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¿Cuál es el estado del mundo?

Por: Revista Mercado

La única forma de contar una historia de todos es usando estadísticas; solo así se puede tener una visión panorámica de las vidas de los 22.000 millones de personas que vivieron en los últimos 200 años. Los desarrollos que revelan esos datos transforman nuestras condiciones de vida mundiales, lenta pero sostenidamente.

Frente a tantas descripciones calamitosas que se escucharon durante 2016 sobre el estado del mundo ?que sin duda coincidieron con los sentimientos de mucha gente?, Max Roser pensó en la necesidad de tomar seis grandes temas mundiales ?educación, alfabetización, mortalidad infantil, vacunación, pobreza y democracia? y demostrar con mediciones concretas el avance que han experimentado esas áreas en el mundo en los últimos 200 años. Los resultados, que figuran en la publicación web «Our World in Data», muestran cómo cambiaron las condiciones de vida.
Roser preguntó en una encuesta:
«Teniendo en cuenta todos los aspectos, ¿Usted cree que el mundo está mejorando o empeorando, o ni una cosa ni la otra?
En Suecia 10% contestó que está mejorando, en Estados Unidos solo 6% y en Alemania, 4%. Muy poca gente cree que estamos mejor.
Para evaluar cómo ha cambiado el mundo es necesario tomar una perspectiva histórica. Si la pregunta es sobre todo el mundo, la respuesta también debe considerar a todos. Interesa la historia de todos.
Pobreza, de vieja data. Para ver adónde hemos llegado debemos retroceder en el tiempo. Pero no 30 o 50 años. Si hacemos la evaluación tomando el tramo de nuestra vida es fácil cometer el error de pensar que el mundo es relativamente estático: las partes ricas, saludables y educadas del mundo aquí y las regiones pobres, enfermas y con poca educación allá. Así llegamos a la falsa conclusión de que siempre fue así y siempre será así.
Con una perspectiva más larga se ve con más claridad que el mundo no es nada estático. Los países que son ricos hoy fueron muy pobres antes y hasta estaban peor que los países pobres de hoy.
Para no retratar un mundo estático ?el Norte siempre mucho más rico que el Sur? hay que comenzar 200 años atrás, antes de que las condiciones de vida cambiaran totalmente.
En 1820 solo una pequeña élite gozaba de un buen nivel de vida, mientras que la amplia mayoría de la gente vivía en condiciones que hoy llamaríamos de extrema pobreza. Desde entonces, la proporción de personas muy pobres decreció continuamente. Se industrializaron muchas regiones y así creció la productividad, que a su vez hizo posible sacar a más personas de la pobreza: en 1950 tres cuartas partes del mundo vivían en extrema pobreza (menos de US$ 1,90 por día); en 1981 todavía era de 44%. Para el año pasado la investigación arroja que la extrema pobreza ha caído a 10%. Un logro enorme.
Aumentar la productividad fue importante porque hizo que los productos y servicios vitales dejaran de ser escasos: más alimentos, mejor vestimenta y menos hacinamiento en la vivienda. Al aumentar la productividad se redujeron las horas de trabajo.
El crecimiento económico también fue muy importante porque cambió la relación entre la gente. En el largo tiempo en que el mundo vivió sin crecer, la única forma de mejorar económicamente era cuando empeoraba la situación de alguna otra persona. La buena suerte propia era la mala suerte del otro. El crecimiento económico hizo posible que mejorara la situación personal y también la de los demás. La ingeniosidad de los que crearon la tecnología que aumentó la productividad hizo a algunos de ellos muy ricos y al mismo tiempo aumentó la productividad y los ingresos de los demás.
Lamentablemente los medios están demasiado obsesionados con contar acontecimientos sueltos y las cosas que salen mal y prestan poca atención a los lentos desarrollos que le van cambiando la cara al mundo.

Alfabetización. En 1820 una de cada 10 personas sabía leer y escribir; en 1930 era una de cada tres y ahora en el mundo 85% de la población está alfabetizada.
Si uno piensa que la ciencia, la tecnología y la libertad política son importantes para resolver los problemas del mundo y que para eso hace falta saber leer y escribir, entonces hay que mirar las cifras en números absolutos. En 1800 había 120 millones de personas en el mundo que sabían leer y escribir; hoy hay 6.200 millones de personas alfabetizadas.

Salud. Una de las razones por las que no vemos progreso es porque no estamos conscientes de cuán malo era el pasado.
En 1800 las condiciones sanitarias de nuestros ancestros eran tan deficientes que alrededor de 43% de los recién nacidos del mundo morían antes de cumplir cinco años.
Sería un error suponer que la medicina moderna fue la única razón por la que mejoró la salud. Al principio el aumento de la prosperidad y los cambios en la vida social importaron más que la medicina. Hubo mejoras en la vivienda y en los servicios sanitarios que aumentaron la posibilidad de pelear contra las enfermedades infecciosas. La dieta más sana posibilitada por mayor productividad en el sector agrícola y el comercio exterior? nos hizo más resistentes a las enfermedades. Al mejorar la nutrición y la salud, nos volvimos más inteligentes y más altos.
Pero la ciencia y la medicina también fueron importantes. Una población más educada logró avances científicos que hicieron posible reducir aun más la mortalidad y las enfermedades. Especialmente importante fue el descubrimiento de la teoría de la enfermedad por gérmenes en la segunda mitad del siglo 19. Retrospectivamente es difícil entender por qué una nueva teoría puede ser tan importante. Pero en una época en la que los médicos no se lavaban las manos cuando pasaban de hacer un post-mortem a un parto, la teoría convenció a nuestros ancestros de que la higiene y la sanidad pública eran fundamentales para la salud.
La teoría de los gérmenes fundó las bases para el desarrollo de antibióticos y vacunas y ayudó al mundo a ver la importancia de la salud pública.
Con esos cambios la salud global mejoró de una forma espectacular. En 2015 la mortalidad infantil fue de 4,3%, 100 veces más baja que 200 años atrás. Hay que tomar esta perspectiva larga para ver el progreso que hemos logrado.

Libertad. La libertad política y las libertades civiles están en el corazón mismo del desarrollo porque son un medio y un fin para el desarrollo. El periodismo y el discurso público son los pilares sobre los cuales se apoya esta libertad, pero la evaluación cualitativa de estos aspectos conlleva el riesgo de que erróneamente percibamos una declinación de libertades cuando en realidad estamos elevando la vara con la que juzgamos nuestra libertad. Por lo tanto, los análisis cuantitativos son útiles porque miden libertad en los países con la misma vara y a lo largo del tiempo.
Pongamos entonces en perspectiva cómo cambió la lilbertad política en los últimos 200 años. En el siglo 19 más de la tercera parte de la población vivía en regímenes coloniales y casi todos los demás vivían en países gobernados autocráticamente. La primera expansión de libertad política de finales del siglo 19 en adelante fue aplastada por el ascenso de regímenes autoritarios que se asentaron en los tiempos que llevaron a la Segunda Guerra Mundial.
En la segunda mitad del siglo 20 el mundo cambió mucho: se acabaron los imperios coloniales y muchos más países optaron por la democracia. Especialmente importante fue el desmembramiento de la Unión Soviética que permitió que más países se democratizaran. Ahora una de cada dos personas en el mundo vive en democracia.
Fertilidad. El crecimiento de la población aumentó la demanda de recursos y el impacto sobre el ambiente. Pero que aumente la población significa que nos morimos más tarde que nuestros ancestros.
En tiempos pre-modernos la fertilidad era alta, la norma era cinco o seis hijos por mujer. Lo que mantenía bajo el crecimiento de la población era la alta tasa de mortalidad porque muchos niños morían antes de llegar a la edad reproductiva. La población siguió aumentando cuando ganamos la pelea contra la muerte. La expectativa de vida global se duplicó en los últimos 100 años.

Educación. Ninguno de los logros de los últimos dos siglos se habrían logrado sin la expansión del conocimiento y la educación. La revolución en cómo vivimos no solo fue impulsada por la educación sino que hizo que la educación sea más importante que nunca.

¿Por qué no sabemos esto?
Lo que motivó esta historia de las condiciones de vida globales, fue el resultado de la encuesta que documentó la perspectiva tan negativa del desarrollo global que tiene la mayoría de la gente. La evidencia empírica lo desmiente.
Los medios de comunicación tienen parte de la responsablidad porque no nos cuentan cómo está cambiando el mundo, nos cuentan solo lo que anda mal.
Es que se ocupan de hechos sueltos y los hechos sueltos suelen ser negativos. Aviones que se caen, ataques terroristas, desastres naturales, resultados de elecciones que no nos gustan. En cambio los desarrollos positivos son más lentos y menos espectaculares.
El resultado de que los medios y el sistema educativo no presenten información cuantitativa sobre desarrollos de largo plazo es que la enorme mayoría de la gente sea completamente ignorante sobre el desarrollo global.
La dificultad de contar la historia de cómo cambió la vida de todos en los últimos 200 años es que uno no puede elegir historias sueltas. Las historias sobre pueblos individuales son mucho más interesantes ?las que generalmente preferimos? pero no pueden ser representativas de cómo ha cambiado el mundo. Para lograr una representación de cómo ha cambiado el mundo en su totalidad hay que contar muchas muchas historias todas a la vez. Y en eso consiste la estadística.

Por qué importa que sepamos esto
La exitosa transformación de nuestras condiciones de vida fue posible por la colaboración. Son los cerebros colectivos y en un esfuerzo de colaboración los que se necesitan para lograr una mejora.
Sigue habiendo problemas. Nada de todo lo dicho nos da motivos para la complacencia. Por el contrario, muestra que todavía hay mucho por hacer: que 1 de cada 10 personas todavía viva en extrema pobreza es inaceptable. Tampoco se pueden aceptar restricciones a la libertad que se mantienen o se imponen. Y está claro que el impacto de la humanidad sobre el medio ambiente está en un nivel que no es sostenible y que está haciendo peligrar la biosfera y el clima de los que depende.
No hay ninguna ley inexorable que asegure que el mundo continúe esta tendencia de mejorar las condiciones de vida. Pero lo que está claro desde la perspectiva del largo plazo es que los últimos 200 años nos trajeron a una posición mejor que nunca para resolver esos problemas. La resolución de los grandes problemas es siempre una tarea de colaboración. Y el grupo de personas capaz de trabajar hoy es el más capaz que ha tenido el planeta. Acabamos de ver el cambio en el tiempo: el mundo hoy es más sano, más rico, y está mejor educado.

El peligro nuclear es mayor que en los 80

Si bien es cierto que en el mundo hay menos armas nucleares, ni Rusia ni Estados Unidos dejaron de invertir en armamento y sistemas de lanzamiento. En la Casa Blanca habita hoy un hombre irascible y famoso por su ignorancia sobre este tema. En el Kremlin habita el primer líder ruso desde Nikita Khrushchev que puso el tema nuclear sobre la mesa, que disfruta provocando a Europa y sembrando muerte en Medio Oriente. Lo que más asusta es que de estos dos hombres, Vladimir Putin es el que razona.
No fue casual que Putin hablara públicamente de actualizar el arsenal nuclear ruso el día anterior a su conferencia de prensa anual. Era evidente que quería que le preguntaran sobre el tema ante los ojos del mundo. Lo que nadie suponía era que Donald Trump iba a reaccionar tuiteando que Estados Unidos «debe fortalecer y aumentar mucho su capacidad nuclear». El diario The New York Times, no muy seguro del significado exacto de esas palabras, dijo que mientras a Obama le había llevado un año de estudio y 64 páginas expresar su política nuclear, Trump lo había hecho en minutos y 140 caracteres.
Putin tal vez pretendiera manipular al neófito político estadounidense para que firme un tratado que dejara a Rusia a salvo de los misiles norteamericanos. Pero si así fuera, no contaba con que el método Trump consiste en sacar un tweet del cinto con la misma rapidez que el cowboy desenvainaba su revólver. Putin, dijo Gary Kasparov, ama el «póker geopolítico», pero Trump es demasiado impaciente para el póker.

Fuente: http://www.mercado.com.ar/notas/para-entender/8024675/cul-es-el-estado-del-mundo

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No a la intervención extranjera. En defensa de Venezuela

Por: Boaventura de Sousa Santos

Venezuela vive uno de los momentos más críticos de su historia. Acompaño crítica y solidariamente la Revolución bolivariana desde el inicio. Las conquistas sociales de las últimas dos décadas son indiscutibles. Para comprobarlo basta consultar el informe de la ONU de 2016 sobre la evolución del índice de desarrollo humano. Dice este informe: “El índice de desarrollo humano (IDH) de Venezuela en 2015 fue de 0.767 –lo que colocó al país en la categoría de alto desarrollo humano–, posicionándolo en el puesto 71º de entre 188 países y territorios. Tal clasificación es compartida con Turquía. De 1990 a 2015, el IDH de Venezuela aumentó de 0.634 a 0.767, un aumento de 20,9 %. Entre 1990 y 2015, la esperanza de vida al nacer aumentó a 4,6 años, el período medio de escolaridad ascendió a 4,8 años y los años de escolaridad media general aumentaron 3,8 años. El rendimiento nacional bruto (RNB) per cápita aumentó cerca de 5,4% entre 1990 y 2015”. Se hace notar que estos progresos fueron obtenidos en democracia, solo momentáneamente interrumpida por la tentativa de golpe de Estado en 2002 protagonizada por la oposición con el apoyo activo de Estados Unidos.

La muerte prematura de Hugo Chávez en 2013 y la caída del precio de petróleo en 2014 causaron una conmoción profunda en los procesos de transformación social entonces en curso. El liderazgo carismático de Chávez no tenía sucesor, la victoria de Nicolás Maduro en las elecciones siguientes fue por escaso margen, el nuevo presidente no estaba preparado para tan complejas tareas de gobierno y la oposición (internamente muy dividida) sintió que su momento había llegado, en lo que fue, una vez más, apoyada por Estados Unidos, sobre todo cuando en 2015 y de nuevo en 2017 el presidente Obama consideró a Venezuela como una “amenaza a la seguridad nacional de Estados Unidos”, una declaración que mucha gente consideró exagerada, si no mismo ridícula, pero que, como explico más adelante, tenía toda lógica (desde el punto de vista de Estados Unidos, claro). La situación se fue deteriorando hasta que, en diciembre de 2015, la oposición conquistó la mayoría en la Asamblea Nacional. El Tribunal Supremo de Justicia suspendió a cuatro diputados por alegado fraude electoral, la Asamblea Nacional desobedeció, y a partir de ahí la confrontación institucional se agravó y fue progresivamente propagándose en las calles, alimentada también por la grave crisis económica y de abastecimiento que entretanto explotó. Más de cien muertos, una situación caótica. Mientras, el presidente Maduro tomó la iniciativa de convocar una Asamblea Constituyente (AC) a ser elegida el día 30 de julio y Estados Unidos amenaza con más sanciones si las elecciones se producen. Es sabido que esta iniciativa busca superar la obstrucción de la Asamblea Nacional dominada por la oposición.

El pasado 26 de mayo suscribí un manifiesto elaborado por intelectuales y políticos venezolanos de varias tendencias políticas, apelando a los partidos y grupos sociales en conflicto a parar la violencia en las calles e iniciar un debate que permitiese una salida no violenta, democrática y sin la injerencia de Estados Unidos. Decidí entonces no volver a pronunciarme sobre la crisis venezolana. ¿Por qué lo hago hoy? Porque estoy alarmado con la parcialidad de la comunicación social europea, incluyendo la portuguesa, sobre la crisis de Venezuela, una distorsión que recorre todos los medios para demonizar un gobierno legítimamente electo, atizar el incendio social y político y legitimar una intervención extranjera de consecuencias incalculables. La prensa española llega al punto de embarcarse en la posverdad, difundiendo noticias falsas sobre la posición del gobierno portugués. Me pronuncio animado por el buen sentido y equilibrio que el ministro de Asuntos Exteriores portugués, Augusto Santos Silva, ha mostrado sobre este tema. La historia reciente nos muestra que las sanciones económicas afectan más a ciudadanos inocentes que a los gobiernos. Basta recordar los más de 500 mil niños que, según el informe de Naciones Unidas de 1995, murieron en Irak como resultado de las sanciones impuestas después de la guerra del Golfo Pérsico. Recordemos también que en Venezuela vive medio millón de portugueses o lusodescendientes. La historia reciente también nos enseña que ninguna democracia sale fortalecida de una intervención extranjera.

Los desaciertos de un gobierno democrático se resuelven por vía democrática, la cual será tanto más consistente cuanto menor sea la interferencia externa. El gobierno de la Revolución bolivariana es democráticamente legítimo. A lo largo de muchas elecciones durante los últimos veinte años, nunca ha dado señales de no respetar los resultados electorales. Ha perdido algunas elecciones y puede perder la próxima, y solo sería criticable si no respetara los resultados. Pero no se puede negar que el presidente Maduro tiene legitimidad constitucional para convocar la Asamblea Constituyente. Por supuesto que los venezolanos (incluyendo muchos chavistas críticos) pueden legítimamente cuestionar su oportunidad, sobre todo teniendo en cuenta que disponen de la Constitución de 1999, promovida por el presidente Chávez, y disponen de medios democráticos para manifestar ese cuestionamiento el próximo domingo. Pero nada de eso justifica el clima insurreccional que la oposición ha radicalizado en las últimas semanas y cuyo objetivo no es corregir los errores de la Revolución bolivariana, sino ponerle fin, imponer las recetas neoliberales (como está sucediendo en Brasil y Argentina) con todo lo que eso significará para las mayorías pobres de Venezuela. Lo que debe preocupar a los demócratas, aunque esto no preocupa a los medios globales que ya han tomado partido por la oposición, es la forma en que están siendo seleccionados los candidatos. Si, como se sospecha, los aparatos burocráticos del partido de Gobierno han secuestrado el impulso participativo de las clases populares, el objetivo de la Asamblea Constituyente de ampliar democráticamente la fuerza política de la base social de apoyo a la revolución se habrá frustrado.

Para comprender por qué probablemente no habrá salida no violenta a la crisis de Venezuela, conviene saber lo que está en juego en el plano geoestratégico global. Lo que está en juego son las mayores reservas de petróleo del mundo existentes en Venezuela. Para el dominio global de Estados Unidos es crucial mantener el control de las reservas de petróleo del mundo. Cualquier país, por democrático que sea, que tenga este recurso estratégico y no lo haga accesible a las multinacionales petroleras, en su mayoría norteamericanas, se pone en el punto de mira de una intervención imperial. La amenaza a la seguridad nacional, de la que hablan los presidentes de Estados Unidos, no está solamente en el acceso al petróleo, sino sobre todo en el hecho de que el comercio mundial del petróleo se denomina en dólares estadounidenses, el verdadero núcleo del poder de Estados Unidos, ya que ningún otro país tiene el privilegio de imprimir los billetes que considere sin que esto afecte significativamente su valor monetario. Por esta razón Irak fue invadido y Oriente Medio y Libia arrasados (en este último caso, con la complicidad activa de la Francia de Sarkozy). Por el mismo motivo, hubo injerencia, hoy documentada, en la crisis brasileña, pues la explotación de los yacimientos petrolíferos presal estaba en manos de los brasileños. Por la misma razón, Irán volvió a estar en peligro. De igual modo, la Revolución bolivariana tiene que caer sin haber tenido la oportunidad de corregir democráticamente los graves errores que sus dirigentes cometieron en los últimos años.

Sin injerencia externa, estoy seguro de que Venezuela sabría encontrar una solución no violenta y democrática. Desgraciadamente, lo que está en curso es usar todos los medios disponibles para poner a los pobres en contra del chavismo, la base social de la Revolución bolivariana y los que más se beneficiaron de ella. Y, en concomitancia, provocar una ruptura en las Fuerzas Armadas y un consecuente golpe militar que deponga a Maduro. La política exterior de Europa (si se puede hablar de tal) podría constituir una fuerza moderadora si, entre tanto, no hubiera perdido el alma.

Fuente: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=229675

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Thinking Dangerously: The Role of Higher Education in Authoritarian Times

By Henry A. Giroux, Truthout

What happens to democracy when the president of the United States labels critical media outlets as «enemies of the people» and disparages the search for truth with the blanket term «fake news»? What happens to democracy when individuals and groups are demonized on the basis of their religion? What happens to a society when critical thinking becomes an object of contempt? What happens to a social order ruled by an economics of contempt that blames the poor for their condition and subjects them to a culture of shaming? What happens to a polity when it retreats into private silos and becomes indifferent to the use of language deployed in the service of a panicked rage — language that stokes anger but ignores issues that matter? What happens to a social order when it treats millions of undocumented immigrants as disposable, potential terrorists and «criminals»? What happens to a country when the presiding principles of its society are violence and ignorance?

What happens is that democracy withers and dies, both as an ideal and as a reality.

In the present moment, it becomes particularly important for educators and concerned citizens all over the world to protect and enlarge the critical formative educational cultures and public spheres that make democracy possible. Alternative newspapers, progressive media, screen culture, online media and other educational sites and spaces in which public pedagogies are produced constitute the political and educational elements of a vibrant, critical formative culture within a wide range of public spheres. Critical formative cultures are crucial in producing the knowledge, values, social relations and visions that help nurture and sustain the possibility to think critically, engage in political dissent, organize collectively and inhabit public spaces in which alternative and critical theories can be developed.

At the core of thinking dangerously is the recognition that education is central to politics and that a democracy cannot survive without informed citizens.

Authoritarian societies do more than censor; they punish those who engage in what might be called dangerous thinking. At the core of thinking dangerously is the recognition that education is central to politics and that a democracy cannot survive without informed citizens. Critical and dangerous thinking is the precondition for nurturing the ethical imagination that enables engaged citizens to learn how to govern rather than be governed. Thinking with courage is fundamental to a notion of civic literacy that views knowledge as central to the pursuit of economic and political justice. Such thinking incorporates a set of values that enables a polity to deal critically with the use and effects of power, particularly through a developed sense of compassion for others and the planet. Thinking dangerously is the basis for a formative and educational culture of questioning that takes seriously how imagination is key to the practice of freedom. Thinking dangerously is not only the cornerstone of critical agency and engaged citizenship, it’s also the foundation for a working democracy.

Education and the Struggle for Liberation

Any viable attempt at developing a democratic politics must begin to address the role of education and civic literacy as central to politics itself. Education is also vital to the creation of individuals capable of becoming critical social agents willing to struggle against injustices and develop the institutions that are crucial to the functioning of a substantive democracy. One way to begin such a project is to address the meaning and role of higher education (and education in general) as part of the broader struggle for freedom.

The reach of education extends from schools to diverse cultural apparatuses, such as the mainstream media, alternative screen cultures and the expanding digital screen culture. Far more than a teaching method, education is a moral and political practice actively involved not only in the production of knowledge, skills and values but also in the construction of identities, modes of identification, and forms of individual and social agency. Accordingly, education is at the heart of any understanding of politics and the ideological scaffolding of those framing mechanisms that mediate our everyday lives.

Across the globe, the forces of free-market fundamentalism are using the educational system to reproduce a culture of privatization, deregulation and commercialization while waging an assault on the historically guaranteed social provisions and civil rights provided by the welfare state, higher education, unions, reproductive rights and civil liberties. All the while, these forces are undercutting public faith in the defining institutions of democracy.

This grim reality was described by Axel Honneth in his book Pathologies of Reason as a «failed sociality» characteristic of an increasing number of societies in which democracy is waning — a failure in the power of the civic imagination, political will and open democracy. It is also part of a politics that strips the social of any democratic ideals and undermines any understanding of education as a public good and pedagogy as an empowering practice: a practice that can act directly upon the conditions that bear down on our lives in order to change them when necessary.

As Chandra Mohanty points out:

At its most ambitious, [critical] pedagogy is an attempt to get students to think critically about their place in relation to the knowledge they gain and to transform their world view fundamentally by taking the politics of knowledge seriously. It is a pedagogy that attempts to link knowledge, social responsibility, and collective struggle. And it does so by emphasizing the risks that education involves, the struggles for institutional change, and the strategies for challenging forms of domination and by creating more equitable and just public spheres within and outside of educational institutions.

At its core, critical pedagogy raises issues of how education might be understood as a moral and political practice, and not simply a technical one. At stake here is the issue of meaning and purpose in which educators put into place the pedagogical conditions for creating a public sphere of citizens who are able to exercise power over their own lives. Critical pedagogy is organized around the struggle over agency, values and social relations within diverse contexts, resources and histories. Its aim is producing students who can think critically, be considerate of others, take risks, think dangerously and imagine a future that extends and deepens what it means to be an engaged citizen capable of living in a substantive democracy.

What work do educators have to do to create the economic, political and ethical conditions necessary to endow young people and the general public with the capacities to think, question, doubt, imagine the unimaginable and defend education as essential for inspiring and energizing the citizens necessary for the existence of a robust democracy? This is a particularly important issue at a time when higher education is being defunded and students are being punished with huge tuition hikes and financial debts, while being subjected to a pedagogy of repression that has taken hold under the banner of reactionary and oppressive educational reforms pushed by right-wing billionaires and hedge fund managers. Addressing education as a democratic public sphere is also crucial as a theoretical tool and political resource for fighting against neoliberal modes of governance that have reduced faculty all over the United States to adjuncts and part-time workers with few or no benefits. These workers bear the brunt of a labor process that is as exploitative as it is disempowering.

Educators Need a New Language for the Current Era

Given the crisis of education, agency and memory that haunts the current historical conjuncture, educators need a new language for addressing the changing contexts of a world in which an unprecedented convergence of resources — financial, cultural, political, economic, scientific, military and technological — is increasingly used to exercise powerful and diverse forms of control and domination. Such a language needs to be self-reflective and directive without being dogmatic, and needs to recognize that pedagogy is always political because it is connected to the acquisition of agency. In this instance, making the pedagogical more political means being vigilant about what Gary Olson and Lynn Worsham describe as «that very moment in which identities are being produced and groups are being constituted, or objects are being created.» At the same time it means educators need to be attentive to those practices in which critical modes of agency and particular identities are being denied.

In part, this suggests developing educational practices that not only inspire and energize people but are also capable of challenging the growing number of anti-democratic practices and policies under the global tyranny of casino capitalism. Such a vision demands that we imagine a life beyond a social order immersed in massive inequality, endless assaults on the environment, and the elevation of war and militarization to the highest and most sanctified national ideals. Under such circumstances, education becomes more than an obsession with accountability schemes and the bearer of an audit culture (a culture characterized by a call to be objective and an unbridled emphasis on empiricism). Audit cultures support conservative educational policies driven by market values and an unreflective immersion in the crude rationality of a data-obsessed market-driven society; as such, they are at odds with any viable notion of a democratically inspired education and critical pedagogy. In addition, viewing public and higher education as democratic public spheres necessitates rejecting the notion that they should be reduced to sites for training students for the workforce — a reductive vision now being imposed on public education by high-tech companies such as Facebook, Netflix and Google, which want to encourage what they call the entrepreneurial mission of education, which is code for collapsing education into training.

Education can all too easily become a form of symbolic and intellectual violence that assaults rather than educates. Examples of such violence can be seen in the forms of an audit culture and empirically-driven teaching that dominates higher education. These educational projects amount to pedagogies of repression and serve primarily to numb the mind and produce what might be called dead zones of the imagination. These are pedagogies that are largely disciplinary and have little regard for contexts, history, making knowledge meaningful, or expanding what it means for students to be critically engaged agents. Of course, the ongoing corporatization of the university is driven by modes of assessment that often undercut teacher autonomy and treat knowledge as a commodity and students as customers, imposing brutalizing structures of governance on higher education. Under such circumstances, education defaults on its democratic obligations and becomes a tool of control and powerlessness, thereby deadening the imagination.

The fundamental challenge facing educators within the current age of an emerging authoritarianism worldwide is to create those public spaces for students to address how knowledge is related to the power of both self-definition and social agency. In part, this suggests providing students with the skills, ideas, values and authority necessary for them not only to be well-informed and knowledgeable across a number of traditions and disciplines, but also to be able to invest in the reality of a substantive democracy. In this context, students learn to recognize anti-democratic forms of power. They also learn to fight deeply rooted injustices in a society and world founded on systemic economic, racial and gendered inequalities.

Education in this sense speaks to the recognition that any pedagogical practice presupposes some notion of the future, prioritizes some forms of identification over others and values some modes of knowing over others. (Think about how business schools are held in high esteem while schools of education are often disparaged.) Moreover, such an education does not offer guarantees. Instead, it recognizes that its own policies, ideology and values are grounded in particular modes of authority, values and ethical principles that must be constantly debated for the ways in which they both open up and close down democratic relations, values and identities.

The notion of a neutral, objective education is an oxymoron. Education and pedagogy do not exist outside of ideology, values and politics. Ethics, when it comes to education, demand an openness to the other, a willingness to engage a «politics of possibility» through a continual critical engagement with texts, images, events and other registers of meaning as they are transformed into pedagogical practices both within and outside of the classroom. Education is never innocent: It is always implicated in relations of power and specific visions of the present and future. This suggests the need for educators to rethink the cultural and ideological baggage they bring to each educational encounter. It also highlights the necessity of making educators ethically and politically accountable and self-reflective for the stories they produce, the claims they make upon public memory, and the images of the future they deem legitimate. Education in this sense is not an antidote to politics, nor is it a nostalgic yearning for a better time or for some «inconceivably alternative future.» Instead, it is what Terry Eagleton describes in his book The Idea of Culture as an «attempt to find a bridge between the present and future in those forces within the present which are potentially able to transform it.»

One of the most serious challenges facing administrators, faculty and students in colleges and universities is the task of developing a discourse of both critique and possibility. This means developing discourses and pedagogical practices that connect reading the word with reading the world, and doing so in ways that enhance the capacities of young people to be critical agents and engaged citizens.

Reviving the Social Imagination

Educators, students and others concerned about the fate of higher education need to mount a spirited attack against the managerial takeover of the university that began in the late 1970s with the emergence of a market-driven ideology, what can be called neoliberalism, which argues that market principles should govern not just the economy but all of social life, including education. Central to such a recognition is the need to struggle against a university system developed around the reduction in faculty and student power, the replacement of a culture of cooperation and collegiality with a shark-like culture of competition, the rise of an audit culture that has produced a very limited notion of regulation and evaluation, and the narrow and harmful view that students are clients and colleges «should operate more like private firms than public institutions, with an onus on income generation,» as Australian scholar Richard Hill puts it in his Arena article «Against the Neoliberal University.» In addition, there is an urgent need for guarantees of full-time employment and protections for faculty while viewing knowledge as a public asset and the university as a public good.

In any democratic society, education should be viewed as a right, not an entitlement. Educators need to produce a national conversation in which higher education can be defended as a public good.

With these issues in mind, let me conclude by pointing to six further considerations for change.

First, there is a need for what can be called a revival of the social imagination and the defense of the public good, especially in regard to higher education, in order to reclaim its egalitarian and democratic impulses. This revival would be part of a larger project to, as Stanley Aronowitz writes in Tikkun, «reinvent democracy in the wake of the evidence that, at the national level, there is no democracy — if by ‘democracy’ we mean effective popular participation in the crucial decisions affecting the community.» One step in this direction would be for young people, intellectuals, scholars and others to go on the offensive against what Gene R. Nichol has described as the conservative-led campaign «to end higher education’s democratizing influence on the nation.» Higher education should be harnessed neither to the demands of the warfare state nor to the instrumental needs of corporations. Clearly, in any democratic society, education should be viewed as a right, not an entitlement. Educators need to produce a national conversation in which higher education can be defended as a public good and the classroom as a site of engaged inquiry and critical thinking, a site that makes a claim on the radical imagination and builds a sense of civic courage. At the same time, the discourse on defining higher education as a democratic public sphere would provide the platform for moving on to the larger issue of developing a social movement in defense of public goods.

Second, I believe that educators need to consider defining pedagogy, if not education itself, as central to producing those democratic public spheres that foster an informed citizenry. Pedagogically, this points to modes of teaching and learning capable of enacting and sustaining a culture of questioning, and enabling the advancement of what Kristen Case calls «moments of classroom grace.» Moments of grace in this context are understood as moments that enable a classroom to become a place to think critically, ask troubling questions and take risks, even though that may mean transgressing established norms and bureaucratic procedures.

Pedagogies of classroom grace should provide the conditions for students and others to reflect critically on commonsense understandings of the world and begin to question their own sense of agency, relationships to others, and relationships to the larger world. This can be linked to broader pedagogical imperatives that ask why we have wars, massive inequality, and a surveillance state. There is also the issue of how everything has become commodified, along with the withering of a politics of translation that prevents the collapse of the public into the private. This is not merely a methodical consideration but also a moral and political practice because it presupposes the development of critically engaged students who can imagine a future in which justice, equality, freedom and democracy matter.

Such pedagogical practices are rich with possibilities for understanding the classroom as a space that ruptures, engages, unsettles and inspires. Education as democratic public space cannot exist under modes of governance dominated by a business model, especially one that subjects faculty to a Walmart model of labor relations designed «to reduce labor costs and to increase labor servility,» as Noam Chomsky writes. In the US, over 70 percent of faculty occupy nontenured and part-time positions, many without benefits and with salaries so low that they qualify for food stamps. Faculty need to be given more security, full-time jobs, autonomy and the support they need to function as professionals. While many other countries do not emulate this model of faculty servility, it is part of a neoliberal legacy that is increasingly gaining traction across the globe.

Third, educators need to develop a comprehensive educational program that would include teaching students how to live in a world marked by multiple overlapping modes of literacy extending from print to visual culture and screen cultures. What is crucial to recognize here is that it is not enough to teach students to be able to interrogate critically screen culture and other forms of aural, video and visual representation. They must also learn how to be cultural producers. This suggests developing alternative public spheres, such as online journals, television shows, newspapers, zines and any other platform in which different modes of representation can be developed. Such tasks can be done by mobilizing the technological resources and platforms that many students are already familiar with.

Teaching cultural production also means working with one foot in existing cultural apparatuses in order to promote unorthodox ideas and views that would challenge the affective and ideological spaces produced by the financial elite who control the commanding institutions of public pedagogy in North America. What is often lost by many educators and progressives is that popular culture is a powerful form of education for many young people, and yet it is rarely addressed as a serious source of knowledge. As Stanley Aronowitz has observed in his book Against Schooling, «theorists and researchers need to link their knowledge of popular culture, and culture in the anthropological sense — that is, everyday life, with the politics of education.»

Fourth, academics, students, community activists, young people and parents must engage in an ongoing struggle for the right of students to be given a free formidable and critical education not dominated by corporate values, and for young people to have a say in the shaping of their education and what it means to expand and deepen the practice of freedom and democracy. College and university education, if taken seriously as a public good, should be virtually tuition-free, at least for the poor, and utterly affordable for everyone else. This is not a radical demand; countries such as Germany, France, Norway, Finland and Brazil already provide this service for young people.

Accessibility to higher education is especially crucial at a time when young people have been left out of the discourse of democracy. They often lack jobs, a decent education, hope and any semblance of a future better than the one their parents inherited. Facing what Richard Sennett calls the «specter of uselessness,» they are a reminder of how finance capital has abandoned any viable vision of the future, including one that would support future generations. This is a mode of politics and capital that eats its own children and throws their fate to the vagaries of the market. The ecology of finance capital only believes in short-term investments because they provide quick returns. Under such circumstances, young people who need long-term investments are considered a liability.

Fifth, educators need to enable students to develop a comprehensive vision of society that extends beyond single issues. It is only through an understanding of the wider relations and connections of power that young people and others can overcome uninformed practice, isolated struggles, and modes of singular politics that become insular and self-sabotaging. In short, moving beyond a single-issue orientation means developing modes of analyses that connect the dots historically and relationally. It also means developing a more comprehensive vision of politics and change. The key here is the notion of translation — that is, the need to translate private troubles into broader public issues.

Sixth, another serious challenge facing educators who believe that colleges and universities should function as democratic public spheres is the task of developing a discourse of both critique and possibility, or what I have called a discourse of educated hope. In taking up this project, educators and others should attempt to create the conditions that give students the opportunity to become critical and engaged citizens who have the knowledge and courage to struggle in order to make desolation and cynicism unconvincing and hope practical. Critique is crucial to break the hold of commonsense assumptions that legitimate a wide range of injustices. But critique is not enough. Without a simultaneous discourse of hope, it can lead to an immobilizing despair or, even worse, a pernicious cynicism. Reason, justice and change cannot blossom without hope. Hope speaks to imagining a life beyond capitalism, and combines a realistic sense of limits with a lofty vision of demanding the impossible. Educated hope taps into our deepest experiences and longing for a life of dignity with others, a life in which it becomes possible to imagine a future that does not mimic the present. I am not referring to a romanticized and empty notion of hope, but to a notion of informed hope that faces the concrete obstacles and realities of domination but continues the ongoing task of what Andrew Benjamin describes as «holding the present open and thus unfinished.»

The discourse of possibility looks for productive solutions and is crucial in defending those public spheres in which civic values, public scholarship and social engagement allow for a more imaginative grasp of a future that takes seriously the demands of justice, equity and civic courage. Democracy should encourage, even require, a way of thinking critically about education — one that connects equity to excellence, learning to ethics, and agency to the imperatives of social responsibility and the public good.

History is open. It is time to think otherwise in order to act otherwise.

My friend, the late Howard Zinn, rightly insisted that hope is the willingness «to hold out, even in times of pessimism, the possibility of surprise.» To add to this eloquent plea, I would say that history is open. It is time to think otherwise in order to act otherwise, especially if as educators we want to imagine and fight for alternative futures and horizons of possibility.

HENRY A. GIROUX

Henry A. Giroux currently holds the McMaster University Chair for Scholarship in the Public Interest in the English and Cultural Studies Department and the Paulo Freire Distinguished Scholar in Critical Pedagogy. His most recent books are America’s Addiction to Terrorism (Monthly Review Press, 2016) and America at War with Itself (City Lights, 2017). He is also a contributing editor to a number of journals, including Tikkun, the Journal of Wild Culture and Ragazine. Giroux is also a member of Truthout’s Board of Directors. His website is www.henryagiroux.com.

Source:

http://www.truth-out.org/opinion/item/41058-thinking-dangerously-the-role-of-higher-education-in-authoritarian-times

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Paulo Speller: «Alfabetizar ya no es enseñar las letras, sino aprender a lo largo de la vida»

Entrevista a: Paulo Speller

El secretario general de la OEI para la educación, la ciencia y la cultura quiere intensificar la relación con Galicia.

Es la decana de los organismos iberoamericanos. La Organización de Estados Iberoamericanos (OEI) para la Educación, la Ciencia y la Cultura, se remonta a 1949. Su secretario general, Paulo Speller, visitó Galicia para mantener varias reuniones institucionales, entre ellas con el presidente de la Xunta, e incrementar la relación con la comunidad.

 -¿Cuál es el objetivo de la visita a Galicia?

-La OEI tiene su secretaría general en Madrid, y por lo tanto tenemos una relación muy intensa con las comunidades y queremos incrementarla. Eso por un lado, por otro, Galicia en particular ha tenido un rol muy importante con la emigración a América Latina y tenemos mucha presencia gallega, por eso queremos retomar esta relación.

-¿Estaba aparcada?

 -Ha habido proyectos específicos y los queremos retomar en este momento. Son iniciativas de movilidad, de apoyo a la educación, de cultura, de ciencia. Ahora mismo el programa Paulo Freire, de movilidad de estudiantes de Magisterio, está en pleno curso y Galicia podría priorizar su participación desde las universidades gallegas, que tienen mucho reconocimiento. Otros programas se dirigen a la movilidad científica, como el de laboratorios iberoamericanos, que se dirige a científicos de institutos de investigación del campo de la salud pública y que sean referencia internacional, y aquí Galicia también puede colaborar.

-¿Puede haber democracia sin educación?

 -En la educación es donde estamos más presentes. Tenemos un instituto en Bogotá para la educación en derechos humanos y democracia, que busca justamente aportar experiencias y buenas prácticas en este terreno, es decir, educar para la vida democrática y para el respeto a los derechos humanos.

-La OEI es un organismo intergubernamental, que trabaja por lo tanto con gobierno de distintos signos políticos, ¿es complicado?

-Eso forma parte de cualquier organismo intergubernamental. En este son miembros titulares 23 países de Sudamérica, Centroamérica, el Caribe y la Península Ibérica. Además, hay otos siete miembros lusófonos observadores en Asia y en África, que también participan.

-¿Algún proyecto educativo o cultural de un país ha corrido riesgo por culpa de un gobierno?

-No, la diversidad es la marca de cualquier organismo internacional o intergubernamental. Desde que yo he llegado hemos tenido elecciones, cambios de partidos políticos, y eso es parte de la vida democrática. Los gobiernos se turnan de acuerdo a las reglas del juego democrático.

-Hay gobiernos como el de Venezuela en los que se cuestiona este juego democrático.

-Son gobiernos elegidos, incluso el presidente Maduro es un presidente elegido. Nosotros apostamos por el fortalecimiento de las instituciones y de la vida democrática, por supuesto que hay crisis políticas, económicas y sociales, pero la organización busca colaborar para construir sociedades cada vez más democráticas y que respondan al reto que tenemos, que es el perfeccionamiento de las sociedades democráticas y de la justicia social.

-¿Sigue siendo un reto en estos 23 países alcanzar la alfabetización?

-Ha cambiado un poco el concepto, antes se consideraba alfabetización las primeras letras y en algunos casos incluso solo firmar, ahora se trata de una alfabetización a la largo de toda la vida, de dar continuidad y de que los jóvenes, cuando lleguen a adultos, puedan seguir sus estudios. Significa poder aprender y avanzar a lo largo de toda la vida.

-¿Hay diferencia en cuanto al nivel de los países miembros en su nivel educativo, cultural…?

-Sí, hay diferencias muy fuertes. Nosotros tenemos programas que están abiertos a todos, pero hay situaciones diferentes como las de la Península Ibérica o el cono sur, en donde la alfabetización es un logro desde hace muchos años, o regiones de Centroamérica en donde hay mucho que avanzar. Por lo tanto hay diferentes niveles de demanda porque el nivel de desarrollo es diferente. Países como Ecuador nos han demandado un proceso de formación intensa y masiva del profesorado de educación básica. Pese a las diferencias, hay un avance en todas las regiones y una concienciación de los gobiernos de que la educación tiene un rol estratégico.

-¿Miden los avances?

-Sí, elaboramos una publicación, llamada Miradas, en la que cada año se publican los avances y los objetivos del proyecto metas educativas 2021.

Fuente: http://www.lavozdegalicia.es/noticia/sociedad/2017/05/17/alfabetizar-ensenar-letras-aprender-largo-vida/0003_201705G17P32992.htm

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La tolerancia necesaria y urgente

Leonardo Boff

Hoy en el mundo y también en Brasil impera mucha intolerancia frente a algunos partidos como el PT o los de base socialista y comunista. Intolerancia severa, a veces criminal, que algunas iglesias neo-pentecostales alimentan y propagan contra las religiones afro-brasileras, satanizándolas e incluso invadiendo y damnificando los «terreiros» (los lugares destinados al culto, considerados obviamente sagrados), como ocurrió en Bahia hace algunos años. Hay intolerancia que lleva a crímenes especialmente contra el grupo LGBT. Víctima de intolerancia es también el Papa Francisco, atacado y calumniado hasta con carteles pegados en los muros de Roma, porque se muestra misericordioso y acoge a todos, especialmente a los más marginalizados, cosa que los conservadores no están acostumbrados a ver en las figuras tradicionales de los papas.

El cristianismo de los orígenes, de la Tradición de Jesús histórico –contrariamente a la intolerancia de la Inquisición y de una visión meramente doctrinaria de la fe– era extremadamente tolerante. Jesús enseñó que debemos tolerar que la cizaña crezca junto con el trigo. Solo en la cosecha se hará la separación. San Pedro, ya apóstol, seguía las costumbres judías: no podía entrar en casa de paganos ni comer ciertos alimentos, pues eso lo haría impuro. Pero, al ser convidado por un oficial romano de nombre Cornelio, acabó visitándolo y constató su profunda piedad y su cuidado por los pobres. Entonces concluyó: “Dios me mostró que ningún hombre debe ser considerado profano e impuro; ahora reconozco verdaderamente que en Dios no hay discriminación de personas, le agrada quien en cualquier nación reverencia a Dios y practica la justicia” (Hechos 10,28-35).

De ese relato se deduce que el diálogo y el encuentro entre las personas que buscan una orientación religiosa, como en el caso del oficial romano, invalidan el prejuicio y el tabú de cohibir algún contacto con el diferente.

Del hecho resulta también que Dios es encontrado infaliblemente allí donde “en cualquier nación haya reverencia ante lo Sagrado y se practique la justicia”, poco importa su pertenencia religiosa.

Además Jesús enseñó que la adoración a Dios va más allá de los templos, porque “los verdaderos adoradores han de adorar al Padre en espíritu y en verdad. Estos son los que el Padre desea” (Jn 4,23). Existe, por lo tanto, la religión del Espíritu, es decir, todos los que viven valores no materiales y son fieles a la verdad están seguramente en el camino que conduce a Dios. Cada uno, en su cultura y tradición, vive a su manera la vida espiritual y se orienta por la verdad. Este merece ser respetado y positivamente tolerado.

Sospecho que no hay mayor tolerancia que esta actitud de Jesús, abandonada a lo largo de la historia por la Iglesia-poder institucional (parte de la Iglesia-pueblo-de-Dios) que discriminó a judíos, paganos, herejes y a tantos que llevó a la hoguera de la Inquisición.

En Brasil tenemos el caso clamoroso del padre Gabriel Malagrida (1689-1761) que misionó el norte de Brasil pero por razones políticas fue muerto por la Inquisición en Lisboa por “garrote, y después de muerto, sea su cuerpo quemado y reducido a polvo y ceniza, para que de él y de su sepultura no haya memoria alguna”.

Este es un ejemplo de completa intolerancia, hoy actualizada por el Estado Islámico (EI) que degüella a quien no se convierte al islam fundamentalista practicado por él.

En fin, ¿qué es la tolerancia tan violada hoy?

Hay, fundamentalmente, dos tipos de tolerancia, una pasiva y otra activa.

La tolerancia pasiva representa la actitud de quien permite la coexistencia con el otro no porque lo desee y vea algún valor en eso, sino porque no lo puede evitar. Los diferentes se hacen entonces indiferentes entre sí.

La tolerancia activa es la actitud de quien convive positivamente con el otro porque le respeta y consigue ver sus riquezas, que sin el diferente jamás vería. Entrevé la posibilidad de compartir y hacerse compañero y así se enriquece en contacto y en la convivencia con el otro.

Hay un hecho innegable: nadie es igual a otro, todos tenemos algo que nos diferencia. Por eso existe la biodiversidad, los millones de formas de vida.

Lo mismo y más profundamente vale para el nivel humano. Aquí las diferencias muestran la riqueza de la única y misma humanidad. Podemos ser humanos de muchas formas. El ser humano debe ser tolerante como toda la realidad lo es. La intolerancia será siempre un desvío y una patología y así debe ser considerada. Produce efectos destructivos por no acoger las diferencias.

La tolerancia es fundamentalmente la virtud que subyace a la democracia. Esta sólo funciona cuando hay tolerancia con las diferencias partidarias, ideológicas u otras, todas ellas reconocidas como tales. Junto con la tolerancia está la voluntad de buscar convergencias a través del debate y de la disposición al compromiso que constituye la forma civilizada y pacífica de resolver conflictos y oposiciones. Este es un ideal a ser buscado todavía.

Fuente del articulo: http://www.servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=819

Fuente de la imagen: http://www.elpais.cr/wp-content/uploads/2017/02/INTOLERANCIA.jpg

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