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¿Nuevas funciones? Los viejos retos de la escuela en una sociedad radicalmente diferente

Últimamente escucho mucho hablar sobre “las nuevas funciones” que se le han asignado a la escuela. Es un discurso, fundamentalmente de queja, desde el que se plantea que la escuela no puede ser la que solvente todos los problemas de la sociedad. Al mismo tiempo, se señala que hay una tendencia creciente a cargarle a la escuela más y más de estas nuevas responsabilidades, que realmente no deberían ser suyas.

Si bien es cierto que algo de esto hay, para mí, el matiz está en asignar únicamente a la escuela la responsabilidad de resolver ciertos problemas sociales, pero no per se en asignar a la escuela nuevas funciones. Tal y como lo plantean Turienzo y Sánchez (2024):

Cuando se asume que la solución a una problemática debe ser educativa, se obvia que la educación es una de las estrategias, pero no puede ser la única. Considerar que la educación es la única vía y que todo puede resolverse solo desde la educación lleva a que se generen expectativas crecientes y exponenciales sobre la escuela, que posteriormente no se ven cumplidas, con la consecuente pérdida de reconocimiento de la institución al creerla insuficiente para resolver aquello que la propia sociedad, con todas sus herramientas, no ha podido enfrentar.

Me parece que el problema con este discurso está en que tiene vínculos con aspectos más profundos y fundamentales que están en juego cuando discutimos y expresamos quejas sobre las nuevas responsabilidades asignadas a las escuelas. Sin embargo, raramente abordamos estos temas de manera abierta o clarificamos cómo están interconectados.

En primer lugar, creo que es importante dejar claro algo de lo que ya he hablado en otros textos de este mismo diario y que no admite discusión: que el principal mecanismo de justicia social con respecto al acceso al conocimiento y la cultura es, por ley, fundamentalmente de la escuela.

Podríamos decir que el motivo principal por el que todos los estados democráticos dedican una cantidad importante de su PIB a construir escuelas públicas, pagar sueldos de profesorado, invertir en su formación, etc., tiene que ver con que como sociedad, entendemos que es la escuela la que puede y debe ofrecer igualdad de oportunidades en lo que a la formación de ciudadanos y ciudadanas se refiere, en aquellas cuestiones que detectamos como imprescindibles para desenvolverse en la sociedad que queremos crear (y esto, como ya he contado en algún lugar, convierte a la educación en una cuestión inherentemente política).

Así, un niño o una niña que nace en un entorno desfavorecido debería tener garantizada, a través de la escuela pública y obligatoria, la oportunidad de acceso al conocimiento y la cultura que no tiene en su contexto de origen. Tanto es así, que cuestiones como el dichoso PIN Parental, han dado mucho que hablar, ya no solo por la atrocidad educativa que representan, sino por la cuestión legal en la que se enfrenta el derecho del menor a ser educado con el derecho de sus progenitores.

Hasta aquí, nada tiene que ver con asignar a la escuela funciones que no le corresponden, sino todo lo contrario; se trata de aclarar y de hacer énfasis en cuál es la misión de la educación pública. Estas funciones básicas y estables en el tiempo las resumen muy bien, a mi parecer, Gimeno y Pérez Gómez (1992) cuando hablan del paso de la cultura heredada a la cultura elegida. Tal y como ya he escrito en algún otro texto:

las funciones de la escuela según Gimeno y Pérez Gómez (1992) son socializadora, que vendría a ser enseñar las normas y valores de la cultura y sociedad en la que nace el sujeto; de justicia social, que entiende que la educación es un mecanismo para compensar las desigualdades sociales de origen de los sujetos con respecto a la cultura y el conocimiento; y educadora, que entiende que un sujeto se vuelve educado cuando es capaz de emanciparse, de pasar de las normas “heredadas” en su socialización a las “elegidas” tras su proceso educativo.

Una vez aclarado esto, sobra decir que es perfectamente lícito, y obligatorio, abrir el debate sobre las necesidades que el sistema educativo público tiene para poder llevar a cabo con calidad estas funciones. Pero lo que no es, bajo ningún concepto, debatible, es si la educación debe cumplir estas funciones.

Y aquí es donde empieza el conflicto. Estos discursos sobre las nuevas funciones que se le asignan a la escuela contienen algunas trampas ante las que debemos estar atentos.

La cara A del problema

En primer lugar, no me parece que muchas de esas cosas que se plantean bajo el marco de pensamiento de ser nuevas funciones que se le han asignado a la escuela, lo sean; son funciones que siempre han estado ahí. Siempre han formado parte de las funciones de la educación, lo que ocurre es que se han ido resolviendo otras cuestiones que antes eran prioritarias y ahora, con esas cuestiones resueltas, se vuelven prioritarias otras que, siendo igualmente obligación de la escuela, siempre han estado en un segundo plano. Por ejemplo, la práctica erradicación del analfabetismo, o la extensión de la educación obligatoria hasta los 16 años,… o tantas otras cuestiones, ahora resueltas, pero no así hace 40 años.

Quitados, por lo tanto, estos problemas urgentes en la educación, nos encontramos con que ahora, parece, que han aparecido otros problemas nuevos que antes no nos ocupaban. Pero no es así, o al menos no es tan así, sino que muchos de ellos son reformulaciones actuales de viejos problemas ya superados que tienen que ver con las mismas funciones.

Es el caso de la inclusión, que no es más que una evolución del problema de la extensión de la educación obligatoria para todos y todas y que conecta con la función relativa a la igualdad de oportunidades que tiene asignada la escuela y de la que hablamos con anterioridad.

O el tan famoso, pensamiento crítico, al que algunos parece molestarles su existencia porque quita el foco de la instrucción (en el sentido más rancio de la palabra). Sin embargo, una vez superada la instrucción básica de los ciudadanos y ciudadanas que nos permitió superar los tiempos del analfabetismo, educar a nuestro alumnado para desarrollar su pensamiento crítico, no es más que una evolución de esta función educadora de la escuela de la que nos hablaban Gimeno y Pérez Gómez (1992) y que tiene que ver con cuestionar nuestra cultura heredada.

Por lo tanto, insisto, muchas de esas cuestiones que se entienden como nuevas, no lo son. Son las funciones de toda la vida, pero reformuladas para una sociedad moderna, más avanzada, más plural y más culta (de esto último puedes leer si te interesa este otro texto).

Esto no quiere decir que no podamos –y no debamos– debatir y exigir, como decía, las condiciones y los recursos necesarios para que el profesorado y toda la comunidad educativa, podamos dar respuesta a la labor de la escuela. Pero desde luego, no podemos discutir si estas cuestiones son labor de la escuela.

Especialmente peligrosa, me parece la falsa dicotomía en la que muchas veces se enmarcan estos debates: o la escuela trata de cumplir con estas funciones asignadas o reclamamos más recursos y mejores condiciones para afrontarlas; como si no pudieran hacerse ambas cosas de manera simultánea. Y la pregunta aquí, sería qué nos ocurre al profesorado y a la comunidad educativa que lejos de ser sujetos políticos, somos uno de los sectores más desmovilizados y, en mi opinión, de menor conciencia política sobre nuestro propio ámbito.

Y es que, para mí, esta falsa dicotomía cumple una función que tiene que ver con el marco de pensamiento en el que nos coloca. Permite que se pueda pensar y justificar un trabajo educativo que vaya directamente en contra de las funciones de la escuela. El trabajo escolar puede remar a favor o en contra de determinados derechos. Desde la escuela podemos agrandar o estrechar la brecha que representan otras desigualdades que si bien pueden no ser competencia directa de la educación sí que inciden en ella.

Así por ejemplo si sabemos que el rendimiento académico está estrechamente vinculado a la clase social, si todo el foco y el centro de la práctica educativa se pone en este, estaremos agrandando una desigualdad existente. Mientras que si entendemos que el rendimiento académico es una medida controvertida para inferir aprendizaje y ponemos el foco en otras prácticas, podremos estar reduciendo, aunque sea un poco, otras desigualdades.

Y estas prácticas sólo pueden darse, a través de esta falsa dicotomía que nos sitúa en el marco mental del “o pido más recursos o trabajo como toda la vida” e idealiza los recursos hasta el punto de atribuirles el cambio de mentalidad mágico una vez se obtienen.

Mientras, para mí, existe una cuestión obvia: los recursos son condición necesaria, pero no suficiente. Así, curiosamente, el profesorado más reaccionario suele poner únicamente el acento en la necesidad de recursos mientras que al mismo tiempo justifica y mantiene las prácticas más tradicionales. Esto pone, a mi juicio, palos en las ruedas a cualquier demanda que plantea el profesorado de forma colectiva.

Por poner un ejemplo, la inversión que implica bajar la ratio no tiene sentido si se mantienen el inmovilismo: un profesor que sigue haciendo lo mismo con una ratio baja que con una alta bajo la excusa de que ahora lo mismo que hacía llega un poco más, no es aceptable. Si se trabaja con menos alumnado se deben hacer un trabajo más adecuado, más potente para el aprendizaje del alumno y, por lo tanto, con una ratio baja, el trabajo de clase debe cambiar radicalmente, pero si no se baja la ratio es imposible que esto ocurra; la bajada de ratio, como tantas otras cosas, es condición de posibilidad para el cambio educativo. Lo que nos lleva a la otra cara del problema.

La cara B del problema

El problema que nos encontramos en el otro lado, el de las administraciones educativas, es, para mí, el gran problema: un problema de legitimidad política.

La legitimidad política es crucial en todas las actuaciones políticas y también lo es en las actuaciones en el ámbito de la política educativa. Y esta, a mi juicio, se ha perdido hace años. Básicamente porque la preocupación sobre los temas educativos ha resultado ser fundamentalmente, discursiva. Mientras que la única receta para el cambio educativo se ha concentrado en lo de siempre: ingeniería curricular.

Esto se ve muy claro en las ampollas que levanta en la actualidad el tema de la inclusión (que también tiene que ver con cuestiones de ideología). Desde la administración, básicamente se habla de la inclusión para destacar la necesidad de la escuela de ser inclusiva, pero no se habla (o rara vez se hace) de cómo llevar esta inclusión en el aula, de los nuevos recursos que se van a asignar para hacerla, de las nuevas formas de trabajar que se van a implementar, … y si se hace, únicamente se aborda desde la ingeniería curricular cuyos problemas y efectos perversos conocemos de sobra y han sido señalado por numerosos autores (Gimeno, 1985; Gertrudix, 1999). Este es el auténtico problema, ¿Por qué?

Porque este discurso político que acoge las nuevas funciones de la escuela con entusiasmo y carga todas las tintas únicamente en el relato, pierde legitimidad a ojos del profesorado que estando ya en muchas ocasiones sobrepasado, ve cómo de nuevo se complejiza su labor sin ofrecer las condiciones para que pueda realizarla y esto, como vemos en la actualidad, es un campo abonado para que entre el profesorado florezcan, también, los discursos más reaccionarios.

Se genera un desencanto en el profesorado, pero también se genera este desencanto en el alumnado y en las familias que ven como los discursos políticos hacen mucho hincapié en nuevas funciones de la escuela. Muy deseables, pero que resultan impracticables a la hora de la verdad, con las condiciones que tienen los centros. Es aquí donde se construye un discurso reaccionario, un discurso que reacciona ante esa asignación de nuevas funciones y hay personas y grupos, encantados con la rentabilización de esta reacción, del desencanto.

Esta rentabilización del desencanto tiene un interés político y además genera relatos muy virulentos: se reproducen mucho y calan rápidamente en la sociedad. Quizás, sea así, curiosamente, por la falta de pensamiento crítico o quizás sea por la época que nos ha tocado vivir con las redes sociales, las fake news, los negacionismos, …

Pero lo que está claro es que justo por esto, parece que la dotación de recursos desde la administración es fundamental. Principalmente por dos cuestiones: En primer lugar, porque esta desafección que provoca el choque entre las funciones de la escuela y la falta de recursos para llevarlas a cabo ya no solo ocurre en el profesorado que no comparte estas funciones, que por motivos políticos e ideológicos cree que no son suyas y entiende la educación como una cuestión meramente instructiva. Es que esta desafección también ocurre entre el profesorado más comprometido con el cambio, con el trabajo de calidad y con otra visión de la educación. Y si bien la desafección en los primeros es preocupante, la de los segundos es inaceptable.

Esto explica mucho de los tonos y las formas de los debates educativos entre el propio profesorado y/o el resto de la comunidad educativa: si hay una desafección entre el profesorado comprometido con el cambio porque siente que no llega a las nuevas funciones y que la Administración no lo ayuda, cómo será la reacción del profesorado que no comparte estas nuevas funciones.

Algunas propuestas y una reflexión final

Decía que es fundamental una dotación de recursos equivalente al nivel de las funciones que le atribuimos a la educación. Pero no solo porque estas son condición de posibilidad para que la escuela pueda cumplir su trabajo, sino porque solo desde ahí puede exigirse a los agentes educativos el cumplimiento de su trabajo y afianzar el prestigio de la profesión a ojos de la sociedad: Sólo teniendo, por ejemplo, una ratio aceptable, puede pedírsele explicaciones al profesorado que sigue trabajando como toda la vida o que se niega a llevar a cabo la inclusión en su aula.

Igualmente, me parece que es fundamental diseñar una carrera docente con sentido y que no sea tan absolutamente plana como la que tenemos ahora en la que las posibilidades de promoción son prácticamente nulas. Hace falta pensar muy bien (implementar esto es muy delicado y puede generar los efectos contrarios a los deseados si no se hace bien) una política basada en la autonomía y la rendición de cuentas (de manera sensata y no burocratizada).

El profesorado debe tener tiempo y libertad (dentro de los marcos legales, no confundir con hacer lo que nos da la gana) para ejercer su profesión bajo sus propios criterios profesionales, para luego tener que dar las explicaciones oportunas sobre este desempeño.

Y para esto, aunque suene manido y algunos se empeñen en criticarlo como una receta universal, hace falta mejorar y mucho la formación que damos en las facultades. El aumento de la cantidad de formación del profesorado no tiene que ver con la calidad de esta. Y el caso más sangrante es el máster de profesorado.

Para finalizar, quisiera compartir una reflexión personal: Mientras redactaba este texto, me resultaba inevitable pensar que esta crisis de la escuela con respecto a sus funciones y las reacciones con respecto a lo que debe ser. Este debate eterno (que ya debería estar superado) sobre si la educación debe ser una cuestión meramente instructiva o la escuela debe educar (en mayúsculas) y eso pasa por asumir la compensación de desigualdades sociales… Este debate, en el fondo, contiene otra cuestión más profunda:

No discutimos únicamente sobre la crisis de la escuela, sino que la escuela está en crisis, porque lo que está en cuestión es el modelo de sociedad.

El debate que tenemos sobre educación es también el debate que tenemos sobre el papel de los políticos, los logros sociales, la sanidad, los derechos, la vivienda, la economía…

Es el mismo debate porque lo que está en crisis en esta sociedad, no es solo la escuela y sus funciones, es también el estado de bienestar.


Referencias

Fernández Navas, M. (2024). Urgencia por ausencia: ¿Cuál es el proyecto político de la izquierda para la educación?. Diario Red. Recuperado de: https://diariored.canalred.tv/opinion/urgencia-por-ausencia-cual-es-el-proyecto-politico-de-la-izquierda-para-la-educacion/

Gimeno Sacristán, J. (1985). La pedagogía por objetivos. Obsesión por la eficiencia. Morata.

Gertrudix, S. (1999). La enseñanza programada. Aula libre, 69+1, pp. 22-26. Recuperado de: http://hdl.handle.net/11162/73215

Gimeno, J. y Pérez Gómez, Á. (1992). Comprender y transformar la enseñanza. Morata.

Turienzo, D. y Sánchez, P. (2024). Sobre la cuestionada formación del personal docente. El País. Recuperado de: https://elpais.com/educacion/2024-03-27/sobre-la-cuestionada-formacion-del-personal-docente.html

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Libro (PDF): Incidencia de la educación inclusiva en la gestión curricular para programas virtuales en educación superior con población en condición de vulnerabilidad en contextos rurales

Reseña: CLACSO

La Educación Inclusiva (EI) en Colombia se ha asumido como una estrategia para luchar contra la exclusión social, propiciando una apuesta con la cual la “educación sea para todos”, de manera que el acceso no esté delimitado por las condiciones o situaciones que experimenta el ser humano en los diferentes entornos; así se asume el reconocimiento y valoración de la diversidad como el insumo principal para asegurar la participación y aprendizaje en condiciones de equidad y calidad.

 

Autor/a:                               Granda García, Adriana María – Autor/a  Suárez Urquijo, Sandra Lavive – Autor/a  Benítez, Nilsa Shirley – Autor/a  Ceballos Betancur, Wilfer Arley – Autor/a  Arredondo del Río, José Mauricio – Autor/a  Jaramillo Mejía, Leydy Jhuliana – Autor/a  
Editorial/Editor: Editorial Tecnológico de Antioquia – Institución Universitaria
Año de publicación:  2020

 

País (es): Colombia
Idioma: Español
ISBN : 978-958-52996-9-6
Descarga:   Libro (PDF): Incidencia de la educación inclusiva en la gestión curricular para programas virtuales en educación superior con población en condición de vulnerabilidad en contextos rurales
Fuente e imagen:

 

http://biblioteca.clacso.edu.ar/

 

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Mejorar calidad e indicadores en educación, otro reto ofrecido por Lenín Moreno y que queda inconcluso en Ecuador

Gobierno saliente propuso para el 2021 subir del 72,25% al 80% la tasa neta de asistencia en bachillerato, pero no se cumplió. Y hubo recortes en presupuesto.

Por ley, como dispone la Constitución, cada año se debe incrementar el presupuesto para el sector educación en al menos el 0,5% del producto interno bruto (PIB). Pero el gobierno de Lenín Moreno termina con reducciones en este rubro. Solo en el 2020 le restaron alrededor de $ 900 millones al sector educación y en este año, la asignación iba a ser menor a la del 2020 por la caída del PIB, se dijo. Esta disminución fue atribuida a la crisis económica que ya se arrastraba y a las consecuencias de la pandemia del COVID-19.

No obstante, las reducciones se proyectaban desde el 2018, como en ese entonces denunció Fander Falconí, quien era ministro de Educación. Él renunció, en noviembre de ese año, por estar en desacuerdo con “el recorte a la educación pública” para el 2019.

El acceso a la educación —gratuita, universal y de calidad— es uno de los derechos garantizados en la Constitución. Y aquello se reafirma en el Plan Nacional de Desarrollo 2017-2021, Toda una vida, que planteó el gobierno de Moreno para los cuatro años de gestión, donde resaltaba los logros de su antecesor en esta materia.

Y por ello en su plan de gobierno habla de incrementar la calidad educativa e inclusiva en todos los niveles, incluyendo el inicial (para menores de 5 años), además de garantizarla, y que los jóvenes puedan acceder a la educación superior. Este último era parte de los llamados “sueños” de Moreno.

En aquel plan de tres ejes programáticos y nueve objetivos nacionales de desarrollo —como se los define—, la educación entra en el primer eje, titulado Derechos para todos durante toda la vida.

Y si bien en aquel primer eje (en los objetivos 1, 2 y 6) —y a lo largo de todo el plan de 132 páginas (sin contar anexos)— se habla reiteradamente de mejorar la calidad educativa, se plantearon metas para el 2021, enfocadas en reducir cifras o brechas como el rezago y la deserción escolar, así como aumentar la matrícula universitaria, fortalecer la educación técnica, rural, entre otras.

Sin embargo, la mayoría no se cumplieron. Aquello lo evidencian las cifras disponibles al momento y lo dicen también expertos y representantes de gremios educativos.

La reapertura de escuelas rurales, como las unidocentes, (que se cerraron en el mandato de Rafael Correa para dar paso a las llamadas Unidades del Milenio); la inclusión de institutos técnicos y tecnológicos en la cuota de cupos para acceder a la educación superior gratuita; el llamado a un solo concurso de méritos y oposición (Quiero ser maestro 6) para el magisterio y la convocatoria para otro ya al finalizar su periodo (Quiero ser maestro 7) son parte de acciones que destacan varios docentes.

Unos le suman “el trabajar con un poco más de respiro” porque paró la “intensa persecución política” que, afirman, tuvieron en el gobierno que antecedió a Moreno y que era parte de su misma tienda política. Otros dicen que la “persecución continúa para quienes piensan diferente”. También resaltan el mantener la entrega de libros gratuitos para estudiantes, el desayuno escolar y otros planes sociales.

Entre las metas que debían cumplirse para el 2021 constaba incrementar del 72,25% al 80% la tasa neta de asistencia ajustada en bachillerato; incrementar del 27,81% al 31,21% la tasa bruta de matrícula en educación superior; incrementar del 5,91% al 9,02% la tasa bruta de matrícula en educación superior de nivel técnico…

“Él (Moreno) tenía un enfoque basado en la universalidad del acceso a la educación… se puso hitos muy claros, incluso con indicadores. Se planteaba en la meta del bachillerato bruto, la tasa neta de bachilleres que tiene el Ecuador, que en el 2017 era aproximadamente de 72%, llegar al 80%. Hasta finales del 2019, antes de la pandemia, iba al 71%, es decir, no logró la meta, sino más bien disminuyó un punto del porcentaje”, expone Max Núñez, director de fundación Edúcate, involucrado en temas educativos.

Cuenta que una de las deudas más grandes que tiene Ecuador en educación es la del aprendizaje, que pasará factura, seguida de la conectividad y otros problemas que se hicieron más evidentes con la llegada de la pandemia. “En Ecuador, en el examen estandarizado que se tomó hasta el 2020, los bachilleres se gradúan con conocimientos elementales e insuficientes en Matemáticas y Lenguaje, son casi 75 de cada 100 (casi 8 de cada 10)… es gravísimo”.

Hilario Beltrán, presidente de la Unión Nacional de Educadores (UNE) en Guayas; y Agustín Lindao, de la Red de Educadores del Ecuador, coinciden en que los recortes del presupuesto del Estado para educación afectaron programas (como los de alfabetización), la reapertura de planteles, la dotación de infraestructura acorde y con servicios básicos, así como la calidad educativa y la conectividad.

Afirman que incluso algunos proyectos, programas y planes educativos se eliminaron y que tampoco se ha podido cubrir el déficit de docentes (ni siquiera de los jubilados, fallecidos y de los que desvincularon) en el sector público, en especial ahora que tienen más alumnos con la migración de estudiantes del sistema privado al fiscal.

Según Beltrán, en el sector urbano, el 25% de los planteles, antes de la pandemia, no lograban tener servicios básicos como agua potable, saneamiento, y mucho menos internet. La situación era y es peor en las zonas rurales.

Lindao sostiene que este gobierno le queda debiendo a la educación, que se ha visto también salpicada por casos de corrupción denunciados.

Mientras, el Ministerio de Educación, en sus rendiciones de cuentas, habla de accesos y mejoras en diversas áreas, incluyendo la calidad, así como la educación virtual que surgió en 2020 por la pandemia.

4′314.777 estudiantes en 16.209 planteles y con 206.304 docentes (entre fiscales y particulares) registraba el Min. de Educación en 2020.

4′374.799 estudiantes en 16.003 planteles y con 215.255 docentes (entre fiscales y particulares) registraba el Min. de Educación en 2019.

76% de alumnado en 2020 fue fiscalcon 161.031 docentes, frente al 74%, con 168.029 profesores del 2019.

Educación técnica no despuntó como se ofreció

El bachillerato técnico representó, en el 2020, el 35% de los alumnos de bachillerato matriculados en planteles fiscales, según el documento preliminar de rendición de cuentas del Ministerio de Educación. Y “potenciar” la formación técnica y tecnológica fue otra de las promesas. Se quiso aumentar de 6% a 9% la tasa bruta del registro en educación técnica, pero antes de la pandemia cayó a 4,15%.

“Lenín Moreno consiguió un crédito con el Banco Mundial de aproximadamente $ 90 millones para hacer once institutos técnicos. Anunciaron que iban a construir 44 en el país…, no conozco de ninguno… Hay cuatro, pero comenzaron en el Gobierno de Rafael Correa”, asegura Max Núñez, de la fundación Edúcate.

Estabilidad laboral y capacitación

Docentes del magisterio aún recuerdan una carta que habría firmado en campaña Lenín Moreno referente a la estabilidad laboral que les ofrecía, a través de la entrega definitiva de nombramientos. Pero aquello, aseguran, quedó en el aire porque solo durante la pandemia del COVID-19 en Ecuador desvincularon a unos 4.000 profesores, según los registros que llevan. Y a eso, dicen, le suman la falta de capacitación exhaustiva y masiva para mejorar la educación.

El Ministerio de Educación, en cambio, enumera cientos de capacitaciones (incluyendo la virtual), como planes, proyectos y becas para docentes, que se dieron incluso en pandemia, resalta informe preliminar de rendición de cuentas. Docentes sostienen que ahora tienen más carga laboral, más alumnos y materias que dictar, así no sean su fuerte.

Parte de las metas en educación que fijó el gobierno de Lenín Moreno para el 2021:

  • Incrementar del 72,25% al 80% la tasa neta de asistencia ajustada en bachillerato.
  • Incrementar del 63% al 65% las personas de 18 a 29 años con bachillerato completo.
  • Incrementar del 27,81% al 31,21% la tasa bruta de matrícula en educación superior en universidades y escuelas politécnicas.
  • Incrementar del 5,91% al 9,02% la tasa bruta de matrícula en educación superior de nivel técnico y tecnológico.
  • Reducir de 12,65% a 11,65% la prevalencia de último año de consumo de droga ilícita en estudiantes de noveno de Educación Básica, primero y tercero de Bachillerato del Sistema Nacional de Educación.
  • Incrementar el porcentaje de instituciones educativas fiscales con oferta intercultural bilingüe en los circuitos con población mayoritaria de una nacionalidad o pueblo, del 65,9% al 75% a 2021.
  • Aumentar la cobertura, calidad, y acceso a servicios de educación, con pertinencia cultural y territorial, en zonas rurales: incrementar de 64,47% al 75% la tasa neta de asistencia ajustada a bachillerato en el área rural.
  • Aumentar la cobertura, calidad, y acceso a servicios de educación, con pertinencia cultural y territorial, en zonas rurales: incrementar del 7,3 a 8 la calificación a la educación pública en el área rural. (I)
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¿De qué nos habla el histórico ingreso de niñas al Instituto Nacional?: Posibilidades y urgencias educativas tras este hito

El pasado jueves 11 de marzo los titulares mostraban una noticia que sin duda marcará los libros de la historia educativa chilena: ‘luego de 207 años, el Instituto Nacional recibirá estudiantes mujeres y será Plurigenérico’. Este titular representa un hito no sólo para este liceo y sus futuras estudiantes, sino para la proyección del sistema educativo chileno, o al menos esa es una de las expectativas que viene muy de la mano del deseo de la transformación social y política de la sociedad chilena en su conjunto.

Luego de un proceso lento, a veces con retrocesos y por supuesto siempre con resistencias, en las próximas semanas 250 nombres de estudiantes mujeres quedarán inscritos en una nueva página de la historia de la educación pública como la primera generación de mujeres institutanas, cumpliendo así el sueño de Marina Ascencio, una joven de 11 años que en 2016, mediante una carta pública dirigida a la presidenta Bachelet, solicitó ser aceptada en el Instituto Nacional. Hoy, 5 años después, el cuestionamiento y arrojo de Marina, que puso en jaque la tradición bicentenaria de segregación por género del llamado ‘foco de luz de la nación’ se instala con la fuerza de la sensatez y de la inclusión.

En 2018, luego del estallido de la Ola Feminista y de una serie de sucesos que desnudaron el sexismo anquilosado de la tradición del Instituto Nacional, la comunidad institutana fue tensionada a repensarse y abrir el debate no sólo en torno a la integración de estudiantes mujeres sino también respecto a la normalización de las prácticas (re) productoras de una formación machista, sexista y violenta en tal liceo. De muestra un botón: recordemos el caso del polémico polerón de cuarto medio que llevaba una frase que legitimaba la violencia sexual, y que impulsó a un grupo de estudiantes secundarias de la comuna a desarrollar la primera toma feminista del Instituto. La toma feminista del foco de luz patriarcal y androcéntrico de la nación que ‘repudió su machismo institucional’.

En este mismo año de oleada feminista, el Instituto pidió la colaboración a la Universidad de Chile para desarrollar un proceso de información y reflexión comunitaria desde la perspectiva educativa de género, y que, de cierto modo, sentara bases a la votación que se desarrollaría para aceptar o rechazar el ingreso de las niñas. A ese llamado de colaboración acudimos desde el Centro de Estudios Saberes Docentes, realizando un acompañamiento de todo aquel complejo proceso de deliberación comunitaria, en el cual se fueron develando miradas contrapuestas sobre el ingreso de las mujeres, la fuerza de los roles y estereotipos de género, el peso simbólico de la tradición, y por sobre todo, un afanoso marco de creencias que sostenía el discurso de la excelencia académica en total vinculación con la mantención de un liceo monogenérico (la comprensión de la excelencia educativa nuevamente ligada a la exclusión). Pero también hubo entre aquellas voces quienes enfatizaron la importancia de la educación como un derecho fundamental para todos, todas y todes, y que por tanto, el Instituto Nacional del Siglo XXI no puede decir sí a la discriminación y exclusión. Esas voces ganaron la votación y por eso hoy, 2 años después, estamos celebrando esta noticia.

Algunas consideraciones sobre este histórico suceso. Primero, representa una evidencia de que es posible la transformación que intenta abordar la demanda de inclusión en las escuelas segregadas, no sólo en términos de género sino en todo el espectro de la diversidad humana. Los movimientos estudiantiles y sociales han puesto con fuerza la demanda por una educación en justicia y equidad, tensionando las segregaciones y violencias cristalizadas en aquellas expresiones más ‘tradicionales’ de la educación chilena.

Segunda consideración, este hito nos pone en frente la posibilidad y desafío de construir una nueva identidad educativa en Chile, donde el modelo educativo entienda la excelencia menos ligada a estándares y buen rendimiento desde un enfoque contenidista y bancario, y más cercana al desarrollo de una formación verdaderamente integral, inclusiva y en justicia para niños, niñas, niñes y jóvenes. Sin duda, una esperanza que va de la mano de una transformación estructural de nuestro sistema escolar, y que en tiempos constituyentes, vale la pena recordar como un ámbito de disputa fundamental.

Hoy es más fuerte la comprensión de una educación de calidad como una educación inclusiva, ello implica que esa educación tiene el imperativo ético-político de garantizar el acceso (entendido como la primera barrera que produce exclusión y desigualdad), la plena participación y el aprendizaje de todos, todes y todas las estudiantes. En tal sentido, si bien es cierto que sólo un 4% de los establecimientos educacionales del país mantienen una diferenciación por género, este avance del Instituto Nacional, uno de los principales establecimientos públicos del país, emblema de la educación pública republicana chilena, resulta ser un gran paso para defender e irradiar la inclusión a todo el sistema educativo.

Pero el celebrar esta noticia y asociarla a rutas de transformación nos lleva también a indicar ciertas advertencias o caminos que hay que transitar previamente. Lo primero es enfatizar que un modelo mixto o plurigenérico no necesariamente se traduce ni garantiza una educación inclusiva y libre de sexismo. El acceso a un establecimiento no asegura en sí mismo igualdad de oportunidades ni procesos educativos libres de sesgos y violencias sexogenéricas para sus estudiantes. Esta advertencia implica un llamado a trabajar en comunidad, con convicción y participativamente, en la transformación de la cultura heteropatriarcal institutana, con foco en la reformulación de su Proyecto Educativo Institucional, pasando por la resignificación del concepto de excelencia educativa hasta una revisión crítica del modelo pedagógico que impera allí. Así, esta transformación cultural debiese pensar en clave crítica tanto la dimensión curricular como la producción cotidiana de interacciones y experiencias sociales de su comunidad, entendiendo que es tan fundamental repensar el conocimiento y su didáctica, pero también los rituales y tradiciones bicentenarias de dicha cultura escolar.  Así, transitar verdaderamente hacia un modelo pedagógico inclusivo, no sexista y con perspectiva crítica de género implica por cierto resignificar también su identidad simbólica y material.

La idea a enfatizar aquí es que la educación verdaderamente inclusiva y libre de sexismo no se consigue por un acto administrativo, sino que es preciso un fuerte trabajo de toda la comunidad por primero forjar la convicción de la transformación, para luego repensar y revisar el proceso educativo que allí tiene lugar, reconfigurando las características de la formación de sujeto y de sociedad que el Instituto Nacional ha definido históricamente dentro de su Proyecto Educativo.

No cabe duda que la entrada de estudiantes mujeres es un hito, pero un hito que más bien representa la institucionalización de lo plurigenérico en el establecimiento, pues en él ya conviven varios géneros. Ahora vienen los desafíos más sustantivos que claramente no pasan por la sola resolución de la infraestructura del colegio, sino por la trasformación profunda de la cultura patriarcal y excluyente que ha caracterizado a este establecimiento durante más de 200 años de historiaParte de este cambio cultural será la revisión de los modelos pedagógicos y prácticas educativas que reproducen un modelo de relaciones heterosexistas. En este cambio más sustantivo -y urgente- hoy trabaja con ahínco el Pilar de Equidad de Género del IN, donde en conjunto con el Centro de Estudios Saberes Docentes de la Universidad de Chile, un equipo de docentes del Instituto busca movilizar la concreción de un Proyecto Educativo No Sexista desde una perspectiva crítica y con participación comunitaria.

Finalmente, nuestro reconocimiento al estudiantado, docentes, asistentes de la educación, madres, padres, apoderades y equipos directivos que creyeron en que no sólo era posible, sino también urgente cambiar la historia y resignificar el sentido de la tradición y de la excelencia de la educación pública que busca transitar hacia la inclusión.

Fuente: https://radio.uchile.cl/2021/03/17/de-que-nos-habla-el-historico-ingreso-de-ninas-al-instituto-nacional-posibilidades-y-urgencias-educativas-tras-este-hito/

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La poca inversión en educación mantiene atrasado al Paraguay

América del Sur/ Paraguay/ 30.07.2019/ Fuente: 

El hecho de que el presupuesto del Ministerio de Educación y Ciencias para el 2020 no prevé un crecimiento en la inversión de calidad educativa o en la inclusión escolar, sino que por el contrario tiene un déficit de 91.258.070.560 guaraníes, con un 92% destinado solo a salarios, demuestra que la educación no constituye en la práctica “una causa nacional”, como les gusta reiterar en sus respectivos discursos al presidente Mario Abdo Benítez y al ministro Eduardo Petta. Con solo un 3,7% del PIB destinado a la educación (la Unesco recomienda entre 7 a 9,8% al 2030), el Paraguay sigue siendo uno de lo que menos invierten, situación que nos mantiene en un lamentable atraso con respecto a otros países de la región.

Si acaso esperábamos que el reiterado discurso del presidente de la República, Mario Abdo Benítez, y del ministro de Educación y Ciencias, Eduardo Petta, de que la educación es considerada por el actual Gobierno como “una causa nacional”, se traduzca en una mayor inversión para el sector, los datos revelados en un reportaje de este diario, en su edición de ayer, resultan desalentadores.

En el proyecto de presupuesto para el Ministerio de Educación y Ciencias (MEC) planteado por el Gobierno al Ministerio de Hacienda, el 27 de julio pasado, no se prevé un crecimiento en la inversión de calidad de la educación o en la inclusión escolar. Por el contrario, existe un déficit de 91.258.070.560 guaraníes en detrimento del salario básico profesional del educador, la entrega de insumos como kits escolares o el almuerzo escolar.

Un total de 6.562.729.898.658 (más de 6 billones y medio) es lo presupuestado para el MEC, de lo cual el 92% va destinado al pago de salarios de funcionarios administrativos y docentes. Lo que queda para invertir en mejoras de infraestructura y en medidas para incrementar la calidad de la educación es muy poco. Además queda pendiente atender varios reclamos de mejoras de salarios, incluyendo una deuda por el beneficio del escalafón docente para unos 44.374 maestros, según demanda de la Organización de Trabajadores de la Educación (OTEP-Auténtica).

El cuadro presupuestario para el próximo año demuestra que no habrá mucho avance para mejorar la educación, que es uno de los reclamos más sensibles en un país donde 6 de cada 10 alumnos no terminan la secundaria, de acuerdo con estudios oficiales e investigaciones locales.

Con apenas un 3,7% del producto interno bruto (PIB) destinado a la educación, cuando la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) recomienda invertir entre 7 a 9,8% hasta el 2030 para lograr calidad, inclusión y frenar la deserción escolar, el Paraguay sigue siendo uno de los que menos invierten en el sector entre países de la región, una situación que nos mantiene en un lamentable atraso. Como ejemplo, Paraguay invierte 978 dólares por cada estudiante, mientras Chile invierte 5.000 dólares.

Las promesas hechas por Abdo Benítez y Petta de que este Gobierno protagonizaría una “gran transformación educativa” no se reflejan en el presupuesto encarado para el año próximo. “La educación será uno de nuestros grandes ejes. Si no tomamos conciencia de la urgencia del desafío de la educación en el Paraguay estaremos hipotecando el porvenir de la patria. Nos enfocaremos en una política educativa llena de valores”, había dicho el actual mandatario en su primer discurso al asumir el mando, el 15 de agosto de 2018.

Sin embargo, hasta ahora no se mostraron logros para superar las carencias en el área. Por el contrario, los resultados de las pruebas PISA demostraron que la educación paraguaya continúa “en terapia intensiva» y la falta de previsión para sustituir oportunamente a cientos de maestros que llegaban a jubilarse, ahondó aún más la crisis. Hasta ahora hay alumnos que no dan clases por falta de maestros.

Mientras no se revierta esta situación, seguiremos siendo un país atrasado.

Fuente de la noticia: https://www.ultimahora.com/la-poca-inversion-educacion-mantiene-atrasado-al-paraguay-n2830778.html

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Panamá: Educación inclusiva presenta barreras para su desarrollo

Redacción; La Prensa/Panorama

El Centro de Investigación Educativa evidenció las deficiencias en la educación inclusiva, ya que no se cuenta con el personal necesario y los alumnos permanecen en aulas regulares.

 

Las deficiencias de la educación inclusiva en los centros escolares de las 16 regiones educativas del país quedaron evidenciadas en un estudio del Centro de Investigación Educativa, del Instituto de Investigaciones Científicas y Servicios de Alta Tecnología.

La investigación, desarrollada por un equipo de investigadoras durante año y medio, demuestra que en Panamá se carece de docentes para impartir educación especial, por lo que los alumnos con necesidades educativas especiales (con dificultades de aprendizaje o discapacidades) permanecen tiempo completo sin este personal, además de que en el país hay un alto porcentaje de alumnos con discapacidad intelectual (limitaciones significativas en el funcionamiento intelectual).

El estudio, que se efectuó en 226 centros escolares del país, seleccionados aleatoriamente, arrojó que el 72% de las escuelas no tiene docentes especiales, el 48.3% de los estudiantes con necesidades especiales se mantiene en aulas regulares a tiempo completo, sin personal adicional.

Un aspecto inquietante que reveló el documento es que el 16.8% de las escuelas tiene más de 8% de alumnos con discapacidad intelectual ( ver infografía).

Así lo explicó la investigadora Nadia De León, quien detalló que ese porcentaje preocupa, porque el promedio esperado siempre es del 3%.

Detalló que la muestra fue de 53 mil 285 estudiantes, de los cuales, 15% (aproximadamente 8 mil) tiene alguna necesidad especial.

Otro aspecto que la investigadora considera que se le debe prestar atención es que los docentes y directores plantean no recibir capacitación de cómo manejar a los alumnos con necesidades educativas especiales.

En ese sentido, el 35.6% de los educadores señaló en el estudio que no han recibido ningún apoyo o capacitación sobre el tema; mientras que el 32.6% indica que solamente ha recibido capacitación teórica.

Adiestramiento

Ante este escenario, la directora nacional de Educación Especial del Ministerio de Educación (Meduca),  Graciela Delgado, indicó que son conscientes de que los cambios en la sociedad requieren que el personal reciba capacitaciones continuas.

Añadió que las jornadas se desarrollan durante los veranos, recesos académicos y en los centros educativos a solicitud de los directores o por la necesidad de cubrir un tema en específico.

De hecho, informes del Meduca indican que en los últimos años han aumentado considerablemente las capacitaciones, pues en 2015 la cifra ascendía a 776 jornadas, mientras que para este año es de 2 mil 297.

Sostuvo Delgado que con las capacitaciones buscan seguir las recomendaciones dictadas en 2017 por un comité de expertos de la Organización de las Naciones Unidas, que consistían en trabajar en un plan definitivo hacia la inclusión.

Además, reconoció que el trabajo es complejo para lograr que los estudiantes con necesidades educativas especiales se incorporen al sistema, porque existen barreras actitudinales, arquitectónicas, de comunicación y en las tecnologías.

Actualmente, el Meduca cuenta con mil docentes de educación especial para una población aproximada de 20 mil estudiantes.

Inclusión escolar

La educación inclusiva fue incorporada en el gobierno de Martín Torrijos con el Resuelto No. 924 del 24 de junio de 2006 del Meduca, en el que se indica que se debe establecer en todas las escuelas del país un programa educativo individual como herramienta para las adecuaciones curriculares, así como un monitoreo y evaluación de los logros de los alumnos con necesidades educativas especiales.

Infografía

Fuente: https://impresa.prensa.com/panorama/Educacion-inclusiva-presenta-barreras-desarrollo_0_5322967700.html

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Educación para los Estados frágiles

Por: Homi Kharas y Rebecca Winthrop/El País

El desafío actual consiste en asegurar que todos los niños, incluso los que están yendo a la escuela, y en todos los niveles, aprendan la gama completa de habilidades que necesitarán para prosperar

Para 2050 cerca de un 90% de la pobreza mundial se concentrará en el África Subsahariana, y dos tercios de los más pobres del planeta vivirán en apenas diez países, según el último informe anual Goalkeepers, publicado el pasado mes de septiembre por la Fundación Bill & Melinda Gates.

Sin embargo, la percepción de que la fragilidad presagia un fracaso es equivocada. Con un planeamiento adecuado es posible implementar proyectos que mejoren vidas incluso en los lugares más riesgosos. Lo mejor de todo es que sabemos dónde comenzar: invirtiendo más en capital humano, y especialmente en educación.

Según el informe Goalkeepers, la cantidad de niños matriculados en la escuela primaria en África se elevó desde 60 millones en el año 2000 a cerca de 250 millones en la actualidad, y el ritmo de aumento se repartió equitativamente entre chicos y chicas. Pero si bien la asistencia a clases es mayor, la calidad de la educación sigue siendo irregular. El desafío es ahora asegurar que todos los niños, incluso los que están yendo a la escuela, y en todos los niveles, aprendan la gama completa de habilidades que necesitarán para prosperar.

Menos de un cuarto de la ayuda programable de los países de la OCDE se asigna a países seriamente rezagados

Para dar a los jóvenes la mejor oportunidad de tener éxito, los dos “extremos” de la escuela primaria (educación preescolar y educación secundaria) también deben ir bien amarrados. La educación preescolar prepara a los niños para la secundaria enseñándoles cooperación, perseverancia, control de sí mismos y otras habilidades esenciales. Esos años formativos son fundamentales para la educación infantil, porque según la Unesco más de la mitad de los niños y adolescentes del mundo nunca desarrollan las competencias fundacionales que son cruciales para convertirse en educandos de por vida.

Al otro lado del espectro, la educación secundaria ayuda a los adolescentes a prepararse para el mercado laboral. Para lograrlo, los estudiantes deben adquirir un dominio mínimo de la comprensión lectora, las matemáticas y numerosas habilidades no cognitivas. Pero incluso aquí los resultados educativos son desalentadores. En países de bajos ingresos, nueve de cada diez jóvenes carecen de un dominio básico de nivel de educación secundaria en un conjunto de habilidades esenciales, desde la alfabetización y el pensamiento crítico hasta las matemáticas y la resolución de problemas. Se estima que solo en el África Subsahariana 200 millones de jóvenes (cerca de un 90% de la población escolar de nivel primario y secundario inferior) son incapaces de leer textos básicos.

Los especialistas en desarrollo saben que una buena educación tiene un efecto transformador para los estudiantes, así como sus familias, comunidades y países. Un estudio de 2008 determinó que la calidad del sistema educativo de un país, y las habilidades cognitivas de sus egresados, influencia positivamente el crecimiento económico. Ese hecho por sí solo debería convencer a los estados frágiles y a sus donantes para invertir en la ampliación del acceso a una educación de calidad.

En su conjunto, la escolarización y la planificación familiar se podrían traducir en una reducción de 120 gigatones de emisiones de dióxido de carbono a lo largo de las próximas tres décadas

Pero hay otros beneficios más indirectos, especialmente para las mujeres y niñas. Para comenzar, si una mujer ha recibido una mejor educación, es probable que posponga el embarazo y tenga familias más pequeñas. Los expertos en desarrollo, demógrafos y defensores de la educación reconocen que en muchas partes del planeta el empoderamiento femenino es proporcional al tamaño de la familia. Por ejemplos, nuestros estudios han concluido que una mujer con cero años de escolarización tendrá un promedio de cuatro a cinco más hijosque una con al menos 12 años de escolarización.

El aumento de las oportunidades de educación para las niñas también beneficiaría al planeta. El International Institute for Applied Systems Analysis ha proyectado que si cada niña del mundo completara la educación secundaria, se reducirían las tasas de fertilidad y el crecimiento demográfico global se ralentizaría en al menos dos mil millones de personas para 2045, y más de cinco mil millones para 2100. La desaceleración sería incluso mayor si las 214 millones de mujeres que en todo el mundo desean evitar el embarazo pero no pueden adquirir anticonceptivos pudieran acceder a servicios de planificación familiar. No es ninguna coincidencia que muchas de ellas vivan en países donde la asistencia a escuelas es mayor entre niños que niñas.

En su conjunto, la escolarización y la planificación familiar se podrían traducir en una reducción de 120 gigatones de emisiones de dióxido de carbono a lo largo de las próximas tres décadas, ya que menos personas consumirían menos recursos. No es de sorprender que ambientalistas como Paul Hawken crean que la educación —y educar a las niñas en particular— esté entre los pasos más eficaces que se pueden tomar para luchar contra el cambio climático.

El informe Goalkeepers anual es un recordatorio de que problemas como la desigualdad de género, la desnutrición, la violencia y la inestabilidad política asolarán a los más pobres del mundo en las décadas venideras. Si los estados frágiles y los donantes internacionales destinaran más recursos al fortalecimiento de los tres pilares de la educación (preescolar, primaria y secundaria) los países más rezagados podrían tener una oportunidad de recuperar lo perdido.

Fuente: https://elpais.com/elpais/2018/11/06/planeta_futuro/1541519576_200983.html

 

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