Sin educación pública no hay democracia.

Racionalizar los conciertos educativos hace valer la importancia que para la sociedad tiene una red de colegios públicos inclusiva, de calidad y en igualdad de oportunidades.

 

Por: Erika Sanz.

Laura es una maestra de Educación Infantil en la escuela pública. Ejerce desde hace veinte años, los últimos doce en un colegio público de Zaragoza. Sabe como nadie qué es eso de ser maestra vocacional. Cada año, se ha tenido que ir adaptando –o, como decimos en el gremio, reciclando– para atender a una clase cada vez más diversa, sabiendo que aquello que es innovador cuando es inclusivo tiene un alto valor añadido. Lejos queda el tiempo en que el colegio tenía tres vías; pronto quitaron dos al disminuir la población escolar ante la bajada de la natalidad. Ahora el centro tiene una vía y el curso pasado sólo recibió 11 solicitudes. La pérdida de unidades, los recortes, fueron un quebranto para el colegio. Perdieron profesorado. Aún recuerda los maestros desplazados: primero Juan, luego Lourdes… Recuerda cómo iban haciendo cada vez con menos, hasta hoy, porque tampoco llegaban ni llegan los interinos que se integran cada curso en la dinámica del cole. Por si fuera poco, se han suprimido programas, apoyos y recursos. Aún así, sigue con las mismas ganas de enseñar cada día.

¿Qué pasa con nuestro colegio? Se lo pregunta más de una vez cuando llegan estas fechas de período de escolarización. La administración no ha puesto todo el empeño que debería, a pesar de los escritos y peticiones para mejorar la situación: una mayor inversión y atención en la planificación educativa. Es necesario hacer una oferta equilibrada entre todos los centros porque no hay colegios buenos y malos. Lo sabemos los compañeros, lo sabe la administración. Entonces, ¿por qué?

La situación descrita se vive actualmente en decenas de colegios de Aragón y es necesario revertir la situación. No podemos permitir que se firme el descalabro de la educación pública. No podemos quedarnos mano sobre mano viendo cómo se normaliza la deriva hacia una pública meramente asistencialista. El momento es ahora. Racionalizar los conciertos educativos supone hacer valer la importancia para la sociedad que tiene la existencia de una educación pública, inclusiva, de calidad y en igualdad de oportunidades para todos los niños y niñas. Esto, por encima de todo: un gobierno debe velar por la educación pública, lo que es tanto como decir que apuesta por una sociedad justa, cohesionada y que avanza en democracia. Si dejamos que paulatinamente se vaya desmantelando, algo no estamos haciendo bien. Y, lo que es peor, no vamos hacia una sociedad mejor si nos deshacemos de la mayor herramienta que tenemos para compensar desigualdades.

Hemos llegado al Parlamento aragonés con el firme propósito de influir en el Gobierno para que ponga en valor a la pública como se merece, porque hemos constatado que son ya muchos años en los que los titulares de los centros privados, subvencionados 100% con dinero público, no han hecho sus deberes, en connivencia con gobiernos de uno y otro color. Mucho tiempo, excesivo, en el que la equidad y la transparencia han brillado por su ausencia, en el que ha habido un claro incumplimiento de la ley pero sin aplicar las medidas sancionadoras. Tiempo suficiente, en el que han demostrado que tienen sus mecanismos para no ser como la pública pero querer aparentarlo. No es justo para los aragoneses tener que vivir una vuelta de tuerca más en la privatización de un bien público que debería preservarse para estar a la altura de la sociedad que queremos ser. La educación pública no puede ser equiparada a un servicio público como el transporte urbano o el cuidado de los jardines (que nunca deberían haberse externalizado), es un derecho básico y fundamental. Si se la debilita con políticas segregadoras, acabará siendo meramente asistencial y desaparecerá definitivamente la igualdad.

Por eso mismo, desde Podemos solo hemos planteado lo que corresponde por derecho: proteger nuestra educación pública. Y, para ello, es necesario poner en marcha políticas transformadoras que le devuelvan a los centros públicos sus comunidades educativas, para que los que son y están, se queden. Ya va siendo hora.

En estos dos años que quedan de legislatura nos vamos a dejar la piel por que esas políticas sean un hecho y transformen una realidad que actualmente está dejando a muchos aragoneses y aragonesas fuera.

Fuente: http://www.elperiodicodearagon.com/noticias/opinion/sin-educacion-publica-no-hay-democracia_1193890.html

Imagen: https://pbs.twimg.com/media/CDrByeZWEAIGH5n.jpg

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Los Sacrificios Humanos, El Calmécac y el Telpochcallial Servicio de la Pedagogía Maldita.

(Otra Forma de Entender algunos Fenómenos Educativos del Siglo XXI)

Dra. María Guadalupe Barradas Guevara

(CINCODE SEIS PARTES)

Como ya se ha venido apreciando,esta teoría de la Pedagogía Maldita que he estado planteando, y la cual será descrita en el siguiente artículo, especifica el hecho educativo a través de las relaciones de ésta con otros fenómenos; tratando de ordenar y clarificar los estilos culturales de cada época y cultura; indagando ciertos factores que los determinan, así como los fines que se persiguen. Estableciendo que cada proceso educativo remite o está determinado por los objetivos de cada sociedad, instaurando técnicas apropiadas para obtener resultados que se dirijan a la conclusión de algún ideal perseguido.

Dicho de otra forma, la práctica de la Pedagogía Maldita como parte de la educación del hombre, siempre ha estado presente, pero no sólo en la Cultura de Occidente u Oriente, sino también en la de México, un ejemplo de ello en la educación de los aztecas, como a continuación veremos.

Kobayashi, en su libro: La educación como conquista, nos dice que es posible que el origen de los dos tipos de escuelas se remonte a los tiempos gentílicos de los mexicas, en donde estos estaban dedicados a dos dioses distintos:

  1. El Calmécac, una institución consagrada al dios Quetzalcóatl, quien era considerado por los pueblos nahuas el dios origen de la cultura, puesto que él habría creado al hombre con su propia penitencia y sacrificio, descubierto el maíz para el sustento de éstos y, también el algodón, la calabaza y otras plantas provechosas, así como los metales y las piedras preciosas y el arte de trabajarlos,  asimismo había descubierto el arte de criar aves y el de trabajar sus plumas preciosas; había enseñado a su gente cómo había de hacer la penitencia y el sacrificio. “La finalidad de la escuela estribaba en formar personar hábiles y competentes en el buen ejercicio de los cargos de alta responsabilidad de la nación en los tres ramos siguientes: la gobernación, la milicia y el sacerdocio” (Kobayashi, 1985, p. 62 y 63).
  2. El Telpochcalli(casa del dios Tezcatlipoca), tenía como objetivo principal formar jóvenes altamente adiestrados en el arte de guerrear. El ingreso de un muchacho remitía a cumplir la promesa que los padres de éstos habían hecho previamente a la deidad. El voto de ofrecimiento del hijo por sus padres, consistía en la preparación de un banquete al que venían invitados los maestros del telpochcalli, llamado telpochtlatoque, “caudillos de mancebos”, de acuerdo a la traducción de Torquemada (citado por Kobayashi, 1985, p. 73), en los siguientes términos:

Aquí os ha traído nuestro señor, creador del cielo y de la tierra; os hacemos saber que nuestro señor fue servido de hacernos merced de darnos una criatura, como una joya o pluma rica que nos fue nacida; por ventura se criará y vivirá; y es varón, no conviene que le mostremos oficio de mujer, teniéndoles en casa. Por tanto os le damos por vuestro hijo, y os le encargamos, porque tenéis cargo de criar a los muchachos y mancebos, mostrándoles las costumbres para que sean hombres valientes y para que sirvan a los dioses Tlaltecuchtli y Tonatiuh, que son la Tierra y el Sol; [y para que sirva] en la pelea, y por esto ofrecémosle al señor dios todopoderoso Yáolt o por otro nombre Titlacahuan o Tezcatlipoca (…) (Kobayashi, 1985, p. 73 y 74),

Como se observa, lo anterior refiere a la educación de los varones, puesto que las mujeres, en ambas escuelas,  nacían, ante todo, para el hogar y el matrimonio y fuera de éste se limitaban a las órdenes religiosas y sociales, aunque en los pochtencalas había dedicadas al comercio, al igual que los hombres. Entre las faenas más importantes eran hilar, tejer y coser; moler maíz, hacer tortillas y preparar la comida, así como limpiar y barrer su casa. También se comenta, que las jóvenes tenían la opción de  escoger por una vida religiosa realizando los mismas labores, pero en lugar de ser para su familia, trabajaban al servicio del templo y de sus dioses.

Es interesante observar, que la vida en el Telpochcalli el amancebamiento es un acto ilícito, y los jóvenes al igual que el Calmécac, al cumplir los 15 años debían ser preparados para la vida militar. Andrés de Olmos, describe la enseñanza del arte militar de la siguiente manera:

Cuando han comido, comienza otra vez a enseñarles:

a uno cómo usar las armas, a otros cómo cazar,

cómo hacer cautivos en la guerra,

cómo han de tirar la cerbatana o arrojar la piedra.

Todos aprenden a usar el escudo, la macana,

cómo lanzar el dardo y la flecha mediante la tiradera y el arco.

También cómo se caza con la red y cómo se caza con cordeles (citado en León Portilla, 1958, 77).

Sobre el concepto que tenían los mexicas del hombre como persona, nos dice Kobayashi, era expresado por dos frases del náhuatl: in ixtli, in yóllotl, lo cual significa: en el rostro y el corazón, en donde el primero (el rostro), era aquello con lo que el hombre se enfrentaba al mundo exterior, era lo que manifestaba su yo interior, mientras que el segundo (el corazón), era el manantial de toda acción y movimiento, por lo que el sacrificio ritual era practicado, ofreciendo al dios Sol el corazón como alimento divino, lo más precioso que el hombre podía darle.  Sin embargo, este tipo de hombre remitía en gran medida en el Calmécac: “el rostro sabio y el corazón firme como la piedra”, por el contrario de la Telpochcalli que no aspiraba a tal realización bidimensional, sino, a la educación de hombres ante todo: “valientes, obedientes y útiles para la guerra”.

Dicho lo anterior, y retomando el tema de los sacrificios humanos, podemos observar que no sólo en la educación formal se encuentran formas de una pedagogía maldita, por el contrario, tenemos la educación de corte informal, aquella que es llevada fuera de cualquier institución educativa, aquella que engloba las creencias, necesidades, hábitos y valores aportados por la sociedad o la religión.

De acuerdo a Michel Graulich, los sacrificios humanos, fue una forma de utilizar los posibles sentidos de la muerte, es entendido como un ritual para mantener la vida y prolongarla después de la muerte y tener la impresión de controlar de controlar un universo que se percibía como inestable (2010). Pero, ¿esto es suficiente para justificar estas matanzas que en muchas ocasiones se hicieron en gran escala a mujeres, hombres y niños? ¿Acaso estos tipos de homicidios pueden ser argumentados como válidos y humanos? ¿En dónde queda la libertad del hombre y el respeto de su vida?

Aunque los sacrificios humanos de estas culturas en muchas ocasiones son entendidos como aspectos históricos y culturales, manifestados por comunidades primitivas desde antes de Nuestra Era, se entienden como prácticas o rituales para ofrendar a los dioses, como formas de agradecimiento, de humildad, de devoción e incluso de súplica.

Ya sea en la cultura de occidente u oriente, e incluso en la mesoamericana, estos tipos de ritos fundamentados por creencias erróneas, temores irracionales, vanas esperanzas es lo que conduce al fracaso de la humanidad, puesto que transmiten el miedo, la desolación y la desesperanza de la construcción del hombre ideal, del hombre bueno, del hombre humano.

La Pedagogía Maldita, nos lleva a entender un aspecto de la historia educativa, del fracaso de la construcción de hombres buenos, generado, en muchas ocasiones por la sinrazón de las personas fortalecida por el temor a los dioses o por la ambición de los gobernantes. Pensar en una educación ideal o integral, es apostar por una humanidad fehaciente, y no por el adiestramiento de jóvenes fundamentado por el dolor, el mal, el castigo, el miedo, la emancipación, establecido por pueblos siempre sedientos de poder y de conquista, los cuales al oprimir e ignorar, forman hombres serviles, sumisos, sin libertad y faltos de autoestima; hombres quebrantados y marginados,que siempre están a merced de una divinidad o de cualquiera,  pero nunca dueños de ellos mismos.

                        FIN DE LA QUINTAPARTE

Referencias

Graulich, Michel. (2010). El sacrificio humano en Mesoamérica. Recuperado de: https://jorgecaceresr.files.wordpress.com/2010/04/el-sacrificio-humano-en-mesoamerica.pdf

Hernández Escoto, Garza de la Huerta y Mandujano Tenorio. (s. f). Transversalidad en la educación de los aztecas. Recuperado de: http://www.tutorias.ipn.mx/memorias/Documents/6to-web/mesas-redondas/eje1-elementos-que-fortalecen-la-funcion-tutorial/mesa-25/E15T74R883A.pdf

Kobayashi, José María. (1985). La educación como conquista. México: El Colegio de México.

León-Portilla, Miguel. (1958). Siete ensayos sobre la cultura náhuatl. México: UNAM.

*Fuente de la imagen: http://educacionenmesoamerica8.blogspot.com/2013/01/calmecac-y-tepochcalli.html

 

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Entrevista al escritor uruguayo Fernando Butazzoni, autor de “Las Cenizas del Cóndor”.

Por: Angela Barraza

«Las Cenizas del Cóndor» es una obra del más alto valor literario y testimonial que han dado las letras sudamericanas en las décadas recientes.

“Las Cenizas del Cóndor” es un libro que me cautivó por el nombre. Mi interés por los Derechos Humanos viene de siempre a pesar de haber nacido en los últimos coletazos de la dictadura. Y es que ya en la democracia aún persistía la frase “de religión y de política no se habla” y todo lo prohibido me resultaba magnético. Entonces comenzaron las indagaciones infantiles respecto de lo que pasó y la Operación Cóndor estaba en todos lados, al igual que La Caravana de la Muerte. Recuerdo además, que no entendía por qué a Patricio Aylwin le decían “Pluto”, porque buscaba huesos y entre medio algunas revistas que hablaban de Pisagua y de los degollados, generaron en mí una fabulación sobre una realidad que estaba oculta. Ya de más adolescente comencé a leer a Patricia Verdugo y cuanto libro sobre dictadura llegaba a mis manos (ese acceso se lo tengo que agradecer a mi madre) y de ahí en adelante se perpetuó la necesidad de saber. Por eso, cuando vi el título, me puse en alerta.
Planeta tuvo la gentileza de enviarme el libro -Agradecimientos a Isabel Machado por su impecable gestión siempre- y en realidad es un poco atemorizante por su tamaño. Sin embargo, cuando comencé con la lectura, lamenté profundamente que no fuera más grande aún ya que es un libro llano, cautivador y muy revelador respecto de las dimensiones y la envergadura de la sombra del cóndor en América Latina.
Maravillosa fue la sorpresa de saber que el autor venía a Chile en el marco de la FILSA. A Butazzoni no lo había leído nunca y luego de leer su libro, no me podía perder la oportunidad de entrevistarlo. Ahora ando a la cacería del resto de sus libros, no sólo por su literatura, sino también por el personaje que es él; con una historia de  vida que es demasiado intensa.
Les dejo la entrevista para que conozcan un poco más de un hombre que, exiliado de su país (Uruguay) se viene a Chile, en donde vivió los últimos meses de gobierno de Salvador Allende, que salió de Chile en la puerta de la dictadura, que viajó a Cuba, donde ganó el Casa de Las Américas con su primer libro, que fue amigo de Cortázar y de Guayasamín, que se unió al Frente Sandinista en Nicaragua y luchó en la batalla como oficial de artillería entre otras cosas que le han permitido ser un escritor tremendo.
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Con 19 años llegaste a Chile y viviste el último año de gobierno de Salvador Allende. ¿Cómo viviste ese período y cuáles fueron las razones por las que tuviste que migrar a Cuba?
Yo viví acá, en un apartamento en la Calle Merced, a dos cuadras de acá. Yo llegué a un Chile que estaba muy convulsionado,  por arriba y por abajo. Estaban pasando por un momento de mucha agitación social. El Gobierno de Allende tenía que enfrentar un proceso muy complicado, con una oposición muy fuerte de los empresarios, de lo sectores más conservadores y además, una serie de divisiones internas dentro de la misma Unidad Popular. Entonces, eso se traducía en que en la calle había una gran efervescencia y había muchas manifestaciones. Era un clima muy convulso. Pero bueno, ese proyecto político era un proyecto que a mí, personalmente, me interesaba muchísimo, porque era un proyecto político de reformulación total de la sociedad a partir de una vía democrática, que no se había probado hasta ese momento. Y con muchos sectores que decían que eso era imposible y que eso iba a culminar de la peor manera. Y bueno, cuando la situación comenzó a empeorar y ya era evidente que el gobierno de Allende no tenía mucho futuro, me tuve que ir. Yo vivía aquí en condiciones bastante precarias. Había estado militando en Uruguay y no podía volver a mi país porque estaba requerido por el ejército, por lo tanto, me tomé un avión y me fui derechito a Cuba.
¿Te fuiste después del golpe? Me fui antes. En el mes de agosto. Me fui en uno de los últimos viajes que se pudieron hacer, entre comillas, tranquilamente.
A la edad de 25 años publicas tu primer libro (Los días de nuestra sangre) con el que obtuviste el Premio Casa de las Américas de cuentos ¿Cómo surgió esa primera publicación en Cuba y cuál fue el impacto en ti, de recibir tan tremendo premio con un primer libro?
En realidad este libro fue producto de la desesperación y de la desesperanza. Yo estaba viviendo en Cuba, totalmente aislado del mundo, porque bueno, en las condiciones en las que estábamos tampoco había mucha información de lo que estaba pasando afuera. Más encima, cargando con mi mochila de Uruguayo en un país del Caribe, que era como vivir en el Polo Norte, o sea, nada que ver.
Pasé por un período muy depresivo y muy triste y producto de esa desesperanza nació la elaboración de esos primeros cuentos. Yo era un gran lector y había escrito desde la adolescencia, pero nunca me había planteado ser escritor. Jamás.
Yo estaba estudiando microbiología cuando me gané el premio. No era mi vocación, pero era una cosa que pensé que podía ser útil, interesante. Y escribí esos cuentos, envuelto en esta especie de nube de melancolía, de tristeza y de recuerdos de lo que había pasado en Uruguay. Y bueno, tenía el libro escrito y se lo pasé a dos o tres amigos cubanos y todos me dijeron que el libro era bárbaro, que les gustaron los cuentos y uno me dijo que por qué no lo enviaba al premio Casa de las Américas.
Yo en ese momento soy un joven completamente desconocido, completamente novato, pero al final me decidí y lo mande, como quien tira una botella al mar. Hubo una inconciencia de mi parte y no tenía ningún vínculo con la vida cultural cubana ni nada. Más encima vivía en una provincia; ni siquiera vivía en la Habana. Viví en Olguín. En una ciudad del oriente de Cuba de la cual yo siempre dije que estaba más cerca de Haití que de la Habana. Y bueno, lo mandé y me dijeron “ganaste el premio”.  Y eso, de alguna manera, me cambió la vida, porque me cambió la profesión. Yo, a partir de eso, dije “bueno, puedo ser escritor” que es lo que a mí me gusta.
Yo creía que era lo que me gustaba, pero que en verdad no lo podía hacer. A partir de eso entonces, me dije que podía ser escritor y entonces seguí escribiendo. Y ahí conocí a gente. Conocí a Mario Benedetti, que en ese momento estaba trabajando en La Casa de las Américas, este, después de dos años yo, también terminé trabajando en la Casa de las Américas, que para mí fue una beca cultural muy importante, porque ahí conocí y me hice amigo de gente con la que tuve amistad durante muchos años como Julio Cortázar; el mismo Roberto Fernández Retamal y que fueron grandes amigos que hice porque trabajaba en la Casa de las Américas, que era, en ese momento, un centro cultural muy importante.
También me hice amigo de Guayasamín, el pintor ecuatoriano, entonces fue una época realmente de formación. Fue como “La universidad de La Casa de las Américas”. De verdad que para mí fue muy importante. Y en realidad tuvo una importancia mucho más espiritual que material, porque el premio, lo que me permitió fue conocer gente porque en metálico era verdaderamente insignificante. Pero sí, me permitió convertirme en escritor, publicar un libro y que me conocieran.
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A fines de 1978 te enrolaste en las filas de la resistencia nicaragüense contra la dictadura de Anastasio Somoza y a comienzos de 1979 fuiste enviado al frente de batalla como oficial de artillería. Qué significó para ti vivir un proceso revolucionario que resultó triunfante, luego de ver experiencias como la de Chile y de ser un extranjero en esa patria que ayudaste a liberar.
Fue muy interesante, porque ahí había un mix, una mezcla. Porque el Frente Sandinista, se propone una guerra para derrocar a Somoza, pero se la proponía para instaurar un sistema democrático para Nicaragua, que no existía. Entonces yo, el orgullo que tengo, pese a que la guerra es la experiencia más devastadora que puede sufrir un ser humano, y sobrevivir y que te marca profundamente para el resto de tu vida, tengo el gran orgullo de que esa guerra terminó con una tiranía que era totalmente abyecta y medieval e instauró una sociedad democrática. El Frente Sandinista se comprometió a llamar a elecciones y lo hizo. Y las perdió. Y teniendo el poder lo entregó y para mí eso, más allá de lo que pasó después, de lo que es hoy Nicaragua y de la corrupción y de todo eso, yo lo tengo como una cosa que fue muy positiva como experiencia, de que no necesariamente una revolución tiene que terminar en un desastre. También se pueden rescatar cosas positivas. Y yo no me sentía demasiado extranjero, porque en realidad los nicaragüenses pedían ayuda a todo el que podía, entonces, este, yo fui ahí, porque ellos me pidieron que fuera y lo hice desinteresadamente y simplemente, tratando de ayudar.
¿Cómo llegaste a eso?
Porque yo tuve vínculos -porque coincidimos en un avión- con un joven que era Nicaragüense, que se llamaba Humberto Ortega y él era el hermano de Daniel Ortega. Él me invitó. Después, él terminó siendo Ministro de Defensa de Nicaragua. Y bueno, yo conocía obviamente de la situación en Nicaragua. Además era un gran lector de la poesía nicaragüense como de José Antonio Cuadra, Cardenal, tenía admiración por Rubén Darío y encontraba que era justa la causa. Y así fue como terminé enrolado. Es una historia muy larga en verdad, pero te la estoy resumiendo a las cosas fundamentales. Pero cada minuto en la guerra es una brutalidad.
¿Cómo es tu relación con la muerte, después de vivir estos procesos de dictaduras, guerras y revoluciones?
Y, es una relación rara. Más que con la muerte, tengo una relación con la vida. Y es rara, porque uno siempre como que está viviendo una propina, una extra. Te das cuenta de que pudiste haber muerto un montón de veces y que, por alguna razón, dios dijo que no: “a este no lo vamos a elegir” Y uno lo vive con la maravilla de todos los días. De ver el sol, el aire, los árboles, la familia, ver crecer la familia y ahora a mis nietas, entonces todo es como un fabuloso regalo que me lleva a preguntar si realmente me lo merezco.
1980, escribiste tu libro  “De la noche y la fiesta”, que es de poesía. ¿Por qué ese cambio de género, si habías incursionado tan exitosamente en la narrativa?
Y bueno, porque estaba en Nicaragua, en donde todo era poesía. Teníamos una revolución triunfante, la gente en las calles, etc. Pasamos muchísima hambre, por ejemplo, durante la guerra. No había comida. Entonces, después de que triunfó la revolución la gente, lo que nos daba era comida. Nos daban frijoles. Y nos sentábamos a comer con las familias en las casas. No sabíamos ni quienes eran; estábamos todos sucios, con los uniformes llenos de barro y oliendo a chivo, y ellos compartían lo poco que tenían con nosotros. Entonces era un momento de la vida muy poético, en donde todo era alegría y bueno, escribí poemas. Esa fue lo que me salió. No hubo ningún plan y la prueba está en que nunca más publiqué otro libro de poemas. Si escribí más poesía, pero nunca más los publiqué.
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¿Cómo fue que llegaste al periodismo?
Y también fue por el premio Casa de las Américas. En el año 78 me pidieron que hiciera unas corresponsalías para una revista para República Dominicana y, en  cuanto triunfó la revolución, me pidieron que hiciera crónicas sobre lo que estaba pasando en Nicaragua. Que para ese entonces era noticia mundial. Comenzaron a llegar canales de televisión del mundo. Y ahí comencé a escribir crónicas y me convertí en periodista y de ahí, nunca más dejé el periodismo. Es un vicio que lo tengo metido en la sangre. Y hago periodismo cada vez que puedo. Es más, en mi pasaporte dice “periodista” porque quiero tener la libertad de poder escribir en cada parte, sin que nadie venga a decirme nada. Partí escribiendo cuentos y terminé escribiendo notas periodísticas. Entonces decidí ponerle en mi pasaporte la palabra periodista porque, creo, que es básicamente, lo que soy.
En 1986 fuiste designado director de la revista “Gaceta Universitaria”, órgano de la Universidad de la República que había sido censurado y clausurado durante la dictadura militar de Bordaberry. ¿Qué significó para ti desempeñarte en ese cargo y en tu país, en una instancia nuevamente democrática?
Fue como una especie de “Diploma de aceptación social”. Yo vengo de una familia muy humilde, me fui de mi país cuando era muy joven, tenía 19 años. Y volví siendo un hombre ya, con 2 hijos, y a una sociedad que en realidad no conocía.
Y lo otro es que fue un gran orgullo, porque yo gané ese cargo de Director de la revista, por un concurso. Y el director anterior de la revista, al que destituyeron cuando llegó la dictadura, era Eduardo Galeano. Entonces yo fui el Director siguiente a Galeano. Estuve poco tiempo ahí, estuve un par de años nada más, pero fue muy honroso para mí, desempeñarme en el cargo.
En ese año se publicó en Montevideo tu segunda novela “El tigre y la nieve”, la cual obtuvo un importante éxito editorial. Este libro narra los periplos de una chica estudiante uruguaya detenida y “desaparecida” durante 16 meses en los campos de exterminio de Argentina, en 1976. El libro tiene un éxito mundial. A qué le achacas el éxito?
Yo creo que es básicamente, por mirar lo que pasó en nuestros países, desde una perspectiva diferente. El Tigre y la Nieve cuenta la historia de una relación afectiva entre una prisionera y su torturador. Pasa que nadie se había atrevido a hablar del tema. Yo conocía varios casos de mujeres que habían estado presas en el Uruguay y que habían tenido hijos de sus carceleros. Pero todo eso se sabía en sordina. Había como una especie de vergüenza para hablar de eso. Y yo me puse a investigar y conté esa historia, y creo que la gente sintió que esta historia les pertenecía ya que todos sabían que era verdadera, pero nadie se había atrevido a decirla en voz alta Y el libro, muy por el contrario de lo que yo creía, cayó muy bien, incluso dentro de esos ámbitos. Con ese libro me pasó una cosa muy extraña. Y es que, el protagonista masculino, que era un Capitán del ejército argentino. Cuando sale el libro, él me escribe una carta, diciéndome que él, en realidad – porque de alguna manera, en la novela yo planteaba que, en realidad él no estaba enamorado de la chica- diciéndome que él sí había estado realmente enamorado. Y este tipo después termina cayendo preso porque participa en uno de los intentos de golpe de estado que hubo en Argentina. Se llamaba Capitán Ernesto Barreiro.
Perdona, pero esto está basado en una historia real. Cuéntame, ¿Qué pasó al final con la mujer, con la chica que es la protagonista del libro?
Se murió. La verdad es que se suicidó. Yo conozco la historia a través de ella. Yo la conocí en Suecia, ella estaba exiliada en Suecia, había logrado escapar luego de estar casi dos años resa en este cuartel en La Perla, en Córdoba y fue a dar a Suecia Cuando me entero de la historia, la voy a ver y le pido que me contara. Yo no podía entender cómo ella había sobrevivido y ella, lo primero que me dijo fue: “Y quién te dijo que yo sobreviví”. Y ahí, yo entendí que había una historia, de cómo la sobrevida no es siempre lo que parece. Y bueno, ahí yo escribí el libro a partir de lo que me contó ella, de una investigación y de cosas que hice, conociendo lo que había pasado en Córdoba en ese año, que fue el 77. Ellos caen en el 76 y ella está presa hasta finales del 77. Y está como prisionera y mantiene ese vínculo como prisionera. Lo curioso es que él mantiene ese vínculo con ella como torturador.
Junto con el periodista Alfonso Lessa, realizaste el programa radial “En vivo y en directo”, en radio Sarandí. Esta experiencia, que fue de gran importancia en términos intelectuales ya que entrevistaste a pensadores de diversas partes del mundo (José Saramago, Leopoldo Zea, Arturo Pérez-Reverte, entre otros) y duró apenas 10 meses, pues la empresa dueña de la emisora terminó tu contrato y lo sacó del aire. ¿Qué pasó? Por qué terminó ese programa si tenía una calidad tan importante?
Bueno, pasó que el partido político, el Partido colorado, ganó las elecciones y tenía vínculos con la radio. Y consideró que no era bueno que siguiéramos con el programa, que en ese momento era el número uno de la radio. Y de la radiofonía uruguaya en términos generales. Era muy escuchado. Y nos despidieron en la Nochebuena. Eso yo lo cuento en esta novela, Las Cenizas del Cóndor, porque esta novela empieza en la radio en la que yo trabajaba. Estaba trabajando allí cuando me llama un chico para decir “yo tengo información sobre el paradero de los desaparecidos”. Y el Alfonso, que aparece en la novela es Alfonso Lessa, que era mi amigo además y nos tocó vivir esa experiencia juntos.
En el año 2002 empezaste a desarrollar, junto al escritor argentino Mempo Giardinelli, diferentes tareas de resistencia a la política de guerra de EE.UU. En 2003 crearon un Comité Internacional de Intelectuales Contra la Guerra, en el que participaron, entre otros, Juan Gelman, Mario Benedetti, Eduardo Galeano, Luis Sepúlveda y Antonio Cisneros. Cuál fue la motivación y la expectativa?
La motivación era tratar de aportar a limitar la política belicista que tenía USA en ese momento a través de Bush. Tratar de hacer algo, lo que  nosotros podíamos. Y lo que se nos ocurrió fue hacer un grupo de gente más o menos conocida, con cierta capacidad de predicamento, para decir “paremos esto”. No teníamos muchas expectativas, como finalmente sucedió. No pudimos hacer nada, pero, por lo menos, alzamos la voz. Y hubo muchísima gente que se plegó a esto, se hicieron diversas actividades; de dieron a conocer las premisas del comité, el cual era muy diverso, pero básicamente, era gente que estaba en contra de esa política guerrerista que terminó provocando esta especie de caos que hay en Oriente Medio actualmente, en donde cada remedio es peor que la anterior enfermedad. Ahora, el grupo ISIS es el resultado, también, de occidente. La famosa “Primavera Árabe” terminó en Isis y eso es una cosa que las grandes potencias de occidente deben reflexionar. ¿Cómo intervenir de manera inocua? Es imposible. Si tú intervienes, desatas fantasmas y demonios que después no sabes a dónde van a dar.
Llegas nuevamente a Chile con “Las Cenizas del Cóndor” bajo el Brazo. Una novela reportaje que es reveladora respecto de la sombra que oscureció a América Latina. Cómo fue el proceso de escritura?
Fue un proceso larguísimo que duró diez años. Yo recibí la información de un jóven que tenía la sospecha de ser hijo de prisioneros políticos desaparecidos, porque era adoptado. Y fue adoptado por un capitán de los servicios de inteligencia del Uruguay. Y mi mérito consistió en tirar y tirar de la piola y sacar cosas que no eran las que él pensaba, porque no era hijo de prisioneros desaparecidos, pero la historia era mucho más reveladora de lo que yo me hubiera imaginado. Porque “Las Cenizas del Cóndor” plantea un problema que, hasta ahora, ha sido poco estudiado, que es que el año 74, fue un año bisagra en la guerra fría y que esa bisagra, curiosamente, pasaba por nuestros países. Sobre todo por Argentina, por Buenos Aires, que era un país, entre comillas democrático, y digo entre comillas, porque era un país en el que igual había escuadrones de la muerte y todo eso. Pero era un país en el que todos los servicios de inteligencia, todos los servicios operativos militares de Argentina, de Chile, de Bolivia, de Paraguay, de Uruguay, oficiales de la CIA, agentes de la KGB soviética, agentes de la RDA se encontraban presentes ahí. Yo tuve la suerte de encontrar un filón a partir de un señor que fue un alto director, que se llama Nikolái Leonov, que ahora debe tener como 90 años, pero vive todavía y goza de muy buena salud; bueno, él era un director del KGB y un gran especialista en América Latina, que publicó incluso sus memorias, y a partir de ahí, pude rescatar algunos itinerarios que son sorprendentes y que nadie se hubiera imaginado que pasaba eso en nuestros países en algún momento. Entonces creo que las Cenizas del Cóndor cuenta una historia individual, verdadera, de una mujer que lucha por conservar a su hijo, y para conservarlo tiene que pasar por situaciones muy difíciles y mentir sobre el origen de este hijo. Ella inscribe como adoptado a su hijo para preservarlo y para evitar de que sospecharan de ella y de ese hijo. Ella vive varios años aterrorizada de que le fueran a quitar al hijo. Pero yo descubrí que en esa historia pequeña e individual, de una mujer joven con su niño, se conectaba con muchas otras historias vinculadas con las historias de Argentina y de Chile. Al Chile de Pinochet, del Mamo Contreras, del Plan Cóndor y en la realidad, el plan cóndor fue una idea de Pinochet, muy anterior a su instalación oficial en el año 75. A fines del 73 y principio del 74, ya Pinochet y Contreras tenían claro de que querían operar fuera de sus fronteras y querían hacerlo con impunidad, entonces tenían que adquirir contactos que les permitieran funcionar así en todas partes del mundo. De esta forma fue como llegó un personaje que parece de ficción, pero que es real, que es un príncipe italiano. Junio Borghese llegó clandestinamente con uno de sus ayudantes a Santiago en el año 74. Aquí se encontró con Pinochet y con Contreras y ese año armaron una estructura clandestina que terminó matando gente en Europa, en Estados Unidos, en Argentina y en un montón de partes del mundo. Y eso es lo que cuenta un poco la novela.
Estuviste en Chile en tu juventud y en un proceso histórico que fue clave. Ahora que estás acá nuevamente cómo nos percibes como idiosincrasia? Hemos cambiado mucho?
Lo que pasa es que el mundo cambió. Cambió Santiago, cambió la gente y ya nada es igual. Yo he venido a Chile en varias ocasiones y uno ve la progresión de cómo va cambiando.
Yo viví un Chile que era muy solidario. Cuando llegué a Santiago, lo hice sin un centavo, sin ningún vínculo y a mí me ayudaron los chilenos. Me consiguieron un trabajo. Yo trabajaba en una fábrica de cerveza que había en Av. Independencia. También me prestaron un apartamento para que yo viviera, porque no tenía dinero; pero yo creo que la solidaridad se ha ido diluyendo, no sólo en Santiago, sino que en el mundo en general y hay que hacer un esfuerzo por rescatarla y tal vez, nosotros vivimos en una sociedad global, hiperconectada e hiperincomunicada. Uno ve extremos de chicos que están sentados en una mesa y que en vez de hablar se mandan un whatsapp. Y eso es terrible. Yo creo que, sin aspirar a volver a vivir a un  paraíso -que no existió- o de volver a un pasado en el que no había teléfonos celulares, ni internet ni nada de eso, pero sí creo que sería bueno replantearnos algunos aspectos de nuestra vida respecto de nuestras relaciones con nuestros semejantes. Qué vínculos tenemos, cuánto amor hay en nosotros y a dónde va a dar ese amor, porque a veces ese amor termina por ser recibido por una computadora. Hay muchas parejas jóvenes que en lugar de tener hijos, eligen tener un perro. Entonces, yo no me cuestiono el que una pareja no quiera tener hijos, pero lo que que sí me cuestiono es que esa pareja prefiera tener un perro y que los trate como lo mismo. Y eso no pasa solamente en Chile, pasa también en Uruguay, en Japón y en todas partes. Y creo que vamos hacia el borde de un precipicio y parece que estamos todos entusiasmados por dar un paso hacia adelante. Creo que debemos pensar más hacia a dónde vamos con la naturaleza, con los alimentos, con las relaciones humanas. Yo no soy muy optimista, esa es la verdad y creo que hay que hacer un esfuerzo individual por transmitir lo necesario de pensar en el futuro, no inmediato de la gente, sino de sus hijos y de sus nietos.
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Argentina: Presentación del libro «Conocimiento, Historia y Política en la Educación”

Fuente EDU-COMP / 20 de Abril de 2016

El viernes de la semana próxima, 29 de abril, a las 16:30 horas va a tener lugar la presentación del  libro «Conocimiento, Historia y Política en la Educación”, coordinado por Inés Dussel y Pablo Pineau y editado por Santillana en homenaje a quien fuera directora de la Oficina Internacional de la Educación y miembro de esta lista Cecilia Braslavsky
El acto se incluye en la Feria del Libro de Buenos Aires y tendrá lugar en la Sala Haroldo Conti y lo propicia la Editorial Santillana.
En la presentación del libro tomarán parte los coordinadores de la obra.
Quienes tuvimos la suerte de conocer a Cecilia y trabajar con ella conocemos bien sus aportaciones, primero desde la Facultad Latino Americana de Ciencias Sociales (FLACSO), posteriormente desde el Ministerio de Educación de Argentina y a partir del año 2000 desde la Oficina Internacional de Educación en Ginebra, a lo largo de su carrera académica publicó gran número de trabajos históricos y comparados en educación, muchos de ellos referencia básica para estudios posteriores.

 

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