Tanzania/08 de Enero de 2018/ACNUR.org
En el campamento de refugiados de Nduta, la escasez de fondos ha provocado que algunas clases se tengan que impartir bajo los árboles.
– Irahoze Diello se siente confiado en su prueba de matemáticas de hoy. Incluso sin libros, zapatos, un lugar seguro para estudiar o una comida por la mañana, ha trabajado duro para prepararse para este momento. Solo espera que la lluvia le dé suficiente tiempo para completarla.
“Cuando llueve, todo se moja”, dice Irahoze, de 14 años, que huyó de Burundi y ahora estudia debajo de los árboles en el campamento de refugiados de Nduta en Tanzania. “Cuando hace viento, las ramas se caen y cuando el sol está fuerte hace demasiado calor. A veces tenemos que parar las clases”.
Él es uno de los cerca de 200 niños refugiados que asisten a la escuela primaria Furaha, donde la falta de fondos significa que las clases se llevan a cabo al aire libre. Los bancos y las pizarras están esparcidas entre los árboles, creando aulas improvisadas. Por cada tres niños que asisten, solo hay una niña, y con poca comida para comer en casa, muchos alumnos se esfuerzan por concentrarse.
“A veces tenemos que parar las clases”.
El mal tiempo puede detener por completo las clases.
“Cuando hace viento, nuestros papeles se van volando y cuando llueve, mis libros se arruinan”, dice Tuyishemele Kenilde, de 15 años, oriundo de Burundi. Suspira: “es mucho más complicado trabajar aquí cuando llueve y está mojado”.
“Tenemos bastantes clases sin escritorios”, agrega Hafashimana Euphrasie, de 14 años, cuyo preciado libro está roto. “Realmente necesitamos algo más para no tener que sentarnos en el piso”.
Los profesores, también refugiados de Burundi, hacen lo que pueden. “A veces, cuando las ramas caen, los estudiantes se lesionan y las clases tienen que detenerse mientras los maestros los llevan al hospital”, dice el director Ndayisenga Aimable, de 34 años. “No han comido cuando vienen a la escuela porque las raciones de alimentos son bajas y muchos de ellos están demasiado hambrientos para aprender”.
La escuela Furaha (alegría) es una de las nueve escuelas primarias del campamento Nduta, donde un cuarto de los niños con edades entre los seis y los 14 años no asiste a la escuela. 55 por ciento de la población del campamento es menor de 17 años y solamente hay una escuela secundaria con un índice de asistencia del 8 por ciento. Los estómagos vacíos, el largo y agotador camino a la escuela y la falta de diplomas provocan que los adolescentes abandonen sus estudios.
En el campamento Nyarugusu, Claude Nahilma, de 19 años, ha estado estudiando en la Escuela Secundaria Hope desde que llegó de Burundi hace dos años. Él se preocupa por su futuro. “Cuando completas tus estudios es difícil tener acceso a la universidad”, dice él. “Es un punto muerto. Quiero volver a casa a continuar con mis estudios. Aquí hay mucho lodo y realmente necesitamos botas para la lluvia”.
El índice de matrícula es mucho mayor en Nyarugusu, llegando al 80 por ciento en primaria, a pesar de que varias escuelas carecen de instalaciones permanentes y materiales didácticos. Muchos niños estudian en tiendas de plástico que colapsan con el viento, pero que se queman con el sol del mediodía.
Moutaka Bahininwa es un refugiado de la República Democrática del Congo (RDC) y el director de la escuela primaria Sifa, donde más de 2.300 niños de la RDC vienen a aprender. “Aquí tenemos un problema grave”, dice. “Cuando llueve, no podemos escuchar nada. Si hay viento, esta área se convierte en un corredor de viento. El ambiente no es seguro para los niños”.
Ayer mismo, una ráfaga de viento casi destruye el aula de Geny Naboy, de 12 años. “Estábamos asustados”, dice ella. “Necesitamos estructuras más permanentes”.
Para Samwel Falliala, de 10 años y quien tiene visión parcial, es imposible aprender en clases de más de 100 niños con el viento, sin materiales especiales como libros en braille.
“Quiero ir a casa para continuar mis estudios”.
“Cuando escribo en la pizarra, tengo que anunciarlo”, dice su profesor, Sweddy Bikyeombe Byondo, de 28 años. “Cuando escribo, escribo en letras grandes”.
Los desafíos que enfrentan los estudiantes en los campamentos de Nduta y Nyarugusu son, lamentablemente, demasiado comunes para los niños refugiados en todo el mundo. Mientras que en todo el mundo, el 91% de los niños asisten a la escuela primaria, para los refugiados, esa cifra es mucho más baja con solo el 61%, y en los países de bajos ingresos es menos del 50%, según un reciente informe del ACNUR.
A medida que los niños refugiados crecen, los obstáculos aumentan: solo el 23% de los adolescentes refugiados están matriculados en la escuela secundaria, en comparación con el 84% a nivel mundial. En países de ingresos bajos, solo el 9% de los refugiados pueden ir a la escuela secundaria, según el estudio.
Un enorme déficit de fondos significa que el ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados y sus socios han podido construir solo 137 aulas en los tres campamentos de refugiados de Tanzania entre 2016 y abril de este año. Más del 70 por ciento de los estudiantes en los campamentos de refugiados de Nduta, Nyarugusu y Mtendeli tienen que estudiar al aire libre, con solo 193 aulas permanentes para unos 9.600 niños. Una alta proporción de alumnos por docente se suma a las dificultades.
Deben construirse alrededor de 638 aulas adicionales en los tres campamentos, pero la financiación es un problema grave. El Plan Regional de Respuesta a los Refugiados para los refugiados de Burundi en Tanzania es extremadamente insuficiente, con solo el 25% de los fondos recibidos.
Según James Onyango, Oficial de Educación del ACNUR en Kibondo, construir un salón de clases cuesta 12.000 dólares, cada examen 250 dólares, el pago para los maestros cuesta 27 dólares por mes y enviar a un niño a la escuela por un año cuesta 35. “Ese es el mínimo requerido para que un maestro pueda escribir en un pizarrón y los alumnos puedan aprender algo”.
ACNUR continúa trabajando por la inclusión de la educación de los refugiados dentro de los sistemas nacionales de educación, reconociendo que el sistema nacional brinda acceso a servicios educativos acreditados y supervisados. Al mismo tiempo, la operación del ACNUR en Tanzania continúa buscando alternativas más efectivas en términos de costos para la construcción de salones de clase, con el fin de abordar la severa escasez, a medida que las abarrotadas clases debilitan el acceso a una educación de calidad dentro de los campamentos de refugiados.
En la Escuela Primaria Furaha en Nduta, los estudiantes se sienten entusiasmados por mudarse pronto a un nuevo edificio construido con ladrillos. El edificio es construido por Save the Children, socio de ACNUR en materia de educación en el campamento Nduta. Este edificio contará con nueve clases, una sala para el personal, una oficina para el director y baños. Por fin, los niños podrán concentrarse en sus estudios.
“Me siento muy feliz, porque cuando nos mudemos, las clases tendrán paredes”, dice Hafashimana con una sonrisa. “Cuando termine mis estudios, quiero ser maestra”.
Fuente: http://www.acnur.org/noticias/noticia/los-ninos-refugiados-luchan-por-obtener-educacion-en-tanzania/