Nunca hubo una generación tan vigilada como la actual. Niños y adolescentes son víctimas de la recolección excesiva de datos por parte de aplicaciones, y objeto de un intenso direccionamiento de contenido publicitario específico, una intromisión que puede causar riesgos y perjuicios en sus vidas offline. Aunque es una realidad global, la vigilancia se esparce por el mundo de manera desigual: los niños y adolescentes de Europa disfrutan de niveles más altos de privacidad y protección de datos que aquellos que viven en el llamado Sur Global.
En Brasil, el 93% de los niños y adolescentes entre 9 y 17 años tiene acceso a Internet, según la investigación “TIC Kids Online Brasil”, realizada en 2021 por el Centro Regional de Desarrollo de la Sociedad de Información (Cetic.br), una organización que trabaja en colaboración con la Unesco. Son 22,3 millones de pequeños usuarios los que están detrás de las pantallas. De ellos, el 78% usa redes sociales, el 62% tiene un perfil en Instagram y el 58% participa de TikTok. Se trata de una generación de “nativos digitales” que creció conectada y desde los primeros años de vida tiene interacciones mediadas por las nuevas tecnologías. La identidad y la autoestima de esos niños están moldeadas en el ambiente virtual, y toda su actividad en la red produce datos valiosos en la era del “capitalismo de la vigilancia”.
Se estima que en los Estados Unidos un niño de 13 años ya ha producido 72 millones de puntos de datos recogidos por empresas de ad-tech. “Es un capitalismo que se alimenta de datos, del monitoreo continuo y de la vigilancia ininterrumpida de todo lo que hacemos online y extrae valor de esa vigilancia, y así prevé nuestro comportamiento e influye en él”, comenta Fernanda Bruno, profesora de Comunicación y coordinadora del MediaLab de la Universidad Federal de Rio de Janeiro. “El objetivo es producir compromiso y más datos, pues eso es lo que genera valor en las plataformas. En ese universo, el niño es, de modo intenso, blanco de la extracción de datos, del direccionamiento de contenido y de la propaganda”, agrega.
Privacidad violada
Aún se desconocen las consecuencias que la recolección intensiva de información tendrá en el futuro para esta generación. Sin embargo, hoy sabemos que su privacidad está amenazada. Un estudio de Human Rights Watch (HRW) lanzó una señal de alerta al revelar que entre marzo y agosto de 2021, en plena pandemia de Covid-19, niños y adolescentes de todo el mundo fueron vigilados sistemáticamente mientras asistían a a clases online por medio de aplicaciones pedagógicas. La privacidad de los niños quedó en riesgo o fue directamente violada en 49 países, incluido Brasil, en 145 de las 163 plataformas de aprendizaje investigadas por la organización.
Entre otros datos, las plataformas podían recoger información sobre la identidad de los niños, sobre su lugar de residencia, su actividad en las clases y sobre su familia. Las tecnologías de rastreo instaladas podían incluso “seguir” a los alumnos fuera del horario de clases. “Esa recolección excesiva de datos es preocupante, en primer lugar, por una cuestión de seguridad. Algunas de esas aplicaciones extrajeron la dirección de IP del alumno, que puede determinar su localización en el radio de un kilómetro. Si esa información se filtra, puede exponer a los niños a peligros offline, a algún ataque real”, alerta Marina Meira, abogada y coordinadora de proyectos de Data Privacy Brasil.
Direccionamiento y manipulación
Human Rights Watch mostró, además, que las aplicaciones enviaron datos o permitieron el acceso a datos de menores a empresas de publicidad, la mayoría de las veces en secreto o sin el consentimiento de los padres. Meira señala que en Brasil la publicidad infantil es ilegal, y que el tratamiento de los datos personales de niños y adolescentes debería ser en su “mejor interés”, según la Ley General Protección de Datos, que entró en vigor en 2020.
“Niños y adolescentes en edad de desarrollo tienen derecho a conocer y saber cuáles son sus intereses, gustos y hábitos. A partir del momento en que hay un direccionamiento de contenido publicitario específico para cada perfil, se termina anulando ese espacio de experimentación y comprensión de la propia personalidad. La intención de esos anuncios es, en realidad, manipular a los consumidores”, afirma Meira.
Riesgos y beneficios
Con el cambio brusco de la enseñanza presencial a la enseñanza remota, también los docentes se adaptaron a las nuevas herramientas digitales como pudieron, muchas veces ignorando los riesgos y los beneficios que tenían las aplicaciones. Según la investigación “TIC Educação”, hecha también por Cetic.br en 2021, los docentes no suelen escoger una herramienta de su preferencia para usar en las clases virtuales: apenas el 45% de los docentes interviene siempre en las decisiones sobre el uso de las tecnologías digitales en las actividades escolares. Para Tel Amiel, profesor de Educación de la Universidad de Brasilia, la adopción de esas plataformas educativas que se revelaron abusivas durante el aislamiento social fue una solución paliativa, de emergencia, resultado de “años de desatención de la infraestructura de la educación básica” en Brasil.
Amiel critica la falta de transparencia de los contratos entre las redes de enseñanza y las empresas que desarrollan las plataformas. Muchos de esos contratos se hacen sin audiencia pública, tanto en la enseñanza primaria y secundaria como en la enseñanza superior. “Había una infinidad de plataformas alternativas completamente viables, plataformas importantes, por ejemplo, Moodle, usado por casi todas las universidades públicas, o Conferência Web, de videos, que funcionan perfectamente y son softwares libres”, dice también el activista y defensor de recursos pedagógicos abiertos.
La especialista Fernanda Bruno recuerda que la extracción y la distribución de datos para fines ajenos a la educación generaron una “bola de nieve” preocupante, ya que se pierde el control sobre los datos. “La aplicación Descomplica, por ejemplo, podía monitorear los clics y movimientos del mouse de cada alumno en la plataforma. Y una de las empresas con que la aplicación compartió los datos es Hotjar, que investiga el comportamiento de los usuarios en determinada página para mantenerlos conectados a ese sitio web. Es decir, es una empresa claramente orientada a la influencia del comportamiento online y en el caso del público infantil y adolescente eso es muy grave.
Políticas ilegibles
La falta de transparencia de las plataformas acaba transfiriendo a los padres la responsabilidad de buscar información y de protegerse de los eventuales riesgos en el uso de las aplicativos. Sin embargo, muchas veces los padres no tienen capacidad ni tiempo para dedicar a documentos oscuros y difíciles de descifrar.
“Las políticas de privacidad son ilegibles e incomprensibles para la mayoría de las personas. Es muy difícil que alguien se detenga a leer la letra chica, pero a la vez eso es una señal de que no existe una preocupación general en relación con la protección de datos”, afirma Meira, de Data Privacy Brasil. “Es injusto poner esa pesada carga en las familias. Debemos exigir del Estado y las empresas que dominan el mundo digital una actitud más activa, para que los derechos de los niños y adolescentes se respeten de modo efectivo y se creen productos que ofrezcan protección en el mundo digital”.
Vigilancia asimétrica
Aunque ya es es una realidad global, la vigilancia online se esparce por el mundo de modo desigual. En general, los niños y los adolescentes de Europa disfrutan de niveles más altos de privacidad y protección de datos que aquellos que viven en el llamado Sur Global, que cuenta con legislaciones menos rígidas. Un adolescente de 17 años que instale TikTok en Brasil, Colombia o Sudáfrica, por ejemplo, tendrá por defecto su cuenta definida como “pública”. Si estuviera en Reino Unido o Alemania, por el contrario, la aplicación ofrecería de inmediato la opción de cuenta privada. Plataformas como Instagram y Whatsapp también muestran variaciones semejantes en el tratamiento de datos según en qué país se encuentre el niño, una “discriminación por medio del diseño”, algo que critican las organizaciones de protección de la infancia.
“La vigilancia al final resulta asimétrica y aprovecha las debilidades de los países del Sur Global”. Brasil tiene una buena ley de protección de datos, pero no un buen sistema de supervisión que garantice la aplicación de la ley”, afirma Bruno. “Y hay otra cuestión que nos hace más vulnerables: la población brasileña, que padece una pobreza mayor, tiene muchas menos posibilidades de elegir la plataforma adecuada para la protección de los datos personales. En general la gente utiliza la primar aplicación que le aparece. Ya las condiciones mismas de elección están más limitadas en países como el nuestro”.
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