María Esther López es doctora en Sociología por la Universidad de Zaragoza y técnica de intervención socio laboral de la Fundación Secretariado Gitano de Zaragoza
«Se está en una situación continua de observación por parte de los tuyos para comprobar si tú, en algún momento, has mostrado señales de que estás dejando de ser ‘uno de los nuestros’»
«Por ser mujer, entre los 14 y los 16 años se esperan unas cosas concretas entre los gitanos y otras en la sociedad mayoritaria»
«Cruzar la línea. La construcción de la identidad de género en el patriarcado gitano», fue el título de la tesis doctoral en Sociología de María Esther López (Buenos Aires, 1965). Agente de igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres y técnica de intervención socio laboral de la Fundación Secretariado Gitano de Zaragoza, sus líneas de investigación están vinculadas a identidad cultural y de género, políticas públicas, pobreza, empobrecimiento y vulnerabilidad social.
¿Qué tiene de característica la construcción de la identidad de género para las mujeres gitanas en España?
El pueblo gitano tiene como elemento transversal unos valores propios que le caracterizan y que le han mantenido cohesionado a lo largo de los siglos. Aunque pueden variar en función del grado de desarrollo de cada familia, hay unos valores muy esenciales a la gitaneidad y que determinan unos mandatos concretos de rol y de género: el valor de la familia y el de la solidaridad orgánica.
La familia es fundamental y determina una serie de mandatos: el patriarcado, con una tesis de supremacía del varón que lleva a la obediencia a ese varón; la dedicación y el respeto a la familia de toda sociedad tradicional; y, en el caso de ellas, el mandato de género como agentes enculturadores, que consiste en que se les exige la replicación hacia las generaciones siguientes de estos valores esenciales.
¿En qué consiste ese segundo valor esencial a la gitaneidad, esa «solidaridad orgánica»?
Cuando ponemos a la familia como cúspide de la pirámide, hay un concepto de la sociología del siglo XIX, que es la solidaridad orgánica, que quiere decir que cada uno conoce su función y su rol dentro de una estructura y que se considera que es insolidario no cumplir con ese rol. Como mandatos que están sujetos a ese valor de la solidaridad orgánica están los cuidados, el sostenimiento y un altruismo racional. Es un altruismo aprendido: es esa entrega, esa dedicación a la familia que forma parte de aprendizajes y de narraciones internas dentro del propio grupo cultural.
Cada familia puede tener sus variaciones, pero estudiosos e investigadores han consensuado que la familia es fundamental y también se desprende de las entrevistas a decenas de mujeres con las que yo he interactuado a lo largo de los últimos 15 años. En el tema de la identidad de género, yo añadí las implicaciones de las decisiones personales y del egoísmo racional, que se contrapone al altruismo racional.
¿Cómo funciona esa contraposición del egoísmo racional al altruismo racional?
Un ejemplo sería que una persona diga que quiere estudiar, más allá de lo obligatorio, más allá de los referentes a su alrededor, estudiar como las demás alumnas de su clase. Hay estudios en Huesca sobre éxito educativo que muestran que este tipo de decisiones implican una serie de alianzas que normalmente suelen ser tejidas desde el seno más interno hasta alianzas externas que nada tienen que ver con el grupo de pertenencia.
Para continuar los estudios, por ejemplo, se suele empezar más con una alianza con el padre que con la madre y cuesta bastante conseguir el acuerdo o el consenso con el resto de la familia; por tanto, las alianzas externas juegan un papel fundamental. Entonces, en este proceso de identidad de género, el sujeto de mujer gitana se encuentra ante una disyuntiva: dentro de la línea, hacia el interior de la casa, tiene una identidad personal, pero cuando sale cada día a interactuar con los demás, esa identidad es como una mochila con la que va cargada.
Surgen incidentes entre una sociedad tradicional que está en tránsito de modernizarse, con sujetos que salen a la modernidad y que, al cruzar la línea, se ven sometidos a una serie de exigencias externas. Es decir, por ser mujer, entre los 14 y los 16 años se esperan unas cosas concretas a un lado u otro de la línea. En ese momento, se van a producir una serie de conflictos internos. En función de, como decía al principio, esas alianzas internas que pueda tejer y las externas que pueda conseguir y que repercutan en el interior, las decisiones que tome pueden cargar a esa mujer de mayor o menor culpa. Según el tramo de edad o del punto de trayectoria y de la madurez social que tenga esa persona, mayores serán las implicaciones de las decisiones que tome. Aparece aquí una palabra que surge de ellos mismos, que es la «estigmatización del apayamiento».
¿Qué supone esa estigmatización?
Que estás en una situación continua de observación por parte de los tuyos para comprobar si tú, en algún momento, has mostrado señales de que estás dejando de ser «uno de los nuestros». ¿Por qué? Porque hay una especie de sentimiento de pérdida y de que la adaptación y la interacción genera cambios en las personas. ¿Hasta qué punto cambiará esta mujer que tiene este rol predeterminado cuando lleve una trayectoria de estudios larga y de relaciones laborales larga fuera del entorno más cercano del grupo? Cuando vuelve al grupo, se le observa. Da igual el nivel educativo de la mujer; la mayor carga que ellas siempre han manifestado es el riesgo de la culpabilidad por «apayamiento». Es esa sensación de que tú ya no eres lo que se espera de ti, ya no pareces gitana. Y ya puedes decir que sí; si tu grupo dice que no, ya no eres gitana. Ahí entra el reconocimiento y el déficit de reconocimiento.
Por un lado, cuando una mujer gitana va construyendo una identidad de género más acorde a lo que la sociedad mayoritaria establece, con identidad de género más fuerte, con autonomía, libertad de decisión… llega un momento en que surge un concepto por el que está trabajando todo el grupo, que es el reconocimiento de la identidad gitana frente al estigma, a esa carga negativa o pintoresca. Pero, a la vez, esa gitana está dejando de ser reconocida como tal por su grupo.
Cuando las mujeres gitanas construyen su identidad de género, intentan obtener reconocimiento más de dentro que de fuera. De fuera, viene dado porque es lo que se espera de ellas, que sean mujeres que trabajan por cuenta ajena, que tengan una carrera profesional, que tengan una corresponsabilidad familiar, que lleven a los niños a la guardería desde los primeros meses…. Pero ese reconocimiento externo viene cargado de déficit de reconocimiento interno y buscar el reconocimiento en el interior provoca unos conflictos internos muy fuertes. A veces, provoca decisiones que la sociedad mayoritaria no comprende, tan sencillas como que al casarse no trabajen durante un tiempo. No estamos hablando de violencia de género, pero sí de entornos de violencias soterradas, veladas, porque si no se espera de ti que hagas esto, ¿para qué lo haces, si sabes lo que va a pasar?
Ha hablado de patriarcado, de altruismo, de cuidados, de culpa… ¿esos mandatos de rol y de género no son muy parecidos a los del resto de las mujeres?
Son muy parecidos, ahí está lo interesante de todo esto. Probablemente, dependiendo del país, serán más o menos parecidos. España es un país en el que los gitanos conviven desde 1425, se han empapado de esta cultura, que es tradicional, y están en fase de modernización. En la sociología del género siempre se dice que lo más interesante de la construcción de la identidad de género de las mujeres en España y en otros países del sur de Europa es que están transformando las relaciones de género desde el propio seno de la familia.
Los mandatos nos emparentan prácticamente a todas las mujeres. Está en la capacidad de cada sujeto poder negociar. La diferencia es que para las gitanas, la fase de negociación no está prevista; en las no gitanas, sí está previsto que tengas un deseo y un anhelo individual y personal. ¿Qué emparenta a las mujeres gitanas con otras identidades de género? Por ejemplo, las emparenta con las identidades de género de grupos tradicionales, de clase media baja, de las negras de Estados Unidos, que en los años 70 y en los 80 con más firmeza se quejaban desde el punto de vista de las revisiones del feminismo respecto a una mirada de clase media. Ellas reivindicaban a la clase social baja. Ahora, las mujeres gitanas están diciendo: «Estamos avanzando mucho, muchísimo, ¿por qué no lo veis?». Podríamos hablar de que tienen un leit motiv principal: seguir siendo ellas, pero también con su cultura.
Esa gran reflexión que ellas hacen continuamente sobre si seguir o no con su cultura surge porque se puede cruzar a la brava y romper con todo o puedo cruzar, luchar y luchar, pero abandonar cuando esté cansada de esa lucha. El cruce y la interrupción es algo prácticamente continuado, porque hay algunas trayectorias que son fantásticas, pero también hay mujeres que cruzan y regresan. He estudiado varios casos: son las que en el momento de decidir y actuar prefieren no cruzar la línea porque el peso del estigma de «apayamiento» es demasiado alto. Prefieren estar en la zona de confort, se han quedado solteras bastante tiempo porque tienen ciertas señales de individualidad muy fuerte, prefieren olvidarse del mandato de obediencia a un varón, pero dicen sí a su familia, sí a los cuidados, sí a estar pendiente de todo el mundo, soy la tía, la hermana, la hija… cumplo con todos esos roles, aunque me salto el de construir una familia. En estos casos, se mantienen en la periferia de la línea, están muy identificadas con el colectivo gitano, son muy gitanas, incluso hasta en lo que uno imagina físicamente. Quieren ser antes que nada, gitanas. Todo lo demás, sobra.
Usted explica la situación acudiendo a una feminista clásica como es Mary Wollstonecraft, ¿en qué sentido?
En el siglo XVIII, en el momento de la construcción de las primeras democracias, de la participación, de la creación de los primeros movimientos ciudadanos, había allí un gran olvido hacia las mujeres. Ahora también se corre ese riesgo, porque a pesar de que hay muchas mujeres gitanas visibilizadas, estamos en un momento de reclamar el reconocimiento de la cultura gitana y puede haber un gran olvido también sobre el papel que las mujeres hacen para el cambio, que son fundamentales, con su rol de la madre enculturadora. Yo quiero siempre poner en valor el hecho de que cuando las primeras feministas hablaban de «lo que se espera de mí», las mujeres gitanas también estaban, aunque nunca se habló de ellas.
Esta mirada a una feminista clásica como Mary Wollstonecraft o también a Simone de Beauvoir es importante para entender que en el feminismo clásico está el momento de desarrollo en que buena parte de las mujeres gitanas están construyendo su identidad de género. Los debates sobre la reflexión de la individualidad, sobre la tensión entre individualidad y socialidad, sobre hacer político lo que es personal… en esos debates cuentan como aliadas con las mujeres de todas las culturas y de todas las identidades, porque estamos todas debatiéndonos. Estamos en un continuo proceso de toma de decisiones.
Fuente: https://www.eldiario.es/aragon/sociedad/gitanas-culpabilidad-apayamiento-sensacion-pareces_0_802469889.html