Por: Elena Poniatowska
El cuerpo de Julio César Mondragón fue abandonado en una calle de Iguala y quienes lo torturaron querían que su mensaje no pasara inadvertido; esto se ve desde el momento en que alguien –no se sabe quién– tomó la fotografía que circuló en las redes sociales. Así es como Marisa Mendoza se enteró de que el cuerpo expuesto era el de su marido y el padre de su hija Melisa, quien acababa de cumplir dos meses.
Diana del Ángel acompañó a la familia Mondragón y a la abogada Sayuri Herrera durante más de dos años en un largo proceso que culminó con la exhumación del cuerpo del estudiante normalista de Ayotzinapa. Durante todo este tiempo, Diana no dejó de escribir en una libreta todo lo que veía y sentía. Testigo de la burocracia gubernamental y jurídica, se indignó con la forma descarada con la que la ley entorpece la búsqueda de la verdad.
El peregrinar de la autora junto a los protagonistas de esta tragedia empezó un 2 de noviembre de 2014 con la ofrenda del Día de Muertos que Afrodita Mondragón, mamá de Julio, pone en su casa. La descripción de la ofrenda en una fecha tan significativa para los mexicanos es el punto de partida del dolor de la madre, la esposa, el hermano y los tíos de Julio (también normalistas). Los panes, la fruta, los dulces, las veladoras y la cera nueva
que dejan los vecinos frente al altar alimentan la pesadilla que significa ser joven, ser pobre, ser indígena y ser estudiante normalista en México.
¿Por qué tanto odio a los normalistas?
El paisaje de fondo de estas páginas que jamás debieron escribirse nos golpea, porque en un país normal
esta joven ensayista estaría dedicada al estudio de la poesía de César Vallejo, Jaime Sabines y Carlos Pellicer, o a la poesía y la prosa de Rosario Castellanos, de Juan Rulfo, José Revueltas o Juan Villoro o José Emilio Pacheco o a las crónicas de Monsiváis o Fabrizio Mejía Madrid, en lugar de descender al abismo para documentar nada menos que un desollamiento, que en cualquier país del mundo –si es que se practica– es sinónimo de locura, de barbarie, de salvajismo y de monstruosidad.
Miro el rostro de la niña Diana del Ángel y me pregunto en qué país vivo, en qué país una niña como ella se pone a investigar una muerte y a acompañar a una familia entera en el estado de Guerrero en vez de vivir sus años de estudiante a la sombra de ahuejotes, árboles de chirimoyas, guanábanas y naranjos. ¿Qué país es este, señoras y señores, diputados y senadores, para que una niña tenga que sentarse a escribir no sólo sobre el asesinato, sino del desollamiento?
¿Por qué nadie la llevó a la playa? ¿Por qué nadie le cortó buganvilias? ¿Quién le dijo: Siéntate y acuchíllate y escribe sobre este suceso atroz que finalmente nos concierne a todos?
¿Qué diría Elena Garro, quien pasó toda su infancia en Iguala subida en los árboles frutales de la casa paterna jugando con su hermana Devaki al enterarse de que 60 años más tarde en vez de escribir una ronda de limón partido, dame un abrazo que yo te pido, Diana intentaría explicarse el significado de la muerte sin rostro del normalista Julio César Mondragón?
Diana del Ángel es una joven poeta, ensayista y defensora de derechos humanos, ganadora de la Primera Residencia de Creación Literaria Ventura/Almadía en Oaxaca gracias a la cual pudo terminar Procesos de la noche, libro que impacta y conmueve profundamente al ver reflejadas en sus páginas la impotencia, la angustia y las tramposas peripecias jurídicas que tuvieron que sufrir los familiares y la abogada de Julio César Mondragón, torturado y asesinado el 26 de septiembre de 2014 en Iguala, Guerrero, en una de las noches más negras de nuestra reciente historia, cuando 43 normalistas de Ayotzinapa desaparecieron y otros nueve fueron asesinados.
La palabra desollado
–escribe Diana– aparece 183 veces en 134 documentos históricos “según el corpus diacrónico del español”. Procesos de la noche se suma a esa cifra porque se vincula inevitablemente al destino de Julio César Mondragón.
Las palabras ligadas a Julio Mondragón que Diana del Ángel consigna en su texto son desollado
, tortura
, víctima
, inhumar
y exhumar
. Son tan horrendas que hacen que uno se pregunte si quizás en algunos años reinhumar
no sea el triste aporte de México a la Real Academia de la Lengua como ya lo fue feminicidio
. Porque en estas tres palabras (inhumar-exhumar-reinhumar) se sostienen las casi 200 páginas de un libro que combina crónica y ensayo en una apuesta a la memoria y a la solidaridad.
Si hay algo que salta a la vista es la inmensa solidaridad de la autora con la víctima. A lo largo de su relato, Diana la ensayista intercala testimonios de amigos, compañeros y familiares en un intento por reconstruir
el rostro de Julio César Mondragón.
El 17 de agosto de 2015 se inicia el trámite en el Primer Juzgado del Tribunal Superior de Justicia de Iguala para pedir la exhumación del cuerpo y que en la necropsia intervenga el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF). Luego vendrán la Procuraduría Judicial de Guerrero, el Servicio Médico Forense de Iguala, el Museo Tecnológico de la Comisión Nacional de Electricidad (segunda reunión de la Presidencia de la República con familiares), el Salón Presidentes del Tribunal Superior de Justicia del Estado de México, el Registro Nacional de Víctimas en la colonia del Valle, el Panteón de San Miguel Tecomatlán, estado de México, la Coordinación de Servicios Periciales de la Procuraduría General de la República (PGR) en Ciudad de México, Jalapa, Veracruz…
Una vez que se logra la exhumación del cuerpo de Julio tanto los peritos argentinos como los designados por la PGR coinciden en que la muerte se produjo por tortura y no por arma de fuego, pero no se ponen de acuerdo en cuanto al desollamiento, y en este punto sólo pueden hablar de sus diferencias. Desde que se exhumó el cuerpo hasta la reinhumación pasaron más de tres meses: por tres juzgados de la República, de llamadas, negativas, solicitudes, negativas, peticiones, negativas, exigencias, negativas, negligencia, insensibilidad
.
El cuerpo de Julio César Mondragón, tal como consigna de manera impecable Diana del Ángel, no tuvo paz desde la noche del 26 de septiembre de 2014, cuando murió a causa de tortura: una primera autopsia plagada de irregularidades (el perito puso el globo ocular que se había desprendido dentro del pecho sin dejar constancia de ello); exhumado y sometido a una necropsia que implicó desprenderle el cráneo y tallar parte de sus huesos; almacenado en una morgue por más de tres meses debido a la burocracia judicial y finalmente reinhumado en un segundo sepelio al que su abuelo, Teófilo Raúl Mondragón –quien siguió el proceso desde el principio–, no pudo asistir porque murió en el transcurso de las gestiones.
En estas páginas vemos a una familia destruida que tiene que pasar dos veces por el mismo infierno; una justicia cuya ineficacia e insensibilidad asquean; pero, sobre todo, una serie de antesalas, de esperas, de ires y venires, en las que lo que salta a la vista es el nulo interés por indagar la verdad y por demostrar un mínimo de calidad humana.
El de Julio César Mondragón es uno de los casos más vergonzosos de nuestro país y de toda América Latina.
Procesos de la noche nos insta a no olvidar ni a dejar que la inercia nos gane: para que no se repita la historia, para que jóvenes talentosos como Diana del Ángel nunca más tengan que ser los cicerones de este dantesco infierno en que se ha convertido México.
Alguna vez, si conociera yo a Diana del Ángel, aunque sólo fuera de pasada, me gustaría atreverme a abrazarla y sobre todo a pedirle perdón por no ser capaz de levantarnos en vilo para ofrecerle otro país.
PD: Qué bueno que Almadía Ediciones y Guillermo Quijas, además de los consagrados como Vasconcelos, Le Clézio, Pitol, Villoro, Fadanelli, Alberto Manguel, Fabrizio Mejía Madrid y otros edite a una autora joven con un trabajo excepcional acerca de un tema que a todos nos debería de doler como a ella.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2017/06/25/opinion/a04a1cul