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Gran parte de las habilidades relacionadas con el lenguaje son innatas

La codificación neuronal de un recién nacido en cuanto a la comprensión de los sonidos del habla es comparable a las habilidades de los adultos después de tres años de estar expuestos al lenguaje. Las diferencias surgen en sonidos específicos, como los que identifican a las vocales.

Un nuevo estudio realizado por investigadores del Instituto de Neurociencias de la Universidad de Barcelona (UBNeuro) y del Instituto de Investigación Sant Joan de Déu (IRSJD) concluye que una parte importante de las habilidades cognitivas que posibilitan el lenguaje tienen un carácter innato. Ha descubierto que los recién nacidos poseen una codificación neuronal parecida a la de un adulto entrenado en el habla, con relación a la comprensión de los sonidos, aunque necesitan adquirir más capacidades para diferenciar ciertas expresiones, como por ejemplo cada una de las vocales.

Las diferencias aparecen en cuanto a los sonidos «finos»: la percepción de las estructuras que permitan distinguir, por ejemplo, el sonido de las distintas vocales requiere de una cierta exposición al lenguaje, así como estimulación y tiempo para desarrollarse. Según un comunicado, los resultados de la investigación permitirán a los especialistas contar con más herramientas para una detección temprana de las alteraciones del lenguaje.

Para alcanzar estas importantes conclusiones, que fueron publicadas en un artículo de la revista Scientific Reports, los especialistas analizaron electroencefalogramas de bebés buscando la denominada respuesta de seguimiento de frecuencia. Esta señal cerebral marca la codificación neuronal relativa a la comprensión de las frecuencias básicas de los sonidos del habla, como por ejemplo el tono de voz. Al mismo tiempo, muestra las reacciones frente a sonidos más específicos, como puede ser la diferencia entre las vocales.

Un enfoque diferente

En el caso de la lengua española, las inflexiones y el tono de voz marcan características importantes como el reconocimiento de los sonidos básicos del lenguaje o los aspectos emocionales de la comunicación. Sin embargo, no son tan trascendentes para diferenciar algunas expresiones específicas de otras, cuando por ejemplo ciertos detalles permiten distinguir la sonoridad de las letras y vocales. Esto se debe a que la lengua española es no tonal, a diferencia de aquello que sucede en otras lenguas tonales, como por ejemplo el mandarín.

De esta forma, para poder apreciar correctamente los registros neuronales de los bebés en el marco de la investigación, los científicos necesitaban un instrumento que pudiera tener en cuenta los mencionados detalles «finos» del sonido junto al tono y su inflexión. Las investigaciones previas se habían centrado únicamente en este último aspecto al momento de analizar la respuesta de seguimiento de frecuencia en los electroencefalogramas de los bebés.

En el nuevo estudio, los investigadores españoles cambiaron la ecuación: aplicaron un sonido guía con una variación ascendente en el tono de la voz y dos vocales diferentes. Con este nuevo instrumento, lograron evaluar con máxima precisión la codificación neuronal de las características del sonido en todo su espectro, tanto en el tono como en los detalles más específicos que evidencian las diferencias entre las expresiones. A partir de este avance, obtuvieron nueva información desde el seguimiento de frecuencia en los electroencefalogramas.

Cambios en el tiempo

Junto a las conclusiones ya indicadas sobre las habilidades cognitivas del lenguaje en los recién nacidos, la investigación continuará ahora con el análisis de la respuesta al lenguaje a lo largo del tiempo. Enfocándose en los 34 bebés que participaron del estudio, con sesiones de entre veinte y treinta minutos efectuadas en un ámbito hospitalario, los científicos intentarán determinar si las codificaciones neuronales observadas tienen posteriormente algún tipo de correlato en déficits del lenguaje en la etapa infantil. Los nuevos datos serán vitales para hallar herramientas de prevención de este tipo de trastornos.

Referencia

Neural encoding of voice pitch and formant structure at birth as revealed by frequency-following responses. Arenillas-Alcón, S., Costa-Faidella, J., Ribas-Prats, T. et al. Scientific Reports (2021).DOI:https://doi.org/10.1038/s41598-021-85799-x

Fuente: https://tendencias21.levante-emv.com/gran-parte-de-las-habilidades-relacionadas-con-el-lenguaje-son-innatas.html

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¿Nuestra forma de hablar es discriminatoria? El lenguaje inclusivo como mecanismo para la restauración de nuestro sistema educativo

Por: Paola Villafuerte

El proceso de reeducación necesario para transformar nuestra manera de comunicarnos generaría herramientas imprescindibles para la construcción de aulas e instituciones inclusivas.

Nuestras sociedades son estructuras vivas que se mueven y funcionan a través de la diversidad de quienes la componen: las personas. Esta diversidad existe en factores como nuestro origen, nacionalidad, género, color de piel, sexualidad y opiniones. Es únicamente desde la configuración de mecanismos reflejantes de estos ejes que se le abre espacio a visualizar la pluralidad que nos sitúa como personas en el mundo; uno de estos mecanismos fundamentales es el lenguaje.

Las relaciones sociales encuentran su lugar de representación justo en un sistema que comparte su complejidad y cambios constantes. En este sentido, la lengua puede reflejar agentes positivos, como la diversidad, pero entonces también es capaz de reflejar la discriminación y segregación aún latentes en nuestros espacios.

La guía del uso del lenguaje inclusivo, realizada por el Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia de la Ciudad de México, DIF CDMX, explica que es a partir de nuestro sistema de comunicación que  “aprendemos a nombrar el mundo en función de los valores construidos en la sociedad, […] y dependiendo de cómo se use puede dignificar, denostar o invisibilizar, generando prejuicios, estigmas y estereotipos”. Entonces, la resignificación de una herramienta tan poderosa –y peligrosa– como la lengua, “conlleva una transformación en la construcción social de los conceptos y en la generalización de una cultura de trato igualitario”.

Este proceso se plantea desde la validación de una comunicación inclusiva, pero un acercamiento a esta alternativa tan necesaria requiere primero la identificación de aquellos usos del lenguaje que perpetúan conductas dañinas.

Entonces, ¿nuestra forma de hablar es discriminatoria?

Como mencionamos, la lengua es una estructura que refleja las características de quienes la usan, por lo tanto, es un ente vivo, sujeto a un contexto social, político, geográfico y generacional. Al adecuarse a las necesidades de sus hablantes, su uso es consecuentemente también herramienta de aplicación en ciertos ejercicios de poder que son todavía visibles en nuestra sociedad.

Cuando la representación de todas las personas se realiza a través del nombramiento de una sola parte de la población, se valida la existencia de una figura jerarquizada. Esta termina por permear la manera en la que decidimos conducirnos hacia las personas. Si desde las bases del aprendizaje se excluye la pluralidad de nuestra sociedad, entonces existe un problema. Andrea Lagneaux, en su trabajo, lenguaje inclusivo en las aulas: problematización, disputas e inclusión, cita a Paulo Freire quien mencionaba: ”Si todas las personas aquí reunidas fueran mujeres pero apareciera un solo hombre, yo debería decir «todos ustedes» y no, «todas ustedes». Esto, que parece una cuestión de gramática, obviamente no lo es. Es ideología”.

La propuesta de un uso de la lengua que legitime la existencia de todas las personas que conforman nuestros espacios, incomoda justo porque cuestiona estructuras que parecían no-cuestionables. Lo cierto es que se debe validar su existencia; el lenguaje inclusivo está siendo utilizado y se ha introducido no sólo la conversación habitual, sino también al discurso en la academia. Es en el contexto de una Latinoamérica actual que las redes sociales testifican una reforma transversal en nuestro “paradigma sociopolítico, económico y cultural”, como explica Lagneaux, y estos cambios salen a la superficie también en cómo los hablantes deciden manejar el lenguaje.

La lengua como postura política

Los textos se conectan a la sociedad por medio de la ideología que el autor o autora deposita en ellos, es decir, son construcciones que expresan subjetividades, formas de ver el mundo; que poseen a su vez, su propio contexto socioeconómico y cultural determinado.  “Así mismo todo contexto incide en las realidades, experiencias de vida y representaciones sociales que poseen lxs autores”, dice Andrea Lagneaux. Es en este sentido que el lenguaje es portador de dispositivos de poder, y aquellos que poseen este mismo poder no se enfrentan al inconveniente de percibirse invisibles.

El desconocimiento de la existencia de este poder “lleva a reproducir un discurso que configura la realidad desde una sola mirada, marginando la posibilidad -en este caso- de cuestionar la masculinización del lenguaje”, como Silvia Castillo y Simona Mayo afirman en su artículo. Decidir activamente reformular nuestro discurso en un intento por abogar en pro de la representación de las minorías, es indiscutiblemente una postura política.

Aclaremos que el lenguaje no es la realidad, sino que la representa –y configura–. Colocar una interrupción consciente de preceptos perjudiciales que podrían llegar a infiltrarse en esta representación, se plantea como el objetivo del lenguaje inclusivo. Y en “su uso está implicada la identidad de las personas”, mencionan Castillo y Mayo.

El estigma hacia el lenguaje inclusivo

Uno de los estigmas relacionados a esta propuesta, es la impresión de una degradación en el lenguaje. Esta noción parte de entender que tales reformas en la manera que nos comunicamos atentan contra la belleza y naturaleza de nuestro idioma; en este juicio, la lengua se percibe como una estructura ajena y rígida hacia nuestros cambios socioculturales. Aplicar restricciones como estas, contradice los claros movimientos que cualquier lengua –entendida como un fenómeno– debe atravesar para mantenerse práctica y congruente a su contexto.

La lengua es una estructura que refleja las características de quienes la usan, por lo tanto, es un ente vivo, sujeto a un contexto social, político, geográfico y generacional.

Nuestro lenguaje está conectado y es inevitablemente “sensible a cambios extralingüísticos”. Intentar realizar las funciones comunicativas de ahora utilizando, por ejemplo, el castellano del Medioevo resultaría bastante problemático y hasta obstaculizante. A través del fenómeno de la lengua podemos visualizar de una forma más clara los procesos sociales que fueron los catalizadores de nuevas reformas en su estructura.

Además de esta concepción, surgen otros cuestionamientos desde la observación lingüística en una postura disidente. Al entender la función de la lengua sólo como un medio comunicativo, se cuestiona si realmente posee tintes ideológicos por su cuenta. Desde esta percepción, los sesgos no son inherentes al lenguaje, y este “no se concibe como un espacio de disputa de derechos sociales”. Aquí se esperaría que una vez la realidad sea distinta, el contexto por su cuenta pueda cambiar el significado de las palabras sin alterar su estructura.

Sin embargo, la naturaleza de la lengua no reside sólo como una herramienta, puesto que este “hace pensamiento, se piensa cuando se habla y, al mismo tiempo, representa y construye realidad. Es el sentido y medio central mediante el cual entendemos el mundo y construimos la cultura”, afirman Castillo y Mayo. Por lo tanto, otorgarle al lenguaje un oficio tan aislado de nuestros procesos sociales, termina por fosilizarlo.

Asimismo, se cuestiona la propuesta de desdoblamiento en el habla. En esta se explica que, en lugar de referirnos a un cuerpo estudiantil con un genérico masculino como «los estudiantes», mencionemos a «las y los estudiantes» en una práctica para validar a la otredad. El cuestionamiento a esta elección, sostiene que existe una confusión “entre el género –plano gramatical- y el sexo, perteneciente a la realidad”, como María Márquez Guerrero, explica en su destacado artículo: Bases epistemológicas del debate sobre el sexismo lingüístico.

El lenguaje es portador de dispositivos de poder, y aquellos que lo poseen no se enfrentan al inconveniente de percibirse invisibles.

Entonces, bajo este argumento se sugiere que el género masculinizado del plano gramatical tiene funciones únicamente clasificadoras, y no posee conexión alguna con nuestro contexto social (igualmente masculinizado). Además, se afirma que este desdoblamiento se antepone a la Máxima de Cantidad de Grice, principio lingüístico que explica que no es necesario otorgar más información de la necesaria en un proceso comunicativo.

No obstante, tanto el sistema como su estructura no pueden ser indiferentes al espacio donde se desempeñan. A este aspecto se le une que la existencia del masculino como genérico posee un factor de ambigüedad imposible de ignorar. Como Márquez Guerrero comenta, en el momento de la historia donde aquellos considerados ciudadanos eran únicamente los varones blancos, la palabra predilecta para dirigirse a ellos era «hombres». Una vez la participación de la mujer en la vida pública es validada, esta palabra realiza lo conocido como “salto semántico”, y entonces se le comienza a atribuir un valor genérico. Es decir, a partir de ahí, «hombres» comienza a hacer referencia a todas y todos.

Sin embargo, aún la palabra «hombres» podría ejercer la función de hacer un nombramiento exclusivo de varones. “Cuando se habla de «los hombres», los varones siempre tienen certeza de estar incluidos, como colectivo masculino o como universal humano al que así representan”, dice Lagneaux.

A partir de esta ambigüedad, Márquez Guerrero explica que “se identifica a la especie humana con el conjunto de los varones y, como consecuencia, se da como algo natural la ausencia de mujeres”. En este uso, se vuelve irrelevante siquiera mencionar la distinción entre el uso de «hombres» con un valor genérico o específico, puesto que se convierte “al varón en paradigma, centro y medida de todas las cosas”.

El proceso para extraer esta facultad del masculino genérico para nombrarlo todo, es como cualquier otro, paulatino. Pero mientras sucede, las minorías tienen derecho a utilizar recursos que les permitan verse presentes dentro de la lengua que utilizan, incluso si estos recursos atentan contra las máximas de cantidad. Esta importancia resalta sobre la necesidad de una economía del lenguaje.

Es trascendental igualmente, cuestionarnos acerca del papel que fungen instituciones como la Real Academia Española (RAE). Recordemos que quienes son dueños de la lengua, son únicamente las personas, por lo tanto, ni los diccionarios, ni las academias, rigen o estipulan reglas para su uso. Su trabajo radica en analizar los cambios en este sistema y las elecciones de uso que facilitan el proceso comunicativo. Y como cualquier otra institución también pueden tener posturas debatibles. Castillo y Mayo preguntan, “¿cómo nos sintonizamos con quienes poseen la regla, la norma, desde lo teórico; ¿cómo alinearse por ejemplo con la RAE si en 2017 definía al sexo débil como el conjunto de mujeres?”

“Cuando se habla de «los hombres», los varones siempre tienen certeza de estar incluidos, como colectivo masculino o como universal humano al que así representan”.

Ciertamente, el camino por recorrer hacia una equidad entre aquellos en posiciones privilegiadas y las minorías, no se acortará de manera inmediata por ciertos cambios en nuestra forma de hablar. Pero definitivamente sí contribuye a un debate en torno a sistemas necesitados de reformas a la par de los cambios que nuestra sociedad está viviendo.

Guía para un lenguaje inclusivo

A este proceso se han unido distintas entidades institucionales y gubernamentales para crear proyectos que fomenten un uso crítico de nuestro lenguaje. En marzo de 2019, por ejemplo, el Consejo de Europa aprobó un informe que detalla recomendaciones específicas para combatir el sexismo. El documento aborda cómo ciertas prácticas cotidianas contribuyen a perpetuar espacios inseguros para la mujer, tales como la producción sesgada de contenidos en redes sociales y publicidad.

Igualmente, en Barcelona, la Guía de Comunicación Inclusiva, ofrece herramientas cruciales para realizar transformaciones transversales en la forma en la que nos comunicamos. Este documento otorga información bastante relevante acerca de porqué utilizar el lenguaje inclusivo y lo que esto representa para las minorías. Se divide en estos temas: racismo, género y LGBTI, personas con discapacidad y salud mental. En cada una de las categorías se abordan concepciones erróneas y a partir de ahí plantean alternativas de comunicación. En general, se invita a abandonar formas de expresarnos que provienen desde el etnocentrismo, androcentrismo, colonialidad y sexismo. Algunos de los ejemplos otorgados son los siguientes:

Guía de Comunicación Inclusiva  del Ayuntamiento de Barcelona, España.

Guía de Comunicación Inclusiva del Ayuntamiento de Barcelona, España.

Guía de Comunicación Inclusiva  del Ayuntamiento de Barcelona, España.

Guía de Comunicación Inclusiva del Ayuntamiento de Barcelona, España.

Por otro lado, en nuestro país la diversidad étnico-racial constituye un fundamento esencial de nuestras sociedades. Sin embargo, según la Encuesta Nacional sobre Discriminación (ENADIS) 2017, “el 20.2 % de la población de 18 años y más declaró haber sido discriminada en el último año por alguna característica o condición personal”. Traer a discusión un cambio en nuestra manera de comunicarnos, es indudablemente una postura necesaria para hacer frente a estas cifras alarmantes.

La guía del uso del lenguaje inclusivo, realizada por el DIF CDMX, ofrece también ejemplos para modificar expresiones dañinas en un contexto donde el racismo aparece como problemática inadvertida:

Guia_lenguaje_inclusivo3.png

Lo que el lenguaje inclusivo significa para la educación

Para que la norma en las instituciones educativas sea desafiada, se requiere de un cambio transversal que atraviese el sistema docente y la currícula. Este reside no sólo en la integración de contenidos que aborden la equidad como cimiento del aprendizaje, sino de un uso del lenguaje subversivo.

Aquí se implica un proceso de reeducación constante no sólo en el alumnado, sino también en los directivos; “un esfuerzo por volver a aprender cómo nos dirigimos a mujeres y a hombres en la vida cotidiana”, como menciona el Manual de comunicación no sexista, del Instituto Nacional de las Mujeres. Los estudiantes pertenecientes a minorías, a grupos étnico-raciales diversos, de identidades u opiniones diferentes, tienen derecho a verse contenidos en el lenguaje que utilizan, y más aún en un contexto donde la propia representación es decisiva para un desarrollo integral del conocimiento.

La docencia tiene la obligación de plantear preguntas esenciales acerca de la normatividad desde la cual entendemos al mundo. Aún conociendo que las penalizaciones en puntuación dentro de contextos académicos rígidos son aún una práctica común, el desarrollo de esta herramienta es indiscutible. Un lenguaje que haga visible una carencia de inclusividad ofrece las herramientas justas para hacer del estudiantado una figura activa dentro de este proceso tan incómodo como necesario.

Fuente e imagen: https://observatorio.tec.mx/edu-news/guia-de-lenguaje-inclusivo

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Indígenas, aborígenes, indios, pueblos originarios, ¿cuál es la diferencia?

Los pueblos originarios americanos tienen una larga historia de explotación y represión que trascendió incluso la etapa de conquista europea. Por ello, utilizar la terminología correcta para nombrar y hablar de estos pueblos es un menester, más que técnico, político. ¿Cuál es la forma correcta de hacerlo?

Desde México, pasando por el Caribe, el sur de Centroamérica, la Amazonía y la región andina, son 522 los pueblos originarios que se encuentran en territorio latinoamericano. Solo en Brasil hay más de 200, que suman unas 700.000 personas, mientras que México es el país que más habitantes originarios tiene: más de 9 millones y medio.

Entre México, Bolivia, Guatemala, Perú y Colombia se reúne al 87% de la población originaria de América Latina y el Caribe, mientras que el resto (13%) se reparte en otros 20 Estados, según datos de Unicef de 2018. En total, se calcula que un 10% de la población de América Latina es indígena.

 

Sin embargo, a la hora de referirse a los pueblos originarios, es habitual que, en lo cotidiano, las personas, los medios de comunicación, e incluso los académicos, no haya un criterio uniforme o, por lo menos, certero de qué denominaciones utilizar para mencionarlos. Términos como ‘aborigen’, ‘indígena’, ‘indio’ y ‘precolombino’ circulan en internet y en el habla cotidiana como si se tratase de sinónimos, aunque no lo sean. Por ello, estudiosos de América Latina e instituciones gubernamentales de la cultura latinoamericana han hecho hincapié en este asunto. 

«El referirse a los pueblos originarios de una forma equívoca, o bien, derechamente no nombrarlos, ha sido una manera de negar su cultura e identidad», resalta el documento «Recomendaciones para nombrar y escribir sobre pueblos indígenas y sus lenguas», del Ministerio de Cultura de Chile, país que junto a Argentina reúne a más del 70% de la población Mapuche, y que tiene también una fuerte presencia de pueblos Quechua.

¿Hay una forma correcta de nombrar a los pueblos nativos?

Uno de los errores más comunes cuando se hace referencia a poblaciones originarias es el uso del término ‘aborigen’. Para muchos, la diferencia entre esta palabra e ‘indígena’ no está clara. Según la Agencia de la ONU para refugiados (ACNUR): «Un aborigen es una persona que ha sido la primitiva moradora de un determinado territorio, es decir, se diferencia de otras personas que llegaron después a la región para vivir allí». Aunque el término no es precisamente incorrecto, es de un carácter más bien genérico, aunque suele atribuírsele a los pueblos originarios australianos.

 

Por ello, para referirse específicamente a aquellos aborígenes que pertenecen al territorio americano, en 1989 la Organización Internacional del Trabajo (OIT) aceptó el término «indígena», procurando desligarlo de su origen, que fue la confusión geográfica de las Américas con la India al inicio de la conquista (1492), se explica desde el Ministerio de Cultura argentino, otro país en el que habitan comunidades originarias como las anteriormente mencionadas. El término ‘indio’, por otro lado, es puramente incorrecto, ya que se trata del gentilicio de la India. 

¿Cómo se relaciona el lenguaje con la política?

Uno de los elementos que ambos ministerios enfatizan es la necesidad de entender la terminología utilizada para nombrar a los pueblos indígenas de América Latina como una acción política. Aunque los términos anteriores son, en su forma original, producto del periodo colonial, es preciso resignificarlos, dice en la misma línea la periodista indígena Zulema Enríquez.

 

«El lenguaje es disputa de poder. En ese sentido, los términos son hechos políticos. Para los pueblos originarios es importante avanzar sobre el significado de cada palabra y cada concepto. A mí no me molesta que me llamen india, indígena u originaria, porque el sentido que se pone en juego es que el otro pueda repensar el significado del indígena, del indio, del pueblo originario como sujetos políticos, activos, sociales, del presente y no como objetos de estudio del pasado», sostiene. 

En este sentido, más allá de las definiciones correctas, «es importante respetar la autodenominación, es decir, las formas en que los distintos pueblos prefieren ser llamados», señala el ministerio chileno. Entre sus recomendaciones, destaca evitar los verbos que dejen a la persona o pueblo indígena como «sujeto de pertenencia» en una frase: por ejemplo, en lugar de llamarlos «nuestros pueblos originarios» sería mejor formular «los pueblos originarios»; o evitar decir «pueblos indígenas de Chile» y sustituirlo por «pueblos indígenas en Chile».

Fuente: https://mundo.sputniknews.com/america-latina/202101081094059809-indigenas-aborigenes-indios-pueblos-originarios-cual-es-la-diferencia/

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Recuperar nuestra voz

Por:  Paula Albornoz

Cuántas mujeres olvidadas porque ni
siquiera ellas pueden o podrán decir
“esta boca es mía”, “este cuerpo es
mío”, “esto es lo que yo pienso”.
Virginia Woolf

William Shakespeare, Antoine de Saint, Oscar Wilde, Franz Kafka, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges. Esos son solo algunos de los incontables nombres masculinos dentro de lo que se considera el canon literario: obras clásicas que trascienden los tiempos y las fronteras. Las obras de dichos autores representan la más alta cultura, o al menos, la mejor valorada. Es esperable y, más aún, deseable, que cualquier lector o lectora que se respete haya leído por lo menos uno de los títulos de estos grandes autores. Por supuesto, yo leí varios, y siempre me sentí muy orgullosa de haberlo hecho.

No fue hasta recién finales del año pasado cuando releyendo algunos de los títulos recostados en mi biblioteca me percaté de una cosa; la gran mayoría de los libros que he leído desde la más tierna infancia hasta mi adultez fueron escritos por hombres. Cien años de soledad. La naranja mecánica. Canción de Navidad. Un mundo feliz. Ensayo de la ceguera. Bajo la misma estrella. Natacha. Desde los cuentos infantiles hasta las novelas para adolescentes y las historias para adultos, sin intención de mi parte – pero seguro que de la de alguien más, sí -, habían sido creadas en las mentes del género opuesto. Toda mi concepción literaria del mundo había sido formada por personas que jamás podrían haber vivenciado ni una milésima de lo que es ser mujer en este mundo, a la vez en que yo había sido educada y moldeada por personas con las que jamás me podría identificar. Todos ellos han sido brillantes y sin duda he disfrutado leerlos, pero comencé a interesarme por leer a mis pares y a mujeres que, quizá, pudiera tomar como referentes en la literatura.

Marcela Serrano, escritora chilena, ha declarado: “El día en que el hombre se apoderó del lenguaje se apoderó de la historia y de la vida. Al hacerlo nos silenció. Yo diría que la gran revolución es que las mujeres recuperen la voz”. De más está decir que concuerdo completamente. Esto es así más aún cuando las mujeres son latinoamericanas, racializadas pobres. Hay unos pocos nombres femeninos que han llegado al canon literario (Jane Austen, Virgina Woolf, Louise May Alcott), más todas ellas tienen algo en común: su posición social y geográfica; europeas de la clase alta. Es por ello que no solo es revolucionario que cada vez lleguen más títulos de autoras a los aparadores de las librerías, sino también que las lectoras – y los lectores – elijamos conscientemente la literatura que queremos consumir de ahora en adelante. Y no, por supuesto que esto no significa dejar de leer a varones. Significa, simplemente, que me gustaría que las niñas, las jóvenes y las adultas pudiésemos empezar a ver el mundo desde ojos similares a los nuestros, a sentirnos identificadas, a escribir nuestra propia historia. Darnos lugar en nuestras bibliotecas también es un acto de sororidad.

Virginia Woolf: “me aventuraría a pensar que Anónimo fue a menudo una mujer”

Durante mucho tiempo, la prosa de autoras como Alfonsina Storni eran catalogadas como “poesía femenina” o “literatura femenina”, como si el calificativo le restara valor literario e intelectual. Lo cierto es que la misma Alfonsina tuvo en muchos aspectos de su vida y de su obra una visión feminista, desafiando los mandatos sociales de la época – por ejemplo, siendo madre soltera – y traspasando ideas revolucionarias al papel como en las poesías “Me quieres blanca” u “Hombre pequeñito”. En la actualidad, la etiqueta “femenino/a” ya no se usa en obras escritas por mujeres, pero eso no significa que se las valore de la misma forma que las escritas por varones. Ahora hay formas mucho más sutiles de descalificarlas. Para dar un ejemplo me transporto a mi adolescencia, en la época en que la saga “Crepúsculo”, de la escritora Stephanie Meyer, eran la sensación entre las chicas.

Las jovencitas éramos motivo de burla y de bullying, especialmente en Internet, por leer esa clase de libros. Absolutamente todo lo que esté dirigido hacia un público mayormente femenino siempre es menospreciado y burlado: no solo la literatura, también la música, las películas, etc.

Se suele decir que el arte producido por hombres es el arte “de verdad” (¿a ustedes nunca les dijeron algo como “vos tenéis que escuchar música de verdad” o “vos tenéis que leer literatura de verdad”, refiriéndose a la producida por hombres?), lo que nos deja a nosotras con su antónimo: nuestro arte es falso, o de mentira. Nuestro arte es de segunda mano, no digno de ser valorado. ¡Qué casualidad! La misma concepción que tienen para con nosotras como seres humanas.

Ya lo dijo Virginia Woolf: “me aventuraría a pensar que Anónimo fue a menudo una mujer”. El arte proveniente de las mujeres siempre fue poco valorado, y es por eso que a lo largo de la historia muchas de ellas tuvieron que usar pseudónimos masculinos, dejar firmar por ellas a sus maridos o simplemente inscribirse como “Anónimo”. De otra forma, su producción artística jamás hubiese llegado hasta nuestros días. Aún hoy se espera que las mujeres releguen sus vidas al ámbito doméstico, y pocas veces sus trabajos son reconocidos como se merece. Solo por dar un ejemplo, el Premio Nobel de Literatura, sin duda el más prestigioso, hasta el 2017 había premiado a 14 mujeres frente a 100 hombres – y sin duda no es porque no haya habido buenas escritoras. Los hombres escriben libros para que los lean los hombres y los premien otros hombres.

Los pseudónimos no están tan atrás en el tiempo como pensamos o deseamos; la autora de “Harry Potter” aún es conocida como J.K. Rowling, porque al publicar su famosísima saga le aconsejaron que sería mejor para las ventas que no se supiera que su autora era mujer. Solo cuando el libro fue bien recibido por las críticas y la audiencia se reveló su nombre real, Joanne.

Desde mi humilde lugar tanto de lectora como de escritora, propongo que, una vez más, seamos nosotras las que empecemos a cambiar las cosas. Escribir, contar nuestras vivencias y explayar en la hoja nuestra visión del mundo, y también leer y descubrir lo que otras tienen para decir. Me sigo preguntando cómo sería yo ahora en general y como escritora en particular si desde pequeña me hubiera nutrido más de autoras. No importa, no pienso lamentarme ya. Ojalá sea esa la oportunidad de las generaciones presentes y futuras. Pero de ahora en más, me propongo compensarlo. Por lo menos, igualar el número de libros escritos por hombres en mi biblioteca con libros escritos por mujeres. ¿Se animan a hacerlo ustedes?

Nosotras también tenemos historias que contar. De hecho, nosotras también tenemos historia. En inglés, la palabra historia (“history”) podría ser dividida en dos partes: “his story”. “His” es un adjetivo posesivo masculino, entonces estaríamos diciendo “su historia”, pero la de los hombres. La historia de él (de ellos). ¿Qué pasaría si por una vez queremos cambiarlo? ¿Qué pasaría si queremos hablar de herstory? (“her story”, la historia de ella, de ellas). El lenguaje y las historias, los cuentos, las novelas, la literatura, nos moldean, y ha sido así desde el comienzo de los tiempos, cuando se transmitían de boca en boca. Tal es su relevancia en nuestras vidas y en la sociedad. Tal es su relevancia en el feminismo y en la revolución. ¿Cómo cambiar la historia si no podemos contarla? ¿Para qué contar la revolución si nadie va a leerla?

Nos propongo ser nuestras propias lectoras. Hasta que, de a poco, todo el mundo nos haya escuchado (o mejor dicho, leído).

Fuente e imagen: https://nuevarevolucion.es/recuperar-nuestra-voz/

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Las bases cognitivas del lenguaje nacieron hace 40 millones de años

La identificación de reglas básicas similares al lenguaje, como por ejemplo el encadenamiento de determinados sonidos que se repite a modo de estructura, es común a los primates y se originó hace 40 millones de años, mucho antes de la evolución del lenguaje humano.

Un grupo de científicos del Departamento de Ciencias del Lenguaje Comparado de la Universidad de Zurich, en Suiza, ha logrado comprobar mediante un experimento que las bases cognitivas que dieron origen al lenguaje están presentes en los primates desde hace 40 millones de años. De acuerdo a un comunicado, estas estructuras primarias comenzaron a utilizarse mucho antes de la evolución del lenguaje humano tal como hoy lo conocemos.

El lenguaje es una de las herramientas vitales para el ser humano. Prácticamente puede decirse que su evolución ha sido la piedra fundamental para el desarrollo de la humanidad y su despliegue en el planeta: nos permite compartir cultura, experiencias, tecnologías, emociones… En definitiva, nos define como humanos.

Sin embargo, todo indica que las bases cognitivas del lenguaje son comunes a distintas especies de primates. En otras palabras, compartimos con los primates no humanos los primeros elementos que comenzaron a darle forma y a sustentar al lenguaje, a partir de estructuras sonoras que se reconocían y repetían.

Los investigadores suizos descubrieron que los monos y grandes simios son capaces de identificar reglas en construcciones complejas similares al lenguaje, al igual que lo hacen los seres humanos. Según el estudio, publicado en Science Advances, esa base cognitiva que permite el desarrollo del lenguaje se habría desarrollo varios millones de años antes del surgimiento del lenguaje humano propiamente dicho.

Una gramática artificial en base a sonidos

Un punto a destacar de este estudio es que los experimentos realizados con monos titíes, chimpancés y humanos se concretaron a partir de la creación de una especie de “gramática artificial”. En la misma, los científicos utilizaron formas sonoras que se van repitiendo y generan estructuras reconocibles, como sucede en el lenguaje con los elementos que conforman una frase y que nos hacen suponer, por ejemplo, que luego de un sustantivo vendrá un verbo, más allá de cualquier elemento ubicado entre ellos.

Precisamente estas estructuras sonoras son las que conformaron las bases cognitivas del lenguaje, por eso los científicos buscaron verificar su presencia en todas las especies de primates estudiadas. Es así que en el marco del experimento se comprobó que los chimpancés, por ejemplo, aprendieron que ciertos sonidos siempre iban seguidos de otros sonidos específicos, aunque en ocasiones estuvieran separados por otras señales acústicas.

De esta manera, se observó la presencia de uno de los elementos cognitivos más importantes para el procesamiento del lenguaje, denominado técnicamente “dependencias no adyacentes”: la capacidad de comprender la relación entre las palabras de una frase, aunque las mismas estén separadas por otros elementos.

Una habilidad extendida entre los primates

En el marco del experimento, los monos reaccionaban con extrañas y largas miradas hacia los parlantes cuando los investigadores reproducían sonidos no esperados en las estructuras. Dicho indicio de sorpresa en los animales al notar un «error gramatical» es una evidencia concreta de su comprensión de la lógica que da origen al lenguaje.

Según el profesor Simon W. Townsend, líder del grupo de investigadores, “los resultados muestran que las tres especies (titíes, chimpancés y humanos) comparten la capacidad de procesar dependencias no adyacentes. Por lo tanto, es probable que esta habilidad esté muy extendida entre los primates”, indicó.

Las conclusiones de la investigación sugieren que este elemento crucial del lenguaje se originó hace unos 40 millones de años, cuando los monos titíes se separaron de los antepasados de la humanidad. En consecuencia, esta habilidad cognitiva primordial se desarrolló muchos millones de años antes de la evolución definitiva del lenguaje humano.

Referencia

Non-adjacent dependency processing in monkeys, apes and humans. Stuart K. Watson, Judith M. Burkart, Steven J. Schapiro, Susan P. Lambeth, Jutta L. Mueller and Simon W. Townsend. Science Advances (2020).DOI:https://doi.org/10.1126/sciadv.abb0725

Foto: National Center for Chimpanzee Care in Bastrop, Texas.

Vídeo y podcast: editados por Pablo Javier Piacente en base a elementos y fuentes libres de derechos de autor.

Fuente: https://tendencias21.levante-emv.com/las-bases-cognitivas-del-lenguaje-nacieron-hace-40-millones-de-anos.html

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¿Qué es una idea? La prolongación de un cuerpo en el lenguaje

Por: Amador Fernandez Savater

 

La lectura, por tanto, lejos de ser una actividad puramente mental o racional, mero ejercicio de desciframiento de sentido, es la escucha -se escucha con todo el cuerpo- del afecto que las palabras transportan, de su acarreo de fuerza.

No lee el espíritu, sino la materia ensoñada que somos. La imaginación es un órgano de la sensibilidad: la amplifica, intensifica y prolonga.

Pero en el lenguaje siempre es la guerra. ¿Por qué? Porque lo que en su día fue movimiento de afecto cristaliza y se impone como consenso, autorizando sólo la repetición. Tal estilo, tal concepto, tal gesto. El consenso es la desaceleración de las energías, el olvido de su dimensión instituyente, la petrificación y la pacificación.

El signo es la ceniza de la intensidad. Las instituciones establecidas -en política o en la academia, en literatura o poesía- son las guardianas del signo, mantenedoras de un orden de ceniza. Ideología, estética, cultura, progresismo: distintos modos de nombrar el discontinuo organizado entre cuerpo e idea, palabra y experiencia, pensamiento y afecto. Modos de no escuchar.

Leer y escribir, pensar o poetizar se juegan siempre “contra” las tentaciones de la Cultura y la Forma: sus recompensas, reconocimientos, likes. Contra nosotros mismos y nuestro miedo. A fracasar, a decepcionar, a no tener nada que decir, a no encajar, a no ser interesantes, a abandonar los gestos que han devenido simples trucos de seducción pero que reportan éxito, a no ser nadie…

Sólo desestabilizándonos podemos desestabilizar los sentidos de la época. La verdad es solitaria. Menos crítica y más guerra, interior, exterior.

El argentino Pedro Yagüe llama “engendros” a algunos puntos de potencia en este mapa de la guerra del lenguaje.

Lee a los engendros Barret, Mansilla, Fogwill, Gombrowicz, Lamborghini, Albertina Carri, Asís, Viñas, Rozitchner.

Y los lee asimismo como engendro.

Fuente e imagen:  http://lobosuelto.com/que-es-una-idea-la-prolongacion-de-un-cuerpo-en-el-lenguaje-amador-fernandez-savater/

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