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Amaia Pérez Orozco: «El sindicalismo es clave para atacar desde dentro al capitalismo»

Gessamí Forner entrevista a Amaia Pérez Orozco, doctora en economía.

La doctora en economía Amaia Pérez Orozco cree que en el sindicalismo no debe haber condescendencia con el capitalismo y que los flancos de lucha contra este han de ser amplios: desde las instituciones al hogar, pasando por la comunidad.

 

Hace tiempo que Amaia Pérez Orozco vive en Bilbao, donde milita en el movimiento feminista de Euskal Herria, participa en la cooperativa XXK y, a veces, es ponente en actos a los que se la convoca para escucharla hablar sobre su especialidad: la economía desde una mirada feminista. Tan tímida como académica, acelera las palabras cuando expone su discurso. Este mes arrancó aplausos en las jornadas organizadas por el sindicato mayoritario en Euskal Herria, ELA, para realizar una lectura crítica de los PERTE, los instrumentos del Estado español que vehiculan las ayudas a fondo perdido de la Unión Europea, los Next Generation, creados en la pandemia sanitaria. Para Pérez Orozco, en el sindicalismo no debe haber condescendencia con el capitalismo y los flancos de lucha anticapitalista han de ser amplios —desde las instituciones al hogar, pasando por la comunidad—.

 

Me parece significativo que ELA invite a activistas anticapitalistas, ecologistas y feministas de Omal, Sustrai, Laura Aznal y tú para formar a su cuadros. ¿Qué papel juega el sindicalismo en la disputa al capital?

 

Al capital necesitamos atacarlo desde dentro y desde fuera. En el mundo del trabajo asalariado, donde para el capital somos mano de obra esclava y alienada, el sindicalismo es clave. Pero no debe caer en sus lógicas: no tenemos que conformarnos con seguir siendo mano de obra esclava ni debemos asumir que, para poder vivir, el capital tiene que sobrevivir.

 

Estamos viendo en Euskal Herria que, desde la huelga general feminista del 30 de noviembre, los sujetos tradicionales en la interlocución trabajo/capital están cambiando o deberían cambiar: del sindicalismo al movimiento feminista y de la patronal al Gobierno vasco. Además de resignificar la huelga, ¿se debe resignificar la negociación? ¿E introducir la vida?

 

Diría que estos cambios están en marcha desde antes del 30 de noviembre. El problema que subyace en esta cuestión es haber asumido que los agentes del diálogo social son los sindicatos, la patronal y el Gobierno. Ahí hay que hacer muchas rupturas. Una es salirse del marco del diálogo social, como hace ELA. La otra es no reconocer a la patronal como sujeto de diálogo, sino como sujeto de conflicto. No se trata de llegar a acuerdos, sino de arrancarlos. Los sindicatos que se quedan en un papel subordinado de mano de obra deben romper esa lógica y, por otro lado, hay que asumir que el conflicto con el capitalismo lo tenemos que dar desde todos los ámbitos vitales.

 

No debemos asumir que, para poder vivir el capitalismo tiene que sobrevivir

 

¿Cuáles?

 

Desde una mirada feminista, el combate anticapitalista prioritario está en el mundo del “más acá del mercado”. En los espacios socioeconómicos que están más cercanos a nuestro día a día, en los que somos vida entera, y no mano de obra. En lo que hemos llamado las esferas invisibilizadas del espacio socioeconómico, en los “afuera” de los mercados. Esos deben ser lugares prioritarios porque es donde se esconde, con más virulencia, el conflicto capital/vida. Como feminista, los hogares y la comunidad son el lugar fundamental para una lucha anticapitalista.

 

Y en el terreno del capital, ¿cómo debe darse esa lucha?

 

Donde somos mano de obra es necesario cambiar los contenidos de lucha. En vez de limitarnos a reivindicar mejoras de más empleo o mejor pagado —que, por supuesto, todo empleo debe ser remunerado con un salario digno—, necesitamos reivindicar otros empleos y otras condiciones. Luchar que somos vida, y no mano de obra. Personas, y no fuerza de trabajo. Y luego luchar, sobre todo, por la reconstrucción de un tejido socioeconómico contrario a la acumulación del capital, en el que el ánimo de lucro no sea el eje vertebrador. Desprivatizar la vida, al fin y al cabo.

 

Sin embargo, en este punto vamos al revés. Durante tu intervención, hablaste de los PERTE del Gobierno para gestionar los fondos Next Generation: “No hay planeta ni trabajo humano en los PERTE, sino una doble negación del ecosistema y una idea de reducción de emisión de gases de efecto invernadero con ingeniería contable”. ¿La fantasía capitalista es esto?

 

Como dijimos en las jornadas, los PERTE no son tan relevantes por los recursos que movilizan, sino porque son elocuentes del modelo que imponen: la doble negación del territorio-tierra y del territorio-cuerpo, como lo llamarían las compañeras de Abya Yala. Todo proceso socioeconómico tiene una base ecosistémica detrás. Es decir, se sostiene por un planeta del cual extrae recursos y energía, y al cual le envía residuos. Los PERTE se sostienen con la negación del planeta y la negación del colapso ecológico. Reduce el cambio climático a una reducción de emisiones y abre el espacio para un juego de ingeniería contable —cómo mides las emisiones y qué parte te llevas fuera—, que te permite creer el cuento de que estás poniendo en marcha procesos de acumulación del capital sin destrucción del planeta. Simplemente porque construyes un mecanismo para no ver la destrucción.

 

¿Y el cuerpo?

 

Por otro lado, encontramos la negación del cuerpo, que es el territorio sobre el que se sostienen los procesos socioeconómicos. Lo vemos claramente cuando en el PERTE de salud hablan de mejorarla mediante investigación genómica, en vez de contratando a más personal sanitario. O planteando que un hogar digitalizado cuidará mejor de la gente mayor. Los PERTE ponen el énfasis en la innovación tecnológica y digital para cubrir necesidades básicas que requieren interrelación humana. Los trabajos desaparecen. Todo se convierte en innovaciones tecnológicas y digitales para mejorar procesos socioecónomicos para conseguir supuestamente una economía más verde, más limpia y en la que todo el mundo vamos a vivir mejor. Sin hablar ni de la tierra que está detrás ni de las personas que sostienen esos procesos. Y sin hablar tampoco del desigual reparto de trabajos.

 

Necesitamos construir conflictos en todos los espacios que habitamos, no únicamente en las instituciones

 

En el PERTE de cuidados mencionaste que ni siquiera se habla de desigualdades ni de personas racializadas.

 

En ningún PERTE se mencionan las desigualdades y ello llega a ser tan sangrante que en el de cuidados no se menciona siquiera las desigualdades de género que hoy sostienen la organización injusta de los cuidados ni las desigualdades por racialización y clase.

 

El de agricultura no menciona ni tierra ni personas jornaleras.

 

Como decía Mirene Berigistain, que analizó ese PERTE, hay agricultura digitalizada pero no hay ni personas agricultoras ni tierras cultivadas. Todo en la tierra es sustituible por tecnología, también el trabajo humano.

 

“Ya no necesitan ni retórica”. ¿Qué somos? ¿La burocracia es el método más eficiente para arrasar con cualquier rastro de vida?

 

No sé si diría la burocracia. Muchas veces hemos denunciado el lavado verde o morado. En la configuración inicial de los PERTE se preveía la firma de una declaración responsable de que no ibas a hacer un daño significativo al medio ambiente con la puesta en marcha de un determinado proyecto. Esto era tener en cuenta el medio ambiente de una manera totalmente débil, por eso hablamos de lavado de cara. Pero llegó la guerra de Ucrania y la situación se puso peor y, de cara a no poder esperar generar energías renovables, ya ni siquiera tienes que firmar una declaración de responsabilidad. Las prioridades socioeconómicas han cambiado y se ha vuelto a apostar por el uso de la energía fósil. Algo similar nos ha sucedido con el lavado morado. A veces hemos denunciado que hasta el PP nos roba conceptos de igualdad entre hombres y mujeres, y lo denunciamos como un robo retórico, como un lavado morado para poner en marcha políticas que reconstruyen o profundizan la desigualdad. Pero ¿qué significa cuando ya ni usan la retórica? ¿Te facilita el terreno para denunciarlo? ¿O significa que se ven tan fuertes que ni nos reconocen como antagonistas de lucha? Dudábamos de cómo interpretar el vaciamiento de conceptos y planteamientos políticos y ahora parece que ya ni siquiera es preciso aparentar “buenas intenciones”. De alguna manera, es una mala noticia porque ya ni engañan, pero también es buena porque es más fácil articularse para desmontar esas políticas. ¿O es que la cosa ya se ha puesto tan fea que ni te validan como sujeto de conflicto?

 

Los PERTE ponen el énfasis en la innovación tecnológica y digital para cubrir necesidades básicas que requieren interrelación humana

 

Es lo que acaba de pasar con la presentación del PNV y PSE del Pacto Vasco de Cuidados, que decían que nos les entendíamos, que defienden unos cuidados público-comunitarios.

 

Ese es un ejemplo clarísimo de robo del planteamiento para lavado morado. El tema en este caso es ¿qué se está entendiendo por público-comunitario? Porque cuando se habla de público-comunitario desde los feminismos se habla, en primer lugar, de que lo público debe asumir una responsabilidad muy fuerte, lo público no puede estar privatizado y las empresas con ánimo de lucro no pueden jugar un papel en la garantía de derechos sociales. Además, desde los feminismos se entiende que hay que reconstruir todo el tejido socioeconómico en clave más sociocomunitaria, donde la vida importe, donde podamos construir otras relaciones y donde nos hagamos corresponsables de la vida colectiva. Pero esa reconstrucción nunca es para que lo público se desentienda de su responsabilidad.

 

En segundo lugar, hablamos de que lo público y lo comunitario deben desplazar a lo privado con ánimo de lucro. En ningún caso podemos entender las empresas privadas como parte de lo comunitario. El gran elefante en la habitación con el Gobierno vasco es ese: el papel de las empresas privadas. Y ojo, que aquí otra confusión son las cooperativas. A las entidades que forman parte de la economía solidaria social transformadora podríamos incluirlas en nuestra idea de comunitario. Pero aquellas que lo único que tienen de social es la figura jurídica, pero no el funcionamiento real, formarían parte de ese ámbito privado que queremos dejar fuera de lo público.

 

En tercer lugar, cuando hablamos desde el feminismo sobre la disputa de lo comunitario no lo entendemos como grandes ONG asistencialistas. Un tercer sector asistencialista que, en el fondo, funciona como una empresa más con ánimo de lucro. Hablamos de un comunitario que de verdad construya tejido cotidiano de relaciones de solidaridad, simetría, reciprocidad, de protección de la vida. Ese comunitarismo existe en las periferias, pero no en las empresas y ni en el tercer sector asistencialista.

 

¿Los PERTE son una nueva rearticulación del capitalismo?

 

Muestran la nueva forma que está cogiendo el capitalismo en clave verde-digital. Para los PERTE, la economía no es el tejido que sostiene la vida, sino que son cadenas de acumulación monetaria. En ese sentido, los PERTE reconstruyen el capitalismo que ya teníamos en una nueva versión siglo XXI, que es más consciente de la base material reducida sobre la que se asienta, que necesita idear modos para enfrentar el decrecimiento metabólico obligado, tanto reducir la dependencia de las energías fósiles como reducir los recursos que vienen del exterior —“si va a haber menos, me los quedo yo”—. Y digital en el sentido de que pretenden poner en marcha una onda larga de acumulación a través de la digitalización de los procesos y, cada vez, en clave más militarizada. Y para ese capitalismo, el capital necesita para los estados y lo público un rol diferente al que ha jugado en las últimas décadas: un rol claramente más presente para la asunción de los riesgos y costes de los megaproyectos, en los que las empresas quieren beneficios y quieren quedárselo ellas. Para ello necesitan un papel más activo de los Estados; que asuman los costes y el poder corporativo concentrado se quede los beneficios, mientras lo público se encarga también de sostener condiciones de vida mínimas en un contexto de un fuerte precarización de la vida.

 

Los PERTE asientan esa idea de lo público-privado, en vez de lo público contra lo privado. Ante la idea neoliberal de menos estado, siempre hemos dicho que los estados están presentes, aunque sea por dejación, están garantizando que no haya protesta social y aprobando nuevas legislaciones para que el mercado se regule a su propio favor. Nunca ha habido libre mercado, sino mercados ultra autorregulados: con fuertes legislaciones al servicio de las empresas. Hoy eso quizá está cambiando y el rol delo público se vuelve más visible. Pero no podemos confundirlo con un estado al servicio de la gente.

 

El PSOE ha elegido muy bien al ministro de Industria, un entusiasta de la colaboración público-privada. Cuando todas estas políticas las ejecuta un partido que de nombre tiene socialista, ¿qué nos queda?

 

Es un problema poner toda la carga en los partidos que ocupan las instituciones. Obviamente, tienen una responsabilidad enorme, pero también es cierto que tienen las manos relativamente atadas en función del empuje que haya detrás. Así que nos quedan muchas cosas. Sobre todo, construir conflictos en todos los espacios que habitamos, no únicamente en las instituciones, para que quienes ocupan las instituciones se vean en la obligación de tener posiciones más confrontativas con las empresas y el heteropatriarcado. Para ello debemos construir tejido comunitario. También necesitamos construir otros modos cotidianos de vida. No hay que hacer dejación de nuestra responsabilidad. No puedes pedir solo cambiar la PAC, debes cambiar en la medida que puedas tu modo alimentario. No puedes pedir más protección a la violencia machista, sino pelear la violencia cotidianamente.

 

Entrelazar luchas choca con la izquierda machirula que tiene súper claro el eje que debe vertebrar todas las luchas, y se impone arrasando otras prioridades políticas

 

En 1998 leí Ecofeminismo, teoría, crítica y perspectivas. Viniendo de espacios mixtos que oscilaban entre lo libertario y el soberanismo, consideré que nos faltaba más feminismo, más tierra y más vida. Han pasado 26 años desde entonces y me sigo preguntando si algún día el ecofeminismo se pondrá de moda y si los hombres de izquierdas lo asumirán.

 

Simplificando mucho, la defensa de la vida humana que hace el feminismo y la defensa de la vida del planeta que plantea el ecologismo tienen que ir de la mano. Ahí se encuentran con otras tradiciones políticas, como el marxismo, que también lucha por el valor de la vida de la clase trabajadora. Lo que el ecofeminismo tiene para mí de interesante es que combina diversas miradas críticas. La clave está en si somos capaces de entrelazar distintas luchas políticas en la comprensión de que nos enfrentamos a un sistema muy complejo sobre el que nadie tenemos la verdad absoluta de cómo funciona ni, mucho menos, cuál es la solución para cambiarlo. Ello choca cuando, desde determinadas posiciones, como la izquierda machirula, por decirlo de alguna manera, se tiene súper claro el eje que debe vertebrar todas las luchas y se impone arrasando otras prioridades políticas. ¿Cómo logramos entrelazar los distintos ejes que para quien son prioritarios, o más atacables, sin pretender que haya un único eje supremo ? Si estamos en distintos lugares, significa que atacamos desde diferentes sitios, en función de las desigualdades que nos atraviesan. Entrelazarnos desde la asunción de responsabilidades, no desde el buenismo hueco, es muy potente. Pero el entrelazamiento también genera incomodidades. La minusvaloraciación de la lucha antirracista permite que no te cuestiones tu blanquitud. La minusvaloración de la lucha feminista, que dejes sin tocar tus privilegios masculinos. El desprecio a la lucha obrera pone de relieve tu papel burgués. Generar alianzas abordando las desigualdades que nos atraviesan es el único camino, pero no es fácil ni automático.

 

Gessamí Forner. @GessamiForner

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/ecofeminismo/entrevista-amaia-perez-orozco-sindicalismo-es-clave-atacar-dentro-al-capitalismo

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Toni Negri: “No hacen falta héroes, ni vanguardias, ni líderes. El liderazgo nace dentro del movimiento”

Filósofo, profesor, referencia del comunismo autónomo, Negri vino a Madrid a presentar una autobiografía, Historia de un comunista.

 

Escribe Toni Negri (Padua, 1933) que cada mañana programa, aún desde la cama, el resto de la jornada: “Cuando te preparas de esa manera, tampoco los acontecimientos inesperados consiguen hacerte daño”. Quizá por ese motivo, tal vez por malas experiencias en otras entrevistas, pide que le enviemos las preguntas antes de nuestra cita. Filósofo, profesor, referencia del comunismo autónomo, Negri vino a Madrid a presentar una autobiografía, Historia de un comunista (Traficantes de Sueños, 2019), recuerdo en tres movimientos de una vida consagrada a la acción política y a la investigación del marxismo y el comunismo en los márgenes del comunismo y el marxismo. Una vida marcada por la II Guerra Mundial, por la primavera autónoma italiana y el triunfo neoliberal en Europa a partir de los 70. Desde una perspectiva de radical antagonismo de clase, Negri ha vivido con hambre de verdad y con la esperanza de la felicidad en la tierra que define a un verdadero comunista.

¿Se reconoce en el niño que sufrió aquella guerra, aquella violencia, aquel dolor?
No lo sé, es mucha la distancia… La guerra es algo que no se olvida. Es la expresión del mal absoluto. Lo que me da miedo hoy día es oír gritos de guerra por parte de los gobernantes neoliberales que, cuando no consiguen llevar a cabo su programa, aseveran que el desastre está al llegar. Por desgracia, conocemos bien cómo han funcionado a lo largo de la historia esas dinámicas del desastre, del “tras de mí, el diluvio”, y cómo han acabado siempre con resultados desastrosos. Y, a pesar de todo, la situación actual es la siguiente: el neoliberalismo está fracasando. Y nosotros hemos de encontrar la fuerza para resistir a ese fracaso, para oponerle nuevas experiencias, nuevas capacidades de desarrollo, nuevas capacidades de movilización. La guerra no es un recuerdo, es una pesadilla, una pesadilla de la que hay que conseguir liberarse sabiendo que, para liberarse, resulta necesario construir algo nuevo.

¿De dónde surge la rebeldía capaz de defender la vida en común, en un momento en el que solo parecen importar determinadas vidas individuales?
Yo soy un hombre del siglo XX y nuestra experiencia ha sido construir, antes y después del 68, un proyecto de vida que fuese un proyecto de vida militante, es decir, un proyecto de vida común. Así, con muchos compañeros construimos el operaísmo, una teoría y una práctica que empezamos a desarrollar a finales de los años 50, dentro y fuera del movimiento obrero existente entonces en Italia, incluido el Partido Comunista. El Partido Comunista se había convertido para entonces en una máquina, una especie de Saturno que realmente se comía a sus propios hijos. Y, por tanto, se trataba de innovar. Sin actitudes jupiterianas, sin enfoques mitológicos. De manera muy pragmática, empezamos a hacer lo único que nos parecía honesto: reconstruir una relación de clase, constituir una nueva fuerza de clase. Esa fue la gran apuesta del operaísmo italiano, que duró prácticamente veinte años. Hasta que el movimiento creció tanto que los enfrentamientos eran ya con el poder. El enfrentamiento se desencadenó y el poder… El poder ganó. El operaísmo continuó tras aquella derrota, y esto es algo muy importante.

Pero, para responder a vuestra pregunta: ¿Por qué? Porque la lucha de clases es nuestra vida. La lucha de clases ha sido siempre nuestra vida. La descubrimos cuando éramos pequeños, a través de la guerra, durante la reconstrucción, a través de la Resistencia —una resistencia antifascista que fue masiva, amplia, en la zona del norte de Italia donde he vivido—. Y de esas

Filósofo, profesor, referencia del comunismo autónomo, Negri vino a Madrid a presentar una autobiografía, Historia de un comunista.

Escribe Toni Negri (Padua, 1933) que cada mañana programa, aún desde la cama, el resto de la jornada: “Cuando te preparas de esa manera, tampoco los acontecimientos inesperados consiguen hacerte daño”. Quizá por ese motivo, tal vez por malas experiencias en otras entrevistas, pide que le enviemos las preguntas antes de nuestra cita. Filósofo, profesor, referencia del comunismo autónomo, Negri vino a Madrid a presentar una autobiografía, Historia de un comunista (Traficantes de Sueños, 2019), recuerdo en tres movimientos de una vida consagrada a la acción política y a la investigación del marxismo y el comunismo en los márgenes del comunismo y el marxismo. Una vida marcada por la II Guerra Mundial, por la primavera autónoma italiana y el triunfo neoliberal en Europa a partir de los 70. Desde una perspectiva de radical antagonismo de clase, Negri ha vivido con hambre de verdad y con la esperanza de la felicidad en la tierra que define a un verdadero comunista.

¿Se reconoce en el niño que sufrió aquella guerra, aquella violencia, aquel dolor?
No lo sé, es mucha la distancia… La guerra es algo que no se olvida. Es la expresión del mal absoluto. Lo que me da miedo hoy día es oír gritos de guerra por parte de los gobernantes neoliberales que, cuando no consiguen llevar a cabo su programa, aseveran que el desastre está al llegar. Por desgracia, conocemos bien cómo han funcionado a lo largo de la historia esas dinámicas del desastre, del “tras de mí, el diluvio”, y cómo han acabado siempre con resultados desastrosos. Y, a pesar de todo, la situación actual es la siguiente: el neoliberalismo está fracasando. Y nosotros hemos de encontrar la fuerza para resistir a ese fracaso, para oponerle nuevas experiencias, nuevas capacidades de desarrollo, nuevas capacidades de movilización. La guerra no es un recuerdo, es una pesadilla, una pesadilla de la que hay que conseguir liberarse sabiendo que, para liberarse, resulta necesario construir algo nuevo.

¿De dónde surge la rebeldía capaz de defender la vida en común, en un momento en el que solo parecen importar determinadas vidas individuales?
Yo soy un hombre del siglo XX y nuestra experiencia ha sido construir, antes y después del 68, un proyecto de vida que fuese un proyecto de vida militante, es decir, un proyecto de vida común. Así, con muchos compañeros construimos el operaísmo, una teoría y una práctica que empezamos a desarrollar a finales de los años 50, dentro y fuera del movimiento obrero existente entonces en Italia, incluido el Partido Comunista. El Partido Comunista se había convertido para entonces en una máquina, una especie de Saturno que realmente se comía a sus propios hijos. Y, por tanto, se trataba de innovar. Sin actitudes jupiterianas, sin enfoques mitológicos. De manera muy pragmática, empezamos a hacer lo único que nos parecía honesto: reconstruir una relación de clase, constituir una nueva fuerza de clase. Esa fue la gran apuesta del operaísmo italiano, que duró prácticamente veinte años. Hasta que el movimiento creció tanto que los enfrentamientos eran ya con el poder. El enfrentamiento se desencadenó y el poder… El poder ganó. El operaísmo continuó tras aquella derrota, y esto es algo muy importante.

Pero, para responder a vuestra pregunta: ¿Por qué? Porque la lucha de clases es nuestra vida. La lucha de clases ha sido siempre nuestra vida. La descubrimos cuando éramos pequeños, a través de la guerra, durante la reconstrucción, a través de la Resistencia —una resistencia antifascista que fue masiva, amplia, en la zona del norte de Italia donde he vivido—. Y de esas cosas he aprendido, de esas realidades, a salir de la soledad, de aquella soledad a la que los lutos familiares de la guerra me forzaron.

El común se encuentra así, se encuentra en la reconstrucción, el común no es algo antiguo que haya que recuperar. El común es algo que se construye, es un conjunto de personas, de fuerzas que avanzan juntas, que construyen un colectivo. Y más aún hoy, cuando el trabajo se ha transformado, cuando el trabajo se ha vuelto cooperativo, más que de cadena de montaje: un conjunto de singularidades, un conjunto de lenguajes, de cosas comunes puestas juntas, de elementos cognitivos, intelectuales. Por todo esto, actualmente resulta fácil entender qué es el común.

Toni Negri entrevista
Toni Negri, en un momento de la entrevista ÁLVARO MINGUITO

Dices que “no hacen faltan héroes”. ¿Por qué resulta tan importante que la construcción de vidas en el común no parta del ascenso, de la búsqueda, de héroes, de redentores?
[Ríe] Se sufre ya bastante cuando el sueldo es bajo, bastante heroico es vivir una vida sencilla como para que haya que inventarse cosas más complejas. Además, ese discurso de que no tenemos absolutamente la necesidad de héroes, ni de vanguardias, ni de otras trascendencias… no es un discurso anarquista, sino un discurso positivo comunista. Tan solo en la necesidad se construye en común, nos descubrimos mutuamente, encontramos la posibilidad, la capacidad, de establecer direcciones. No hacen falta héroes, ni vanguardias, ni líderes. El liderazgo nace dentro del movimiento. Una tesis que sostengo —que sostenemos, Michael Hardt y yo— es que la estrategia nace siempre de los movimientos. Luego, si existen emergencias tácticas, se pueden delegar cosas en algunos compañeros, pero la estrategia la hacemos siempre en común, especialmente hoy día, porque el modo de producción se ha modificado.

“Hay que destruir los beneficios capitalistas, hay que destruir la propiedad. La lucha contra la propiedad se está convirtiendo de nuevo en uno de los principios fundamentales de las luchas que se llevan a cabo”

En este nuevo contexto, solo a través del encuentro entre movimientos, de la intersección continua de las fuerzas en juego, podemos ser capaces de construir un terreno estratégico, una perspectiva de lucha duradera. Desde ese punto de vista, considero imprescindible no necesitar héroes, no necesitar nada que esté por encima de nosotros. Se trata de un acto de humanismo profundo. Desde ahí nace la dirección de la realidad.

Has hablado recientemente del problema de la reconstrucción de un nuevo internacionalismo, ¿pero sobre qué bases? Existe ya una dimensión internacional en el movimiento feminista, ¿pero cuál es el papel de las fuerzas del trabajo en ese nuevo internacionalismo?
Los internacionalismos han representado desde siempre uno de los puntos más altos del deseo comunista. Son algo fundamental. El movimiento comunista nace como movimiento internacionalista. “Proletarios de todo el mundo, ¡uníos!”. El internacionalismo a menudo ha sido traicionado por el nacionalismo, que nos ha llevado a las guerras más terribles del siglo XX. Por otra parte, el internacionalismo ha representado una fuerza enorme. Nadie olvida la fascinación por el internacionalismo proletario, tanto en su memoria como en su práctica: la Internacional, las Brigadas Internacionales en España… Para mí, estos han sido elementos centrales de mi formación.

Existió también un internacionalismo fundamental en el 68, que acompañó, a lo largo de la década de los 60, la liberación de lo que era ya una vieja ideología comunista que se desmoronaba frente a la burocracia, a la necesidad de la Razón de Estado y, en el fondo, ante la ausencia de una revolución que hubiese alterado, de manera efectiva, el modo de producción. Con todo esto no niego la importancia de la Unión Soviética. La Unión Soviética fue el elemento central del siglo XX, sin la Unión Soviética no habríamos tenido reformismo capitalista, sin la Unión Soviética no habría existido el New Deal, no habría existido nada de todo eso. La Unión Soviética fue un punto de referencia para todos nosotros, y lo es aún, es la posibilidad de una revolución anticapitalista. Y esa posibilidad está aún ahí, presente, y nadie podrá borrarla.

Dicho esto, hoy día resulta necesario reconstruir el internacionalismo, y hay que reconstruirlo a partir de la derrota inmediata de los nacionalismos que se están reconstituyendo y que pretenden conformar una línea posible, realista. Y no es cierto. El nacionalismo no es realista porque el mundo, la globalización, son una realidad dentro de la cual hemos de situarnos. Si no nos concienciamos de que la globalización es el punto central, de que es más fuerte que todas las formas del Estado; si no nos damos cuenta de que la globalización es ya un dato físico… Si no nos damos cuenta de todo eso, estamos perdidos. Los nacionalismos son elementos totalmente provinciales respecto a la realidad actual de la lucha de clases.

Teniendo en cuenta los recuerdos que evocas de tu primer viaje a España en Historia de un comunista y toda tu experiencia, dinos ¿qué es el fascismo?
El fascismo es la cara feroz, la cara destructiva, en un cierto sentido, del dominio capitalista. Lo es en el plano netamente productivo, pero lo es también en todas las formas de la vida. Actualmente está naciendo un nuevo fascismo aquí y allá. Un fascismo que niega un nivel de civilización realmente elemental. Por tanto, el fascismo es algo que hay que combatir con todas las fuerzas. ¿Qué recuerdo hoy del fascismo? Yo era solo un niño bajo el fascismo. El fascismo me hace pensar en las bombas de los Aliados.

“Resulta realmente necesario disponer de una renta básica que represente, para todos, la oportunidad de vivir, de reproducirse, de crear. Hay que darle a todo el mundo, como punto de partida, la posibilidad de ser libres”

El fascismo en España me recuerda situaciones en las que se decía una frase en un bar, o en un lugar público, una frase un poco provocadora, recordando a las Brigadas Internacionales o a Lorca, también a Lorca, a “los grandes poetas”, como los llamábamos fuera de España… Cuando alguien decía una frase de ese tipo, todo se quedaba en silencio. Pero esos son episodios que recuerdas como niño. Lo que para mí son recuerdos del fascismo se encarna en otro tipo de manifestaciones. Hoy día ese fascismo es aún peor, quizás porque uno de sus aspectos más esenciales es la lucha contra las conquistas femeninas de libertad.

Antes decías que sin la Unión Soviética no habría existido el reformismo, el Estado del bienestar, ¿pero qué fue la URSS, es decir, el comunismo de partido? Y, respecto a esto, ¿qué otra cosa podría ser el comunismo, o como se ha intentado que fuera en el proyecto de la autonomía?
Estuve en la Unión Soviética en 1960, tenía 27 años y viajé allí en calidad de funcionario de un partido hermano. Mi experiencia fue desastrosa, porque el contacto con el mundo de los funcionarios, de los políticos soviéticos, me hizo descubrir la burocratización del sistema, la incapacidad para establecer relaciones reales, no solo en el contexto de la política interna sino también con los compañeros de la Internacional. En ese momento abandoné aquel mundo para sumergirme directamente en la lucha de la autonomía.

¿Qué puede ser hoy día el comunismo? No lo sé [risas]. Los proyectos nacen siempre de las luchas. Por ejemplo, los datos más evidentes que se extraen de las luchas actuales reflejan un aspecto anticapitalista. Hay que destruir los beneficios capitalistas, hay que destruir la propiedad. La lucha contra la propiedad se está convirtiendo de nuevo en uno de los principios fundamentales de las luchas que se llevan a cabo. La dimensión comunista se coloca, en primer lugar, a favor de la destrucción de la propiedad privada. Y la destrucción también de la propiedad pública cuando la propiedad pública no es sino una representación de la privada: una simple transformación teórica de sus finalidades, pero que mantiene, en realidad, como esencia, la búsqueda del beneficio [en su acepción marxista, N. del T.]. El segundo punto que está emergiendo de forma masiva, es la asunción de que el salario mínimo, la base sobre la que se vive, ha de ser igual para todos. Resulta realmente necesario disponer de una renta básica que represente, para todos, la oportunidad de vivir, de reproducirse, de crear. Hay que darle a todo el mundo, como punto de partida, la posibilidad de ser libres.

Ya no podemos seguir moviéndonos sobre la base de una crítica que no sea colorida, que no esté cargada de los sabores de la vida. Hemos de reconstruir la utopía de una vida liberada, más allá de la crítica a los medios de producción

En este contexto, hay dos elementos fundamentales. Por un lado, la destrucción del mito según el cual el capitalismo propietario es capaz de construir algo bueno y, por otro lado, el convencimiento de que solo la productividad social es capaz de crear nuevo valor económico, además de valor civil. Únicamente sobre esta base podremos empezar a pensar en una organización comunista de la sociedad. Y tenemos que empezar a pensar del mismo modo también desde un punto de vista político, siendo perfectamente conscientes de que, a estas alturas, el sistema de representación está caduco, que ya no es aceptable, que traiciona los elementos fundamentales de nuestra acción política. Hoy día hemos de ser capaces de construir formas asamblearias que sepan tener formas de gobernarse, derivar en sistemas de gobierno. Necesitamos instituciones del común, para construir comunismo.

En los tiempos del big data, del control algorítmico, de las plataformas digitales, ¿cómo afrontar la dinámica explotación-liberación ?
Desde un punto de vista concreto, de pequeñas experiencias, de experiencias de base, está fuera de toda duda que es posible echar abajo cada uno de esos elementos. Las plataformas digitales, sin duda alguna, podrían construirse de forma cooperativa. ¿Qué es lo que se premia, desde el punto de vista capitalista, en esta historia? Se premia el respeto a la organización del trabajo. Pero destruirla, destruir el management, es algo que considero posible. Existen ya hipótesis que se desarrollan ampliamente en ese sentido. Creo que esa es la parte más sencilla.

El problema es que no basta con acabar con la explotación diciendo: “Ah, mira qué bien, ahora la explotación nos la imponemos nosotros mismos, y ganamos un poco más. Distribuyamos los beneficios del patrón, distribuyámoslos pero sigamos por la misma senda”, que es más o menos la forma en la que nació el socialismo soviético. Se distribuía la explotación. Evidentemente, nosotros creemos en algo distinto, creemos que la actual potencia tecnológica podría disminuir la carga de trabajo, transformarlo en algo diferente, eliminarlo incluso. De tal forma que se pueda cuidar, alargar la vida, hacerla más feliz. Nuestro problema es entender cómo la producción, y la circulación y la reproducción, pueden, no solo ser algo único, sino funcionar de forma coordinada para después someterlas, gradualmente, a un ideal, a una construcción de vida libre, de vida feliz.

Considero que actualmente resulta fundamental introducir un poco de esta utopía dentro de la crítica. Ya no podemos seguir moviéndonos sobre la base de una crítica que no sea colorida, que no esté cargada de los sabores de la vida. Hemos de reconstruir la utopía de una vida liberada, más allá de la crítica a los medios de producción.

Hoy día tenemos relaciones de participación que llegan a niveles increíbles. La construcción de algoritmos no es mecánica, nace de los cerebros, de las personas. La cooperación dentro de los sistemas actuales, de los más altos sistemas productivos actuales, es puramente intelectual, puramente cognitiva. A ese nivel se pueden hacer infinidad de cosas. El problema es otro. El problema es saber qué queremos hacer. No es fácil. Tenemos que apropiarnos de todo, sí, pero apropiarnos de todo significa también darle la vuelta al sentido de las cosas. Y esto significa, a su vez, buscar la libertad, buscar esa posibilidad de producción en la que las personas se hallen libres de la miseria del trabajo.

 

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/pensamiento/entrevista-toni-negri-no-hacen-falta-heroes-ni-vanguardias

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España: La huelga general feminista logra tantas adhesiones como la de pensionistas: más de 1.500 comités de empresa

Se han adherido los comités de las principales empresas de la industria, construcción, comedores escolares, limpieza y servicios públicos.

 

Mercedes, Tubos Reunidos, Tubacex, CAF, Gamesa, Arcelormittal, Sideneor, Altuna y Uria, Construcciones Moyua, Residencias Abeletxe, Gorabide, Clece, FCC, Eulen, todos los comités de las empresas de comedores (Auzolagun, Askora, Gaska, Sodexo, etc.) y las principales de limpieza (Eulen, Garbialdi, ISS), las diputaciones de Bizkaia, Gipuzkoa y Araba, los ayuntamientos de Gasteiz, Bilbao, Donosti e Iruña, los comités de Osakidetza, EITB, Euskotren y metro Bilbao. La lista continúa hasta llegar a más de 1.500 comités de empresas que se han adherido o presentado una moción a favor de la huelga general feminista convocada en Euskal Herria el 30 de noviembre por el movimiento feminista para reclamar la transformación del sistema de cuidados, por uno que nos cuide a todas, que dignifique las condiciones laborales de las trabajadoras y que sea público y universal, incluso comunitario. Es decir, que quede lejos de la mercantilización y privatización actual, promovida y organizada por los sucesivos gobiernos en las últimas dos décadas.

 

La cifra que han ofrecido hoy los sindicatos y el movimiento feminista tiene un espejo donde mirarse: la huelga general de pensionistas de enero de 2020. Entonces, también lograron la adhesión de más de 1.500 comités de empresa, y Euskal Herria paró notoriamente de trabajar. En esta ocasión se persigue un paro productivo, la transformación de un sistema y un recordatorio: las “mujeres que realizan trabajos imprescindibles para sostener la vida” que no podrán ejercer su derecho a huelga, debido a la precariedad de su situación —como las trabajadoras del hogar—, debido a los servicios mínimos —residencias, Osakidetza— o debido a su situación administrativa.

 

Nahiara Arrieta (Steilas), Isabel Castro (ESK) y Blanca Peleteiro (movimiento feminista) han sido las encargadas de poner voz a la rueda de prensa de hoy, acompañadas por representantes de todos los sindicatos convocantes —ELA, LAB, EHNE, Etxalde y CGT—. Han destacado cuatro aspectos: la huelga es el “hito de un proceso”, su convocatoria “ya es en sí revolucionaria”, es una huelga “ofensiva” —para que el cuidado sea un “derecho colectivo”— y que responde a los “problemas urgentes que presenta la actual crisis de cuidados”.

 

Han indicado que “tenemos el objetivo de vaciar los centros de trabajo y tomar las calles, pero además queremos subrayar que es una convocatoria de huelga que va más allá”. “Todos los indicadores económicos se miden en términos de producción, no se contabiliza el trabajo que sustenta la vida, ese trabajo que realizamos principalmente las mujeres, pero carece del reconocimiento que le corresponde, tanto político como económico y social”, destacan. Por eso alientan a medir el impacto de la huelga “con una visión más amplia, poniendo especial atención en quienes trabajan en el sostenimiento de la vida”.

 

Y aquí reside lo que califican como la “paradoja” de los empleos “imprescindibles”, los que ejercen mayoritariamente mujeres, muchas de las cuales “ni tienen derecho a la huelga o se les ha impuesto servicios mínimos abusivos, por lo que no serán contabilizadas en los datos de las personas que secundarán la huelga”.

 

Llenar las calles también es uno de los objetivos. Habrá movilizaciones en más de 100 municipios y manifestaciones en las cuatro capitales durante la tarde. El programa de actos está ya casi cerrado y las horas de los actos principales varían entre las 17.30 —por ejemplo, Bilbao— a las 19.30h, como en Tafalla.

 

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/euskal-herria/huelga-general-feminista-logra-tantas-adhesiones-pensionistas-1500-comites-empresa

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Entrevista al politólogo austriaco Aron Buzogány «Greta Thunberg y el resto de activistas climáticos exponen argumentos que indiscutiblemente les acercan más a la izquierda que a la derecha»

El politólogo austriaco reflexiona en esta entrevista en torno al concepto de populismo climático y sus principales representantes y estrategias.

Aron Buzogány es un politólogo que trabaja en la Universidad de Recursos Naturales y Ciencias de la Vida (BOKU), en Viena (Austria). Es harto prolífico a la hora de publicar trabajos que comparan la elaboración de políticas en la Unión Europea, con especial atención a Europa del Este y a la política medioambiental y energética. Entre ellos, aquellos que alertan sobre los riesgos de que las políticas climáticas y energéticas nacionales y de la UE están guiadas por el cortoplacismo y la rentabilidad, pues impiden conseguir los objetivos de transición energética y lucha contra el cambio climático a largo plazo.

En esta entrevista realizada en el marco de un proyecto sobre populismo climático de derechas del The Center for the Advancement of Infrastructural Imagination (CAII), el especialista reflexiona sobre cómo la adopción de estas políticas a nivel nacional guían el comportamiento electoral o cómo, en algunos casos, sobre cómo ello ha servido para desarrollar una alternativa ideológica de derecha al liberalismo.

¿Cómo define usted el populismo climático? ¿Es un fenómeno novedoso?

La dificultad estriba en definir qué cuenta como populista, lo cual lleva a algunas personas a calificar el populismo como una ideología delgada, cuyo uso analítico es limitado, pero que transmite un conjunto distinto de ideas sobre lo político que interactúan con las tradiciones ideológicas establecidas

El medio ambiente también puede considerarse un tema populista en sí mismo, como muchos populistas han hecho desde el siglo XIX fijándose en la cuestión de los recursos de la tierra. Así, podríamos mirar a la historia, o también a nuestros días, y preguntarnos si grupos que normalmente no se consideran populistas –como el movimiento por el clima- utilizan en realidad retóricas y estrategias populistas.

Es muy interesante que incluya tanto a la izquierda como a la derecha bajo estas categorías. Parece que la mayoría de la gente sólo se centra en la segunda.

Lo interesante es que, si lo analizamos históricamente, estas diferencias entre izquierda y derecha no tienen mucho sentido. El movimiento populista estadounidense del siglo XIX, o los populistas agrarios de Europa del Este de la misma época, eran esencialmente de izquierdas. Tenían un problema con la propiedad de la tierra por lo difícil que era vivir en ella.

El populismo de derechas que problematiza el ecologismo surgió con el ascenso de Donald Trump, aunque es cierto que en los últimos diez años el negacionismo climático se ha vuelto muy prominente en el mundo anglosajón. Por supuesto, este es el mismo período en el que el cambio climático ha tomado la centralidad del debate público.

En la actualidad, existen muchas facetas sobre lo que hace la derecha con respecto al medio ambiente. Existe cierta tradición anglosajona de negacionismo bastante pronunciada, pero si nos fijamos en la mayoría de los populistas europeos, desde luego no está necesariamente claro que vean la cuestión de la misma manera, pues muchos de estos partidos populistas de derechas tienen su propia tradición ecologista.

Cuando hablamos de ecologismo de derechas, un punto de referencia común son los nazis, que propagaron algunas ideas contra ecologistas a bombo y platillo bajo la llamada ‘ala verde’ del nacionalsocialismo alemán. De hecho, estas han sido retomadas en la actualidad por la derecha radical. Por eso es tan importante diferenciar entre populistas de cualquier tipo, por un lado, y grupos populistas radicales, extremistas y de derechas, por otro. La derecha radical no es la única fuerza populista. Hay partidos conservadores, que no son necesariamente extremistas radicales, pero que sin embargo comparten discursos populistas. Luego, si caminamos más hacia la izquierda, también tenemos algunos partidos –sobre todo en el sur de Europa, pero también en el norte y el centro– con un enfoque de izquierdas hacia las cuestiones medioambientales, sino hacia las cuestiones climáticas.

¿Quiere decir que los grupos populistas realizan diferencias entre el medio ambiente y el clima?

Haríamos bien en diferenciar entre medio ambiente y clima cuando hablamos del populismo de la derecha radical. Para ellos hay una diferencia clara entre estos dos marcos. De un lado, muchos de sus partidos apoyarían políticas medioambientales. Tratan de proteger sus tierras y los lugares de los que proceden. La soberanía también es otra de las cuestiones importantes en este área. En los Estados nación a nivel mundial, la idea de la derecha radical es que uno puede conservar el medio ambiente en su país, o incluso a nivel local y regional. Evidentemente, esto no tiene sentido, pues los problemas medioambientales no se detienen en los ríos y en las fronteras de cada país.

Pero el clima es una cuestión diferente para ellos. Este concepto se enmarca en términos de internacionalismo, de alguna manera es transfronterizo. Como se trata de una cuestión global en primera instancia, el activismo climático se presenta como un elemento mucho más peligroso que las políticas medioambientales, y los populistas de extrema derecha dudan mucho en seguir estas posiciones.

A menudo, aplican discursos para entender el clima que penetran en su pensamiento desde otras direcciones; así es como observamos discursos sobre el medio ambiente que también se centran en la inmigración. Los populistas hablarán de protegerse contra la migración de especies exóticas, y las especies exóticas pueden ser migrantes humanos, pero también pueden ser bichos e insectos procedentes de Asia o África. Eso encaja bien con otros discursos relacionados con la protección de su modo de vida, la protección de sus Estado de bienestar, la protección de sus tradiciones y otras posiciones conservadoras

En uno de sus artículos, usted y sus coautores hablan de «liberales populistas de mercado». La mayoría de personas cree que la derecha neoliberal está encantada de proteger el clima –o incluso el medio ambiente– a través del mercado porque refuerza su proyecto de mercantilizarlo todo. ¿Es eso lo que usted afirma?

Podemos trazar una línea de izquierda a derecha, y los liberales de mercado populistas seguirían situándose en el lado derecho del espectro, pero más hacia el centro. Lejos de ser neonazis, son liberales de mercado que comparten ideas con la derecha: ven el libre mercado como una solución para todo y suelen ser un grupo muy individualista.

Macron encajaría aquí, al igual que el Partido Democrático Libre alemán. Este grupo es muy crítico con todos los temas medioambientales porque están a favor del libre mercado y ha alcanzado elevadas cotas de poder en muchos Estados. No tienen necesariamente grandes mayorías, pero son influyentes.

Incluso incluiría a Trump en este grupo. No son necesariamente fascistas locos, pero son muy escépticos con todo lo que no gira en torno al mercado. Y, por supuesto, muchas de estas personas tienen estrechos vínculos con las empresas. Esto también explica su escepticismo hacia el ecologismo: plantea un problema para sus negocios empresariales

Volviendo a la distinción entre clima y medio ambiente, ¿puede decirnos cómo se manifiesta en la agenda de los partidos populistas de extrema derecha europeos? ¿Hay alguno que esté a favor de la protección proactiva del clima sin ser internacionalista? ¿O no van más allá del adaptacionismo y el cierre de fronteras?

Debo decir que, por supuesto, muchos de estos populistas de derechas europeos reconocen que el clima es un tema importante. Saben que hay que hacer algo al respecto, pero difieren en el por qué el qué. No diría que, en general, sean anticientíficos; una gran parte de ellos reconoce que, obviamente, se trata de una cuestión que hay que abordar.

Otro aspecto es el estratégico: ven que este tema gana elecciones y que los partidos verdes han conseguido una amplia base electoral apoyando una agenda verde. Estos partidos han empezado a darse cuenta de que mostrar su inclinación por proteger el medio ambiente es una buena idea. Aunque en Europa del Este no se ganan elecciones hablando del cambio climático, como ilustra el caso de Polonia

Por eso, aquí también hay una diferencia entre Oriente y Occidente. Contrariamente a cómo se les describe, la mayoría de los partidos populistas de Europa del Este, como PiS y Fidesz, están lejos de ser crepúsculos locos y contrarios a la ciencia. Están de acuerdo con la idea de que hay que hacer algo contra el cambio climático, pero plantean problemas sobre los costes y la velocidad de los cambios, insistiendo en que también tienen otros problemas que resolver. En Hungría, sin embargo, veo que está surgiendo otro tipo de discurso sobre el clima, especialmente en grupos de reflexión muy próximos al Fidesz. No son necesariamente negacionistas, pero se inspiran en su escepticismo hacia los planteamientos europeos. Si la UE tiene algún papel que desempeñar, dicen, es pagando para que los europeos del Este más pobres hagan algo por el clima.

Por su artículo sobre uno de esos think tanks húngaros, me enteré de que uno de los banqueros cercanos a Orbán cita a Wallerstein y la teoría de los sistemas mundiales. En efecto, hay similitudes entre la Hungría actual y el Chile de Pinochet: es una especie de laboratorio para algo nuevo. Pero, ¿hasta dónde llega? ¿es la posición de Hungría estrictamente anti Comisión Europea? ¿O también critican al IPCC, descartando sus modelos por reflejar valores liberales?

No parece haber una crítica bien elaborada de la estructura del gobierno mundial en lo relativo a las cuestiones climáticas. Apuntan más bien a las cuestiones de fondo y también atacan a la gran coalición de liberales que, dicen, no tienen ni idea de cómo funciona realmente el mundo.

Este asunto también tiene mucho que ver con la política energética. Hungría tiene un fuerte lobby pro-nuclear que, básicamente, suscribe las soluciones tecnocráticas de la posguerra, las cuales afirman que la energía nuclear salvará la Tierra. Todo esto tiene un fuerte contenido ideológico. Los Verdes son vistos como una generación perdida, como jóvenes que no tienen ni idea de cómo funcionan realmente las cosas. Es algo que se suele ridiculizar, al menos en Europa del Este: los Greta Thunberg del mundo no tienen experiencia de las penurias ni sentido de lo que han pasado estos países.

En cuanto a Immanuel Wallerstein, se habla mucho de estar en la semiperiferia y se discute cómo salir de ella. No sólo leen a Wallerstein, sino también a Mazzucato. Están al día de la literatura económica crítica. Esto se remonta incluso a Orbán, ¡que escribió su tesis de máster sobre Antonio Gramsci! Se podría decir que utilizan estas teorías para construir su propia hegemonía cultural. Estas personas buscan apoyo intelectual; necesitan saber cómo situarse para criticar el orden mundial liberal. Algunos de los conocimientos reunidos en la izquierda han venido muy bien para esto. Ahí es donde encajan Wallerstein y Gramsci, pero también conservadores clásicos como Leo Strauss y Eric Voegelin.

Volviendo a la comparación con Chile, la versión dominante del antiliberalismo en Europa del Este no es una reacción a los movimientos verdes, sino al neoliberalismo. ¿Puede hablarnos de cómo estas ideas conservadoras concretas llegaron a gobernar Hungría y desafiar de alguna forma a la visión neoliberal?

Chile era el lugar donde se reunían los neoliberales; era un laboratorio para el neoliberalismo. Hay mucha literatura en economía y sociología que rastrea cómo esas ideas se propagaron de Chicago a Chile, y luego de Chile a todas partes, incluida Europa del Este, en la década de 1990.

Con Mihai Varga, mi coautor, me preguntaba: ¿dónde está el Chile del iliberalismo? Algunos intelectuales ya pensaban que tenía que haber algo distinto del comunismo, pero también algo distinto del liberalismo. Y buscaban esta otra posibilidad en las ideas liberales nacionales, así como en los discursos conservadores globales. Hay una larga herencia del movimiento conservador europeo que se había gestado en Europa del Este antes de 1989

Luego, en las décadas de 1990 y 2000, estas personas acabaron ocupando puestos importantes. Primero fueron los neoconservadores en Estados Unidos, y luego, unos años más tarde, este grupo de conservadores de Europa del Este se unió a la oposición contra l neoliberalismo, y potencialmente también al liberalismo. Tras muchos años en el asiento de atrás, sin disfrutar de sus vidas, escuchando toda la palabrería neoliberal de los años 90, finalmente llegaron al poder. Esta es la historia de cómo se construyó el iliberalismo en estos países como oposición al neoliberalismo.

El think tank concreto que estudiamos, la Fundación Századvég, estuvo activo durante todo este periodo. Ahora se ha convertido en uno de los principales centros de producción de conocimiento del Gobierno húngaro. En los años 90, era más bien un think tank independiente, o incluso liberal. Ahora, muchos de sus miembros han entrado a formar parte del gobierno y parecen tener mucha influencia en las políticas financieras y de bienestar.

En ese mismo artículo, que trata sobre las diferentes tradiciones intelectuales de la derecha internacional, usted analiza la relación entre dos importantes pensadores conservadores, Alain de Benoist y Thomas Molnar. Este último tuvo una influencia clave en Fidesz. ¿Puede decirnos algo más sobre los fundamentos intelectuales del ecologismo conservador?

De Benoist y Molnar son muy camaleónicos y es difícil encajarlos en categorías específicas. Actualmente, me interesa el pensamiento medioambiental de De Benoist, porque ha empezado a entrar en las conversaciones sobre decrecimiento y poscrecimiento.

Hay otro grupo de conservadores nacionales más clásicos, como Roger Scruton, que también escriben sobre el medio ambiente. Son personas interesadas en la caza y cosas por el estilo, así que lo presentan como una cuestión regionalista. Para ellos, se trata más bien de proteger su estilo de vida bucólico, de disparar a los zorros, y quizá también a los inmigrantes, si aparecen.

Hay diferencias en la forma de hablar de estas tradiciones conservadoras. Para De Benoist, las ideas que se remontan a los años 30 siguen siendo muy importantes. Habla de diferenciación a través del etnopluralismo: la idea es que, como el mundo es tan complicado y diverso, cada uno tiene que tener su propio lugar, y que todo irá bien mientras permanezca allí. Su idea es que si todo el mundo permanece en su propio biotopo, entonces podremos querernos. Según él, es la mezcla lo que lo hace problemático.

¿Qué relación tiene esto con el ecofascismo? Parece compatible con esa ideología.

Los nuevos ecofascistas se basan en estas perspectivas, aunque mucho más en de Benoist que en Scruton. Existe una nueva publicación alemana, Die Kehre, que es una revista intelectual ecofascista escrita en su mayoría por jóvenes que antes eran militares y que cita a Heidegger a diestro y siniestro. Expresa la actitud de que la extrema derecha necesita ser intelectualmente progresista con respecto al medio ambiente.. y están directamente conectados con Sezession, la principal salida del intelectualismo de derechas alemán.

Recientemente, han publicado un número temático sobre el ecofascismo, planteando una cuestión divertida, que no es del todo errónea, al preguntarse si ellos mismos eran ecofascistas, o si todos los demás también podían llamarse ecofascistas. Desde la perspectiva de la extrema derecha, Los Verdes son los ecofascistas, porque son muy fascistas en cuestiones ecológicas y no les importa nada más. Así deconstruyeron el debate sobre el ecofascismo.

Y luego dicen haber roto con la parte nazi del ecofascismo. Pero, sin embargo, siguen hablando de la política forestal para proteger las especies en peligro de extinción de Hermann Göring, el comandante en jefe de la Luftwaffe y criminal de guerra nazi.

En un nuevo capítulo de su libro, usted estudia varios de los movimientos sociales que han surgido en torno al clima. ¿Los considera también desde el punto de vista del populismo, o diría que eso es ir demasiado lejos?

Hay dos cuestiones a considerar, una normativa y otra analítica. La cuestión normativa es si el movimiento climático debería ser más populista para tener más éxito, como lo expresaría la idea de Ernesto Laclau: seguir la estela de los populistas sudamericanos y utilizar herramientas populistas para dar más fuerza a su mensaje. Esta es una cuestión que se sigue debatiendo.

El debate también está en el contexto de los partidos socialdemócratas, quienes se han dado cuenta de que la cuestión climática es ganadora, pero también puede hacerles perder. Al menos en Europa Occidental, Los Verdes les están ganando en estas cuestiones. Así que esta es la parte normativa: ¿deberíamos dar este giro populista?

Entonces, la cuestión analítica es si el movimiento climático está movilizando realmente metodologías y discursos populistas. Hay un argumento de peso en contra, y es que estos nuevos movimientos climáticos están utilizando un discurso basado en la ciencia. Si definimos el populismo como el discurso del pueblo, entonces no están yendo con el populismo. En su lugar, hablan de ciencia y dicen que hay que confiar en ella.

Si fueran populistas, dirían que hay que confiar en la gente. En este sentido, yo no llamaría populistas a la mayoría de ellos. Basta con mirar a grupos como The Last Generation y Just Stop Oil, que hacen cosas contra las que la mayoría de la población está totalmente en contra.

Pero si nos fijamos en algunos de los discursos de Fridays For Futre [Viernes por el Futuro], por ejemplo, hablan del fracaso de las élites mundiales. Cuando Greta Thunberg va a dirigirse a las Naciones Unidas, dice que las élites han fracasado. ¿No hay también algunos elementos populistas?

Por supuesto. Estaba señalando las diferencias, pero también hay muchas coincidencias: el antielitismo es una, y muy importante. El movimiento contra el cambio climático lo comparte sin duda con los grupos populistas, incluso de derechas.

Sin embargo, a estas alturas también se sitúan claramente a un lado del espectro político. Al principio, sostenían que no eran ni de izquierdas ni de derechas, sino de vanguardia. Pero a estas alturas, Greta Thunberg y el resto de activistas climáticos exponen argumentos que indiscutiblemente les acercan más a la izquierda que a la derecha.

Fuente: https://rebelion.org/greta-thunberg-y-el-resto-de-activistas-climaticos-exponen-argumentos-que-indiscutiblemente-les-acercan-mas-a-la-izquierda-que-a-la-derecha/

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Libro(PDF): Pedagogías decoloniales y producción de subjetividad en la a trayectoria de Laura Manavella y Oscar Lupori

Reseña: CLACSO

*Disponible sólo en versión digital.

Con el orgullo de la belleza que deriva de una práctica en la que nos producimos en lo colectivo, presentamos estos materiales inéditos y sentidos que son palabras biopolíticas de Laura Manavella y Oscar Lupori. Estas piezas, como mosaicos multicolores, emanan de praxis sociopolítica cuya reflexividad incesante queda por veces suspendida para que siga resonando en cada subjetividad y en cada entramado colectivo que nos hospeda. Alojamos este arco iris de preguntas, de reflexiones, de poéticas en nuestro proyecto de investigación denominado “Cuerpos, territorios, resistencias y re-existencias. (Trans)Feminismos. Agendas geopolíticas y epistémicas desde Argentina”. Un proyecto local que se desenvuelve al interior de nuestra universidad pública. Como dispositivo pedagógico de co-investigación, se halla enredado a otro proyecto colectivo de carácter global, transfronterizo: el que se genera en nuestro Grupo de Trabajo de CLACSO “Prácticas emancipatorias y metodologías descolonizadoras transformadoras”.

De la Presentación

Autoría: Ruth Sosa. Sebastián Vera. [Coordinadoras/es]
Ruth Sosa. Sebastián Vera. Oscar Lupori. Laura Manavella. Antonela Di Bartolo. Cecilia Brixio. Gonzalo Ghio. Juan Rodríguez. Larisa Vilches. María Paula Arce. Mariela Carla Morandi. Martín Abraham. Mónica Castaño. Natalia Bentos. Pedro Ferretti. [Autoras/es de Capítulo]

Editorial/Edición: CLACSO.

Año de publicación: 2023

País (es): Argentina.

ISBN: 978-987-813-487-1

Idioma: Español

Descarga: Pedagogías decoloniales y producción de subjetividad en la a trayectoria de Laura Manavella y Oscar Lupori

Fuente e Imagen: https://libreria.clacso.org/publicacion.php?p=2787&c=5

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Otros mapas de conflictos sindicales: luchas feministas en los márgenes del trabajo

Los conflictos y las luchas que en los últimos años han protagonizado mujeres sometidas a formas extremas de discriminación y explotación laboral sitúan en las condiciones materiales para la vida un eje clave de su acción política. Los procesos que han puesto en pie para confrontar esa explotación forman parte del entramado de luchas que los feminismos han desplegado en este ciclo. Las aportaciones de estas mujeres en lucha desafían los enfoques feministas que no incorporan la interseccionalidad en sus análisis y muestran la existencia de otros sindicalismos posibles: aquellos que organizan a sectores laborales y productivos tradicionalmente excluidos, incorporando sus necesidades y demandas al análisis del mercado de trabajo y del modelo económico.

Lo que desde diferentes sectores del feminismo estamos denominando sindicalismo feminista-feminismo sindicalista (con este doble recorrido) no es una práctica puntual. Es la forma en la que muchas mujeres, en torno a la precariedad de sus vidas, se autoorganizan para garantizar sus condiciones materiales de existencia y las de sus familias. Muchas experiencias y conflictos colectivos protagonizados por mujeres organizadas amplían lo que entendemos por sindicalismo y cómo se practica. Ejemplos de ello son las trabajadoras agrupadas en la Asociación de Jornaleras de Huelva en Lucha, las kellys, las trabajadoras sexuales, las riders, las trabajadoras domésticas o las trabajadoras a domicilio. Como señalan desde la asociación Territorio Doméstico: “Tal y como lo vamos construyendo entre nosotras (…) [este nuevo sindicalismo] aúna formas de organización colectiva del llamado sindicalismo social y del origen político del sindicalismo obrero”.

Por un trabajo con derechos, por vidas dignas más allá del trabajo
Todas las experiencias que podemos englobar bajo el paraguas del feminismo sindicalista tienen claro que la exigencia del reconocimiento pleno de derechos laborales, frente a la explotación a las que nos somete el capital, debe ir claramente ligada a la batalla por disociar la condición de ciudadanía (y las condiciones materiales que la posibilitan) de la tenencia o no de un empleo. A partir de este enfoque, se organizan e impulsan alianzas por la defensa de los servicios públicos, los sistemas de rentas garantizadas, el derecho a una vivienda, el fortalecimiento del tejido comunitario, las luchas contra las violencias o por el derecho al aborto. Si, como defienden los feminismos, hablamos de construir vidas dignas y sin precariedad, estas reivindicaciones están ligadas y son inseparables de la lucha por sus derechos laborales.

Esta forma de plantear los conflictos sindicales más allá de lo laboral y desde una perspectiva interseccional se enmarca en un amplio y sólido enfoque teórico y crítico, generado desde las propias luchas y prácticas. Además, la economía feminista ha profundizado mucho sobre estas cuestiones a través de experiencias de investigación-acción militante como Precarias a la Deriva, La Laboratoria y el trabajo de otras muchas compañeras como Cristina CarrascoAmaia Pérez OrozcoSilvia FedericiSigrid Bazán o Luci Cavalleropor nombrar solo algunas.

Los análisis críticos desde el feminismo incorporan la dimensión de la reproducción social a los análisis sobre el neoliberalismo, llaman la atención sobre la necesidad de articular todo lo relativo a las condiciones para una vida digna, no solo el empleo. Conectan la precariedad laboral con cuestiones como la flexibilización de los tiempos y espacios del trabajo; el recorte de los salarios o la ausencia del mismo; la pérdida de derechos y la ausencia de regulación en algunos sectores (de la que se desprende, por ejemplo, la ambigüedad del vínculo entre quienes emplean y quienes son empleadas) o la racialización del trabajo, entendida como la relación de las condiciones laborales con la situación administrativa de la persona trabajadora, como sucede en el caso de las trabajadoras de hogar y de las jornaleras contratadas en Marruecos que trabajan en los campos de Huelva.

El desarrollo del neoliberalismo y el proceso de acumulación de riqueza necesario para ello han convertido en un elemento estructural la precarización del empleo, particularmente de las mujeres, jóvenes y personas migrantes, reduciendo muchos trabajos esenciales para la reproducción de la vida a nichos de trabajos sin derechos. Cuando un trabajo se feminiza y se racializa, se normaliza la degradación de sus condiciones laborales, su reconocimiento social y la devaluación de sus salarios. Este proceso se origina en la división sexual del trabajo y en las lógicas coloniales y extractivistas, tan imbricadas en los mecanismos de explotación capitalista. Se asienta sobre los roles y estereotipos de género que históricamente se asocian a las mujeres, como cuidar, sanar, alimentar, limpiar o ejercer tareas de sostén emocional y relacional. De esta manera, la economía se construye sobre la explotación y, a la vez, sobre la negación de la relevancia económica y social del trabajo de las mujeres y de todas las tareas asociadas a lo femenino, utilizando como patrón de normalidad económica lo masculino, blanco y eurocéntrico. A estos elementos podemos sumar los procesos de privatización de los servicios públicos y la pérdida de derechos sociales.

Cuando el trabajo no se considera trabajo
En general, el trabajo que no parece trabajo es aquel que llevan a cabo las mujeres, mujeres racializadas y disidencias. Las formas de explotación en tiempos de neoliberalismo nos muestran un nuevo mapa de los conflictos abiertos y nos plantean algunas preguntas para las que aún no tenemos respuestas completas. ¿Qué pasa cuando el jefe no es visible o es una aplicación, como en el caso de las riders? ¿Cómo organizarse cuando no hay centro de trabajo? ¿O cuando tu puesto de trabajo es un domicilio particular, como les sucede a las trabajadoras del hogar? ¿Cómo defender derechos cuando ni siquiera se nos reconoce como trabajadoras, como reclaman las trabajadoras sexuales y las trabajadoras migrantes en situación administrativa irregular?

Las trabajadoras del hogar ponen voz a un aspecto común: la falta de reconocimiento social de su trabajo y la ausencia de derechos que eso implica. Las cadenas globales de cuidados, apuntaladas por la ley de extranjería, que lleva a que la mayoría de las trabajadoras del hogar sean mujeres migrantes sin derechos, son un elemento estructural para entender el engranaje del trabajo de hogar y de cuidados. Amaia Pérez Orozco las define como “cadenas de dimensiones transnacionales que se conforman con el objetivo de sostener cotidianamente la vida y en las que en los hogares se transfieren trabajos de cuidados de unos a otros en base a ejes de poder” 1/. Este sector de trabajadoras está sujeto a un régimen especial dentro del régimen general de la Seguridad Social y vienen protagonizando una lucha tenaz para lograr los mismos derechos que el resto de trabajadores y trabajadoras. Junto con las kellys, las trabajadoras de residencias o el Servicio de Ayuda a Domicilio pelean por el reconocimiento de la dignidad de su trabajo.

Las y los riders extienden su lucha más allá de lo sectorial planteando la necesidad de un cambio de modelo económico 

Otro grupo de trabajadoras sin plenos derechos y la correspondiente ausencia de reconocimiento son las trabajadoras sexuales. De hecho, a las mujeres que ejercen la prostitución se les ha privado, en plena pandemia, de la posibilidad de acogerse al Ingreso Mínimo Vital. Más allá de lo que esto supone en la lucha por la supervivencia, es un ejemplo más de la imposibilidad de acceder a derechos de ciudadanía si no hay un reconocimiento de su condición de trabajadoras.

La Asociación de Jornaleras de Huelva en Lucha (2022), ejemplo de lucha y de puesta en práctica de otras formas de sindicalismo feminista, antirracista y ecologista, plantea lo siguiente: 

Los tiempos han cambiado y en los sectores más empobrecidos, cada día más precarizados, en los que tenemos compañerxs que ni siquiera son reconocidxs como ciudadanxs, resulta imposible organizarse a través de afiliaciones (cuotas de las propias personas trabajadoras), por lo que reinventar el sindicalismo se hace prioritario. Reinventarlo de arriba abajo o, mejor dicho, desde abajo hacia arriba.

Podemos extraer muchos aprendizajes y claves de estas luchas. Una muy relevante surge de la denuncia que las riders hacen del proceso de uberización de la fuerza de trabajo en el marco de la economía de plataforma, maquillado a través de un lenguaje neoliberal que encubre la verdadera relación laboral con discursos de libertad, flexibilidad y sé tu propio jefe. La inexistencia de centros de trabajo (llamados centroides en esta neolengua), que al despido se le llame desconexión o la organización de los tiempos de trabajo a través de algoritmos que, al mismo tiempo, no se registran e impiden garantizar el cumplimiento del convenio, son elementos que complejizan la organización de las trabajadoras. Las y los riders extienden su lucha más allá de lo sectorial planteando la necesidad de un cambio de modelo económico que garantice derechos a todas las personas.

Juntas y diversas: el enfoque y la práctica feminista para cambiarlo todo
Sabemos que nuestras vidas y problemáticas son diversas. Las violencias se superponen y, por lo tanto, es absolutamente imprescindible una mirada interseccional para generar transformaciones reales y hacer propuestas útiles para la vida de las mujeres y del conjunto de la población. La interseccionalidad de opresiones, como herramienta de análisis que desarrolla el feminismo, permite ampliar y complejizar la realidad concreta de las mujeres, generar transformaciones reales y hacer propuestas útiles para el conjunto de la población. El género, pero también el color de nuestra piel, nuestra situación administrativa, el número de ceros en nuestra nómina (si es que tenemos), nuestra orientación sexual o identidad, si tenemos una vivienda o no, determinan las condiciones del acceso al empleo y a derechos y, por lo tanto, jerarquizan unas vidas sobre otras. Por eso, estamos fuertemente convencidas de que las prácticas feministas y sindicalistas deben adaptarse al contexto, apostar por la construcción de alianzas y entender que los sujetos que protagonizan las luchas no se delimitan en un congreso o un paper académico. Se construyen en los procesos que ponemos en pie a través de la práctica, con diálogo y debate. Estando juntas y siendo cada vez más.

Sin las violencias que genera la ley de extranjería, no se puede entender hoy una gran parte de las dinámicas de exclusión y explotación provocadas por sectores económicos que asientan sus beneficios en las condiciones de semiesclavitud que, fruto de las políticas de fronteras, deben aceptar las personas que migran. Entender cómo el racismo institucional atraviesa la vida y las condiciones de empleo de muchas trabajadoras y cómo distribuye el mercado laboral es fundamental para construir feminismos y sindicalismos que pretendan ser verdaderamente transformadores y emancipadores. Como señala Pastora Filigrana: “Mientras haya bolsa de personas en pobreza sin papeles ninguna lucha sindical va a llegar a buen puerto porque siempre tendrán una mano de obra barata y con miedo y explotable con la que intercambiarnos si protestamos”.

Las denuncias de abusos sexuales en Huelva en 2018, interpuestas por un grupo de jornaleras del campo, marroquíes en su gran mayoría, son otro ejemplo de lucha interseccional. Interpelaron directamente a la Administración y a los sindicatos ante el abandono e invisibilización de su proceso, así como al movimiento feminista que había clamado en las calles contra la justicia patriarcal frente a la sentencia del juicio de la manada. Nuevamente recurrimos a la Asociación de Jornaleras de Huelva en Lucha para entender cómo actúa la dimensión de clase, de género y de raza en la violencia que se ejerce contra ellas. Ana Pinto, trabajadora del campo y activista de esta asociación, señala: “En Huelva se da toda la explotación posible: racismo (con la explotación de personas migrantes), machismo y destrucción del medio ambiente”. “Todas las vertientes del sistema neoliberal en una comarca”, dice la abogada Pastora Filigrana.

La condición de trabajos esenciales (aquellos sin los cuales es imposible el funcionamiento de la sociedad y la vida de las personas) ha sido un tema recurrente al calor de la crisis generada por la covid-19. Aunque las trabajadoras del sector del hogar y los cuidados llevan años “politizando las ollas, las calles y los delantales”, como señalan nuestras compañeras de Territorio Doméstico (Pimentel et al., 2021), y poniendo encima de la mesa la necesidad de reconocimiento y de derechos laborales, la escasa cobertura social durante la crisis de la pandemia en muchos sectores laborales feminizados demostró los límites de muchas de las llamadas políticas públicas de igualdad. Muchas mujeres, como las trabajadoras domésticas o las trabajadoras sexuales, quedaron fuera de los sistemas de protección que se desplegaron.

Como apuntó Kathi Weeks (2022), así como el marxismo concibió al proletariado industrial como clase revolucionaria capaz de crear un mundo nuevo, los feminismos entienden que, en las formas feminizadas de trabajo (y racializadas, añadimos nosotras), marginadas a la vez que fundamentales para los procesos de valorización capitalista, hay muchas claves para generar experiencias de organización que construyan una colectividad política feminista y anticapitalista, cuyo fin último sea la transformación radical, entre otras, de las instituciones del trabajo y de la familia, como elementos que estructuran el actual orden económico y social.

Si nosotras paramos, se para el mundo. Lo que las huelgas feministas nos enseñaron
Las huelgas feministas internacionales de 2018 y 2019, articuladas en torno a cuatro dimensiones de la actividad y la vida de las mujeres –laboral, estudiantil, cuidados y consumo– son un hito importantísimo para entender el desarrollo de estas formas de hacer y de luchar por los derechos a las que nos venimos refiriendo. En el proceso se elaboró un potente argumentario que ha construido la base de todo el histórico ciclo de movilizaciones feministas de los últimos años. Se asentaron marcos políticos y discursivos que venían de lejos y que impulsaron, en el plano estratégico y organizativo, los movimientos feministas.

Los procesos colectivos de las huelgas fueron un catalizador del hartazgo de muchas mujeres y una propuesta renovadora sobre dos conceptos claves del sindicalismo: trabajo y huelga. El feminismo siempre ha denunciado las limitaciones de la idea tradicional de trabajo porque deja fuera muchas actividades centrales para la economía y la vida que realizan mayoritariamente las mujeres. Las huelgas visibilizaron la necesidad de dinamitar la distinción, en cuanto a reconocimiento y derechos, entre lo que se ha considerado la esfera pública, la de la producción, y la privada, de la reproducción. Si se diferencia trabajo de empleo, el trabajo deja de ser algo específico del ámbito de la producción y se amplía al ámbito de la reproducción social (que incluye los trabajos de cuidados). Estos procesos de movilizaciones feministas pusieron sobre el tapete la realidad de las condiciones laborales y vitales de muchas mujeres, construyendo un mapa propio de conflictos y luchas. La ampliación del concepto de huelga contribuyó a visibilizar algunas de las cuestiones que se venían señalando desde hacía tiempo, recalcando la centralidad de los cuidados y la dimensión económica y social de los mismos.

La ampliación del concepto de huelga contribuyó a visibilizar la centralidad de los cuidados y la dimensión económica y social de los mismos

Las huelgas feministas, que tuvieron un rico recorrido, un contenido trabajado y que dibujaron el horizonte transformador más potente de los últimos años, también nos señalaron algunas paradojas que han abierto importantes y fructíferos debates. Un ejemplo muy evidente fue la dificultad de muchas mujeres que, sintiéndose interpeladas y habiendo participado del proceso, no pudieron secundar la huelga. Cuando cada vez necesitamos hacer más cosas para cobrar lo mismo, cuando de tu puesto de trabajo depende que una persona mayor o una menor sea atendida, cuando no tienes papeles y trabajas sin contrato, el derecho a la huelga, una histórica conquista que le debemos al movimiento obrero, se convierte en un imposible.

Las huelgas fueron sin embargo una experiencia de todas, de las que pararon todo el día o de las que se sumaron desde sus puestos a la manifestación, de las que estaban internas y de las que salían a aplaudir el paso de las compañeras desde sus puestos precarios. Fueron muchas luchas que se articularon bajo una idea potente: si las mujeres paramos, se para el mundo. Con esta idea, las feministas visibilizamos que hay trabajos que no se pueden detener incluso cuando todo lo demás para. Así se ha evidenciado durante la pandemia. La mayoría de estos trabajos y los más precarios los realizan mujeres, especialmente aquellas con menos derechos reconocidos, como son las migrantes y racializadas. Son las últimas de una cadena en la que todas las demás estamos insertas.

El feminismo sindicalista como lugar de resistencia y transformación
Las experiencias del sindicalismo feminista de los últimos años han tenido y tienen un papel inspirador y central en las luchas que los feminismos autónomos y populares han desplegado en este ciclo histórico de movilizaciones feministas. Componen nuevas formas de organización sindical y feminista, cuyas expresiones van mucho más allá de las que hemos podido referenciar en este artículo. No son solo prácticas puntuales, sino también propuestas de autoorganización, de un sindicalismo de base con tramas de apoyo mutuo.

Estas experiencias de feminismo sindicalista están impregnadas de los lenguajes y los modos de hacer de los feminismos de base y de otros movimientos populares (el asamblearismo, la construcción de consensos, el apoyo mutuo). Se nutren también de herramientas tradicionalmente asociadas al sindicalismo, como las huelgas o las cajas de resistencia. Haciendo honor a la mejor tradición disidente de la que forma parte el feminismo autónomo, las hacen suyas, las modifican, las amplían, las reinventan. Articulan un espacio de lucha y de pensamiento que pone el foco en las costuras del sistema económico y productivo, encarnadas en los cuerpos y las vidas de las mujeres, especialmente de las migrantes y racializadas.

Las resistencias primero, y las reticencias después, de los sindicatos mayoritarios frente a la propuesta de huelga feminista evidenciaron en gran medida su incomprensión del alcance de la propuesta feminista y las dificultades que arrastran para incorporar a diversos sectores laborales feminizados y precarios. Esto se debe, por una parte, al concepto de trabajo en el contexto histórico actual: las relaciones productivas, quién o quiénes componen el sujeto de la clase obrera, cómo se construye este y qué validez se da a ciertos conflictos. Pero, por otra parte, se debe a su incapacidad o falta de voluntad para atender las exigencias que expresan algunos colectivos de trabajadoras y para abrir la participación en estructuras que están fuertemente jerarquizadas. Esto ha hecho que tanto las jornaleras como las trabajadoras de hogar hayan expuesto la urgencia por establecer nuevas formas de participación y diálogo en los procesos de negociación de convenios, ya que por ley son los sindicatos los que se sientan en las mesas de negociación. En ocasiones, la confrontación con algunos sindicatos ha sido manifiesta, como lo ha sido también el apoyo de organizaciones sindicales de base con protagonismo femenino y feminista que llevan esto a la práctica. Como dice Ana Pinto, de la Asociación de Jornaleras de Huelva en Lucha:

Hemos tenido que aprender sindicalismo sobre la marcha y crear muchas redes para lograr condiciones de vida y trabajo dignas para la clase jornalera (…). Luchamos por cambiar las condiciones de trabajo y de vida de todas las temporeras, para conseguir derechos para todas porque es de justicia y para enfrentar la estrategia patronal del divide y vencerás.

Como se señala desde el colectivo La Laboratoria, que organizó las jornadas “El feminismo sindicalista que viene” (2022): 

Las mujeres, las lesbianas, las trans y todas las que desacatan los ordenamientos patriarcales del género sabemos bien que violencia, extractivismo y explotación no pueden leerse por separado, se anudan siempre de modos complejos, colocándonos una y otra vez al límite, usurpando nuestras energías vitales. Un sindicalismo de nuevo tipo, con claro protagonismo femenino, está emergiendo en estos anudamientos, mezclándolo todo e inventando nuevos modos de plantear el conflicto, pero también nuevas estrategias de autoprotección entre nosotras.

Los feminismos sindicalistas son lugares de resistencia y contestación. Espacios desde los que se van construyendo alternativas a través de sujetos políticos que no siempre han sido reconocidos y nuevas formas de organización sindical. Abren también nuevas preguntas y provocan una rica deliberación sobre las posibilidades y límites de la actual organización y ética del trabajo. 

Vivimos un momento de fragmentación y creciente desánimo, pero creemos que el feminismo, en alianza con otras luchas y movimientos, sigue siendo nuestra mejor herramienta para cambiarlo todo. Como señala Ángela Davis 2/: “El feminismo no es solo una estrategia para superar la opresión basada en el género, sino también contra el racismo, el fascismo, el materialismo o la opresión económica”.

Julia Tabernero Sierra es socióloga y forma parte, entre otros espacios, del movimiento de vivienda y del colectivo Feministas en Acción.
Justa Montero Corominas pertenece a la Asamblea Feminista, Feministas en Acción y La Laboratoria, forma parte del Consejo Asesor de viento surEva Muñoz Moreno es activista feminista y participa en varios colectivos como Feministas en Acción, la Asamblea feminista por un Empleo de Hogar con Derechos y la Comisión 8 de Marzo de Madrid

Notas:

1/https://trainingcenter.unwomen.org/instraw-library/2009-R-MIG-GLO-GLO-SP.pdf

2/ Davis, Angela (2018). Intervención en las jornadas “Mujeres contra la impunidad”, Asociación de Mujeres de Guatemala, 10/2018 (accesible en https://www.publico.es/sociedad/angela-davis-feminismo-arma-potente-luchar-racismo-fascismo.html )

Referencias

Asociación de Jornaleras de Huelva en Lucha (2022) “Informe Jurídico Brigada de Observación” (accesible en -https://jornalerasenlucha.org/wp-content/uploads/2021/02/InformeJuridicoBrigadaDeObservacion-JornalerasDeHuelvaEnLucha.pdf).

La Laboratoria (2022) “El feminismo sindicalista que viene” (accesible en https://m.facebook.com/La-Laboratoria-103301798092312/videos/nuria-soto-el-feminismosindicalista-que-viene/411876339918767/?__so__=permalink&__rv__=related_videos&locale=ne_NP ).

Pimentel Lara, Rafaela; Cisneros Sánchez, Constanza; Caballero Richard, Amelia; Rojo Delgado, Ana (2021) Biosindicalismo desde los territorios domésticos. Nuestros reclamos y nuestra manera de hacer (accesible en Laboratoria.red/publicación/biosindicalismo-desde-los-territorios-domésticos ).

Weeks, Kathi (2020) El problema del trabajo. Madrid: Traficantes de Sueños.

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¿Qué es un movimiento político? – Social y de resistencia

Por: Tercera Información

Los movimientos políticos de resistencia son esfuerzos organizados para resistir a gobiernos o poderes de ocupación que se perciben como opresivos. Pueden adoptar muchas formas, como protestas, huelgas y desobediencia civil.  En algunos casos, también pueden recurrir a la violencia.

Los movimientos de resistencia política suelen surgir como respuesta a injusticias percibidas, como la represión política o la desigualdad económica. También pueden llevarse a cabo en un esfuerzo por promover una ideología o un programa social concreto. Diversos factores pueden contribuir al éxito o al fracaso de un movimiento de resistencia política, como el tamaño y los recursos del movimiento, el nivel de apoyo popular y la respuesta del gobierno.

Fuente e Imagen: https://www.tercerainformacion.es/articulo/internacional/14/09/2022/175031/

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