Marco Fidel Gómez Londoño
Santiago se sienta en su silla y espera que pase lo que ya sabe que va a pasar. No tiene el don de la premonición como pudiera pensarse; su anticipación a los hechos se debe a una repetición diaria y estéril que ya conoce de memoria. No es un mago, no es un brujo, es un niño. Abrir el cuaderno, transcribir, repetir mil ejercicios de forma mecánica, responder pruebas y simulacros, es la rutina convertida en promesa de la “buena educación”. Le dicen que debe ser pilo, pues, en el proyecto de la Colombia educada, sencillamente, paga. Santiago, a sus 8 años, ya lo sabe.
Como Santiago, miles de niños y niñas son sometidos en muchas escuelas a prácticas absurdas que niegan los cuerpos bajo el pretexto de aquella buena educación. Los niños y niñas en la escuela, parece, ya no estudian: trabajan. Las canciones son reemplazadas por dictados eternos; los juegos por inverosímiles pausas activas; y el recreo, forjador de aprendizajes, por un descanso controlado y aburrido.
En la mitología griega, Medusa era un monstruo femenino que petrificaba a quienes osaban mirarla a los ojos. La escuela, aquella competitiva que nos presentan, confundida con la retórica de “la calidad” de los gobiernos de turno, también parece petrificar a sus estudiantes, particularmente, a los de las clases sociales menos privilegiadas. La escuela competitiva es la medusa contemporánea. Muchas de las escuelas colombianas, presionadas por mejorar los resultados en las pruebas estandarizadas, han hecho del cuerpo un descuido y de la cabeza su ídolo: es la escuela que educa del cuello para arriba; es la escuela del “para ser alguien en la vida” debes descuidar tu vida; es la escuela que hace de la formación integral su bandera, pero que la pisotea todos los días; es la escuela del tiempo para todo y del tiempo para nada. Bastante irónico.
Aquel ideal de formar sujetos críticos que muchas de las escuelas pregonan, va acompañado de una letra menuda: el cuerpo estorba, elimínese. Esta letra diminuta toma consistencia en las experiencias de los niños, niñas y jóvenes; de esa manera, el arte, la actividad física, los deportes, la expresión corporal, lentamente se difuminan en un currículo intervenido por la lógica resultadista de la medusa escolar. La escuela no es tan democrática como dice ser y -desde esa consideración- pierde la infancia que ve sacrificada su dimensión lúdica por la mirada androcéntrica y mercantilista de la “buena educación”. La educación que paga hoy parece ser alérgica a la pedagogía; la educación que paga roba aprendizaje; la educación que paga es cuadripléjica.
Hace poco, en un evento académico de educación corporal, una de las ponentes recordaba un poema de Jairo Aníbal Niño:
“Usted
que es una persona adulta
– y por lo tanto-
sensata, madura, razonable,
con una gran experiencia
y que sabe muchas cosas,
¿qué quiere ser cuando sea niño?”
Una pregunta compleja que muchos de los adultos de hoy, posiblemente, responderíamos desde nuestras experiencias lúdicas guardadas con encanto en nuestro saco vital. Es decir, las respuestas pasarían por la experiencia corporal: el juego con otros niños(as), caminar bajo la lluvia, besar a alguien, saltar lazo en la esquina de la casa. Respuestas situadas en y desde la corporalidad.
Es desconcertante saber que, según los expertos, los niños y niñas están siendo sometidos a prácticas que dicen ser educativas pero que van en detrimento de su desarrollo humano. Niños y niñas que desde tempranas edades ya deben saber leer y escribir para que sean adelantados o unos adelantados. Jardines infantiles y aulas de primaria en los que el canto y los juegos desaparecieron. Es mejor escribir papá a punta de planas que aprender a reconocer sus fonemas desde el canto. Insisto, se ahorra tiempo. Y esa es una de las características de la medusa escolar: mientras más tiempo se ahorre, mayor posibilidad de ser pilo.
Adolescentes enraizados en sus sillas para puntuar en las pruebas y alcanzar una beca se ha vuelto la constante. Se premian los esfuerzos de los pobres con el castigo de sus cuerpos. Un pilo sin cuerpo. Se están creando sujetos de rendimiento que, como bien diría el filósofo surcoreano Byung Chul Han, descubren con el tiempo un alma agotada. El fetiche de la educación que paga son los resultados, que, de carambola, forma sujetos de rendimiento a temprana edad. Una infancia agotada, una infancia sin alma.
Es lamentable que estos programas (Ser pilo paga), adscritos a las políticas educativas, sean el suelo sobre el cual se fundamenten los principios y fines de muchas escuelas en Colombia. Mientras no se giCrre la mirada a la pedagogía y se le reconozca como saber, entonces las escuelas meritocráticas seguirán sacando pecho por sus resultados, los gobiernos haciendo propaganda de los mismos y los niños y niñas agotando de a poco sus vidas. La desigualdad educativa no solo pasa por la cabeza, sino también por los cuerpos: por su petrificación.
Fuente: https://laorejaroja.com/de-la-buena-educacion/