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Educación y ética en un universo patriarcal obediente

Por:   Andrés García Barrios

 

La educación debe despojarse de los roles primitivos (es obvio que las mujeres y las nuevas generaciones ya lo están haciendo) y emprender un nuevo intento.

En materia de ética, soy muy radical. No es presunción. Pongo como ejemplo el pensar que los seres humanos debemos tratarnos a nosotros mismos y a los demás como un fin y nunca como un medio para llegar a algo. ¿Usted, querido lector, piensa lo mismo? ¡Excelente! ¡Bienvenido al grupo de los radicales!

¿Que por qué me digo radical si no es más que un principio básico de la ética, muy común y aceptado? Bueno, porque eso no le quita lo radical, lo absolutamente radical. Verán: admitir que somos fines y no medios, significa –según yo– aceptar que, al nacer, valemos ya enteramente por nosotros mismos; es decir que, en sentido ético, no tenemos que hacer nada para valer. Y algo mejor: ningún esfuerzo nos agrega valor, ni siquiera la educación está ahí para eso. Y es que ya no podemos valer más, somos todo lo que podemos llegar a ser. En otras palabras, si creyéramos que los seres humanos estamos aquí para cumplir una misión, sería misión cumplida.

María Montessori estaba de acuerdo con esto cuando decía que los seres humanos nacemos como un dechado de virtudes, y que es el medio creado por los adultos el que nos va distorsionando; pero ella iba aún más allá al pensar que esto no era así sólo en sentido ético sino en todos los sentidos: decía e incluso demostraba que, si los dejáramos libres, rodeados de las condiciones necesarias para su florecimiento, las infancias aprenderían por sí solas todo lo que necesitan: leer, escribir, matemáticas, historia, geografía, todo. Incluso se orientarían hacia el sentimiento moral y la razón ética, y los misterios de la espiritualidad.

Había en la Montessori resabios de antiguas filosofías y religiones según las cuales los seres humanos estaríamos en este mundo tras haber renunciado a esa inherente perfección. En realidad, ésta permanecería en nosotros como tesoro oculto u olvidado, cubierto por todo tipo de distracciones y falsedades que le impiden lucir. Lo conveniente sería hacer a un lado todo eso y hallar nuestra total plenitud. Descubrirnos. La educación, y en general la comunicación humana, servirían para ayudarnos unos a otros a liberarnos, como fines en si mismos que somos: seres terminados, personas cuyo sentido se cumple no afuera sino dentro.

La educación sería, repito, quitarnos eso que nos sobra, deseducarnos, desaprender; convivir sin que medie entre nosotros ninguna promesa de ser mejores, sin pretender que nadie se comporte de una forma determinada. Desde este punto de vista, solo podría ser docente quién dominara el difícil camino de no querer que los demás cambien.

En un sentido, María Montessori veía en las y los docentes ese espíritu universal (que solemos asociar con la madre) para quien sus hijos son perfectos y nada les falta. Esta visión coincidiría con la del mito bíblico en el que el Dios creador reconoce la bondad de los humanos y los fija en un estado de completud paradisiaco. En ese mito, el espíritu protector se desdobla en la figura del Dios restrictor (asociado con el padre) que pone leyes y castigos a fin de separar a sus criaturas del entorno materno y arrojarlos a un mundo exterior (también creado por él, por cierto). Los humanos, que aún no están listos para vivir ahí, se ven obligados –ahora sí– a cambiar y mejorar.

Es así como empiezan a aprender que no son suficiente; que tienen que perseguir algunos fines e, inevitablemente, colocarse a sí mismos como medios para alcanzarlos. Dios siempre dice que el único fin es cumplir su ley. Y castiga a quienes no lo hacen. Unos saben la ley porque Dios se las dicta. Otros la decumbren con sus razonamientos. Unos más advierten que la creación tiene un orden cíclico y que la ley se revela en sus repeticiones y cambios. Ciertamente, entre ellos prevalecen quienes creen que detrás de los ciclos está Dios, que los gobierna, pero no faltan los desencantados que, dejando de creer en fantasmas, afirman que todo es materia.

Para estas personas, esta materia –que no tiene causa externa sino que es eterna o procede de la nada– posee una ley intrínseca que la rige. Ella misma (la materia) revela esa ley de forma matemática y estadística. Los seres humanos podemos conocerla pero no podemos modificarla. Es decir, estamos condicionados por el flujo de la naturaleza y no podemos influir sobre él de ninguna forma. Sin embargo, ese flujo es tan complejo, tan lleno de “infinitas” variables, que nos crea una sensación de libertad: gracias a esto nos sentimos en él como pez en el agua, aunque estemos sometidos a todas las condiciones del entorno. Así pues, nuestra conciencia no es más que una especie de efecto fantasma de la materia y no tiene ninguna relevancia salvo la de gozar o padecer el entorno, y permitirnos testificar nuestra supervivencia o nuestro derrumbe. Ser medios o fines no depende en realidad de nosotros sino de esa determinación natural.

Otra postura científica (porque, como ya se dio cuenta, lector-lectora, es de ciencia que estamos hablando) sugiere que la materia –en su ductilidad– puede producir seres humanos conscientes capaces de voltear a su vez hacia la materia y modificarla, no al grado de cambiar sus leyes pero sí de aprovecharlas para su beneficio; reunidos en sociedades conscientes, los humanos se van dando cuenta de lo que es mejor para ellos, y van trazándose una y otra vez nuevos fines, y ensayando –dentro de los límites de la ley material– nuevas formas de organización para alcanzarlos. Este diálogo perpetuo y tormentoso entre la conciencia creciente y la dura materia, crea la historia humana. El pez se ha construido un barco y viaja sobre él conduciendo el timón y las velas para ir más rápido y más lejos y con más seguridad de lo que le permiten sus propias aletas y sus propios recursos.

Suena bien. Aunque no deja de resultar curioso esto de ser materia que adquiere conciencia y que tiene la capacidad de crearse su propio fin y sus propios medios de alcanzarlo. No sé a ustedes, pero a mí, el que la materia se sostenga a sí misma me parece una especie de levitación, tan milagrosa como aquello otro de haber surgido de la nada. Mística de la materia, podría llamarle. Pero me pregunto: creer en ello ¿no requerirá mucha fe?

Fe. ¿De qué se nutre?, ¿de nosotros mismos? Mmm… Siento que algo falta. Vuelve en mi auxilio la idea de una ética radical: ¿será que ésta también, como toda raíz (radical significa eso, de raíz), tiene que recibir su alimento del exterior? Si me veo a mí y a mis semejantes como seres que valen por sí mismos, ¿en qué fundamento ese valor? Las raíces de una ética radical ¿se abastecen de sí mismas o tienen que ir mas allá, hacia una fuente? Ludwig Wittgenstein, el gran filósofo alemán, se negaba a disertar sobre ética diciendo que el origen de ésta tendría que estar más allá de lo abarcable por el lenguaje y que por lo tanto, simplemente era mejor no hablar de  ella. A partir de entonces, quienes quieren hablar de ética y entender de medios y fines, se arriesgan a caer en el ridículo de apelar a la existencia de un ser inefable (del que no se puede hablar) que le dé sostén y sentido, y justifique el hecho de valorarnos por nosotros mismos. Así que surge de nuevo el Dios indemostrable. En beneficio de esta valiente y ridícula postura se puede decir que, si bien es tan absurda como todas las otras que hemos visto, a ella los calificativos de absurda e indemostrable no le caen tan mal: la fe que la sostiene y el Ser mismo que la justifica pueden reconocer, sin tanto pudor, su falta de evidencia y de toda lógica.

Consciente de esto, un gran filósofo del siglo XVII, místico y científico –Blas Pascal (ese del que nos hablaban los libros de física)– retaba al mundo entero a decidir, no sobre la existencia o no existencia de Dios (tan indemostrables una como la otra), sino sobre algo más sencillo (y a la vez más piadoso y tremendo): el beneficio de creer. Si ambas opciones eran igual de probables, ¿por qué elegir la que implicaba mayor pérdida? Después de todo, creer en Dios y ganar, era ganarlo todo; no creer y perder, era perderlo.

Como es obvio, no muchos colegas de Pascal se dejaron convencer por los místicos beneficios de la apuesta, y la controversia entre la ley de la materia y la ley de Dios (es decir, entre una ética autosustentable, por decirlo así, y una trascendente) fue en aumento. Llegado el siglo XX, la tensión entre ciencia/lenguaje y ética/espiritualidad era insostenible. Para los millones de incautos que no podían decidirse, la opción de Pascal casi se traducía en echar volados para elegir a cara o cruz en qué creer. Según yo, no puede haber nada más triste. En efecto, Karl Jaspers, otro sabio alemán, advirtió que el ser humano, antes agobiado de preguntas, ahora se estaba ahogando en respuestas: leyes, razones, dogmas, una especie de totalitarismo del juicio que hacía imposible decidir cualquier cosa con un poco de libertad, tomar aire. Entonces, contra todo ese maremágnum de ideas, Jaspers encontró a Dios. Lo hizo de la forma más sencilla que podía haber, casi sin pensarlo: diciendo sólo “Dios existe”. Con esa sola frase, sin pretender añadirle nada (enunciada no como dogma religioso sino como expresión existencial), Jaspers se abrió a un más allá no restrictivo, sin ley. Era un Dios sin determinaciones; es decir, no era determinado Dios, no era cierto tipo de Dios, era ese Dios del cual sólo se puede decir que existe. Sí, sólo eso. Ese Dios que existe (y del que no se podía ni debía decir otra cosa) era un Dios que nos evitaba la angustia de definirlo y de esa manera nos liberaba de nuestro discurso disertativo (omnipotente, omnisciente, omnipresente) que quiere conocer la realidad, la eternidad, la vida “como si nosotros las hubiéramos creado” (en palabras de la gran filósofa española María Zambrano). Esa sola frase “Dios existe”, sin más, nos eximía de todo esto (y de paso, le respondía a Wittgenstein y a su famosa idea de que “de lo que no se puede decir nada, es mejor no hablar”).

Para Jaspers, los seres humanos que deciden liberarse de sus condicionamientos opresores, son seres humanos capaces de amarse unos a otros, y de comunicarse y resolver sus problemas desde un nivel existencial profundo, sin juicios de ningún tipo (ni siquiera juicios éticos de valor) que los sigan determinando (por fin, nada de medios, fines y esas cosas). Es tal la confianza de Jaspers en ese tipo de comunicación que su amiga Hannah Arendt, otra gran filósofa, exclama: “En la vida de usted y en su filosofía se refleja cómo los seres humanos pueden hablar unos con otros incluso en las condiciones del diluvio”.

En fin, tal era el pensamiento de Jaspers. Seguramente, algunos lectores se sentirán motivados por él (a éstos les recomiendo su breve libro La filosofía desde el punto de vista de la existencia, publicado por el Fondo de Cultura Económica de México). Sin embargo, la verdad es que la gran mayoría de sus contemporáneos no creyeron que aquellas dos palabras fueran algo más que el mismo dogma de siempre, que pudieran ser la liberación de toda una época abrumada por la conciencia y la razón, o anestesiada por el cinismo y la violencia.

En un mundo así, sólo había un posible respiro; una postura que opinara que cada quien debía pensar lo que le diera la gana, que todo era verdad, que somos solo medios, solo fines, solo materia, solo espíritu o lo que queramos. Es la filosofía posmoderna, todavía vigente, que tanta gente critica pero que es la única que, advirtiendo la imposibilidad humana de coger al toro por los cuernos, se decidió a coger a los cuernos por el toro para mostrarnos lo ridículo de nuestro atrevimiento.

Respaldado en lo anterior, quiero terminar este artículo dando mi muy personal y posmoderno punto de vista. Pienso, para empezar, que toda la confusión y el sofoco de ideas que hicieron crisis a lo largo del siglo XX, son consecuencia de los hechos que narra aquel viejo mito patriarcal: una humanidad que atribuye a la madre la inevitable pulsión de sobreproteger a su progenie, asfixiándola al darle un valor de fin en sí misma por el que no tiene que hacer nada para ser perfecta; ello obliga al padre a ejercer la astucia y la ciencia para arrancar a los infantes de sus brazos, y a establecer leyes que les arrojen al mundo de los propósitos siempre incumplidos y que, manteniéndoles todo el tiempo ocupados, les impidan volver.

En realidad, los  humanos somos –como hemos demostrado– seres sin mucha capacidad de consideración, todavía poco razonables, frágiles e indefensos, maleducados y desarropados, y obligados de forma prematura a ganarnos el pan: verdaderos «niños de la calle» arrojados a las garras de un mundo para el que no estamos listos.

Animales inmaduros, merecemos darnos la oportunidad de recapitular, sin que deba antes mediar la destrucción del mundo, un nuevo diluvio. Para ello, hay que despojarnos de nuestros roles primitivos (es obvio que las mujeres y las nuevas generaciones ya lo están haciendo) y emprender un nuevo intento. Esta vez nuestra inspiración sería un Génesis protagonizado, ya no por el mismo Dios patriarcal sino por un Dios Materno (le llamo Dios materno –y no Diosa o Creadora– con intencional androginia). En esa nueva versión, el inicio sería igual, con la creación de una naturaleza desbordante y el resguardo de sus más jóvenes y frágiles criaturas –eternamente amados sólo por ser sí mismos– en un Edén. Ahí, un árbol del conocimiento iría creciendo a la par que los infantes. Mamá Dios (otro de sus nombres) pasaría los primeros años de su vida cuidándoles, educándoles (normas sociales, colaboración, inteligencia emocional, escucha activa y todo eso), enseñándoles a cultivar el árbol, platicando cuanto fuera posible de cómo es el mundo (mostrándoles fotos, por supuesto) y luego, con la edad, permitiéndoles breves incursiones en éste. Finalmente, cuando les sintiera preparados, les llevaría a comer el fruto del árbol del conocimiento y, dándoles su bendición, les vería partir, no sin recordarles “Ésta es su casa, vuelvan cuando quieran”, y un último y sollozante “No se pierdan”.

Ah, y una última cosa: la serpiente estaría presente, por supuesto, sólo que ahora se dedicaría a hacer campaña por el derecho animal.

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Educar la libertad: desde y hacia la dignidad

Por: Martín López Calva

Tengo un par de décadas construyendo el concepto de educación de la libertad para referirme a la educación moral o en valores, campo temático en el que hay un buen número de perspectivas que van desde las más directivas hasta las más subjetivas y libertarias. Esta aportación que considero uno de los elementos originales que he trabajado a partir del pensamiento filosófico de Bernard Lonergan S.J. aplicado a repensar la educación, es como un poliedro que tiene sin duda muchas caras, ángulos y aristas.

Estoy justamente iniciando un proyecto para reunir de manera más o menos ordenada y sistemática lo que he ido publicando al respecto y complementar algunas de estas caras aún no exploradas del tema, para armar un libro que espero pueda en un tiempo más o menos breve publicar y difundir.

Una de estas caras poco exploradas de la educación de la libertad, aunque está en el sustento de toda la propuesta por su fundamentación humanista compleja es el de la relación entre la libertad -que se educa como todas las dimensiones humanas- y la dignidad -que se posee, pero según descubro en la entrevista que cito hoy, también tendría que educarse- puesto que la dignidad humana es, como dice Adela Cortina en esta entrevista citada, una de las dos caras de la moneda que junto con la libertad constituyen lo esencial de un proyecto de vida humana individual y colectiva.

Dejo en esta entrega mensual un adelanto de la reflexión sobre el tema para mis cinco lectores, que seguramente será enriquecida en el diálogo y la exploración posterior para incorporarse y dar mayor consistencia y completitud al trabajo que he referido.

1.-Desde la dignidad.

La dignidad es el núcleo de la ética que tendría que ir construyendo una ciudadanía cosmopolita; una ética en la que todos los seres humanos sean reconocidos como ciudadanos de nuestro mundo. En ese sentido, la dignidad no solo es una palabra clave, sino una experiencia que es necesario proteger, respaldar y fomentar; porque si no, en [estos tiempos] de polarizaciones y posverdad, podemos estar perdidos.

Adela Cortina. El origen de la dignidad. Entrevista de Carmen Gómez Cotta a Adela Cortina y Javier Gomá en Ethic. 31 de julio de 2023.

La libertad se educa desde la dignidad, puesto que no hay libertad sin reconocimiento de la dignidad esencial de todo ser humano por el mero hecho de serlo. La ética parte, como dice en la cita la filósofa valenciana, del reconocimiento de todos los seres humanos como ciudadanos de nuestro mundo. Este reconocimiento surge de la dignidad no sólo como concepto clave sino como una experiencia que debe ser protegida y fomentada tal como lo sostiene Cortina. El fomento y la defensa de esta experiencia es clave para conservar la noción de una vida humana autónoma y construible a partir de las decisiones personales puesto que de no ser así, la posverdad y la polarización que inundan el mundo actual podrían ser -y de hecho son- motivo de desorientación, confusión, deshumanización y pérdida de sentido de la existencia.

En torno al reconocimiento de la dignidad humana es que podría darse la construcción de una ciudadanía cosmopolita o como dice Edgar Morin, de una ciudadanía planetaria que no excluya a nadie de la humanidad y que a partir de la integración de todos y todas, asuma el desafío de la humanidad como destino ético común.

La educación de la libertad parte del reconocimiento de esta dignidad como concepto esencial y como experiencia primigenia del ser humano, que como menciona la filósofa en otras partes de la entrevista, lleva a la persona a descubrir que no tiene que adaptarse y obedecer a las ideas, decisiones y formas de comportamiento de la mayoría, sino que tiene la posibilidad de ser autónomo y de darse sus propias normas desde el ejercicio de su sentipensar atento, inteligente, razonable y responsable.

2.-Hacia la dignidad.

Como dice el propio Kant: no se trata de ser felices, sino de ser dignos de ser felices. La dignidad es el bien verdaderamente universal. Hay una dignidad ontológica, que tiene que ver con la libertad y podría ser el fundamento de los derechos fundamentales, pero también una dignidad pragmática, que interpela a tu conciencia, dado que posees una excelencia, para que uses tu libertad de manera que haga justicia a la dignidad ontológica de la que eres poseedor. La libertad, por tanto, tendría que ver con la dignidad tanto ontológica como pragmática.

Javier Gomá. El origen de la dignidad. Entrevista de Carmen Gómez Cotta a Adela Cortina y Javier Gomá en Ethic. 31 de julio de 2023.

Pero así como Lonergan distingue entre la libertad esencial que es el potencial que tiene todo ser humano a partir de su autoconsciencia, de autodeterminarse y la libertad efectiva que es el grado real de autodeterminación que cada persona va construyendo o perdiendo a partir de sus decisiones pero también de sus circunstancias, el filósofo Javier Gomá habla de distinguir entre la dignidad ontológica -la que poseemos los humanos como rasgo de nuestro ser- y la dignidad pragmática, que es la que interpela la consciencia de cada uno para usar la libertad de manera que se haga justicia a la dignidad ontológica que se posee.

La libertad sería entonces un camino desde la dignidad ontológica hacia la dignidad pragmática, es decir, el desafío no de ser felices sino de hacernos dignos de nuestra felicidad y en esencia, el reto de hacernos dignos de ser dignos, de hacer honor con nuestras decisiones y nuestra vida a esa dignidad ontológica que nos fue dada, de esa excelencia que poseemos por el hecho de formar parte de la humanidad.

Educar la libertad tiene que ver entonces con reconocer la dignidad ontológica de cada ser humano, aún de los seres humanos que con sus actos puedan parecer más deleznables para respetar sus derechos al exigirles rendir cuentas de sus actos y ejercer la justicia y no el ajusticiamiento por cualquier crimen que hayan cometido.

Pero educar la libertad implica al mismo tiempo formar personas que asuman como desafío existencial fundamental la dignidad pragmática, es decir,  construir una vida en la que cada decisión y acción conduzcan individual, comunitaria y planetariamente a ser dignos de ser dignos, a hacer honor a esa dignidad que poseen.

La dignidad es el bien verdaderamente universal como afirma Gomá y no la felicidad como nos hacen creer hoy en día los vendedores de ilusiones del capitalismo global. Por ello, más que educar a las nuevas generaciones para buscar a toda costa su felicidad -que a veces, como dice el mismo filósofo consiste simplemente en poseer ciertos bienes- tendríamos que formarlas para usar su libertad de manera que haga justicia a su dignidad ontológica, de manera que puedan considerarse dignos de llamarse humanos. En esto consiste también, la educación de la libertad.

Fuente de la información e imagen:  https://revistaaula.com

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Ciencia, ética e IA: un decálogo para una integración responsable

Por: Melissa Guerra Jáuregui

En el Research Lab del IFE, el R4C-IRG Grupo de Investigación Interdisciplinar: Pensamiento complejo para todos y la Unidad de Tecnología Educativa, elaboró un conjunto de buenas prácticas para la integración responsable de la IA en ciencia. Conoce más sobre la relación de la ética y la investigación aquí.

El rol de la Inteligencia Artificial (IA) dentro del campo científico ha revolucionado la forma de hacer ciencia. Gracias a ésta, se ha facilitado y optimizado el trabajo en la investigación científica, desde la automatización de procesos, el análisis de grandes cantidades de datos o patrones, hasta nuevas formas de gestionar, crear y examinar infinidad de recursos.

Los avances en la tecnología han permitido que la interacción humano-máquina sea más sencilla con la implementación de comandos (prompts), sin tener la necesidad de saber sobre programación avanzada.

Sin embargo, existen preocupaciones sobre el uso de la IA en el ámbito científico (así como en muchas áreas), por ejemplo, la integridad en investigación, el uso y la privacidad de los datos, entre otras. Por tanto, la ética se convierte en un imperativo para crear lineamientos sobre el uso honesto y responsable de la inteligencia artificial.

La IA como potenciador de la investigación científica

Actualmente, se considera a la IA como una herramienta imprescindible dentro del quehacer científico. Dentro del cúmulo de actividades que se pueden realizar con esta tecnología dentro del campo de investigación, se encuentran las siguientes:

  • Escritura académica.
  • Gestión, análisis, modelado e interpretación de datos.
  • Elaboración de tablas e imágenes.
  • Corrección de estilo (tono, estilo, etc.), traducción y parafraseo.
  • Simulaciones.
  • Búsqueda y organización de recursos.
  • Generador de títulos y palabras clave.

A tal efecto, la Universidad de Galileo ha creado la guía “Cómo utilizar ChatGPT para la investigación científica: Prompts efectivos”. Este manual práctico, didáctico y robusto se enfoca en la creación de prompts especializados para potenciar la investigación científica mediante la IA generativa.

Estas y otras herramientas impulsan el avance en el área de la investigación, mismas que conforme pasa el tiempo se mejoran en diseño, desarrollo y despliegue para asegurar versiones actualizadas y optimizadas para los end-users de estos instrumentos tecnológicos.

De acuerdo con Rocael Hernández-Rizzardini, Director del GES (Galileo Educational System) de la Universidad Galileo:

 

“La diversidad de herramientas de IA Generativa, provee al investigador actual de una tecnología para acelerar los diversos procesos científicos, muchos de los cuales previamente se hacían con una asistencia computacional básica, pero ahora se proveen capacidades para rápido análisis de contexto profundo, conectar información que antes estaba dispersa, y asistir con IA los diversos procesos de investigación”.

Por tanto, es fundamental que se planteen estrategias, que tengan una base ética y de legalidad, para que los procesos y el mismo conocimiento científico no se vea afectado por las implicaciones de la IA, perpetuando el progreso de la ciencia y el bienestar de la humanidad.

Recomendaciones para implementar IA en investigación

Estas son las recomendaciones elaboradas por el R4C-IRG Grupo de Investigación Interdisciplinar: Pensamiento complejo para todos y la Unidad de Tecnología Educativa del Instituto para el Futuro de la Educación (IFE) sobre el uso de la IA generativa en el quehacer científico:

  1. Garantizar la integridad científica y ética al emplear IA en la investigación: se debe considerar como una herramienta auxiliar, pero no como una solución definitiva.
  2. Asegurar la confidencialidad de datos personales y cumplir con las normativas globales de protección de estos: se debe realizar durante todo el proceso de su uso.
  3. Efectuar un análisis crítico de los datos generados por IA: mediante elreconocimiento de sus limitaciones técnicas y la influencia de la calidad de los prompts en los resultados.
  4. Verificar y validar rigurosamente la información obtenida: asegurar la validez y la relevancia de los resultados, y asumiendo la responsabilidad en su interpretación y aplicación.
  5. Documentar detalladamente los métodos y herramientas utilizados: especificar claramente la autoría y el grado de contribución de la IA en los resultados de la investigación.
  6. Actuar activamente para identificar, reducir y evitar sesgos en la investigación: promover un uso íntegro y responsable de esta tecnología.
  7. Mantenerse continuamente actualizado sobre los avances en IA: diversificar la experimentación con herramientas, y fomentar su uso creativo y efectivo en la investigación.
  8. Realizar revisiones periódicas y adaptaciones de las normativas de IA: se debe asegurar una alineación continua de los principios éticos con la integridad científica.
  9. Fomentar la colaboración interdisciplinaria para enriquecer el intercambio de conocimientos: aprovechar la sinergia entre la IA y el conocimiento humano.
  10. Compartir activamente fuentes de IA relevantes para la investigación y ofrecer formación a otros investigadores sobre su aplicación efectiva.

Es importante destacar que la inteligencia artificial contiene en sí un entorno fluctuante, por lo que su diseño, desarrollo e implementación seguirá en constante crecimiento, así como la adaptación de los lineamientos éticos. Es inevitable pensar que esta tecnología no irrumpa en todas las esferas que atañen al ser humano.

En este sentido, Nacho Despujol de la Universitat Politècnica de València, menciona lo siguiente:

 

“La evolución de las herramientas de inteligencia artificial ha entrado en una fase de crecimiento exponencial con lo que, quien no esté preparado para incorporarlas, estará en una importante desventaja en un plazo muy breve, pero, como toda herramienta nueva de gran potencia, su uso inadecuado conlleva riesgos importantes, por lo que es imprescindible sentar unas bases adecuadas para empezar lo antes posible de forma correcta”.

Por ende, la forma de realizar investigación se ha reformulado gracias a la IA, por lo que es necesario reflexionar y accionar sobre las implicaciones éticas que esto conlleva.

Ética, ciencia e IA

Para entender el campo de la ética y la inteligencia artificial (AI ethics) se debe comprender un concepto que le brindó las bases a esta nueva disciplina: la ética de las máquinas (machine ethics or machine morality).

Esta noción se refiere a la creación y adhesión de las máquinas a los principios éticos durante los procesos de toma de decisiones. Aborda las cuestiones del estatus moral de las máquinas, es decir, si se les debe atribuir derechos legales y morales. Su esencia es de carácter interdisciplinario y multidisciplinario, esto al estar dentro del dominio de la ética de la tecnología (technology ethics).

¿Por qué es importante la ética en la ciencia?

Los esfuerzos por incorporar la ética dentro del campo tecnológico, y más en una era en donde los sistemas se vuelven más pragmáticos, automáticos e inteligentes, se debe a que existe una necesidad de regulación y acción ante una gran variedad de nuevos retos, entre los cuales se encuentran los siguientes:

  • Privacidad y vigilancia
  • Manipulación de la conducta
  • Opacidad y falta de transparencia
  • Sesgos (sistemático, modelado, exclusión, interpretación, etc.)
  • Interacciones humano-máquina
  • Impacto en el campo laboral
  • Ética de las máquinas
  • Estatus moral de las máquinas/sistemas inteligentes
  • Singularidad tecnológica

Integraciones éticas

Generales

Existen múltiples modelos que buscan la integración de la ética en el dominio de las máquinas y los sistemas inteligentes:

En la investigación científica

A raíz de la integración de la inteligencia artificial en la investigación científica surgen nuevos dilemas éticos y de integridad que deben estudiarse en profundidad. Del mismo modo, se debe analizar el impacto que los sesgos en los algoritmos puedan tener sobre el conocimiento científico.

Miguel Morales, Director del área de Educación Digital de la Universidad de Galileo, expone que:

 

“La implementación de la IA en la investigación debe ser guiada por principios éticos sólidos, que aseguren la integridad, la equidad y la responsabilidad en todas las etapas del proceso investigativo. Solo así podremos confiar plenamente en los hallazgos generados y en su capacidad para contribuir positivamente a la sociedad”.

Por ende, para responder a estos desafíos éticos (sesgos, integridad, responsabilidad, etc.), los sistemas inteligentes deben priorizar que su desarrollo y diseño se enfoque en la transparencia, así como en su capacidad de ser explicable (explainable AI) y auditable.

Además, se debe considerar el término de la gobernanza ética de la IA (AI ethical governance), puesto que se requieren lineamientos y reglas que puedan ser flexibles y adaptables para guiar el desarrollo e implementación responsable y exitoso de la tecnología, asegurando el progreso y el conocimiento.

La integración de la ética en la investigación científica es un proceso que requiere de colaboración en diversas áreas. Por tanto, demanda un enfoque con educación, transparencia, responsabilidad y participación proactiva.

El impacto de la IA en las publicaciones científicas

Las instituciones y los equipos de investigación deben tomar en cuenta las nuevas normas y lineamientos editoriales sobre el uso de la IA en investigación, puesto que cada editorial tiene distintos grados de aceptación y uso en sus publicaciones. Esto con el fin de promover la legalidad, ética e integridad del trabajo científico.

Es imperativa la actualización y la noción de estas nuevas modificaciones para que las y los investigadores conozcan los alcances y limitaciones del uso de la IA para ciertas casas editoriales científicas.

La finalidad de estas regulaciones demarca la preocupación de la comunidad científica por la búsqueda de los marcos legales, éticos y de integridad dentro de la investigación con IA.


La integración de la IA con la ciencia es un campo amplio que debe ser explorado y empleado con fines benéficos para la humanidad. Se requiere de responsabilidad, transparencia, así como de principios éticos y académicos para su despliegue sea en pro de la investigación, alineado al marco de la legalidad.

Tampoco hay que olvidar que, gracias a su exponencial crecimiento, se debe tener una mente flexible que pueda seguir el paso de su avance y de los cambios que esto pueda traer al campo científico.

Fuente de la información e imagen:  https://observatorio.tec.mx

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Hacia una ética de la tecnología

Por:  Manuel Alberto Navarro Weckmann

¿Estamos creando tecnologías que realmente sirvan al bienestar humano, o nos encontramos en una carrera desenfrenada hacia un progreso sin dirección …

“La esencia de la tecnología no es algo tecnológico”-Martin Heidegger

Desde tiempos inmemoriales, la humanidad ha buscado respuestas a las preguntas más trascendentales: ¿cuál es el propósito de nuestra existencia? ¿De dónde venimos y hacia dónde vamos? Estas inquietudes, que solían ser el dominio de filósofos y pensadores, adquieren hoy un matiz adicional con la acelerada evolución tecnológica que marca nuestra era. En un mundo donde los avances en campos tan diversos como la medicina, la mecatrónica, la robótica y la educación transforman y reconfiguran nuestra cotidianidad a un ritmo vertiginoso, emerge una urgencia aún mayor de reflexionar sobre el lugar que ocupamos en este vasto panorama.

El torbellino tecnológico no es sólo una muestra del ingenio humano, sino también un espejo que refleja nuestra visión del mundo y de nosotros mismos. Cada innovación, por más impresionante que sea, trae consigo una serie de dilemas éticos que requieren una mirada profunda y consciente. ¿Estamos creando tecnologías que realmente sirvan al bienestar humano, o nos encontramos en una carrera desenfrenada hacia un progreso sin dirección definida? ¿Es la tecnología una herramienta al servicio del ser humano o, por el contrario, nos estamos convirtiendo en servidores de nuestras propias creaciones?

La clave para abordar estas cuestiones yace en la ética. Una ética que, lejos de ser un conjunto rígido de normas, debe ser entendida como una brújula que oriente nuestra travesía tecnológica. Esta brújula nos invita a recordar que, más allá de los logros y las maravillas de la ciencia, el centro debe ser siempre el ser humano, con sus anhelos, sus temores, sus esperanzas y sus valores. De esta manera, cada avance, cada descubrimiento y cada innovación, en vez de alienarnos, tiene el potencial de enriquecer nuestra experiencia humana, de profundizar nuestro entendimiento del mundo y de fortalecer nuestro lazo con él.

En esta coyuntura, es esencial que como sociedad tomemos un momento para reflexionar, para cuestionarnos, para dialogar. Debemos preguntarnos no sólo “¿qué podemos hacer?” sino, más importante aún, “¿qué deberíamos hacer?”. Porque en ese “deberíamos” se halla la esencia de nuestra humanidad, el reconocimiento de nuestra responsabilidad y el deseo de construir un futuro en el que la tecnología, guiada por una ética sólida, sea verdaderamente al servicio de la razón y del corazón humanos.

Fuente de la información e imagen: https://profelandia.com

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Reflexiones sobre una educación humana

Por: Jorge Balladares

¿Qué se entiende por un nuevo humanismo luego de una pandemia? ¿Qué sentidos y prácticas debe recuperar la educación? ¿Es posible hablar de una educación humana?

De hecho, la postpandemia nos ha permitido reflexionar sobre cómo son las nuevas relaciones entre el ser humano con la naturaleza y la tecnología. La pandemia trajo dolor y muerte a la humanidad y nos devolvió la mirada a nuestra condición humana: por un lado, la fragilidad y debilidad de nuestra condición ante un enemigo invisible; por el otro lado, nuestra voluntad de poder para ser resilientes ante la adversidad y enfrentar los desafíos por nuestra supervivencia y recuperación de nuestra normalidad.

Este escenario –como punto de partida de un nuevo humanismo– nos invita a pensar en que el ser humano no es el centro del universo o el cúlmen de la creación, sino que un ser que puede vivir en armonía con otros seres humanos y con otros seres vivos (los árboles, las plantas, los animales, el agua, la tierra), referenciando la cosmovisión de nuestros pueblos ancestrales andinos desde la visión del “Sumak Kawsay” (buen vivir). En este sentido, el pensamiento y la reflexión transitan de aquellas lógicas antropocéntricas hacia nuevas lógicas ecocéntricas.

Digitalización de la vida

Por otro lado, el acceso a internet y las redes sociales evidencia que una convivencia humana mediada por la tecnología incide en los estilos de vida de las presentes y futuras generaciones de estudiantes. Una realidad condicionada por la incertidumbre y el desencanto humano se confronta con una digitalización de la vida humana.

Desde una visión de un “ser digital”, surge la propuesta de una ética digital que se convierte en una opción para la construcción de principios, valores, deberes y derechos que guíen la acción del ser humano en el mundo digital.

Este tipo de ética aplicada resulta indispensable para plantear una ética para las generaciones digitales en la que se legitime la dignidad humana y el cuidado del ambiente como condiciones fundamentales para una ética digital.

En este sentido, la tecnología no se convertiría en un fin en sí mismo, ni tampoco debería ser la causa para propiciar nuevas minorías del poder del conocimiento que generen nuevas brechas digitales y promuevan procesos de exclusión y marginalidad digital en la población. La tecnología, de por sí, debe constituirse en una mediación para el acceso libre al conocimiento y a la información.

El sentido de la comunidad educativa

La triada ser humano, naturaleza y tecnología se constituye en un nuevo escenario relacional para pensar en un nuevo humanismo, en el que el ser humano viva en armonía con la naturaleza y tenga la responsabilidad de su cuidado y preservación. Por otro lado, este nuevo humanismo reubica a la tecnología al servicio de la vida humana y del cuidado de la naturaleza, resituando su papel como mediación y no como fin en sí misma. Hasta aquí respondo a la primera pregunta de esta reflexión.

¿Qué sentidos y prácticas debe recuperar la educación? La educación es un proceso humano y su condición relacional es indispensable en el proceso de enseñanza–aprendizaje. Lo relacional, lo dialógico, la convivencia, la formación, entre otros. Previo a la pandemia ya se hablaba de una crisis de la educación y, en el contexto actual, se continúa hablando de una crisis de la educación.

Un cierto enciclopedismo mal entendido sumado a la acumulación de conocimientos a través de la memorización ha marcado un estilo educativo poco fructífero en las últimas décadas. Se ha cuestionado la falta de preparación de los docentes debido a las bajas remuneraciones, lo que ha forzado al maestro a ser un mero repetidor de conocimientos y a acumular horas de clase antes que dedicar su tiempo a ser un pedagogo e investigador.

Brecha educativa

En los últimos años la diferencia de oportunidades entre la educación privada y la educación fiscal ha abierto la brecha educativa entre los que más tienen (y tienen más oportunidades de acceso al conocimiento) y los que tienen menores posibilidades de acceso.

Durante la pandemia, la ausencia de la presencialidad educativa aumentó esta crisis al momento de enfrentarse a una virtualización de la educación (muy diferente a lo que es una educación virtual en sí).

Ante la improvisación y la incertidumbre, los profesores y las estudiantes se enfrentaron a nuevos escenarios de temporalización del proceso educativo mediado por las plataformas de videoconferencia y los entornos virtuales de aprendizaje (LMS).

Luego del forzado desarrollo de competencias digitales de los actores educativos y ante la pérdida de aprendizajes por la carencia de un contacto cara a cara con el docente, hoy la educación postpandemia busca recuperar esos aprendizajes a través del acompañamiento socioemocional del estudiante, renovación de las prácticas docentes, la generación de nuevas formas de evaluación que no solamente se agotan en la prueba escrita, entre otros.

Si hoy se plantea el desafío de la transformación educativa buscando otra educación posible es importante recuperar esos sentidos de la educación en función del acompañamiento docente a través de la enseñanza y el empoderamiento de los aprendizajes por parte del estudiante para lograr una nueva mediación pedagógica, que es el conformar una comunidad de aprendizaje e indagación. En este sentido, la educación tiene como reto el recuperar el sentido de comunidad educativa, donde las comunidades de aprendizaje impliquen el vivir un “ágape” educativo en la interacción, integración, diálogo e inclusión de los diferentes actores.

Nueva relación con la tecnología y el medio ambiente

Asimismo, considero que la recuperación de una “racionalidad emergente” por parte de la educación nos invita a que la educación genere nuevos espacios de reflexión, diálogo y crítica ante los escenarios “deshumanizantes” que nos ha dejado las consecuencias de la pandemia como la violencia, la corrupción, la inseguridad, el individualismo, entre otros.

Desde la perspectiva integral e integradora de una racionalidad emergente, se plantean nuevas prácticas como desafíos para el proceso de enseñanza y aprendizaje como la integración entre los procesos de modernización y nuestras herencias culturales, el desarrollo de nuestra originalidad del pensamiento, la promoción de una educación incluyente, la recuperación de nuestra capacidad de diálogo e interlocución y el discernimiento sobre una mejor toma de decisiones en nuestra vida cotidiana.

Para concluir la respuesta de la segunda pregunta, es importante que la educación recupere el sentido comunitario, de comunidad entre sus diferentes actores que forme a buenos ciudadanos, buenos padres de familia, buenas personas, como seres relacionales. Por otro lado, la recuperación de una racionalidad emergente en los procesos educativos permitirá reintegrar aquellas prácticas de reflexión, diálogo, crítica, interpretación y acción tanto necesarias hoy en día, y que la escuela tiene la posibilidad de hacerlo.

Por último, queda la tercera pregunta: ¿es posible generar otro tipo de educación? ¿Es indispensable humanizar la educación? Hoy el modelo educativo vigente está en crisis con el surgimiento del contexto de emergencia sanitaria. Como consecuencia, se presenta la oportunidad de repensar y diseñar otro tipo de educación posible no solamente a través de pedagogías emergentes, sino de realizar una reflexión sobre los objetivos, los contenidos y el perfil de egreso que plantean los currículos vigentes en función de educar a un sujeto para una sociedad no solamente de alto rendimiento y productividad sino para un buen vivir y el bien común.

La postpandemia nos invita a pensar en un nuevo orden planetario donde se privilegie la vida misma en su relación armónica con la naturaleza. ¿Cómo podemos prepararnos para un nuevo futuro en la educación? ¿Es posible que la educación recupere la condición humana? Estas preguntas nos invitan a reflexionar sobre una educación humana y sus nuevas relaciones e interacciones, como relacionalidades emergentes, entre los diferentes actores de la comunidad educativa mediada por la tecnología y una nueva relación entre el ser humano y la naturaleza. Por este motivo, una educación humana plantea una nueva relación del ser humano con la tecnología y el medio ambiente, lo que nos posibilita aspirar a un mundo más solidario, más justo, más empático, más resiliente, más humano y más natural.


Una versión de este artículo fue publicada originalmente en la revista Telos de Fundación Telefónica.

https://theconversation.com/reflexiones-sobre-una-educacion-humana-210660

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Cómo elegir a un gobernante

Por: Carolina Vásquez Araya

Un cargo de elección popular debe ser ocupado por una persona ética y capaz de ejercerlo.

En la carrera por el poder político suele perderse, además del respeto por la verdad, algo absolutamente indispensable: la transparencia y la capacidad de mostrar un perfil idóneo y a prueba de escrutinio para el cargo ambicionado. En un mundo orientado hacia la absurda soberanía de las leyes del mercado y frente a sociedades desprovistas de elementos de juicio confiables ante la oferta política -como sucede en la mayoría de países latinoamericanos- quienes triunfan suelen ser los más poderosos, los más tramposos, pero no siempre los mejores.

Las grandes mayorías han sido desprovistas de acceso a una educación de calidad y este hecho repercute en la carencia de capacidad de análisis, de acceso a una información objetiva y comprobable sobre la oferta electoral, pero también en una inevitable aceptación de decisiones emanadas por instituciones que han perdido de vista su misión. Estas instituciones suelen desviarse de su misión para complacer y apañar a sectores interesados en apoderarse del poder. En este escenario los conceptos de soberanía, independencia, democracia y gobernanza han sido desprovistos de todo su significado.

Para iniciar el proceso de elegir a un gobernante: presidente, alcalde, asambleísta o cualquier otro cargo de elección popular, es indispensable descartar antes de seleccionar. Es decir, dejar de lado a todo aquel individuo -hombre o mujer- cuyos antecedentes muestren conflicto con la ley, actos de corrupción, falsedad o incumplimiento de promesas de campaña en eventos previos, ocultamiento del origen de su patrimonio y falta de transparencia en el financiamiento de su propaganda política. Para ocupar un cargo político, la ética es un factor absolutamente indispensable, pero también la capacidad profesional y técnica que lo respalde para ejecutarlo con eficiencia y eficacia.

Un estadista es, según la RAE “una persona con gran saber y experiencia en asuntos de Estado”. Pero es mucho más que eso: es quien conoce las necesidades de su pueblo y busca resolverlas, apelando al consenso ciudadano para tomar decisiones equilibradas; es quien genera un avance sostenible en todos los campos de acción, independiente de presiones de grupos de poder; es quien comprende sus limitaciones en el ejercicio del cargo y sabe rodearse de un equipo respetuoso de la ley. Pero sobre todo, es quien no transa con grupos de poder económico ni con organizaciones criminales que solo buscan su propio beneficio, contra el beneficio de las mayorías.

Para elegir a un gobernante no basta con acudir a convocatorias de carácter proselitista y escuchar discursos. Hay que darse a la tarea de investigar, porque dar el voto es una decisión de enorme alcance y serias consecuencias. El sufragio es una declaración de confianza, de compromiso y de ejercicio ciudadano, por lo cual nunca debe responder a la coacción ni al pago de un soborno. Es el acto cívico más importante para una democracia y venderlo por dinero, regalos o una bolsa con alimentos es una traición contra la integridad personal y la del país.

Al dar una mirada a los procesos electorales cercanos a estas fechas resulta doloroso comprobar cuánto se ha perdido en términos de poder ciudadano, cuánto se ha deteriorado la institucionalidad y cuánta incertidumbre amenaza la incipiente democracia de nuestras castigadas naciones.

La falta de reflexión frente al sufragio es un acto de negligencia y tiene consecuencias.

Fuente de la información: www.carolinavasquezaraya.com

 

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Retos éticos de la revolución digital

Por: Leonardo Díaz

Requerimos de una educación centrada en la confianza –lo que es imposible sin el arraigo de una cultura ética- y una racionalidad abierta, caracterizada por la disposición al diálogo y al discernimiento crítico.

En el marco del Seminario de Ética Ciudadana, organizado por el Programa Nacional para la Promoción de la Ética (PROÉTICA), el filósofo Agustín Domingo Moratalla, de la Universidad de Valencia, realizó la conferencia inaugural titulada: “Los retos éticos en la era digital”.

Moratalla subrayó la redefinición del concepto de ciudadanía que ha producido la revolución digital. El viejo ciudadano del espacio público se convierte en el usuario de las redes digitales. Esta transformación replantea la demarcación entre espacio público y privado. A la vez, cuestiona nuestro concepto de sociedad, porque en la medida que muchos individuos disponen de dispositivos para accesar a mundos virtuales diseñados a partir del consumo y los gustos personales, es más probable el socavamiento de un proyecto común como sociedad, tal y como lo muestran las polarizaciones políticas actuales.

Al mismo tiempo, al tratarse de un mundo digitalizado donde la circulación de la información está determinada por sistemas algorítmicos, se conforma una “democracia algorítmica” que amenaza la autonomía del usuario.

Igualmente, se trata de un mundo donde existe una marcada interrelación entre los eventos económicos, sociales y políticos, así como interconectados se encuentran sus implicaciones a largo plazo. Moratalla sostiene que esta situación debería promover una ética del cuidado, una actitud de empatía hacia la profunda interrelación que se da entre todas las personas y el compromiso que dicha interrelación impone.

En este sentido, Moratalla recuerda la necesidad de una educación no limitada al fomento de las competencias relacionadas con la adquisición de las destrezas relacionadas con la tecnología. Requerimos de una educación centrada en la confianza –lo que es imposible sin el arraigo de una cultura ética- y una racionalidad abierta, caracterizada por la disposición al diálogo y al discernimiento crítico, que promueva el reconocimiento de la responsabilidad en la que ya estamos inmersos de modo inconsciente como participes de la red de relaciones que conforman nuestro mundo de la vida

Fuente: https://acento.com.do/opinion/retos-eticos-de-la-revolucion-digital-9194142.html

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