Los efectos del calentamiento global afectan a la salud, educación y protección de los más pequeños en muchos países en vías de desarrollo. Solo en Bangladés, y según Unicef, casi 20 millones de niños están en riesgo por las consecuencias del cambio climático.
Con sus 58 ríos fronterizos y situado en las tierras bajas del delta del Ganges, Bangladés cuenta con algunas de las llanuras más fértiles del mundo. Su territorio comprende selvas pantanosas, manglares y grandes arrozales. Sin embargo, estas tierras ricas que se funden con los ríos y el mar son también unas de las más afectadas por el cambio climático.
Desastres naturales como tifones e inundaciones se producen con cada vez más frecuencia y se unen a la erosión y la degradación del suelo. Esto supone un riesgo para millones de familias que viven en zonas inundables y que cada año se ven obligadas a abandonar sus hogares y sus medios de vida. Para los niños, la migración supone muchas veces el fin de su educación y el inicio de su vida laboral.
Los más vulnerables
De acuerdo con Unicef, más de 19 millones de niños bangladesíes están en riesgo por los efectos del cambio climático. Las amenazas derivan directamente de los propios fenómenos meteorológicos extremos (se calcula que más de 14.000 niños y niñas murieron ahogados en inundaciones solo en 2016) y de las consecuencias de la pobreza que estos generan.
A menudo, las familias que han perdido sus hogares migran a grandes ciudades como Dhaka y Chittagong con la esperanza de encontrar nuevos medios de vida. Allí, señala la ONG, “los niños se quedan a menudo atrás, en barrios marginales peligrosos e insalubres donde no existen servicios de cuidado infantil, de salud ni de educación”. Muchos menores se ven obligados a trabajar y, en el caso de las niñas, a casarse a pesar de su temprana edad.
Se calcula que al menos 1,7 millones de niños trabajan en Bangladés en la actualidad. Las niñas, muchas veces, ni siquiera figuran en las estadísticas, ya que se encargan de las tareas domésticas. Y este no es un problema que se limite a este país asiático: el número de niños que trabajan se sitúa en 160 millones en todo el mundo. La cifra ha aumentado significativamente durante los últimos años, sobre todo debido a la pandemia de COVID-19.
Retos, medidas y soluciones
Afganistán, India y Pakistán están, junto a Bangladés, entre los países del sur de Asia en los que los niños sufren más los efectos del cambio climático. Sus consecuencias ponen en riesgo su salud, su educación y su protección. Esta es una de las principales conclusiones del estudio de Unicef The Climate Crisis Is a Child Rights Crisis: Introducing the Children’s Climate Risk Index.
Este concluye que los menores de estos países están en peligro por impactos climáticos y ambientales, como inundaciones, ciclones y olas de calor, que afectan cada año a más de la mitad de la población de la región. Señala también que la situación es tan delicada que cualquier problema amenaza con revertir los avances de los últimos años.
Sin embargo, el informe deja también espacio para las soluciones: las inversiones en salud, nutrición y educación infantil pueden marcar una diferencia significativa a la hora de proteger a los niños del cambio climático.
Entre las medidas necesarias para mejorar la situación, Unicef destaca las siguientes:
Aumentar la inversión en medidas de resiliencia y adaptación climática, sobre todo en aquellas centradas en servicios clave para los niños.
Reducir las emisiones de gases de efecto invernadero para frenar el cambio climático.
Proporcionar a los niños educación climática y habilidades verdes, fundamentales para adaptarse y hacer frente a los retos del futuro.
Incluir a los jóvenes en las negociaciones y decisiones climáticas nacionales, regionales e internacionales, como las Cumbres del Clima (COP).
Garantizar que la recuperación de la pandemia de COVID-19 sea ecológica, baja en carbono e inclusiva.
Es necesaria también, la cooperación internacional para lograr un futuro más sostenible. Un mundo en el que los niños no se vean obligados a trabajar debido al cambio climático.
Un informe de UNICEF advierte de que la situación de los niños libaneses ha empeorado en los últimos meses.
“Ahora no puedo ni pagar el alquiler, ni siquiera puedo mantener a mis hijos”, cuenta Ghada, una madre de la ciudad libanesa de Becá. Esta es la realidad a la que se enfrentan miles de familias en Líbano. En los últimos meses, la situación de la población, y de los niños en particular, ha empeorado notablemente. Cada vez son menos las familias que pueden procurarse un techo o alimentos para subsistir.
Un informe del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), titulado Sobrevivir sin lo básico, retrata, basándose en dos evaluaciones rápidas realizadas en abril y octubre de este año, el alto riesgo al que están expuestos los niños. Los testimonios recabados por la oenegé dibujan un panorama un tanto desolador para el país de Oriente Próximo.
Muchos menores, sumidos en la pobreza, no ven más opción que abandonar la escuela y trabajar para ayudar a su familia a sobrevivir.
Aquí antes se erigían los hogares de los habitantes del campamento de Hesbi.Fouad ChoufanyUNICEF
Desde hace unos años, Líbano experimenta una de sus peores crisis económicas. La pandemia de la covid-19, sumada a la tragedia de la explosión del puerto de Beirut en agosto del año pasado, ha terminado por devastar su débil economía.
El acceso a servicios básicos como la educación, la salud o simplemente disponer de agua y saneamiento adecuados, se han convertido en los problemas cotidianos de la mayoría de familias libanesas. Según estimaciones recientes, 8 de cada diez personas viven en situación de pobreza, y alrededor de un tercio de la población sufre pobreza extrema.
El hambre es otra de las consecuencias de la crisis socioeconómica en la que está sumido el país. Debido a la incapacidad de adquirir alimentos variados, el pan y el zaatar –mezcla de especias, hojas secas y semillas típicas de la zona– se han convertido en la comida principal de muchas familias.
“Comemos aceitunas, tomillo y aceite. Esto supone tres cuartos de nuestra alimentación. Hace dos meses que no traemos carne a nuestro hogar”, cuenta Khalid.
8 de cada diez personas viven en situación de pobreza en Líbano
Además, los medicamentos y el acceso a la salud están al alcance de pocos. “No puedo llevar a mis hijos al médico, nuestra única opción es la farmacia, que es más barata”, cuenta Fadla.
Para aliviar estos problemas, UNICEF ha puesto en marcha el programa Haddi, que procura un ingreso básico mensual a más de 95.000 niños y jóvenes en situación de vulnerabilidad.
Sin embargo, como afirma Hanan, “la situación ha empeorado”. Esta joven madre de cuarto niños asegura que “hace cuatro años, la situación no era como ahora, vivíamos bien”. Y reconoce que, a pesar de que no eran ricos, podían vivir cómodamente y se sentían seguros.
Hanan, una joven de 29 años vive con su esposo y sus cuatro hijos a las afueras de Trípoli, al norte del país.Fouad ChoufanyUNICEF
El deterioro de la situación económica del país obligó a Tarek, su marido y principal sustento de la familia, a cerrar su negocio, que venía arrastrando muchas deudas. Todo su equipamiento y herramientas pasaron a manos del casero. Aunque su situación actual ha mejorado respecto a hace unos meses, esta familia todavía tiene dificultades para pagar el transporte a la escuela de sus hijos o para alimentarlos.
“Ahora, no tengo nada más que vender para alimentar a mis hijos”, señala Hanan. Alrededor del 40% de las familias, como la de Hanan y Tarek, se han visto obligadas a vender objetos domésticos para sobrevivir. Y siete de cada diez han tenido que comprar comida a crédito o pedir dinero prestado para comprar alimentos.
“A veces, mando a mis niños a la escuela hambrientos, sabiendo que esto está fuera de mi control. Estoy desesperada”, lamenta Hanan.
Ser refugiado en Líbano
Líbano es uno de los países con mayor ratio de refugiados del mundo, con alrededor de 900.000 personas en esta situación. En este contexto desfavorable, las consecuencias de la crisis son incluso más notables.
La inflación que sufre la economía nacional, el incremento de la pobreza y la escasez de puestos de trabajo, unidas a un contexto político muy inestable, han condenado al país a una situación crítica. Los más vulnerables entre los vulnerables son los menores, especialmente los refugiados.
Además, todos estos factores, sumados a las consecuencias del covid-19, han puesto a miles de familias al borde de la hambruna.
“No puedo llevar a mis hijos al médico; la farmacia es más barata” cuenta Fadla
A las afueras de la ciudad de Saida se localiza el campamento de Hesbi, donde viven como pueden 22 familias libanesas de origen palestino a las que UNICEF presta ayuda y cuya evolución ha seguido de cerca.
La vida en el campamento de Hesbi se ha vuelto cada vez más dura: este año, el campamento sufrió un incendio que calcinó gran parte de las tiendas. En la actualidad, sólo dos quedan en pie.
“Durante los últimos seis meses, hemos dormido en el suelo al aire libre”, relata Asad Mostapha, residente de este campamento. “Ya no tenemos viviendas, lo único que pedimos es que nos procuren un espacio seguro para nuestros hijos, necesitamos ayuda para esto”, reclama.
La pequeña figura de Aya, una niña de cinco años aparece y susurra «no queremos nada más que un nuevo hogar».Fouad ChoufanyUNICEF
La situación de los niños es cada vez más complicada. Ahmad, de 14 años, explica cómo no ha tenido oportunidad de continuar sus estudios. “Mis hermanos y yo tenemos trabajo como mozos. Subimos cosas a camiones desde las 6 de la mañana hasta las 7 de la tarde. Gano 30.000 libras libanesas al día [alrededor de un dólar y medio]”. Él y sus hermanos, dice, al menos están bien.
Pero su historia no es única: los 62 niños que viven en el campamento han tenido que dejar de ir a la escuela.
Ante la complicada situación de los menores en Líbano, Yukie Mokuo, representante de UNICEF en el país, hace un llamamiento a los líderes políticos: “El Gobierno debe actuar rápidamente para salvaguardar el futuro de los niños. Esto requiere ampliar de manera importante las medidas de protección social, garantizar el acceso a educación de calidad para cada niño, y fortalecer la atención sanitaria primaria y los servicios de protección infantil”.
Desde 2019, Líbano experimenta una situación crítica. La retirada de los subsidios a los productos básicos y la ausencia de un sistema de protección social efectivo condenan a muchas familias a vivir en condiciones infrahumanas, y los más vulnerables, como suele suceder en otros contextos adversos, son los niños.
El Ministerio de Educación de Palestina anunció que 15 niños fueron asesinados por las fuerzas de ocupación del régimen israelí, y otros 1.194 fueron arrestados en Cisjordania desde principios de 2021 hasta finales del mes de octubre.
El Ministerio, además, informó en una declaración citada por la agencia palestina Maan, emitida con motivo del Día Internacional del Niño, que las tropas del ocupante sionista apuntan a los niños cuando irrumpen en las casas y las escuelas palestinas en Cisjordania.
Indicó que las fuerzas de ocupación llevaron a cabo más de 100 ataques contra escuelas empleando balas reales o bombas de gas lacrimógeno.
Asimismo, exigió a la comunidad internacional que brinde protección a los niños palestinos, garantice su derecho a la educación y una vida digna, y que detenga la delitos de ocupación contra ellos.
Esta es la historia ilustrada de los niños mendigos en Senegal. Privados de sus derechos más básicos, sobreviven gracias a su creatividad
1El libro ‘Petit bout de bois’ (Pequeño trozo de madera) recoge el argumento de un espectáculo de teatro escrito e interpretado por Patricia Gomis, e ilustrado por DAUD. Son las historias de pequeños talibés, niños en situación de calle, privados de sus derechos más básicos, que sobreviven gracias a su creatividad. Porque, a pesar de todo, no pierden la esperanza de ver sus sueños hechos realidad. Reproducimos algunos fragmentos del libro editado en francés por Lansman Editeur.
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Un mes después de la explosión que sacudió la capital del Líbano, numerosas organizaciones internacionales y locales han lanzado campañas de ayuda humanitaria para paliar los efectos de la catástrofe entre los más pequeños
La explosión en el puerto de Beirut dejó 190 muertos, 6.500 heridos y 300.000 personas afectados por la destrucción o daños en sus hogares, y el impacto del desastre sobre los niños ha sido grave. Según los últimos datos de la agencia de Naciones Unidas para la Infancia, entre los fallecidos había cuatro niños y 1.000 heridos, y se estima que unos 100.000 se vieron desplazados de sus hogares. Desde entonces numerosas ONG trabajan en el terreno para dar apoyo humanitario y protección urgente a los más pequeños y sus familias.
“Un mes después de las devastadoras explosiones, las necesidades siguen siendo graves y debemos mirar hacia el futuro”, declaró Yukie Mokuo, representante de Unicef en Líbano, en una rueda de prensa celebrada en Karantina, uno de los barrios más damnificados por la explosión del 4 de agosto, cuando se cumple un mes del trágico suceso.
Tras guardar un minuto de silencio en homenaje y recuerdo de las víctimas de la detonación, la responsable de Unicef en el Líbano ha asegurado que, aunque haya “pasado un mes de la explosión, el corazón de todos está roto. Todo el mundo ha quedado conmocionado después del gran impacto”. Ahora “el bienestar de los niños es nuestra prioridad” y “el futuro del Líbano depende de que los niños crezcan sanos, en un entorno seguro”.
Actualmente, la repuesta de Unicef se centra en mantener seguros a los niños y rehabilitar servicios básicos como el acceso a la atención médica, educación y agua segura. En este sentido, la entidad ha enviado 18 cargamentos de ayuda humanitaria esencial, ha reconectado más de 160 edificios al sistema público de agua, ha instalado alrededor de 870 tanques de agua en hogares afectados, y ha distribuido 4.485 kits de higiene y 462 para bebés entre las familias. Asimismo, Unicef ha proporcionado apoyo psicosocial a 1.406 niños, padres y cuidadores y planea facilitar apoyo para que las familias puedan reconstruir sus casas y medios de vida. Todo ello, junto con la movilización de 2.000 jóvenes que se han echado a las calles para limpiar, hacer pequeñas reparaciones en viviendas y distribuir comidas.
Para cubrir las necesidades más inmediatas de los niños y sus familias durante los próximos tres meses, la agencia de la ONU para la infancia dijo que necesitaba 42 millones de euros y ha lanzado un llamamiento a la comunidad internacional para recaudar estos fondos.
A los esfuerzos de Unicef se suman los de otras organizaciones de la sociedad civil libanesa como la Cruz Roja, que hasta el momento ha podido ofrecer kits de higiene y paquetes de comida a más de 51.000 personas y asistencia médica y psicológica a otras 11.000. Además, ha organizado una campana de donación de sangre en sus centros de transfusion, ha completado alrededor de 11.500 evaluaciones de edificios dañados y reubicado a más de 100 familias que no pueden regresar a sus hogares.
Por su parte, la ONG libanesa Offrejoie respondió rápidamente poniendo en marcha un programa de rehabilitación de emergencia en dos de los vecindarios más golpeados, —Karantina y Mar Mikhael— e iniciando obras de rehabilitación en 44 edificios y pequeñas viviendas. “El objetivo es ayudar a más de 300 familias a volver a su vida normal con dignidad y seguridad antes del invierno”, explica Carla Jreidini, jefa del equipo de comunicación y captación de fondos de Offrejoie. Además, la asociación distribuye diariamente desayunos y almuerzos calientes a unas 80 familias y organiza actividades psicosociales una vez a la semana para decenas de niños de diversos orígenes afectados por la explosión.
Otra de las organizaciones que también está ayudando a paliar las consecuencias de la deflagración es el Banco de Alimentos Libanés (LFB). La entidad ha repartido aproximadamente 100 toneladas de alimentos entre las familias más necesitadas y planea preparar paquetes de alimentos para niños que incluyan dibujos, juguetes y comida infantil, según ha explicado por teléfono Soha Zaiter, directora ejecutiva de LFB.
No obstante, a pesar de la gran cantidad de asistencia facilitada o prometida, algunas personas que se vieron afectadas por la explosión lamentan que la ayuda aún no les ha llegado. Tres familias asiladas sirias que viven en la zona cristiana de Achrafiyeh (otro vecindario muy dañado por la detonación), aseguran a Planeta Futuro que, aunque vino gente de distintas ONG a comprobar cómo estaban y prometieron ayudarles, todavía no han recibido ningún tipo de apoyo. “La ayuda solo la está dando la comunidad local”, afirma Mohammad, padre de una de las familias sirias y cuyo hogar resultó parcialmente destruido por el efecto de la onda expansiva.
El último golpe a un país en crisis
Las secuelas de la apocalíptica explosión en la zona portuaria de Beirut se han entremezclado con los numerosos problemas que arrastra el Líbano desde hace meses. El país de los cedros atraviesa una profunda crisis económica y política, agravada por la pandemia, y que ha provocado que la moneda nacional haya perdido más del 80% de su valor, que los precios de productos básicos se hayan disparado un 60% y que la tasa de paro aumente hasta el 35%; todo ello en un país que con el mayor número de refugiados per cápita del mundo.
Con más de un millón y medio de desplazados sirios, el Líbano alberga a unos 630.000 niños refugiados de entre 3 y 18 años y, además acoge a más de 400.000 de origen palestino y a 20.000 de otras nacionalidades.
Precisamente, la difícil coyuntura que atraviesa el país ha perjudicado, sobre todo, a las familias y niños en contextos más frágiles. Alrededor de 3,3 millones de personas en el Líbano —más de la mitad de la población total— está clasificada como vulnerable, y se estima que 2,7 millones están clasificadas como «pobres». En un estudio publicado a final de julio, Save the Children advirtió que más de 900.000 personas, entre ellos aproximadamente 550.000 niños, no tenían suficiente dinero para comprar productos básicos como alimentos.
Ahora, tras la devastadora explosión en la capital libanesa, los niños y las familias desfavorecidas están más expuestas que nunca. Por ello, organizaciones como Save the Children ha puesto en marcha un fondo de ayuda para la infancia en el Líbano con el que dar respuesta a las necesidades más urgentes de niños y familias vulnerables.
Otro factor peligroso para los niños y familias es la interrupción de la atención médica primaria. Por un lado, al menos 16 centros sanitarios de atención primaria, que atienden a 160.000 personas, sufrieron daños. La detonación también dejó totalmente destruida la unidad de cuidados intensivos para recién nacidos del Hospital de Karantina. Igualmente, una decena de contenedores con cientos de miles de guantes, batas y mascarillas fueron destruidos, al igual que cinco de las siete cámaras frigoríficas para vacunas de un almacén de cuyo mantenimiento se encarga Unicef.
Además de los daños materiales en los centros médicos y hospitales, el caos y las aglomeraciones tras el brutal estallido aceleraron la expansión de la covid-19 en el Líbano. En el ultimo mes se ha registrado un aumento significativo de los contagios y, desde el inicio de la pandemia en febrero, se han contabilizado más de 20.426 positivos y 191 muertes, según datos del Ministerio de Salud Pública libanés.
Ante esta situación de emergencia sanitaria, Unicef ha adquirido dos neveras solares nuevas que se instalarán en el Hospital Rafic Harriri y ha suministrado más de 430.000 mascarillas de tela a la población y Equipos de Protección Personal (EPI) a centros de atención primaria. Del mismo modo, la Cruz Roja Libanesa ha estado trabajando las 24 horas del día para dar apoyo en el transporte en ambulancia de casos confirmados y sospechosos de COVID-19 y de tests PCR.
Una vuelta a las aulas marcada por la incertidumbre
La interrupción del año escolar vinculada a las manifestaciones antigubernamentales en octubre-noviembre y, más tarde, al caos económico y al cierre de las escuelas por la pandemia, ha hecho que muchos niños no hayan podido mantenerse al día con su trabajo escolar debido a un aprendizaje remoto inaccesible o inadecuado, revela una encuesta de Save the Children. A esto se añade que, tras la explosión muchas familias han visto reducidos sus ingresos a cero, por lo que sus hijos corren el riesgo de tener que renunciar a su educación.
De nuevo, esto afecta principalmente a los niños y jóvenes en situación de desplazamiento, quienes a menudo ya habían perdido años de educación debido a la guerra y, además, el 70% de ellos viven en hogares bajo el umbral de pobreza. Así, incluso antes de los cierres, más de la mitad de los niños sirios entre 3 y 18 años (el 58%) estaban fuera de la enseñanza formal, de acuerdo con datos de la ONU.
Por otro lado, la explosión también ha dejado huella en muchas escuelas del Líbano y unos 183 centros educativos están dañados o destruidos, algo que afecta a más de 77.000 niños y adolescentes.
Unicef —actor clave en la provisión de educación en el Líbano— ha recordado que se necesita actuar urgentemente y aumentar la ayuda para garantizar que todos los niños afectados por las explosiones de Beirut puedan tener acceso a la educación cuando a finales de mes cuando comience el nuevo curso escolar.
“Cuando se produce un desastre como este, la educación puede suponer un salvavidas para los niños cuyas vidas se han vuelto del revés, ya que proporciona un espacio seguro si pueden ir a la escuela, y una sensación de normalidad en medio del caos”, expone la representante de Unicef en Líbano, Yukie Mokuo. Por ello el organismo ha pedido a la comunidad internacional que aumente con urgencia su apoyo a la educación de los niños en Beirut y los recursos se están movilizando con rapidez para iniciar la rehabilitación de las instituciones educativas menos dañadas (un 80% de los centros totales) y que puedan estar operativas antes del comienzo del nuevo año escolar en octubre.
Asimismo, la covid-19 es una dificultad añadida y, debido a ella, todas las escuelas planean implementar un enfoque mixto que combine la educación presencial con la online. “Debemos asegurarnos de que los niños estén protegidos contra la infección por la covid-19”, ha incidido Mokuo en la rueda de prensa, haciendo hincapié en que la planificación del “nuevo año escolar con el apoyo de la educación a distancia” es una “prioridad máxima”.
Sin embargo, estos planes también se han complicado debido al impacto de la explosión. Dado que muchas familias perdieron sus hogares y sus medios de subsistencia, ahora se enfrentan a problemas para tener conectividad y adquirir materiales educativos.
“Es fundamental que encontremos soluciones urgentes para que los niños retomen su educación —también en remoto— lo antes posible”, sostiene Mokuo. “Con el tiempo que puede llevar reconstruir y rehabilitar las escuelas dañadas y reemplazar los muebles y el material escolar perdido, urge impulsar alternativas de aprendizaje remoto para los niños afectados”, agrega. Para ello Unicef ha adelantado que durante los próximos tres meses suministrará material escolar y dispositivos electrónicos y proporcionará Internet a los estudiantes, así como capacitación y apoyo a los maestros “para garantizar que los niños, especialmente los de las áreas afectadas más pobres, reciban no solo un aprendizaje remoto de calidad, sino también el nivel de atención psicosocial que necesitan para superar el trauma”, detalla la responsable de Unicef en el Líbano.
Fuente e imagen tomadas de: https://elpais.com/elpais/2020/09/07/planeta_futuro/1599466838_440585.html
La falta de fondos amenaza hoy a los programas humanitarios de Unicef dirigidos a proteger a millones de niños que viven en áreas afectadas por conflictos y desastres.
Así indica un reciente reporte de esa agencia de la ONU, la cual ha recibido solo la mitad de los cuatro mil millones necesarios para satisfacer las necesidades básicas de salud, educación, nutrición y protección de 41 millones de niños en 59 países.
De cara al último trimestre de 2019, la brecha de financiación es del 46 por ciento.
Sin recursos adicionales, muchos niños no irán a la escuela, ni serán vacunados, no recibirán una nutrición adecuada o estarán protegidos de la violencia y el abuso, destacó directora ejecutiva de Unicef, Henrietta Fore.
Las emergencias con las mayores brechas de financiación incluyen a Pakistán, Camerún y Burkina Faso, detalló.
Tampoco existen fondos suficientes para abordar la situación de los niños en Siria, Yemen, la República Democrática del Congo y Bangladesh, precisó.
Si bien sigue apelando por el fin de los conflictos y una mejor preparación para emergencias, la Unicef necesita apoyo adicional de los donantes para satisfacer las necesidades más básicas de los niños, resaltó Fore.
La mítica serie ‘Historias para no dormir’ de Chicho Ibáñez Serrador regresa para denunciar que el mayor miedo que puede sentir un niño no es producto de su imaginación, sino resultado de algo tan real como una guerra
El Resplandor, El Exorcista, The Ring, La Profecía, Carrie, IT, Pesadilla en Elm Street, Poltergeist… Todas ellas son obras cumbre de terror que dejaron impronta en la historia del cine y que forman parte del imaginario de varias generaciones de amantes de este género, pero también de multitud de niños y niñas que sufrimos en la soledad de nuestros dormitorios el efecto que produce un miedo que, aun siendo de ficción, nos obligaba a cerrar los ojos.
Freddy Krueger, Jason, Regan McNeill, Norman Bates… personajes diabólicos e inolvidables que convirtieron nuestras madrugadas en una aterradora e inacabable pesadilla. “Niños, la ficción es la verdad que se encuentra dentro de la mentira”, decía Stephen King. Nuestros padres nos prohibian aquellas películas marcadas con dos rombos, como ahora lo hacemos nosotros con nuestros hijos. Protegerlos de un terror de ficción, de una verdad dentro de una mentira.
Mientras tanto, 420 millones de niños y niñas viven en zonas de conflicto en lugares como Siria, Afganistan, Irak, Sudán o República Democrática del Congo, lo que significa que uno de cada cinco menores de edad padece los efectos de la guerra, con todo el dolor y el sufrimiento que esto implica. Y, sobre todo, con el drama que representa que una quinta parte de la infancia mundial vaya a crecer traumatizada y marcada por un recuerdo que es imborrable.
El Estado y la sociedad protegen a nuestros menores del terror de ficción. Pero, ¿quién protege a estos otros niños del terror de verdad? “Contrario a los que muchos creen, los monstruos son reales, y los fantasmas también: viven dentro de nosotros y, a veces, ellos ganan” advertía, en otra ocasión, el señor King.
Nuestro objetivo con esta campaña es plasmar esa paradoja a través de la creación de una película terrorífica. Y para ello creemos que no hay instrumento más poderoso que la verdad, ni reclamo más pavoroso que aquello que ha ocurrido realmente.
Esta es una película protagonizada por niños como Bashar, Maram, Ilias o Julia; menores refugiados que han logrado escapar de la guerra, pero que siguen recordando cada noche el sonido de las bombas, el grito de los heridos, la visión de sus ciudades convertidas en escombros… Son niños y niñas que no nos hablan de una verdad dentro de una mentira, sino de una espantosa verdad dentro de una innegable y vergonzosa realidad, inaugurando así un nuevo género de terror, el terror de la verdad, el más espantoso y a la vez, el más pedagógico de los géneros de miedo creado hasta la fecha.
Se trata de un terror que late y vive en el testimonio de cada niño y que Save The Children quiere denunciar y ayudar a mitigar, precisamente, 100 años después de que su fundadora, Eglantyne Jebb, decidiera abrir los ojos al mundo sobre la situación de una infancia víctima de la primera gran guerra. Para ello redactó la Declaración de los Derechos del Niño y poniendo en marcha la mayor organización internacional en defensa de la infancia.
Para hacer realidad esta película decidí perder el miedo y me lancé a proponérselo al culpable de muchas de mis pesadillas infantiles, el productor y director Chicho Ibáñez Serrador, maestro inigualable de un género que va ganando mas y mas adeptos en nuestro país gracias a su extraordinario legado.
Chicho ya estaba enfermo cuando traspasé las puertas de Prointel, su mítica productora, factoría de series, programas y películas que ya forman parte de la historia audiovisual de nuestro país. Pero encontré en su hijo Alejandro Ibáñez al mejor aliado de todos, un joven y prometedor director que ha querido seguir la senda de su padre, y que supo ver en REALITY una oportunidad para homenajearlo y reivindicar su lado más humano.
El destino ha querido que esta sea la última producción de Chicho Ibáñez Serrador, su última “historia para no dormir” 37 años después de la emisión del último capítulo de la mítica serie , y el primer estreno de una película Alejandro Ibáñez, su hijo.
Yo me siento profundamente orgulloso de ambos, agradecido porque aceptasen este envite, un reto desde el punto de vista de la comunicación, que exigía —además— grandes dosis de generosidad. Asímismo se hacía indispensable entender que, en este caso, el cine se convierte en una poderosa herramienta al servicio de un mensaje que busca impactar, llamar la atención y movilizar al mayor número de personas posible entorno a un drama urgente ante el que no cabe cerrar los ojos.
Me siento, también, orgulloso de Save The Children, de su labor durante estos 100 años, y de su valentía para apostar por proyectos que logren captar la atención de una sociedad que ya no presta atención a los datos, por horribles que estos sean,
Estrenar REALITY en el Festival de Sitges es, además, un acto de coherencia. Sitges se ha ganado a pulso convertirse en el gran escaparate del cine fantástico y de terror nacional, europeo e internacional. Dar cabida a REALITY en su programa de este año, y hacerlo en su jornada inaugural, justo antes del estreno de En la hierba alta, película basada en un relato del gran maestro del terror internacional Stephen King, nos ofrece la increíble oportunidad de poner en práctica, en el mejor contexto posible, el concepto que subyace detrás de esta campaña: Solo hay algo que dá mas miedo que una película de terror… LA REALIDAD.
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