Misión Sociopedagógica en la escuela nº80 de Campo de Todos, Salto.
Campo de Todos es una localidad de poco más de 200 habitantes ubicada a 80 kilómetros de la ciudad de Salto y a más de 500 de Montevideo. La escuela rural 80 concentra a los 24 niños de la zona. Hacia allí se dirigió en la primera semana de noviembre un grupo de 20 estudiantes misioneros del Instituto Normal de la capital, con el objetivo de “conocer el medio, romper el aislamiento del maestro rural y actuar sobre el grupo social”, según establece el reglamento de las misiones sociopedagógicas, creado en base a la experiencia acumulada en más de 70 años. El trabajo es voluntario, comienza en marzo y continúa durante los sábados del año: los estudiantes no reciben nota ni exoneran materias, lo hacen porque creen que es necesario vivir la experiencia del intercambio.
Las misiones sociopedagógicas tienen larga data: sus orígenes deben rastrearse en México y en España, relacionadas a la cultura, y llegaron a Uruguay en 1945. El objetivo siempre fue el mismo: llegar de forma voluntaria a las escuelas más alejadas del país para ayudar y aprender. Tuvieron su auge en los años 50 y 60, hasta que la última dictadura las interrumpió; reaparecieron con la democracia en algunos departamentos y volvieron a Montevideo recién en 2013.
Las misiones son voluntarias y no reciben apoyo de ninguna institución, más allá del transporte. Para financiar la semana en que se van a vivir a la escuela rural elegida los estudiantes hacen “bailes, venta de rifas y de productos varios; además, se buscan donaciones de empresas o de la gente que da cosas, como libros o telas; con lo recaudado pagamos la comida y compramos cosas para la escuela; este año llevamos semillas para la huerta y útiles escolares”, explicó a la diaria Valentina Castro, estudiante de segundo de magisterio en Montevideo.
Durante su estadía en las escuelas, los futuros docentes realizan distintas actividades que son planificadas junto a los maestros de la escuela. La idea, señaló Elbio Ferreira, estudiante de cuarto año del Instituto Normal, “es trabajar en tres aspectos: lo cultural, lo social y lo pedagógico, pero siempre en coordinación con las necesidades de la escuela en su particular contexto”.
Para Mercedes López, profesora de Pedagogía e impulsora de la nueva generación de misiones, la experiencia “es una parte fundamental en la formación personal y profesional de los estudiantes porque los pone en contacto con otra realidad que no podrían conocer de otra forma, pone al estudiante en un contexto social, familiar, distinto al que viven en las prácticas de Montevideo; desde lo profesional los ponen en contacto con la didáctica multigrado y con el trabajo en grupo que hacen los maestros rurales”. La docente dijo a la diaria que “las misiones buscan reivindicar algo que se perdió hace mucho tiempo: el maestro como actor social y la comunidad dentro de la escuela, toda esta vivencia que es muy difícil en las prácticas y el medio rural por sus características lo ha preservado”.
Limber Santos, director del Departamento de Educación Rural del Consejo de Educación Inicial y Primaria (CEIP), destacó en diálogo con la diaria que “al estudiante de magisterio, cualquiera sea el formato de misión sociopedagógica que se realice, le aporta muchísimo en el sentido de poder conocer de primera mano una realidad que quizás sea a la que luego se va a insertar laboralmente. Pero aunque no sea así, como en el caso de la mayoría de los estudiantes de Montevideo, creo que aporta mucho al conocimiento de la realidad institucional de los distintos medios rurales”.
La previa
La semana que pasan los estudiantes en la escuela rural tiene detrás un importante trabajo de planificación. En el caso de Montevideo, las reuniones de difusión y convocatoria comienzan en marzo. “En los primeros tres sábados compartimos las dinámicas de trabajo y explicamos en qué consiste la misión; empezamos con unos 40 estudiantes, pero como requiere mucho tiempo y compromiso, por lo general, en el grupo cerrado que comienza a trabajar quedan 20 compañeros”, comentó Ariel Vilardo, estudiante de cuarto año.
El grupo definitivo comienza a trabajar a mediados de año para definir a qué escuela irán, entre aquellas con estudiantes de quintiles socioeconómicos bajos. Este año se decidieron por Salto, “teniendo en cuenta que éramos unos 20 y no podíamos ir a una escuela que tuviera cinco niños; la idea siempre es ayudar a la mayor cantidad posible de personas”, destacó Valentina. Cuando se eligió la escuela y se hicieron las primeras comunicaciones telefónicas, un grupo de delegados fue a La Avanzada para una visita a la institución, de forma de poder conocer mejor las necesidades que tienen y planificar las actividades en conjunto con las maestras. “En La Avanzada de Salto primero visitamos la escuela y, al día siguiente, tuvimos una reunión en el Instituto de Formación Docente para dar a conocer el proyecto y crear un grupo de misioneros en Salto”, comentó Elbio.
La idea de conocer previamente a las maestras y a la escuela es para poder integrar a todos en las actividades planificadas. Por ejemplo, una idea previa que tenían los misioneros de este año era trabajar la sexualidad; sin embargo, las docentes prefirieron que ese tema no se tocara y se enfatizara sobre los valores y la higiene. “La Avanzada permite un trabajo en conjunto con la directora y la maestra; la idea no es que sea algo que nosotros planificamos sobre lo que ellos hacen y cambiarles todo sino que ellos puedan plantearnos el trabajar algo en particular”, explicó Ana Laura Sosa, que ya egresó de magisterio pero sigue participando en las misiones.
Otra forma de conocer
La experiencia de la misión es “diferente” de la práctica rural que los estudiantes tienen en el último año de su carrera. Sobre todo es distinta para los capitalinos, que tienen la pasantía de una semana en la escuela rural como algo optativo. Para los futuros maestros del área rural el tiempo se extiende hasta un mes y sí es de carácter obligatorio; sin embargo, para todos es una práctica de corte curricular, deben ir a dar clase y concentrarse en los contenidos programáticos. La misión se define como algo separado del marco normativo, aunque se trabajan contenidos. “La relación que generás con los chiquilines es muy diferente”, aseguró Ana Laura.
Durante la misión se generan dinámicas de recreación; por ejemplo, para trabajar los hábitos de higiene hicieron “una experiencia de danza y expresión corporal, mediante gestos ellos tenían que expresar su rutina; hubo niños que nos señalaron el cepillado de dientes, el baño, todas las comidas, pero otros no”, detalló Valentina. Por otra parte, los valores se trabajaron con trabajos en equipo y en talleres.
Asimismo, la misión apunta a generar un contacto no sólo con los niños y docentes, sino también con la localidad: “Este año se trabajó más con la comunidad: establecimos dos días para hacer un recorrido por la zona, visitamos las viviendas, conocimos a las personas de allá, sabemos de qué trabajan y cuántos hijos tienen, incluso algunos conocían las misiones de los años 50, que se hicieron ahí”, agregó la futura maestra.
Para Santos, “una escuela que logre trascender la vivencia de la misión para los niños, los maestros, los auxiliares y los padres puede generar algo muy significativo. Después de una misión, todo el mundo sale muy satisfecho con la experiencia; si a eso se le suma un seguimiento en el que se continúe el vínculo, aunque sea a distancia, el beneficio va a ser doble”. En este sentido, los estudiantes de Montevideo aseguraron que parte del trabajo es mantener la relación: “Buscamos mantener un contacto con las escuelas a las que vamos; en los primeros años, que eran más cerca, fuimos a las fiestas de fin de año. Tratamos de mantenernos al tanto, por lo menos por un par de años”, puntualizó Ariel. Las relaciones que se generan con los estudiantes y la comunidad “son fuertes”, señalaron los estudiantes; para Valentina, que va a las misiones desde primer año, “la visión de la escuela es totalmente distinta, conozco un medio rural que antes no tenía presente, es una experiencia que te llena”.
El origen | En 1945 el destino fue Caraguatá, Tacuarembó. Un grupo de estudiantes del Instituto Normal organizó la primera misión pedagógica basándose en los modelos mexicanos y españoles. Julio Castro fue el maestro que los acompañó, y escribió en el semanario Marcha al respecto: “Hay que destacar la expresión de solidaridad humana que la misión pedagógica que están realizando significa. Porque han elegido para su trabajo una zona misérrima de rancheríos, a más de 20 leguas del ferrocarril, y donde la desocupación, el hambre, el frío, etcétera, son moneda corriente”. Llevaron el cine, el teatro, los títeres y la música a una zona donde apenas había agua. Estos primeros misioneros establecieron una corriente de pensamiento pedagógico que apostaba al cambio de la desigualdad social, a partir de ese momento agregaron la parte “socio” en el nombre porque empezaron a tratar de mejorar las condiciones materiales de los poblados que visitaban.