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Argumentos antidependentistas

Por: Claudio Katz

Las teorías de la dependencia afrontaron numerosas críticas de teóricos marxistas, que contrapusieron esa concepción con el pensamiento socialista.

El autor inglés que inauguró esas objeciones en los años 70 señaló que el capitalismo tendía a eliminar el subdesarrollo, mediante la industrialización de la periferia. Destacó que el dependentismo ignoraba ese proceso motorizado por el capital extranjero (Warren, 1980: 111-116, 139-143, 247-249).

En la década del 80 otro pensador británico estimó que el despegue del Sudeste Asiático refutaba la principal caracterización de la teoría de la dependencia (Harris, 1987: 31-69). Posteriormente varios intelectuales latinoamericanos expusieron ideas semejantes.

Algunos revisaron sus escritos anteriores, para realzar la expansión de la periferia bajo el timón de las empresas transnacionales (Cardoso, 2012: 31). Otros sustituyeron viejos cuestionamientos a la insuficiencia marxista de la teoría de la dependencia, por nuevas críticas a la ceguera frente el ímpetu del capitalismo (Castañeda, Morales: 33; Sebreli, 1992: 320-321).

Todos adscribieron al neoliberalismo y se distanciaron de la izquierda. Pero sus ideas influyeron en la nueva generación antidependentista.

REPLANTEO DEL MISMO ENFOQUE

Algunos críticos más recientes estiman que la dependencia es un término apropiado para designar situaciones de predominio tecnológico, comercial o financiero de los países más desarrollados. Pero consideran que la concepción en debate omitió el carácter contradictorio de la acumulación, pasó por alto la industrialización parcial del Tercer Mundo y expuso erróneas caracterizaciones estancacionistas (Astarita, 2010a: 37-41, 65-93).

De esas objeciones deducen la inconveniencia de indagar las leyes de la dependencia, con supuestos de capitalismo diferenciado para el centro y la periferia. Consideran más apropiado profundizar el estudio de la ley del valor, que elaborar una teoría específica de las economías atrasadas (Astarita, 2010a: 11, 74-75; 2010b).

Otros autores objetan el abandono de Marx por parte de Marini. Entienden que asignó una arbitraria capacidad al capital monopolista para manejar variables económicas y obstruir el desenvolvimiento latinoamericano (Kornblihtt, 2012). Algunos consideran, además, que el dependentismo desconoció la primacía del capitalismo mundial sobre los procesos nacionales (Iñigo Carrera, 2008: 1-4).

Estos cuestionamientos han aparecido en un marco político muy distinto al prevaleciente en los años 70 y 80. Los dardos ya no apuntan contra los defensores de la revolución cubana, sino contra los simpatizantes del curso radical liderado por el chavismo.

En este contexto reaparece el debate sobre el status internacional de los países latinoamericanos. Especialmente Argentina es vista por varios antidependentistas como una economía desarrollada.

Los críticos también retoman viejos rechazos al reemplazo de los antagonismos de clases por registros de explotación entre países. Acusan al dependentismo de promover modalidades de capitalismo benigno para la periferia (Dore; Weeks, 1979), impulsar procesos locales de acumulación (Harman, 2003) y favorecer alianzas con la burguesía nacional (Iñigo Carrera, 2008: 34-36).

Algunos subrayan que esa orientación conduce a un nacionalismo radicalizado que recrea falsas expectativas en la liberación nacional. Proponen adoptar planteos internacionalistas focalizados en la contradicción entre el capital y el trabajo (Astarita, 2010a: 99-100).

Estas visiones estiman que el dependentismo abandonó el rol prominente del proletariado a favor de otros agentes populares (Harris, 1987: 183-184, 200-202). Objetan la negación o desconsideración de la función histórica de la clase obrera (Iñigo Carrera, 2009: 19-20). Consideran que se diluye el carácter internacional del proyecto anticapitalista, retomando planteos autárquicos de construcción del socialismo en un sólo país (Astarita, 2010b).

Estos balances negativos de la teoría de la dependencia contrastan con las miradas convergentes que expusieron varios autores endogenistas y sistémicos. Los argumentos antidependentistas son contundentes: ¿pero tienen consistencia, validez y coherencia?

¿INTERDEPENDENCIA?

Las críticas iniciales apuntaron a minimizar los efectos del subdesarrollo que denunciaban los dependentistas. Señalaban que el capital foráneo remitía utilidades luego de generar una gran expansión y estimaban que el drenaje de recursos padecido por la periferia no era tan severo (Warren, 1980:111-116, 3-143).

Pero evitaban indagar por qué razón ese beneficio era considerablemente superior al vigente en las economías centrales. La teoría de la dependencia nunca negó la existencia de cursos de acumulación. Sólo resaltó las obstrucciones que introducían las inversiones extranjeras a los procesos integrados de industrialización.

Los objetores señalaron que las desigualdades sociales eran el costo requerido para movilizar la iniciativa empresarial en el debut del desarrollo. Consideraban que esa inequidad tendía a corregirse con la expansión de las clases medias (Warren, 1980:199, 211).

Pero esa presentación de capitales desembarcando en la periferia para favorecer a toda la población contrastaba con los hechos. El esperado derrame nunca traspasó el imaginario de los manuales neoclásicos.

El criticó inglés realzó, además, el incentivo aportado por la diferenciación social al despegue del sector primario, omitiendo la dramática expoliación campesina que impuso el agro-negocio. Justificó incluso la informalidad laboral repitiendo absurdos elogios a las “potencialidades empresarias” de los desamparados (Warren, 1980: 236-238, 211-224).

Esas afirmaciones sintonizaron con las teorías liberales, que ensalzaban un futuro de bienestar como resultado de la convergencia entre economías atrasadas y avanzadas. Con esa idealización del capitalismo repitieron todos los argumentos del mainstream contra el dependentismo.

Destacaron especialmente que esa corriente desconocía la influencia mutua generada por las nuevas relaciones de interdependencia, entre el centro y la periferia. (Warren, 1980: 156-170). Pero no aportaron ningún dato de mayor equidad en esas conexiones. Era evidente que la influencia ejercida por Haití sobre Estados Unidos, no tenía ningún reverso equivalente.

Una presentación reciente del mismo argumento afirma que la teoría de la dependencia sólo registra el status subordinado de los exportadores de insumos básicos, sin considerar las ataduras simétricas que padecen los productores de mercancías elaboradas (Iñigo Carrera, 2008: 29).

¿Pero un exportador de bananas juega en la misma división que su contraparte especializada en computadoras? La obsesión por realzar sólo las desigualdades que imperan entre el capital y el trabajo, conduce a imaginar que en cualquier otro ámbito rigen relaciones de reciprocidad.

COMPARACIONES SIMPLIFICADAS

Los críticos de la teoría de la dependencia afirmaron que la fuerte expansión de las economías subdesarrolladas del Sudeste Asiático, desmentía los pilares de esa concepción.

Pero Marini, Dos Santos o Bambirra nunca afirmaron que era imposible el acelerado crecimiento de ciertos países retrasados. Sólo destacaron que ese proceso introducía mayores desequilibrios que los afrontados por las economías avanzadas.

Con ese enfoque analizaron el debut manufacturero de Argentina, el despunte posterior de Brasil y la implantación ulterior de maquilas en México.

En esos tres casos remarcaron las contradicciones del desenvolvimiento fabril en la periferia. Lejos de descartar cualquier expansión, indagaron los anticipos latinoamericanos de lo ocurrido posteriormente en Oriente. El desenvolvimiento asiático no refutó los diagnósticos del dependentismo.

En abordajes más detallados, los críticos estimaron que Corea, Taiwán y Singapur demostraron la inviabilidad de modelos proteccionistas que generan despilfarro y encarecimiento de costos (Harris, 1987: 28, 190-192).

Pero tampoco este último resultado afectó a la teoría marxista de la dependencia. Al contrario, confirmó sus objeciones al desarrollismo de posguerra y al modelo de la CEPAL.

Esos cuestionamientos fueron expuestos subrayando impugnaciones de mayor envergadura al liberalismo, que varios antidependentistas omiten. Los partidarios de esta última vertiente ponderan las oleadas de liberalización, elogiando su impacto en Asia y cuestionando su desaprovechamiento por parte de las economías más cerradas (Harris, 1987: 192-194).

Olvidan que las posibilidades de mayor industrialización nunca estuvieron abiertas a todos los países, ni siguieron patrones de apertura comercial. El dependentismo intuyó ese escenario, al observar cómo la mundialización afectaba a las naciones periféricas con los mercados internos de cierta envergadura (América Latina) y apuntalaba a las localidades con mayor abundancia y baratura de la fuerza de trabajo (Asia).

Mientras que la visión dependentista explicó los cambios de las corrientes de inversión por la lógica objetiva de la acumulación, los críticos realzaron la apertura comercial, con mensajes muy afines al neoliberalismo.

El mismo razonamiento fue utilizado para ensalzar la prosperidad de ciertas economías tradicionalmente asentadas en la agro-minería. Afirmaron que Australia y Canadá demostraban cómo los exportadores de productos primarios podían ubicarse en espacios más próximos al centro que a la periferia (Warren, 1980: 143-152).

Pero nunca aclararon si esos países constituían la norma o la excepción de las economías especializadas en insumos básicos. La teoría marxista de la dependencia no intentó encajar la gran variedad de situaciones internacionales, en un simplificado envase de centro-periferia. Ofreció un esquema para explicar la perdurabilidad del subdesarrollo en el grueso de la superficie mundial, frente a enfoques pro-liberales que negaban esa fractura.

Si se reconoce esa brecha resulta posible avanzar en el análisis más específico de las estructuras semiperiféricas y los procesos políticos subimperiales, que explican el lugar de Canadá o Australia en el orden global.

Una visión dependentista actualizada permitiría clarificar esos posicionamientos, precisando los distintos planos de análisis del capitalismo global. Este sistema incluye desniveles económicos (desarrollo-subdesarrollo), jerarquías mundiales (centro-periferia) y polaridades políticas (dominación-dependencia). Con esa mirada se puede comprender el lugar ocupado por los países localizados en cinturones complementarios del centro.

A diferencia de críticos muy emparentados con el pensamiento neoclásico, los teóricos marxistas de la dependencia subrayaron que el capitalismo mundial recrea las desigualdades. No postularon el carácter invariable de esas asimetrías, ni concibieron un esquema de puros actores polares. Sugirieron la existencia de un complejo espectro de situaciones intermedias. Con esa mirada evitaron presentar cualquier ejemplo de desarrollo como un curso imitable con recetas de libre mercado.

¿ESTANCACIONISMO?

Algunos críticos más recientes coinciden con sus antecesores en estimar que la expansión del Sudeste Asiático propinó un severo golpe al dependentismo (Astarita, 2010a: 93-98). Pero olvidan que ese desenvolvimiento no afectó más a esa corriente, que a cualquier otra teoría de la época. El crecimiento de Corea y Taiwán generó la misma sorpresa que la posterior implosión de la URSS o la reciente irrupción de China.

Los objetores tampoco evalúan si la industrialización de las economías orientales inauguró un proceso que podría copiar el resto de la periferia. Sólo reafirman que el despunte oriental demostró el incumplimiento de los pronósticos dependentistas de estancamiento (Astarita, 2010b). Retoman una afirmación que ha sido frecuentemente expuesta como explicación del declive de ese enfoque (Blomstrom; Hettne, 1990: 204-205).

Pero la falla en cierta previsión no descalifica un razonamiento. A lo sumo indica insuficiencias en la evaluación de un contexto. Marx, Engels, Lenin, Trotsky o Luxemburg formularon muchos pronósticos fallidos.

El marxismo ofrece métodos de análisis y no recetas para develar el futuro. Permite diagnosticar escenarios con mayor consistencia que otras concepciones, pero no ilumina los sucesos del porvenir.

Los pronósticos permiten corregir observaciones a la luz de lo ocurrido y deben ser valorados en función de la consistencia general de un enfoque. Constituyen tan sólo un elemento de evaluación de cierta teoría.

El estancacionismo atribuido al dependentismo es un defecto de otro tipo. Implica caracterizaciones que desconocen la dinámica competitiva de un sistema gobernado por ciclos de expansión y contracción. Un congelamiento estructural de las fuerzas productivas es incompatible con las reglas del capitalismo.

Esa lógica fue desconocida por varios teóricos de la heterodoxia (Furtado) y por algunos pensadores influidos por las tesis del capital monopolista (el primer Gunder Frank). Ambas vertientes sostuvieron la existencia de un bloqueo permanente al crecimiento.

En cambio el marxismo dependentista estudió los límites y las contradicciones de la periferia en comparación al centro, sin identificar el subdesarrollo con la parálisis de la economía. Resaltó que Brasil o Argentina padecían desajustes diferentes y superiores a los vigentes en Francia o Estados Unidos.

La falsa acusación de estancacionismo contra Marini fue inicialmente difundida por Cardoso. Destacó la familiaridad de su contrincante con los economistas que Lenin criticaba por negar la posibilidad de un desenvolvimiento capitalista de Rusia (narodnikis).

Pero el propio objeto de estudio de Marini desmentía esa acusación, puesto que indagaba desequilibrios generados por la industrialización de Brasil. No evaluaba recesiones permanentes, sino tensiones derivadas de un significativo proceso de crecimiento.

La desacertada crítica al estancacionismo es a veces atemperada, con objeciones a la omisión del carácter contradictorio de la acumulación. En este caso se cuestiona el desconocimiento de mercados ampliados o productividades ascendentes ( Astarita, 2010a: 296).

Pero si Marini hubiera ignorado esa dinámica no habría podido estudiar los desajustes peculiares de las economías subdesarrolladas. Su aporte justamente radicó en sustituir genéricas evaluaciones del capitalismo por investigaciones específicas de los desequilibrios en esas regiones. Analizó en detalle el universo que sus críticos descalifican.

MONOPOLIOS Y LEY DEL VALOR

La caracterización de los monopolios es vista por los críticos como otro desacierto del dependentismo. Estiman que exageró la capacidad de las grandes firmas para afectar a las economías periféricas, manipulando la formación de los precios (Kornblihtt, 2012).

Pero Marini se mantuvo muy alejado de las influyentes teorías del capital monopolista de los años 60 y 70. Al igual que Dos Santos, indagó con mayor atención desequilibrios de la esfera productiva que desajustes en el ámbito financiero. Sus investigaciones estuvieron más centradas en las contradicciones de la acumulación, que en el manejo de los precios por parte de las grandes empresas.

Ciertamente tomó en cuenta cómo esas firmas acaparan plus-ganancias a escala global. Pero adoptó un enfoque emparentado con autores marxistas distanciados de las tesis monopolistas (como Mandel). A diferencia de muchos keynesianos de su época, no le asignó a las grandes compañías un poder discrecional para fijar los precios.

Marini mantuvo gran distancia con las visiones rudimentarias del monopolio y rechazó también la m istificación opuesta de la competencia. Esa fascinación salta a la vista en Warren o Harris, que ponderaron los méritos de la concurrencia con caracterizaciones muy próximas al abordaje neoclásico . Por esa idealización del capitalismo competitivo desconocieron la relevancia de la estratificación centro-periferia.

Otros críticos consideran que Marini se alejó de Marx al perder de vista la centralidad de la ley del valor. Proponen retomar ese concepto para clarificar las relaciones de dependencia (Astarita, 2010b).

Pero la problemática del subdesarrollo no se esclarece con ese tipo de investigaciones. Varios autores han destacado que los estudios a ese nivel de abstracción no facilitan la comprensión de la fractura global (Johnson, 1981).

Se necesitan mediaciones adicionales a las utilizadas en El Capital. En ese texto se analiza la explotación (tomo 1), la reproducción (tomo 2) o la crisis (tomo 3) del sistema. Marx esperaba abordar la estructura internacional (y probablemente las brechas en el desarrollo), en un trabajo que no llegó a elaborar (Chinchilla; Dietz, 1981).

Seguramente esa investigación habría ampliado el conocimiento de los desniveles mundiales en el periodo de formación del capitalismo. Pero conviene igualmente recordar que la dinámica centro-periferia presentaba en el siglo XIX características muy diferentes a las predominantes a fines de siglo XX.

Más que el “retorno a Marx” postulado por algunos analistas (Radice, 2009), la clarificación de ese problema exige retomar las reflexiones de los teóricos marxistas de la centuria pasada (Katz, 2016b, 2016c).

La ley del valor aporta un principio general de explicación de los precios y una teoría genérica del funcionamiento y la crisis del capitalismo. Ninguna de esas dimensiones alcanza para esclarecer la dinámica del subdesarrollo. Esa comprensión exige razonar en niveles más concretos (y a la vez consistentes), con los utilizados para capturar la lógica del valor.

EL SUBDESARROLLO COMO UN SIMPLE DATO

Algunos autores cuestionan las explicaciones del atraso centradas en la subordinación de la periferia. Sostienen que rige una causalidad inversa de situaciones de dependencia derivadas del subdesarrollo de esas economías (Figueroa, 1986:11-19, 55-56).

Esta interpretación presenta semejanzas con el razonamiento endogenista, que atribuía las desigualdades internacionales a contradicciones internas de cada país. Ese enfoque objetaba la primacía de causas externas en la explicación del retraso económico, resaltando el mayor impacto de los resabios oligárquicos o semifeudales. Entendía que las exacciones generadas por la dominación imperial eran menos determinantes que la persistencia de rémoras precapitalistas.

El planteo antidependentista es diferente. Rechaza la subsistencia de esos rasgos y subraya la vigencia de escenarios totalmente capitalistas. Por eso objeta tanto a los teóricos de la dependencia como del endogenismo tradicional.

Con esa mirada un exponente de esas críticas resalta los determinantes capitalistas internos del perfil que presenta cada país. También afirma que la inserción internacional de cualquier nación es un resultado de la forma en que accedió al mercado mundial (Astarita, 2010a: 296).

¿Pero cómo explica ese enfoque la fractura entre economías avanzadas y retrasadas? ¿Por qué razón esa brecha ha persistido en los últimos dos siglos?

Una respuesta destaca que en la división internacional del trabajo, las modalidades más productivas se concentran en las economías centrales y las más rudimentarias en la periferia (Figueroa, 1986:11-19, 55-56, 61).

Otra manera de exponer el mismo diagnóstico es la conocida descripción de especializaciones diferenciadas, en la provisión de alimentos o manufacturas por ambos tipos de países (Iñigo Carrera, 2008: 1-2,6-9).

Pero la constatación de ese contrapunto no clarifica el problema. Mientras que la interpretación dependentista atribuye el subdesarrollo a la transferencia de recursos y el endogenismo a la subsistencia de estructuras precapitalistas, la interpretación de los críticos brilla por su ausencia.

Esa visión parece aceptar que la fractura inicial fue causada por diversas peculiaridades históricas (feudalismo europeo, singularidades del agro inglés, transformaciones manufactureras europeas, atributos del estado absolutista, precocidad de ciertas revoluciones burguesas), pero no explica la persistencia contemporánea del atraso. Lo ocurrido en los siglos XVI-XIX no alcanza para esclarecer la realidad actual.

El antidependentismo carece incluso de las respuestas básicas que proponen los enfoques neoclásicos (obstrucción a los emprendedores) o heterodoxos (impericia de los estados). Sólo se limita a registrar que las economías avanzadas y relegadas difieren por su grado de desarrollo.

Esa obviedad no aclara las brechas cualitativas que rigen en el orden mundial. El contraste entre Estados Unidos y Japón no se equipara con el abismo que separa a ambos países de Honduras. El subdesarrollo distingue ambas situaciones.

Los críticos rechazan el papel jugado por los drenajes de valor de la periferia hacia el centro en la reproducción de ese atraso. Pero sin reconocer las variadas modalidades e intensidades de esas transferencias, no hay forma de explicar la estabilidad de las polarizaciones, bifurcaciones y jerarquías mundiales. La negación de esos flujos imposibilita cualquier interpretación.

CLASIFICACIONES Y EJEMPLOS

La mayoría de los críticos presenta al dependentismo como un bloque indistinto, omitiendo las enormes diferencias que separan a las vertientes marxistas y convencionales de ese enfoque.

Mientras que Cardoso observaba el subdesarrollo como una anomalía del capitalismo, Marini, Dos Santos y Bambirra caracterizaron el mismo rasgo como una característica de ese sistema.

Algunos objetores reconocen esas divergencias y registran la inexistencia de una escuela común. Pero luego de señalar esas diferencias unifican a los autores distinguidos, cómo si conformaran un grupo de exponentes más o menos radicales de la misma tesis (Astarita, 2010a: 37-41, 17-63).

La mayor confusión es introducida en la evaluación de Cardoso y Marini. El ex presidente es presentado como un teórico más abierto que el autor de Dialéctica de la dependencia. Se pondera su metodología, cuestionando sólo los pilares weberianos de ese abordaje o la jerarquización de las relaciones políticas, en desmedro del análisis económico (Astarita, 2010a: 65-82).

Pero no se aclara cuál fue el aporte de Cardoso antes de su viraje neoliberal. Tampoco se reconoce la contribución de Marini al entendimiento de la relación centro periferia. Especialmente se olvida que la hostilidad y afinidad de ambos pensadores hacia el socialismo revolucionario no fue ajena a esos contrapuestos resultados. El desconocimiento de ese contraste por parte de los críticos obstruye su balance de ambos teóricos.

Marini aportó conceptos (como el ciclo dependiente) para comprender la continuada reproducción de las brechas mundiales. Ese logro fue acertadamente percibido en los años 80 por un importante analista (Edelstein, 1981). Resaltó el mérito de captar las razones que impidieron a América Latina repetir el desenvolvimiento de Europa o Estados Unidos. Subrayó también que la lógica de la dependencia ofrece una respuesta coherente de esa limitación.

Ese enfoque brindó, además, un gran soporte a numerosos estudios nacionales y regionales de subdesarrollo. La desvalorización de esa contribución conduce a muchas caracterizaciones fallidas de los críticos.

Al indagar, por ejemplo, el recurrente fracaso de los intentos de industrialización de las economías petroleras (Arabia Saudita, Irán, Argelia, Venezuela) un autor antidependentista remarca la gravitación nociva del rentismo. Señala también el afianzamiento de burocracias ineficientes, la incapacidad para utilizar productivamente las divisas y la repetición de un patrón histórico de dilapidación (Astarita, 2013:1-11).

Pero ninguna de estas explicaciones endógenas alcanza para comprender la continuidad del subdesarrollo. La tesis dependentista destaca otro aspecto clave: la fragilidad estructural de las economías retrasadas por su inserción subordinada en la división internacional del trabajo. Ese sometimiento genera salidas de capitales superiores a los ingresos obtenidos con la exportación de crudo.

Las economías petroleras han padecido intercambios comerciales deficitarios, descapitalizaciones financieras y transferencias de fondos por remisión de utilidades o pagos de patentes. La fuga de capital y el endeudamiento agravaron esos desequilibrios propios de la dependencia. Lo que salta a la vista en cualquier estudio de esos países, no es registrado por los objetores de Marini.

¿ARGENTINA PAIS DESARROLLADO?

Un importante corolario del antidependentismo es la presentación de varios países latinoamericanos como naciones desarrolladas. Esa interpretación rige particularmente para el caso de Argentina.

Un exponente de esa visión cuestiona duramente a quiénes “se aferran dogmáticamente a la ideología de un país atrasado”, para no reconocer que ese país alcanzó el nivel de acumulación requerido por el capitalismo mundial (Iñigo Carrera, 2008: 32).

Pero el problema a resolver es el significado de esa expansión y esa ubicación internacional. Es una obviedad recordar que Argentina es un gran exportador de alimentos. Lo que se debe aclarar son las implicancias de ese rol.

Los críticos afirman que la elevada dimensión de la renta ganadera, cerealera o sojera determinó la incorporación del país al capitalismo mundial con un status de economía avanzada.

Pero la magnitud de una renta no es sinónimo de desenvolvimiento. Puede indicar situaciones opuestas de obstrucción al crecimiento sostenido. El desarrollo no se mide por la cuantía de un excedente exportable, sino por el grado de industrialización o los parámetros de desarrollo humano. Ninguno de estos guarismos ubica a la Argentina en el primer estamento de la jerarquía global.

La renta no define esa clasificación. Es un ingrediente económico clave de Canadá, Argentina y Bolivia, que convalida el nivel desarrollado del primero, intermedio del segundo y retrasado del tercero.

En toda la historia argentina se verificaron intensas pujas por la distribución de la renta, entre sus receptores del agronegocio y sus captores de la industria. Ese recurso operó como sostén indirecto de actividades industriales, que nunca lograron niveles de competitividad internacional o productividad auto-sustentable.

Ese resultado ilustra el funcionamiento de una economía retrasada, dependiente y afectada por crisis periódicas de gran alcance. Por eso los capitalistas eluden la inversión, resguardan sus fondos en el exterior y facilitan la apropiación financiera de la renta, en desmedro de su canalización productiva. Ese mecanismo retrata el carácter subdesarrollado de Argentina.

Los críticos observan este problema en forma invertida. Priorizan el análisis del sector más rentable y registran que la competitividad del agro es comparable al promedio vigente en Europa o Estados Unidos. Con esa evaluación concluyen situando a la Argentina en el pelotón de economías desarrolladas.

Pero el grado de desenvolvimiento de un país no se define por su rama más rentable. Utilizando ese criterio, Arabia Saudita y Chile quedarían ubicados en el top del ranking mundial por sus acervos de petróleo y cobre. El elevado lucro de un sector primario es habitualmente un indicador de atraso productivo. 

El status relegado de Argentina se verifica en el propio segmento agrario. Más allá de la controversia sobre la continuidad o reversión de los modelos extensivos con limitada utilización de capital por hectárea, es evidente la total dependencia de ese esquema de los insumos importados.

Esos componentes son provistos por empresas extranjeras, que refuerzan el predominio de un cultivo potenciado con siembra directa, transgénicos y agro-tóxicos. Esa atadura es un claro indicio de subdesarrollo (Anino; Mercatante: 2010: 1-7).

Algunos autores estiman que la economía argentina absorbe el grueso de su renta y genera afluencias de fondos del centro hacia la periferia, que desmienten la teoría de la dependencia (Kornblihtt, 2012).

Esta caracterización recrea las miradas que aparecieron en los años 70 con la irrupción de la OPEP. La captura de la renta petrolera por parte de las economías generadoras de ese excedente indujo a diagnosticar la extinción de la vieja subordinación de los exportadores primarios al centro.

Pero la experiencia demostró el carácter pasajero de esa coyuntura. A través de acreencias financieras y superávits comerciales, las economías avanzadas recuperaron esos ingresos.

Argentina también atravesó por transitorios periodos de gran absorción de su renta agroganadera, pero el status político dependiente acentuó la disipación de esa captura. Un país con mayores períodos de sometimiento que de autonomía en su acción internacional, tiene escasa capacidad para manejar sus excedentes.

Argentina se ubica muy lejos del retrato antidependentista. No es una economía desarrollada, no ocupa un lugar central en la división del trabajo y no desenvuelve estrategias de potencia dominante.

CUESTIONAMIENTOS POLÍTICOS

Los críticos cuestionan el alineamiento antiimperialista de los teóricos de la dependencia, identificando ese posicionamiento con el abandono de posturas anticapitalistas (Kornblihtt, 2012).

Pero no indican cuándo y cómo se produjo esa deserción. Ningún exponente marxista de esa tradición divorció la resistencia a los avasallamientos imperiales de sus cimientos capitalistas. Siempre aunaron ambos pilares.

Se acusa al dependentismo de sustituir el análisis de clase por enfoques centrados en la nación (Dore; Weeks, 1979). Esta actitud es asociada con erróneos postulados de explotación entre países (Iñigo Carrera, 2009: 27).

Pero ningún debate puede desenvolverse en esos términos. La explotación es ejercida por las clases dominantes sobre los asalariados de cualquier nación. Esa relación, no se extiende a los beneficios obtenidos por un país a costa de otro, en el mercado mundial. Cómo los teóricos marxistas de la dependencia nunca confundieron ambas dimensiones la objeción carece de sentido.

Es cierto que en la propaganda política antiimperialista, los adherentes de esa corriente utilizaron (a veces) términos confusos para denunciar saqueos de recursos naturales o hemorragias financieras. En estos casos recurrieron a denominaciones incorrectas para formular denuncias pertinentes. Pero el antidependentismo padece un inconveniente mayor. Sus desaciertos se ubican en el plano de los conceptos y no en la terminología.

Marini, Dos Santos y Bambirra siempre señalaron a los capitalistas como responsables de todas las modalidades de dominación. Nunca sostuvieron que las clases oprimidas de la periferia eran explotadas por sus pares del centro.

Esta caracterización sólo fue sugerida por autores próximos al tercermundismo (como Emmanuel), que retomaron viejas interpretaciones sobre el comportamiento complaciente de la aristocracia obrera frente a las acciones imperiales.

Los críticos también señalan que el dependentismo promovió el capitalismo nacional en la periferia, para apuntalar al capital privado nacional frente a las empresas extranjeras (Harris, 1987: 170-182). Consideran que observó a la burguesía nacional como un aliado natural en la batalla por el desarrollo (Iñigo Carrera, 2008: 34-36).

Pero esas metas eran auspiciadas por el nacionalismo conservador o los promotores del desarrollismo y no por el dependentismo. Bajo el impacto de la revolución cubana, esa corriente adoptó una nítida actitud de compromiso con el proyecto socialista.

Lo único cierto es que los teóricos marxistas de la dependencia reconocían la diferencia entre las clases dominantes de la periferia y sus equivalentes del centro. Rechazaban la identidad entre ambos segmentos que postuló un crítico de esa concepción (Figueroa, 1986: 80, 91, 203).

Marini, Dos Santos y Bambirra recordaban el lugar subordinado que ocupa la burguesía local en la división internacional del trabajo, señalando la consiguiente existencia de contradicciones y desequilibrios más acentuados. De esa caracterización deducían la vigencia de problemas nacionales irresueltos en América Latina y la consiguiente presencia de conflictos significativos con el imperialismo.

El dependentismo formuló críticas a la burguesía nacional desde posturas de izquierda contrapuestas al planteo de Cardoso o Warren. En esos exponentes liberales del antidependentismo, la verborragia contra el capitalismo nacional siempre tuvo una connotación reaccionaria.

Los críticos despotrican contra cualquier demanda de liberación nacional ignorando lo ocurrido en los últimos 100 años. Todas las revoluciones socialistas estuvieron conectadas en la periferia con reivindicaciones de soberanía. A partir de esa exigencia se procesó una dialéctica de radicalización, que desembocó en los cursos anticapitalistas que adoptaron las revoluciones de Yugoslavia, China o Vietnam. La victoria socialista en Cuba emergió también de la resistencia contra un dictador títere de Estados Unidos.

Los objetores olvidan que esas experiencias siguieron una ruta muy diferente a la prevista por el marxismo clásico. En lugar de asimilar las enseñanzas de esa mutación, proclaman su enojo con lo ocurrido y borran esas epopeyas de su diagnóstico del mundo.

Se podría pensar que la restauración del capitalismo en la URSS (o la mayor internacionalización de la economía) han alterado la estrecha conexión entre lucha nacional y social, que predominó en el siglo XX. Los antidependentistas no aclaran ese eventual basamento de sus opiniones.

Pero incluso en ese caso sería evidente que el Pentágono y la OTAN persisten como custodios del orden opresivo mundial. Basta observar la demolición de varios estados del Medio Oriente o la desintegración de África, para notar la centralidad de la acción imperial. Ningún proceso socialista puede concebirse desconociendo la prioridad de ese enemigo.

En lugar de reconocer esa amenaza, los críticos acusan al dependentismo de sustituir el análisis económico materialista por razonamientos superficiales, inspirados en conceptos imperiales de dominación (Iñigo Carrera, 2008: 29).

Desmerecen el registro de la realidad para enaltecer la reflexión abstracta, olvidando que la reproducción del capitalismo se sostiene en el uso de la fuerza. La simple acumulación de capital no alcanza para asegurar la continuada recreación del sistema. Se necesitan el soporte adicional de una estructura imperial.

El rechazo a reconocer la dimensión nacional de la lucha por transformaciones socialistas en la periferia, conduce al desconocimiento de las demandas populares. El ejemplo más reciente de esa ceguera es la impugnación de las movilizaciones contra la deuda externa.

Un objetor del dependentismo rechaza esa bandera denunciando la participación de las clases dominantes locales en la conformación de esa hipoteca. Señala que las campañas contra el endeudamiento diluyen la centralidad del antagonismo entre el capital y el trabajo (Astarita, 2010a: 110-111).

Pero no explican cuál es la contraposición entre ambos planos. El pago de la deuda afecta a trabajadores, que soportan recortes de sus salarios para saldar esos pasivos. Como se demostró en Argentina Venezuela Bolivia y Ecuador en los años 2000-2005, la resistencia a ese atropello desafía al propio sistema capitalista

Es cierto que las burguesías locales han sido cómplices del endeudamiento, pero las crisis desencadenadas por esa carga financiera corroen el funcionamiento del estado y socavan el ejercicio de su dominación. En ese contexto la deuda irrumpe como un eje de la resistencia antiimperialista.

Lo ocurrido en Grecia en 2015 ejemplifica ese conflicto. Los acreedores forzaron brutales sacrificios para cumplir con el pago de un pasivo, que ilustró las relaciones de dependencia con la Unión Europea. Los críticos ignoran los efectos explosivos de esa subordinación.

MARX, LENIN, LUXEMBURG

Para las vertientes liberales del antidependentismo, el retorno a Marx presupone reivindicar a un cultor del individualismo y de la disolución forzada de las sociedades no occidentales. El autor de El Capital es presentado como un defensor del imperio, que ensalzó la contribución inglesa a la superación del atraso de África y la India (Warren, 1980: 39-44, 27-30).

Pero Marx siempre se ubicó en un campo opuesto de denuncias del despojo colonial. Intuía el enorme contraste entre lo sustraído y lo aportado por los ocupantes de los países subdesarrollados. La sangría generada por la esclavitud en África o la masacre demográfica sufrida por los pueblos originarios de América, aportaban contundentes pruebas de ese balance.

En su análisis maduro sobre Irlanda, el teórico germano retrató la obstrucción británica a la industrialización de la periferia y reivindicó la resistencia popular a la corona (Katz, 2006a).

Esa postura es desconocida por quienes afirman que Marx ponderó el desarrollo introducido por los ferrocarriles ingleses en la India (Astarita 2010a: 83-90). Olvidan que esas inversiones afianzaron la subordinación primarizada del país y suscitaron un movimiento anticolonial, que fue apoyado por el revolucionario alemán.

La crítica antidependentista a cualquier modalidad de lucha contra esa opresión incluye severos cuestionamientos al empalme de las batallas por la emancipación nacional y social, que auspiciaba Lenin (Warren, 1980: 83-84, 98-109).

El líder bolchevique propiciaba ese ensamble en polémica con Luxemburg, que rechazaba toda forma de separatismo nacional, argumentando que afectaba el internacionalismo proletario y la primacía de los reclamos de clase (Luxemburg, 1977; 27-187) .

Lenin respondía ilustrando cómo el derecho a la autodeterminación reducía las tensiones entre los grupos oprimidos de distintas nacionalidades. Tomaba en cuenta la fraternidad lograda entre los trabajadores de Suecia y Noruega, luego de la separación pacífica de este último país.

El impulsor de los soviets defendía ese derecho sin aprobar necesariamente la secesión de los distintos países. El aval a cada propuesta dependía del carácter genuino, mayoritario o progresivo de esa reivindicación (Lenin 1974b: 26-90).

Es la misma distinción que en la actualidad puede establecerse entre los reclamos ficticios (kelpers de Malvinas), las balcanizaciones pro-imperiales (ex Yugoslavia) o los divorcios territoriales elitistas (norte de Italia, Flandes), con las exigencias nacionales legítimas (kurdos, palestinos, vascos).

El antidependentismo repite los errores de Luxemburg, al contraponer demandas nacionales y sociales como si fueran anhelos antagónicos. Sólo registra la centralidad de la explotación de los asalariados, sin notar que existen innumerables formas de opresión racial, religiosa, sexual o étnica. Todas inducen a resistencias que Lenin buscaba empalmar con la lucha proletaria.

Algunos autores afirman que el dirigente ruso promovió sólo la autodeterminación en el plano político, sin extenderla a la esfera económica. Reivindican esa aplicación limitada del concepto y rechazan cualquier parentesco con la batalla por la segunda independencia de América Latina. Consideran que esa propuesta contiene reclamos económicos inapropiados y nacionalistas (Astarita 2010a: 118, 293-296).

Pero Lenin nunca aceptó ese tipo de distinciones abstractas. Por eso objetaba cualquier razonamiento de la autodeterminación centrado en su viabilidad económica. En lugar de especular en torno a ese grado de factibilidad, convocaba a evaluar quién y cómo impulsaba el reclamo de soberanía, para distinguir exigencias válidas de usos pro imperiales de los sentimientos nacionales (Lenin 1974a: 99-120;1974b: 15-25).

La batalla por la segunda independencia encaja con esa postura del líder bolchevique. Retoma un objetivo regional de emancipación plena, que se frustró en el siglo XIX con la balcanización de América Latina.

Al registrar sólo el antagonismo entre el capital y el trabajo, el antidependentismo navega en un océano de internacionalismo abstracto. Por esa razón no logra percibir las diferencias básicas que oponen al nacionalismo progresivo y regresivo.

Lo que en el pasado contraponía a Mussolini o Teodoro Roosevelt con Sandino o Lumumba, en la actualidad separa a la derecha de Occidente (Trump, Le Pen, Farage) del antiimperialismo latinoamericano (Chávez-Maduro, Evo Morales). Lenin resaltaba esa distinción para delinear estrategias políticas, que son ignoradas por los críticos de la teoría de la dependencia.

PROLETARIADO MÍTICO

La principal acusación política del antidependentismo contra sus adversarios era el desconocimiento del rol protagónico de la clase obrera. Atribuían esa omisión a las influencias del tercermundismo o del lumpen-proletariado (Sender, 1980).

Pero esa caracterización no apuntaba a precisar los sujetos dirigentes de un proceso revolucionario, sino a definir caminos de modernización del capitalismo. La proximidad del socialismo era avizorada en estricta relación con el peso creciente de la clase obrera bajo el sistema actual. Por eso resaltaban la preeminencia del proletariado sobre otros actores populares (Harris, 1987:183-184, 200-202).

Con ese razonamiento suponían que la emancipación de los trabajadores emergería de un proceso opuesto de afianzamiento de la opresión burguesa. Cómo podrían liberarse los explotados de un sistema que consolida su sujeción era un misterio irresuelto.

Esa tesis remarcaba también el protagonismo de las economías desarrolladas -con mayores contingentes de asalariados- en la gestación del socialismo. De esa forma ignoraron que en el siglo XX las revoluciones se localizaron en las regiones afectadas por desequilibrios capitalistas más agudos.

En ese enfoque antidependentista el liderazgo proletario no implicaba promover cambios radicales. Al contrario, intentaba apuntalar un modelo de socialismo humanitario configurado a través de la acción parlamentaria. Estimaba que por esa vía Occidente volvería a ilustrar al resto del mundo el sendero de la civilización (Warren, 1980: 7, 24-27).

Esa visión repetía la mitología euro-céntrica forjada por la socialdemocracia alemana y los fabianos ingleses. Olvidaba hasta qué punto esa utopía fue desmentida por las virulentas guerras y depresiones del siglo XX. Con alusiones al comando del proletariado anticiparon el libreto socio-liberal de Felipe González y Tony Blair.

La preeminencia de la clase obrera fue particularmente enaltecida como antídoto a cualquier contaminación de antiimperialismo. Con ese fanatismo antinacionalista Warren se opuso a la lucha de los irlandeses del norte (católicos) contra la ocupación inglesa . Rechazó la unificación nacional de la isla y aprobó la postura de las corrientes protestantes leales a la monarquía británica (Proyect, 2008; Ferguson, 1999; Munck, 1981).

Esa actitud pro-imperialista coronó un imaginario de pureza proletaria, que otorgaba a los trabajadores localizados en las principales economías de Occidente, una función tutora del socialismo internacional.

Las tesis del invariable protagonismo obrero presentaron en los años 70 un cariz diferente en América Latina. Fueron promovidas por pensadores identificados en los ambientes militantes con la denominación de socialistas puros. Se oponían a cualquier estrategia que incluyera programas u organizaciones antiimperialistas y promovían procesos revolucionarios con dinámicas exclusivamente socialistas.

Ese enfoque bregaba por la recreación exacta del bolchevismo, en polémica con la estrategia por etapas del comunismo oficial y la extensión del modelo cubano, que propiciaba el marxismo dependentista.

El socialismo puro reivindicaba un esquema de soviets obreros contra las “deformaciones” introducidas por las revoluciones con preeminencia de campesinos (China, Vietnam) o clases medias radicalizadas (Cuba). Estimaba que esa sustitución del liderazgo proletario generaba los principales desaciertos contemporáneos del proyecto socialista.

Ese enfoque combinaba dogmatismo, miopía política y gran irritación con el curso de la historia. En lugar de registrar el papel revolucionario jugado por una amplia variedad de sujetos oprimidos, descalificaba las grandes transformaciones anticapitalistas por su desvío de una trayectoria sociológico-clasista presupuesta.

Suponía que una revolución carecía de atributos socialistas, si el lugar del proletariado era ocupado por otro segmento popular. Esta visión polemizaba con los defensores de la revolución cubana, en las tácticas y estrategias a seguir en los distintos países.

Esas caracterizaciones del proletariado latinoamericano -concebidas para afinar caminos de captura del poder- han desaparecido del debate actual. Persisten las críticas a las teorías que “rebajan” el papel del proletariado (Iñigo Carrera, 2009: 19-20), pero son expuestas en términos abstractos y sin ningún parentesco con experiencias reales.

Ya no aluden a acontecimientos políticos próximos. Navegan en universos fantasmagóricos carentes de anclaje en la acción de los trabajadores. Exponen ideas más conectadas con la deducción filosófica que con el razonamiento político.

Las críticas actuales están desligadas de los fundamentos postulados por el socialismo puro. No apuntan a demostrar la superioridad del proletariado frente a otros sectores oprimidos.

Al despegarse de ese pilar, los cuestionamientos carecen de relevancia para cualquier batalla por el socialismo. Esa pérdida de brújula vacía los argumentos de su vieja pretensión de apuntalar a las corrientes revolucionarias, en la disputa con el reformismo.

Un proceso análogo de evaporación del sentido de la crítica se verifica en las discusiones de la economía marxista, entre los intérpretes de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia y los teóricos del subconsumo. En los años 70 esa controversia suscitaba pasiones, entre quiénes percibían el debate como una expresión de la batalla entre revolucionarios y reformistas. Se suponía que la primera tesis conceptualizaba la incapacidad del capitalismo para otorgar mejoras y la segunda aportaba fundamentos para esa posibilidad.

En la actualidad ambas tesis brindan elementos para comprender la crisis, pero no expresan los contrastes políticos del pasado. Cualquier revisión de esa polémica debe ser situada en el nuevo contexto.

Lo mismo ocurre con las críticas a las omisiones de clase por parte de la teoría marxista de la dependencia. Esas objeciones ya no son formuladas en función de los viejos debates sobre el rol dirigente del proletariado en la revolución socialista. Por eso muchas controversias aletean en el vacío, sin ninguna dirección.

SOCIALISMO GLOBALISTA

La valoración de los intentos de socialismo del siglo XX es otro terreno de cuestionamiento al dependentismo marxista. Algunos piensan que ese proyecto estuvo condenado al fracaso desde su nacimiento. No sitúan la falla en el totalitarismo burocrático de la URSS, sino en la mera existencia de un modelo que intentó saltear etapas de maduración capitalista (Warren, 1980:116-117).

Otros pensadores atribuyen el mismo resultado a la preeminencia de objetivos de liberación nacional, en desmedro de las metas socialistas. Estiman que esas carencias quedarán superadas en un futuro socialista precedido por la expansión global del capitalismo. Observan la globalización neoliberal como un promisorio anticipo de ese porvenir y ponderan el entrelazamiento internacional de las clases dominantes (Harris, 1987: 185-200).

Esa mirada identifica el curso actual con procesos crecientemente homogéneos. Suponen que las jerarquías globales se disolverán, facilitando la introducción internacional directa del socialismo.

Este diagnóstico explica la hostilidad hacia la teoría marxista de la dependencia, que subrayaba la preeminencia de tendencias opuestas hacia la polarización mundial del capitalismo.

La presentación de la globalización como un prólogo del socialismo universal asombra por su grado de fantasía. Es evidente que la mundialización neoliberal es el intento más reaccionario de preservación del capitalismo de las últimas décadas. Es ridículo suponer que las inequidades tenderán a desaparecer, bajo un modelo que genera monumentales fracturas sociales a escala mundial.

Warren y Harris invirtieron el sentido básico del marxismo. Transformaron una concepción crítica del capitalismo en su opuesto. Convocaron a la mesura en las denuncias del capitalismo, olvidando que ese cuestionamiento es el cimiento básico de cualquier proyecto socialista.

Su insólito modelo de socialismo globalista ha desaparecido del mapa político. Pero los principios de su enfoque perviven en el antidependentismo actual. Al descartar el componente nacional de la lucha en la periferia, ignorar la progresividad de las conquistas soberanas y desconocer las mediaciones antiimperialistas, esa vertiente supone trayectorias anticapitalistas equivalentes en todos los países.

Mientras que el marxismo dependentista concebía distintos eslabones intermedios para la estrategia socialista, sus críticos sólo ofrecen esperanzas de irrupción repentina de ese sistema a escala mundial.

Ese supuesto de mágica simultaneidad está implícito en la ausencia de programas específicos para una transición al socialismo en América Latina. Desechan estos caminos estimando que la desconexión del mercado mundial, recrea ilusorias variantes del socialismo en un solo país (Astarita, 2010b).

No perciben que esa estrategia fue elaborada para promover una secuencia combinada de superación del subdesarrollo y avances hacia la igualdad social.

Esa expectativa se apoyó durante varias décadas en experiencias reales. No fantaseó con mágicas irrupciones del socialismo en todos los países, a través de contagios inmediatos o apariciones simultáneas. Tampoco esperaba padrinazgos occidentales o desenlaces planetarios dirimidos en un sólo round.

Es cierto que el socialismo no puede construirse en un sólo país. Pero esa limitación no implica renunciar al inicio de ese proceso, en el marco imperante en cada circunstancia. Si se desconoce ese basamento nacional y se concibe al socialismo como un ultimátum (en todas partes y ahora o nada), no hay espacio para desenvolver estrategias políticas factibles.

Los exóticos modelos de socialismo global se inspiraron también en vertientes objetivistas del marxismo. Razonaban en términos positivistas, idolatrando un patrón de evolución identificado con el avance de las fuerzas productivas. Ese criterio indujo a los críticos iniciales del dependentismo a reivindicar la expansión del capitalismo y a objetar cualquier freno de esa pujanza.

Imaginaban un proceso ascendente de maduración bajo el liderazgo de segmentos civilizados de la clase obrera. Con ese razonamiento actualizaban el positivismo gradualista de Kautsky-Plejanov, en una novedosa variante del menchevismo global.

También los socialistas puros concibieron un esquema de cursos progresivos, en función de la incidencia de cada proceso sobre el desarrollo de las fuerzas productivas. Aprobaron lo que apuntalaba y criticaron lo que obstruía ese desenvolvimiento, jerarquizando la esfera abstracta de la economía en desmedro de la lucha popular.

Los continuadores de esa mirada no logran formular reflexiones constructivas sobre el proyecto socialista. Se limitan a exponer críticas sin plantear respuestas positivas a los problemas en debate. Por eso eluden cualquier sugerencia de alternativas a las teorías cuestionadas.

Con esa sucesión de rechazos obstruyen la continuidad de los fructíferos caminos abiertos por el dependentismo de los años 70. Ese curso contiene muchas áreas de estimulante investigación. En nuestro próximo texto estudiaremos uno de esos senderos: el subimperialismo.

REFERENCIAS

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– Iñigo Carrera, Juan (2009) . Renta diferencial y producción agraria en Argentina: respuesta a Pablo Anino y Esteban Mercatante, agosto

http://www.ips.org.ar/wp content/uploads/2011/04/Juan_Inigo_Carrera_Respuesta_a_Anino_y_Mercatante_sobre_renta-2.pdf

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México: “Escuelas al cien” Busca aniquilar la educación pública y satisfacer a los empresarios, acusa sección 22

América del Norte/México/25 Febrero 2017/Fuente: Insurgencia Magisterial

La Sección 22 del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) reiteró su rechazo al programa Certificado de Infraestructura Educativa Nacional (CIEN) “Escuelas al Cien” porque, aseguró, es un “esquema privatizador” del gobierno de Enrique Peña Nieto.

De acuerdo con los maestros, “Escuelas al Cien” busca aniquilar la educación pública y satisfacer las necesidades económicas de los empresarios, con lo que a partir de ese mecanismo el gobierno pretende endeudar a los padres de familia y maestros para que entreguen las escuelas a ese sector.

“La colusión de empresarios con el gobierno y sus desmedidas ambiciones a costa de la educación del país son la principal amenaza para la niñez de México porque, auspiciados por manos empresariales, siguen disfrazando programas sociales que buscan incrementar la pobreza y aniquilar el carácter público de la educación”, añadieron.

La Sección 22 rechazó la implementación de ese tipo de programas en las escuelas del estado porque, apuntó, se trata de un plan hipotecario de la infraestructura educativa a manos de empresarios hasta por 25 años, mediante un fideicomiso administrado por la Corporación Mexicana de Inversiones de Capital S.A. de C.V. y el Banco Invex, dirigido por la política económica de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).

“El recurso monetario disfrazado de bondades de este gobierno, que debiera llegar a las escuelas públicas, es destinado al grupo de empresarios para que sean los administradores directos y contraten al personal que se encargará de sus trabajos, despojando de la mano de obra a los vecinos de la propia comunidad”, subrayó.

De igual manera, alertó que ese grado de corrupción e impunidad “no debe ser aceptado por los padres de familia, debido a que también busca que éstos aporten dinero extraordinario para culminar el programa que busca el supuesto sostenimiento de la educación de sus hijos”.

Según los profesores, el mismo programa “Escuelas al Cien” detalla que para ser beneficiarios, los estados tienen que signar convenios de colaboración para acceder a recursos del fondo de aportaciones múltiples, donde nuevamente “las manos ambiciosas de funcionarios corruptos se inmiscuyen con un fideicomiso que, dicho sea de paso, es administrado por la iniciativa privada a través de la Corporación Mexicana de Inversiones de Capital S.A. de C.V. o fideicomiso de emisión y fideicomiso de distribución”.

Finalmente, los integrantes de la Sección 22 hicieron un llamado al magisterio de Oaxaca, autoridades municipales, comités y asambleas de padres de familia para que se informen sobre las repercusiones del programa y evitar que ingrese a sus centros educativos, ya que se trata de un mecanismo de control social.

Con “Escuelas al Cien”, los padres de familia deberán entregar los documentos que acrediten la propiedad de la escuela y dejarla a manos de empresarios en calidad de “resguardo”, para después privatizarla.

Fuente: http://insurgenciamagisterial.com/escuelas-al-cien-busca-aniquilar-la-educacion-publica-y-satisfacer-a-los-empresarios-acusa-seccion-22/

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Los lazos de Trump con el pasado y la resurrección de la izquierda

Por: James Petras

De Omnibus Dubitandum

Hay que dudar de todo

Introducción

El presidente Trump está completamente integrado en la estructura más profunda del imperialismo estadounidense. A pesar de sus ocasionales referencias a la no intervención en guerras en el extranjero, Trump sigue los pasos de sus predecesores.

A pesar del alboroto montado por neoconservadores y liberales acerca de sus vínculos con Rusia, sus “herejías” sobre la OTAN y su apertura hacia la paz en Oriente Próximo, en la práctica, Trump ha desechado su imperialismo humanitario de mercado y ha acometido las mismas políticas belicosas de su rival del partido demócrata Hillary Clinton.

Al carecer de la hábil “demagogia” del antiguo presidente Obama y no adornar sus acciones con exhortaciones baratas a las políticas de “identidad”, los pronunciamientos groseros y abrasivos de Trump han hecho que los jóvenes se lancen a las calles en manifestaciones masivas. Estos actos de protesta cuentan con el poco discreto apoyo de los principales adversarios de Trump: los banqueros de Wall Street, los especuladores y los magnates de los medios de comunicación. En otras palabras, el presidente Trump es un manipulador de los símbolos, no un “revolucionario” y ni siquiera un “agente del cambio”.

Vamos a proceder a analizar su trayectoria histórica, la que ha permitido el advenimiento del régimen Trump. Identificaremos los programas y compromisos en curso que determinan el presente y la dirección futura de su administración.

Concluiremos determinando el modo en que la reacción del presente puede servir para crear futuras transformaciones. Nos enfrentaremos al actual delirio “catastrófico” y apocalíptico y propondremos razones para una visión optimista del futuro. En resumen: este artículo señalará por qué las características negativas del presente pueden tener consecuencias positivas.

Secuencia histórica

Las pasadas dos décadas, los presidentes de Estados Unidos han derrochado los recursos financieros y militares del país al embarcarse en múltiples guerras interminables en las que no han conseguido ganar, así como en deudas comerciales y desequilibrios fiscales por valor de un billón de dólares. Los dirigentes estadounidenses han enloquecido provocando grandes crisis financieras, permitiendo que los principales bancos cayeran en bancarrota, destruyendo la vida de pequeños deudores hipotecarios, devastando el tejido industrial y creando un desempleo masivo al que ha seguido la creación de puestos de trabajo inestables y mal pagados que han llevado al desplome de las condiciones de vida de las clases trabajadora y media baja.

Las guerras imperiales, los rescates de un billón de dólares a los supermillonarios y la deslocalización sin cortapisas de las corporaciones multinacionales han profundizado enormemente las desigualdades de clase y dado paso a acuerdos comerciales que favorecen a China, Alemania y México. Dentro del país, los mayores beneficiarios de las crisis han sido los banqueros, los multimillonarios del sector de la alta tecnología, los importadores de bienes y los exportadores de la agroindustria.

Para hacer frente a la crisis del sistema, el régimen ha respondido dando mayores poderes al presidente de EE.UU. mediante decretos presidenciales. Para ocultar la debacle de décadas, los denunciantes de conciencia han sido encarcelados y se ha impuesto a cada sector de la ciudadanía la vigilancia típica de un Estado policial. Los centros financieros, como Goldman Sachs, han seguido dictando las normas y controlando el Departamento del Tesoro y las agencias reguladoras del comercio y de la banca. Mientras los presidentes de uno y otro partido entraban y salían del Despacho Oval, las “instituciones permanentes” del Estado se han mantenido sin cambios.

El “primer presidente negro”, Barack Obama, prometió la paz y emprendió siete guerras. Su sucesor, Donald Trump, salió elegido bajo la promesa de la “no intervención” y, sin solución de continuidad, tomó el testigo de Obama y prosiguió con los bombardeos: la pequeña Yemen sufrió los ataques de ejército estadounidense, los aliados de Rusia en la región del Dombás de Ucrania sufrieron violentos ataques por parte de los aliados de Washington en Kiev y la representante más “realista” de Trump, Nikki Haley, tuvo una actuación belicosa en la ONU, al estilo de la señora “intervención humanitaria” Samantha Power [i] rebuznado invectivas contra Rusia.

¿Dónde está el cambio? Trump ha continuado con la política de Obama aumentando las sanciones a Rusia, a la vez que amenazaba con aniquilar Corea del Norte con un ataque nuclear siguiendo los pasos de la escalada militar de Obama en la península de Corea. Obama emprendió una guerra por delegación contra Siria y Trump aumentó los ataques aéreos sobre Al Raqa. Obama rodeó China de bases militares, navíos y aviones de guerra y Trump entró marcando el paso de la oca con retórica belicista. Obama expulsó a una cifra récord de trabajadores mexicanos, dos millones en ocho años; Trump ha continuado la senda prometiendo aumentar las deportaciones.

En resumen, el presidente Trump ha seguido sumisamente la trayectoria de su predecesor, bombardeando los mismos países a la vez que plagiaba sus discursos maníacos ante la ONU.

Obama aumentó el tributo anual (etiquetado como “ayuda”) a Tel Aviv hasta la escalofriante cifra de 3.800 millones de dólares mientras se emitía débiles quejas sobre la invasión israelí de tierras palestinas; Trump ha propuesto trasladar la embajada de EE.UU. a Jerusalén mientras gimoteaba sus propias críticas descafeinadas sobre los asentamientos judíos ilegales en tierras robadas a Palestina.

Resulta absolutamente asombrosa la similitud entre las políticas y estrategias de Obama en política exterior y las de Trump, entre sus medios de implementarlas y sus aliados. La diferencia se limita al estilo y la retórica.

Ambos presidentes “agentes del cambio” quebraron inmediatamente sus falsas promesas preelectorales y han actuado sin salirse del marco de las instituciones permanentes del Estado.

Cualquier diferencia que muestren es fruto de los distintos contextos históricos. Obama se hizo cargo del colapso del sistema financiero e intentó regular la banca para estabilizar su funcionamiento. Trump asumió el cargo tras la “estabilización” de un billón de dólares de Obama y pretende eliminar las regulaciones –¡siguiendo los pasos del presidente Clinton!–. ¡Tanto jaleo a causa de la “desregulación histórica” de Trump!

El “invierno de descontento” que ha tomado forma en protestas masivas contra la decisión de Trump de prohibir la entrada a inmigrantes y visitantes de siete países predominantemente musulmanes es consecuencia directa de las “siete guerras sangrientas” de Obama. Inmigrantes y refugiados son el producto de las invasiones y ataques a dichos países que han provocado el asesinato, las lesiones, el desplazamiento forzoso y la miseria en millones de personas, sobre todo, aunque no solo, musulmanes. Las guerras de Obama han generado decenas de miles de “rebeldes”, insurgentes y terroristas. Los refugiados, que huyen para salvar su vida, han sido prácticamente excluidos de Estados Unidos bajo la presidencia de Obama y la mayor parte de ellos han buscado refugio seguro en los escuálidos campos y el caos de la Unión Europea.

Por terrible e ilegal que pueda parecer el cierre de fronteras a los musulmanes y por prometedoras que parezcan las manifestaciones masivas de protesta, todo ello no es sino el resultado de las políticas de asesinato y caos implementadas durante casi una década por el presidente Obama.

Dentro de la misma trayectoria política, Obama derramó la sangre y le toca a Trump “arreglar el caos”, dicho en su estilo vulgar y racista. ¡A Obama se le consideró un pacificador merecedor del Premio Nobel de la Paz y al gruñón de Trump se le critica estrepitosamente por tener que usar la mopa para limpiar la sangre!

Trump ha escogido hollar el sendero de la deshonra y se enfrenta a la ira del purgatorio. Mientras tanto, Obama se ha retirado a jugar al golf y practicar windsurf y esboza su sonrisa despreocupada a los escritorzuelos que le adoran en los medios de comunicación de masas.

Mientras Trump pisotea el sendero marcado por Obama, cientos de miles de manifestantes llenan las calles para protestar contra el “fascista” y decenas de grandes medios de comunicación, docenas de plutócratas e “intelectuales” de todo género, raza y credo, se retuercen de indignación moral. Uno se queda perplejo ante el silencio ensordecedor de esos mismos activistas y esas mismas fuerzas cuando las guerras y violentos ataques de Obama provocaron la muerte y el desplazamiento de millones de civiles, en su mayor parte musulmanes y en su mayor parte mujeres, mientras sus hogares, bodas, funerales, mercados, escuelas y hospitales eran bombardeados.

¡Cuánto atolondramiento! En lugar de eso, deberíamos tratar de entender las posibilidades que surgen del hecho de que las masas rompan finalmente su silencio cuando el belicismo elocuente e hipócrita de Obama se transforma en la descarada marcha triunfal de Trump hacia el apocalipsis.

Perspectivas optimistas

Son muchos los que desesperan pero más los que han despertado. Vamos a identificar las perspectivas optimistas y las esperanzas realistas partiendo de la realidad actual y de las tendencias del presente. Ser realista significa analizar los acontecimientos contradictorios y polarizadores y, por tanto, no aceptar que haya resultados “inevitables”. Significa que los resultados son un “terreno en disputa” en el que los factores subjetivos desempeñan un papel determinante. La interrelación de las fuerzas en conflicto puede producir una espiral ascendente o una espiral descendente: hacia más igualdad, soberanía y liberación o hacia una mayor concentración del poder, la riqueza y los privilegios.

La concentración de poder y riqueza más retrógrada se halla en la oligárquica Unión Europea dominada por Alemania, una institución que se encuentra asediada por las fuerzas populares. Los votantes de Reino Unido decidieron abandonarla (Brexit) y como consecuencia, Reino Unido se enfrenta a una ruptura con Escocia y Gales y a una separación aun mayor con Irlanda. El Brexit llevará a una nueva polarización cuando los banqueros con sede en Londres se trasladen a la UE y los líderes del libre mercado tengan que enfrentarse a trabajadores, proteccionistas y la masa creciente de pobres. El Brexit da fuerzas a los partidos nacional-populistas e izquierdistas en Francia, Polonia, Hungría y Serbia y frustra la hegemonía neoliberal en Italia, España, Grecia, Portugal y otros lugares. El miedo de los oligarcas de la UE es que los levantamientos populares intensifiquen la polarización social y saquen a la palestra a los movimientos progresistas de clase o a los partidos y movimientos nacionalistas autoritarios.

El ascenso al poder de Trump y sus decretos ejecutivos han provocado la polarización del electorado y un aumento de la politización y de la acción directa. El despertar de Estados Unidos profundiza las fisuras internas entre los demócratas con “d” minúscula –mujeres progresistas, sindicalistas, estudiantes y otros– y los oportunistas del Partido Demócrata con “D” mayúscula, especuladores, belicistas de toda la vida, gacetilleros burgueses del Partido “D” (los “fabricantes de engaños”) y un pequeño ejército de ONG financiadas por las grandes empresas.

La continuación por parte de Trump de los programas favorecedores al ejército y a Wall Street de Obama-Clinton provocará una burbuja financiera, un aumento aun mayor del gasto militar y más guerras caras. Estas separarán al régimen de sus partidarios dentro de los sindicatos y la clase trabajadora, una vez comprobado que el gabinete de Trump está compuesto exclusivamente por multimillonarios, ideólogos y sionistas y militaristas furibundos (contradiciendo su promesa de nombrar a duros empresarios negociadores y realistas). Esto podría generar una gran oportunidad para el auge de los movimientos que se oponen a la fea cara del régimen reaccionario de Trump.

La animadversión de Trump hacia el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, por sus siglas en inglés) y su defensa del proteccionismo y de la explotación financiera y de los recursos socavarán los regímenes narco-liberales corruptos y asesinos que han gobernado México durante los últimos treinta años, desde los días del presidente Salinas. La política antiinmigración de Trump obligará a los mexicanos a elegir entre reaccionar “luchando o huyendo” ante el caos social creado por las bandas de narcotraficantes y la policía gansterizada. Forzará a México a desarrollar su industria y mercado internos. El consumo de masas interno y la propiedad se unirán a los movimientos populares. El cártel de las drogas y sus patrocinadores políticos perderán el mercado estadounidense y se enfrentarán a la oposición interna.

El proteccionismo de Trump limitará el flujo ilegal de capital de México, que ascendió a una suma de 48.300 millones de dólares en 2016, equivalente al 55% de la deuda externa del país. La transición de México para salir de la dependencia y el neocolonialismo polarizará intensamente al Estado y la sociedad; el resultado vendrá determinado por el balance en la lucha de clases.

Las amenazas económicas y militares de Trump hacia Irán reforzarán a las fuerzas nacionalistas, populistas y colectivistas frente a los políticos “reformistas” neoliberales y pro-occidentales. La alianza antiimperialista de Irán con Yemen, Siria y el Líbano se solidificará frente al cuarteto formado por Arabia Saudí, Israel, Gran Bretaña y Estados Unidos, liderado por este último.

El apoyo de Trump a la ocupación masiva de tierras palestinas y su prohibición “solo judíos” a musulmanes y cristianos “sacudirá” a los millonarios colaboracionistas de la Autoridad Palestina y provocará nuevas revueltas e intifadas.

La derrota del Estado Islámico reforzara las fuerzas gubernamentales independientes en Irak, Siria y el Líbano y debilitará la influencia imperialista estadounidense, abriendo la puerta a luchas populares democráticas seculares.

La campaña a gran escala y prolongada del presidente chino Xi Jinping contra la corrupción ha supuesto la detención y el despido de más de 250.000 funcionarios y empresarios, incluyendo multimillonarios y altos cuadros del Partido. Los arrestos, la persecución y encarcelamiento han reducido el abuso de los privilegios pero, lo que es más importante, ha mejorado las perspectivas de que los movimientos populares se enfrenten a las enormes desigualdades sociales. Lo que comenzó “desde arriba” puede provocar movimientos “desde abajo”. La resurrección de un movimiento hacia los valores socialistas puede tener un gran impacto en los estados vasallos de EE.UU. en Asia.

El respaldo de Rusia a los valores democráticos en el este de Ucrania y la reincorporación de Crimea mediante referéndum puede limitar los regímenes marioneta de Estados Unidos en el flanco meridional ruso y reducir la intervención estadounidense. Rusia puede desarrollar lazos de paz con estados europeos independientes con la ruptura de la UE y la victoria electoral de Trump frente a la amenaza nuclear del régimen Obama-Clinton.

El movimiento a escala mundial contra la globalización imperialista aísla al poder derechista apoyado por EE.UU. en Sudamérica. La búsqueda de tratados comerciales neoliberales de Brasil, Argentina y Chile está en horas bajas. Sus economías, especialmente en Argentina y Brasil, han visto triplicadas sus cifras de desempleo y cuatriplicadas la de su deuda externa, su crecimiento está estancado o en recesión y ahora se enfrentan a huelgas generales masivas. La “adulación” neoliberal está provocando lucha de clases. Todo ello puede dar un vuelco al orden post-Obama en Latinoamérica.

Conclusión

El orden ultra neoliberal del pasado cuarto de siglo se está desintegrando por todo el mundo y en sus principales países. Hay un incremento significativo de movimientos desde arriba y desde abajo, de las izquierdas democráticas a las fuerzas nacionalistas, de populistas independientes a la “vieja guardia” de la derecha reaccionaria: ha surgido un nuevo universo político polarizado y fragmentado. El principio del fin del actual orden imperialista-globalista está creando oportunidades para un nuevo orden dinámico democrático y colectivista. Los oligarcas y las élites de la “seguridad” no accederán a las demandas populares ni renunciarán a sus privilegios fácilmente. Afilarán los cuchillos, emitirán decretos ejecutivos y orquestarán golpes de Estado para intentar mantener el poder. Los movimientos democráticos populares emergentes necesitan superar la fragmentación identitaria y nombrar líderes unificados e igualitarios que puedan actuar decisiva e independientemente de los líderes políticos existentes, que realizan gestos progresistas espectaculares pero falsos mientras pretenden una vuelta a la pestilencia y la miseria del pasado reciente.

Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo

Fuente: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=223019

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Temer firma ley para reformar la enseñanza media brasileña

América del Sur/Brasil/18 Febrero 2017/Fuente: Prensa Latina

El presidente brasileño, Michel Temer, firmó hoy una ley para reformar la enseñanza media con el aludido objetivo de ampliar el diapasón de las opciones de formación para los estudiantes.
La legislación que prevé, entre otras modificaciones, la ampliación del horario de estudios, fue objeto de un fuerte debate a lo interno en el Congreso.

El proyecto original del gobierno excluía la obligatoriedad de la educación física, el arte, la sociología y la filosofía del currículo de base, aspectos estos que no fueron aprobados.

En torno a las discusiones, el presidente brasileño declaró que mejoraron el proyecto inicial del gobierno y los nuevos temas fueron incluidos para la sociedad.

Aprobada la semana pasada por el Senado, la nueva ley contempla que el plan de estudios será 60 por ciento definido por la Base Común Nacional Curricular (puntaje académico) y 40 por ciento por los cursos de formación.

Los estudiantes deberán elegir cursos en cinco áreas de estudio: idiomas, matemáticas, ciencias naturales, humanidades y formación técnica y profesional.

La propuesta también aumentará las horas de estudio, de las mil horas anuales actuales a mil 400. La idea, según especialistas de educación, es ampliar gradualmente a siete horas diarias para ofrecer educación a tiempo completo.

El siguiente paso propuesto por el gobierno es poner en práctica la Base Común Nacional Curricular, que prepara un comité del mismo ministerio.

Fuente: http://prensa-latina.cu/index.php?o=rn&id=64714&SEO=temer-firma-ley-para-reformar-la-ensenanza-media-brasilena

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El efecto Trump

Por: Carolina Vásquez Araya

Desde Sydney a Los Ángeles, desde Londres a Nueva York, con ecos en Guatemala, México, Chile y otros países en los 5 continentes, las voces de millones de personas –en su mayoría mujeres– se unieron para manifestar su rechazo a la explícita posición misógina, racista y discriminatoria del nuevo habitante de la Casa Blanca. No esperaron a que Donald Trump desempacara sus valijas para hacerle ver que no importando la distancia, la vigilancia sobre sus políticas será constante.

Los temas más preocupantes para las manifestantes del 21 de enero se refieren a las actitudes carentes de empatía del nuevo presidente estadounidense con las minorías, en especial sus intenciones de cambiar leyes que representan conquistas importantes, como las que permiten el aborto y garantizan programas de asistencia en programas de salud sexual y reproductiva, el matrimonio igualitario, los programas para establecer controles de prevención contra el cambio climático, la contaminación y la degradación del ambiente y otros de beneficio social.

Trump parece haber alcanzado el sueño de su niñez sin reparar en que la presidencia del país más poderoso del mundo no es un juego de niños. Llegó con un discurso agresivo y descalificante hacia sus antecesores, convencido de haber logrado, junto con el palio presidencial, la omnipotencia. Craso error, porque aún con las desigualdades y precariedad en la cual vive el grueso de la población mundial, existe un contrapeso natural en las decisiones emanadas desde las principales potencias. Este poder se manifiesta no solo en convenios y tratados firmados y ratificados por las distintas naciones, sino también en la voz de ciudadanos cada vez más conscientes de sus derechos.

Este cambio de mando y de tendencia política, aun con ser relativo –el Departamento de Estado nunca ha bajado su bandera expansionista ni su agresiva política económica– muestra a un mandatario decidido a transformar su territorio en una fortaleza inexpugnable, hostil hacia los inmigrantes y abiertamente orientada a proteger sus intereses comerciales contra viento y marea, no importando cuáles sean las consecuencias para los países socios en esos tratados de intercambio. Sin embargo, lo que se veía fácil y posible en promesas de campaña con el objetivo de seducir a una población decepcionada de la política tradicional, en la realidad será una lucha a brazo partido contra intereses mucho más poderosos, fincados en complejos acuerdos entre compañías multinacionales y países productores de mano de obra barata cuyos intereses trascienden la visión de nacionalismo reeditada por Trump.

Para los países ubicados al sur, la situación es amenazante. Los mayores receptores de remesas de inmigrantes muchos de ellos residentes legales, pero también miles de indocumentados que trabajan en todo el territorio estadounidense, son los países del triángulo norte de Centro América y la nueva administración constituye una alerta roja para sus gobiernos, los cuales ya deberían comenzar a diseñar sus estrategias de negociación.

De no hacerlo, y de no hacerlo correctamente, la política anti inmigrantes de Trump podría generar una repatriación masiva de ciudadanos centroamericanos, quienes de paso perderían todo lo ganado durante su estadía en Estados Unidos. Esto, porque al ser indocumentados y carecer de estatus legal, el manejo de sus bienes es precario e inseguro. Al darse un movimiento de tal magnitud, la mayor fuente de divisas de algunos de estos países, como Guatemala, se reduciría drásticamente con las graves consecuencias que eso implica para los sectores más necesitados.

Fuente: http://www.carolinavasquezaraya

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Reforma educativa sujeta a 2018

Por: Eduardo Ibarra Aguirre

Ahora resulta que “la continuidad de la reforma educativa y la política educativa en México están sujetas a la elección de 2018”, reconoce con humildad que no le caracteriza el titular de la Secretaría de Educación Pública, el señor “ler”, porque “no hay formas mágicas de blindar una reforma educativa”, jura Aurelio Nuño.

Tanto escándalo mediático, trabajadores de la educación despedidos, profesores linchados por el duopolio de la televisión y el oligopolio de la radio (por “vándalos” y “holgazanes”), encarcelados y apaleados para que la “más estratégica de todas las reformas” de Enrique Peña quede convertida en una política sexenal más, de las muchas que se aplicaron en la SEP desde 1970, todas bajo el marbete de “reforma” y hasta “revolución educativa”. Y con personajes tan grises como Miguel González Avelar y Josefina Vázquez Mota. Hasta Roberto Madrazo se dio el lujo de declinar el ofrecimiento que le hizo Ernesto Zedillo para que ocupara el escritorio de José Vasconcelos. Y Ponce de León lo usó para forjar su candidatura presidencial, la que siempre negó en privado y en público.

“No hay forma mágica”, dice Nuño Mayer, entonces ¿Para qué suscribieron el Pacto por México con la a partir de entonces más enriquecida élite de la partidocracia que decidió a espaldas de sus legisladores, a los que impidió hacer cambios a las iniciativas de ley que recibieron desde Los Pinos y Peña Nieto desde París, donde despacha José Ángel Gurría, cabeza de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos?

¡Ah! Pero sí hubo “forma mágica” para que la reforma energética quedará muy bien “blindada”. Pareciera que el gran negocio del sexenio para gobernantes y trasnacionales energéticas quedó perfectamente “blindado”. En éste como en otros sexenios los business son más importantes que la educación, la cultura y la salud para el voraz capitalismo de compadres.

Lo anterior pone de relieve una de las inconsecuencias del grupo gobernante que dice “Mover a México” y que con las reformas estructurales cambiarán el rostro del país para las próximas décadas, cuando su arquitecto principal no tenga que rendir cuentas a nadie.

El licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública por la Universidad Iberoamericana y maestro en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Oxford, en Reino Unido, formuló el comentario que preside esta nota al presentar reflexiones sobre los resultados del Programa para la Evaluación Internacional de los Alumnos (PISA, por sus siglas en inglés, 2015), y admitió que nadie en México puede estar satisfecho con los resultados reportados para nuestro país, pues “no hay cambios en 10 años. No hay mejoras significativas en los resultados”. Es decir, el sistema educativo mexicano está igual que en 2005.

Sin embargo, el joven nativo de la capitalina y muy frecuentada colonia Condesa, asegura que uno de los temas centrales en 2018 será “si queremos tener una continuidad o no de la reforma educativa. Esa será una de las grandes preguntas”. Y que la “única buena noticia” ante los resultados de PISA 2015 es que “en esta ocasión sí hay una respuesta para un cambio estructural del sistema, y esa es la reforma educativa”. Reforma de la que son excluidos buena parte de los especialistas que no se adhieren a los planes de Nuño y cientos de miles de trabajadores de la educación que forman filas con la Coordinadora Nacional y que lo obligaron a que la evaluación ya no sea obligatoria, pero sí para ascender en el escalafón salarial y burocrático.

Fuente: http://www.alainet.org/es/articulo/182199

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Polémica por reforma educativa en Brasil

América del Sur/Brasil/21 Enero 2017/Fuente: Semana

El presidente Michel Temer ha impulsado en el Congreso una serie de proyectos que perjudicarían la enseñanza del español en dicho país y le restarían importancia a las humanidades.

Michel Temer asumió la presidencia de Brasil el 31 de agosto del año pasado, luego de que Dilma Rousseff fuera destituida. Sin embargo, en este corto tiempo que lleva Temer ha tomado una serie de decisiones en el sector educativo que han causado controversia.

Una de ellas es eliminar las clases de Filosofía, Educación Física, Sociología y Artes como materias obligatorias para cursar en secundaria. Solo las tendrán que ver los estudiantes que decidan hacerlo. De igual forma, el español tampoco será una asignatura que se deba cursar, el único idioma obligatorio será el inglés.

Por su parte, el embajador de España en Brasil, Manuel de la Cámara, explicó a la agencia de medios EFE: “Eso no significa que el español desaparecerá de la enseñanza media en Brasil ya que la nueva legislación deja abierta la posibilidad de que sean ofrecidas otras lenguas extranjeras que seguirán teniendo un carácter optativo, preferentemente el español”. En 2005, en el gobierno de Luiz Inácio da Silva, se había proyectado que 30 millones de brasileños hablarían español, con esta reforma la situación podría variar notablemente. “Al no ser obligatoria la oferta, es muy probable que la enseñanza del español en las escuelas en Brasil pierda importancia”, añadió Cámara.

Sin embargo, para justificarse, el presidente de Brasil ha citado como referencia a Corea del Sur, uno de los países líderes en educación, que se ha caracterizado por tener un sistema en donde los jóvenes estudian durante largas jornadas en el día para poder acceder a la educación universitaria. Pero de esa forma, el sistema educativo le da prioridad al resultado de los exámenes, y no a la formación integral de las personas.

Tomando como modelo este sistema, Temer quiere incrementar el número de horas que se ven al año en los colegios, que actualmente son 800. Las horas de estudio pasarían a ser 1.400. El gobierno dijo que esto se logrará con una inversión de 468 millones de dólares para la educación secundaria.

Otro de los proyectos educativos que ha propuesto el gobierno de Temer y que ha recibido críticas es uno en el que “profesionales de notorio saber” pueden convertirse en maestros, es decir, personas que no se formaron en docencia pueden dictar clases, por lo que la figura del maestro podría verse desprestigiada y la calidad de la enseñanza verse afectada.

De igual forma ha sido cuestionada la forma en que Temer ha actuado, sin tener en cuenta a diversos sectores de la sociedad para la elaboración de estos proyectos. “Hay varios aspectos que son muy malos para la educación, y hay otros que merecen ser discutidos, pero el problema principal es que no se hace una reforma de la educación con una medida provisoria. Esa decisión es un símbolo del desprecio por la democracia de este gobierno golpista y autoritario. Una reforma de la educación se hace oyendo a los educadores, a los estudiantes, los padres, los centros de estudiantes, la sociedad civil. Es inadmisible que eso se hecho de forma tan abrupta e improvisada”, señaló el diputado Jean Wyllys (PSOL-RJ) en varios medios.

Desde diferentes sectores se ha planteado que el gobierno propende por una educación que no tiene en cuenta las humanidades, porque importa más el capital. Asimismo, que el desprecio por la enseñanza del español responde a un desinterés por las relaciones con los países vecinos, lo cual puede ser delicado por lo importantes que estas son. La reforma de la enseñanza, como es conocida, entraría en vigor en 2018.

Fuente: http://www.semana.com/educacion/articulo/educacion-en-brasil/512590

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