Por: Sofía García-Bullé.
El ejercicio educativo tiene el potencial de ser una fuerza transformadora; puede promover la solidaridad, la justicia y la democracia, entre otros valores sociales fundamentales, pero para que esto se logre, necesita ser política.
Sin embargo, la manera tradicional en que vemos la educación aboga con fuerza en contra de esta idea, argumentando que el proceso educativo debe estar libre de intereses políticos. Este punto es sólido, pero la mayoría de las veces que decimos que la educación debe ser apolítica, lo que en realidad queremos expresar es que necesita ser apartidista.
Existe una diferencia entre liberar la educación y desligarse de los intereses de la clase política, que privarla de la conciencia social necesaria para entender el sistema bajo el cual se nos gobierna y aproximarnos a este con un sentido crítico.
La educación en tiempos de Freire
Pablo Freire, uno de los teóricos de la educación más importantes del siglo XX, tenía una manera muy peculiar de ver un ejercicio educativo aparentemente neutral. Freire sostenía que lejos de proveer a los niños y jóvenes de una educación sin prejuicio político, al evadir el tema completamente, se les negaba la oportunidad de aprender sobre los mecanismos que oprimen y mantienen a un sector específico en el poder.
“La educación sistemática refleja los intereses de quienes detentan el poder y no puede cambiarse radicalmente un sistema educativo si no se transforma el sistema global de la sociedad”.
Freire agrega que sería ingenuo pensar que las clases dominantes implementaran una filosofía educativa que les trabajara en contra. Por lo que en su lugar, la educación se convierte en el recurso para mantener el orden e implantar la idea del respeto a la autoridad.
La civilidad, el respeto y el reconocimiento de las jerarquías sociales son importantes para funcionar en cualquier tipo de sociedad pero, ¿qué pasa si solo enseñamos esto y no el sentido crítico que mantiene a estos mecanismos institucionales fieles a intereses democráticos?
Así se forman estructuras basadas en liderazgos unilaterales, que facilitan una sociedad pasiva y apática, susceptible a la instauración de una clase política insuficiente, en el mejor de los casos, o de dictaduras en el peor.
A los estudiantes hay que darles guía, pero también voz
Para Henry Giroux, crítico cultural y uno de los teóricos fundadores de la pedagogía crítica en Estados Unidos, la educación es realmente la producción de agencia. El método educativo debe habilitar narrativas que amplíen las perspectivas del estudiante para consigo mismo, su lugar en relación con otros y el mundo.
Tanto Freire como Giroux se inclinan por un enfoque educativo que sea tan democrático como buscamos que sea nuestra forma de gobernarnos.
“Cuando pones a las criaturas en fila y les dices que no pueden hablar y deben escucharte a ti como profesor, el currículum oculto que se transmite es que no tienen derecho a hablar, no tienen derecho a ser parte de la forma de educar”.
El crítico sostiene que para contrarrestar los efectos de una educación neutral desprovista de nociones políticas, es necesario empezar con cosas simples. Cambios como un acomodo del aula en el que los alumnos se sienten en círculo y no en hileras, promueve el diálogo por encima de la obediencia ciega; un sistema de evaluación que tome en cuenta las habilidades obtenidas para complementar los exámenes y los valores numéricos con los que estos se califican, podría abrir la senda a un aprendizaje activo en vez de pasivo.
Es crucial que el maestro tome un rol propositivo en vez de impositivo si se busca educar para pensar y no solamente para obedecer. La conciencia social, la responsabilidad civil y el pensamiento crítico comienzan en el aula, si se toma la tarea de cultivarla.
La educación no puede separarse de su rol social y político. Bajo este contexto, la educación puede ser muchas cosas, puede ser una herramienta para mantener el statu quo de una sociedad, una fuerza para transformarla, un ecualizador, un mecanismo de descubrimiento; pero siempre es una de estas cosas, nunca neutra.
Nuestra labor como educadores es cuestionar hacia cuál de estos espectros nos estamos inclinando y por qué. Si los estudiantes son el futuro, los docentes son los que lo moldean. Ser neutros en la manera de educar es permitir que un sistema ajeno al propósito básico de la educación decida por nosotros cómo se moldea este porvenir.