La escritora estadounidense Siri Hustvedt, galardonada con el Premio Princesa de Asturias de las Letras 2019, ha abundado en entrevistas, conferencias y en alguna de sus novelas —por ejemplo, en la reciente Recuerdos del futuro (Seix Barral, 2019)— en torno a la idea de que escribir ficción es recordar lo que nunca pasó. También lo hizo en el discurso que pronunció el 18 de octubre en la ceremonia de entrega en el Teatro Campoamor de Oviedo.
La memoria, la escritura y la imaginación son precisamente los tres ejes sobre los que ha trabajado en la última década el escritor argentino afincado en Barcelona Rodrigo Fresán, que acaba de clausurar su trilogía La parte contada con la publicación de La parte recordada (Random House, 2019). Este tercer volumen finiquita una obra con la que el autor ha pretendido bucear en obsesiones, narrar historias superpuestas y acumular numerosas referencias literarias para tratar de describir los mecanismos por los que una persona se dedica a escribir y cómo lo hace. “Nunca se ha escrito tanto sobre no poder escribir”, dice un tanto socarronamente en el encuentro con El Salto.
Fresán, quien ha declarado en alguna ocasión que el máximo halago que se le puede hacer a la realidad es convertirla en una ficción, reconoce que pergeñar novelas es lo único que hace bien “o relativamente bien” y también asegura que nunca tuvo un plan b, que siempre se quiso dedicar a la escritura y que lo tenía claro incluso antes de aprender a leer y escribir. Él achaca esta insólita circunstancia a otra poco habitual: el hecho de haber nacido clínicamente muerto.
No resulta fácil leer La parte recordada. ¿Tomas esto como un halago o un desprecio?
[Duda] Es lo que es, no es un libro para consumo masivo ni una narración clásica, ágil y puro acontecer. Pero yo siempre recuerdo lo que dijeron en su momento escritores que me gustan mucho, como William Gaddis o Nabokov, en el sentido de que una cierta dificultad en la lectura puede ser muy placentero también, no tiene por qué ser un problema. En todo caso, sería un problema a resolver. Y cuando resuelves un problema también accedes a una cierta satisfacción. En mi caso personal, como lector, las lecturas cada vez más complejas y que me exigen más son las más interesantes. No hago más que responder un poco a mi experiencia como lector.
¿Esa dificultad es responsabilidad de quien escribe o de quien lee?
Me cuesta pensar en responsabilidad. Me parece que cada libro tiene su lector y que cada lector encuentra su libro. Si vamos a hablar de responsabilidad, como toda responsabilidad debería ser compartida y además consensuada.
“La mitad de un libro la pone el autor, la otra mitad el lector”, dijo Javier Cercas el martes 15 de octubre en la ceremonia de entrega del premio Planeta.
Nunca lo he pensado en esos términos. Hay determinados libros donde eso puede llegar a ocurrir y determinados libros en los que no. No sé cuánto pone el lector cuando lee En busca del tiempo perdido en relación a todo lo que puso Proust. Pero también es cierto que el autor aporta un porcentaje x de trabajo y el lector puede aportar también un porcentaje x de trabajo y de placer, y el autor sentir ese placer. Pero siempre fui muy malo para las matemáticas, la exactitud no es lo mío en ningún sentido.
¿Qué es este premio, y todos los demás, más allá de una parte del engranaje promocional? En este caso, además, parece que es la cláusula de rescisión que esta editorial paga por fichar a las estrellas de la otra.
No soy responsable del premio Planeta pero sí te puedo decir que cuando vi la foto pensé que es la primera vez en 25 años que voy a leer un premio Planeta y un finalista. Los hubiera leído aun si hubieran salido sin el premio. Yo nunca me he presentado a ningún premio, los pocos que tengo son premios que han caído del cielo, en los que no te presentas y se juzga un libro ya editado, una obra desarrollada. No me parece mal que libros como los de Javier o Manuel ganen premios.
¿Cómo se salva la distancia entre lo que quien escribe imagina que será su obra y lo que acaba impreso?
En el caso de este libro hay un elemento paradójico entre la hechura del libro y el volumen contundente de los tres libros y su propia temática: siempre digo que nunca se ha escrito tanto sobre no poder escribir. Pero al mismo tiempo, cuando me preguntan de qué tratan estos libros, una pregunta muy sencilla pero muy incómoda y difícil de responder, me gusta decir que tratan del tema más transgresor posible hoy en día, el escribir. De nuevo paradójicamente, vivimos en la época en la que más se lee y escribe en toda la historia de la humanidad, pero hay que ver lo que se escribe y lo que se lee, y si lo lees en un teléfono.
Es un libro crepuscular, en el sentido de que es romántico y apela tal vez a un ideal ya no tan vigente de lo que es la literatura y la escritura. Pero además de crepuscular me gusta pensar que es un poco encandilador, juega con la idea de anochecer y amanecer.
¿Por qué escribir novelas?
En mi caso, es lo único que hago bien o relativamente bien. Siempre quise ser escritor, nunca hubo un plan b desde que tengo memoria. Desde antes de saber leer y escribir ya quería ser escritor, tenía esa especie de certeza absoluta. De hecho, una de las dificultades que tuve con el primer libro es que tenía que inventarme un momento en el que el personaje descubría que quería ser escritor y no podía apelar a nada autobiográfico porque no lo tuve, entonces me inventé ese momento.
Cuando nací fue un parto muy difícil, fui declarado clínicamente muerto y volví, y a veces pienso que ahí se despertó la vocación, por la idea de volver y contar el cuento. Tal vez de ahí mi necesidad de escribir. Nunca quise jugar en la selección de fútbol, ni ser barman ni bombero ni mucho menos presidente o jefe de gobierno.
Esa especie de enorme avalancha, alud, de cuestiones literarias con la que el libro a veces puede parecer que arrastra al lector o lo sepulta no es más que la materia acumulada desde que tengo memoria, lo que me interesa. No me interesa otra cosa. Siempre me interesó mucho la idea del escritor como personaje.
¿Cómo recuerda un escritor?
Igual que cualquier persona, pero de manera profesional. Todos somos recordadores amateur y todos hacemos lo mismo que puede llegar a hacer un escritor: revisar, corregir, cambiar, que tus recuerdos entren en conflicto con los de otra persona que estaba viviendo el mismo acontecimiento, como el día que conociste a tu novia. Si coincidieran exactamente sería un poco preocupante. Solo que el escritor lo profesionaliza.
La misión de un escritor es contar historias pero es imposible hacerlo si no pones a funcionar la maquinaria de la invención, el recuerdo y el sueño
¿Es esa su misión?
La misión de un escritor es contar historias pero es imposible hacerlo si no pones a funcionar la maquinaria de la invención, el recuerdo y el sueño. Son los tres motores.
¿Qué herramienta es más importante: la imaginación, la memoria o el sueño?
Son los tres ingredientes para una misma receta que tú puedes alterar las cantidades o proporciones de acuerdo a tus necesidades, es como cuando ecualizas el sonido de una canción a voluntad. Tienen que estar los tres aunque para contar algún determinado episodio te sirve más el recuerdo o el sueño. En el libro funciona como una diatriba contra esta moda de la literatura testimonial, autoficción, literatura del yo en la que aparentemente lo único que funciona es el recuerdo, que de los tres es el menos confiable en términos de certificación absoluta.
Es una moda que se está imponiendo en los últimos años.
Siempre existió: Henry Miller, Philip Roth, Jack London… El gran público lector está muy dirigido por editoriales, departamentos de marketing y suplementos culturales. Y luego pasará esta y llegará la siguiente moda.
¿La trilogía que concluye con La parte recordada podría haber sido escrita de una vez?, ¿cómo ha sido el proceso?
No, escribí el primer libro pensando que iba a ser solo uno, en principio no estaba la idea de una trilogía. Cuando vi que no me podía sacudir al personaje de encima, o a la voz con la que trataba al personaje, hablé con mi editor, Claudio López Lamadrid, y le pedí un salvoconducto para poder seguir por ese camino. Y así fue. El primer libro tardé seis años en escribirlo, el segundo tres y el tercero dos.
Tres para mí es un número que estructuralmente me funciona, ligado a cosas muy puntuales de mi infancia que me influenciaron mucho, como 2001: Odisea del espacio o “A day in the life” de los Beatles. Todas las cosas de a tres me ayudan bastante.
Hace un par de años, Belén Gopegui me dijo en una entrevista que “escribir consiste de algún modo en apartar el ruido que corrompe la señal, buscar en la precisión el valor verdadero del mundo”.
Sí, Belén es muy buena escritora. Estoy de acuerdo.
En una entrevista en El País en 1981, Italo Calvino también decía que “la primera palabra que se nos ocurre no es nunca la verdadera, y a mí solo me satisface el lenguaje cuando llego a su centro, a lo preciso”. ¿Por qué esa obsesión por lo preciso?
Si ser preciso significa ser minimal y muy puntual, yo tiendo a lo expansivo. Pero si ser preciso es que la palabra acabe configurando un estilo, estoy de acuerdo en que el estilo es lo importante, sin lugar a dudas.
Gopegui decía en la entrevista que hacer eso es el “único camino que conocemos para que un texto pueda hacer lo que hace el tacto o cierta clase de música rota y poderosa: importunar, reírse de sí mismo y tomar bastante en serio a quien lo está leyendo”.
Sí, Foster Wallace decía que la función de la literatura era traer calma a los que sufrían y sufrimiento a los que están calmos. Estoy parafraseando, no recuerdo la cita exacta. Pero yo no tengo una conciencia muy grande más allá del libro. No estoy realizando una tarea sanitario-evangélica, si bien eso puede ser un efecto del libro si las cosas salieron bien. Si te soy completamente sincero, cuando escribo lo que busco es divertirme, pasarlo bien. Y, además, con el convencimiento de que, si yo lo paso bien, quiero pensar que el lector lo pasará bien también.
Quienes dan más importancia al canon son las personas que no leen. Me parece bien que exista pero el canon es como una guía de turismo
El 14 de octubre falleció Harold Bloom. ¿Es necesario un canon?
Paradójicamente, quienes dan más importancia al canon son las personas que no leen. Me parece bien que exista pero el canon es como una guía de turismo, te dice que si vas a París tienes que ir a la torre Eiffel, pero para mí lo interesante es la callecita que te lleva a la torre Eiffel que tal vez la guía de turismo no te dice que vayas por ahí y la descubres viendo la torre Eiffel, de otro modo no la hubieras descubierto. Me parece bien que haya libros totémicos que te sirvan como maquinaria que irradia rayos en todas las direcciones y que tú acabes configurando tu propio canon. Me parecería muy triste que haya lectores que solo lean a Homero, Shakespeare, Joyce, Kafka o Proust y se quedaran en eso, y me parecería igual de triste que haya gente que no los haya leído nunca.
¿Cómo debería ser el canon literario en el siglo XXI?
No lo sé, no tengo ni idea. Me parece un poco tonto fechar libros. Para mí, en el canon literario del siglo XXI puede estar perfectamente En busca del tiempo perdido de Proust leído desde el siglo XXI. Los grandes libros no tienen fecha de vencimiento y se acomodan en cualquier momento y en cualquier época. Seguimos leyendo La odisea, por qué vamos a pensar que nos es ajena temporalmente si lo estamos leyendo ahora.
¿Cuánto tiene la escritura de acción personal y cuánto de acción colectiva?
Es personal toda. Cuando leo de tanto en tanto esto de que hay escritores que, cuando están en un problema, socializan su problema y escuchan lo que les dicen los lectores, como pasaba en Perdidos,… Qué sé yo, yo no lo haría, qué quieres que te diga.
¿Es escribir una manera de estar en soledad o de no estarlo?
Escribir es estar muy bien acompañado, y leer mucho más aún. Pero yo no hago muchos distingos entre escribir y leer, me parece que es parte de una misma acción física, como inspirar y espirar.
¿Y un modo de revelar secretos propios?
[Duda] Supongo que sí, pero no soy un escritor confesional en el sentido de que me interese que la gente diga “mira lo que está contando de su vida”.
¿Cómo ha afectado la existencia de Google a tu literatura?
Como todo, usado en su justa proporción es muy útil. Del mismo modo, te digo que tengo una edad como para que mi primer libro fuese escrito en una máquina de escribir mecánica y estos libros de ahora sería imposible escribirlos sin cut and paste e insert, son libros muy inclusivos y abiertos en ese sentido. Son mejorables y se les puede añadir algo. Sin embargo, mi primer libro está como esculpido en mármol, no se me ocurre nada que ponerle.
Cuando escribía sin ordenador era más figurativo, de entrada, y ahora es como un expresionismo abstracto, como un Pollock, tiras todo a la pantalla y ves cómo funciona.
¿Puede competir la literatura con las redes sociales?
Son dos cosas completamente diferentes, me parece un peligro confundirlas. Desde la misma terminología, hablar de redes sociales ya enreda. Ese nombre es como un acto fallido, mientras que la literatura te desenreda.
El 21 de abril de 2017 Soraya Sáenz de Santamaría, entonces vicepresidenta y ministra de la Presidencia del Gobierno, regaló a Oriol Junqueras, entonces vicepresidente de la Generalitat de Catalunya, un ejemplar de La parte inventada con motivo de Sant Jordi.
Estaba cocinando y llegó mi hijo y me lo dijo. A mí me vino muy bien para este libro, de hecho Soraya está en los agradecimientos, porque estaba en un momento en el que necesitaba algo por lo cual el protagonista fuera expulsado de Barcelona de muy mala manera, incluso con antorchas y hogueras, y ha probado ser bastante profético.
Pero fue raro, ¿no?
Sí, pero a mí me pasan cosas raras todo el tiempo. Otra raya para el tigre, aunque no fuese muy espectacular.
“No hay democracia fuera del Estado de Derecho”, se lee en la sentencia sobre el Procès conocida el lunes 14 de octubre. ¿Cuáles son los márgenes que delimitan la literatura en la actualidad?
A medida que van pasando los años voy alcanzando cierta sencillez. Todo se limita a que esté bien escrito o mal escrito. Tal vez haya un Estado de Derecho en la literatura, pero no cambia nada mi percepción, voy a si me gusta o no me gusta. Si no hay un cierto estilo, no me interesa. Los discursos de los políticos, por regla general, no suelen estar bien escritos.
Algo que atraviesa tu obra es el interés por la música popular y por la cultura popular.
A veces se apunta esto como algo novedoso pero ya estaba en los beatniks con el jazz, en Jane Austen con el minué y la música cortesana… Las influencias no tienen por qué ser estrictamente literarias, si bien para mí Bob Dylan está dentro de la literatura. Kubrick me parece un gran escritor con cámara.
Fuente: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=261850