Rocío Santos Gil: «Con la menopausia empezamos a darnos la libertad para ser la mujer que queremos ser»

Entrevista a Anna Freixas autora feminista del libro «Nuestra menopausia. Una versión no oficial»

Por Rocío Santos Gil

La escritora ha reeditado ‘Nuestra menopausia. Una versión no oficial’ (Capitán Swing, 2023). Su obra reivindica las bondades de esta etapa que los mitos interesados, según explica, se han encargado de oscurecer.

 

Afirma Anna Freixas (Barcelona, 1946) que allá donde va para ofrecer una charla o conferencia consigue llenar el espacio: “Porque todos mis temas son terribles: viejas y menopausia”.

 

Lo declara con una contundencia acumulada, según dice, por los años de experiencia. No existen los paños calientes para esta escritora y profesora de la Universidad de Córdoba ya jubilada, que ha cimentado una carrera de investigación sobre la psicología con perspectiva de género, el envejecimiento de las mujeres o la coeducación, y que guarda en su haber títulos ya claves como Tan frescas. Las nuevas mujeres mayores del siglo XXI (Paidós, 2013); Abuelas, madres, hijas. La transmisión sociocultural del arte de envejecer (Icaria, 2015); Sin reglas. Erótica y libertad femenina en la madurez (Capitán Swing, 2018) o Yo vieja. Apuntes de supervivencia para seres libres (Capitán Swing, 2021).

 

Llega al MaF (Málaga de Festival) con la reedición de Nuestra menopausia. Una versión no oficial (Capitán Swing, 2023) y consigue, de nuevo, llenar un salón de actos donde, convencidas a la vez que entusiasmadas, las asistentes disfrutan y asienten con las intervenciones de Freixas, que reivindica la menopausia como una etapa llena de bondades que los mitos interesados se han encargado de oscurecer.

 

Desde esa primera edición del libro Nuestra menopausia. Una versión no oficial: ¿ha habido algún encuentro entre el relato no oficial y el relato oficial? ¿En qué has visto la evolución, en caso de haberla?

 

Creo que en el relato oficial ha habido un poquito de cambio. Es decir, en la comercialización del cuerpo de las mujeres, en su medicalización. Desde la publicación del informe de 2002 (se refiere al realizado por The Women’s Health Initiative) en el que se habló de los problemas que producía la terapia hormonal, hay mayor cuidadito, menos tendencia a la administración de hormonas. Ya no se dice que todas las mujeres que quieran pasar bien la menopausia tienen que tomarlas, sino que se específica que solo será en algunos casos. Ellos saben que las mujeres ya no van tan confiadas a la consulta. Así que ahora son más sutiles, inventan otras cosas y van con más cuidado porque también saben las consecuencias. Y, desde luego, lo que más ha cambiado en todo este tiempo son las mujeres.

 

¿Cómo ha sido la evolución de las mujeres desde que sacaste la primera edición del libro?

 

Cada vez tenemos más información y cada vez estamos más convencidas de que las cosas pueden ser de otra manera. Hablamos más entre nosotras. El tabú de la menopausia se disipa y ya las mujeres comienzan si ningún pudor a coger el abanico y a decir “oh, tengo un calor que me muero” y ya está. En este sentido las mujeres, globalmente, incluyendo a las mujeres jóvenes que hablan abiertamente de que tienen la regla o les duele la barriga, están más informadas. Dialogan más entre ellas y no confían tanto en que el otro le va a resolver algo. Empezamos a darnos cuenta de que la menopausia no es tan fiera como nos la pintan.

 

Te refieres a ti misma y usas la palabra vieja con una contundencia que sorprende. Habitualmente solemos suavizar según qué expresiones. ¿Cómo se consigue ese aplomo?

 

La edad te da una mayor seguridad. También ocurre esto porque me he dedicado a tratar de normalizar las canas, las arrugas, la vejez, la edad. A dignificarnos. Que los hombres hagan lo que quieran, pero que las mujeres podamos ir por el mundo sin pedir perdón porque eres vieja, porque estás sorda, porque tienes canas, porque estás gorda, porque eres pequeñita o porque tienes barriga o… ¡o yo qué sé! ¿Por qué tenemos que pedir perdón por tantas cosas? A veces también tengo mucho genio y lo suelto todo así, pero lo que sí he aprendido es a usar el sentido del humor, diciendo todo lo que quiero, pero suavemente.

 

¿En clase eras igual?

 

Cuando daba clases los chicos venían diciendo “¡te ha tocado la Freixas!” o “la Freixas es feminista”. Y yo lo primero que hacía era tratar de congraciarme con ellos. Les decía: aquí vamos a divertirnos, a pasarlo bien, a aprender y nos vamos a reír de todo; de nosotros, de nosotras y vamos ir abriendo los ojos. Así que se trata de relajarse. Con los chicos, en el noventa y pico por ciento, siempre he tenido muy buen rollo. Incluso me paraban para hablar por la calle en Córdoba. El aplomo es una cuestión de edad, pero también viene de aprender unas de otras.

 

De hecho por hablar entre nosotras, entre otras cosas, las que han sufrido reglas dolorosas, han acudido precisamente alarmadas por haber tenido normalizado el dolor y detectar que podía ser algo mucho más serio. Ya no nos fiamos tanto.

 

Es otro asunto que me parece muy importante, el que está relacionado con los tratamientos hormonales. Nuestro cuerpo se tiene que acostumbrar a vivir con estas hormonas. Durante la etapa de la menopausia hay un descenso en la intensidad y en la cantidad de hormonas. En la juventud teníamos pocas hormonas, después aumentaron para poder ser fértiles y luego menos. Nuestro cuerpo se tiene que acostumbrar de la misma manera que se acostumbró a vivir con muchas hormonas y teníamos dificultades: nos dolían las tetas, la cabeza y teníamos determinados problemas vinculados al ciclo. Si tú evitas las dificultades que está demostrando tu cuerpo para adaptarse a esta carencia de hormonas, estás posponiendo un tema. De aquí a cinco años tendrás el mismo problema.

 

Hay gente que dice “no puedo dejarlo [el tratamiento] porque me vuelven los sofocos”. Pues claro. Porque no has dejado que tu cuerpo se adapte a esta etapa vital. Me parece muy importante. No es que estemos enfermas por falta de hormonas, que es lo que vendieron: es que el cuerpo tiene que adaptarse a estar con unas hormonas determinadas que son las necesarias para vivir.

 

¿En qué momento decidiste que este tema era interesante para ti y que querías hablar con mujeres, poniéndolas en el centro de tus estudios?

 

Te puedo decir exactamente la fecha: alrededor de 1980, con unos 33 años. Había empezado dos tesis doctorales que no me interesaron nada y entonces Miguel Siguán, el catedrático de Psicología en la Universidad de Barcelona, un hombre muy sabio, me dijo: “¿Por qué no te interesas por el tema de las mujeres haciéndose mayores?”. De hecho, mi tesis se llamó Autopercepción del proceso de envejecimiento en la mujer entre 50 y 60 años. Allí empecé a trabajar sobre esta cuestión, que ha sido el tema de mi vida con el que he envejecido. Empecé joven y ya llevo 40 años. A medida que me he ido haciendo mayor he seguido estudiándolo junto a otras cuestiones que han ido apareciendo.

 

¿Y qué ha sido, después de estudiar en profundidad cuestiones relacionadas con el envejecimiento y la menopausia y de haber tenido tantas conversaciones con mujeres, lo que más te ha llamado la atención?

 

Piensa que cuando empecé a trabajar sobre la menopausia ya llevaba unos quince o veinte años investigando sobre estos temas en general. Cuando me paré a estudiarla, tenía ya hechas muchas conversaciones. Quizás una de las cosas que me ha impactado más, ahora que me dices esto, era el poco interés que tenían las mujeres posmenopáusicas en hablar de la menopausia. “La menopausia, sí, aquello», “Ah, bueno, eso pasó”, decían.

 

Así como las que no la teníamos o que nos encontrábamos justo en esta etapa estábamos más interesadas en saber, nos encontrábamos con el desinterés total de las mujeres posmenopáusicas. Y, en cambio, la afirmación que estoy obteniendo en los últimos tiempos cuando ahora les pregunto en mis conferencias “¿es lo mejor que nos pasa?” y todas afirman así [hace el gesto de afirmación con la cabeza]. Ayer mismo ocurrió en la charla que di. Porque, claro, es verdad que hay mujeres que lo pasan mal, pero es un porcentaje bajo. También hay niñas que pasan muy mal la regla. Entonces, ¿por qué tanto interés en una cosa y tan poco en la otra? Es sospechoso.

 

Ayer decías que el cuerpo de las mujeres es un negocio. ¿A quién beneficia?

 

Beneficia a todos. Date cuenta de que las mujeres somos las pobres del planeta. La población pobre somos nosotras. Y resulta que somos las que damos de comer a mogollón de gente: la moda, los centros de estética, las uñas, el fitness y los gimnasios, la farmacia, la industria cosmética, la médica. Porque queremos adelgazar, porque queremos engordar, porque queremos crecer. Somos un enorme negocio.

 

Desde el momento que tienes la primera regla estamos constantemente llenas de expectativas que nos tienen soliviantadas y sometidas a una presión social enorme: embarazo, estudios, creación de familias… cuando parece que llega la plenitud de tu vida y puedes estar tranquila, llega la perimenopausia, después la menopausia y se nos presenta, dentro de las referencias que tenemos, como algo terrible. ¿Cómo construimos otra imagen y derribamos los mitos?

 

Es que con la menopausia no pasa nada. La menopausia solo es un momento del ciclo vital en el que la regla desaparece. Implica que durante una serie de años antes tus hormonas descienden y tus ciclos se alargan, se acortan, tienes pérdida de sangre… hay una serie de indicadores donde vemos que las hormonas están ya despidiéndose. Y eso también ocurrió cuando tú eras niña. A los nueve años, aún sin regla, empezamos a ver señales que nos van anunciando que estamos desarrollando nuestro cuerpo de mujer, con la aparición de vello o el desarrollo del pecho. Pues esto es lo mismo.

 

Se va anunciando que las hormonas están disminuyendo. La mayoría de la gente pasa la menopausia sin enterarse. Yo misma no he tenido absolutamente ni un sofoco. Se fue después de 12 meses. Pensé “hace doce meses que no tengo la regla y esto se acabó”. O llevas seis meses y ¡pam! Tienes tres meses más de regla y después se vuelve a ir otro año. Pero lo que sirve bastante es el hablar con otras mujeres, con otras chicas que están en el mismo momento que tú: con tu madre, con tus hermanas, con tus cuñadas, con tus amigas. En absoluto quiero negar que haya personas que lo hayan pasado mal. Por supuesto que sí, personas que han tenido muchas dificultades porque su cuerpo no se adaptaba. ¿Pero decir que es la norma? Esto se da en un porcentaje que es la excepción.

 

El porcentaje de mujeres que tienen sofocos no es el cien por cien ni el cincuenta por ciento. Y dentro de este cincuenta por ciento hay de todo: hay quien tiene muchos sofocos y viven con ellos durante muchos años y a veces se alargan porque tienes otros problemas como puede ser la tiroides. Pero yo creo que hay que hablarlo y conversarlo con otras, ver cómo lo han vivido las mujeres de alrededor. Ayer me decían unas chicas, que habían sido ya menopáusicas, que no sabían cómo lo habían pasado sus madres y abuelas. No se enteraron porque estas mujeres vivieron lo que les tocó vivir. El interés por aplazar los síntomas se vende con tratamientos para continuar siendo joven y eso no es cierto. Puedes retrasar algo en algún momento pero el programa biológico está allí y las arrugas te están esperando.

 

Hablabas de la menopausia como una etapa vital de libertad, a pesar de que es un momento al que muchas mujeres temen. ¿Por qué la vinculas con la liberación?

 

No soy yo sola, lo digo yo y lo dicen otras pensadoras. Primero: no te puedes quedar embarazada. Segundo: hablamos de la caída de las hormonas. En este momento empiezas a pasar de ese modelo de feminidad, de la sumisión femenina patriarcal que consiste en gustar a los demás y empiezas a pisar más fuerte. Profesionalmente, también estás en otro momento y vas adquiriendo un mayor dominio de tu vida. A partir de aquí hay muchas libertades y muchas de ellas provienen del feminismo, porque tu situación y tu relación con otras mujeres te va dando alas. Es como si se cayera el velo y pudieras darte la libertad de empezar a ser tú. No ser tanto para otros, para tus hijtos, tu parejita, para tu mamá, para los del trabajo… empezamos a darnos la libertad y darnos permiso para ser nosotras. Para ser la mujer que queremos ser.

 

Hablas en el libro de las referentes, que tanta falta nos hacen, aunque cada vez hay más. ¿Qué referentes has tenido tú?

 

Vosotras lo tenéis mejor, tenéis más referentes. La gente de mi generación o de las siguientes a las mías no hemos tenido muchas, pero nos hemos ido fijando, por ejemplo, en actrices coetáneas como Susan Sarandon o Meryl Streep. Ese tipo de mujeres en las que hemos visto que querían ser ellas, sobre todo en lo estético. Y, aunque es más joven que yo, tenemos a Ángela Molina, por ejemplo. Pero en esto se ha mejorado.

 

Me fijo, por ejemplo, en los pies y los zapatos. Una de las cuestiones más graves de la vida de las mujeres ha sido el tema de los taconazos. Si miras ahora por la calle prácticamente no hay mujeres que vayan con ellos. Antes no. Ahora en una celebración la gente se los pone si quiere sufrir, pero es que, a veces, no se llegan a usar ni para esas ocasiones. La moda también ha cambiado y es menos restrictiva para nosotras. Es muy importante el que nos atrevamos a ser diferentes, a mostrar nuestra diferencia y nuestro ser, porque la perversión del mito de la belleza es que es inalcanzable. Y al ser así, nunca vas a estar suficientemente cerca. Es desmoralizante. Inviertes dinero y siempre estamos en el punto cero.

 

Hablas también de la importancia de los ritos. Es muy complejo porque vivimos de forma tan acelerada que hace que se pierdan ritos, otros que no dejamos que se asienten ni que se consoliden pero hay otros que se mantienen porque se capitalizan. ¿Qué ritos crees que las mujeres deberíamos asentar respecto al envejecimiento?

 

Sobre los ritos en los que más he pensado últimamente han sido los que tienen que ver con la muerte. Está muy institucionalizado y quizás necesitamos hacerlo y practicarlo a nuestra conveniencia. A raíz de una amiga mía que durante la crisis de 2008 montó un tanatorio (y me pareció una cosa increíble y divertida), pensé: las mujeres deberíamos montar un tanatorio feminista, laico y ecologista. Porque el rito de la muerte es hipercomercial y tóxico. Pesar en cómo queremos despedirnos de esta vida. No tenemos una palabra para la orfandad de una amiga. Se te va tu amiga del alma y no tienes palabra para nombrar ese estado. Sobre la menopausia, por ejemplo, hablé con mis amigas para hacer una fiesta y así dar la bienvenida a esa etapa, donde cada una llevase una cosa alusiva a la regla. Pero finalmente no se hizo. Creo que hay que pensar el divertimento y celebrarlo. Alcanzamos una edad en la que lo que más celebramos es la jubilación.

 

Libro «Nuestra menopausia Una versión no oficial» de Anna Freixas

Fuente: https://www.lamarea.com/2024/03/20/anna-freixas-con-la-menopausia-empezamos-a-darnos-la-libertad-para-ser-la-mujer-que-queremos-ser/

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Anna Freixas: “El feminismo debe convertirse también en salvavidas de las viejas”. Libro PDF

Por:  Selma Tango

Aprender a envejecer debería ser una asignatura obligatoria en la escuela y también en el feminismo. Con el libro ‘Yo vieja’ Anna Freixas nos regala una guía para poner los puntos sobre las íes de la vejez de las mujeres para ser más libres.

Que el término vieja denota algo negativo no es nuevo para nadie, aunque no debería ser así porque la vejez es el objetivo de la vida. Es por ello que el título del libro Yo vieja de Anna Freixas, doctora en psicología, escritora e investigadora feminista, llama la atención de primeras. La obra es una guía para las mujeres mayores que quieren mejorar su vejez, tener autonomía, disfrutar o entender muchas de las cosas que les pasan. Aunque quizás sea más útil para las generaciones más jóvenes de mujeres que van a encontrar entre sus páginas información útil de lo que les espera. Es importante reivindicar vivir la vejez con dignidad y empezar por la palabra es una buena forma de naturalizar algo que en otras culturas no supone un problema, envejecer. Como dice Anna Freixas “la palabra vieja, viejo, vejez está connotada socialmente de manera negativa y es sorprendente porque en realidad viejo es un estadio del ciclo vital. Eres niño, eres adolescente, eres adulto, eres viejo, por lo tanto no tiene que ser más negativo que cualquier otro estadio. Lo que pasa es que en nuestra sociedad hay una connotación negativa respecto a la vejez porque implica una cierta exclusión social, una desvalorización, una pérdida de poder y esto es lo que tememos, la exclusión y la soledad”.

Yo vieja es un repaso a las cuestiones básicas que afectan a la vida de las mujeres mayores como la belleza o la aceptación de los signos de la edad, cuando la dictadura de la imagen y la belleza a la que nos vemos sometidas las mujeres desde tiempos inmemoriales es feroz. El uso de las redes sociales y el aumento de personas mayores en ellas puede estar afectando de forma negativa a la percepción que las mujeres mayores lleguen a tener de si mismas, al igual que está ocurriendo con las más jóvenes. Al hablar del ideal de belleza, la autora sostiene que “contiene dos elementos: la juventud y la delgadez. Ser joven y viejo no es posible y la delgadez es algo que cuesta cuando somos mayores por diversos factores. Evidentemente el mito de la belleza nos afecta a las mujeres desde que somos niñas porque vivimos con un ideal inalcanzable por lo tanto estamos siempre persiguiendo algo a lo que no podemos llegar y esto es de una perversidad total”.

Esto genera una presión estética, prosigue la investigadora. “Esta presión está sobre nosotras a todas las edades, en la menopausia, en la juventud. Si tú le preguntas a una niña sobre su cuerpo ya sabe lo que no le gusta y cuando llegas a vieja sigues luchando. Aunque no te hagas una cirugía ni nada, intentas disimular las arrugas o te pones un pañuelo en el cuello para que no se te vea tan arrugado, por lo tanto, sí hay una presión estética“. Para Freixa ”nosotras nos centramos en la belleza y no en la salud, si gastásemos esa energía que empleamos en tratar de alcanzar ese ideal imposible de belleza en nuestra salud, si nos cuidásemos, comiésemos bien, hiciésemos ejercicio, nos riésemos con nuestras amigas, veríamos que eso contribuye mucho más a la belleza que la tristeza que se deriva de algo inalcanzable”.

“Somos pobres y en vez de gastarnos el dinero en viajar, en comer bien, ir a un balneario o a disfrutar con las amigas, lo gastamos en nuestro cuerpo, en torturarlo de diversas maneras”

La industria en torno al cuerpo de las mujeres es una de las luchas más eternas del feminismo. Los productos anti envejecimiento llenan los estantes y escaparates de infinidad de tiendas. Las propuestas de la obra de Anna Freixas van mucho más encaminadas a vivir la vejez con dignidad, desde la perspectiva de aceptar sus signos como parte de la vida. Cuidarse sin sucumbir al marketing esclavista de la belleza y la vejez, que hace del cuerpo de las mujeres el gran negocio, como ella misma reconoce: “Es el gran negocio de todas las industrias, la industria médica, la industria farmacéutica o la estética.  Vas a una tienda y la cantidad de ropa que hay para una mujer no la hay para un hombre. Ellos se han cuidado de tener cuatro modelos pero nosotras tenemos que cambiar, tenemos que tener modelos de todo tipo. Somos las pobres del planeta y sin embargo gastamos lo que no tenemos en querer gustar. Tratamos de llegar a unos ideales de belleza que no podemos conseguir nunca. Somos pobres y en vez de gastarnos el dinero en viajar, en comer bien, ir a un balneario o a disfrutar con las amigas, lo gastamos en nuestro cuerpo, en torturarlo de diversas maneras”.

En contra de los clichés

En la obra también hay alegato en contra de los clichés obsoletos y castrantes de las mujeres mayores, como el de la viejecita pasiva a la que atribuir un montón de defectos o la que tiene apariencia joven llena de energía que se mantiene pretendiendo no envejecer nunca y torturándose a si misma en esa lucha contra el tiempo. Los estereotipos que manejamos de las mujeres mayores no atienden a la realidad, como bien nos cuenta la escritora. “Se dice que las mujeres mayores podemos tener apariencia juvenil pero entonces ves imágenes de viejas con unas ropas, unos peinados y unas gafas completamente exageradas, demostrando que soy vieja pero no lo parezco. Yo creo que lo que tenemos conseguir es querer ser viejas y poder parecerlo. Viejas que nos desplazamos por nuestras ciudades con nuestras arrugas, con nuestra cojera, con nuestras gafas y con nuestro bastón con toda normalidad de manera natural”.

“Esta ruptura con la vejez es una ruptura de las sociedades ultracapitalistas, es decir, en otras sociedades eso no ocurre”

Esta visión negativa del envejecer es una respuesta que tiene relación con las políticas y formas de vida capitalistas y excluyentes. En otras culturas la perspectiva de la vejez no es tal. En las sociedades tribales, ancestrales y en otras sociedades actuales no tan capitalistas, las personas ancianas tienen un lugar dentro del grupo social, no están excluidas y forman parte de la toma de decisiones. Suelen tener la función de aconsejar o aportar a la comunidad una visión desde la experiencia. Como dice la investigadora, “esta ruptura con la vejez es una ruptura de las sociedades ultracapitalistas, es decir, en otras sociedades eso no ocurre, esa valoración solamente de lo joven, de lo nuevo y de lo de usar y tirar eso es de una sociedad capitalista sin alma que es la que tenemos ahora”.

Tan denostada está la vejez que incluso las propias mujeres y hombres que envejecen se ven a si mismos como más jóvenes que sus iguales. Tienden a compararse para ponerse en un lugar privilegiado porque es muy dura la idea de hacerse viejas. La frase  “yo no estoy tan vieja como esa” o “yo me siento joven” son respuestas a un engaño en el que caemos y que nos impide verle bondades al hecho de envejecer. Así lo explica la autora: “Solemos tratar de situarnos en el espacio de las escogidas, “las viejas son las demás pero yo soy joven” o “ mi madre no es la típica mujer mayor, todas las mujeres mayores son horribles pero mi madre no lo es”. Este edadismo que tenemos incrustado nos lleva a despreciar la vejez, incluso la nuestra o la de nuestras iguales. Mientras no valoremos los cuerpos de nuestras iguales, mientras no nos respetemos unas a las otras valorando quienes somos, vamos a sentir este desprecio por la vejez. El tema es cómo podemos entre todas respetar la vejez, respetarnos y con dignidad mostrar todos los signos de la edad con elegancia, con tranquilidad. Soy vieja y tengo 70, 80, 90 y tengo cuerpo de 70, 80 ó 90”.

Salud mental en la vejez de las mujeres

Que la incidencia de la depresión en mujeres mayores es más alta que en otros grupos de población es un hecho, doblando en muchas etapas al de los hombres como en la mediana edad y estando muy por encima del de las mujeres más jóvenes. En Yo vieja  se pone de manifiesto cómo aún se nos tilda a las mujeres de histéricas y se nos medica. De hecho España es el primer país del mundo en el consumo de psicofármacos, según el informe de 2021 de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE), dependiente de Naciones Unidas. En el caso de las mujeres es muy significativo que a partir de los 35 años los índices de depresión comienzan a crecer, duplicándose prácticamente en la década de los 55 a los 65 años y creciendo en casi 5 puntos más en la década de los 75 a los 84, según datos del ministerio de Sanidad de 2017.

Pese a que en ocasiones y como indica la autora a veces la medicación sea necesaria, esta medicalización del malestar de las mujeres “tiene que ver con las opciones de vida, con la falta de reciprocidad por parte de las parejas, con la falta de comunicación y de agradecimiento, con la excesiva responsabilidad que nos otorgamos hacia los cuidados. A veces somos nosotras las que no sabemos, no queremos o no podemos repartir la carga de cuidados ya que hay momentos en los que podríamos dejar una parte de esto en mano de otras personas y no lo hacemos. Es una tarea personal pero también una tarea colectiva”. Describe que en realidad lo que han demostrado las mujeres es tener una salud mental a prueba de bombas que se resiente según envejecemos y en muchos casos  la única terapia que encontramos es la conversación con amigas. Es una realidad que a mayor edad mayor sensación de soledad.

Una de las herramientas naturales de las mujeres para luchar contra esa soledad impuesta es precisamente su facilidad para comunicarse con otras mujeres. Tratar de no aislarse manteniendo el contacto es de los apoyos más efectivos. En palabras de la escritora, “las redes de intimidad son fundamentales a lo largo de toda la vida. Éste es uno de los capitales que tienen las mujeres que históricamente hemos sabido mantener la comunicación con otras, el participar de nuestras penas y alegrías, el compartir lo bueno y lo malo. Eso crea una red fundamental para sobrevivir, para darte cuenta de que lo que te pasa a ti no solo te pasa a ti, le pasa a muchas personas y es significativo para la vida. Compartirlo te permite relativizar, encontrar apoyo, comprender lo que te pasa, elaborar estrategias para superarlo, aprender de otras, sentirte comprendida y escuchada”. De esta manera las mujeres han luchado históricamente con la soledad y la incomunicación.

“Cuando las abuelas cuidamos a las nietas estamos retrasando una generación porque estamos impidiendo que nuestras hijas negocien con sus parejas, con sus empleadores y con el Estado”

Para mantener esta actividad y conexión una de las cosas más sencillas es aprovechar puntos de encuentro, gustos comunes y ocio con el fin de mantener estas redes, reforzar lazos de unión y cultivar el placer de hacer cosas por gusto. El ocio no ha sido algo a lo que las mujeres en general le hayan podido dedicar mucho tiempo históricamente, responde Anna Freixas. “Hemos estado tan ocupadas con el trabajo, con la familia, con los cuidados, con la casa que no hemos tenido mucho tiempo para jugar, para distraernos, entonces ahí es importante participar en cosas de carácter público, en los centros cívicos, en las asociaciones de vecinos o de mujeres que suelen organizar actividades, es un camino para mujeres que no han encontrado otros caminos de ocio”. Es de hecho la vejez un buen momento para las mujeres que se pueden liberar de tareas y dedicar el tiempo a ellas mismas. Así debería ser entendida la vejez de hecho, un momento vital en el que aprovechar para hacer cosas que con anterioridad no pudimos por falta de tiempo, pero no siempre es entendida así, como una oportunidad.

Cuidados y residencias

Una de las realidades de las mujeres mayores en nuestro país es que algunas, muchas, continúan trabajando, ejerciendo tareas de cuidados no remuneradas de sus nietas y nietos. Cómo quitarles esa responsabilidad nos enfrenta a la realidad de que muchas familias de este país se sostienen en parte en el apoyo familiar, con la carga en las personas mayores que dan soporte económico y de cuidados a los nietos y nietas para que sus madres puedan trabajar. Esto tiene que ver con esa perspectiva de familia arrastrada desde la dictadura y que condena a las “abuelas” a estar trabajando cuidando a sus nietas en la vejez. Anna Freixas es rotunda en cuanto a esta situación. “Cuando las abuelas cuidamos a las nietas estamos retrasando una generación porque estamos impidiendo que nuestras hijas negocien con sus parejas, con sus empleadores y con el Estado. Nosotras estamos poniendo un parche temporal a un problema que va a seguir existiendo y si nosotras no existiésemos esto se resolvería de otra manera. Nosotras podemos hacer apoyos puntuales pero no estructurales, eso es lo que debería ser por el bien de la hija, por el bien de la abuela y por el bien de la nieta. Si la abuela no existiera alguien lo haría, y la pregunta es ¿por que las abuelas somos las que  hacemos ese trabajo gratuito? nadie más lo hace, hay algo que falla ahí ahora resulta que este es un trabajo gratuito que hacemos nosotras, resulta que a estos niños si no existiésemos las abuelas los cuidaría alguien que cobraría”.

Anna Freixas

En cuanto a las instituciones dedicadas al cuidado de las mayores, tras la pandemia se han puesto de manifiesto muchas carencias asistenciales así como la importancia de que haya un cambio de modelo mucho más humanizado. A día de hoy la perspectiva de las residencias y centros de día es eminentemente clínica y no tiene demasiado en cuenta lo emocional, siendo una de las cuestiones capitales en las personas mayores. Tener unas instituciones dedicadas a que estas personas puedan desarrollarse de manera activa, como personas adultas mayores y aportando a la comunidad, es esencial para su bienestar. Igual de importante es que los colectivos que trabajan con personas mayores tengan la formación y las cualidades necesarias para tratarlos con una mayor dignidad. Que se hagan respetar los espacios, los cuerpos y la intimidad de las personas mayores, sin despersonalizarlas y homogeneizarlas para poder sistematiza el trabajo, desposeído de perspectiva emocional solo facilita la productividad del personal para que las tareas de cuidados se lleven a cabo con mayor rapidez.

La realidad de la institucionalización de los cuidados dista de ser un modelo que apueste por la autonomía e independencia de las personas mayores en la actualidad. Como explica la autora, “esta atención no puede ser un negocio, no podemos dejar que el cuidado en la última etapa de la vida, que es donde se requiere una mirada más atenta, siga siendo un negocio. No podemos dejarlo en manos privadas de una gente que hace negocio con el trato, con la alimentación, con los pañales o pagando mal al personal. Un personal mal pagado no puede atender las necesidades de la gente”.

La gestión de estas instituciones ha mostrado su cara más negra con la pandemia. “Creía que después del covid iba a haber una reflexión colectiva social y política acerca de la vida en las residencias— asegura Freixas— Parece que esto no se ha hecho o se ha hecho una cosa ínfima. Realmente hay una reflexión que hacer y el cambio estructural respecto a qué se entiende por residencia, qué es lo que debe ofrecer una residencia y cómo debe ser el modelo de residencias es algo que debemos hacer todas y todos de manera urgente y necesaria“. La escritora considera que mientras esto no se haga las residencias seguirán siendo un aparcamiento de personas para sacarlas de la circulación. ”Hay gente que podría estar en su casa pero al estar en una residencia poco a poco se hacen dependientes porque no tienen nada que hacer, lo tienen todo hecho y no hay cosa que incapacite más. Que no tengas que hacer tus cosas te hace perder autonomía. A veces los hijos intentan solucionar la vida de los mayores pero lo que están haciendo es incapacitarlos ”.

“Igual que hay muchos protocolos de atención, protección y respeto a la infancia, debería haber también protocolos de atención y respeto a la vejez. En cuanto al trato a las personas mayores, todo es una asignatura pendiente”

Desentendernos de la vejez no va a hacer que el problema no exista o no nos llegue. Como dice la autora, “lo que tienen que pensar las generaciones más jóvenes es que o lo transformamos o se encontrarán con lo mismo. Es urgente que se haga esa reflexión aunque sea por egoísmo. Hay modelos interesantes que se están desarrollando en algunos centros de España como el modelo de atención centrado en la persona y que atienden a las personas como individuos con sus necesidades, sus características, sus manías y sus gustos. Somos personas desde el principio hasta el final y merecemos respeto hasta el último momento de nuestra vida. Igual que hay muchos protocolos de atención, protección y respeto a la infancia, debería haber también protocolos de atención y respeto a la vejez. En cuanto al trato a las personas mayores, todo es una asignatura pendiente”.

El cambio no solo tiene que ver con las instituciones si no también con las estructuras, transportes, medios y con los espacios que habitan las personas mayores. El tema de la adaptación de los espacios en relación con la dependencia o teniendo en cuenta a las personas de movilidad reducida es una asignatura pendiente, como casi todo en lo referente a la vejez, a la dependencia e inclusión. En Yo vieja, se ponen de manifiesto algunos de los factores necesarios a tener en cuenta para preparar nuestra vida para la vejez que llegará. La autora hace hincapié en que esto “implica que preparemos los medios que doten de seguridad y comodidad a nuestra casa”.

Aprender a ser viejas

Debería haber alguna asignatura que nos enseñe a ser viejas, una reflexión necesaria pues a la vejez tarde o temprano todas tenemos que hacerle frente. Al preguntarle a Anna Freixas por ello responde: “O deberíamos tener la vejez como un objetivo vital al que llegar con el mayor equilibrio y bienestar. Que ya desde la escuela tú sepas que las elecciones, que determinadas opciones que tú tomas en tu vida, marcarán tu futuro. Que serás probablemente una vieja pobre si tomas determinada opción en un momento de tu vida, a los 12 a los 14 ó a los 16 años“. En este sentido, Freixas considera que no nos hacemos pobres el día que vamos a cobrar la pensión, ”nos hacemos pobres cuando a lo largo de la vida hemos ido eligiendo opciones en las que no hemos priorizado nuestro futuro. Entonces la visión del ciclo vital como algo importante a lo que tenemos que llegar a través de los diversos paso de la vida, es importante que se aprenda en la escuela y en la explicación de todas las ciencias naturales y no naturales eso debería estar presente”.

Por último se echa de menos una perspectiva feminista en esta situación. Como asegura en el libro la autora “el feminismo debe convertirse también en salvavidas de las viejas. En todas las políticas, en todas las acciones, en todas las campañas, en todos los anuncios de publicidad, en todo, siempre habría que tener, mujeres viejas y hombres viejos, participando en la creación de este proyecto y luego ofrecer siempre en todas las situaciones imágenes de todas las edades y sobre todo imágenes de viejas, de viejas de verdad viejas, no viejas imposibles, no mujeres de 80 que parece que tengan 25, no, mujeres de 80 que se muestran con sus cuerpos de 80 dignamente y sus signos de vejez sin disimular”.

“No es la vejez lo que nos amenaza, son nuestras ideas, nuestras conductas y sobre todo nuestra disposición interior de obediencia y el conformismo las que nos precipitan a ella”, concluye Anna Freixas.

https://www.elsaltodiario.com/feminismos/anna-freixas-feminismo-debe-convertirse-tambien-salvavidas-viejas

Descarga el libro aqui:

Yo vieja – Anna Freixas

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Por: Sofía García-Bullé

Para cualquier institución es más costoso capacitar talento nuevo que ofrecer la flexibilidad que las académicas necesitan para continuar su carrera.

El talento humano es uno de los recursos más importantes de empresas, organizaciones y universidades. Una parte importante de este talento es conformado por mujeres. En Australia, el 54.7 % de los catedráticos o profesores de medio y bajo rango son mujeres, en Canadá es el 41 %, en Europa 41.3 %, y en Estados Unidos 49.7 %. Este número cae drásticamente al avanzar a las posiciones de liderazgo. Solo el 33.9 % de las catedráticas australianas son de nivel sénior; en Canadá solo 28 % son profesoras de alto rango; en el caso de Europa, tan solo el 23.7 % de las mujeres son de grado A y en Estados Unidos, el 34.3 % ocupan posiciones altas en instituciones de enseñanza.

Si hay tantas mujeres en las posiciones medias y bajas de la academia, ¿qué pasa en su camino a los puestos de mayor calibre? ¿Por qué tan pocas llegan? ¿Qué es diferente en sus carreras profesionales en comparación con sus compañeros varones? La respuesta es una carencia que aún en la segunda década del siglo XXI, sigue impactando la carrera profesional de muchas mujeres. Las universidades aún no encuentran la forma de aprovechar al máximo el potencial de las académicas porque todavía no se han integrado eficientemente dos transiciones importantes de las mujeres a la cultura laboral de la academia: la maternidad y la menopausia.

Las mujeres terminan desapareciendo de las universidades cuando es momento de ascender a mejores posiciones laborales porque están ocupadas iniciando una vida familiar o ajustándose a los cambios que implica avanzar una fase en su ciclo biológico. No hay cultura social y laboral que les de un soporte efectivo. Tradicionalmente se ha considerado que cualquier mujer que ambicione tener una familia deberá elegir entre este propósito y su carrera. Hoy sabemos que esta costumbre social impuesta pone a las mujeres profesionales en una desventaja sistemática en comparación con sus homólogos masculinos, pero más que eso, en el caso de las universidades, priva a estas instituciones educativas de al menos la mitad de sus productoras y transmisoras de conocimiento.

No es trato especial, es retención de talento

Uno de los mayores argumentos contra la implementación de políticas más flexibles para periodos de maternidad y paternidad es que estos esfuerzos son leídos como privilegios, como trato especial, una recompensa que beneficia a alguien que pensamos que “no se lo ganó”.

“Las prestaciones de maternidad extendida pueden impulsar la productividad de las mujeres y regresar la inversión al paso del tiempo”.

El primer paso para una mejor retención de talento para aquellas personas que compaginan el trabajo con el cuidado de una familia, (especialmente las mujeres, dado que ellas están más atadas a este rol por estereotipos de género) es dejar de ver la maternidad y la paternidad como un privilegio innecesario y empezar a verlo como parte de un presupuesto operativo. En términos de protección de capital y recursos de cualquier empresa u organización, cuesta más la salida de una persona con las habilidades, capacitación y experiencia para realizar un trabajo.

Esto implica que tendría que abrirse un proceso de contratación desde cero para llenar el puesto, procurar aplicantes, concertar entrevistas, contratar a una persona nueva, capacitarla y esperar a que su experiencia equipare con la persona que dejó el puesto para atender necesidades de maternidad o paternidad. Todo este proceso requiere de más tiempo, trabajo y dinero que simplemente ofrecer facilidades que permitan a los empleados cumplir con sus responsabilidades familiares a la par de las laborales.

Un estudio liderado por Vera Troeger, profesora de economía en la Universidad de Warwick, encontró que las universidades con mejores prestaciones de maternidad estaban mejor calificadas para retener el talento femenino. Gracias a estas políticas, más mujeres permanecían en estas universidades para eventualmente convertirse en profesoras con experiencia, mejorar sus contribuciones y percibir mejor sueldo y prestaciones. “Las prestaciones de maternidad extendida pueden impulsar la productividad de las mujeres y regresar la inversión al paso del tiempo”, explicó Troeger, agregando que estas medidas implican la adición de una fuerza de trabajo que podría aumentar la productividad no solo de empresas y organizaciones, sino de países enteros.

En algunas ocasiones, académicas han hablado de cómo los permisos extendidos de maternidad y el cambio de ritmo al integrar la dimensión familiar con la profesional las hizo tener una mejor experiencia laboral y ayudó a subir su nivel como académicas. Como es el caso de la experiencia personal de una investigadora anónima que relató su experiencia para The Guardian.

Sin embargo, las políticas para permisos de maternidad y las instancias que ayudan a mujeres a integrar su dimensión familiar con la profesional, siguen siendo muy dispares. No hay un consenso que establezca una base de la cual partir para discernir entre las prestaciones mínimas, las promedio y las máximas. Hay universidades que apoyan a sus académicas en este momento de transición y otras que se quedan en los límites legales de lo que tienen que hacer cuando un miembro de la organización empieza una vida familiar. Sin embargo, ya podemos decir que hay una conversación continua para normalizar la búsqueda del equilibrio entre la maternidad y el desarrollo profesional, ya es un tema que existe en el pensamiento colectivo y del cual se habla constantemente. No podemos decir lo mismo de la siguiente transición importante en la vida de toda mujer profesional, la menopausia.

El éxodo femenino profesional

A los 50 años, muchos profesionales ya están ocupando cargos de dirección, son dueños de empresas, decanos, presidentes de universidades… esto si son hombres. De acuerdo al Times Higher Education, de las 200 mejores universidades del mundo, solo el 14% son dirigidas por mujeres.

Lo anterior responde a una serie de problemáticas más complejas, pero dentro de este contexto, una de las principales causas por las que las mujeres no llegan comúnmente a ser decanas o presidentes de instituciones de educación superior es, en primera instancia, esa disrupción en sus carreras cuando inician una vida familiar. Esto reduce significativamente la población de mujeres con la posibilidad de formar una trayectoria profesional que las haga elegibles para un puesto de alto liderazgo. Pero aún las que quedan en ese selecto grupo que pudo continuar avanzando en su carrera tienen que enfrentar una segunda disrupción de la que se habla poco: la menopausia.

“Fue muy diferente de cuando estuve embarazada — durante ese tiempo no pensaba dos veces en confesar falta de concentración y fatiga. Hombres y mujeres reían y se mostraban comprensivos a mis experiencias”.

El cambio en el balance hormonal, y por ende las capacidades físicas de las mujeres, llega antes que en el caso de los hombres. Esto no quiere decir que los académicos varones entre 45 y 55 años no tengan retos relacionados con su salud. Los hombres en ese rango de edad tienen un mayor riesgo de desarrollar hipertensión, problemas de colesterol, complicaciones coronarias, diabetes y cáncer de próstata. Pero en el caso de los hombres, estas cuestiones de salud no son tan visibles en el espacio laboral, y no implican un cambio significativo en la dinámica laboral.

Las áreas de oportunidad que tienen los académicos al pasar al siguiente rango de edad están normalizadas, porque hay muchos de ellos pasando por lo mismo. Por ejemplo, desde el punto de vista de la mayoría social en la academia, es mucho más fácil comprender la necesidad de un catedrático sénior de tomar un tiempo de descanso tras una cirugía ventricular o un tratamiento oncológico, razones por las que se vería prudente que redujera las horas de trabajo. Veríamos normal que su desempeño disminuyera dentro del marco de ese horario reducido.

Pero, ¿pensaríamos lo mismo de una mujer cuyo problema es un desbalance hormonal? La menopausia usualmente viene acompañada de ansiedad, menor capacidad de concentración, bochornos, entre otros síntomas comunes de esta etapa. La menopausia es una condición de salud tan común como las mencionadas anteriormente. Sin embargo, estos síntomas suelen categorizarse como histeria femenina (desbalance hormonal), falta de atención o interés (capacidad de concentración), mal carácter e incapacidad para trabajar en equipo (ansiedad).

Esto pasa porque hablamos mucho de enfermedades cardiacas, hipertensión y niveles de colesterol, pero no hablamos nada sobre el ciclo menstrual, y menos todavía, sobre la menopausia. El tema sigue siendo tan tabú que una buena parte de las personas que escriben o participan en textos que hablan de los efectos de la menopausia en las académicas, sus implicaciones en su vida laboral y la falta de herramientas en las universidades para manejar estas cuestiones, han decidido permanecer anónimas.

Jeneva Patterson, docente sénior en el Centro para el Liderazgo Creativo en Bruselas, Bélgica, es una de las pocas que se atreve a usar su nombre al hablar del tema en foros públicos de nicho para especialistas en educación. En un artículo para el Harvard Business Review, habla de su experiencia personal con la menopausia. “Fue muy diferente de cuando estuve embarazada — durante ese tiempo no pensaba dos veces en confesar falta de concentración y fatiga. Hombres y mujeres reían y se mostraban comprensivos a mis experiencias”. Patterson explica que esta diferencia la orilló a no revelar el motivo real de repetidas llegadas tarde a juntas porque se extraviaba en el camino, asignar dos o hasta tres eventos el mismo día y hora en el calendario, perder vuelos y olvidar lo que algún compañero le decía tan solo unos minutos antes.

El temor de Patterson, compartido por el de todas las mujeres a las que entrevistó para escribir el artículo, viene de esta diferencia que define en su texto. Para las mujeres profesionales no es lo mismo decir que necesitan un cambio de horario y carga de trabajo porque van a ser madres, que cuando lo necesitan porque están entrando en la menopausia. Un estudio auspiciado por el Instituto de Trabajo, Salud y Organizaciones de la Universidad de Nottingham, encontró que existe una alta probabilidad de que la relación de una mujer profesional con su equipo de trabajo se vuelva hostil si revela su condición de menopausia.

En los espacios de trabajo con buenas prácticas laborales, está normalizado ofrecer una estructura que permita a las mujeres, y en el mejor de los casos a los hombres, crear un equilibrio entre las responsabilidades de trabajo y la vida familiar. La menopausia, en cambio, no está normalizada, por lo que los espacios de trabajo aún no cuentan con prácticas de concientización, soporte y empatía que se traduzcan en políticas de apoyo para las profesionales que pasan por este proceso biológico.

“En mi caso tengo solo dos opciones: Aceptar el hecho de que soy tratada como un parásito, esconderme y sentirme agradecida por ser tolerada, o tomar el golpe financiero de un retiro prematuro. Pronto tendré que conformarme con una de estas”.

Las universidades no son la excepción. Una académica que eligió permanecer anónima, aportó al discurso público sobre el tema con un texto para el Times Higher Education. En el texto comparte su experiencia personal sobre cómo la falta de conocimiento y comprensión hacia su condición menopáusica ha provocado conflictos entre ella, su equipo de trabajo y sus superiores. La académica detalla que una de las prácticas más comunes en las organizaciones con mujeres en el rango de edad de menopausia, es sugerirles cambiar su carga de trabajo a medio tiempo o “invitarlas” a retirarse antes de completar los años requeridos para una pensión completa. Ambas opciones generan un fuerte impacto en el presente y futuro financiero de las mujeres profesionales, carga que no es compartida por sus compañeros varones.

“En mi caso tengo solo dos opciones: Aceptar el hecho de que soy tratada como un parásito, esconderme y sentirme agradecida por ser tolerada, o tomar el golpe financiero de un retiro prematuro. Pronto tendré que conformarme con una de estas”. Para la académica, esta situación es tan simple como terminantemente dura. Una mujer menopáusica tiene necesidades especiales, mientras esto no sea reconocido y llevado a la misma normalización de la que hoy en día disfruta la maternidad, va a seguir siendo un tema del que las mujeres se avergüencen, sea mal visto, genere bullying y malas prácticas laborales.

Crear espacios de trabajo que aprovechen el potencial de las mujeres que viven con menopausia empieza por hablar abiertamente sobre el tema. Entre más mujeres lleven el tema a la conversación, más se creará conciencia sobre las necesidades de las mujeres en esta etapa y el predominante sentimiento de vergüenza que las caracteriza irá perdiendo fuerza. Tanto empresas, organizaciones, y universidades, deben estar dispuestas a hacer los cambios necesarios que les permitan a las mujeres permanecer en la fuerza de trabajo, lo cual también es benéfico para sus empleadores quienes no tendrán que perder la inversión en capital humano cuando una mujer con menopausia sale de su puesto.

Espacios de descanso, horarios flexibles, una cultura de trabajo empática y abierta a aprender, es todo lo que se necesita para ofrecer una plataforma de continuidad laboral a las mujeres que experimentan la menopausia. Las universidades, dentro de su rol de productoras de conocimiento y espacios de aprendizaje, tienen una mayor responsabilidad de ofrecer recursos que cimenten la equidad, pero también pueden ser los primeros en beneficiarse de una fuerza de trabajo en la que más de la mitad de su miembros sigue presente y aportando conocimiento después de los 50 años.

Fuente e imagen: https://observatorio.tec.mx/edu-news/maternidad-menopausia-universidades

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En Reino Unido los académicos instan a decir ‘menopausia’ tres veces al día

Se alienta al personal universitario masculino y femenino a decir la palabra «menopausia» tres veces al día para ayudar a eliminar el tabú y normalizarlo.

Europa/ReinoUnido/BBCnews

La Dra. Andrea Davies, de la Universidad de Leicester, también quiere que las mujeres puedan anunciar con confianza en una reunión cuando están teniendo una oleada de calor.

El año pasado, la universidad se convirtió en la primera en el Reino Unido en introducir su propia política sobre la menopausia.

El Dr. Davies dijo que hay mucha ignorancia sobre el tema.

Comenzó a investigar la menopausia hace cinco años y solo se dio cuenta de que había experimentado algunos de los primeros síntomas debido a su trabajo.

‘La palabra M’

«Una de las cosas que hemos estado probando es intentar decir ‘menopausia’ tres veces al día», dijo el profesor asociado de marketing y consumo.

«Te sientes un poco vacilante las primeras veces, pero ahora la gente habla de la menopausia con bastante facilidad en una conversación.

«Así que inténtelo. No ‘la palabra M’, tiene que estar llena ‘menopausia’. Diga ‘menopausia’ tres veces al día y comience a romper el tabú y las barreras».


¿Qué es la menopausia?

  • La menopausia es la etapa biológica en la vida de una mujer que ocurre cuando ella deja de menstruar
  • La perimenopausia es el tiempo que lleva a la menopausia cuando una mujer puede experimentar períodos irregulares u otros síntomas de la menopausia. Esto puede ser años antes de la menopausia
  • La posmenopausia es el momento posterior a la menopausia, que comienza cuando una mujer no ha tenido un período de 12 meses consecutivos
  • Los síntomas de la menopausia afectan al 75% de las mujeres, lo que significa que no todos necesitarán ayuda o apoyo
  • Los síntomas pueden incluir bochornos, falta de concentración, dolores de cabeza, ataques de pánico, períodos pesados ​​o leves, ansiedad, pérdida de confianza y dificultad para dormir.

La Dra. Davies es coautora de un informe del Departamento de Educación de 2017 sobre la transición a la menopausia y la participación económica.

Ella comenzó a experimentar síntomas de menopausia cuando tenía 42 años, pero no los reconoció en ese momento.

«Pensé que era algo que sucedió mucho más tarde», dijo el Dr. Davies, que ahora tiene 48 años.

«Así que fue un poco revelador descubrir que la edad promedio para alcanzar la menopausia, cuando sus períodos se han detenido durante 12 meses, es de 51.

«De repente me di cuenta de que esas noches sin sueño y sudorosas, cuando pensé que tenía que cambiar el edredón por un tog más bajo, eran en realidad uno de esos primeros síntomas».

La leyenda de los mediosKirsty Wark habla mal de la menopausia de Jennifer Saunders

Ella dijo que muchas mujeres tienen miedo de mostrar signos de menopausia en el lugar de trabajo.

«La gente está preocupada por ser considerada una anciana histérica o una anciana», dijo.

«Lo que he visto en los datos y en las historias anecdóticas y en algunas de mis propias entrevistas es que las mujeres están dejando el trabajo porque se sienten avergonzadas, socavadas o incapaces de hacer frente».

Ella quiere que las mujeres se sientan tan cómodas que puedan decir: «Estoy teniendo una oleada de calor a todos, solo denme un momento».

Agregó que los lugares de trabajo pueden hacer «ajustes muy pequeños y razonables» para facilitar la transición.

Las sugerencias en la política de la menopausia de la universidad incluyen darles a las fanáticas de sus escritorios, trabajar de manera flexible para hacer frente a la falta de sueño y ofrecer un espacio tranquilo en el trabajo para hacer frente a la falta de concentración.

Fuente: https://www.bbc.co.uk/news/uk-england-leicestershire-45269434

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