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ENTREVISTA Jürgen Habermas: “¡Por Dios, nada de gobernantes filósofos!

Por Daniel Innerarity

A punto de cumplir 89 años, el filósofo vivo más influyente del mundo está en plena forma. El viejo profesor alemán, discípulo de Adorno y superviviente de la Escuela de Fráncfort, mantiene un pulso de hierro en sus juicios sobre las cuestiones esenciales de ahora y de siempre, que sigue destilando en libros y artículos. Los nacionalismos, la inmigración, Internet, la construcción europea y la crisis de la filosofía son algunos de los temas tratados durante este encuentro en su casa de Starnberg.

EN TORNO AL LAGO de Starnberg, a unos 50 kilómetros de Múnich, se arraciman sucesivas hileras de chalets estilo alpino. La única excepción a la apabullante dosis de melancolía, madera oscura y flores en los balcones surge en forma de un bloque blanco y compacto de esquinas suaves, con ventanas grandes y cuadradas como única concesión a la sobriedad. Es el racionalismo hecho arquitectura en el país de Heidi. La Bauhaus y su modernidad rabiosa en medio de la Baviera eterna y conservadora. Una minúscula placa blanca sobre una puerta azul confirma que ahí vive Jürgen Habermas (Düsseldorf, 1929), sin duda el filósofo vivo más influyente del mundo por trayectoria, obra publicada y actividad frenética aun hoy, cuando falta mes y medio para que cumpla 89 años. Su esposa desde hace más de 60 años, la historiadora Ute Wesselhoeft, recibe en el pequeño vestíbulo y solo tarda unos segundos en girar la cabeza y exclamar: “¡Jürgen, los señores de España han llegado!”. Ambos habitan esta casa desde 1971, cuando Habermas pasó a dirigir el Instituto Max Planck de Ciencias Sociales.

“No puede haber intelectuales comprometidos si ya no hay lectores a los que seguir llegando con argumentos”

El discípulo y asistente deTheodor Adorno, además de miembro insigne de la segunda generación de laEscuela de Fráncfort y antiguo catedrático de Filosofía en la Universidad ­Goethe de Fráncfort avanza desde su estudio, una coqueta leonera de papeles y libros en estado de caos cuyos ventanales dan a un bosque. Da la mano con fuerza. Es muy alto, camina muy recto y tiene una espectacular mata de pelo blanco como la nieve. Saluda afable e invita a sentarse en uno de los grandes sofás. La estancia está decorada en tonos blancos y arena y acoge una pequeña colección de arte moderno que incluye pinturas de Hans Hartung, Eduardo Chillida, Sean Scully y Günter Fruhtrunk, y esculturas de Oteiza y Miró (esta última simboliza el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales recibido en 2003). Se abre imponente al visitante la biblioteca de Habermas, que aloja viejos volúmenes de Goethe y de Hölderlin, de Schiller y de Von Kleist, y filas enteras de obras de Engels, Marx, Joyce, Broch, Walser, Hermann Hesse y Günter Grass, entre otra infinidad de escritores y pensadores.

El autor de obras imprescindibles del pensamiento, la sociología y la ciencia política del siglo XX comoHistoria y crítica de la opinión pública, Conocimiento e interés, El espacio público, Discurso filosófico de la modernidad o Teoría de la acción comunicativa intercambia con El País Semanal impresiones acerca de algunos de los temas que le han preocupado durante seis décadas y le siguen preocupando. Con una excepción: el entrevistado prefirió esquivar toda cuestión relacionada con el pasado nazi de su país y con su propia experiencia al respecto (fue miembro de las Juventudes Hitlerianas —como tantos compatriotas suyos, obligado—). Habermas está enfadado. “Sí…, sigo enfadado con algunas de las cosas que ocurren en el mundo. Eso no es malo, ¿no?”, bromea.

Profesor Habermas, se habla mucho de la decadencia de la figura del intelectual comprometido. ¿Considera justo ese juicio? ¿No es a menudo un mero tema de conversación entre los propios intelectuales? Para la figura del intelectual, tal como la conocemos en el paradigma francés, desde Zola hasta Sartre y Bourdieu, fue determinante una esfera pública cuyas frágiles estructuras están experimentando ahora un proceso acelerado de deterioro. La pregunta nostálgica de por qué ya no hay intelectuales está mal planteada. No puede haberlos si ya no hay lectores a los que seguir llegando con sus argumentos.

¿Puede pensarse que Internet ha acabado por diluir esa esfera pública que quizá garantizaban los grandes medios tradicionales y que eso ha afectado a la repercusión de los filósofos y los pensadores? Sí. Desde Heinrich Heine, la figura histórica del intelectual ha ganado altura de la mano de la esfera pública liberal en su configuración clásica. Sin embargo, esta vive de unos supuestos culturales y sociales inverosímiles, principalmente de la existencia de un periodismo despierto, con unos medios de referencia y una prensa de masas capaz de dirigir el interés de la gran mayoría de la ciudadanía hacia temas relevantes para la formación de opinión política. Y también de la existencia de una población lectora que se interesa por la política y tiene un buen nivel educativo, acostumbrada al conflictivo proceso de formación de opinión, que saca tiempo para leer prensa independiente de calidad. Hoy en día, esta infraestructura ya no está intacta. Si acaso, que yo sepa, se mantiene en países como España, Francia y Alemania. Pero también en ellos el efecto fragmentador de Internet ha desplazado el papel de los medios de comunicación tradicionales, en todo caso entre las nuevas generaciones. Antes de que entrasen en juego estas tendencias centrífugas y atomizadoras de los nuevos medios, la desintegración de la esfera ciudadana ya había empezado con la mercantilización de la atención pública. Estados Unidos y su dominio exclusivo de la televisión privada es un ejemplo espeluzante. Ahora, los nuevos medios de comunicación practican una modalidad mucho más insidiosa de mercantilización. En ella, el objetivo no es directamente la atención de los consumidores, sino la explotación económica del perfil privado de los usuarios. Se roban los datos de los clientes sin su conocimiento para poder manipularlos mejor, a veces incluso con fines políticos perversos, como acabamos de saber a través del escándalo de Facebook.

“La única forma de hacer frente a las oleadas mundiales de emigración sería combatir sus causas económicas en los países de origen”

¿No cree que Internet, más allá de sus indiscutibles ventajas, ha forjado una especie de nuevo analfabetismo? Usted se refiere a las controversias agresivas, las burbujas y los bulos de Donald Trump en sus tuits. De este individuo no se puede decir siquiera que esté por debajo del nivel de la cultura política de su país. Trump destruye ese nivel permanentemente. Desde la invención del libro impreso, que convirtió a todas las personas en lectores en potencia, tuvieron que pasar siglos hasta que toda la población aprendió a leer. Internet, que nos convierte a todos en autores en potencia, no tiene más que un par de décadas de edad. Es posible que con el tiempo aprendamos a manejar las redes sociales de manera civilizada. Internet ya ha abierto millones de nichos subculturales útiles en los que se intercambia información fiable y opiniones fundadas. Pensemos no solo en los blogs de científicos que intensifican su labor académica por este medio, sino también, por ejemplo, en los pacientes que sufren una enfermedad rara y se ponen en contacto con otra persona en su misma situación de continente a continente para ayudarse mutuamente con sus consejos y su experiencia. Se trata, sin duda, de grandes beneficios de la comunicación, que no sirven solo para aumentar la velocidad de las transacciones bursátiles y de los especuladores. Yo soy demasiado viejo para juzgar el impulso cultural que originarán los nuevos medios. Lo que me irrita es el hecho de que se trata de la primera revolución de los medios en la historia de la humanidad que sirve ante todo a fines económicos, y no culturales.

En el paisaje hipertecnologizado de hoy, donde triunfan los mal llamados saberes útiles, ¿qué vigencia y sobre todo qué futuro tiene la filosofía? Mire, soy de la anticuada opinión de que la filosofía debería seguir intentando responder a las preguntas de Kant: ¿qué puedo saber?, ¿qué debo hacer?, ¿qué me es dado esperar? y ¿qué es el ser humano? Sin embargo, no estoy seguro de que la filosofía, tal como la conocemos, tenga futuro. Actualmente sigue, como todas las disciplinas, la corriente hacia una especialización cada vez mayor. Y eso es un callejón sin salida, porque la filosofía debería tratar de explicar la totalidad, contribuir a la explicación racional de nuestra manera de entendernos a nosotros mismos y al mundo.

El pensador alemán se asoma a una ventana de la casa donde vive con su esposa, Ute, desde 1971.
El pensador alemán se asoma a una ventana de la casa donde vive con su esposa, Ute, desde 1971.GORKA LEJARCEGI
 ¿Qué queda de su vieja filiación marxista? ¿Sigue siendo Jürgen Habermas un hombre de izquierdas? Llevo 65 años trabajando y luchando en la universidad y en la esfera pública a favor de postulados de izquierdas. Si desde hace un cuarto de siglo abogo por la profundización política de la Unión Europea, lo hago con la idea de que solamente ese régimen continental podría domar un capitalismo que se ha vuelto salvaje. Jamás he dejado de criticar al capitalismo, pero tampoco de ser consciente de que no bastan los diagnósticos a vuelapluma. No soy de esos intelectuales que disparan sin apuntar.

Kant + Hegel + Ilustración + marxismo desencantado = Habermas. ¿Le sirve esta ecuación para despejar la “x” de su ideología y de su pensamiento? Si hay que expresarlo en estilo telegráfico, estoy de acuerdo, aunque no sin una pizca de la dialéctica negativa de Adorno…

Usted acuñó en 1986 el concepto político del patriotismo constitucional, que hoy suena casi medicinal frente a otros supuestos patriotismos de himno y bandera. Es mucho más difícil ejercer el primero que los segundos, ¿no? En 1984 pronuncié una conferencia en el Congreso español por invitación de su presidente, y al acabar fuimos a comer a un restaurante histórico. Estaba, si no me equivoco, entre el Parlamento y la Puerta del Sol, en la acera de la izquierda. Sea como sea, durante la animada tertulia con nuestros impresionantes anfitriones —muchos de ellos eran compañeros socialdemócratas que habían participado en la redacción de la nueva Constitución del país—, mi esposa y yo nos enteramos de que en ese local había tenido lugar la conspiración para preparar la proclamación de la Primera República española en 1873. Al saberlo, experimentamos una sensación totalmente diferente. El patriotismo constitucional necesita un relato apropiado para que tengamos siempre presente que la Constitución es el logro de una historia nacional.

Y en ese sentido, ¿se considera usted un patriota?Me siento patriota de un país que, por fin, tras la Segunda Guerra Mundial, dio a luz una democracia estable, y a lo largo de las subsiguientes décadas de polarización política, una cultura política liberal. No acabo de decidirme a declararlo y, de hecho, es la primera vez que lo hago, pero en este sentido sí, soy un patriota alemán, además de un producto de la cultura alemana.

¿De qué cultura alemana? ¿Solo hay una o hay culturas alemanas? Yo me siento orgulloso de esa cultura también cuando de la segunda o la tercera generación de inmigrantes turcos, iraníes, griegos, o de donde quiera que hayan llegado, aparecen de repente en la esfera pública los cineastas, los periodistas y las locutoras de televisión más fabulosos; los ejecutivos y los médicos más competentes, o los mejores literatos, políticos, músicos o profesores. Todo ello constituye una demostración palpable de la fuerza y la capacidad de regeneración de nuestra cultura. El rechazo agresivo de los populistas de derechas contra las personas sin las cuales esa demostración habría sido imposible es una majadería.

“Macron me inspira respeto porque, en la paralizante escena actual, es el único que se atreve a tener una perspectiva política y que ha demostrado valor”

Creo que prepara un nuevo libro sobre la religión y su fuerza simbólica y semántica como remedio a ciertas lagunas de la modernidad. ¿Puede contarnos algo sobre ese proyecto? Bueno, la verdad es que este libro no trata tanto de religión como de filosofía. Yo espero que la genealogía de un pensamiento posmetafísico desarrollado a partir de un discurso milenario sobre la fe y el conocimiento pueda contribuir a que una filosofía progresivamente degradada en ciencia no olvide su función esclarecedora.

Hablando de religiones y de guerra de religiones y culturas… Teniendo en cuenta el actual nivel de intransigencia y los fundamentalismos de todo corte, ¿cree que vamos a un choque de civilizaciones? ¿Quizá estamos ya inmersos en él? En mi opinión, esta tesis es totalmente errónea. Las civilizaciones más antiguas e influyentes se caracterizaron por las metafísicas y las grandes religiones que estudió Max Weber. Todas ellas poseen un potencial universalista, y por eso se levantaron sobre la base de la apertura y la inclusión. Lo cierto es que el fundamentalismo religioso es un fenómeno totalmente moderno. Se remonta a los desarraigos sociales que surgieron y siguen surgiendo a consecuencia del colonialismo, la descolonización y la globalización capitalista.

Escribió en cierta ocasión que Europa debería fomentar el auge de un islam ilustrado y europeo. ¿Cree que lo está haciendo? En la República Federal de Alemania nos esforzamos por incluir en nuestras universidades la teología islámica, de manera que podamos formar profesores de religión en nuestro propio país y no tengamos que seguir importándolos de Turquía o de otros lugares. Pero, en esencia, este proceso depende de que logremos integrar verdaderamente a las familias inmigrantes. No obstante, esto no alcanza ni mucho menos a las oleadas mundiales de emigración. La única manera de hacerles frente sería combatir sus causas económicas en los países de origen.

¿Cómo se hace eso? No me pregunte cómo conseguirlo sin cambios en el sistema económico mundial del capitalismo. Es un problema de siglos. No soy un experto, pero lea el libro de Stephan Lessenich Die Externalisierungsgesellschaft [La sociedad de la externalización] y verá que el origen de las oleadas que ahora refluyen hacia Europa y el mundo occidental está en estos mismos.

“Europa es un gigante económico y un enano político”. Firmado, Jürgen Habermas. Nada parece haber ido a mejor tras el Brexit, el auge de populismos y extremismos, los movimientos neonazis, los intentos nacionalistas de escisión en Escocia o Cataluña… La introducción del euro ha dividido la comunidad monetaria en norte y sur, en ganadores y perdedores. La causa es que las diferencias estructurales entre las regiones económicas nacionales no se pueden compensar si no se avanza hacia la unión política. Faltan válvulas, como por ejemplo la movilidad en un mercado laboral único o un sistema de seguridad social común, y faltan competencias europeas para una política fiscal común. A ello se añade el modelo político neoliberal incorporado a los tratados europeos, que refuerza aún más la dependencia de los Estados nacionales con relación a los mercados globalizados. El elevado desempleo juvenil en los países del sur es un escándalo que clama al cielo. La desigualdad ha aumentado en todos nuestros países y ha erosionado la cohesión de la ciudadanía. Entre los que consiguen adaptarse, se extiende el modelo económico liberal que orienta la acción en beneficio propio; entre los que se encuentran en situación precaria, cunden los miedos regresivos y las reacciones de ira irracionales y autodestructivas.

¿Sigue de cerca el problema catalán? ¿Cuál es su opinión y su diagnóstico? Pero realmente, ¿cuál es el motivo de que un pueblo culto y avanzado como Cataluña desee estar solo en Europa? No lo comprendo. Me da la sensación de que todo se reduce a cuestiones económicas… No sé lo que pasará. ¿Usted qué cree?

Creo que pensar en aislar políticamente a una población de en torno a dos millones de personas con aspiraciones independentistas no es realista. Y desde luego, no es sencillo… Está claro que eso es un problema, sí. Es demasiada gente.

Jürgen Habermas lee en el salón de su casa de Starnberg, cerca de Múnich.
Jürgen Habermas lee en el salón de su casa de Starnberg, cerca de Múnich. GORKA LEJARCEGI
Jürgen Habermas habla con mucha dificultad debido a un defecto de nacimiento en forma de fisura de paladar y labio leporino. Una pequeña tragedia personal para alguien cuya misión filosófica primordial ha sido poner en valor el lenguaje y la dimensión social y comunicativa del hombre como remedio de tantos males (todo ello recogido en su célebre Teoría de la acción comunicativa). El viejo profesor se muestra realista y resignado cuando, mirando por la ventana, susurra: “Ya no me gustan los grandes auditorios ni los grandes salones. No me entero bien de las cosas. Hay una cacofonía que me desespera”.

Profesor, ¿considera los Estados-nación más necesarios que nunca o por el contrario cree de algún modo que están superados? Hum, quizá no debería decir esto, pero considero que los Estados-nación fueron algo que casi nadie se creía pero que hubo que inventar en su tiempo por razones eminentemente pragmáticas.

Siempre culpamos a los políticos del fracaso en la construcción europea, pero ¿no tenemos los ciudadanos de a pie de la UE nuestra parte de culpa? ¿De verdad creemos los europeos en la europeidad? Veamos, hasta ahora, los liderazgos políticos y los gobiernos han llevado adelante el proyecto de manera elitista, sin incluir a las poblaciones de los países en estas complejas cuestiones. Tengo la impresión de que ni siquiera han familiarizado a los partidos políticos ni a los diputados de los Parlamentos nacionales con la complicada materia de la política europea. Bajo el lema “mamá cuida de vuestro dinero”, Merkel y Schäuble han protegido durante la crisis, de manera verdaderamente ejemplar, sus medidas contra la esfera pública.

¿Conserva Alemania una vocación de liderazgo europeo? ¿Ha confundido Alemania a veces liderazgo con hegemonía? ¿Y Francia? ¿Qué papel debe desempeñar el país que lidera su adorado presidente Macron? Seguramente el problema ha sido, más bien, que el Gobierno federal alemán ni siquiera ha tenido el talento ni la experiencia de una potencia hegemónica. De lo contrario habría sabido que no es posible mantener Europa unida sin tener en cuenta los intereses de los demás Estados. En las dos últimas décadas, la República Federal ha actuado cada vez más como una potencia nacionalista en el terreno económico. En lo que respecta a Macron, sigue intentando persuadir a Merkel de que tiene que pensar en su imagen con vistas a los libros de historia.

¿Qué papel cree que puede jugar España en la mejora de la construcción europea? España simplemente tiene que respaldar a Macron.

En artículos recientes usted ha defendido con pasión la figura del presidente Macron, quien, por cierto, es filósofo como usted. ¿Qué es lo que más le atrae de él? ¿Cree que es bueno que un líder político sea un filósofo? ¡Por Dios, nada de gobernantes filósofos! No obstante, Macron me inspira respeto porque, en la escena política actual, es el único que se atreve a tener una perspectiva política; que, como persona intelectual y orador convincente, persigue las metas políticas acertadas para Europa; que, en las circunstancias casi desesperadas de la contienda electoral, demostró valor personal, y que, hasta ahora, desde su cargo de presidente, hace lo que dijo que iba a hacer. Y en una época de paralizante pérdida de identidad política, he aprendido a apreciar estas cualidades personales en contra de mis convicciones marxistas.

Sin embargo, es imposible por ahora saber cuál es su ideología… en el caso de que la tenga. Sí, tiene usted razón. Hasta la fecha sigo sin ver claramente qué convicciones subyacen tras la política europea del presidente francés. Me gustaría saber si al menos es un liberal de izquierdas convencido…, y eso es lo que espero.

Esta entrevista, que pudo realizarse gracias a los buenos oficios del profesor y escritor Daniel Innerarity, es un cruce de caminos entre respuestas ofrecidas por escrito e intercambios de impresiones durante aquella mañana en Starnberg. Cuando la conversación acabó, el único superviviente de la segunda Escuela de Fráncfort desapareció de repente tras la puerta de la cocina de su casa. Volvió dibujando en su cara una sonrisa cómplice, con una botella de Rioja en una mano y otra de Riesling en la otra. España y Alemania, juntas en casa de Habermas.

El guardián de la conversación

Jürgen Habermas, durante una intervención en el refectorio de la Universidad de Fráncfort en junio de 1968.
Jürgen Habermas, durante una intervención en el refectorio de la Universidad de Fráncfort en junio de 1968. ABISAG TÜLLMANN (BPK)

Tres invitados sentados a comer en casa de los Habermas equivale a ir directos al grano, es decir, al pensamiento, sin la distracción de una comida que haya que valorar. Enseguida la conversación ocupaba toda la escena, y no el monólogo que podíamos haber esperado, pues Habermas escuchaba y preguntaba más de lo que intervenía. Y eso que seguramente era el único allí con verdadero derecho a la grandeza, pero que, tal vez por tenerla, era el más curioso de todos. Se tenía la sensación de estar conversando con uno de los más grandes, tal vez con el último de esos intelectuales públicos que han gozado de una autoridad que en la era de las redes sociales y la inmediatez oportunista comenzamos a echar de menos. Me atrevo a decir que el legado de Habermas no será tanto su inmensa obra escrita como ese aprecio hacia lo público y lo común, que es más una virtud cívica, una actitud intelectual, que una teoría. Habermas es, antes que nada, un entusiasta de la conversación, alguien convencido de que cuanto vale la pena ha sido el resultado de una empresa común, de lo que hemos dicho y hecho entre todos. Su preocupación fundamental ha sido siempre cómo proteger y mejorar ese espacio de la intersubjetividad porque es ahí donde realizamos los verdaderos descubrimientos y, sobre todo, el lugar en el que se edifica la convivencia democrática.

Formado en la tradición de la gran filosofía clásica alemana, a la que quiso someter a la prueba del contraste con otras formulaciones más modernas, como las teorías analíticas del lenguaje o las formulaciones republicanas de la democracia, Habermas posee una amplia cultura que no es tanto agregación de informaciones, sino transversalidad que ha constituido como un diálogo interior. En sus propuestas filosóficas están Kant, Marx y Adorno, pero no como piezas mudas de museo, sino como interlocutores a los que se puede poner a hablar con Austin, Derrida y Rawls. La totalidad no está construida en la mente de Habermas como un sistema, sino como una conversación de muchos interlocutores. Este gusto por las interpretaciones generales del mundo y la cultura es algo que parece extemporáneo en una época de fragmentación y especialismo. El primer obstáculo al que ha de hacer frente quien pretenda elaborar algo así como una teoría general de las cosas es el escepticismo de quienes lo creen imposible o al menos no tan rentable como saberlo todo de casi nada. Habermas ha resistido siempre la posible acusación de que preocuparse por la totalidad era una empresa arrogante o ingenua. Gracias a esa temeridad le debemos algo que, más que una teoría, es un hilo conductor de su visión del mundo: situar al ser humano que dialoga en el centro de todas las soluciones.

Tal vez esa pasión por el argumento público es lo que explica el sentido de responsabilidad que ha presidido su vida como intelectual público. Su tarea como profesor e investigador es inseparable de su intervención continua en los grandes debates que han tenido lugar en los últimos decenios, ya fuera el uso público de la historia, los riesgos de la intervención genética o, más recientemente, el modo como Europa debía resolver sus crisis. Si Voltaire resumía todos nuestros deberes en que hemos de cultivar nuestro propio jardín, Habermas parecía haber traducido esa metáfora en el cuidado de la conversación. Nos daba así la lección a los comensales de que el dominio público no debe ser imaginado como un gigantesco y solemne debate entre los poderosos de este mundo, sino también como una charla de sobremesa en la que por cierto no siempre estábamos de acuerdo.

Fuente: https://elpais.com/elpais/2018/04/25/eps/1524679056_056165.html

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Entrevista a Joaquín Miras Albarrán: El verdadero materialismo es capaz de percibir lo específico de la materialidad humana

Entrevista a Joaquín Miras Albarrán sobre Praxis política y Estado republicano. Crítica del republicanismo liberal
“El verdadero materialismo es capaz de percibir lo específico de la materialidad humana, precisamente el saber hacer psicolingüístico”
Salvador López Arnal

Entre otras muchas cosas, algunas de ellas recordadas y comentadas en anteriores conversaciones aquí publicadas, Joaquín Miras Albarrán es miembro-fundador de Espai Marx y autor de Repensar la política y Praxis política y Estado republicano. 

Hablábamos de perspectivas, convencionales y alternatuvas.. Decías que…

Que precisamente, desde esa perspectiva, la convencional, la objetivista, habitualmente, cuando se menciona la subjetividad como fundamento de las posibles alternativas sociales, se suele decir que estamos ante pensamiento «voluntarista», ante el «voluntarismo».

Sí, de acuerdo, aunque no siempre es una mala consideración.

Se dice, por ejemplo, que Gramsci era voluntarista, precisamente porque Gramsci no pensaba la política en términos de determinaciones objetivistas, sino en términos de voluntades personales, organización activa de las mismas, las expectativas que tienen y que generan. Pero nada menos voluntarista que lo que estoy diciendo: no estoy diciendo que a base de voluntad, las subjetividades logren el cambio, porque querer es poder y no sé qué más. Estoy diciendo, precisamente, lo contrario, que «not, we can’t».

Y este «not, we can’t», que no me lo imaginaba dicho o escrito por ti, ¿por qué?

Porque la voluntad, aun la dotada del saber hacer lingüístico que dirige la praxis, necesita de instancias organizacionales de mediación que posibiliten protagonizar esa razón psicolingüística en otra dirección. Gramsci lo sabía. Estamos ante el verdadero materialismo, el que es capaz de percibir en qué consiste la materialidad humana, lo específico de la materialidad humana, que es precisamente ese saber hacer psicolingüístico, ese ethos, generado entre todos, que consiste en un saber hacer lingüístico, aprendido, que albergamos en nuestra consciencia, que ponemos en obra entre todos, intersubjetivamente, -wirklichkeit-, pero cuya objetivación depende de las relaciones sociales que organizan su objetivación, la praxis.

Relaciones sociales lingüísticamente ordenadas, concretas, que median la praxis intersubjetiva creadora o «espíritu». Y que solo si nos ponemos a luchar por crear otras alternativas, organizativas, otro saber hacer organizacional lingüísticamente acordado y creado, en lucha contra quienes nos lo traten de impedir, y ya desde ahora y en lo cotidiano, podemos ir desarrollando nuevas alternativas de acción. El nuevo proyecto a de partir de la experiencia generada por la capacidad de hacer, que incluye también la generada por las culturas materiales de vida que crean las expectativas de las personas, de los subalternos. El proyecto ha de surgir de la nueva experiencia emergente práxica, que está correlacionada con el propio mundo cultural, que se elabora creativamente en continuidad/disrupción con el mismo. Por ello, Gramsci, a pesar de ser un revolucionario de un país «occidental», Italia, que tenía una industria y una organización social o sociedad civil no «gelatinosa», sino ya burguesa, asume un proyecto político que es el mismo que el propuesto por Lenin: la tierra para el que la trabaja; la aspiración del campesinado. O sea que el subjetivismo voluntarista, la política como consecuencia de la auto organización intersubjetiva de las voluntades, presenta, en relación con los proyectos fundamentados en una investigación sobre el grado de desarrollo objetivo del aparato económico y social, una alternativa de «marcha lenta».

Creo que un maestro nuestro lo sabía,

Me estoy imaginando de quien hablas.

Lo sabía y nos advertía sobre los errores del objetivismo, cuando nos decía que ni siquiera de algo tan real como una ley física se puede concluir ninguna consecuencia subsiguiente causalmente predeterminada: la ley física que nos dice que potencia por su brazo es igual a resistencia por el suyo, puede darnos la posibilidad, tanto de construir palancas como gatos, o cualquier otro instrumento que la tenga en cuenta. Lo escribía Manuel Sacristán en su prólogo de fecha primero de mayo de 1964 al Antidühring, de Engels

¡Qué memoria, qué exactitud! Está bien que recuerdes la fecha del artículo. No fue la única vez. ¿Y qué nuevas alternativas de acción?

Pues las que la nueva praxis psicolingüísticamente orientada desde nuevas instancias microfundamentadas que creemos hagan posible; las que registre nuestra experiencia, lingüísticamente elaborada y la imaginación lingüística que esa nueva experiencia nos haga generar. Pero ahora, pues ya no necesitamos profetas que nos propongan, ni politólogos que nos creen juegos de significantes flotantes.

El lector/a seguro que entenderá a quiénes te estás refiriendo.

Precisamente el comunismo –esto lo estudiaba Alain Maillard en un antiguo libro de Ed. Kimé, de Paris, de los años 90- es un proyecto elaborado durante los años cuarenta del siglo XlX, en Francia, por las comunidades de maestros artesanos franceses, acostumbrados a controlar el proceso productivo y su ethos mediante sus agremiaciones, etc. que sienten la agresión del capitalismo, pero poseen suficiente control sobre su hacer como para imaginar una alternativa de vida social factible. Es un proyecto vinculado a la razón práxico-lingüística, no a la discursividad externa al objeto estudiado. Esto coincide con las mejores tradiciones de la izquierda española, el partido, el PCE/PSUC no fue el «científico inventor» de las Comisiones Obreras.

Está bien visto, encaja bien por lo que sabemos

Tal análisis, lingüísticamente elaborado, y tales conclusiones a partir del mismo. En absoluto, eso nunca lleva a ningún sitio. A fines de los años cincuenta, en diversas comunidades de obreros se generaron unas nuevas experiencias organizativas de lucha, la creación de asambleas y la delegación en una comisión obrera provisional. El partido…

Es decir, el PSUC-PCE.

Sí, en efecto. El partido supo entender lo que se cocía, supo reflexionarlo, supo incorporarse a esas iniciativas, porque sus militantes estaban allí, supo difundirlo. Lo mismo pasaba a la par o poco después, en las bases del sindicato fascista. Algunos trabajadores tuvieron la iniciativa, aquí y allí, de instrumentalizar el «vertical» para defender sus reivindicaciones, y el partido supo entender y difundir las experiencias etc. De esas dos patas surge el movimiento fundamental de lucha contra el franquismo, las CCOO… me ahorro, ya ahora, repetir que toda esa actividad era elaboración psicolingüística, y saber hacer lingüísticamente objetivado en las consciencias. Pero sí quiero que se vea que todo este lenguaje desaparece de la consideración en los modelos intelectuales al uso. Modelos que siempre parten de que «aquí» la facultad lingüística, y «allí», el objeto de estudio, la sociedad, la actividad humana, etc., que es estudiada e interpretada, el noúmeno ignoto solo cognoscible mediante la ciencia, como si no fuera simplemente nosotros».

Pero precisamente he visto que tú destacas esta misma concepción que trato de explicar, en la reseña que haces del último libro que se ha publicado en Viejo Topo con los escritos de Paco Fernández Buey sobre la Revolución Rusa de 1917. Tu recesión fue publicada en Rebelión: http://www.rebelion.org/noticia.php? id=227783&titular=aquella-innatural-creaci%F3n-de-campesinos-y-soldados-desesperados-

Pues no sé, querido Joaquín, para serte sincero, si era totalmente consciente de lo que dices cuando escribí esa reseña-comentario. Gracias por tu generosa interpretación. Déjame que recuerde que la edición del libro de Paco Fernández Buey ha contado con el trabajo, en circunstancias académicas nada fáciles, de un gran editor, uno de sus grandes discípulos: Jordi Mir Garcia.

Sí, sí, desde luego. En ella me llama la atención una frase que posee hondura ontológica y mediante la que Fernández Buey explica la historicidad de la revolución, -y de paso la historicidad de todo hacer humano-: dado que el ser humano es un ser que se autocrea, que no está determinado en su hacer por cadenas causales que imponen como resultado una nueva forma de actuar –sería determinismo, no creación-: «innatural creación», creación de algo nuevo, cuyas posibilidades y sus límites son puestos por la creación misma y su propio desarrollo, no por el determinismo causal de lo anterior; la historicidad que hay que entender en su significado hondo, ontológico y que es lo que dio a aquellos revolucionarios la superioridad intelectual, a la que se refiere Fernández Buey, sobre los marxistas eurooccidentales.

Sí, me parece que sí, que es eso que dices. Lo has entendido mejor que yo, mucho mejor que yo, y lo expresas ajustadamente en tus términso..

Por cierto, déjame practicar ahora una inversión hegelo-marxista.

Temo tus inversiones… Pero adelante con ella.

Sé que en 1974 Paco publicó su traducción de la obra de Jean Hyppolite, que se agotó enseguida –o la descatalogaron los editores, a saber- y que yo no pude hacerme con copia, años después, una vez consideré interesante leer sobre Hegel.

Hablas, si no ando errado de Estructura y génesis de la Fenomenología del Espíritu de Hegel. La publicó Península, Barcelona, en 1974 .

Exacto. Como yo tenía ya adquirido el libro en francés, no le di más vueltas y lo leí en francés. Nunca tuve oportunidad de preguntarle a Paco sobre el porqué de su decisión –que entrañó, a buen seguro, un trabajo de un par de años, eso como mínimo.

No sabría decirte. Sé que Paco Fernández Buey no pasaba en aquellos momentos una etapa de desahogo económico. Había trabajado o estaba trabajando en “la Salvat” como colaborador (escribió varias voces para el Diccionario o la Enciclopedia, no recuerdo ahora), era PNN (cobraban muy poco, al año siguiente fue expulsado de la Universidad por su participación destacada en la larga huelga del movimiento), había estado en la cárcel, había vuelto del Sáhara donde, como sabes, fue destinado como castigo, y en aquellos años, siendo muy joven, codirigía la colección Hipótesis con Manuel Sacristán para la que tradujo, entre otros autores, a un marxista que me gustó siempre mucho: Valentino Gerratana. Su estilo preciso, riguroso, informado, era modélico para mí.

Es decir, no es imposible que nuestro amigo y maestro tradujera el libro de Hyppolite pane lucrando y sin más consideraciones complementarias. No puedo asegurarlo. Recuerdo también que poco después tradujo un libro de Lucio Colletti, El marxismo y Hegel , 2 vols., Grijalbo, que se publicó en 1977. No estoy diciendo que su visión del asunto fuera la de Colletti. No, en absoluto. Yo creo que si uno lee, años después, su Marx (sin ismos), de finales de 1998, observa que el autor de La gran perturbación es comedido, temperado diría él, en la relación Hegel-Marx. Que Marx fue un lector (crítico) de Hegel, un seguidor de Hegel, influido por él incluso en su obra de madurez, El Capital, si queremos expresarnos así, está fuera de toda duda para la mayoría de nosotros. Paco Fernández Buey, como Sacristán, negaron-matizaron-comentaron esa idea de ruptura epistemológica o de línea de demarcación limpia o demasiado limpia entre el joven Marx hegeliano y el científico Marx maduro y ya no hegeliano.

Por cierto, ¿me dejas que recuerde la dedicatoria del libro al que he hecho referencia?

Te dejo, claro.

La de Marx (sin ismos): “Para Neus, para Eloy. En recuerdo de Manuel Sacristán y Giulia Adinolfi, comunistas, a los que amamos y de los aprendimos”. Giulia fue profesora tuya, lo recuerdo a los lectores.

Volvamos a nuestro desarrollo si te parece.

Bueno es aquí donde quería llegar, pero una vez aquí, me parece que repetimos-«enlazamos» con pasos de reflexión que ya hemos reiterado anteriormente.

Vale, podemos dejarlo aquí, donde hemos llegado. Una larga pero sustantiva aproximación a un tema importante. Ahora sí, sin más dilaciones, vuelvo a donde estábamos: al primer capítulo de la segunda parte del libro. Sobre él te pregunto a continuación.

Cuando quieras.

En todo caso, conviene descansar. Laborare stanca nos enseñó Pavese y nuestra propia vida. ¿Qué tal si nos tomamos unas vacaciones y dejamos descansar a los lectores? Igual están cansados, no digo de nosotros pero sí un poco de mí.

No estoy de acuerdo con esto último que dices pero me parece muy razonable lo anterior. Descansemos, buenas vacaciones.

Buenas vacaciones. Lástima que muchos compañeros, y sobre todo muchas compañeras, no puedan disfrutarlas.

Sí, sí, desde luego. La explotación despiadada, como dirían Brecht y Fried, sigue mandando en la plaza.

Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=229513&titular=%93el-verdadero-materialismo-es-capaz-de-percibir-lo-espec%EDfico-de-la-materialidad-humana-precisamente-el-

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Gramsci, la revolución y El Capital

Por: Salvador López Arnal

Esta carta, enigmática a ratos, sugiere por ciertos matices que Gramsci empezará a comprender que el médico del penal, Cisternino…, estaba asesinándole. Por otra parte, el aferrarse a peregrinas explicaciones disimuladoras de la tuberculosis sugiere que esa ancestral reacción de los hombres de clases y países pobres ante dicha enfermedad ha ayudado a Cisternino en su asesinato. En cuanto a ésta, Zucàro (Vita del Carcere di Antonio Gramsci, Milano-Roma, 1954) ha escrito tras una entrevista con Cisternino y sin que éste lo haya desmentido: «El doctor Cisternino le abandona (MSL: a Gramsci), y hasta le dice en una ocasión que, como fascista que es, lo único que desearía es su muerte (MSL: de Gramsci)».

Manuel Sacristán (1969)

Sobre todo Gramsci subraya el modo en que la ideología y el sentido común tienen dimensiones sociales complejas. No son meros repertorios de ideas falaces que reflejan automáticamente los intereses materiales de las clases dominantes y que colonizan como un virus la mente de los subalternos. Están engranados en las formas de vida, en los sistemas de solidaridades, intereses y dependencias de grupos sociales heterogéneos. Este es el sentido de la «hegemonía», un concepto que Gramsci recogió tanto de los debates de los revolucionarios rusos como de sus estudios lingüísticos.

César Rendueles (2017)

No hay en El siglo soviético ninguna referencia a Antonio Gramsci pero conviene detenernos en un artículo breve suyo -apenas tres, cuatro o cinco páginas según las ediciones- que ha sido citado merecidamente, desde diferentes perspectivas, una y mil veces más: La revolución contra El Capital. Aparecido en Avanti, edición milanesa, el 24 de noviembre de 1917 y fue reproducido en el Il Grido del Popolo el 5 de enero de 1918.

Presento aquí la traducción de Manuel Sacristán, la de su Antología para Siglo XXI de 1970, reeditada por Akal en 2013 (recuperada también por Rendueles en su edición de Escritos. Antología, Alianza editorial, 2017). Son siete pasos en total.

En nota de su traductor (Sacristán): Artículo «La revolución contra El Capital«, en A. En IGP aparece el mismo día un artículo proponiendo un «club de vida moral» o asociación de cultura socialista, organismo intermedio entre el partido político y el sindicato. Es la primera manifestación de la búsqueda por Gramsci de organismos políticos (socialistas) de masas».

Un comentario general de un profesor e historiador de la UAB, maestro de muchos, José Luis Martín Ramos:

El texto no tiene un formato lógico maduro y, en efecto, puede contradecirse (el enredo entre ideología y hechos, porque utiliza los términos en dos sentidos diferentes). Se le puede aplicar el cuento que él aplica a Marx y los «marxistas». La «revolución contra El capital» es la revolución de los que eran acusados de no ser marxistas -de no tener en El Capital- por los menches y los marxistas de cátedra. No hay manera de entender la invectiva sino teniendo en cuenta que esa es una argumentación polémica también con los marxistas positivistas del propio socialismo italiano (Turati). Eso del libro de los burgueses va en el mismo sentido de lo que podríamos decir de la recomendación de Macron para que la gente lea El Capital. Gramsci recoge la crítica a los marxistas de cátedra como burgueses. El termino «crítica» no es en el sentido de «crítica de/contra» sino de «crítica histórica» -término que utiliza más adelante en el artículo, de «ciencia positiva». «Los bolcheviques reniegan de Carlos Marx» reniegan de ese Marx positivo. Hay algo de provocación y algo de confusión. Está todavía influido por Croce. La frase del siguiente párrafo es significativa: «no reniegan, en cambio, de su pensamiento vivificador, inmanente (…) viven el pensamiento marxista, el que nunca muere, que es la continuación del pensamiento idealista italiano y alemán y que, en Marx, se había contaminado con incrustaciones positivistas y naturalistas» y parece que esté hablando más del Marx de Engels que del Marx de Marx. Desde luego no es contra Marx sino contra una concepción economicista de Marx. La argumentación es más sugestiva que sistemática. Hay que ir con tiento con los escritos de Gramsci en sus primeros años; expresan siempre su posición política del momento, pero esa posición cambia y su argumentación mejora con el tiempo. Un ejemplo, sería exagerado deducir de los escritos sobre los consejos obreros turineses y las ocupaciones de fábricas que Gramsci es un consejista; él mismo revisó más tarde esas posiciones.

Sobre los marxistas de cátedra. Un apunte de Sacristán de sus clases de doctorado del curso 1984-1985, el último que pudo impartir:

El período más brillante y más célebre de la escuela histórica es el protagonizado por Schmoller. Esta época es la de mayor influencia de esta escuela. En cuanto a características ideológicas son las mismas de antes, la concepción de la investigación económica como investigación monográfica de base histórica y no una investigación teórica con pretensión universal. En el caso de Schmoller la influencia en Alemania y en Centroeuropa en general no es sólo teórica. Fundó además una asociación llamada «Asociación de Política social» que ha sido el punto de origen de casi toda la ideología socialdemócrata europea. En esta asociación se creó ese tipo de pensamiento del socialismo reformista que en el plano político era sobre todo un socialismo de catedráticos y que se traducía en un tipo de práctica política más bien ilustrada, dirigida por los jefes con poco movimiento de bases. Más bien, con técnicas políticas de tipo tradicional, de élites políticas.

Vayamos al texto gramsciano. La revolución de los bolcheviques, la de Octubre, señala Gramsci, «se ha insertado definitivamente en la revolución general del pueblo ruso». Los maximalistas, es decir los bolcheviques, «que hasta hace dos meses fueron el fermento necesario para que los acontecimientos no se estancaran, para que no se detuviera la marcha hacia el futuro produciendo una forma definitiva de reajuste -reajuste que había sido burgués-, se han hechos dueños del poder», han asentado, afirma Gramsci, su dictadura, su dominio, quiere decir, «y están elaborando las formas socialistas en las que tendrá que acomodarse, por último, la Revolución para seguir desarrollándose armoniosamente, sin choques demasiado violentos, partiendo de las grandes conquistas ya conseguidas». Los choques, como se sabe, sí que fueron violentos a lo largo de toda la guerra desencadenada por los ejércitos blancos.

La Revolución de los bolcheviques, prosigue el autor de los Quaderni, «está más hecha de ideología que de hechos». Por eso, añade, «en el fondo, importa poco saber más de lo que sabemos ahora». Es la Revolución contra El Capital, de Marx, el activismo, la organización, las creencias de las gentes (lo que llama ideología) contra la supuesta determinación económica inexorable de la historia. Dicho rápido y mal: rige la voluntad transformadora contra el supuesto inmovilismo inferido de una lectura marxista clásica y con poca cintura de la situación.

El Capital, de Marx, era en Rusia el libro de los burgueses más que el de los proletarios, continua Gramsci, era «la demostración crítica de la fatal necesidad de que en Rusia se formara una burguesía, empezara una era capitalista, se instaurase una civilización de tipo occidental, antes de que el proletariado pudiera pensar siquiera en su ofensiva, en sus reivindicaciones de clase, en su revolución». La mirada ortodoxa de la situación: en Rusia como en Occidente, no hay más; El Capital lo ha «demostrado».. No hay otra. Los hechos, aquí parece haber un cambio de significado del término, los hechos equivaldrían a la acción, «han superado las ideologías». Los hechos, en este sentido, «han provocado la explosión de los esquemas críticos en cuyo marco la Historia de Rusia habría tenido que desarrollarse según los cánones del materialismo histórico». Los bolcheviques, comenta AG de forma provocativa, reniegan de Marx, «afirman con el testimonio de la acción cumplida, de las conquistas realizadas, que los cánones del materialismo histórico no son tan férreos como podría creerse y como se ha creído». Es decir, no reniegan propiamente de Marx, no es contra Marx, contra El Capital, sino contra una lectura «mecanicista», sin intervención de las clases en lucha, una interpretación poco creativa de la tradición.

Y, sin embargo, estamos ahora en el punto 3 del artículo, «también en estos acontecimientos hay una fatalidad, y si los bolcheviques reniegan de algunas afirmaciones de El Capital, no reniegan, en cambio, de su pensamiento inmanente, vivificador». No son «marxistas», es decir, no siguen a Marx de forma repetitiva, poco o nada creativa, su marxismo es una marxismo de vida, de lucha, «y eso es todo; no han levantado sobre las obras del maestro una exterior doctrina de afirmaciones dogmáticas e indiscutibles». Como diría Francisco Fernández Buey, practican, crean, generan, un marxismo sin ismos… y con vida y lucha. La formulación, la copio, es muy potente, muy hábil: «no han levantado sobre las obras del maestro una exterior doctrina de afirmaciones dogmáticas e indiscutibles». Vale la pena retenerla: no son marxistas dogmáticos. «Viven el pensamiento marxista, el que nunca muere», que es la continuación, en opinión del Gramsci joven, «del pensamiento idealista italiano [Croce] y alemán [Hegel]», y que en Marx, en opinión del Gramsci de 1917, «se había contaminado con incrustaciones positivistas y naturalistas». ¿Quiso decir científicas? ¿O más bien, de incrustaciones que tendían a pensar la Historia de manera autónoma, con leyes propias, sin la intervención creadora de los seres humanos? ¿Positivistas, naturalistas, equivale aquí a ciencia sin política, conocimiento sin vida, sin seres humanos que luchan y transforman? Desde luego, como ha señalado Martín Ramos, el contexto político, la lucha teórica de Gramsci contra tendencias marxistas italianas de aquellos años, explica las formulaciones.

(Abro un paréntesis. Sobre el Gramsci joven conviene repasar o leer por vez primera el artículo -que tiene su origen de una conferencia de Sacristán dictada en un Ateneo de Pontevedra- sobre «La formación del marxismo en el joven Gramsci». Se publicó en Realidad, la revista teórica del PCE, n.º 14, 1967. Puede verse ahora, 50 años después, en M. Sacristán, Sobre Marx y marxismo, Barcelona, Itaca, 1973, pp. 62-84. Cierro paréntesis).

Y ese pensamiento, de nuevo habla Gramsci, «no sitúa nunca como factor máximo de la historia los hechos económicos en bruto», la visión digamos economicista, tradicional, la ortodoxa e indiscutible en aquellos momentos para algunas tendencias, sino -el paso es más que brillante- «siempre el hombre, la sociedad de los hombres, de los hombres que se reúnen, se comprenden, desarrollan a través de esos contactos (cultura) una voluntad social, colectiva, y entienden los hechos económicos, los juzgan y los adaptan a su voluntad» hasta que ésta, la voluntad, «se convierte en motor de la economía, en plasmadora de la realidad objetiva, la cual vive entonces, se mueve y toma el carácter de materia telúrica en ebullición, canalizable por donde la voluntad lo desee, y como la voluntad lo desee». Gramscismo en estado puro.

El idealismo, por decirlo en términos usuales, es obvio, es evidente, pero es también clara la voluntad de transformación, de lucha, de superación de los límites fijados. Digamos que los caminos del señor tal vez sean inescrutables, pero algo parecido ocurre con el pensamiento radical, revolucionario: el idealismo filosófico de Gramsci (que podemos considerar erróneo o alejado de la tradición marxista bien entendida) le mueve, le orienta a posiciones revolucionarias. La voluntad (transformadora( contra el destino (inexorable).

Dejo aquí por el momento el artículo de Gramsci.

Las siguientes palabras de Manuel Sacristán de una entrevista de 1979 que permaneció inédita más de quince años pueden ayudarnos a cerrar esta aproximación:

Eso tiene que contar mucho entre los factores de mi inhibición. A mí me parece que la historia de Gramsci es la historia de una catástrofe. Por eso, entre otras cosas, no me puedo poner ahora a cultivar la moda Gramsci. ¿Cómo va a haber esperanza de nada en la historia de una catástrofe? Uno puede tenerle mucho amor a Gramsci; yo se lo tengo, desde luego; es un figura muy digna de amor; pero no porque sea una perspectiva de éxito del movimiento obrero, sino que como cualquier mártir es digno de amor.

Digno de amor. Otro gran estudioso de Sacristán, Francisco Fernández Buey, recuérdese su Leyendo a Gramsci, solía recordar estas palabras. Emocionado.

Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=227689&titular=gramsci-la-revoluci%F3n-y-%3Ci%3Eel-capital%3C/i%3E-

Imagen: http://www.cubadebate.cu/especiales/2017/05/03/nuestro-gramsci-80-aniversario-de-su-muerte/#.WT27KJI1-00

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Libro: Filosofía para la ciencia y la sociedad

Filosofía para la ciencia y la sociedad

Indagaciones en honor a Félix Gustavo Schuster

Cecilia Hidalgo. Verónica Tozzi. [Compiladoras]

Emilio de Ípola. Marcos Winograd. Ricardo J. Gómez. Jorge Vergara Estévez. Elvira Narvaja de Arnoux. Carlos Strasser. Alberto Rex González. Gregorio Klimovsky. Ernesto Laclau. Agnes Heller. Cecilia Hidalgo. Patricia C. Dip. Eduardo Grüner. Verónica Tozzi. Patricia Morey. Adrián Scribano. Gustavo Márquez. César Lórenzano. René Epstein. Valeria Hernández. Víctor Rodríguez. Adriana Gonzalo. Adriana Stagnaro. Virginia Matilde Passarella. Rosana Errasti. [Autores de Capítulo]

CLACSO Coediciones.
ISBN 978-987-1599-29-5
CLACSO. CICCUS. Facultad de Filosofía y Letras, UBA.
Buenos Aires.
Julio de 2010

Este texto rinde homenaje a la trayectoria intelectual y personal recorrida por Félix Gustavo Schuster. En sus páginas la dimensión personal se enlaza con el análisis de las propuestas y los cambios por él promovidos en la reflexión epistemológica sobre las ciencias sociales y humanas latinoamericanas. El estilo de su práctica filosófica sitúa a Schuster entre aquellos epistemólogos curiosos por inquirir en los procesos que hacen posible la creatividad en ciencia. Una inteligencia unida al efecto es su marca indudable, que trasciende en sus textos, en sus clases y en la impronta que han dejado tanto en las personas que lo han tratado como en las múltiples instituciones universitarias que le ha tocado conducir, las más de las veces en tiempos tempestuosos. Los trabajos incluidos evocan ambientes de interacción cara a cara, emocionalmente densos, donde la biografía del homenajeado no resulta exterior a su forma peculiar de construir conocimiento.
Fuente: http://www.clacso.org.ar/libreria-latinoamericana/buscar_libro_detalle.php?id_libro=517&campo=titulo&texto=filosofia
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Se constituye la Red Iberoamericana de Filosofía

América del Norte/México/Cronica.Mx/Gabriel Vargas Lozano

Los días 19 y 20 de abril pasados se reunieron en la Universidad Federal de Bahía (Brasil) un conjunto de representantes de Asociaciones Filosóficas de Argentina, Brasil, Chile, Colombia, República Dominicana, España, Costa Rica, Honduras, México, Panamá, Portugal, Uruguay y Venezuela con el propósito de constituir la Red Iberoamericana de Filosofía. Los objetivos de esta Red son muy amplios, pero existe un impulso central: en los últimos años se ha venido registrando una ofensiva en contra de la enseñanza de la filosofía en el nivel medio superior.

En efecto, en nuestro país, en 2008, el gobierno que presidía Felipe Calderón, cuya secretaria de Educación era Josefina Vázquez Mota, eliminó las disciplinas filosóficas que se estudiaban tradicionalmente en el bachillerato (Ética, Estética, Lógica, Introducción a la Filosofía) mediante el expediente de llevar a cabo una Reforma Integral de la Educación (RIEMS). En aquella oportunidad, se conformó el Observatorio Filosófico de México (OFM) y se dio una gran batalla en contra de esa medida acompañada de todas las asociaciones de filosofía del país; la comunidad científica; la comunidad cultural e inclusive, el Senado de la República; la Federación Internacional de Sociedades de Filosofía (FISP) y la relatoría especial para la educación de la ONU. Toda esta lucha logró que el gobierno retrocediera en esta medida y se volvieran a reconocer las disciplinas filosóficas.

No tuvo esta suerte la Red Española de Filosofía que, a pesar de que nucleó a todas las asociaciones, facultades e institutos y que una gran cantidad de filósofos desarrollaron una gran actividad en los medios de comunicación, el gobierno de derecha impuso su mayoría en las Cortes y redujo las disciplinas filosóficas y mantuvo los cursos que son resabios del franquismo como los de “Religión”, es decir, doctrina de la Iglesia católica y cuyos profesores son pagados por el Estado.

En el caso de Chile, recientemente se tenía también la intención de suprimir los cursos de filosofía mediante una reforma educativa gubernamental, pero una filtración de los documentos que estarían por presentarse desató un movimiento de profesores de filosofía que logró la instalación de mesas de diálogo. Todo ello, sin tomar en cuenta que en varios países centroamericanos no ha habido filosofía en ese nivel.

Ahora bien, la pregunta es ¿por qué se pretende eliminar esos cursos por parte de los gobiernos? He elaborado un ensayo muy amplio que publicaré en próximas fechas, pero si quisiéramos resumir, podríamos decir que existe una profunda transformación de la educación en un sentido tecnocrático y mercantilista alentada por la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos y por el Plan Bolonia en la Unión Europea y que pretende dar prioridad a las profesiones “rentables”.

Ahora bien, ¿qué razón tienen aquellos que hablan de la inutilidad de la filosofía? Yo creo que los que hablan así no lo han pensado bien. Pondré sólo un ejemplo: en la Ilustración francesa, aparte de generar un pensamiento crítico en contra del absolutismo, filósofos como Montesquieu, Diderot, Voltaire, Rousseau y muchos más propusieron lo que serían las bases de la sociedad moderna: tripartición del poder, importancia de la ciencia y la técnica, separación Iglesia/Estado y democracia. Agregaría que la tesis de Rousseau en torno a la soberanía popular fue empleada por Morelos para elaborar la Constitución de Apatzingán.

Pero aún daría otro argumento: se dice que nuestros países latinoamericanos necesitan técnicos y no filósofos. Ésta es una falacia porque no hay duda de que se necesitan técnicos, pero bien preparados en disciplinas filosóficas como la ética, la lógica, la estética y la filosofía de la técnica para que realicen mejor sus actividades. Pero aún más: la educación filosófica fomenta la reflexión racional y tiene un papel fundamental en la formación cívica y cultural de la ciudadanía como se expone en el libro La filosofía, una escuela de la libertad, que publicamos en la UAM-I (consultarlo en www.cefilibe.org).

En esta dirección se ha propuesto que la filosofía se enseñe a los niños, los jóvenes y los adultos y en todos los ámbitos de la sociedad utilizando, como es obvio, metodologías especiales. Un ejemplo de la importancia de la filosofía para niños, creada por el filósofo y pedagogo Matthew Lippmann, lo podemos comprobar en un reciente estudio que se llevó a cabo en Inglaterra, en el cual se muestra que los niños que recibieron esos cursos no sólo aumentaron sus capacidades de razonamiento, sino de lectura y matemáticas. Fue por ello que el OFM propuso a la Asamblea Constituyente de la Ciudad de México, la incorporación de la filosofía en la educación, sin embargo, lo aprobado no contempla adecuadamente nuestra propuesta que podría ser incorporada en la elaboración de la ley secundaria por parte de la Asamblea de Representantes.

Finalmente, quiero agregar que aquí nos estamos refiriendo a un tipo de filosofía que se basa en los conocimientos científicos, pero que no se reduce a ellos y a una filosofía que está a favor del diálogo racional y una auténtica democracia, ya que existen otras filosofías que tienen otros cometidos y que más que orientar, confunden y desorientan. Y de igual forma, se trata de una filosofía que busque reflexionar sobre los grandes problemas de nuestro país y del mundo.

Fuente: http://www.cronica.com.mx/notas/2017/1023025.html

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Libro: Filosofía y teorías políticas entre la crítica y la utopía

Filosofía y teorías políticas entre la crítica y la utopía

Guillermo Hoyos Vásquez. [Compilador]

Atilio A. Boron. Guillermo Hoyos Vásquez. Jorge Enrique Robledo. José Fernando Ocampo. Consuelo Ahumada Beltrán. Javier Sanín. Delfín Ignacio Grueso. Plinio de Arruda Sampaio Jr. Carolina Galindo Hernández. Franz Hinkelammert. Estela Fernández Nadal. Luis Javier Orjuela E.. Oscar Mejía Quintana. Adolfo Chaparro Amaya. Alejandra Ciriza. Eduardo A. Rueda Barrera. [Autores de Capítulo]

Colección Grupos de Trabajo.
ISBN 978-987-1183-75-3
CLACSO.
Buenos Aires.
Octubre de 2007

Filosofía y teorías políticas entre la crítica y la utopía reúne las exposiciones más importantes de miembros del Grupo de Trabajo Filosofía Política de CLACSO, presentadas en el Seminario Internacional de Filosofía Política “Democracia y ciudadanía en tiempos de globalización neoliberal”, celebrado a principios de noviembre de 2004 en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá. La compilación de ponencias busca establecer las relaciones entre la filosofía política y la política misma desde la complejidad y los vínculos entre los diversos significados de política y de lo político. Esto se realiza partiendo de una concepción comunicacional de la filosofía política: en cuanto crítica, se apoya tanto en la historia y la sociología como en la economía política para develar aquellas situaciones en las que las ideas fundamentales de la política son utilizadas para ocultar situaciones de dominación. En cuanto utopía, pretende rescatar, por una parte, lo mejor de la filosofía práctica de Kant y, por otra, elementos materiales de la tradición marxista. Con ello, se restablece el sentido utópico de un discurso filosófico contrafáctico y de la esperanza normativa propia de las ideas regulativas en sentido kantiano. Aquí aparece la íntima relación entre la crítica y la utopía. Finalmente, la filosofía política, en cuanto pragmática, justifica un método a partir de una teoría. Aquí proponemos, de acuerdo con Jürgen Habermas, una política deliberativa para fortalecer la democracia radical, la única que puede legitimar el Estado de Derecho democrático.

Fuente: http://www.clacso.org.ar/libreria-latinoamericana/buscar_libro_detalle.php?id_libro=79&campo=autor&texto=boron

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El papel del maestro en la historia

Por: Paulino Romero C.

La imagen actual del maestro está determinada por la profesión. Pero esto no ha sido siempre así. En tanto que hoy en día con el término ‘maestro’, en sentido estricto, se destina comúnmente a aquella persona que desempeña actividades en una institución educativa (en la mayoría de los casos establecida y vigilada por el Estado), empero se da, desde hace mucho tiempo, un significado de ‘maestro’ en sentido lato, y por él se entiende aquella persona que inculca habilidades, que transmite conocimientos y orientaciones los que, sin ella, no podrían ser adquiridos en absoluto, o le serían solo más lentamente.

En las sociedades arcaicas, indiferenciadas, la ‘enseñanza’ servía para transmitir concepciones religiosas, costumbres tribales, así como las obligaciones rituales y morales. Los llamados a hacerlo eran los ‘ancianos’, los hechiceros, los curanderos, los sacerdotes. Estas personas, situadas en altas posiciones, mediante la transmisión de las enseñanzas, se preocupan de que se mantengan y se pase a las nuevas generaciones el orden social. Además de los aspectos, con frecuencia muy rituales, de la ‘enseñanza’, desde siempre habrían de transmitir las normas de comportamiento cotidiano y las habilidades: el hijo aprende del padre la habilidad para cultivar, pescar y cazar, construir viviendas y, en suma, asegurar los medios de subsistencia; las hijas aprenden de la madre cómo cumplir con sus obligaciones femeninas domésticas, etcétera. La familia, el clan y la parentela constituyen, por así decirlo, los maestros de la vida diaria.

Esto experimentó transformaciones a medida que se hicieron esenciales los elementos de la enseñanza secular. Mientras que los sacerdotes en la historia de Occidente, durante muchos siglos, disfrutaron de una posición especial, en cuanto precursores y defensores de la doctrina de la Iglesia, las actividades de quienes fueron asumiendo paulatinamente determinadas funciones educativas en la sociedad preindustrial, eran subestimadas.

Así, por ejemplo, en la antigua Grecia, el maestro de gimnasia, que realizaba actividades de carácter familiar, era considerado como maestro del Estado. Los preceptores familiares eran considerados como esclavos. En el Medievo Europeo el clero era agente responsable de la educación religiosa, pero también, en sentido amplio, escolar. Es solo a partir del siglo XIX cuando los maestros se convierten en empleados públicos y, en virtud de ello, en representantes de una verdadera profesión.

Ser maestro hoy. Si dejamos de lado al maestro profesional en el sistema educativo (‘maestro’ en sentido estricto) vemos que el papel del maestro se halla en una cierta crisis, y ello por diversas razones. Hoy día no hay ninguna ‘imagen del maestro’ que se imponga. Hasta ahora no se ha logrado averiguar de manera convincente la ‘esencia del maestro’. Cada época debe determinar de nuevo y para sí misma qué necesita del maestro: profesión, formación de proselitismo y discipulado; o amistad, cercanía afectiva; o la distancia de lo racional, asociada con simple simpatía humana.

Por eso, este análisis aspira a ser finalmente una contribución a la discusión. Hay maestros en todas partes y en todos los grupos de edad. Sin embargo, nos parece difícil de recusar el que, en particular en el maestro, se destaca la imagen del adulto ante la generación siguiente, y con ello la credibilidad o incredibilidad de quienes reivindican para sí más saber y experiencia.

La humanidad en su forma social organizada, lleva ya cerca de treinta y uno siglos de vida; tiempo durante el cual hemos abundando en enseñanzas de toda índole. Para depurarse de sus vicios, para mantener sus conquistas, para alcanzar mejoras futuras, esa misma humanidad cuenta con hombres y mujeres distribuidos en millares de oficios, industrias y profesiones, y cada uno, a su manera, desenvuelve sus actividades para contribuir al perfeccionamiento de la sociedad.

Busquemos, pues, en ese enjambre de obreros al maestro y deslindemos su situación actual. Los hay de diversos tipos: los maestros-empleados, los maestros de plaza, los maestros vegetativos, pero hay algo más: ¡el maestro revolucionario! Aunque contamos muy pocos, el maestro revolucionario (no en el sangriento sentido del vocablo, sino en su más noble acepción), es lo que nosotros entendemos como el maestro de verdad, ¡como el maestro que necesita Panamá!

Fuente: http://laestrella.com.pa/opinion/columnistas/papel-maestro-historia/23974038

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