Las niñas que desafían el veto del Talibán en las escuelas secretas de Afganistán

En un desafío al gobierno de los talibanes, mujeres y niñas afganas siguen recibiendo educación en secreto.

Fundadas y en su mayor parte atendidas por mujeres, escuelas secretas han comenzado a emerger, ofreciendo clases online y presenciales a aquellas con la valentía suficiente para asistir.

En esta crónica, la periodista afgana Sana Safi de BBC nos lleva al interior de varias escuelas secretas y también de los corazones y las mentes de mujeres que, pese a los riesgos, se resisten a que se les niegue una educación.

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«Siento que estoy robando una educación. Estoy robando una vida».

Las inquietantes palabras de una adolescente en Afganistán resuenan en el aire cuando me siento frente a la computadora en mi departamento de Londres, conectada a un mundo clandestino escondido tras el velo del secreto.

«¿Puedes ponerte en la parte de atrás para que pueda ver toda la clase?», pregunto a la joven que sostiene un portátil y que entonces desplaza su cámara a lo largo de la estancia para que yo la pueda ver.

Me muestra una clase completa de al menos 30 mujeres jóvenes. Están sentadas en fila, todas vestidas de negro, excepto por sus pañuelos blancos o estampados que les cubren la cabeza.

Su profesora, también vestida de negro por completo, está de pie junto a una pizarra. Por sus trazos, deduzco que es una clase de biología.

A medida que el suave murmullo de la charla en el aula inunda el espacio virtual, se despliega ante mis ojos una realidad oculta.

No solo soy testigo de de esta clase secreta en un lugar no revelado en Afganistán, sino de un acto de desafío contra los gobernantes talibanes, que desde hace un año y medio prohíben la educación secundaria y universitaria para mujeres y niñas.

Mi «montaña rusa»

Mi viaje al mundo oculto de las escuelas secretas de Afganistán ha sido como una montaña rusa de sentimientos.

Al conectarme en una ventana digital a las vidas de estas educadoras y estudiantes recuerdo mi propio pasado en Kandahar, en el sur del país.

Clase clandestina en Afganistán

FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES / SANDRA CALLIGARO

Pie de foto,Las clases tienen lugar en aulas ocultas para evitar que las autoridades las cierren.

Nací en Afganistán y cuando era niña también tuve que asistir a la escuela en secreto.

Al hablar con la maestra, los recuerdos oscuros y difíciles me abruman por momentos. Hasta que finalmente logro preguntarle: ¿cuánto tiempo lleva trabajando en la escuela?

«He estado aquí como profesora durante seis meses», responde.

Pero siempre con miedo.

«Mi hermano suele decir, ‘por favor, deja la escuela’. Aunque nadie lo sabe, le preocupa que algún día lleguen los talibanes. Pero fueron mis padres quienes me convencieron de quedarme y enseñar a mis hermanas. Porque comparto su dolor. Mi universidad también la cerraron, así que quiero ayudar a las niñas de aquí a estudiar».

En el aula se observan marcos de ventanas de madera tradicionales y cuadros en las paredes. Parece estar llena de vida, lo que contrasta con mis propios recuerdos de mediados de la década de 1990.

Rechazada a las puertas de la escuela

En aquel tiempo, cuando los talibanes llegaron al poder tras una brutal guerra civil, de la noche a la mañana se despojó de la educación a todas las mujeres y niñas.

Mientras viva, nunca olvidaré el primer día que intenté ir a la escuela bajo el régimen talibán.

Con solo siete años, una mujer me recibió y me dijo: «ninguna niña o mujer puede venir a la escuela».

Yo llevaba un uniforme negro hecho por mi madre con un cinturón amarillo bordado, que tampoco estaba permitido.

Recuerdo haber sentido una gran decepción cuando la mujer me prohibió entrar, porque estaba muy emocionada con mi uniforme.

Mis padres, entonces, comenzaron a buscar una escuela secreta.

Dieron con una pareja de esposos que había convertido su casa en varias aulas.

Todas las mañanas mi madre me llevaba al mercado de hortalizas para luego desaparecer por la parte de atrás y entrar en la escuela secreta hecha de barro. Aprendimos a leer y a escribir con los libros que consiguieron.

Pero los esfuerzos de aquella pareja fueron, por desgracia, efímeros.

Cuando los talibanes se enteraron, asaltaron nuestra escuela y encarcelaron por 15 días a mis maestros, quienes, tras ser liberados, huyeron de Afganistán.

Cinco años más tarde, cuando las fuerzas estadounidenses y aliadas derrocaron el régimen talibán por los ataques del 11 de septiembre, yo estaba entre los millones de adolescentes que reclamamos nuestro derecho a la educación.

Pero cuando los talibanes regresaron al poder en agosto de 2021, una vez más se coartó el acceso de mujeres y niñas a los centros educativos.

Ahora las niñas pueden asistir a escuelas primarias, pero la educación secundaria las universidades les están vedadas.

Este cruel giro del destino ha erosionado el potencial de estas jóvenes y dejado sus sueños pendiendo de un hilo.

Mujeres afganas estudiando en un aula clandestina

FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES / SANDRA CALLIGARO

Pie de foto,Para las mujeres en Afganistán, estudiar es una actividad ilícita que conlleva riesgos.

En el núcleo de las redes de escuelas secretas de Afganistán hay intrépidas educadoras que se ven obligados a trabajar en la sombra.

Como Pashtana Durrani una activista que, desde que entró en vigor la prohibición más reciente, ha liderado la creación de muchas de las nuevas escuelas clandestinas del país.

Su organización paraguas, Learn Afghanistan, tiene hoy 230 estudiantes, todas mayores de 12 años.

“Poder decidir mi destino”

El riesgo para todos los involucrados, confiesa, es enorme. Pero cree que dejar de hacerlo simplemente no es una opción.

«Si no hubiera recibido mi educación, me habrían casado. Mi hermana estaría casada. Mi hermano estaría trabajando en alguna parte pese a ser menor. Pero, gracias a mi educación, me convertí en la matriarca de mi familia y eso me dio poder sobre mi destino», afirma.

Veo cómo los esfuerzos de Pashtana dan fruto a través de la pantalla de mi portátil cuando sus alumnas me hablan en un inglés impecable. Me dicen que estudian de todo, desde biología, química, física y filosofía hasta materias más prácticas como diseño gráfico.

Varias mujeres jóvenes describen sus ambiciones de convertirse en diplomáticas, médicas e ingenieras.

Mientras las escucho, recuerdo los desafíos que implican estos esfuerzos. El miedo a ser descubiertas y el cierre de las escuelas son unas amenazas constantes. Pero más fuerte aún es la determinación de estas jóvenes de aprender y crecer.

La posición oficial de los talibanes sobre la nueva prohibición de la educación es que no se trata de algo permanente.

Dicen que están trabajando para crear un «ambiente seguro» e introducir «los cambios necesarios en el plan de estudios». Pero aún queda saber qué significa eso o cuándo, en todo caso, se levantará la prohibición.

Este viaje virtual me ha dejado una mezcla de emociones: esperanza, frustración, admiración y tristeza.

La lucha por la educación de las niñas en Afganistán está lejos de lograr sus objetivos, pero la determinación de estas personas es un faro de esperanza.

Como me dijo una alumna: «seguiremos resistiendo. Tal vez algún día veamos la luz al final del túnel».

Fuente: https://www.bbc.com/mundo/articles/c0304z0995no
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Las escuelas clandestinas a un año de la pandemia

Los retrocesos generalizados de escuelas burbujas y metodologías para un regreso escolar seguro, obligan a tomar medidas radicales.

La educación en línea se volvió un recurso invaluable para la continuación de la labor docente alrededor del mundo, hemos publicado extensamente sobre el rol de la enseñanza a distancia en tiempos de pandemia, pero para muchas familias y maestros no ha sido la única opción para proseguir con la formación de niños y jóvenes. Cuando son viables, las escuelas clandestinas han sido alternativas radicales pero útiles, para que los alumnos no solo no pierdan clases sino que sigan ejercitando las habilidades sociales que se desarrollan en un contexto presencial.

Las escuelas clandestinas son espacios creados de manera provisional en casa. Se conforman de grupos pequeños. Familias y maestros organizan contenidos y horarios propios tratando de seguir lo más cercanamente posible el plan que tendría la secretaría de educación de su localidad si tuvieran clases presenciales. También definen el grado académico a impartir de acuerdo a la edad de los alumnos y el año que estarían cursando.

¿Por qué son necesarias?

Desde que inició la pandemia, gobiernos de distintos países han intentado aplicar protocolos que permitan una continuación de la educación presencial. Estas son las escuelas burbuja. Argentina, por ejemplo, implementó este esquema de escuela burbuja desde octubre del año pasado en las instalaciones oficiales y con aprobación del gobierno.

Se impusieron medidas estrictas para llevar a cabo este retorno controlado. Las clases debían de ser de dos horas y en tanda, realizarse al aire libre, los grupos en sesión no debían exceder el máximo de 10 alumnos y la periodicidad debía ser de una vez por semana o quincena, dependiendo de la escuela. Estas iniciativas fueron efectivas por un tiempo, pero su propósito de ser el primer escalón de un regreso general a clases se vio truncado por un rebrote que generó cifras de 304 casos de COVID-19.

Inglaterra, por otro lado, está por suspender las escuelas burbuja por completo debido a un repunte de diagnósticos positivos de COVID-19. The Guardian reportó que estas instancias de educación aisladas brindaban servicio a 640 mil alumnos. Pareciera que los esfuerzos de reabrir las escuelas, aún con capacidad limitada y medidas de seguridad, funciona por períodos breves, pero se vuelve insostenible apenas la población general se encuentra cerca de un rebrote. Sin vías a una solución definitiva con respecto a la viabilidad de la educación presencial, padres de familia y maestros se ven orillados a generar nodos didácticos independientes que son las escuelas clandestinas.

¿Por qué no son sustituto de la educación formal?

Por la naturaleza independiente de las escuelas clandestinas, ha sido difícil establecer una política uniforme con respecto a estos esfuerzos comunitarios. Considerando que son familias y personal docente quienes están a cargo, no suelen contar con registro en las dependencias de educación de su región, como es el caso de México, donde las clases siguen sin reanudarse y algunas escuelas preescolares han tenido que registrarse como instancias infantiles para poder regresar de manera no oficial, los demás niveles de educación básica y media siguen suspendidos.

Sin validación reglamentaria, estas instancias educativas si bien son opción para crear una ilusión de normalidad y sí generan aprendizajes, no producen grados académicos. Sin embargo, la razón principal por la que persisten podría no ser su capacidad de impartir enseñanza académica sino, como se mencionó anteriormente, habilitar a los niños a ejercitar la socialización.

De acuerdo a expertos en psicología, no se puede subestimar el valor de las habilidades sociales dentro de la experiencia escolar. Sostienen que son enseñanzas tan importantes como las académicas y que los niños necesitan para aprender a convivir, compartir con otros, comunicarse asertivamente, ejercer la tolerancia, la empatía y otras facultades fundamentales para su desarrollo psicológico y gestión de su salud mental.

Es así como se desenvuelve el dilema más complicado que enmarca la situación actual con respecto a la educación, porque si bien las escuelas clandestinas no son sustituto de la educación formal, la educación en línea tampoco es sustituto para la educación presencial en términos de socialización y medio para procurar el contacto y actividades que los niños necesitan para una formación completa.

Durante el tiempo en que nos vayamos acercando a una oportunidad real para un regreso a clases seguro, las escuelas clandestinas van a seguir surgiendo en las esferas sociales que sean capaces de sostenerlas, especialmente en tiempos de rebrotes que obligan a los recintos oficiales a cerrar sus puertas.

¿Cuál es tu opinión acerca de las escuelas clandestinas? ¿Piensas que dada la situación actual de la oferta educativa son necesarias? Cuéntanos en los comentarios.

Fuente: https://observatorio.tec.mx/edu-news/escuelas-clandestinas
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Las escuelas clandestinas a un año de la pandemia

Por: Sofía García-Bullé

Los retrocesos generalizados de escuelas burbujas y metodologías para un regreso escolar seguro, obligan a tomar medidas radicales.

La educación en línea se volvió un recurso invaluable para la continuación de la labor docente alrededor del mundo, hemos publicado extensamente sobre el rol de la enseñanza a distancia en tiempos de pandemia, pero para muchas familias y maestros no ha sido la única opción para proseguir con la formación de niños y jóvenes. Cuando son viables, las escuelas clandestinas han sido alternativas radicales pero útiles, para que los alumnos no solo no pierdan clases sino que sigan ejercitando las habilidades sociales que se desarrollan en un contexto presencial.

Las escuelas clandestinas son espacios creados de manera provisional en casa. Se conforman de grupos pequeños. Familias y maestros organizan contenidos y horarios propios tratando de seguir lo más cercanamente posible el plan que tendría la secretaría de educación de su localidad si tuvieran clases presenciales. También definen el grado académico a impartir de acuerdo a la edad de los alumnos y el año que estarían cursando.

¿Por qué son necesarias?

Desde que inició la pandemia, gobiernos de distintos países han intentado aplicar protocolos que permitan una continuación de la educación presencial. Estas son las escuelas burbuja. Argentina, por ejemplo, implementó este esquema de escuela burbuja desde octubre del año pasado en las instalaciones oficiales y con aprobación del gobierno.

Se impusieron medidas estrictas para llevar a cabo este retorno controlado. Las clases debían de ser de dos horas y en tanda, realizarse al aire libre, los grupos en sesión no debían exceder el máximo de 10 alumnos y la periodicidad debía ser de una vez por semana o quincena, dependiendo de la escuela. Estas iniciativas fueron efectivas por un tiempo, pero su propósito de ser el primer escalón de un regreso general a clases se vio truncado por un rebrote que generó cifras de 304 casos de COVID-19.

Inglaterra, por otro lado, está por suspender las escuelas burbuja por completo debido a un repunte de diagnósticos positivos de COVID-19. The Guardian reportó que estas instancias de educación aisladas brindaban servicio a 640 mil alumnos. Pareciera que los esfuerzos de reabrir las escuelas, aún con capacidad limitada y medidas de seguridad, funciona por períodos breves, pero se vuelve insostenible apenas la población general se encuentra cerca de un rebrote. Sin vías a una solución definitiva con respecto a la viabilidad de la educación presencial, padres de familia y maestros se ven orillados a generar nodos didácticos independientes que son las escuelas clandestinas.

¿Por qué no son sustituto de la educación formal?

Por la naturaleza independiente de las escuelas clandestinas, ha sido difícil establecer una política uniforme con respecto a estos esfuerzos comunitarios. Considerando que son familias y personal docente quienes están a cargo, no suelen contar con registro en las dependencias de educación de su región, como es el caso de México, donde las clases siguen sin reanudarse y algunas escuelas preescolares han tenido que registrarse como instancias infantiles para poder regresar de manera no oficial, los demás niveles de educación básica y media siguen suspendidos.

Sin validación reglamentaria, estas instancias educativas si bien son opción para crear una ilusión de normalidad y sí generan aprendizajes, no producen grados académicos. Sin embargo, la razón principal por la que persisten podría no ser su capacidad de impartir enseñanza académica sino, como se mencionó anteriormente, habilitar a los niños a ejercitar la socialización.

De acuerdo a expertos en psicología, no se puede subestimar el valor de las habilidades sociales dentro de la experiencia escolar. Sostienen que son enseñanzas tan importantes como las académicas y que los niños necesitan para aprender a convivir, compartir con otros, comunicarse asertivamente, ejercer la tolerancia, la empatía y otras facultades fundamentales para su desarrollo psicológico y gestión de su salud mental.

Es así como se desenvuelve el dilema más complicado que enmarca la situación actual con respecto a la educación, porque si bien las escuelas clandestinas no son sustituto de la educación formal, la educación en línea tampoco es sustituto para la educación presencial en términos de socialización y medio para procurar el contacto y actividades que los niños necesitan para una formación completa.

Durante el tiempo en que nos vayamos acercando a una oportunidad real para un regreso a clases seguro, las escuelas clandestinas van a seguir surgiendo en las esferas sociales que sean capaces de sostenerlas, especialmente en tiempos de rebrotes que obligan a los recintos oficiales a cerrar sus puertas.

¿Cuál es tu opinión acerca de las escuelas clandestinas? ¿Piensas que dada la situación actual de la oferta educativa son necesarias? Cuéntanos en los comentarios.

Fuente de la información e imagen: https://observatorio.tec.mx

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Ecador: Escuelas clandestinas, el último recurso de los que no tienen nada

En las zonas más necesitadas de Guayaquil, en Ecuador, proliferan las clases presenciales improvisadas en patios y descampados, con adolescentes que hacen las veces de maestros para que los estudiantes con mayor riesgo de exclusión no pierdan el curso.

Un gran árbol cubre con su sombra de más de 10 metros tres mesas de contrachapado y hierro desgastadas y desconchadas en medio de un descampado. Donde hoy reciben clase 15 niños, antes había un vertedero de basura. “Envié un oficio al municipio para que vinieran a limpiar”, resuelve con una normalidad y soltura impropia de su edad Dennisse Toala. Tiene 17 años y acaba de terminar Bachillerato.

Es una de las profesoras que improvisó clases en una de las zonas más inhóspitas y descuidadas de la ciudad ecuatoriana de Guayaquil, a la que no llega ni el agua ni la luz: Monte Sinaí.

Ese espacio al aire libre en el que los niños repasan las vocales y los números es el punto más remoto de ese sector de asentamientos irregulares. Antes de llegar, las calles asfaltadas de la ciudad se convierten en vías con un cemento precario que luego pasan a ser caminos de piedra y polvo y, justo al acabarse la ruta, un barrizal arcilloso.

Pero ahí, hay un rayo de oportunidad para que los estudiantes con mayor riesgo de exclusión no pierdan el curso. Sin internet, es imposible que sigan las clases oficiales virtuales que impuso Ecuador cuando comenzó la pandemia de covid-19 hace un año.

Liam y Gael son dos gemelos de tres años. Saltan a la rayuela mientras cuentan los números. Los otros niños de su nivel esperan el turno. No se pelean. Sonríen. Es improbable que, por su edad, sean conscientes de la importancia de la labor que un día asumió la joven graduada sin que nadie se lo pidiera. Gracias a ella, todos los alumnos que han pasado por sus clases han aprobado el curso y, si comienza un nuevo año lectivo en mayo de forma presencial, no habrán quedado atrás.

Una evaluación oficial, tras entregar el portafolio de deberes completo de cada alumno a su escuela, avala los diez meses que han recibido asignaturas, rodeados de tierra y monte verde. “Yo, en realidad, quiero ser fisioterapeuta”, cuenta Toala.

―¿Con lo que has conseguido aquí no has pensado en ser profesora?

―No, no es algo que me motive tanto. Si no me llama la atención, no lo voy a hacer bien, ―responde, vestida aún con el pantalón corto de su uniforme colegial deportivo. ―Lo hago ahora porque me entusiasma estar ayudando y cubrir esta necesidad. El lema es aprender para enseñar y cada niño enseña a sus hermanos y hasta a sus padres, ―razona con el aplomo de un adulto y el cuerpo de una adolescente. Hace una semana organizó una fiesta de graduación que daba inicio a las vacaciones.

Cuatro alumnos hacen sus deberes al aire libre en una de las clases que se imparten de manera informal en Monte Sinaí, uno de los barrios más pobres de Guayaquil. Pulse en la imagen para ver la fotogalería completa.
Cuatro alumnos hacen sus deberes al aire libre en una de las clases que se imparten de manera informal en Monte Sinaí, uno de los barrios más pobres de Guayaquil. Pulse en la imagen para ver la fotogalería completa. MIGUEL CANALES LEON

El próximo curso empieza el 7 de mayo en la región Costa del país andino, pero no hay certeza de que se puedan retomar las clases presenciales. En la región Sierra y en la Amazonía, el curso arrancó en septiembre; en marzo, las autoridades ecuatorianas permitieron que 77 escuelas recuperasen la educación presencial como parte de un plan piloto al que Guayaquil, de momento, ha renunciado.

Mientras, Ecuador, que acaba de recibir el primer lote de vacunas AstraZeneca de la iniciativa Covax, mantiene el aumento de contagios de coronavirus: el país acumula 307.000 casos confirmados y 16.333 fallecidos por el virus desde el inicio de la pandemia, con una media diaria de más de 1.300 nuevos enfermos en los últimos siete días.

Ni Liam, ni Gael, ni Sebastián ni los otros chicos y chicas de hasta 15 años que han repasado lecciones con la profesora Toala están hoy en las descorazonadoras estadísticas de deserción escolar que acaba de presentar Unicef en Ecuador. Más de 90.000 niños —de 4,4 millones— han dejado sus estudios por las dificultades de seguir clases virtuales, y el 61,2% reconoce que este año ha aprendido menos.

Unos no tienen internet en su casa o deben compartirlo con sus hermanos; otros no tienen un ordenador o una tableta electrónica; otros, como muchos de los que viven en Monte Sinaí, no tienen ni mesas en sus casas. Solo dos de cada 10 alumnos ecuatorianos poseen equipos electrónicos de uso personal. “Hice una especie de evaluación previa a todos los niños para ver si presentaban dificultades en alguna asignatura.

Había una niña de siete años que no sabía ni las vocales ni los colores. Con ella, repasamos todo el abecedario. Sus padres no saben leer y no podían ayudarla”.

El empeño de la improvisada profesora le llevó a aprender kwicha para que el avispado de Sebastián pudiera avanzar en su escuela intercultural. “Alli puncha”, saluda. “Eso es buenos días”. Los demás están tan entretenidos, pese a que solo están para reforzar materias, que ni se distraen con la presencia extraña de los periodistas.

Un gran árbol cubre con su sombra de más de 10 metros tres mesas de contrachapado y hierro desgastadas y desconchadas en medio de un descampado. Donde hoy reciben clase 15 niños, antes había un vertedero de basura. Pulse en la imagen para ver la fotogalería completa.
Un gran árbol cubre con su sombra de más de 10 metros tres mesas de contrachapado y hierro desgastadas y desconchadas en medio de un descampado. Donde hoy reciben clase 15 niños, antes había un vertedero de basura. Pulse en la imagen para ver la fotogalería completa. MIGUEL CANALES LEON

Hay tres mesas. Una para cada nivel. Los de primaria en una. Los más pequeños pintan y los otros pasan fichas plastificadas con números y letras. Los de secundaria, en otra, escriben en un cuaderno lo que han desayunado y recuerdan la composición de la pirámide de alimentos. Los mayores se enredan en multiplicaciones y potencias. No hay ni un padre alrededor. No necesitan que les vigilen.

“Empecé en mayo en el patio de mi casa con mis sobrinos y luego nos vinimos bajo el árbol. Los otros niños se acercaban y decían que querían pertenecer, pero yo les decía que no era una escuela”. En noviembre, cuenta, apareció personal del Municipio de Guayaquil. ¿Tuviste algún problema por dar clases presenciales a todos juntos estando en pandemia? “No, todos usan mascarilla y nos ponemos alcohol en las manos. Vinieron a ayudarnos. Enviaron a dos docentes que dedicaban media hora al día a cada niño por separado”.

Lo mismo ocurrió con las clases improvisadas que daba Nicole Rosero, también en Monte Sinaí, pero ladera abajo. Un par de profesores, enviados por las autoridades municipales, impartían clases y llevaron material escolar. “Les prometieron a los niños que les iban a entregar tabletas, pero les dejaron desilusionados. A mí me dieron un ordenador portátil, pero era de segunda mano y enseguida se dañó. No lo utilicé”.

Ella tiene 19 años y lleva dos intentando entrar en la universidad. Busca trabajo, pero “está difícil”. Ha empezado un curso de Educación Infantil para ver si hay más opciones. Ni Toala, ni Rosero, ni Rubí Vallejo, otra joven comprometida con la educación de los más desfavorecidos, han cobrado nada por tantos meses de dedicación. “Hay padres que me ofrecieron algo, aunque yo nunca lo acepté; sé que aquí hay pan para el desayuno, pero no para la cena”, resume Toala.

Más de 90.000 niños —de 4,4 millones— han dejado sus estudios en Ecuador por las dificultades de seguir clases virtuales

Vallejo vive en la otra punta de Guayaquil. Con condiciones similares. Una zona de viviendas de caña y láminas de chapa que creció en un terreno lodoso de forma irregular frente a la cárcel más grande de Guayaquil. Hace escasas dos semanas, tuvo que interrumpir las clases por los violentos amotinamientos en tres prisiones de Ecuador que se saldaron con 81 muertos. “Como estamos tan cerca de la prisión, los inhibidores de señal hacen que tengamos una cobertura muy mala. Se interrumpe a cada rato”.

Entre sus alumnos, hay niños con necesidades especiales. Uno no sabe aún hablar bien a sus siete años. Pero él interrumpe sonriente cuando la miss (señorita) hace preguntas sobre geografía. “¿Cuál es la capital de Ecuador?”, pregunta en medio de una de las sesiones con una veintena de alumnos apilados en sillas de plástico. Nadie responde. La timidez de la cámara de fotos les cohíbe. El más resuelto dispara desde la fila de atrás: “Quito”. Pasa al pizarrón, que es en realidad una cartulina con el rótulo “Luceritos del Vivir” por el nombre del grupo que han formado. “¿Y la de Colombia?”, le requiere Vallejo. Se queda en blanco y todos se ríen cómplices, con las fichas aún en blanco que les han repartido al inicio de la clase. A ese sector no ha llegado ninguna ayuda oficial, reprocha la maestra. Ni profesores de refuerzo ni atención social. Pero todos los estudiantes van a clase peinados y vestidos como si una pandemia no les hubiera aislado del resto de chicos de su edad.

Fuente: https://elpais.com/planeta-futuro/2021-03-25/escuelas-clandestinas-el-ultimo-recurso-de-los-que-no-tienen-nada.html

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«Los sistemas educativos de Europa y Estados Unidos se caen a pedazos» Galicia

Entrevista a Sakena Yacoobi

Nominada al Nobel de la Paz, la directora ejecutiva del Afghan Institute of Learning cree que la educación es la clave para terminar con todas las guerras.

Tuvo suerte. Su padre creía en que todos sus hijos debían ser iguales. Así que la doctora Sakena Yacoobi, nacida en Herat, estudió. Y después fue refugiada en Estados Unidos, donde siguió estudiando. Consiguió que su familia, que terminó en un campo de refugiados cuando la paz en Afganistán saltó por los aires, también se trasladase a América. Pero ella, educada, con una buena posición económica y social, decidió volver para hacer algo por los suyos. Y fundó el Afghan Institute of Learning (AIOL), una organización que desde los 90 trabaja para ofrecer educación a las mujeres y niños. Ahora trabaja en crear una universidad para mujeres. Ayer estuvo en Santiago para participar en Spin2016, la mayor cita de emprendimiento universitario.

-En pleno auge de los talibanes usted fundó decenas de escuelas clandestinas para mujeres y se enfrentó a ellos, así como a 19 jóvenes armados en la carretera. ¿Nunca se arrepiente?

-Absolutamente, no. Nunca. No solo era mi vida la que estaba en juego. Había otras tres mujeres conmigo y ellas tienen familia. Lo que pensé fue que si no me bajaba de aquel coche iban a disparar a todo el mundo y eran mi responsabilidad, trabajan para mí. Así que no lo dudé ni un segundo. Salí del coche. Estaba temblando, pero me bajé igual. Y cuando volví a subir estaba casi muerta, no podía hablar. Lo hice y punto. Pero no me arrepiento.

-¿Por qué la educación es tan importante como para correr ese tipo de riesgos?

-Porque hoy en día todo el mundo tiene problemas. La guerra está en todas partes. Y de verdad creo que la educación es la clave para hacer que la gente se dé cuenta de que la solución a cualquier problema no es la guerra, es que la gente se siente alrededor de una mesa, hable, negocie y se quiera y confíen unos en otros.

La gente lucha porque hay pobreza, y eso es injusto.-¿Se puede cambiar?
-Dios creó a todas las personas iguales y eso es algo que dicen todas las religiones. Para entender esto, que es la base, uno debe estudiar y educarse. Alguien me preguntaba hoy qué tipo de educación. Educación de calidad. Y la educación de calidad es enseñar valores, responsabilidad, transparencia, amor y justicia. Eso es lo que hacemos, y toda la gente que se acerca a AIOL, que es mucha, porque hemos alcanzado los 13,5 millones, te juro que es distinta a como era cuando llegó. Es un trabajo muy duro, pero veo el cambio, que llega con la educación. Y me cambió a mí, porque era una refugiada en Estados Unidos que había perdido su dignidad y su autoestima. Pero trabajé duro.

Hay riqueza suficiente en el mundo para que nadie tenga que pasar hambre, pero mucha gente se vuelve codiciosa y tiene su título solo para tener un certificado y creerse mejor que el resto. Si lo obtuviésemos para mejorar el mundo, podríamos vivir en paz.-¿Cómo se ve la situación de los refugiados sirios desde la perspectiva de otra refugiada? -Los refugiados no vienen porque sí, vienen porque están sufriendo. En vez de gastar millones y millones en los campos, hay que gastarlo en el país de origen para intentar solucionar el problema. En el caso de que los refugiados ya estén aquí, hay que integrarlos en un programa desde el momento en el que llegan. Un programa que les enseñe la lengua del país de asilo, su cultura, sus leyes. Pero hay que aprender también sobre su cultura, sobre quiénes son, porque no pueden cambiar lo que son de la noche a la mañana, y eso hay que respetarlo. Y también entender que son un activo para el país, que si obtienen educación serán un activo para el país de asilo.-Habla de educar a los refugiados.

¿Qué hacemos mal en la educación europea para que haya racismo y xenofobia?

-En Europa y en los Estados Unidos hay mucha gente joven que tiene educación pero no un trabajo, y están frustrados porque quieren tener una vida mejor. Creo que los sistemas educativos de la mayoría de estos países se caen a pedazos, es hora de cambiarlos. El mundo cambia, las tecnologías cambian… La educación debe cambiar y hay que enseñar destrezas, enseñar cosas prácticas, lo que necesita el país.

-¿Qué opina de la islamofobia?

-No hay que juzgar el islam solo por unos pocos. Hay que tener la mente abierta y además hay que recordar que Afganistán es hoy el país más pobre del mundo y que su pueblo está cansado y quiere vivir en paz. Están preparados para aprender y tenemos que ayudarlos.

Fuente: http://www.lavozdegalicia.es/noticia/sociedad/2016/09/30/sistemas-educativos-europa-estados-unidos-caen-pedazos/0003_201609G30P30992.htm

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