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Opinión | El ritual escolar: Comunicación – Todo comunica (parte 1)

Por: Andrés García Barrios

El lenguaje está siendo sometido a revisión (y a una revolución) para que devenga más inclusivo, más universal, y que contenga elementos de identificación para todas las personas.

Hacia mediados del siglo pasado, millones de personas de todo el mundo (sociólogos, antropólogos, psicólogos, intelectuales, comunicadores, artistas…) se unieron entusiasmados a una nueva corriente de pensamiento que ponía a la Comunicación en la cúspide de nuestras prácticas y conocimientos. Todo comunica era la nueva consigna que regía al mundo. Según ésta, todo lo que los seres humanos hacemos, sentimos o pensamos se traduce en comportamientos que comunican algo a alguien.

Aquella nueva corriente era parte de un momento histórico. Como nos recuerda el periodista y ensayista John Higgs en su libro Historia alternativa del siglo XX, desde finales del XIX se habían venido poniendo en duda, una a una, todas las creencias, prácticas, conocimientos, tradiciones, en fin, todos los ejes culturales que con gran paciencia ―y para su tranquilidad― la humanidad había levantado durante siglos. Así habían ido cayendo Dios, la certidumbre científica, la honra militar, el orden moral, el valor del arte, la esperanza de la educación, lo sagrado de la familia, la dorada materialidad del dinero… En sólo unas décadas se había perdido todo centro, todo “eje del mundo”, y hasta la conciencia individual se sumergía en los abismos del subconsciente y corría el riesgo de perderse.

Por eso, cuando los científicos sociales de Palo Alto, California, anunciaron que todo en este mundo es comunicación, millones de personas se asieron a esa rotunda verdad, encontrando la solución a su creciente angustia. ¡La comunicación! Algo tan cotidiano como ella, tan universal y antiguo, seguía funcionando. El milagro se debía justamente a que la comunicación era una actividad que prescindía de todo centro, que era el reflejo mismo de lo “descentrado”, de lo que va y viene, de lo que pasa de uno a otro, de una mente a otra, en un constante fluir. En 1934, la famosa escritora danesa Isak Dinesen ponía en la mente de uno de sus personajes las siguientes palabras: “¡Qué difícil es conocer la verdad! Me gustaría saber si es posible decir absolutamente la verdad cuando se está solo. A mi entender, la verdad es una idea que nace y depende de la conversación y la comunicación humanas”. La literatura se hacía partidaria de la nueva conciencia.

Los años sesenta dieron el rotundo a esa liberación que ponía como eje del mundo al contacto humano. Con el hippiesmo, hombres y mujeres se soltaron el pelo como primer símbolo de lo que pierde el centro y vuela. Decían que cada uno de nosotros es capaz de desprenderse de su cuerpo individual y “viajar” hacia los demás seres humanos y el cosmos, y sentirse uno con ellos. “Para que pueda ser he de ser otro, salir de mí, buscarme entre los otros. Los otros que no son si yo no existo, los otros que me dan plena existencia”, publicaba en 1960 el poeta mexicano Octavio Paz.

Esta nueva forma de pensar no era propia sólo de aquel movimiento juvenil, popular y espontáneo (quizás el más espontáneo de la historia, según el insigne Arnold J. Toynbee). También en los estrechos círculos de la academia empezaba a imponerse una nueva manera de pensar: desde el punto de vista de la filosofía tampoco existía el centro, ni en la realidad ni en el conocimiento: todo estaba descentrado y lo único que existía era el pensamiento, el habla, la escritura (el discurso, en suma), que no podía fijarse en ningún punto pero que sí podía hilvanarse y deshilvanarse como una madeja, y además permitía extraños “saltos” de encuentro con “el otro”.

Así, los procesos de comunicación (¡y los medios de comunicación!) iban restableciendo la confianza. Se proclamaba que todo mundo tenía derecho a hablar. Pensadores de la altura de Karl Jaspers, Erich Fromm y Ludwig Habermas, veían en ello el medio para resarcir el tejido social, tan convaleciente, tan desgreñado aquí y allá, roto en todos los sitios donde antes había un “centro”. Finalmente, en 1986, la gran psicoanalista y educadora francesa Francoise Doltó aseguraba que la misión humana en este mundo es comunicarnos y presagiaba la inminente llegada de una herramienta mundial de comunicación que pondría a todo el mundo en contacto.

En este contexto, la institución escolar se volcó a experimentar con las nuevas prácticas y a modificar la vieja visión de la educación como una disciplina supeditada al “progreso” (según esta visión, cada generación tenía el derecho y la obligación de transmitir sus logros y conocimientos a la siguiente). Con la nueva perspectiva, todo era intercambio, mutuo entendimiento; las escuelas eran tanto más innovadoras cuanto más fomentaban el trabajo en equipo y renunciaban al control que el maestro tenía sobre el alumno. Éste se convirtió en un interlocutor activo y finalmente en un verdadero constructor de su personalidad y su conocimiento, y eso no en soledad sino mediante herramientas compartidas con una comunidad de aprendizaje.

Finalmente, con la llegada de internet y de las redes sociales, el boom de la comunicación alcanzó al planeta entero. De pronto, todos teníamos a mano una cámara para registrar lo que nos ocurría (a nosotros y a nuestro alrededor). Se le juzgaba una obsesión voyeurista o un mantenerse alejado del entorno, pero en realidad era como si quisiéramos confirmar en todo momento la vieja máxima del filósofo: “Yo soy yo y mi circunstancia”. En efecto, yo no sólo era yo sino también lo que ocurría en torno a mí, lo que veía y me veía, lo que escuchaba y me escuchaba.

No sólo estábamos más interconectados que nunca y teníamos acceso a más información, sino que entrar en contacto con otras personas también adquiría un nuevo valor. Francoise Doltó ―que como vimos predijo la llegada de internet― murió antes de que un alud de selfies inundara el mundo, pero es muy probable que su mente ―tan aguda como generosa― habría visto en ellas no una manifestación narcisista (como tanto se ha dicho) sino una nueva forma de comunicación basada en atreverse, por fin, a compartirse a uno mismo. La idea es atrevida, pero tiene sentido. Como dice John Higgs en su libro arriba citado, esos autorretratos no son pura autocontemplación y autocomplacencia: “… no son meros intentos de reforzar un concepto personal del yo individual, sino que existen para ser observados (por otros) y, de este modo, fortalecer las relaciones que se dan a través de la red. Esas fotos sólo adquieren sentido cuando se comparten”.

Si quisiéramos seguir con la apología de las redes sociales, podríamos hablar de cómo han servido para evidenciar la cantidad de talento artístico que existe en el mundo, y cómo han democratizado la expresión pública de las artes, antes tan elitista. Como nunca, la gente lee y escribe poesía, expresa ideas, canta, baila, hace magia, seduce, cuenta chistes, expresa dolores y temores…

Esta forma tan contundente de experimentar y proclamar que yo soy yo y mi mundo, ha llegado acompañada de movimientos sociales que exigen el inmediato reconocimiento de la diversidad humana y el respeto a las diferencias. Este inédito avance sigue siendo un logro de la comunicación entendida como práctica de identidad. El lenguaje (que es quizás lo más personal y a la vez lo más común que tenemos los seres humanos) está siendo sometido a revisión (podríamos decir a una verdadera revolución, por momentos violenta) para que devenga más inclusivo, más universal, y que contenga más elementos de identificación para todos. En la mayoría de los países la exigencia es incipiente, pero ya hay muchos lugares donde yo puedo al menos reclamar que los demás se dirijan a mi como yo deseo, sin reducirme a una generalidad sino al contrario, abriéndose a mis singularidades (creo que los casos extremos no son sino elocuentes detonaciones de esta tendencia: he escuchado de una persona que pide que se le considere no un él, ella o ello, sino un ellos, así, en plural: “Call me they”, pide).

(Continuará)

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Joan-Carles Mèlich: «La palabra educación tiene que ver con una relación existencial y para que esta se dé debe haber cara a cara, el rostro, la piel, el olor»

Por: Txema Seglers

  • Joan-Carles Mèlich es doctor en Filosofía y Letras y profesor de Filosofía de la Educación en la UAB. Acaba de publicar La fragilidad del mundo.

Cada vez que Joan-Carles Mèlich (Barcelona, 1961) cita un libro o un clásico, sus ojos crepitan tras las gafas graduadas. De hecho, Mèlich contempla la vida desde lo que él llama una filosofía literaria. Quizás, por ello, este doctor en Filosofía y Letras y profesor de Filosofía de la Educación en la UAB, cita libros y clásicos con tanta admiración. Con una extensa bibliografía, Mèlich publica La fragilidad del mundo (Tusquets Editores, 2021), una reflexión sobre la complejidad y las ambivalencias del mundo, el imperio de la técnica, el vértigo de nuestros días. Y en medio de toda esta turbación, Mèlich aún rescata una pequeña luz, la del sentido, frágil y precaria, bastante intensa, sin embargo, para curarse de la tormenta.

La pandemia ha puesto de manifiesto que somos frágiles. Pero, ¿por qué la fragilidad es un bien que hay que cuidar y proteger?

El punto de partida es la finitud del ser humano. Finito significa que morimos, y también, que somos contingentes y relacionales. Pero, por esta condición finita, no podemos esquivar nuestra relación con el mundo, con la alteridad de los otros humanos, de las cosas y de la naturaleza. Y por lo tanto, nuestra relación con el mundo es necesariamente poco firme, poco sólida. De hecho, sólo protegiendo la fragilidad, tenemos cuidado de la condición humana.

En una conferencia tuya en el Palau Macaya de la Fundació ‘La Caixa’ hablabas del cuidado de la existencia. Ahora bien, ¿podemos crear desde la fragilidad?

Sí, y también descrear. La fragilidad también tiene problemas, como la angustia, la melancolía o el pánico. Yo hablo de tres desestructuraciones con el mundo, y la fragilidad también tiene formas de rotura, de crisis. La fragilidad es ambigua. De hecho, una de las tesis del libro es que la relación del ser humano con el mundo es disonante, un término musical que me permite ilustrar cómo nos movemos adelante y atrás, en positivo y en negativo, siempre inconclusos. El ser humano nunca podrá cruzar las puertas del paraíso.

Por suerte, ¿no?

Sí, por suerte, pero puede cruzar las puertas del infierno.

Eso sí. ¿Por ejemplo, las puertas de Auschwitz?

Exacto. Si cruzamos el paraíso, perdemos la finitud. De hecho, la mía no es una ética del bien, sino de la experiencia del mal.

El bien cuesta construirlo, no sabemos con exactitud qué es. Pero el mal, sí que toma formas evidentes y muy concretas.

Sí. Zygmunt Bauman decía que el bien y el mal no están al mismo nivel.

¿Por qué negamos el mal? ¿Por qué nos cuesta aceptar que podemos hacer daño a los demás? Pienso en la banalización del mal.

Una de las otras palabras clave del libro es vértigo. Vértigo significa que vivimos y estamos situados casi en la punta límite del acantilado. En este punto, nos es más fácil vivir olvidando esta dimensión oscura, de desazón, de vértigo. Queremos olvidar la cara oculta de la luna, como si la luna no tuviera una Dark Side, ¿no?

Esto me recuerda a Pink Floyd.

Me encanta Pink Floyd.

¿La sociedad del like pretende ocultar esta dark side of the moon ?

Sí, porque buscamos aparentarlo todo magníficamente e intentamos olvidar esa cara oculta y oscura de la luna para decir que tenemos que ser positivos, ser optimistas y que no podemos llorar. Ahora bien, es importante saber que no toda la luna es oscura. El Eclesiastés lo dice perfectamente: hay un tiempo para reír y un tiempo para llorar, un tiempo para labrar y otro para recoger lo sembrado, un tiempo para vivir y un tiempo para morir.

De acuerdo, pero en el tiempo de las pantallas, esta gestión de los ritmos vitales parece rota. ¿Cuál es el agravio de las prisas, de la trepidante velocidad que nos atenaza?

Nietzsche y Wittgenstein sólo piden algo a sus lectores: tiempo. Piden que los lectores lean sus obras lentamente. Lo más importante en la vida necesita tiempo. En mi libro La fragilidad del mundo defiendo que vivimos en el imperio de la prisa. El problema no es la velocidad, sino la prisa. La prisa es la patología de la velocidad; del mismo modo que la tecnología no es la técnica, sino un sistema social-simbólico poderosísimo que ha colonizado el mundo y que nos obliga a vivir en la lógica de la prisa. Las relaciones humanas (familia, la amistad, la educación, la lectura, la meditación…) han entrado, por eso mismo, en una crisis profunda y el mundo se ha empobrecido. Siempre que ha habido ser humano, ha habido técnica. Pero la tecnología es un producto de la modernidad. Yo cifro la revolución tecnológica a principios del siglo XX, cuando algunos autores vieneses como Robert Musil, hablan de la matematización del mundo, de la colonización de la tecnología. Dicho de otro modo, cuando la técnica deja de ser un instrumento y se convierte en un sistema social, una forma de vida. Y para mí, eso es un empobrecimiento del mundo, porque rompe la dimensión frágil que decíamos antes.

Me recuerda a El mundo feliz de Huxley.

Sí.

¿Cree que la lógica tecnológica empobrece la democracia?

Totalmente, porque la lógica tecnológica empobrece la gramática que el mundo es. Piensa en 1984 de Orwell y la neolengua. Si lees el libro en clave tecnológica, te das cuenta que la neolengua simplifica el matiz, porque, por ejemplo, prohíbe los antónimos. Si llamas bueno, no puedes decir malo, sino que tienes que decir ‘no bueno’. El lenguaje se va reduciendo. Pero otro aspecto muy importante se deriva de esta colonización: la crisis de la memoria.

Suena inquietante.

Un ordenador no tiene memoria. La computadora almacena datos, informaciones, pero no es la memoria de un ser finito.

Explíquemelo, por favor.

La memoria no es recuerdo, sino recuerdo y olvido. El ejemplo es Proust o Joyce. La memoria irrumpe, y nunca dos personas recuerdan igual, porque es personal, atraviesa por dentro de tus vivencias. La memoria es narrativa. La crisis actual de la memoria se manifiesta en la pérdida del peso del pasado. Vivimos en una civilización que da mucha importancia a la actualidad, pero no se la da al presente. Pero hay que tener cuidado porque no hay presente sin pasado. La actualidad, en cambio, puede obviar el pasado, no le interesa nada. Las consecuencias educativas de esta crisis de memoria son evidentes y trágicas. La actualidad ha devorado el presente y, en consecuencia, se ha roto la secuencia temporal (pasado, presente, futuro).

Vivimos ahogados de actualidad, como si siempre fuéramos ‘fuera de tiempo’.

Exacto. El presente cuida del pasado, pero la actualidad no necesita el pasado, porque nace y muere. Walter Benjamin lo explica muy bien en El narrador. De hecho, leer un libro no es lo mismo que leer las noticias, que caducan al cabo de un instante. Por ejemplo, vas al quiosco y pides el diario de ayer, y ya no lo tienen. La tecnología trabaja con la actualidad, pero no con el presente. También sucede en las tertulias de televisión o los programas de opinión.

Entiendo, sin embargo, que no está en contra de la actualidad.

No, no lo estoy. Yo estoy en contra de la colonización actual del presente, es decir, cuando la actualidad ‘se come’ el presente. Y esto, de hecho, lo he visto en la universidad. Por ejemplo, yo ahora estoy haciendo la guía docente con las directrices recomendadas, que me señalan que incorpore elementos digitales. Ahora bien, yo defiendo el libro como objeto, la materialidad de los cuerpos, los espacios de silencio, la lectura lenta, la utilidad de lo inútil, como dice Nuccio Ordine. La tecnología y las redes no te dan esto.

En este sentido, usted ha dicho que la educación, si no es presencial, no es educación .

A ver, puede haber instrucción en línea, aprendizaje, pero la palabra educación incluye el aprendizaje y la instrucción, al tiempo va mucho más allá. La palabra educación tiene que ver con una relación existencial, más profunda, tiene que ver con el estudio, la lectura y la escritura, tiene que ver con la relación con un maestro. Y para que haya esta relación existencial debe haber cara a cara, el rostro, la piel, el olor. Porque, ¿qué es la presencialidad?

¿El ambiente? ¿El calor? ¿El contacto con el otro?

Sí, y también es la atmósfera.

Somos unas criaturas muy extrañas y curiosas los humanos. ¿Por qué nos cuesta tanto aprender?

Bueno, la existencia es un aprendizaje que no se aprende nunca, porque es a posteriori, es a trompicones. Por eso, soy tan crítico con las competencias, porque tú no puedes saber cuál es la respuesta antes de tener el problema. O como en una entrevista. De hecho, tú puedes preparar las preguntas y yo las respuestas, pero cuando nos encontramos, somos dos personas en una situación concreta, y cada situación es diferente. Todo lo que había previsto, de repente, no funciona, y entonces, improvisamos. De hecho, tenemos que aprender a improvisar, que significa aceptar que el ser humano no puede esquivar la contingencia.

Con el término musical de la disonancia, antes hacía referencia a nuestra condición inconclusa. Ahora, desconozco la razón, habla de la improvisación y pienso en los músicos de jazz.

Yo he puesto este ejemplo, sí, el de un músico de jazz que sabe improvisar porque conoce las escalas y las armonías. Keith Jarrett lo ilustra muy bien. De hecho, a mis estudiantes les cuento que tienen que hacer lo mismo que Keith Jarrett: improvisar sin manual de instrucciones. Él explora.

En esta exploración, pero buscamos el sentido, y por ello, empalabramos el mundo. Pero no todos los relatos son iguales. ¿Cuáles son los relatos peligrosos?

Los relatos que eliminan la ambigüedad, que defienden las ideas claras y distintas. En la existencia humana hay inicio, pero no hay ni origen; nacemos en una historia, en un relato que otros han iniciado, heredamos una gramática, un conjunto de signos, de símbolos, de gestos y de normas… y tenemos que aprender a vivir en este escenario en el que las relaciones con los demás (humanos y no humanos) resultan inesquivables. Un relato es peligroso cuando tiene la pretensión de explicarlo todo, cuando quiere tener la primera y la última palabra.

La aparición de Internet, de las redes, se decía que ofrecerían la oportunidad de una verdadera democracia participativa. Vemos que no es así. ¿Cree que hay relación entre el mundo tecnológico y el incremento de un populismo que insulta vía tweets?

Diría que sí, pero tengo que reconocer que no es un tema que tenga bastante elaborado. Debería pensar en ello más.

En todo caso, parece que vivimos en una sociedad de individuos atomizados. En este sentido, el otro supone un reto y las relaciones entre las personas son complejas. Ahora bien, ¿cree que sustituimos la comprensión de las relaciones con el otro por la moral del grupo?

Siempre he dicho y he escrito que la moral es inesquivable por los seres finitos. La moral radica en la gramática que hemos heredado. No podemos existir sin moral. Pero tampoco podemos existir sólo con moral. Los seres finitos también vivimos en zonas oscuras, por lo que la incertidumbre es inesquivable. Es lo que llamo zona oscura de la moral. Y esto es la ética. La educación no puede darse sin estas zonas oscuras, no se puede educar sin ética, sin incertidumbre, sin vergüenza, sin mala conciencia.

Al inicio de esta entrevista hemos hablado de cómo la pandemia ha puesto de manifiesto nuestra fragilidad. Pero también la pandemia está comportando pérdida. Usted ha trabajado sobre este tema. Una última pregunta. ¿Cómo podemos gestionar el duelo de los seres queridos?

Cada uno debe ver cómo gestiona su duelo. Recomiendo leer algunos libros sobre esto. Si me pides que recomiende sólo uno, este sería La muerte de Iván Ilich, de León Tolstoi. Es un libro que releo a menudo. Es una obra espectacular, como todos los clásicos. Homero, los trágicos griegos, la Biblia, Shakespeare, Cervantes, Montaigne, Flaubert, Dostoievski, Freud, Kafka, Virginia Woolf, Joyce, Proust, Rilke, Beckett… Esto es lo que recomiendo, porque son ellos, y sus libros venerables, los que nos muestran que la vida es incierta y que no hay píldoras que nos digan lo que tenemos que hacer ni cuál es el camino correcto.

Fuente e Imagen: https://eldiariodelaeducacion.com/2021/07/30/joan-carles-melich-la-palabra-educacion-tiene-que-ver-con-una-relacion-existencial-y-para-que-esta-se-de-debe-haber-cara-a-cara-el-rostro-la-piel-el-olor/

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Disparen contra el lenguaje

Por: Sandra Russo

En 1954, George Orwell escribió el artículo al que no paro de volver, porque más allá de su descripción de lo que él veía como la decadencia del idioma inglés, contenía un concepto madre, una idea fuerza para comprender un poco más tanto su época como ésta (ya entonces él como varios otros previeron la tendencia a la vigilancia permanente a través de dispositivos que serían consumidos como puentes a “la libertad”: así imaginó su Gran Hermano). Esa idea fuerza es simple, y es la siguiente: toda decadencia cultural tiene una base económica, y lo primero sobre lo que se lanza el poder cuando está en plan de conquista es sobre el lenguaje.

Cierta actualización de la mirada de Orwell nos mostraría hoy cómo no una lengua, sino un conjunto de lenguas al mismo tiempo, son permanentemente fumigadas por el veneno degenerador del poder neoliberal en su caída, ya carcomido por la ideología del sinsentido, que enmascara el fetichismo del dinero. Para lograr una verdadera colonización masiva, el poder del dinero y sus operadores han descubierto que, ya con los medios concentrados como sus adelantados, el objetivo hoy no es la desinformación, porque ése es objetivo cumplido, sino la incomunicación.

¿Pero cómo lograr semejante operación simbólica, para lograr sus verdaderos fines, que son materiales? Enloqueciendo el lenguaje a nivel global, e intentando en ese mismo movimiento varias cosas: el borramiento entre lo real y lo ficcional, el potenciamiento de la negación al dolor y la fobia al otro, la exacerbación narcisista, porque una comunicación rota deja a cada uno solo. Y con todo esto: esfumando la razón de ser de la política.

Muchos nos reímos cuando vimos el video de la conductora de un canal de cable creer que William Shakespeare acababa de morir, o leyendo los tuits de una diputada que confundía la avenida Córdoba con su provincia del mismo nombre. Pero muchos no se habrán reído porque nunca en su vida escucharon hablar de un tal Shakespeare, como la conductora, o porque aunque lean desmentidas explicaciones no comprenden lo que leen. Nuestras sociedades han involucionado culturalmente en una medida difícil de precisar. Cuando el presidente de un país no podía distinguir que el Día de la Independencia no era el Día de la Bandera, o cuando uno de sus funcionarios se jactaba de que “algo chiquito pero lindo” que habían hecho era borrar a los héroes nacionales de los billetes, no estaban solamente siendo cínicos o ignorantes: estaban llevando a cabo una operación cultural regresiva de grandes proporciones. No lo planificaron: es una inercia. El exhibicionismo de la ignorancia es un subproducto de la destrucción del lenguaje.

En los procesos decadentes, hay algo de efecto dominó que no requiere conciencia sino inercia. No es que Macri finja ser una persona con grandes baches culturales: lo que está diciendo un hombre con mucho dinero y poder cuando exhibe su ignorancia es que la cultura no es necesaria ni un bien valorado en el reino del dinero.

En los panfletos que dejaron quienes pusieron la bomba en el local de La Cámpora de Bahía Blanca se leía línea tras línea la descomposición de la lengua, en tanto soporte del pensamiento. No era un texto regido por ninguna lógica, como exigiría un panfleto del viejo fascismo: “por los jueces puestos a dedo y la falta de justicia” o “por los políticos cínicos y corruptos” precedían a la queja por la ley del aborto y por la educación sexual. El mismo sinsentido del cartel de un manifestante del Obelisco: a “Terminemos con la tiranía” le seguía “Basta de anarquía”.

¿Qué discusión se podría dar con gente que se expresa de esa forma? Hablan un nuevo lenguaje, el que han forjado las noticias falsas, el lawfare, los que desde las pantallas hacen acción psicológica o terrorismo sanitario: no es castellano. Es un lenguaje sin sentido que replica palabras pero son a su vez significantes de significados impuestos por el cocoliche del sinsentido.

Hace poco leía que las plantas se comunican entre ellas en tres niveles de lenguaje y dos maneras: a través de moléculas que liberan a la atmósfera y a través de impulsos eléctricos que envían sus raíces. Stefano Mancuso, neurobiólogo vegetal de la Universidad de Florencia, concluía que las plantas nunca dejan en enviar mensajes sobre posibles obstáculos a otras plantas, aunque no sean de su misma especie. Por eso están aquí hace 5 millones de años, y por eso los “sapiens”, que aparecimos hace menos de medio millón de años, estamos preocupados por nuestra propia y posible extinción. Nuestro cerebro, decía Mancuso, no es, desde el punto de vista evolutivo, una ventaja sino un inconveniente.

Nuestros lenguajes están rotos. Hay que repararlos o inventar otros nuevos.

 

Fuente e imagen: https://www.pagina12.com.ar/346162-disparen-contra-el-lenguaje

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Libro (PDF): Espacio y poder : el espacio en la reflexión de Michel Foucault

Reseña: CLACSO

Foucault es, sin duda, el filósofo del siglo XX que trae nuevamente a la reflexión el espacio, continuando la preocupación -tal como lo hace explícito- de ciertos historiadores que, como Marc Bloch y Braudel, realizaron la historia de los espacios rurales o marítimos. Foucault mostrará que no es suficiente decir que el espacio predetermina una historia, al tiempo que la refunda y que esa historia se sedimenta en él, sino que será necesario estudiar en detalle el anclaje espacial en tanto forma económico-política.

 

Autor/a:                               García Canal, María Inés
Editorial/Editor: Universidad Autónoma Metropolitana, DCSH/UAM-X, Unidad Xochimilco
Año de publicación:  2006

 

País (es): México
Idioma: Español
ISBN : 970-31-0552-1
Descarga:   Libro (PDF): Espacio y poder : el espacio en la reflexión de Michel Foucault
Fuente e imagen:

http://biblioteca.clacso.edu.ar/
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Gran parte de las habilidades relacionadas con el lenguaje son innatas

La codificación neuronal de un recién nacido en cuanto a la comprensión de los sonidos del habla es comparable a las habilidades de los adultos después de tres años de estar expuestos al lenguaje. Las diferencias surgen en sonidos específicos, como los que identifican a las vocales.

Un nuevo estudio realizado por investigadores del Instituto de Neurociencias de la Universidad de Barcelona (UBNeuro) y del Instituto de Investigación Sant Joan de Déu (IRSJD) concluye que una parte importante de las habilidades cognitivas que posibilitan el lenguaje tienen un carácter innato. Ha descubierto que los recién nacidos poseen una codificación neuronal parecida a la de un adulto entrenado en el habla, con relación a la comprensión de los sonidos, aunque necesitan adquirir más capacidades para diferenciar ciertas expresiones, como por ejemplo cada una de las vocales.

Las diferencias aparecen en cuanto a los sonidos «finos»: la percepción de las estructuras que permitan distinguir, por ejemplo, el sonido de las distintas vocales requiere de una cierta exposición al lenguaje, así como estimulación y tiempo para desarrollarse. Según un comunicado, los resultados de la investigación permitirán a los especialistas contar con más herramientas para una detección temprana de las alteraciones del lenguaje.

Para alcanzar estas importantes conclusiones, que fueron publicadas en un artículo de la revista Scientific Reports, los especialistas analizaron electroencefalogramas de bebés buscando la denominada respuesta de seguimiento de frecuencia. Esta señal cerebral marca la codificación neuronal relativa a la comprensión de las frecuencias básicas de los sonidos del habla, como por ejemplo el tono de voz. Al mismo tiempo, muestra las reacciones frente a sonidos más específicos, como puede ser la diferencia entre las vocales.

Un enfoque diferente

En el caso de la lengua española, las inflexiones y el tono de voz marcan características importantes como el reconocimiento de los sonidos básicos del lenguaje o los aspectos emocionales de la comunicación. Sin embargo, no son tan trascendentes para diferenciar algunas expresiones específicas de otras, cuando por ejemplo ciertos detalles permiten distinguir la sonoridad de las letras y vocales. Esto se debe a que la lengua española es no tonal, a diferencia de aquello que sucede en otras lenguas tonales, como por ejemplo el mandarín.

De esta forma, para poder apreciar correctamente los registros neuronales de los bebés en el marco de la investigación, los científicos necesitaban un instrumento que pudiera tener en cuenta los mencionados detalles «finos» del sonido junto al tono y su inflexión. Las investigaciones previas se habían centrado únicamente en este último aspecto al momento de analizar la respuesta de seguimiento de frecuencia en los electroencefalogramas de los bebés.

En el nuevo estudio, los investigadores españoles cambiaron la ecuación: aplicaron un sonido guía con una variación ascendente en el tono de la voz y dos vocales diferentes. Con este nuevo instrumento, lograron evaluar con máxima precisión la codificación neuronal de las características del sonido en todo su espectro, tanto en el tono como en los detalles más específicos que evidencian las diferencias entre las expresiones. A partir de este avance, obtuvieron nueva información desde el seguimiento de frecuencia en los electroencefalogramas.

Cambios en el tiempo

Junto a las conclusiones ya indicadas sobre las habilidades cognitivas del lenguaje en los recién nacidos, la investigación continuará ahora con el análisis de la respuesta al lenguaje a lo largo del tiempo. Enfocándose en los 34 bebés que participaron del estudio, con sesiones de entre veinte y treinta minutos efectuadas en un ámbito hospitalario, los científicos intentarán determinar si las codificaciones neuronales observadas tienen posteriormente algún tipo de correlato en déficits del lenguaje en la etapa infantil. Los nuevos datos serán vitales para hallar herramientas de prevención de este tipo de trastornos.

Referencia

Neural encoding of voice pitch and formant structure at birth as revealed by frequency-following responses. Arenillas-Alcón, S., Costa-Faidella, J., Ribas-Prats, T. et al. Scientific Reports (2021).DOI:https://doi.org/10.1038/s41598-021-85799-x

Fuente: https://tendencias21.levante-emv.com/gran-parte-de-las-habilidades-relacionadas-con-el-lenguaje-son-innatas.html

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¿Nuestra forma de hablar es discriminatoria? El lenguaje inclusivo como mecanismo para la restauración de nuestro sistema educativo

Por: Paola Villafuerte

El proceso de reeducación necesario para transformar nuestra manera de comunicarnos generaría herramientas imprescindibles para la construcción de aulas e instituciones inclusivas.

Nuestras sociedades son estructuras vivas que se mueven y funcionan a través de la diversidad de quienes la componen: las personas. Esta diversidad existe en factores como nuestro origen, nacionalidad, género, color de piel, sexualidad y opiniones. Es únicamente desde la configuración de mecanismos reflejantes de estos ejes que se le abre espacio a visualizar la pluralidad que nos sitúa como personas en el mundo; uno de estos mecanismos fundamentales es el lenguaje.

Las relaciones sociales encuentran su lugar de representación justo en un sistema que comparte su complejidad y cambios constantes. En este sentido, la lengua puede reflejar agentes positivos, como la diversidad, pero entonces también es capaz de reflejar la discriminación y segregación aún latentes en nuestros espacios.

La guía del uso del lenguaje inclusivo, realizada por el Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia de la Ciudad de México, DIF CDMX, explica que es a partir de nuestro sistema de comunicación que  “aprendemos a nombrar el mundo en función de los valores construidos en la sociedad, […] y dependiendo de cómo se use puede dignificar, denostar o invisibilizar, generando prejuicios, estigmas y estereotipos”. Entonces, la resignificación de una herramienta tan poderosa –y peligrosa– como la lengua, “conlleva una transformación en la construcción social de los conceptos y en la generalización de una cultura de trato igualitario”.

Este proceso se plantea desde la validación de una comunicación inclusiva, pero un acercamiento a esta alternativa tan necesaria requiere primero la identificación de aquellos usos del lenguaje que perpetúan conductas dañinas.

Entonces, ¿nuestra forma de hablar es discriminatoria?

Como mencionamos, la lengua es una estructura que refleja las características de quienes la usan, por lo tanto, es un ente vivo, sujeto a un contexto social, político, geográfico y generacional. Al adecuarse a las necesidades de sus hablantes, su uso es consecuentemente también herramienta de aplicación en ciertos ejercicios de poder que son todavía visibles en nuestra sociedad.

Cuando la representación de todas las personas se realiza a través del nombramiento de una sola parte de la población, se valida la existencia de una figura jerarquizada. Esta termina por permear la manera en la que decidimos conducirnos hacia las personas. Si desde las bases del aprendizaje se excluye la pluralidad de nuestra sociedad, entonces existe un problema. Andrea Lagneaux, en su trabajo, lenguaje inclusivo en las aulas: problematización, disputas e inclusión, cita a Paulo Freire quien mencionaba: ”Si todas las personas aquí reunidas fueran mujeres pero apareciera un solo hombre, yo debería decir «todos ustedes» y no, «todas ustedes». Esto, que parece una cuestión de gramática, obviamente no lo es. Es ideología”.

La propuesta de un uso de la lengua que legitime la existencia de todas las personas que conforman nuestros espacios, incomoda justo porque cuestiona estructuras que parecían no-cuestionables. Lo cierto es que se debe validar su existencia; el lenguaje inclusivo está siendo utilizado y se ha introducido no sólo la conversación habitual, sino también al discurso en la academia. Es en el contexto de una Latinoamérica actual que las redes sociales testifican una reforma transversal en nuestro “paradigma sociopolítico, económico y cultural”, como explica Lagneaux, y estos cambios salen a la superficie también en cómo los hablantes deciden manejar el lenguaje.

La lengua como postura política

Los textos se conectan a la sociedad por medio de la ideología que el autor o autora deposita en ellos, es decir, son construcciones que expresan subjetividades, formas de ver el mundo; que poseen a su vez, su propio contexto socioeconómico y cultural determinado.  “Así mismo todo contexto incide en las realidades, experiencias de vida y representaciones sociales que poseen lxs autores”, dice Andrea Lagneaux. Es en este sentido que el lenguaje es portador de dispositivos de poder, y aquellos que poseen este mismo poder no se enfrentan al inconveniente de percibirse invisibles.

El desconocimiento de la existencia de este poder “lleva a reproducir un discurso que configura la realidad desde una sola mirada, marginando la posibilidad -en este caso- de cuestionar la masculinización del lenguaje”, como Silvia Castillo y Simona Mayo afirman en su artículo. Decidir activamente reformular nuestro discurso en un intento por abogar en pro de la representación de las minorías, es indiscutiblemente una postura política.

Aclaremos que el lenguaje no es la realidad, sino que la representa –y configura–. Colocar una interrupción consciente de preceptos perjudiciales que podrían llegar a infiltrarse en esta representación, se plantea como el objetivo del lenguaje inclusivo. Y en “su uso está implicada la identidad de las personas”, mencionan Castillo y Mayo.

El estigma hacia el lenguaje inclusivo

Uno de los estigmas relacionados a esta propuesta, es la impresión de una degradación en el lenguaje. Esta noción parte de entender que tales reformas en la manera que nos comunicamos atentan contra la belleza y naturaleza de nuestro idioma; en este juicio, la lengua se percibe como una estructura ajena y rígida hacia nuestros cambios socioculturales. Aplicar restricciones como estas, contradice los claros movimientos que cualquier lengua –entendida como un fenómeno– debe atravesar para mantenerse práctica y congruente a su contexto.

La lengua es una estructura que refleja las características de quienes la usan, por lo tanto, es un ente vivo, sujeto a un contexto social, político, geográfico y generacional.

Nuestro lenguaje está conectado y es inevitablemente “sensible a cambios extralingüísticos”. Intentar realizar las funciones comunicativas de ahora utilizando, por ejemplo, el castellano del Medioevo resultaría bastante problemático y hasta obstaculizante. A través del fenómeno de la lengua podemos visualizar de una forma más clara los procesos sociales que fueron los catalizadores de nuevas reformas en su estructura.

Además de esta concepción, surgen otros cuestionamientos desde la observación lingüística en una postura disidente. Al entender la función de la lengua sólo como un medio comunicativo, se cuestiona si realmente posee tintes ideológicos por su cuenta. Desde esta percepción, los sesgos no son inherentes al lenguaje, y este “no se concibe como un espacio de disputa de derechos sociales”. Aquí se esperaría que una vez la realidad sea distinta, el contexto por su cuenta pueda cambiar el significado de las palabras sin alterar su estructura.

Sin embargo, la naturaleza de la lengua no reside sólo como una herramienta, puesto que este “hace pensamiento, se piensa cuando se habla y, al mismo tiempo, representa y construye realidad. Es el sentido y medio central mediante el cual entendemos el mundo y construimos la cultura”, afirman Castillo y Mayo. Por lo tanto, otorgarle al lenguaje un oficio tan aislado de nuestros procesos sociales, termina por fosilizarlo.

Asimismo, se cuestiona la propuesta de desdoblamiento en el habla. En esta se explica que, en lugar de referirnos a un cuerpo estudiantil con un genérico masculino como «los estudiantes», mencionemos a «las y los estudiantes» en una práctica para validar a la otredad. El cuestionamiento a esta elección, sostiene que existe una confusión “entre el género –plano gramatical- y el sexo, perteneciente a la realidad”, como María Márquez Guerrero, explica en su destacado artículo: Bases epistemológicas del debate sobre el sexismo lingüístico.

El lenguaje es portador de dispositivos de poder, y aquellos que lo poseen no se enfrentan al inconveniente de percibirse invisibles.

Entonces, bajo este argumento se sugiere que el género masculinizado del plano gramatical tiene funciones únicamente clasificadoras, y no posee conexión alguna con nuestro contexto social (igualmente masculinizado). Además, se afirma que este desdoblamiento se antepone a la Máxima de Cantidad de Grice, principio lingüístico que explica que no es necesario otorgar más información de la necesaria en un proceso comunicativo.

No obstante, tanto el sistema como su estructura no pueden ser indiferentes al espacio donde se desempeñan. A este aspecto se le une que la existencia del masculino como genérico posee un factor de ambigüedad imposible de ignorar. Como Márquez Guerrero comenta, en el momento de la historia donde aquellos considerados ciudadanos eran únicamente los varones blancos, la palabra predilecta para dirigirse a ellos era «hombres». Una vez la participación de la mujer en la vida pública es validada, esta palabra realiza lo conocido como “salto semántico”, y entonces se le comienza a atribuir un valor genérico. Es decir, a partir de ahí, «hombres» comienza a hacer referencia a todas y todos.

Sin embargo, aún la palabra «hombres» podría ejercer la función de hacer un nombramiento exclusivo de varones. “Cuando se habla de «los hombres», los varones siempre tienen certeza de estar incluidos, como colectivo masculino o como universal humano al que así representan”, dice Lagneaux.

A partir de esta ambigüedad, Márquez Guerrero explica que “se identifica a la especie humana con el conjunto de los varones y, como consecuencia, se da como algo natural la ausencia de mujeres”. En este uso, se vuelve irrelevante siquiera mencionar la distinción entre el uso de «hombres» con un valor genérico o específico, puesto que se convierte “al varón en paradigma, centro y medida de todas las cosas”.

El proceso para extraer esta facultad del masculino genérico para nombrarlo todo, es como cualquier otro, paulatino. Pero mientras sucede, las minorías tienen derecho a utilizar recursos que les permitan verse presentes dentro de la lengua que utilizan, incluso si estos recursos atentan contra las máximas de cantidad. Esta importancia resalta sobre la necesidad de una economía del lenguaje.

Es trascendental igualmente, cuestionarnos acerca del papel que fungen instituciones como la Real Academia Española (RAE). Recordemos que quienes son dueños de la lengua, son únicamente las personas, por lo tanto, ni los diccionarios, ni las academias, rigen o estipulan reglas para su uso. Su trabajo radica en analizar los cambios en este sistema y las elecciones de uso que facilitan el proceso comunicativo. Y como cualquier otra institución también pueden tener posturas debatibles. Castillo y Mayo preguntan, “¿cómo nos sintonizamos con quienes poseen la regla, la norma, desde lo teórico; ¿cómo alinearse por ejemplo con la RAE si en 2017 definía al sexo débil como el conjunto de mujeres?”

“Cuando se habla de «los hombres», los varones siempre tienen certeza de estar incluidos, como colectivo masculino o como universal humano al que así representan”.

Ciertamente, el camino por recorrer hacia una equidad entre aquellos en posiciones privilegiadas y las minorías, no se acortará de manera inmediata por ciertos cambios en nuestra forma de hablar. Pero definitivamente sí contribuye a un debate en torno a sistemas necesitados de reformas a la par de los cambios que nuestra sociedad está viviendo.

Guía para un lenguaje inclusivo

A este proceso se han unido distintas entidades institucionales y gubernamentales para crear proyectos que fomenten un uso crítico de nuestro lenguaje. En marzo de 2019, por ejemplo, el Consejo de Europa aprobó un informe que detalla recomendaciones específicas para combatir el sexismo. El documento aborda cómo ciertas prácticas cotidianas contribuyen a perpetuar espacios inseguros para la mujer, tales como la producción sesgada de contenidos en redes sociales y publicidad.

Igualmente, en Barcelona, la Guía de Comunicación Inclusiva, ofrece herramientas cruciales para realizar transformaciones transversales en la forma en la que nos comunicamos. Este documento otorga información bastante relevante acerca de porqué utilizar el lenguaje inclusivo y lo que esto representa para las minorías. Se divide en estos temas: racismo, género y LGBTI, personas con discapacidad y salud mental. En cada una de las categorías se abordan concepciones erróneas y a partir de ahí plantean alternativas de comunicación. En general, se invita a abandonar formas de expresarnos que provienen desde el etnocentrismo, androcentrismo, colonialidad y sexismo. Algunos de los ejemplos otorgados son los siguientes:

Guía de Comunicación Inclusiva  del Ayuntamiento de Barcelona, España.

Guía de Comunicación Inclusiva del Ayuntamiento de Barcelona, España.

Guía de Comunicación Inclusiva  del Ayuntamiento de Barcelona, España.

Guía de Comunicación Inclusiva del Ayuntamiento de Barcelona, España.

Por otro lado, en nuestro país la diversidad étnico-racial constituye un fundamento esencial de nuestras sociedades. Sin embargo, según la Encuesta Nacional sobre Discriminación (ENADIS) 2017, “el 20.2 % de la población de 18 años y más declaró haber sido discriminada en el último año por alguna característica o condición personal”. Traer a discusión un cambio en nuestra manera de comunicarnos, es indudablemente una postura necesaria para hacer frente a estas cifras alarmantes.

La guía del uso del lenguaje inclusivo, realizada por el DIF CDMX, ofrece también ejemplos para modificar expresiones dañinas en un contexto donde el racismo aparece como problemática inadvertida:

Guia_lenguaje_inclusivo3.png

Lo que el lenguaje inclusivo significa para la educación

Para que la norma en las instituciones educativas sea desafiada, se requiere de un cambio transversal que atraviese el sistema docente y la currícula. Este reside no sólo en la integración de contenidos que aborden la equidad como cimiento del aprendizaje, sino de un uso del lenguaje subversivo.

Aquí se implica un proceso de reeducación constante no sólo en el alumnado, sino también en los directivos; “un esfuerzo por volver a aprender cómo nos dirigimos a mujeres y a hombres en la vida cotidiana”, como menciona el Manual de comunicación no sexista, del Instituto Nacional de las Mujeres. Los estudiantes pertenecientes a minorías, a grupos étnico-raciales diversos, de identidades u opiniones diferentes, tienen derecho a verse contenidos en el lenguaje que utilizan, y más aún en un contexto donde la propia representación es decisiva para un desarrollo integral del conocimiento.

La docencia tiene la obligación de plantear preguntas esenciales acerca de la normatividad desde la cual entendemos al mundo. Aún conociendo que las penalizaciones en puntuación dentro de contextos académicos rígidos son aún una práctica común, el desarrollo de esta herramienta es indiscutible. Un lenguaje que haga visible una carencia de inclusividad ofrece las herramientas justas para hacer del estudiantado una figura activa dentro de este proceso tan incómodo como necesario.

Fuente e imagen: https://observatorio.tec.mx/edu-news/guia-de-lenguaje-inclusivo

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