Por: Miguel Febles Hernández
Entre tantos papeles que habitualmente cubren parte de la mesa de trabajo encontré la edición primera del boletín Tribuna del Patrimonio, otro granito de arena de la Oficina del Historiador de la Ciudad de Camagüey por contribuir a la preservación de los valores arquitectónicos, históricos y culturales de la localidad.
Se trata de un documento pequeño, sencillo en la forma, pero colmado de argumentos irrebatibles que ponen el dedo sobre la llaga en asuntos relacionados con el comportamiento cívico y el respeto hacia una exquisita obra forjada en más de cinco centurias por generaciones y generaciones de principeños.
En el artículo que encabeza el boletín, José Rodríguez Barreras, director de la institución, entra rápido en materia: «Los rasgos que por años han llevado a esta ciudad a ser única en la fisonomía nacional no pueden ponerse en riesgo por la indolencia, las malas prácticas y la irresponsabilidad».
Lo cierto es que la otrora Villa de Santa María del Puerto del Príncipe, con un entramado urbano sumamente complejo sobre todo hacia su centro histórico, vive a diario las tensiones que genera un flujo creciente de ciudadanos y vehículos de todo tipo por sus estrechas y ya congestionadas arterias.
Para paliar, en algo, tal situación, las autoridades locales han emitido regulaciones y aprobado reglamentos, dirigidos a favorecer el ordenamiento vial y la funcionalidad de tan importante zona, cuyo segmento más antiguo fue declarado por la Unesco en el 2008 Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Sin embargo, los resultados distan bastante de los propósitos, a todas luces por la falta de sistematicidad, rigor y exigencia en el enfrentamiento a las indisciplinas sociales y actitudes violatorias, tanto de personas aisladas como de entidades, cuyo negativo proceder parece transformar el entorno en un lugar caótico y hostil.
Tal responsabilidad recae, por solo mencionar a algunos de los entes más implicados, en las fuerzas del orden público, en los inspectores de la Dirección Integral de Supervisión, en los agentes de los cuerpos de seguridad y protección, y en los directores y gerentes de las unidades comerciales y gastronómicas.
Si se actuara conforme a lo legislado, con la severidad requerida, no existirían revendedores en cada esquina, no se descargarían mercancías en horarios inadecuados, los medios de tracción animal y equipos de gran porte no entrarían al centro histórico y disminuiría el maltrato a la propiedad pública.
Lugareños y visitantes se enorgullecen de una obra que en los últimos años le ha regalado a la ciudad el Centro de Convenciones Santa Cecilia, el Paseo Temático del Cine, el teatro Avellaneda, el centro recreativo El lago de los sueños, el Parque Botánico y la rehabilitación integral de sus principales arterias comerciales.
Acción transformadora que no se detiene, en un esfuerzo por otorgarle a la urbe un valor agregado significativo: está en marcha la edificación del nuevo recinto ferial, el Museo Temático del Ferrocarril, la sala de conciertos, el proyecto audiovisual El Callejón de los Milagros y los hostales San Juan de Dios y El Colonial.
Pero mientras unos construyen y fundan, no puede permitirse que otros se arroguen el derecho de destruir, agredir, degradar o irrespetar el patrimonio edificado, no pocas veces ante la mirada impasible de los propios conciudadanos y de quienes deben velar y exigir por su cuidado y preservación.
No basta entonces proclamar el legítimo orgullo de ser camagüeyanos, de vivir en esta villa patrimonial, si ello no se revierte en actos, en una conducta cívica y en una manera de relacionarse con el entorno que la resguarde de la irreverencia y las malas prácticas que afectan lo físico y, también, la espiritualidad.
Fuente: http://www.granma.cu/opinion/2016-10-13/no-basta-solo-el-orgullo-13-10-2016-23-10-28
Imagen: http://www.pprincipe.cult.cu/leytrad/santa-maria-puerto-principe.htm