Por Facundo Ferreirós
I.
Hace un tiempo vi un documental sobre los procesos de autonomía de campesinos del Valle del Cauca, Colombia, en el que un joven campesino establecía categóricamente que “el campesino debe ser un campesino integral (…) debe producir hortalizas, debe producir frutas, debe producir los lácteos, procesarlos, inclusive las frutas, procesarlas, hacer sus mermeladas, sus vinos, producir café, transformarlo, comercializarlo. El campesino que va a poder sobrevivir a esta arremetida es el campesino que es integral, el que piensa, el que vive esa economía para ganar autonomía”[1]
¿Y en las ciudades? ¿Cómo recuperar la integralidad y ganar autonomía? ¿Cómo volver a reunir los múltiples pedacitos en los que fragmentaron, individualizaron, y corrompieron nuestras subjetividades, para controlarnos, homogeneizarnos y normalizarnos? ¿Cómo hacer de esto un proyecto político?
Me acordaba entonces de la apuesta del Movimiento Nacional Campesino Indígena de Argentina para promover la “vuelta al campo” de familias que habían emigrado a las ciudades. Pensé esta idea de “volver al campo” como una metáfora para quienes vivimos en las ciudades y no tenemos ni intensión de -ni voluntad para- ir a vivir a una zona rural. Metáfora que nos abre a la posibilidad de recuperar y recrear la vida humana.
Hace unas noches volví sobre esta idea y me acordé de Francisca Fernández quien, en su artículo “A ruralizar la ciudad: resistencia y comunalidad en la urbe” propone la “ruralización” como una manera de construir alternativas que nos permitan experimentar “cómo quienes habitamos en la ciudad podemos integrar elementos de la vida rural para nuestra sustentabilidad, pero sobre todo para vivir en armonía con los seres que nos rodean, en tanto sujetos de la naturaleza (y no sobre ésta)”[2].
Vovler al campo, ruralizar la urbe. ¿Qué hay en el campesino, en el indígena, que no hay en la ciudad? ¿Qué se nos perdió? Traigo presente al músico santiagueño Jacinto Piedra: “Dicen que en la ciudad perdido/ dicen que se enterró/ entre cemento y fierro/ dicen que el hombre ya se murió”.
Y traigo a Jairo Restrepo, con su dedicatoria/poema: “A los campesinos del mundo”[3]: “Los legítimos profesores, los que enseñan sin títulos, pupitres y malicias académicas. A los campesinos, que sin burocracia y sin hipocresía permiten el aprendizaje y su reproducción del saber sin derechos de autor. A los campesinos, que sin publicaciones técnicas brindan herramientas prácticas y saben perdonar la deformación académica, la traición y la inexperiencia de las universidades agrarias. A los campesinos, que sin medir esfuerzos son solidarios en cualquier momento que se necesiten. A los campesinos, que todavía resisten para no dejarse quitar y expulsar de su tierra. A los campesinos, que con valor y gallardía todavía no se dejan joder del Estado y de los burócratas del agro. A ellos, los campesinos, a los que no se les conoce la corrupción, los que construyen patria sin raponerías y sin ser politiqueros. A los que el silencio los premia con la sabiduría para producir lo más sagrado, los alimentos. A los que construyen la esperanza de una nación libre y soberana para las generaciones futuras, sin robarles nada, a cambio del olvido. A los que todavía creen, sueñan y construyen utopías de ojos abiertos desde el campo. A los que construyen el canto de la libertad cuando siembran y cosechan. A los que con sus propias manos desde los cultivos, construyen las estrofas del himno de la independencia. A todos ellos, los campesinos del mundo, fuentes de inspiración y solidaridad en los momentos más difíciles de peregrinación de pueblo en pueblo. A ellos, los escogidos para reproducir el milagro y la perpetuación de la vida, a través de sus manos y semillas nativas, todavía no mutiladas y secuestradas. A ellos, que con su silencio y arte, recrean y cuidan la vida, preparando la tierra para regresar a ella”.
Pensé entonces en el anarquismo, en los movimientos campesinos, en la coyuntura política actual, en la cultura fetichizada, y en mi propia vida y mis gestos descolonizadores como el amasar pan, cocinar para mi familia, tocar en una banda de sikuris, criar cactus y suculentas, y cuidar mi pequeña huerta de hierbas aromáticas y medicinales. Así, fui desovillando hasta dejar los hilos sueltos. Hilos que tejo ahora en estas palabras que buscan formar un tapiz que dé cuenta del proceso subjetivo de descolonizar la conciencia propia -como nos propone Silvia Rivera Cusicanqui-, liberar el cuerpo de las ataduras del servilismo corporal al capitalismo que reduce todas nuestras funciones a “mano de obra”, atender y conocer con las emociones siguiendo los pasos de Humberto Maturana, y la apuesta de construir comunidad, donde sea que uno esté, como espacio de resistencia macropolítica pero también de experimentación micropolítica.
II.
Paul Goodman, anarquista estadounidense ha dicho: “Supongamos que la revolución de la que hemos estado soñando y hablando haya ocurrido ya. Supongamos que nuestro lado ganó y que tenemos el tipo de sociedad que deseábamos. ¿Cómo viviría cada uno de nosotros, personalmente, en esa sociedad? ¡Empecemos a vivir así ahora! Y cuando nos topemos con obstáculos, cosas o personas que no nos permitan vivir de esa manera, entonces busquemos formas de pasar por encima o por debajo de esos obstáculos, o de hacerlos a un lado, y así nuestra política será concreta y práctica.” Esto que Luis Tapia denomina “factualización de alternativas”, Mariátegui llama “Prefiguración” y Freire “Inédito viable”, como manera de anticipar, en nuestras prácticas cotidianas, el mundo que soñamos, aún inmersos en las contradicciones que esto supone en sociedades capitalistas, patriarcales y colonizadas como las nuestras.
Un maravilloso libro que se llama “Rebelarse dese el nosotrxs”[4], contiene un artículo de Jérôme Baschet, denominado “Ya estamos en camino, haciendo otros mundos”, en el que plantea: “vivimos en el sistema capitalista, pero nuestros vínculos de compañerismo, de amistad, de amor, nuestra intimidad y nuestros sueños, no se rigen, por lo menos enteramente, por normas capitalistas. De no ser así, la vida en el mundo capitalista, que de por sí es insoportable, se volvería literalmente imposible. Si tomamos consciencia de eso, podemos identificar los lugares y tiempos en donde se dan estas relaciones no (totalmente) capitalistas para colocar ahí mentalmente la bandera “espacios libres”. Este gesto puede ayudarnos a tomar conciencia de la existencia de estos espacios, de su importancia, y así defenderlos con más energía, pues están en proceso de ser invadidos y colonizados por las categorías de la sociedad de la mercancía, por la angustia del trabajo (o de la falta de trabajo), por la preocupación del dinero (en este mundo, uno vale lo que gana), por las incitaciones a consumir, por las pantallas de la des- comunicación, por las reglas mortíferas de la competencia (adaptarse o desaparecer), por los estereotipos de vida, por el egocentrismo, la falta de atención a los demás, etc…
”La creación-defensa-expansión de nuestros espacios liberados inicia desde lo más pequeño y puede ampliarse a todos las formas de organización tal como las que ya existen en las comunidades, colonias, barrios, casas ocupadas, colectivos de medios libres, movimientos de resistencia para el uso de la luz, así como en muchas otras luchas que se están haciendo presentes a lo largo de este Seminario internacional. Y también podemos tejer redes más amplias, para compartir experiencias y aprender entre muchos, para conocernos mejor. Se trata también de prepararnos – es decir de ponernos bien listos, en todos los sentidos – para esos momentos en los cuales las dignas rabias contenidas se encuentran y se liberan, desmultiplicando la capacidad de acción colectiva y haciendo posible ganar o recuperar espacios liberados mucho más amplios.
”No se trata de crear islitas en donde se podría esperar vivir tranquilos, protegidos de los horrores del mundo actual. Hay experiencias de desapego al sistema que parecen ir en esta dirección, y pueden tener sus virtudes. Pero no se trata de crear refugios de vida cómoda (para quienes tienen los recursos necesarios) o nichos de supervivencia (para quienes no los tienen). Si no quieren perder su dimensión anticapitalista, los espacios liberados no pueden preocuparse únicamente por su propia construcción, sin ver que, en sus alrededores, la ofensiva de despojo y desposesión del capitalismo – la guerra contra la subsistencia – sigue avanzando, adueñándose de cada vez más territorios y recursos, para difundir los cultivos transgénicos, para ampliar la explotación minera, para desarrollar megaproyectos contra los cuales la resistencia va creciendo, con la conciencia de que no se trata solamente de defender un lugar de vida sino también de frenar la lógica productivista que el sistema capitalista necesita para reproducirse pero que resulta sin sentido (más allá de la mera búsqueda de ganancia).
”Construir (otra cosa) es intrínsecamente oponerse a, luchar en contra. La opción del “construir desde ya” mueve el tablero y abre nuevas opciones, pero no nos libra de la cuestión de la conflictividad. Pueden configurarse de diferentes maneras pero no pueden separarse las tres puntas del triángulo: resistir, enfrentar, construir.
” Pero “nuestros espacios liberados no son del todo liberados. Sufren hostigamiento y represión. Se debilitan por los conflictos que aviva la reproducción de formas de ser propias de la sociedad de la mercancía, tal como el individualismo posesivo, las actitudes competitivas, la incapacidad de escuchar, etc. Y, sobre todo, se enfrentan a la falta de recursos: falta de dinero para cubrir las necesidades, falta de producción para acceder a los mercados, falta de acceso a los mercados para los productos… Significa que los esfuerzos para crear, defender y dilatar espacios liberados tienen que luchar en permanencia en contra de la presión que ejerce sobre ellos, y adentro de ellos, la fuerza de la síntesis capitalista. En muchos casos, esta presión lleva al debilitamiento, al desánimo, a la implosión”.
III.
Entonces, de vuelta Francisca Fernández: “la ruralización se convierte en un gesto político, para la recuperación de nuestras soberanías (alimentaria, corporal, habitacional, entre otras). Es una vía para entretejer redes y relaciones, para revitalizar lo comunalitario, y también para descolonizar y despatriarcalizarnos.
”Podemos partir con simples gestos, con una huerta en casa, en el barrio, intercambiando y reviviendo el trueque de productos, creando cooperativas de “comprando juntos”, cuidando, almacenando y reproduciendo semillas, y también yendo más allá, recuperando territorios, organizándonos desde la autogestión, construyendo relaciones horizontales desde la ayuda mutua, rompiendo estereotipos que vinculan el trabajo de la tierra con lo femenino. No hay nada más transgresor y desafiante al capitalismo que la autodeterminación de nuestras vidas cotidianas.
”La ruralización de la ciudad también es un gesto de valoración de los saberes populares, de los abuelos y las abuelas, de los pueblos indígenas, de las organizaciones que históricamente vivieron y lucharon recreando otro mundo posible, en comunidades y barrios, como las tomas de terreno y las actuales huertas comunitarias, que se han ido multiplicando. Es sembrar en patios, balcones y techos, es juntarnos y danzar en plazas y calles, organizando y celebrando la vida. Es gritar NO ALTO MAIPO[5], es decir NO AL TPP, es recuperar la gestión comunitaria del agua. Es la ciudad inundada y renacida en La Abuela Grillo[6]. Es recrear el lugar donde queremos vivir. O simplemente es escuchar, o más bien aprender a escuchar a los cerros, a las aguas, a las plantas, que susurran ‘¡Luksic[7], ladrón, fuera del Cajón!’.”
Todo esto que expresan las citas extraídas de diversos autores y activistas políticos, me lleva a pensar en un modo libertario de vivir, de conocerse, de vincularse con lxs otrxs, y de habitar el cosmos, recueperando las emociones y los cuerpos, con sus sentidos y movimientos, y también la palabra, el silencio, el pensamiento, no atado a parámetros, modas, o chlichés teórico-políticos, sino liberado gracias a la “torpeza de nuestra irreverente creatividad” y la praxis política, que no es otra cosa que “contribuir día a día a la belleza ch’ixi[8] y anarquista de la vida”[9].
[2]http://www.biodiversidadla.org/Prin…
[3] Dedicatoria de Jairo Restrepo Rivera en su Libro “ABC de la Agricultura Orgánica”.
[4] http://www.librerialalibre.org/site…
[5] Proyecto hidroeléctrico en Chile que pretende controlar el Río Maipo para producir energía para el sector privado.
[6] Corto de animación: https://www.youtube.com/watch?v=AXz…
[7] consorcio empresarial chileno con la mayor fortuna de su país.
[8] Concepto de origen aymara que significa “jaspeado”, utilizado por Silvia Rivera Cusicanqui para establecer su propuesta epistémica que implica abrir y ensanchar un tercer espacio donde los opuestos antagónicos se encuentran, chocan, sin fundirse. Se trata de la coexistencia de opuestos, la posibilidad de habitar dos mundos antagónicos, como pueden ser el eurocéntrico colonizador y el indígena colonizado. Es una dialéctica sin síntesis.
[9] Revista El Colectivo 2, N° 6. Contratapa.
Fuente: http://descolonizarlapedagogia.blogspot.com.es/2016/07/hacia-un-modo-libertario-de-vivir.html