España: «Nuestros hijos son excluidos de los colegios y no lo podemos consentir»

17 Diciembre 2017/Fuente: Hoy /Autora: ANA B. HERNÁNDEZ PLASENCIA.

Padres de menores con discapacidad se unen para exigir a Educación que «puedan estar donde están los demás»

«Se dice que en Extremadura hay educación inclusiva, que el sistema atiende a todo el mundo, pero no es verdad».

Susana Fajardo es madre de un niño con discapacidad física, intelectual y sensorial, y su trayectoria escolar se asemeja al resto de los que se encuentran en su situación. «Cuando pasan de Infantil a Primaria ya te invitan a ir a un centro de educación especial, y la historia se repite cuando se trata de acceder a Secundaria, siempre te indican la puerta de salida».

Por eso familias de Extremadura con hijos con discapacidad, algunas de ellas en las fotografías que ilustran la información, han comenzado a unirse para alzar su voz, exponer públicamente su situación y reivindicar una solución. «Porque la realidad es que nuestros hijos son excluidos del sistema educativo y derivados a la educación especial, y esto no lo podemos consentir».

Extremadura cuenta con 2.217 profesionales en la atención a la diversidad en la escuela

Susana Fajardo, portavoz de estas familias, afirma que la discapacidad es una etiqueta que marca a sus hijos e impide a los padres elegir como los demás el centro educativo. «Por eso reclamamos una educación inclusiva de verdad, un sistema educativo en el que todos tengan cabida».

Auxiliares técnicos educativos (cuidadores), pedagogos terapéuticos y especialistas en audición y lenguaje son los profesionales con los que cuenta el sistema para atender a los alumnos con discapacidades y que, por tanto, no siguen el mismo ritmo de aprendizaje de los demás. Estos recursos son los que posibilitan que puedan acudir a clase en colegios e institutos.

«Pero estos recursos son insuficientes y, por eso, nos ponen trabas, porque no se les puede atender en los centros, por lo que se les impide que vean un modelo normalizado, por lo que les estamos estirpando su parte social». Estas familias reclaman un cambio que acabe con la exclusión de sus hijos. «El sistema no se adapta a lo que se requiere para que todo el mundo esté incluido y, por eso, las familias estamos abocadas a los juzgados y a un desgaste continuo porque estamos en una lucha permanente».

En resumen, «solo queremos que nuestros hijos puedan estar dónde están los demás». Por eso piden a la consejería que «deje de poner parches y diseñe el camino adecuado para alcanzar la educación inclusiva en la región».

Un camino que permita a los niños con discapacidad contar con los recursos precisos en los centros ordinarios para que puedan compartir tiempo con otros de su edad y que haga posible que puedan continuar con sus estudios más allá de la Educación Secundaria Obligatoria. Reivindicación que lleva a cabo especialmente José María Fernández Chavero, profesor en Badajoz y padre de una niña con discapacidad intelectual. Y reivindicación que ya ha llegado al Congreso de los Diputados.

«Porque lo que pedimos es que el sistema se adapte a todos, también a nuestros hijos, a los menores que aunque con discapacidades deben tener las mismas oportunidades que los otros, para que una formación les saque el máximo provecho y no estén abocados a la dependencia».

Un camino de atención a la diversidad que haga posible la inclusión y en el que ya está trabajando la Consejería de Educación, según defendió recientemente el secretario general, Rafael Rodríguez de la Cruz, en la Asamblea.

Tal como expuso, se ha mejorado la atención a la diversidad del alumnado, porque la Junta ha destinado más recursos y programas, «paliando los recortes que sufrió en la pasada legislatura». Indicó que la recuperación de plazas docentes suprimidas y la creación de nuevas aulas especializadas, «nos ha permitido mejorar la atención a la diversidad del alumnado».

En su comparecencia en la Comisión de Educación de la Asamblea de Extremadura, Rafael Rodríguez de la Cruz recordó que la consejería ha recuperado 750 plazas docentes de las 1.000 que fueron suprimidas durante la legislatura anterior, muchas de las cuales eran de profesores de Pedagogía Terapéutica y de Audición y Lenguaje, así como de orientadores, todos ellos docentes especialistas en la atención a la diversidad.

Cifró en 2.217 los profesionales que actualmente se ocupan de esta atención: 657 son profesores de Pedagogía Terapéutica, 504 de Audición y Lenguaje, 80 trabajan en la compensación educativa, 40 forman parte de los equipos de orientación, 315 son orientadores en institutos y centros de educación de adultos, 322 son auxiliares técnicos educativo-cuidador, 27 son intérpretes de lenguaje de signos, 236 son educadores sociales, 13 son fisioterapeutas y 23 son ATS.

«Tenemos una plantilla suficiente para atender las necesidades existentes», resumió De la Cruz, quien garantizó, además, que también los centros concertados «cuentan con unidades y horas de apoyo para atender a los alumnos con necesidades educativas especiales». Además de diversos programas de refuerzo, el secretario general recordó que están en marcha ocho nuevas aulas abiertas especializadas de educación especial, un aula abierta en el colegio Alfonso VIII de Plasencia y siete aulas especializadas para alumnos con trastornos del espectro del autismo en distintas localidades extremeñas.

Sin embargo, para Susana Fajardo, «Rafael Rodríguez de la Cruz hizo bien su papel en la Asamblea, pero él sabe que la educación inclusiva no existe en Extremadura».

Fuente de la noticia: http://www.hoy.es/extremadura/hijos-excluidos-colegios-20171217000618-ntvo.html

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Rememoración de los insignificantes

Carlos Ayala Ramírez

Según el teólogo Gustavo Gutiérrez, una persona puede ser insignificante por muchas razones. Puede serlo porque no tiene dinero, por el color de la piel, por ser mujer, porque pertenece a una cultura que la civilización dominante considera inferior. Insignificantes, nos dice el obispo de Roma, Francisco, son los sin techo, los toxicodependientes, los refugiados, los pueblos indígenas, los ancianos cada vez más solos y abandonados. Los prescindibles porque sobran, no se necesitan o se consideran inútiles. Insignificantes, en fin, los pequeños, los ignorantes, los afroamericanos, los excluidos, los marginados sociales. Es decir, los que no significan nada para los grandes y poderosos de este mundo, propulsores de una mentalidad que lo valora todo en términos de utilidad y conveniencia.

Ahora bien, hay al menos tres aspectos que no debemos eludir al momento de hacernos cargo de esta realidad. Primero, que su existencia no es una fatalidad, sino una injusticia. Segundo, es necesario tenerlos presentes en la memoria colectiva, como antídoto para los peligros del olvido y la indiferencia. Tercero, recordar a los “últimos” significa dejarnos afectar por su presencia y reaccionar con responsabilidad solidaria. Hay antecedentes ejemplares de estos tres rasgos, que han dejado huellas inspiradoras.

En tiempo de la colonia, fray Antonio de Montesinos denunció con vigor —en su famoso sermón del cuarto domingo de adviento de 1511— el escándalo de la conquista. Sus cuestionamientos, dirigidos a los responsables de la ocupación, maltrato, explotación y muerte de los indígenas, son inequívocos:

Todos están en pecado mortal y en él viven y mueren, por la crueldad y tiranía que usan con estas inocentes gentes. Digan ¿con qué derecho y con qué justicia tienen en tal cruel y horrible servidumbre a esto indios? ¿Con qué autoridad han hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas? ¿Cómo los tienen tan opresos y fatigados, sin darles de comer ni curarlos en sus enfermedades?

En otro momento histórico, Jorge Luis Borges, en su libro Historia universal de la infamia, cuenta que, a principios del siglo XIX, las vastas plantaciones de algodón en las orillas del río Mississippi eran trabajadas por negros, de sol a sol. Dormían en cabañas de madera, laboraban en filas, encorvados bajo el látigo del capataz. Huían, y hombres de barba entera saltaban sobre hermosos caballos y los rastreaban fuertes perros de presa. Los propietarios de esas tierras y esas negradas son descritos por Borges como gente ociosa y ávidos caballeros de melena, que habitaban en largos caserones.

Roque Dalton, en su conocido Poema de amor, retrata lo que, a su juicio, conforma el modo de ser del salvadoreño común e insignificante. Son los sembradores de maíz en plena selva extranjera, reyes de la página roja, los que nunca sabe nadie de dónde son, los mejores artesanos del mundo, los que fueron cosidos a balazos al cruzar la frontera. Los que murieron de paludismo en el infierno de las bananeras, los que lloraron borrachos por el himno nacional bajo el ciclón del pacífico o la nieve del norte. Los arrimados, los mendigos, los marihuaneros. Los eternos indocumentados, los hacelotodo, los vendelotodo, los comelotodo, los primeros en sacar el chuchillo, los tristes más tristes del mundo. Y luego, su imborrable trozo de amor: mis compatriotas, mis hermanos.

Por su parte, Eduardo Galeano, en su poema Los nadies, transmite la impotencia y el dolor de los olvidados, los sometidos, los rechazados de hoy y de siempre:

Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada/ Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos/ Que no son, aunque sean/ Que no hablan idiomas, sino dialectos/ Que no profesan religiones, sino supersticiones/ Que no hacen arte, sino artesanía/ Que no practican cultura, sino folklore/ Que no son seres humanos, sino recursos humanos/ Que no tienen cara, sino brazos/ Que no tienen nombre, sino número/ Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local/ Los nadies que cuestan menos que la bala que los mata.

Estas memorias nos enfrentan a la realidad, nos llevan a pensar en el otro. Ese otro identificado como la gente sin importancia, que no cuenta. El teólogo Johann Baptist Metz es reiterativo al exhortar a estar atentos a las señales de una firme disposición a no dar la espalda al sufrimiento de otros; expectantes a las alianzas y proyectos animados por la compasión y que se sustraen a la actual corriente de indiferencia y apatía. Desde la perspectiva cristiana, el ejemplo absoluto de este estilo de vida es Jesús de Nazaret. Como se sabe, en los tres años de su vida itinerante, Jesús convivió la mayor parte de su tiempo con aquellos que no tenían lugar dentro del sistema religioso y social de la época. Él pasó a ser conocido como “amigo de publicanos y pecadores”. Aceptó a los que no eran acogidos: los inmorales (prostitutas y pecadores), los herejes (samaritanos y paganos), los impuros (leprosos y poseídos), los marginados (mujeres, enfermos y niños), los colaboradores (publicanos y soldados), los débiles (los pobres sin poder).

Jesús no excluía a nadie, pero su proyecto de fraternidad y justicia se construye a partir de la compasión solidaria con los insignificantes. Compasión que, para Metz, no ha de entenderse como una vaga simpatía experimentada desde arriba o desde fuera, sino como percepción participativa y comprometida con el sufrimiento ajeno, como activa rememoración del sufrimiento de los otros.

 

Fuente del articulo: http://www.alainet.org/es/articulo/183524

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