El consumismo pone en peligro la vida en la Tierra

Por: Leonardo Boff

Al considerar la historia humana constatamos que el hambre fue durante siglos un problema permanente.  Porque, a diferencia de los animales, no tenemos ningún órgano especializado que garantice nuestra  subsistencia, desde el principio surgió la urgencia de buscar lo necesario para saciar el hambre, ya fuera sacando el alimento directamente de la naturaleza o  conquistándolo mediante el trabajo.

El gran cambio se dio hace unos 10 mil años con la introducción de la agricultura de irrigación. A lo largo de los grandes ríos de Oriente Medio, de Egipto, de la India y de China se empezó a usar la irrigación para obtener más productos al tiempo que se domesticaban animales como la gallina, el cerdo, la oveja y la cabra. Se produjeron los excedentes, que eliminaban el hambre.

Simultáneamente, hay que decir, surgió la guerra, pues los ejércitos llevaban comida suficiente para enfrentarse al enemigo, como por ejemplo entre los imperios mesopotámicos y   Egipto, las potencias políticas de la época.

Todo cambió con la llegada de la era  industrial desde los siglos XVII y XVIII hasta  nuestros días. Comenzó la producción en masa con la posibilidad de atender las demandas humanas. Pero ocurre que ese desarrollo técnico-científico se realizó en el marco del capitalismo. En él se estableció  desde su inicio la división entre el propietario, dueño de tierras y medios de producción, y el trabajador, que solo poseía la fuerza de su trabajo. Esa división se fue exacerbando a lo largo del tiempo hasta el punto de que en la actualidad los dueños  de las riquezas naturales y  tecnológicas controlan el sistema económico globalizado con inmensa desventaja para los asalariados, dejando a millones y millones de personas sin acceso a los bienes fundamentales de la vida.

Esta situación se agravó  con la que fue llamada la “Gran Transformación”, con la cual una economía de mercado se transformó en una sociedad sólo de mercado. Todo se volvió  mercancía,  desde los órganos humanos, los saberes, la verdad,  las noticias etc.

La lógica capitalista es obtener lucro con todo, mediante la explotación ilimitada de los bienes y servicios de la naturaleza, a través de una feroz competición  entre todos los mercado, supuestamente libre, y una acumulación individual o corporativa que compite con el estado en la gestión de la cosa pública.

La producción procura obviamente atender demandas humanas de alimentación y  subsistencia, siempre que tal proceso sea lucrativo. La propia producción es llevada al mercado y consigue su precio en el juego de la competencia, sin cuidar los recursos naturales y la contaminación del medio ambiente (considerada una externalidad a ser resuelta por el  estado). Como se trata de generar riqueza ilimitada se empezaron a fabricar productos no necesarios para la vida, pero importantes para hacer dinero.

Así, junto con el consumo necesario, surgió el consumismo. El consumismo se caracteriza por la adquisición de bienes y servicios superfluos, no necesarios para la vida, con el objetivo de obtener ganancia económica.  Gran parte de la producción se destina a la producción de tales superfluos generando el consumismo, principalmente de las clases ricas, pero también de la propia sociedad. Para estimularlo se usa la propaganda,  imágenes que hablan, cuadros seductores, músicas, youtubes, filmes orientados para llevar a la personas a consumir tal y tal producto. No interesan los ciudadanos ni su nivel de conciencia, y menos aún  sus problemas existenciales. Interesa que sean consumidores.

El hecho es que se ha creado la cultura del capital. Gran parte de los productos (tv, automóviles, electrodomésticos, ropa, tenis e infinitas otras cosas) caen bajo la obsolescencia, están hechos para durar un tiempo limitado, obligando al consumidor a sustituirlos, comprar y consumir.

Prácticamente somos todos rehenes de la cultura del capital, obligándonos a cambiar los productos cada cierto tiempo porque se han vuelto obsoletos, como un computador, o por la absolescencia general. Sabemos de la  fuerza intrínseca de una cultura que nos entra por todos los poros y naturaliza el estilo de vida.

Qué difícil y largo es el proceso de superarla por otra. Es la cultura consumista,  que continuamente renueva y prolonga la  perpetuación del capitalismo.

Entre tanto, en los últimos años nos hemos confrontado con los límites de la Tierra. Un planeta limitado no tolera un consumismo ilimitado. Ahora ya necesitamos más de una Tierra para atender el consumo de 8 mil millones de personas y el consumismo de fasto y de lujo de las clases opulentas.

Démonos cuenta del llamado Día de la Sobrecarga de la Tierra (en inglés The Earth Overshoot Day). Cada año los organismos que estudian la sostenibilidad del planeta, nos ofrecen esos datos. La fecha identificada este año de 2023 fue el día 2 de agosto. Esto significa que en este día los bienes y servicios naturales, esenciales y renovables para nuestra existencia han visto el fondo del pozo. Lógicamente, los árboles, el aire, los suelos y las aguas están ahí. Pero todos ellos están cada vez más menguados, contaminados e insostenibles.

La Tierra, un Superente sistémico y vivo, al no darnos lo que le exigimos, responde con más calentamiento, con más eventos extremos, con más destrucción  de la biodiversidad y más virus dañinos e incluso letales.

Toda la relación  se define en la articulación entre biocapacidad y  huella ecológica. La biocapacidad es la  capacidad de la naturaleza de tener resiliencia y autoregenerarse.  La huella ecológica nos indica cuánto de biocapacidad aguanta aquella región o país. Cuanto más compleja es la región, con ciudades, población e industrias tantos más recursos naturales demanda.

En este momento,  es tan grave el aumento del calentamiento global como la rápida Sobrecarga de la Tierra. Nuestro  estilo de vida está agotando la reserva de bienes y servicios necesarios para la vida; urge mudar nuestro estilo de consumo para que sea sobrio, solidario e autolimitado. XI Jinping propuso para toda China el ideal de una “sociedad suficientemente abastecida”.

Debemos aprender a vivir con lo suficiente y decente, disminuir el consumo de energía y buscar medios de transporte alternativos y menos contaminantes.

Si no logramos este acuerdo entre todos, nuestra existencia en este planeta será miserable y puede que imposible.

*Leonardo Boff ha escrito: Sostenibilidad: qué es y qué no es, Vozes 2012.

Fuente de la información e imagen:  https://leonardoboff.org

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La positividad tóxica

Por: Javier Cortines

La positividad tóxica exige ser feliz a toda costa y vivir en un estado de optimismo total, con lo cual se niegan, se minimizan, se invalidan las auténticas experiencias emocionales del ser humano

El otro día un sobrino pintor que vive en Nueva York me habló de “la positividad tóxica” que impera en nuestra sociedad de las prisas, marcada por el individualismo, el consumismo y la victoria sobre el prójimo. Yo desconocía esa expresión, que explica muy bien “el malestar de nuestra cultura”, y le agradecí el haberme abierto una nueva puerta para ver el mundo desde otro ángulo.

Eduardo Anievas, así se llama ese bohemio que aboga por encumbrar “la empatía”, mostró su hartazgo por esas personas que te machacan continuamente con “un rollo positivo”, haciendo alarde de sus atributos, y que son incapaces de sentarse a tu lado para escuchar tus problemas, compartirlos y transmitir el calor humano que tanto se necesita en esta época en “la hay que estar bien a la fuerza” porque si no eres “un maldito pringao”.

En el curso de nuestra conversación, mediante el wasapeo, enfatizó lo importante que es pasar de la mismidad a la otredad, es decir: ponerse en la piel del vecino, para entender lo que le pasa y compartir sus pesares, lo que en muchas ocasiones “es la única medicina que ayuda a soportar las cargas y, por ende, a despejar la mente.”

¿Quién no conoce a esos tipos que te apabullan cuando lo estás pasando mal y te dan la tabarra para que sigas sus consejos y su ejemplo? “Yo antes lo pasaba peor que tú y ahora mira como estoy”, le dice un fulano a otro mostrando un rostro radiante y sano mientras su amigo “vive en un infierno” y está pensando en el suicidio. Cuando «el fracasado» baja la mirada, el otro, tras bombardearle con su «positivismo tóxico», mira el reloj y sale corriendo «porque tiene que hacer cosas muy importantes».

Le agradecí, repito, que me regalara el mojón conceptual de “la positividad tóxica”, que ha sido para mí una nueva serendipia filosófica. En uno de los enlaces que me envió hallé la ruta para encontrar varios textos que abordan el tema, entre ellos la obra “Toxic Positivity: The Dark Side of Positive Vibes” (La positividad tóxica: el lado oscuro de las vibraciones positivas) de los psicólogos/especialistas Samara Quintero y Jamie Long.

¿Qué es la positividad tóxica? Los autores consultados responden así a esta cuestión:

«Se trata de insistir (ignorando los problemas y necesidades del otro) en que hay que ser feliz a toda costa y vivir en un estado de optimismo total, con lo cual se niegan, se minimizan, se invalidan las auténticas experiencias emocionales del ser humano».

En otras palabras, “cuando reiteramos demasiado que hay que ser positivo” estamos negando el sufrimiento del otro por narcisismo, egoísmo, individualismo o simplemente “porque el sistema nos ha helado el corazón”, nos ha abotargado o nos ha encadenado al adagio, que tanto gustaba a Anna Harendt, del “burro, la noria, el palo y la zanahoria”. ¿Para qué? Para que vayamos como pollos sin cabeza en busca de la fuente de la eterna juventud, de quimeras que terminarán en la trituradora social.

Los especialistas coinciden en que “la positividad tóxica” es mala para la salud porque «Nos hace llevar una máscara que oculta nuestros verdaderos sentimientos, porque nos hace sentirnos culpables (aunque sea inconscientemente), porque se desprecia el sufrimiento de los demás engañándonos con el mantra de que estamos bien, porque nos negamos a reconocer cosas que no funcionan en nuestra vida, porque nos sentimos falsamente mejor viendo que los otros están mal, etc.»

En esta época de tanto ruido, en la que las palabras son como piedras y la fe está bajo tierra, se echa en falta “esa humanidad” que demanda “tener tiempo para el otro”. Los mercaderes están haciendo bien su trabajo y gozan metiéndonos en nichos donde los mudos gritan y los sordos predican para nos dejemos llevar a un paraíso virtual en el que acabaremos, si no despertamos, abrazados a un robot o atrapados «in perpetuum» en las redes sociales, allí donde saltan peces con anzuelos en la boca y se bebe sangre.

Nota: el cuadro que encabeza este artículo es de Eduardo Anievas.

Fuente: https://rebelion.org/la-positividad-toxica/

Fuente original:  Nilo Homérico

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