¿Vamos a seguir educando como si no pasase nada?

Por: Luis González Reyes

Si lo que tenemos por delante son tiempos de fuertes convulsiones sociales y ambientales, cobra todo el sentido abordar en las aulas una educación ecosocial que permita a nuestro alumnado conocer y sensibilizarse frente a la crisis sistémica, además de actuar como agente de cambio ecosocial.

Una época de cambios radicales

En lo que va de año (y no va mucho), hemos vivido cuatro fenómenos absolutamente excepcionales: los incendios en Australia, la tormenta DANA, la pandemia de la Covid-19 y la crisis económica que está generando.

Los incendios en Australia han sido de una magnitud en extensión y en virulencia extremadamente inusual en los últimos 12.000 años. Detrás hay varias causas, pero sobre todas destaca el cambio climático.

Cuando los veíamos desde nuestras pantallas, en general pensábamos: “Esto no nos va a pasar aquí”. Y nos equivocamos. Las probabilidades de que se produzcan incendios de este tipo en nuestra península son cada vez más altos.

También flotan ideas (tal vez inconscientes), del tipo de “esto no es tan importante”. Y nuevamente nos equivocamos, pues los bosques cumplen muchas funciones ecosistémicas absolutamente centrales para el sostén de nuestra existencia.

La tormenta DANA, que hundió por la nieve los invernaderos de Almería y destrozó la infraestructura costera de Levante, es de esas extremadamente extrañas. En este caso, detrás no hay muchos fenómenos, sino fundamentalmente uno: el cambio climático.

Los pensamientos mayoritarios a nivel social pudieron parecerse a: “Esto no se va a volver a repetir”. Pero es un pensamiento erróneo, pues los escenarios de calentamiento global indican que su frecuencia será cada vez mayor. De hecho, es probable que podamos vivir más de una tormenta de este tipo encadenadas, con todo lo que ello implica.

Las sociedades también hemos tenido la expectativa de que “esto lo podemos arreglar”, que con cemento y máquinas pesadas se reparan las infraestructuras sin mayor problema. En realidad, es un pensamiento que no entiende el momento de crisis múltiple en el que estamos, ni las capacidades limitadas del ser humano, ni los impactos de un cambio climático que va a seguir agravándose aunque tomemos las medidas más drásticas de reducción de emisiones (y si no las tomamos, obviamente se agravará más y más rápido).

En cuanto a la Covid-19, en noviembre de 2019, no pensábamos que una pandemia iba a parar medio mundo. Incluso cuando paró China, seguimos pensando que eso nunca sucedería aquí. Pero ha sucedido. Detrás vuelve a haber muchas causas, pero una determinante es la degradación ecosistémica masiva que sufre el planeta.

Ahora los pensamientos mayoritarios ya son distintos a los de los incendios y la DANA (y creo que mucho más acertados): “Esto sí es importante”, “esto nos puede volver a pasar” y “esto no está nada claro que lo podamos arreglar”.

Por último, hay que hablar de la actual crisis económica. En 2007-2008 se inició una de esas crisis económicas profundas del capitalismo que suceden una vez cada siglo. La anterior había sido el crac de 1929 y la Gran Depresión de la década de 1930. Tan solo doce años después afrontamos otra crisis sistémica profunda. Es más, una crisis en la que todo apunta que va a ser de mayor calado. Para explicarla, una vez más, tenemos que usar distintas causas. Una mucho más determinante de lo que la mayoría de personas cree es haber alcanzado el límite máximo de disponibilidad de petróleo.

Sorprendentemente, los pensamientos sociales se pueden parecer a esto: “Esto pasará, podemos reactivar el crecimiento”.

Esta crisis económica, que en realidad es continuación de la de 2007-72008, no va a pasar porque es parte de un proceso imparable de degradación de nuestro orden socioeconómico. Esta degradación tiene detrás (entre otros factores), el cambio climático, la degradación ecosistémica y la reducción en la disponibilidad material y energética. Lo que estamos viviendo en estos pocos meses del año no es una acumulación de casualidades increíbles, sino indicadores claros de que estamos asistiendo al colapso del capitalismo global y de la civilización industrial.

Un colapso socioeconómico y ecosistémico no es un hecho súbito, algo que suceda de golpe como el desmoronamiento de un edificio. Sino un proceso que dura décadas. Habrá momentos de cambios rápidos, como este 2020, otros más lentos e, incluso, otros (temporales) de vuelta a estadios anteriores. Probablemente, nos iremos acostumbrando a “nuevas normalidades” cada vez más alejadas de lo que vivimos a principios del siglo XXI (y no precisamente en el sentido de un desarrollo ultratecnológico).

Esto no es una suerte de “determinismo ambiental”. Una cosa es que haya órdenes sociales imposibles por las condiciones ambientales existentes en el futuro cercano (por ejemplo, sin petróleo en abundancia no es factible mantener grandes urbes), y otra muy distinta es cómo serán esos órdenes sociales posibles, que están totalmente abiertos. Es más, están más abiertos de lo que lo han estado en los últimos dos siglos, al menos.

En este proceso, las convulsiones sociales van a ser muchas y el sufrimiento de amplias capas de la población está casi garantizado. Por ello, una apuesta por la justicia y la democracia tiene más relevancia ahora que nunca.

Con la pandemia de la Covid-19, hemos vivenciado que lo que creíamos imposible está sucediendo. Los aprendizajes que hemos tenido, desgraciadamente a golpe de shock, han sido muchos y ricos. Hemos aprendido que para vivir necesitamos muchísimo menos que lo que nuestro entramado produce. Hemos descubierto que se puede poner el cuidado de la vida por encima de la generación de beneficios. Hemos vivenciado como en realidad sí se puede parar la economía. En todo caso, son aprendizajes frágiles, como están mostrando muchos de los pensamientos que afloran sobre la crisis económica y que, por lo tanto, necesitamos fijar.

¿Cómo se tienen que reformular nuestras prácticas educativas en este contexto?

La mayoría de reflexiones que se están produciendo en el mundo educativo giran alrededor de lo metodológico. En concreto, de la docencia a distancia. Creo que necesitamos contar con ella, pero no pensemos que la hiperconectividad va a durar siempre. Detrás tiene un consumo energético y material muy alto. Y, además de una emergencia climática, ecosistémica y energética, también la tenemos material. Empiezan a estar menos disponibles elementos centrales en el desarrollo de las TIC, que irán haciendo que cada vez haya menos conectividad, no más.

No estoy diciendo que no usemos las TIC ahora con profusión, sino que sería una mala estrategia pensar que van a estar ahí siempre y centrar las reformas metodológicas en su existencia.

Desde mi punto de vista, es más importante repensar los objetivos educativos que perseguimos. Si lo que tenemos por delante son tiempos de fuertes convulsiones sociales y ambientales, cobra todo el sentido abordar en las aulas una educación ecosocial que permita a nuestro alumnado conocer y sensibilizarse frente a la crisis sistémica, además de actuar como agente de cambio ecosocial. Pero probablemente esto no será suficiente, sino que necesitan aprender lo que va a ser necesario para sobrevivir en los tiempos por venir, que van a ser muy distintos de los presentes. Por ejemplo, a cultivar en las nuevas condiciones climáticas, a crear proyectos colectivos de satisfacción de necesidades básicas que sean replicables y/o escalables por las mayorías sociales, o a reparar herramientas sencillas y básicas. Esto son solo tres ejemplos de los muchos que se pueden ofrecer.

Por favor, no sigamos educando como si nuestro mundo no se estuviese transformando profundamente.

Fuente e imagen tomadas de: https://eldiariodelaeducacion.com/2020/05/25/vamos-a-seguir-educando-como-si-no-pasase-nada/

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Una escuela que revierta la normalidad

Luis González Reyes

Necesitamos revertir esa normalidad y hacer de la educación un servicio colectivo (que al tiempo también puede ser individual), que ayude a la mejora del conjunto de seres vivos que habitamos este planeta, incluidos los seres humanos.

Imaginemos un modelo de ciudad llena de rascacielos donde cada vivienda disfrute de la última tecnología de auto movilidad y cada familia tenga su ascensor privado (o tal vez un par de ellos). ¿Cómo sería cada edifico? Si vivieran en él cien familias, ¿cómo se organizarían? ¿Habría cien huecos de ascensores para subir y bajar o, para ser más eficientes, pondríamos varios huecos de ascensor de subida y varios de bajada? Si el trasiego se complica en las horas punta, ¿pondremos un semáforo en el segundo piso o una rotonda en el cuarto?

Nos cuesta imaginar edificios tan grandes y complejos. Para visualizarlo mejor solo hay que salir a la calle y verlo en horizontal: miles de ascensores horizontales llamados automóviles, con carriles propios para ir y venir, con sus rotondas y luminosos semáforos.

No nos cuestionamos las ciudades llenas de ascensores horizontales, llamados metafóricamente automóviles, que ocupan espacios vitales desproporcionados, desgarran nuestras vidas en horas de desplazamientos individualizados y se llevan por delante miles de personas. Nada parece cuestionar proyectos de convivencia y movilidad que nos alejan de la vida colectiva, que a momentos se nos escapa en cada rincón del espacio urbano privatizado.

Reflexionar sobre el coche, sea eléctrico o de combustión interna, no debe obviar los fundamentos básicos de la cuidad como espacio colectivo, como bien común que nos eleva desde la condición de status individualis hasta la de status civitatis.

¿Podríamos tener la osadía de imaginarnos ciudades sin ascensores horizontales privados, sin coches privados? ¿Podremos tener la inteligencia de quitarnos el cinturón de seguridad, bajarnos de la tecnología de las prisas y simplemente andar nuestras utopías despacito, a pie, con compañías de carne y hueso amasadas de cuidados y ternura?

Llevando esta reflexión al ámbito escolar podemos pensar en modelos de llegar al colegio que no vengan mediados por el vehículo a motor privado. Estos modelos requieren de una mirada colectiva. No solo por las implicaciones, que son colectivas, del automóvil (cambio climático, contaminación del aire, accidentes, ocupación del espacio, ruido…), sino también porque una movilidad no individualizada requiere pensar en común. Necesita construir itinerarios seguros con la complicidad del vecindario y tejer grupos de apoyo mutuo entre familias para ir al cole. Un mínimo muy mínimo es no meter el coche en la puerta del colegio.

Sigamos revirtiendo lo normal. En el espacio escolar, lo normal es trabajar dentro de las aulas pero, ¿cómo se van a comprender el resto de seres vivos sin interaccionar con ellos, con la omnipresente mediación de pantallas y papeles? Y, lo que probablemente es más importante, ¿cómo vamos a empatizar con el resto de seres vivos sin verlos, oírlos o tocarlos? Así pues, pensemos en aulas que estén vivas. En espacios que permitan que salgamos, al menos parcialmente, de nuestra tecnosfera para poder entender lo profundamente ecodependientes que somos.

¿Para qué sirven los colegios?, para educar a la población y… para alimentarla. ¿Por qué no podemos recoger nuestra cesta de verduras al tiempo que terminamos la jornada laboral o acompañamos de la mano a nuestra hija hasta casa? Podemos crear grupos de consumo agroecológicos en los centros escolares que, de paso, doten de mucho más sentido a estos vetustos espacios.

¿Qué pasaría si el personal de limpieza, esos fantasmas invisibles que recorren los colegios, de pronto tomaran presencia? Para ello, podemos hacer responsable al resto de la comunidad educativa de la limpieza y el reciclaje, enseñando habilidades y actitudes imprescindibles para una vida ecosocial. También presentando a esas personas al alumnado o invitándolas a nuestros momentos de celebración laboral y escolar.

Un culmen de la normalidad escolar son los libros de texto. Esos objetos en los que está depositado el análisis válido y certero de la realidad que el alumnado debe memorizar. En ellos se reproduce la forma de no-ver el mundo que denuncia Eugenio Reyes. Rompámoslos y apostemos por materiales flexibles, basados en la construcción colectiva, interdisciplinares y, por supuesto, con una mirada ecosocial.

Podemos realizar listas mucho más largas de normalidades que revertir (o, al menos, revisar): el horario (¿por qué no dormir en los centros para construir mundos más dignos, más feministas?), el límite de lo escolar al contorno físico de los coles (¿qué pasa si el aprendizaje se enfoca a la mejora colectiva y se plasma en acciones extraescolares?), o la visión del alumnado como personas pasivas y desmotivadas con la transformación de su realidad, de la nuestra (¿qué ocurre cuando fomentamos que se autoorganicen?).

A todo esto subyace una apuesta básica: romper la idea mayoritaria de que la educación es un servicio individual. No lo es (o no debería serlo). Necesitamos revertir esa normalidad y hacer de la educación un servicio colectivo (que al tiempo también puede ser individual), que ayude a la mejora del conjunto de seres vivos que habitamos este planeta, incluidos los seres humanos.

Nuestro orden social es un desastre. Nuestra relación con el entorno, biocida. Esta es una normalidad que va a cambiar lo queramos o no. Mucho mejor si desde los colegios damos los pasos necesarios para otras normalidades que sean sostenibles, justas y democráticas.

Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/blog/2019/06/13/una-escuela-que-revierta-la-normalidad/

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Escuelas en transición… ¿hacia dónde?

Por: Julio Rogero

La necesaria transformación ecosocial nos lleva a la necesidad de ir poniendo ya las nuevas bases en las que ha de ir fundamentándose esa gran transformación.

Vivimos insertos en un crisis civilizatoria y un cambio de época que lleva a los analistas sociales a hablar de la necesidad de ir pensando diferentes vías hacia lo que denominan postcapitalismo. Nadie sabe cómo será esa llamada sociedad postcapitalista. En el acercamiento a algunas de sus propuestas se abren diferentes escenarios en el tránsito a esa sociedad ignota, pero sí soñada por todos los utopistas. Van desde la acentuación máxima de las características de caótica brutalidad extrema de las desigualdades y exclusión de la humanidad sobrante, a la aparición de una sociedad socialista basada en la libertad autoorganizada, en la justicia social, en la equidad y en la fraternidad humana.

Otros posibles escenarios pasarían por el mantenimiento de un suavizado neoliberalismo autoritario, por el creciente capitalismo verde o por una aumentada intervención del Estado para frenar los riesgos de la cada vez más inevitable destrucción ecosocial y crear el escenario de una Green New Deal dudosamente viable.

En definitiva, nuestra pregunta sería si son posibles estas y otras transformaciones del capitalismo para ir más allá de él. Lo que parece cada vez más claro es que la necesaria transformación ecosocial, para salir de este sistema salvaje y sus resultados de muerte civilizatoria, nos lleva a la necesidad de ir poniendo ya las nuevas bases en las que ha de ir fundamentándose esa gran transformación. Es necesaria para caminar hacia una nueva sociedad postcapitalista, basada en un humanismo creciente, sustentada en toda la humanidad como sujeto histórico de estos cambios civilizatorios y en una relación radicalmente diferente entre nosotros, con la naturaleza y con la vida.

Por ello, cada subsistema del sistema mundo en que vivimos ha de ir moviéndose en esta dirección. Para que se avance en un equilibrio inestable y que ningún aspecto o dimensión del vivir quede al margen de esta necesaria gran transformación. Así podremos transitar hacia esa utopía, como “inédito viable” que nos decía Freire, de una sociedad basada en la dignidad humana, en los derechos humanos y en una democracia participativa creciente y autoorganizada.

El sistema educativo integrado, en una pequeña parte, en los procesos de esta gran transformación, se mueve lentamente también en esta dirección. Podemos preguntarnos si los cambios actuales y las innovaciones que se dan en su seno están sirviendo para mantener el sistema social actual o si están sirviendo para su transformación asentando procesos de transición real hacia el postcapitalismo. Hay dinámicas diversas que apuntan en la dirección de esas mutaciones, que ya se van plasmando en pequeños proyectos de cambio y renovación en muchos centros educativos.

Los actuales cambios van desde las escuelas que siguen asentando y sosteniendo como innovadoras posiciones xenófobas, clasistas, segregadoras acordes con esa sociedad, hoy todavía mayoritaria, coherentes con este capitalismo salvaje que acentúan la exclusión social de una creciente “humanidad sobrante”, el desprecio a los pobres-perdedores y la admiración y aspiración al éxito de los ricos (video que ponen a sus alumnos en un colegio religioso de Madrid). Así tenemos escuelas, sobre todo privadas y concertadas, que segregan sin pudor por causas económicas, de origen social, de género, de religión… Y lo grave es que las financiamos entre todos.

Nos encontramos con propuestas “innovadoras” de todo tipo que, queriendo cambiar algo, lo hacen de acuerdo con los modelos que el sistema dominante va perfilando para seguir sobreviviendo en estos tiempos de cambio de época. Unas escuelas asumen los nuevos modelos de gestión e innovación empresarial para ajustarse mejor a ese suavizado y camuflado neoliberalismo autoritario e hipercapitalista, basado en los cambios de la innovación y la creatividad que necesita para la obtención de resultados siempre más competitivos. Ahí tenemos muchos centros concertados que hacen suyas innovaciones que dan respuestas a las demandas de sus clientes y apuestan por metodologías como el trabajo en equipo, el trabajo por proyectos, la clase invertida, la gamificación, los espacios abiertos y tiempos flexibles, los equipos internivelares, proyectos empresariales de emprendimiento… Es lo que van a pedirles los departamentos de recursos humanos de las empresas en las que asentar su futuro laboral.

Otras escuelas, sin renunciar a lo anterior, tienen propuestas ecológicas de huertos escolares, salidas a la naturaleza, a granjas escuelas, proyectos de ecoescuelas… Cuando esto se propone al margen de otras perspectivas de compromiso ético y político más integral, le viene muy bien a determinados poderes que han optado por humanizar su propuesta de “capitalismo verde” para mostrar que combate los riesgos de todo tipo que produce su barbarie maquillada, sin cuestionar el propio sistema. Esta visión se está extendiendo por el sistema educativo, apoyado por diferentes administraciones, sobre todo, locales sin cuestionarse casi nada y sin proponer una visión pedagógica ecosocial global.

También hay otras que reclaman leyes educativas que faciliten los recursos necesarios para hacer viables las innovaciones escolares necesarias que hagan más humano, cercano, emotivo y atrayente el espacio y el tiempo escolar, casi siempre situados dentro de las políticas y cultura del llamado “capitalismo afectivo”. Son muchas de las escuela de todo tipo que utilizan hoy técnicas de inteligencia emocional, couching, mindfulness, incluso el Aprendizaje Servicio como herramienta de satisfacción personal de un falso compromiso-caridad con los demás sin cuestionar la sociedad vigente,… todo para promover una falsa felicidad del alumnado satisfaciendo siempre al poder.

En el otro lado, hay escuelas que apuntan a la construcción de una nueva educación y sociedad basadas en valores de cooperación, de capacidad de pensar pos sí mismo críticamente, de inclusión, respeto, convivencia positiva, compromiso ecosocial, apoyo y cuidado mutuo; escuelas públicas que viven la democracia, que luchan por la equidad, que acogen toda la diversidad, inclusivas, que practican el Aprendizaje Compromiso con los problemas de su sociedad para transformarla, pequeñas prácticas de transformación en el aprendizaje cooperativo, el diálogo, la toma de decisiones colectivas… Conocemos muchas escuelas, sobre todo, de titularidad pública que transitan ya, desde hace tiempo, en esta dirección, poniendo bases sólidas de otra forma de vivir la escuela y la educación.

En definitiva, la pregunta que se nos plantea, en toda esta gama de grises escolares entre los extremos del blanco y el negro, es si las escuelas que promueven determinadas innovaciones y cambios en sus formas de educar son puras adaptaciones a los procesos de cambio que el propio sistema capitalista demanda para sobrevivir, o son cambios que van en la dirección de transitar hacia una nueva sociedad, más allá del actual sistema productivo y financiero. Los que dicen, porque lo ven, que hay un boom innovador dentro del sistema educativo, constatan que la mayoría de ellas son las innovaciones que se dan en el marco del mercado de la educación de la enseñanza privada y concertada y su oferta a una clientela con recursos de consumo educativo que la demandan, para asegurar su estatus social y laboral. No va más allá de las necesidades de la pretensión de perpetuarse del propio sistema adaptado a la sociedad del rendimiento siempre creciente, que da respuesta a las aspiraciones individualistas y competitivas del clasemedianismo actual. No hay duda de que esta es la escuela que apoya el poder establecido hoy.

Muchas escuelas de titularidad pública también están entrando en esas dinámicas innovadoras que solo maquillan o modernizan la escuela del capitalismo. Ese es uno de sus grandes desafíos, hacer una escuela pública transformadora en que su renovación pedagógica profunda establezca la líneas básicas de sentido, que pongan las bases de una transición progresiva hacia una sociedad emancipada.

Lo que parece cada vez más claro es que la necesaria transformación ecosocial, para poder vivir todos con dignidad y para salir de este sistema salvaje y sus resultados de muerte civilizacional, nos lleva a ir poniendo ya las nuevas bases en las que se ha de ir fundamentando esa gran transformación. La educación y el sistema educativo lo necesitan para que sea coherente con esa posible nueva sociedad postcapitalista, basada en los valores y el sentido profundamente humanizador, sustentada en seres humanos cada vez más justos, iguales y fraternos, sujetos que comparten, se apoyan y cuidan entre sí y de la vida, para que la vida cuide de ellos.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2018/11/19/escuelas-en-transicion-hacia-donde/

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La educación como servicio social requiere un enfoque ecosocial

Por: Luis González Reyes

Un indicador de una educación de calidad es la que permite al alumnado comprender el mundo en el que vive y desenvolverse en él. Es imposible cubrir este objetivo sin abordar en profundidad la crisis ambiental contemporánea.

Hace poco una profesora amiga me preguntó si me animaba a ir a su colegio para charlar un rato con el alumnado de bachillerato. Tienen en marcha un proyecto en el que proponen temas “poco habituales” (es decir, que no trabajan durante el recorrido escolar), para abrir las miradas de su alumnado. El asunto “poco habitual” que me proponía abordar era la crisis ambiental y distintas prácticas sostenibles para enfrentarla.

Es increíble que esto siga siendo una realidad en muchos colegios e institutos, y que la ley vigente aborde casi de puntillas estos temas. El cambio climático no es una realidad por venir, sino algo que ya existe y va a cambiar radicalmente los entornos en los que vive nuestro alumnado. El fin de la alta disponibilidad de recursos no renovables (petróleo, gas, carbón, cobre o fósforo), es otro cambio ambiental de gran magnitud para nuestras sociedades, cuyas primeras fases ya están sucediendo. Podríamos seguir poniendo ejemplos, cómo la disfunción ecosistémica consecuencia de que, actualmente, estamos viviendo la Sexta Extinción masiva de especies de la historia de la vida en la Tierra. Esta disfunción está implicando problemas para sostener la polinización o la depuración de aguas, por poner solo un par de ejemplos de muchos.

Si como consecuencia de esta crisis múltiple, la capacidad de consumo de la población, inevitablemente, va a disminuir, tendremos que aprender a ser felices con menos bienes. También a reparar y reciclar. Tendremos que aprender a articular economías en las que todas las personas puedan tener garantizada una vida digna a través del reparto de unos recursos de cada vez más difícil acceso. O a regular conflictos de corte socioambiental.

Sostengo que es increíble que estos temas no estén en el currículo escolar porque un indicador de una educación de calidad es la que permite al alumnado comprender el mundo en el que vive y desenvolverse en él. Es imposible cubrir este objetivo sin abordar en profundidad la crisis ambiental contemporánea. Pero eso no es suficiente. La educación, más que un servicio individual, es un servicio social, colectivo. Tiene que contribuir a mejorar las condiciones del conjunto de la población. Desde estas dos perspectivas, la individual y la colectiva, la crisis ambiental en curso y las maneras de abordarla deben ser temas centrales en los currículos, ya que lo son en el devenir de nuestras vidas.

Pero atender a los temas ambientales no es lo único necesario. ¿Podemos comprender nuestro mundo sin saber los flujos migratorios que están produciéndose?, ¿podemos entender los movimientos migratorios sin tener en cuenta las desigualdades, los distintos sistemas políticos o el cambio climático?, ¿podemos estudiar nuestra democracia parlamentaria obviando que hay personas con las que convivimos que no pueden participar de ella? Podríamos seguir haciendo preguntas de este tipo hasta visibilizar la necesidad de abordar en los colegios el conjunto de temáticas ecosociales. Es decir, una educación entendida como un servicio social que nos permita avanzar en democracia, justicia y sostenibilidad.

Para trabajar los temas ecosociales con la profundidad y el rigor que se merecen hace falta programarlos adecuadamente. Igual que la programación de las matemáticas tiene un desarrollo vertical en el que, curso a curso, se van construyendo nuevos conocimientos a partir de los ya adquiridos, de igual forma necesitamos una integración vertical del conjunto de conocimientos que engloba una competencia ecosocial.

No es únicamente necesaria la mirada en vertical, sino también en horizontal. Del mismo modo que acoplamos los conocimientos de matemáticas con los de física para que avancen en paralelo realimentándose, es necesario que esto también suceda con los distintos campos que comprenden lo ecosocial y de estos con el resto de áreas de conocimiento escolares.

Todo esto requiere muchas horas de trabajo, un conocimiento especializado de las temáticas ecosociales y una visión global de todo el proceso educativo. Pero ninguno de estos factores están al alcance de la gran mayoría del profesorado. Para intentar cubrir ese hueco, acaba de publicarse el libro Educar para la transformación ecosocial. Es el resultado del trabajo de cuatro cursos de un equipo multidisciplinar de profesorado de todas las etapas y áreas de conocimiento, y de personas expertas en distintos temas ecosociales. En él se hace una propuesta de cómo realizar una transformación integral de un centro educativo desde la perspectiva ecosocial pero, sobre todo, se realiza una propuesta exhaustiva de los objetivos ecosociales a cubrir, los contenidos, los métodos que serían acordes y algunas líneas sobre la evaluación. Es decir, se describe un currículo ecosocial.

Además, esta propuesta se entrelaza con el currículo de la LOMCE. Para ello, se ha realizado una relectura ecosocial de las introducciones de áreas y etapas. También se recorre, curso por curso y asignatura por asignatura, el temario de la LOMCE realizando una propuesta detallada de cómo abordarlo desde una mirada ecosocial.

El trabajo no consiste en una propuesta cerrada, sino en una guía para poder incorporar en la práctica docente el conjunto de las temáticas ecosociales con calidad. Esta matriz debe ser interpretada y adaptada por cada docente a su realidad. Lo que sí tiene es una vocación de globalidad en la mirada de los distintos ámbitos ecosociales y áreas de conocimiento.

En resumen, una sociedad que aspire a la justicia, la democracia y la sostenibilidad tiene que poner estos temas en el centro del aprendizaje escolar. Y el centro del aprendizaje escolar es lo que sucede en el aula, sin quitarle importancia al resto de momentos y espacios educativos que se producen dentro de los colegios. Por eso, es fundamental un currículo ecosocial.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2018/10/25/la-educacion-como-servicio-social-requiere-un-enfoque-ecosocial/

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La educación ecosocial se abre paso

La finalización de este agitado curso 2017/18 en la Comunidad de Madrid y el comienzo del verano ha desembocado, como cada año, en una amplia oferta de actividades de formación para el profesorado que, por lo general, son englobadas en la categoría genérica de “escuelas de verano”.

Víctor Manuel Rodríguez

Aunque los propósitos y contenidos de estas actividades abarcan un sinfín de temas y movilizan a un gran número de profesionales –tanto organizadores y ponentes como asistentes-, creo que merece la pena hacer notar que no han sido pocas las propuestas que se han dirigido al cuestionamiento más profundo de los enfoques epistemológicos sobre los que descansan nuestros planteamientos educativos. Reflexionar en profundidad sobre los análisis de la realidad que subyacen en las propuestas curriculares es, para muchas personas, un imperativo. Y además, urgente. Como lo es preguntarnos de nuevo –o no dejar de preguntarnos nunca- sobre el tipo de escuela en la que queremos educar a nuestras hijas e hijos, alumnas y alumnos.

En un momento en el que a muchos nos parece que el debate educativo se escora demasiado hacia las propuestas metodológicas, organizativas y de gestión, y en el que la comunidad educativa tiende a enzarzarse en encendidas polémicas, desde mi punto de vista bastante estériles, sobre si las aportaciones que pretenden ser innovadoras y quienes las desarrollan son más bien galgos o podencos, algunas y algunos profesionales siguen cuestionándose el papel de la escuela en un mundo que cada día va dando pasos más decididos hacia la desigualdad, la xenofobia, el miedo al otro y la destrucción de la naturaleza.

La idea de una educación emancipadora, crítica, con compromiso social ha presidido muchos de los debates que han tenido lugar en estos primeros días del verano. Su necesidad parte de la constatación de que nuestras sociedades caminan sin rumbo o al menos con un rumbo profundamente equivocado y casi suicida; de que el desarrollismo a ultranza está agotando los recursos del planeta y las fuerzas de millones de personas y territorios; de que la insolidaridad y el rechazo al diferente se viste de progreso y posmodernidad; de que la hipocresía y la mentira presiden los imaginarios hegemónicos y anulan la participación real de la ciudadanía en la construcción de unos entornos más limpios, más justos, más cohesionados y, por ello, más habitables.

En estos días muchas compañeras y compañeros, docentes o no, han compartido análisis, temores y certezas y de una u otra forma se han conjurado para hacer frente a esta deriva reaccionaria. Porque también han imaginado escenarios posibles, no tan distópicos como en general nos quieren hacer ver. Han conocido iniciativas ciudadanas a las que ya cabe denominar de “resistencia”; han compartido el trabajo de movimientos sociales y personas que siguen –seguimos- pensando que otro mundo es posible y que es imprescindible trabajar para que así sea. Propuestas de auto-organización y cooperación; de cambio en los modelos de producción alimentaria; de relación con la naturaleza, con el entorno próximo o con la tecnología; propuestas de incorporación de perspectivas eco-feministas en la escuela o fuera de ella; alternativas para cambiar las formas y los contenidos del consumo o para decrecer en la esfera material sin renunciar o más bien apostando por una mayor calidad de vida…
Muchas personas queremos otra escuela y tratamos de entender o imaginar cuáles han de ser los ejes sobre los que es preciso construirla. Y en algunos encuentros muy recientes hemos hablado de ello. Veamos algunos ejemplos de aquellos en los que hemos participado.

En la 43ª Escuela de Verano de Acción Educativa, llamada “La escuela habitada: educación, ecología y justicia social”, sus promotores han planteado un encuentro en el que los profesionales, a partir de la reflexión acerca de las relaciones entre la sociedad y el resto de los elementos que conforman el ecosistema general, puedan profundizar en la investigación y el intercambio de experiencias educativas para mejorar la situación, conseguir una cultura centrada en la vida, que tenga en cuenta los límites de la Biosfera, que respete y promueva la diversidad…

ESenRED, el espacio de articulación de Escuelas hacia la Sostenibilidad  en Red, celebró su 4º Simposio en el CENEAM. Más de 100 docentes de las 14 redes de ESenRED territoriales y unos 20 técnicos y técnicas de la administración, debatieron acerca de la educación que necesitamos en la era del Antropoceno. Se compartieron experiencias, saberes y dificultades de las escuelas ante la crisis ecosocial.

El colectivo de Pedagogías Invisibles ha centrado su encuentro de 2018 en las “Pedagogías feministas”, entendiendo que nuestros contextos educativos y nuestras prácticas pedagógicas reclaman revisión y transformación para afrontar los retos contemporáneos y desarrollar prácticas que sean igualitarias e inclusivas con todas las personas que participan en cualquier espacio de aprendizaje. Han analizado cómo el feminismo, en intersección con el arte contemporáneo, puede destruir el proyecto patriarcal hegemónico del sistema educativo.

También en FUHEM hemos querido aportar nuevos argumentos al debate pedagógico. En el curso desarrollado en nuestra V Escuela de Verano, “Educación Ecosocial. Hagamos posible lo deseable”, hemos querido analizar los principales retos a los que se enfrentan las sociedades modernas, en términos de sostenibilidad, cohesión y justicia social, inclusión y participación democrática. Hemos
compartido iniciativas de transformación de la práctica educativa que puedan ser experimentadas o promovidas en otros contextos y tratado de configurar redes futuras de colaboración y apoyo mutuo.

La perspectiva de seguir trabajando en esta senda resulta muy esperanzadora. Y la posibilidad de crear redes de profesorado y otros profesionales implicados nos impulsa a continuar y nos ilusiona. Parece que, en efecto, la educación ecosocial se abre paso.

Fuente http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2018/07/12/la-educacion-ecosocial-se-abre-paso/

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La especie humana es la única que se educa en contra de su propia supervivencia

Por: Rebelión

Esta mañana se ha presentado en rueda de prensa el informe La Situación del Mundo 2017la última edición de la serie anual del Worldwatch Institute, cuya edición en castellano acaban de publicar FUHEM Ecosocial e Icaria. El informe, que lleva por título “Educación ecosocial. Cómo educar frente a la crisis ecológica”, analiza y recoge experiencias de todo el mundo sobre metodologías y contenidos educativos para impulsar un aprendizaje útil frente a la crisis ecológica actual. “No podemos pensar que la educación ambiental es enseñar las 3R: reducir, reutilizar, reciclar; eso era útil en los años 70. Ahora lo más importante es educar a líderes climáticos”, apunta Erik Assadourian, investigador senior del Worldwatch Institute y director del informe de este año.

Cómo educar frente a la crisis ecológica

“El mundo está cambiando tan rápido que pensamos que necesitábamos focalizar el informe de este año en la educación. Los humanos estamos haciendo nuestro mundo inhabitable. Hace cuatro años que deberíamos haber empezado a realizar cambios radicales hacia sociedades más sostenibles, pero ahora tenemos que pensar cómo formar a las generaciones venideras ante la imparable crisis climática”, explica Assadourian.

Para incorporar una mirada ecosocial, es decir, una perspectiva educativa con la que profundizar la democracia, la sostenibilidad y la cohesión social, el investigador estadounidense ha explicado los seis principios que son la base para una educación así: “dependencia de la Tierra, interdependencia, creatividad, aprendizaje profundo, liderazgo centrado en la Tierra y, el último, la capacitación para la vida, como algo transversal que atraviesa los otros cinco principios”.

Por qué incorporar una mirada ecosocial al contexto educativo español

Uno de los capítulos especiales que se incluye en la versión en castellano del informe, está firmado por Víctor M. Rodríguez, director del área educativa de FUHEM, y Yayo Herrero, directora general de la misma fundación y reconocida a nivel estatal por su trayectoria ecofeminista. En su análisis en la rueda de prensa, Yayo Herrero recalca la cuestión más política que atañe a la educación: “El pacto educativo es un reflejo de una determinada forma de ejercer el poder, sin preguntarse para qué mundo queremos enseñar” y añade que “los sistemas de educación son campos de batalla donde pelear la visión hegemónica, y el nuestro no está a la altura de las circunstancias”.

Además, reitera la importancia de que “un proyecto educativo tiene que estar contextualizado en el mundo en el que vivimos y el currículo escolar oficial deja fuera muchos temas: no se enseña la interdependencia con la naturaleza y el valor de las relaciones, sino que se educa en una noción de crecimiento y de tecnología que nos está llevando al suicidio, sin conectar los problemas actuales con las verdaderas causas”.

La fundación FUHEM, titular de tres centros escolares en la Comunidad de Madrid, no quiere quedarse fuera de este proceso de transformación. Por ello, ha reformulado su Proyecto Educativo, siguiendo las líneas estratégicas que ha explicado Yayo Herrero: “Estamos ahora mismo introduciendo una mirada ecosocial al currículo oficial para que el elemento central de nuestro proyecto incluya la comprensión de los límites físicos de nuestro planeta, la educación en temas de género, la visibilización de los cuidados y la distribución de la riqueza y las responsabilidades”.

En este sentido, Luis González, autor del capítulo “Alimentar otros modelos” que se incluye en la versión internacional del informe, ha aterrizado estos aspectos en iniciativas concretas como la experiencia de los comedores escolares ecológicos en los centros escolares de FUHEM, que no solo contempla la sustitución de los ingredientes por otros de origen ecológico, de temporada y de cercanía, sino que también incluye la creación de grupos de consumo para las familias y la elaboración de una guía didáctica para introducir la alimentación como vector educativo en diversas etapas y asignaturas”.

Por otra parte, González, como coordinador del proyecto educativo ecosocial en los centros escolares de FUHEM, ha explicado el proceso de adaptación del currículo escolar: “Además del blog Tiempo de Actuar donde se ofrecen recursos didácticos en relación a temáticas ecosociales que son muy útiles para el aula, llevamos un par de años diseñando un currículo que incluya estos temas y se adapte a lo estipulado por la LOMCE, y que esperamos que sea accesible para cualquier docente interesado en integrar esta mirada en su forma de educar”.

Jornadas para seguir avanzando en una educación ecosocial

Los temas del libro presentado hoy en Madrid serán el eje de las jornadas “Educación ecosocial. Cómo educar frente a la crisis ecológica y social”, organizadas por FUHEM, que se celebran el viernes 6 y el sábado 7 de octubre. En ellas se analizará el contexto educativo español y la importancia de incorporar una mirada ecosocial en este ámbito y se presentarán experiencias que se están llevando a cabo en el estado español. En las Jornadas, que se celebrarán en La Casa Encendida -con todas las entradas ya agotadas- participarán personas expertas en la temática como María Novo, Santiago Alba Rico, Heike Freire, Rafael Díaz-Salazar, Yayo Herrero y Erik Assadourian.

Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=232453

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