Por: Lola Hierro
La covid-19 se llevará por delante al menos 20 millones de empleos en el continente. Varios emprendedores de diversos países nos cuentan cómo les ha cambiado la vida y cuáles son sus miedos
Nunca han protagonizado noticias sobre hambrientos o pobres. Como mucho, las han leído en sus teléfonos móviles o las han visto por televisión en casa. Pero el nuevo coronavirus le ha dado la vuelta a sus vidas y se han convertido, sin quererlo, en ejemplos con nombre y apellidos de aquellos que forman el grueso de los trabajadores informales, por cuenta propia, autónomos, emprendedores y pequeños empresarios de África. Esos a los que los Gobiernos, los organismos internacionales importantes y los medios de comunicación se refieren cuando mencionan el daño que las restricciones para contener la covid-19 pueden causar a los bolsillos y medios de vida de millones de personas.
Mophete Thebe no tiene ahora ni para recargar el móvil. Lizzy Jowo se pregunta qué va a hacer para alimentar a sus cuatro hijos cuando se acaben las provisiones que compró antes de empezar la cuarentena. Benedict Muindi piensa en enviar a su mujer y su hijo al pueblo, con su madre, para que, al menos ellos, vivan con un poco más de desahogo. Moussa Ndoye se da con un canto en los dientes porque tiene trabajo hoy, pero mañana, no sabe. Y Yasmeen Helwani está venga a pensar cómo proceder para que ella y las decenas de artesanos que dependen de su mercadillo sigan teniendo sustento.
En África, la situación es compleja porque la mayoría de sus habitantes está empleado en el sector informal: son un 85% de los trabajadores de una población de 1.300 millones de personas que viven al día, con lo que ganan aquí y allá, que no pueden permitirse ahorrar, ni comprar para dos semanas de cuarentena, y que residen en países donde —salvo excepciones— no existe Seguridad Social, ni prestaciones por desempleo. A esto hay que sumar dificultades anteriores como los efectos del cambio climático, los conflictos y el difícil acceso a zonas remotas.
En países de África Subsahariana como Senegal, Ghana, Sudáfrica, Kenia y Zimbabue, ese problema ya ha estallado de lleno. «No estamos hablando de asalariados; son personas que dependen de realizar actividades diarias con las que obtienen ingresos para satisfacer sus necesidades las de su familia», describe mediante vídeo llamada Abebe Haile-Gabriel, subdirector General de la Agencia de la ONU para la Agricultura y Alimentación (FAO) y representante regional para África. Las previsiones de la Unión Africana son pesimistas: calculan que la epidemia puede costar hasta 20 millones de empleos, la economía caerá hasta un 1,1% y los gobiernos africanos pueden perder hasta un 30% de sus ingresos fiscales, estimados en 500 mil millones en 2019. Estos datos brutos se traducen en problemas y temores concretos para personas como Lizzy, Benedict, Mophethe, Moussa y Yasmeen, cinco africanos, cada uno de una esquina del continente, que han accedido a hablar con EL PAÍS a pesar de que no están en su mejor momento para explicar qué les está ocurriendo.
Kenia: Benedict Muindi, empresario en el sector hostelero
Benedict Muindi, de 27 años, comenzó a trabajar de chico para todo en un pequeño hotel de Nairobi y con el tiempo y los años se pasó al negocio del catering. No le ha ido mal, pero ahora se han cerrado fronteras y se ha impuesto un periodo de cuarentena en Kenia que ha echado por tierra los negocios turísticos y relacionados con los eventos. Incluidos los suyos. «Casi todos los hoteles han cerrado, la situación es terrible: no hay comida, no he pagado el alquiler…», se queja. Muindi vive con su esposa, ahora desempleada, y su hijo de tres años, pero piensa en mandarlos a casa de su madre, en el pueblo, si la situación no mejora. Cree que allí se las arreglarán mejor porque la vida es más barata.
Ninguna de las medidas de apoyo anunciadas por el Gobierno se ha traducido en una ayuda real para Muindi. Por ahora, él tiene que pensar en cómo salir del apuro por sí mismo, y para ello tiene un plan: «Quiero comprarme una motocicleta; aprovechando que tengo el carné de conducir en regla quiero intentarlo como repartidor para tiendas y negocios pequeños», cuenta. El principal bache es que la inversión supone como mínimo 1.200 euros y él tiene ahorrados unos cien. «Estoy buscando algún tipo de préstamo, tengo que hacer algo diferente. Y si en la ciudad no me va bien, puedo hacerlo desde el campo, donde vive mi madre», confía.
SITUACIÓN EN KENIA
Kenia ha registrado 296 contagiados y 14 muertos hasta ahora. Cuando se informaba de los primeros casos, el presidente Uhuru Kenyatta impuso en Nairobi y otros tres condados, identificados como de alto riesgo, la prohibición de salir durante 21 días, comenzando el 6 de abril. Poco antes decretó un toque de queda nocturno a partir de las siete de la tarde. Y también se han aprobado ayudas: una reducción de la tasa del IVA del 16% al 14% y la eliminación del impuesto sobre la renta de los trabajadores que ganan menos de 24.000 chelines, unos 225 euros, aunque esto aún es una propuesta. El Banco Mundial ha anunciado que destinará un fondo de emergencia de 50 millones de dólares.
Zimbabue: Lizzy Jowo, comerciante con cuatro hijos en casa
Lizzy Jowo, de 37 años, acostumbraba a viajar por Mozambique, Sudáfrica y Zambia para irse de compras. Pero no para ella, sino para su negocio. Es importadora: adquiere telas, ropa y perfumes que luego vende en el mercado de su barrio, Hatcliffe Consortium, en el norte de Harare (Zimbabue). Ella y su familia son ahora un gran ejemplo de los damnificados por las medidas de restricción impuestas para tratar de contener la expansión del coronavirus. Con las fronteras cerradas y el periodo de cuarentena en vigor, Jowo no puede ganarse la vida. «No se nos permite ir al mercado donde suelo vender; se supone que tenemos que estar en casa y no puedo ganar dinero para alimentar a mi familia, para pagar las tasas escolares de mis hijos…», protesta. Esta mujer tiene cuatro vástagos de entre seis y 17 años, todos escolarizados, y un marido que es barbero y que no está en mejor situación que ella, porque también es autónomo.
Por ahora, a Jowo no le ha llegado ninguna clase de ayuda. «No tengo ahorros, y no tengo ningún plan, no tengo comida suficiente, y no sé cómo va a acabar todo esto, pero espero que sea pronto y podamos volver a salir a trabajar. Por ahora, estamos sobreviviendo con lo que compré antes de que empezara la cuarentena» dice, y antes de despedirse indica que prefiere no enviar su fotografía. que declina enviarla. «¡Podría acabar en las redes sociales!», se excusa.
SITUACIÓN EN ZIMBABUE
Zimbabue cuenta con 25 casos confirmados de coronavirus y tres muertos. Su precarísima situación, inmerso en una honda crisis económica y con un sistema sanitario muy débil, llevó al Gobierno a decretar medidas como un periodo de confinamiento que empezó el 30 de marzo y sin fecha de fin en un país donde al menos el 80% de la población se gana la vida en el sector informal.
Organizaciones como el Programa Mundial de Alimentos están brindando ayuda humanitaria no solo en el campo, sino en núcleos urbanos empobrecidos. De hecho, esta organización de la ONU hizo recientemente un llamamiento: hacen falta 130 millones de dólares, pues unos 7,7 millones de habitantes (la mitad del país) necesita ayuda después de la dura sequía y los ciclones del año pasado. La inflación, de un 540% en febrero, está elevando tanto los precios de los alimentos básicos que mayoría de los zimbabuenses se están viendo obligados a comer menos y vender sus pertenencias o endeudarse para sobrevivir.
Sudáfrica: Mophethe Thebe, un productor sin clientes
«Estoy bien, tratando de sobrevivir y tomando cada día como viene. Perdona por hablarte por Facebook, es que es gratis». Así contesta Mophethe Thebe desde su casa en Johanesburgo, Sudáfrica. Lleva en cuarentena tres semanas muy duras porque su actividad laboral ha sido completamente interrumpida, y es tajante con la situación en la que se ha visto inmerso de la noche a la mañana: «Esto es frenético, ya no puedo mantenerme. Las cosas esenciales se han convertido en un lujo».
Thebe, de 36 años, es reportero, guía de viajes y productor para periodistas y medios de comunicación extranjeros cuando visitan Sudáfrica. Es un conseguidor de cualquier cosa que alguien pueda necesitar para llevar a buen término un reportaje, un documental o una película. Pero sus clientes se han marchado y sus proyectos se han cancelado. «Tenía que empezar a filmar con un canal de televisión francés a principios de este mes, pero se ha suspendido», lamenta.
Ahora mismo está viviendo en una habitación de un piso compartido con otros dos inquilinos y una anciana casera, y cuenta con una mezcla de perplejidad y amargura que las cosas que antes estaban al alcance casi de cualquiera, ahora son difíciles de encontrar. «Alimentos, artículos de higiene y hasta datos para el móvil para intentar conseguir algo de trabajo. Tengo que arriesgarme a enfrentarme cara a cara con la Policía o el Ejército cuando quiero acudir a mis amigos para pedirles una comida o que me dejen usar el wifi», describe. Y no tiene ahorros, porque se le agotaron al pagar la nueva escuela de su hijo. Nadie podía vaticinar la que se venía encima.
SITUACIÓN EN SUDÁFRICA
Sudáfrica es el país con más casos registrados del continente: 3.465 y 58 muertos. El periodo de cuarentena inicial, de 21 días, se ha extendido un mes más, y hay penas de hasta 10 años de cárcel para quien se lo salte. El país ha cerrado sus fronteras salvo para permitir el paso de corredores humanitarios, los hospitales hacen acopio de respiradores, guantes y mascarillas, las autoridades han ordenador ayudas alimenticias y habitacionales a personas sin hogar y con bajos recursos, pero la necesidad sobrepasa los medios: ya antes del brote, el 29% de la población estaba en paro, una de las tasas más altas del mundo.
Senegal: Moussa Ndoye, obrero rascando trabajos en el barrio
«Lo estamos viviendo como todo el mundo, vemos las noticias y es verdad que hay menos casos que en Europa». Moussa Ndoye está tranquilo. De momento. El coronavirus no ha golpeado a su barrio, Camberene, en los alrededores de la capital senegalesa, Dakar. Esto para él tiene una ventaja primordial: aunque con dificultades, se puede trabajar. «Ahora es más difícil ir y venir porque han limitado los horarios y muchas empresas han cerrado, explica. Ndoye se refiere al toque de queda impuesto en el país hasta, al menos, el 3 de mayo: a partir de las ocho de la tarde y hasta las seis de la mañana nadie puede estar en la calle, comenta este obrero experimentado.
A Ndoye, de 39 años, no le contratan solo para poner un ladrillo sobre otro; él emprende reformas integrales de viviendas, tanto si hay que añadir una planta entera a una vivienda como rehabilitar un viejo edificio. Lleva toda su vida en el oficio, le conocen en el barrio y quizá, gracias a eso, aún tiene de dónde tirar. «Ahora trabajo justo detrás de mi casa, estoy arreglando la de un vecino que me ha contratado», cuenta a través de una video llamada de WhatsApp. «Estaré con él hasta el fin de semana que viene», calcula. Luego, tendrá que esperar a dar con otra cosa, pero confía en encontrarla pronto. «Creo que voy a poder coger la obra de otro vecino que me ha llamado».
Aunque el impacto del coronavirus está siendo algo menor en Senegal, eso no quita para que sus habitantes no permanezcan alerta. «Estoy algo preocupado por lo que pasará el mes que viene si no consigo trabajo, ya que el Gobierno habla de aumentar la cuarentena, pero parece que la gente se está curando y la cosa mejora», dice Ndoye. Este hombre vive en pleno Camberene, un barrio donde muchas calles aún son de arena en vez de asfalto y donde todos los residentes se conocen. En su amplia casa, de cuatro plantas levantadas con sus propias manos, viven ocho adultos y siete niños: él, su esposa, su madre, sus hijos, hermanos, cuñadas, sobrinos… Todos siguen trabajando por ahora menos Medun, uno de sus hermanos, que es profesor. «Y como se han suspendido las clases, no tiene empleo y no cobra», afirma.
Los miembros de esta familia no han dudado a la hora de apoyar a otros vecinos que lo están pasando peor y por eso han emprendido una campaña desde Quartiere La 2, la asociación que Ndoye preside. «Para ayudar a todo el mundo y comprar cosas que hagan falta». Tiene solo cinco meses de vida, pero con el dinero que han reunido sus miembros en ese tiempo han hecho una inversión: comprar e instalar grifos en varias esquinas del barrio «para que la gente se cuide, se lave las manos y haga bien las cosas», dice. También reparten pastillas de jabón entre los vecinos y comercios abiertos.
SITUACIÓN EN SENEGAL
La pandemia ha llegado a Senegal y de momento hay registrados 412 casos y cinco muertos. Aquí también se ha establecido el estado de emergencia y, pese a que no se ha ordenado una cuarentena total, el país prevé daños en su economía, aunque no tan graves como otros. De hecho, el Banco Mundial calcula que su PIB será de los pocos que crezca un poco en 2020, hasta un 3%. Pero, aun así, fue de los primeros en pedir ayuda internacional, y también ha sido de los primeros en obtener respuesta: el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial van a destinar sendos fondos de emergencia. El primero enviará 442 millones de dólares y el segundo, otros 20 millones.
Ghana: Yasmeen Helwani, preocupada por decenas de artesanos
Yasmeen Helwani es una mujer multitarea de 37 años, empresaria, cantante, artesana, madre de dos críos y activista por el medio ambiente. Ha estado un mes encerrada en casa, como todos los ghaneses, y aunque se acaba de levantar el confinamiento, como todas las actividades y reuniones siguen prohibidas, ni ensayar puede con su banda de música. Aún así, su actividad frenética no cesa ni en tiempos de pandemia. «Perdona que haya tardado en contestar, estoy tratando de organizarme en casa con los niños y todo», saluda a través de WhattsApp. Lo que sí se ha detenido son sus ingresos, pues esta emprendedora organiza desde hace diez años un mercado al aire libre de artesanía, alimentos saludables y productos ecológicos en Accra, la capital de Ghana. «Por desgracia, la covid-19 nos ha afectado muy severamente porque durante el mes pasado no he podido organizar el mercadillo; hice un evento virtual, pero fue muy estresante, ¡aún estoy tratando de recuperarme! —exclama—. Tuve que lidiar con muchos envíos de productos de distintos vendedores y, bajo las condiciones de cuarentena en las que estamos, no fue nada fácil».
Green Butterfly es la empresa que Helwani fundó hace una década, al regresar a su país después de una estancia en Canadá. «Quería contribuir al desarrollo socioeconómico de mi comunidad y me interesaba mucho el trabajo de los artesanos y artistas a pequeña escala», cuenta esta autónoma. Hoy en día, el negocio tiene el éxito suficiente para que varias decenas de creadores vivan de él. «Mucha gente hace dinero en las fechas del mercado; la mayoría somos familias con pequeños negocios y con hijos, y este es el medio gracias al que nos mantenemos», comenta. Ella participa también como comerciante: fabrica jabones y productos de baño ecológicos, y ahora que no puede salir de casa, está pensando en desarrollar más esta faceta suya hasta que la situación mejore y pueda empezar de nuevo, dado que sus productos sí que pueden ser muy necesarios en este momento. «Ahora que el virus está aquí, es importante que nos mantengamos lo más limpios posible. Espero que las restricciones se suavicen pronto porque ahora es muy difícil moverse y realizar cualquier envío», comenta.
SITUACIÓN EN GHANA
Ghana entró cuarentena a mediados de marzo y el 19 de abril el Gobierno anunció el fin del confinamiento, aunque otras restricciones siguen vigentes y eso impide la reactivación de la actividad laboral: colegios, universidades, bares, discotecas permanecen cerrados, y se han suspendido todas las conferencias, talleres, eventos deportivos, manifestaciones y entierros en el caso de que haya más de 25 asistentes.
Este país del Golfo de Guinea, con unos 30 millones de habitantes, ha registrado por ahora 1.042 casos y nueve muertes. El presidente Akufo-Addo ha declarado que el Gobierno cubrirá todas las facturas de electricidad de los más pobres y el 50% para el resto de ciudadanos y para empresas durante tres meses.
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