Redacción: El País
El menor con altas capacidades se da cuenta de su diferencia, antes que nadie. Y ya ahí, empezará un sentimiento de aislamiento que le acompañará durante el resto de su vida.
Soledad que comienza tan pronto como la conciencia de individualidad. El niño o niña superdotado se da cuenta de su diferencia, sin poder explicarla, antes que nadie. Y ya ahí, empezará un sentimiento de soledad que le acompañará, a veces con intensidad insoportable y otras más mitigado, durante el resto de su vida.
El niño pequeño conoce las letras, los números, en muchos casos sabe leer, sumar…le interesan las palabras, los cuentos, los libros, le inquieta el funcionamiento de las cosas, la muerte y la angustia de lo irreversible. Lo intenta compartir con sus compañeros de guardería o del colegio y estos le miran con extrañeza, le evitan, no le comprenden. El niño interioriza que algo pasa, que algo en él no va bien, pues no es como los demás. Si tiene que elegir entre adaptarse a jugar a lo que el resto propone, y que le aburre desorbitadamente, o aislarse y refugiarse en sus pensamientos, la mayoría de las veces, elegirá aislarse.
Las niñas, sin embargo, priorizarán ser parte del grupo, ser aceptadas socialmente, y aprenderán desde muy temprano a negarse a sí mismas, escondiendo su diferencia para mimetizarse con el grupo en un intento de construir y sostener una autoestima basada en el reconocimiento externo. Con el tiempo, esta sobreadaptación pasará su factura y un día, a fuerza de disfrazarse y fingir, ya no sabrán ni quienes son. Y en la intimidad de su vida, siguen sintiéndose profundamente solas.
La etapa escolar avanza y la soledad no disminuye. Aquellos que tienen madera de líder encontrarán una forma de mitigarla y aquellos otros, muchos, que en cambio son introvertidos, rígidos, normativos y con claros intereses fuera de su grupo de edad, se convertirán en los raros, en los niños frikis que no juegan al fútbol, ni a Fortnite, y a los que nadie invita a los cumpleaños. Es fácil reconocer la inmensa soledad que soportan, basta con mirar el patio del colegio en horas de recreo: son los solos, los que caminan sin rumbo completamente ajenos al entorno imbuidos en sus razonamientos, los que están sentados en un rincón jugando con hormigas sin matarlas, porque su nivel de empatía va más allá de todo lo imaginable, no se lo permite.
En palabras del Profesor Jim Delisle* de la Universidad Ohio: “ Lo que debería ser visto como muestras de asombro, emoción, imaginación y perspicacia, a menudo se malinterpreta como rareza, excentricidad, falta de lógica y realidades ilusorias. Tomamos las cualidades que hacen que un superdotado vea el mundo desde una posición diferente de la mayoría y tratamos de homogenizarlas en puntos de vista existenciales más comunes, más aceptables”.
Y así, la mayoría de las veces con más pena que gloria, atravesarán el desierto sin oasis de la Educación Primaria. Solos en el aula, solos fuera de ella. Solos. Los más afortunados habrán sido detectados y se les habrá explicado con mucho amor, que nada malo les pasa. Y el resto, los invisibles, los que en nada destacan tendrán que lidiar con saberse distintos sin explicación alguna y con una autoestima rota antes de poder construirla.
Y llegamos a la adolescencia. El adolescente superdotado tendrá que enfrentar todos y cada uno de los desafíos propios de esta etapa sumados a los inherentes a su condición. Es ahora más que nunca cuando la brecha entre él o ella y su grupo de edad se vuelven insoportable. El adolescente necesita construirse en el adulto que será a través de la identificación con sus iguales, sus padres ya no serán el referente más relevante y por ello, quedan en tierra de nadie. ¿Cómo hacer esa transición sin ningún espejo con el que poder reflejarse? Algunos harán infructuosos y vacuos intentos por pertenecer, imitarán un lenguaje zafio y retador, intentarán salir de fiesta y divertirse de la misma forma que el resto, incluso negarán su condición o la maldecirán. Otros optarán por esconderse en la soledad de su habitación, volcándose aún más en sus inquietudes y necesidades, resintiendo al mundo por ser cómplice de su incomprensión. Las niñas sin embargo, es en este momento cuando sus esfuerzos por no diferenciarse del grupo habrán fracasado estrepitosamente. La adolescente no solo no tiene dónde mirarse , sino que además, ni siquiera sabe quién es. La estrategia de la sobreadaptación tiene la patas muy cortas y una amplia factura.
Con heridas de guerra y una gran dosis de resiliencia llegamos al adulto superdotado, ese gran desconocido. Afortunadamente y en los últimos años comienza a generalizarse cierta sensibilidad hacia el niño o niña superdotado o con Alta Capacidad o llámale x si ninguna de las denominaciones te gusta, porque esto es lo de menos. La cuestión es que están en el dos por ciento de la población, al oeste de la campana de Gaüs y ello les confiere una mirada distinta, una manera de procesar la realidad lejos de la media, una sensibilidad inmensa y profunda producto de una configuración y funcionamiento cerebral también distinto. El superdotado no solo difiere en su potencial cognitivo, bien lo saben los padres de niños y niñas que lo son. Como lo sabe el adulto, detectado o no. Es muy frecuente, en nuestra práctica clínica, que los padres empiecen a entenderse a sí mismos, a identificar su propia sobredotación a través de la detección de alguno de sus hijos. Y ahí comienza un proceso vital de descubrimiento que en muchos casos atravesará fases parecidas a las de un duelo. El adulto superdotado siente mucha rabia por no haberlo sabido a tiempo, por haber arrastrado durante años la autopercepción de rareza, incluso ha valorado la posibilidad de estar loco. Aparecen las respuestas abriéndose paso a empujones en su historia de vida y algunos interrogantes también. Se trata de un auténtico parto vital, puesto que se impone comenzar a vivir con la constatación de saber porqué somos como somos, o como fuimos y qué hacer con ello a partir de ahora. Muchos, por no decir todos, ya se sabían diferentes, no desde un lugar de superioridad, sino contrariamente a lo que se suele pensar, más bien de inferioridad, porque lo excepcional, se asocia a lo patológico y porque las minorías nunca han estado bien vistas.
No pretendo que sea este un alegato pesimista, sino un abrazo empático al lado más doloroso de la diferencia, un reconocimiento a las madres y padres que en el día a día no solo hacen el inimaginable esfuerzo de educar a un niño de estas características, sino que además o sobre todo sufren su soledad como propia y también sobreviven como pueden a la incomprensión constante cuando no directamente la negación o la sospecha de soberbia y superioridad. Yo los conozco, yo los veo llorar y no rendirse. Yo fui una de esas niñas y ahora, madre de dos.
Fuente: https://elpais.com/elpais/2019/09/09/mamas_papas/1568015045_053133.html