brasil fue el primer país latinoamericano en adoptar el sistema de sellos postales, y en 1859 apareció en circulación la primera estampilla en nuestro país.

Un sello postal es mucho más que un pequeño y colorido papel, un pasatiempo o una forma en que el servicio de correo puede obtener ingresos. Un sello postal es un espacio estratégico de comunicación que puede llegar a concentrar en un momento específico los valores más destacados de una sociedad o simplemente captar la realidad territorial de un país y congelarla en el tiempo.

Sin ser experto en filatelia, debo confesar que siempre me ha atraído el aporte artístico y el detalle con que las estampillas son producidas. Me llaman especialmente la atención aquellas que buscan salvaguardar la riqueza ambiental de nuestro país, como las que pertenecen a la serie “Biodiversidad endémica de Colombia en peligro de extinción”.

A nivel internacional se han hecho famosas las que reproducen los rostros de los padres fundadores de Estados Unidos, en especial George Washington, así como los héroes de la desaparecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), de la China de Mao y de la Segunda Guerra Mundial, entre otras. Conocí hace unos cinco años, a través de una revista alemana de divulgación científica, una enorme colección de sellos postales de diversos países dedicada a exaltar a ilustres matemáticos. Sobresalen, por ejemplo, el sello dedicado a los 400 años del natalicio de René Descartes, publicado en 1996, y la estampilla a todo color que aborda la vida y los desarrollos de Arquímedes, publicada en 2010. Hay una estampilla emitida en 1977 por la empresa alemana de correos para conmemorar los 200 años del nacimiento de Carl Friedrich Gauss, uno de los más grandes matemáticos que ha habido.

Afortunadamente hay personas en todo el mundo que cultivan la filatelia y nutren diariamente sus colecciones de estampillas, pues el registro de todas las emisiones permanecerá como un invento valioso de la humanidad.

Que sea esta entonces una oportunidad para que la experiencia, el conocimiento y la historia de la Universidad Nacional recorran los rincones del territorio nacional a través de las 89.856 estampillas puestas a disposición de los ciudadanos por los Servicios Postales Nacionales 4-72 desde la semana pasada.

Ojalá muchos lectores adquieran esta edición especial. Una apuesta de colección, que, al igual que la estampilla que se emitió hace 50 años para celebrar el primer centenario de la Universidad Nacional de Colombia en 1967, forme parte de los símbolos que enaltecen la institución.

Fuente: http://www.elespectador.com/opinion/el-sello-postal-de-la-universidad-nacional-columna-712300

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