América del Sur/Ecuador/7 de febrero de 2017/Fuente: el telegrafo
En 29 centros de salud del país se desarrolla una realidad paralela a la recuperación. Niños y adolescentes internados por enfermedades prolongadas y graves batallan día a día por una calificación en salones especiales. Ya sea con un suero, con un respirador o acostados en la cama, no pierden de vista pasar de año y graduarse. Amanda Granda Martes por la mañana.
El ajetreo y los murmullos de las personas que buscan atención en el área de consulta externa del Hospital Carlos Andrade Marín (HCAN) contrastan con el silencio que existe al cruzar una puerta de vidrio, en el segundo piso del centro público de Quito. Desde el cristal se observa un cuarto con el dibujo del cuerpo humano pegado en la pared, un planeta celeste a escala, un pizarrón y pupitres. Hay dos mujeres que visten uniformes parecidos al de las enfermeras, pero son docentes. Junto a ellas hay dos niños con pijama que escriben sobre cuadernos. Uno de ellos es Matías Ramos, quien aún no cumple los cuatro años de edad, pero tiene la arteria principal de su corazón fisurada. Padece de coartación de aorta: una malformación cardíaca congénita que es poco común en el país.
Desde hace dos meses está internado. Sus frecuentes convulsiones no le permiten regresar a su casa ni a su Centro de Desarrollo Infantil. Pero ‘Maty’, como lo llama su hermana Melani, está empeñado en recibir clases. Actualmente lo hace a través del Programa de Atención Educativa Hospitalaria, una iniciativa implementada por el Ministerio de Educación (MinEduc). El objetivo del proyecto -según la Cartera de Estado- es garantizar el acceso, permanencia y aprendizaje de los niños y adolescentes en etapa de enfermedad, tratamiento o reposo médico prolongado. Antes de su ingreso hospitalario, ‘Maty’ estaba en primer año de formación: Inicial I. Las clases que recibe son personalizadas. El martes aprendió a diferenciar las figuras grandes de las pequeñas. En esa etapa también adquirirá hábitos de aprendizaje.
Érick Calvache, de cinco años, está sentado a pocos metros de Matías. A diferencia de su compañero de aula y de hospital, él sabe con certeza cuándo saldrá de esa casa de salud: después de su operación. El niño sufrió varias fracturas en su pierna derecha. Mientras resuelve una tarea de Lenguaje, la punta de su lápiz se rompe, el pequeño no puede usar su mano derecha, pues está cubierta con una especie de guante que le permite tener conectadas las vías intravenosas por las cuales le administran sus medicamentos. A veces se queja de dolor, pero lo supera y le pide a su maestra Ángela Ruiz que le ayude a afilar su lápiz y sigue con su tarea.
Todos los días, él y 18 chicos reciben clases desde las 07:00 hasta la 13:30. Tamara Espinosa, la vocera del MinEduc, explica que el programa, a escala nacional, cuenta con 53 profesores permanentes. Los pacientes de escuela y colegio reciben clases en 31 aulas hospitalarias (29 están en los centros de salud y tres en casas de Acogida y Tratamiento). En Quito funcionan seis salones especiales con 13 profesores capacitados en normas de bioseguridad, adaptaciones curriculares y estrategias pedagógicas dentro del contexto hospitalario. A las 10:00 es hora del descanso. La hermana de Matías, quien entra al aula, le ayuda a colorear unos círculos dibujados sobre una hoja de papel bond. Sonia Hidalgo, otra de las docentes, precisa que las materias y los contenidos del curso son iguales a los que se aprenden en los centros educativos externos.
La ‘profe’ Sonia es experta en el trabajo con chicos internados. En 2006 dictó clases a los niños con cáncer en el Hospital de Solca. “Enseñar a estos chicos es un reto gratificante. A diario nos ideamos millones de técnicas para que no se depriman y disfruten la clase”. Todos los trabajos y tareas que hacen son calificados. Las notas que obtienen durante su internado son validadas por el MinEduc y enviadas a cada una de sus instituciones. De esa forma se garantiza la continuidad de la educación y así, cuando salgan, estarán al día. El programa también promueve las relaciones interpersonales entre los hospitalizados y sus compañeros de escuela o colegio.
Por ello, los jóvenes pacientes reciben cartas, dibujos y dulces de sus amigos. Ellos tienen visitas de las autoridades de su plantel. Emilia, Carlos y Lola están muy cerca de lograr una hazaña En el cuarto piso se encuentra el área de oncología. Allí están internados tres adolescentes que cursan tercero de bachillerato, el último año de secundaria. Emilia, Carlos y Lola viven con leucemia (cáncer a la sangre). Los dos primeros están estables y con cierta frecuencia reciben clases.
Lola, en cambio, atraviesa un estado paliativo (cuidados desarrollados cuando la situación del paciente es irreversible, sin que eso implique que se le dejen de practicar otros tratamientos para su bienestar). Sonia es la encargada de su formación. Ella recuerda que un día, mientras repasaban matemáticas, Lola -consciente de su estado de salud- le contó su sueño. “Me dijo: ‘Quiero lucir el uniforme de mi colegio con la capa y la muceta’”. Frente a esa realidad, el personal del hospital y las autoridades del MinEduc planificaron una ceremonia simbólica para Lola. Espinosa asegura que los alumnos que se encuentran más delicados de salud se benefician del programa aulas móviles.
Bajo esa modalidad, los docentes visitan a los pacientes en cada habitación. Marco, de 14 años, nunca ha recibido clases en el aula hospitalaria. Su condición, un mal respiratorio que no tiene cura, lo obliga a vivir conectado de un aparato especial que solo hay en Terapia Intensiva. Eso no ha impedido la continuidad de sus estudios. Todos los días su ‘profe’ Sonia lo visita en su cama. Desde las 09:00 hasta las 10:00 refuerzan los contenidos de Matemáticas y Lenguaje. La docente comenta que ‘Marquito’, como lo llaman cariñosamente, es bueno con los números, resuelve las operaciones sin complicaciones. En dos meses Marco cumplirá un año de internado en el HCAN. Por ello, su rostro es familiar para médicos, enfermeras y docentes. Ellos lo llaman “el hijo del hospital”.
La mamá biológica del joven trabaja de conserje en una escuela privada, en el extremo norte de Quito. La distancia y su horario laboral no le permiten visitarlo a diario. Por eso, ella va fijo los fines de semana. A pesar de vivir conectado, Marco “es una fiesta permanente. Siempre sonríe y está de buen ánimo”, indica la docente. Son las 13:30. Las clases en el aula hospitalaria finalizan. Los niños vuelven a sus habitaciones para almorzar y recibir sus medicinas.
En cambio, las profesoras y amigas Ruiz e Hidalgo califican las tareas enviadas y empiezan desde ya a planificar lo del siguiente día. (I) Datos La iniciativa, desde enero hasta noviembre de 2016, benefició a 5.158 pacientes. Cada alumno puede ser atendido una o varias veces, según su necesidad. El programa está destinado a los hospitales de segundo y tercer nivel de la Red de Salud Pública (MSP, IESS, Isspol, Issfa), a los de la red complementaria (privada) y a las casas de acogida y tratamiento. Los padres de familia pueden solicitar la inclusión de sus representados a través del médico. El galeno inicia el proceso para que el niño o adolescente reciba clases en el hospital. En Guayaquil el programa funciona en tres centros: Casa de Acogida Libertadores, Casa de Acogida Juan Elías y en el Hospital Pediátrico Francisco de Icaza Bustamante.
En Quito hay cinco hospitales con aulas hospitalarias: Enrique Garcés, General de las Fuerzas Armadas, el HCAN, Pediátrico Baca Ortiz y Solca. La Casa de Acogida Pumamaqui también es parte del programa. Está previsto, para el 2017, que otras 19 aulas de este tipo empiecen a funcionar en el país. La implementación beneficiará a 69.320 niños y adolescentes. La propuesta implica la vinculación de 400 docentes debidamente capacitados. A escala regional, Ecuador es el quinto país con más aulas hospitalarias. El primero es Argentina con 396, seguido de Brasil con 189, México con 182 y Venezuela con 78. En Ecuador hay 31 aulas de este tipo. (I)
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