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El brutalismo, fase superior del neoliberalismo

Por: Amador Fernández-Savater *

“Lo significativo no es lo que acaba y consagra, sino lo que inicia, anuncia y prefigura”

(Achille Mbembe)

¿En qué tiempo vivimos? ¿Cómo calificar nuestra época? Algo decisivo se juega, para el pensamiento crítico, en esta cuestión de los nombres. Los nombres de la época. El mapa de los nombres orienta estrategias, señala los movimientos del adversario, revela resistencias posibles.

¿A qué nos enfrentamos hoy? Si no sabemos cómo se llama, ¿cómo lo vamos a combatir?

El pensador camerunés Achille Mbembe propone el término de “brutalismo”. Proveniente del universo de la arquitectura, donde denomina un estilo de construcción masivo, industrial, altamente contaminante, el brutalismo como imagen del mundo contemporáneo nombra un proceso de guerra total contra la materia.

El diagnóstico de Mbembe no es simplemente político o económico, cultural ni siquiera antropológico, sino civilizatorio, cósmico, cosmopolítico. Designa la relación dominante con lo existente. Una relación de forzamiento y extracción, de explotación intensiva y depredación.

El mundo se ha convertido en una gigantesca mina a cielo abierto. La función de los poderes contemporáneos, dice Mbembe, es “hacer posible la extracción”. Hay una versión derechista del brutalismo y una versión progresista, pero ambas gestionan con distintas intensidades y modalidades una misma empresa de perforación. De los cuerpos y los territorios, pasando por el lenguaje y lo simbólico.

¿Un nuevo imperialismo? Sí, pero que ya no instituye o edifica una civilización de valores, una nueva idea del Bien o una cultura superior, sino que fractura y fisura los cuerpos –individuales, colectivos, terrestres– para extraer de ellos todo tipo de energías hasta el agotamiento, amenazando así con la “combustión del mundo”.

Mbembe identifica tendencias a nivel planetario que afectan a la humanidad en su conjunto. Pero piensa desde un lugar particular: África, su historia, sus heridas y sus resistencias. El mundo entero experimenta hoy un “devenir negro” en el que la distinción entre el ser humano, la cosa y la mercancía tiende a desaparecer. El esclavo negro prefigura una tendencia global. Todos estamos en peligro.

Economía libidinal brutalista

¿Qué tipo de ser humano, de subjetividades y deseos, quiere producir el brutalismo contemporáneo?

Por un lado, tiene el loco proyecto de erradicación del inconsciente, “esa inmensa reserva de noche con la que el psicoanálisis intentó reconciliarnos”. El cuerpo humano no es mero cuerpo biológico, neuro-químico, sino también “materia ensoñada” (León Rozitchner) que anhela, que fantasea, que utopiza. El inconsciente es una piel de plátano en todos los planes de control, incluyendo los de uno sobre sí mismo. Todo lo desvía, lo tuerce, lo complica.

Hay que extirpar esa dimensión ingobernable, capturar en las redes de datos todas las fuerzas y las potencialidades humanas, cartografiar enteramente la materia hasta que el mapa sustituya al territorio. El brutalismo pretende la digitalización integral del mundo, disolver el inconsciente (que nos hace únicos e irrepetibles) en el algoritmo, en el número, en el dominio de lo cuantitativo. Abolir el misterio que somos, blanquear la noche.

Pero lo único que consigue es dejar vía libre a las pulsiones más oscuras y destructivas. ¿Por qué? La racionalización general –digitalización, algoritmización, protocolización– bloquea las energías afectivas y amorosas, esa potencia de Eros que según Freud es el único contrapeso posible a Tánatos. El proyecto de erradicación del inconsciente conduce a una insensibilización general.

La indiferencia al dolor de los demás, el gusto por herir y matar, por ver sufrir. La crueldad y el sadismo son rasgos clave de los poderes contemporáneos. Mbembe habla, en un capítulo particularmente escalofriante, del “virilismo” contemporáneo. La economía libidinal del brutalismo ya no pasa por la represión o la contención pulsional, sino por el desenfreno, la desinhibición, la desublimación y la ausencia de límites. Decirlo todo, hacerlo todo, mostrarlo todo y gozar con ello.

El virilismo configura una zona frenética, dice Mbembe, sin rastro de los viejos sentimientos de culpabilidad, pudor o inhibición. Una figura lo expresa quizá mejor que ninguna otra: el triunfo de la imagen del padre incestuoso en las páginas pornográficas. Vuelta atrás: si el asesinato del padre despótico a manos de sus hijos había supuesto para Freud el pasaje a la civilización, el límite y la ley, el fantasma del padre abusador vuelve a poblar hoy los deseos más oscuros.

Ayer, el principio de realidad (el mandato paterno) obligaba a renunciar o posponer el placer, a sustituirlo por una compensación sublimatoria. Hoy, nos exige todo lo contrario: no posponer, aplazar o sustituir nada, sino acceder al goce de forma directa, literal y sin mediaciones. Consumir (objetos, cuerpos, experiencias, relaciones). De la represión a la presión. De la desexualización a la hipersexualización. Del padre de la prohibición al padre del abuso. La culpa consiste hoy en no haber gozado lo suficiente.

Colonizar siempre supuso brutalizar. La plantación y la colonia son, según Mbembe, prefiguraciones del brutalismo. Sin contenciones, ni mediaciones simbólicas, se puede y se debe gozar absolutamente de los otros, convertidos en mero “harén de objetos” (Franz Fanon). ¿Podemos entender así, libidinalmente, una clave del ascenso de las nuevas derechas? Se presentan como defensores de una “libertad” que sólo es el derecho de los fuertes a gozar de los débiles como si de objetos desechables se tratara.

De fondo, como un efecto derivado del virilismo, el miedo a la castración, el pánico genital y el horror a lo femenino se extienden por todos lados. El brutalismo aspira incluso a desembarazarse completamente de las mujeres. Onanismo generalizado, sexualidad sin contacto, tecnosexualidad, con el cerebro sustituyendo al falo como órgano privilegiado.

El virilismo no sería la última palabra del patriarcado.

Cuerpos-frontera

Al final de su libro sobre Los orígenes del totalitarismo, más de seiscientas páginas dedicadas al estudio de las condiciones históricas y sociales que hicieron posible el nazismo y el estalinismo, Hannah Arendt afirma sorprendentemente que la única certeza que ha alcanzado es que el totalitarismo nace en un mundo donde el conjunto de la población se ha vuelto superflua. Los campos de concentración (y luego de exterminio) fueron el solo lugar que los poderes encontraron entonces para albergar a los que sobraban.

¿Cómo leemos esto hoy, cuando nuestra época está atravesada por el mismo fenómeno de masas errantes? La guerra siempre fue un dispositivo de regulación posible del exceso de población indeseada y el totalitarismo un régimen de guerra permanente. El brutalismo contemporáneo, diferente al nazismo o al estalinismo, hereda sin embargo la misma función. Ante el miedo a repartir y el pánico “a la multiplicación de los otros”, la gestión brutal de las migraciones.

A los seres humanos que sobran, Mbembe los llama “cuerpos-frontera”. ¿Qué se hace con ellos? Aislar y confinar, encerrar y deportar, dejar morir. La biopolítica (que cuida la vida para explotarla) se encabalga con una necropolítica (que produce y se hace cargo de la población superflua).

El mundo contemporáneo no conoce solamente formas de control suaves y seductoras (moda, diseño, publicidad), sino también métodos de guerra. Hoy, por todas partes, se endurecen los controles, las detenciones, los confinamientos. Se trocean los espacios, se decide autoritariamente quién puede desplazarse y quién no. No sólo se promueve la movilidad de los sujetos (de casa, de trabajo, de función), sino que se sujeta, se controla, se fija. Gaza como paradigma de gobierno.

Mientras los dirigentes europeos celebraban recientemente los ochenta años de liberación de Auschwitz los campos vuelven por sus fueros. Campos de internamiento, de retención, de relegación y apartamiento. Para migrantes, refugiados, solicitantes de asilo. Campos, en definitiva, para extranjeros. Samos, Chios, Lesbos, Idomeni, Lampedusa, Ventimiglia, Sicilia, Subótica. Las rutas migratorias más letales en todo el mundo son las europeas, 10.000 personas perdieron la vida tratando de entrar en España el año pasado.

También la sangría y la depredación operan en la gestión de las circulaciones complejas de los cuerpos-frontera, explica Mbembe, a través del control de las conexiones, las movilidades y los intercambios. La guerra contra los migrantes (esa materia en movimiento) es además negocio lucrativo y factor económico.

Las pulsiones imperialistas se conjugan hoy con la nostalgia y la melancolía. Los otrora conquistadores, envejecidos y cansados, se sienten invadidos por las “razas energéticas” llenas de vitalidad. El mundo se vuelve pequeño y bajo amenaza. Es la percepción que explotan las extremas derechas europeas. La patria ya no debe expandirse, sino defenderse. El estilo afirmativo y entusiasta de un Jose Antonio se vuelve puro miedo y victimismo en Vox.

Utopías de la materia

¿Cómo resistir al brutalismo? Mbembe no se regodea en un ejercicio de catastrofismo, sino que se atreve a utopizar. ¿Qué significa esto?

El pensador camerunés encuentra inspiración en Ernst Bloch, el gran pensador de la utopía y la esperanza del siglo XX. ¿Qué es la utopía para Bloch? Nada de lo que solemos pensar asociado a ese término: especulaciones de futuro, proyección de escenarios, modelos perfectos. No, la utopía es potencia, latencia y posibilidad ya inscritas en el presente.

A diferencia de la crítica convencional, la crítica utópica no sólo dibuja una cartografía crítica de los poderes contemporáneos, sino que también señala potencialidades de resistencia, de cambio, de otros mundos posibles. No sólo denuncia, enjuicia o cancela, sino que enuncia nuevos posibles, invitando a quien la escucha a darlos a luz, a desplegarlos. Pone en tensión lo que hay y lo que podría haber, siendo esto último no una posibilidad abstracta, sino una fuerza en proceso.

Si hoy asistimos a un “devenir-negro del mundo”, ¿no podrían resultarnos inspiradoras las resistencias que las culturas africanas han opuesto siempre a su devenir-cosa? Lo particular se vuelve universal y la utopía, como quería Walter Benjamin, ya no está en el futuro sino en “el salto de tigre al pasado”.

Estas resistencias pasan, tal y como yo lo leo, por otra concepción y otra relación con la materia. La materia según las culturas africanas pre-colonización es tejido de relaciones, es diferencia, es cambio. El animismo expresaría esto en un plano espiritual: el mundo está poblado por una multitud de seres vivos, de sujetos activos, de divinidades múltiples, de antepasados, de intercesores.

O la reparación o los funerales, dice Mbembe. El reto no es indignarse o darse golpes en el pecho, sino regenerar la materia herida. Por ejemplo, en el caso del debate sobre la descolonización de los museos, no se trata simplemente de “devolver” los objetos robados a sus lugares de origen, sino de entender que esos objetos no eran “cosas” (ni útiles ni obras de arte), sino vehículos y canales de energía, de fuerzas vitales y de virtualidades que habilitaban la metamorfosis de la materia. Recrear una relación activa con la memoria.

Si la materia no es un objeto para ser explotado, sino un ecosistema participativo, una reserva de potenciales, un conjunto de subjetividades, ¿qué formas políticas podrían convenirle?

Más allá de la democracia liberal y del nacionalismo vitalista, del suelo y la sangre, Mbembe propone una “democracia de los vivos” que practicaría el cuidado a todos los habitantes de la tierra, humanos y no humanos. Una economía de “los bienes comunes” que nos obligaría a renunciar a nuestras obsesiones de apropiación exclusiva. Y una “des-fronterización” del mundo capaz de proteger el derecho de cada uno a partir, a moverse y a estar de paso. A ser extranjero, para sí mismo y para los demás.

La materia misma utopiza, decía Ernst Bloch. No es una masa pasiva que espera su forma del exterior, sino que tiene en sí misma su propio movimiento, su propio principio activo, está preñada de futuro. ¿Es por eso que el brutalismo le hace la guerra? Lo que ella nos exige es ser “como el fuego en el horno” que madura y realiza los potenciales. No forzarla ni violarla, sino escuchar y prolongar su creación.

*Investigador independiente, activista, escritor, editor, “filósofo pirata” español.

Lobo Suelto

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Estad9s Unidos: Trump firma un decreto que inicia el desmantelamiento del Departamento de Educación

 

El presidente de EE.UU., Donald Trump, firmó este jueves un decreto que inicia el proceso de desmantelamiento del Departamento de Educación.

 

Mientras firmaba el decreto, Trump estaba rodeado de niños pequeños sentados en sus propios escritorios en la Casa Blanca, quienes simultáneamente firmaron papeles en una carpeta. Al terminar de firmarlos, se pudo ver a los niños levantando el papel para mostrarlo a la audiencia, al igual que lo hizo el presidente.

 

El sindicato que representa a los empleados del Departamento de Educación dijo que está “indignado” por los esfuerzos del presidente para comenzar a desmantelar la agencia.

 

En un comunicado del jueves, el presidente nacional de la Federación Estadounidense de Empleados del Gobierno, Everett Kelley, dijo que la “directiva de Trump para eliminar esta pequeña pero poderosa agencia destruiría nuestro sistema educativo y devastaría a las futuras generaciones de estudiantes”.

 

El sindicato también argumentó que el Departamento de Educación proporciona apoyo a estudiantes de bajos ingresos y financiamiento a escuelas que de otro modo no podrían ofrecer servicios para estudiantes con discapacidades.

 

Mientras tanto, la organización legal Democracy Forward dijo que tiene la intención de impugnar la orden de Trump en los tribunales, argumentando que el esfuerzo del presidente para desmantelar el departamento es ilegal.

 

“Presentaremos una demanda contra esta acción y utilizaremos todas las herramientas legales para garantizar que los derechos de los estudiantes, maestros y familias estén completamente protegidos”, dijo la CEO de la organización, Skye Perryman, en un comunicado.

 

Tami Luhby y Dan Berman de CNN contribuyeron con la información para esta publicación.

 

https://cnnespanol.cnn.com/2025/03/20/eeuu/trump-firma-decreto-desmantelar-departamento-educacion-trax

 

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Persecución. La guerra de Trump contra el movimiento palestino y las universidades en Estados Unidos

Trump, con el apoyo de los demócratas y la administración universitaria, está intensificando sus ataques contra el movimiento palestino. Esto forma parte de un plan para atacar a toda la clase trabajadora y personas oprimidas, desfinanciar la universidad y limitar nuestro derecho a protestar. Debemos organizarnos desde la base para unir nuestras luchas como oprimidos y trabajadores y detener los ataques de Trump.

 

El martes por la mañana, en un intento descarado de intimidar y contener al movimiento estudiantil por Palestina, Trump lanzó la siguiente advertencia: Se suspenderá toda la financiación federal para cualquier escuela, facultad o universidad que permita protestas ilegales. Los agitadores serán encarcelados o enviados de vuelta a su país de origen permanentemente. Los estudiantes estadounidenses serán expulsados ​​permanentemente o, según el delito, arrestados. ¡SIN MÁSCARAS! Gracias por su atención a este asunto.

 

Luego, el viernes, Trump suspendió 400 millones de dólares en subvenciones y contratos federales a Columbia, alegando que la universidad había pasado por alto el antisemitismo. El sábado, el activista y estudiante de posgrado de Columbia, Mahmoud Khalil, fue arrestado por el Departamento de Seguridad Nacional, a pesar de tener la tarjeta de residencia permanente (green card). (Firma la petición para la liberación de Mahmoud Khalil ). Las amenazas públicas de Trump de «encarcelar» o deportar a cualquiera que participe en «protestas ilegales» y de recortar la financiación federal a las universidades forman parte de una escalada significativa de los intentos del estado por silenciar y reprimir el movimiento por Palestina, así como de intensificar los ataques contra la universidad en su conjunto. La elección de palabras de Trump —no mencionar al movimiento por Palestina, sino decir «protesta ilegal»— pone de manifiesto sus verdaderas intenciones: intenta silenciar y reprimir preventivamente la oposición de todo tipo.

 

Trump está utilizando al movimiento palestino como punta de lanza para reprimir el derecho a la protesta, abriendo el camino a aún más ataques contra los derechos laborales, los derechos de las personas trans, los derechos de los inmigrantes y la propia universidad. También está utilizando los ataques contra el movimiento palestino como una forma de desfinanciar, recortar y desmantelar la universidad. Estos ataques son más fáciles para Trump porque cuenta con el pleno acuerdo del Partido Demócrata y la administración universitaria para reprimir el movimiento por Palestina. Como ha denunciado Palestine Legal, desde hace tiempo existe una «excepción palestina» a la libertad de expresión. Pero Trump quiere convertir la excepción en la regla, restringiendo la libertad de expresión en conflictos de opresión y explotación.

 

Este es un ataque contra todos nosotros: contra el movimiento por Palestina, contra el movimiento obrero, contra los estudios afroamericanos y contra los derechos de los inmigrantes y las personas trans. Es un ataque contra cualquiera que defienda el derecho a la protesta, que exija disciplinas académicas diversas en la universidad y que valore las universidades como espacios de pensamiento e investigación.

 

A medida que Trump intensifica sus políticas imperialistas, tanto en el extranjero como a nivel nacional, y sus ataques contra personas trans, inmigrantes, trabajadores federales y otros, es evidente que estas luchas están interconectadas. Derrotar estos ataques requiere unidad; y los sindicatos, las organizaciones y activistas estudiantiles, y los movimientos sociales deben despertar y contraatacar, rompiendo el aislamiento y las divisiones para construir un movimiento unido y masivo que luche con un solo puño contra estos ataques interconectados.

 

Una nueva ola de ataques

 

Estas amenazas se producen mientras el Departamento de Justicia de Trump inicia una gira por importantes universidades para atacar al movimiento pro-Palestina que ha sacudido al país y al mundo durante el último año y medio. El Departamento de Justicia visitará Columbia, la Universidad de Nueva York (NYU), Harvard y otras instituciones para investigar presunto antisemitismo y así presionar a la administración universitaria para que aplique medidas disciplinarias aún más severas a estudiantes y trabajadores.

 

El viernes, la Casa Blanca suspendió el envío de 400 millones de dólares en subvenciones y contratos federales a la Universidad de Columbia. Además, Fox News informó que el Departamento de Estado revocó la visa de un estudiante que participó en el movimiento por Palestina, y el sábado por la noche, el activista Mahmoud Khalil, estudiante de posgrado de Columbia, fue arrestado por el Departamento de Seguridad Nacional, a pesar de tener una tarjeta de residencia permanente.

 

En su primer día en el cargo, Trump prometió deportar a los estudiantes y trabajadores internacionales involucrados en el movimiento por Palestina.

 

*Ocho miembros de la comunidad de CUNY aún enfrentan cargos por delitos graves por el ampamento de solidaridad con Gaza en el City College. *Siete activistas enfrentan cargos por delitos graves por participar en el campamento de la Universidad de Michigan. *Trece activistas de Princeton enfrentan cargos menores por allanamiento de morada por realizar una sentada en su campus. *En las últimas dos semanas, tres estudiantes de Barnard College han sido expulsados, y durante el último año, docenas de ellos han sido suspendidos. *Mientras los estudiantes protestaban por estas expulsiones, Barnard llamó a la policía de Nueva York al campus para arrestar a los estudiantes.

 

Mientras tanto, la gobernadora demócrata Kathy Hochul retiró las ofertas de trabajo de profesores que se especializan y enseñarían sobre Palestina en el Hunter College, y pidió una investigación sobre las ofertas de trabajo como un ejemplo de antisemitismo. Estas escaladas ya están ocurriendo, respaldadas por el Partido Demócrata y la administración universitaria. El gobierno de Biden y los demócratas allanaron el camino al criminalizar las protestas durante su administración e incluso antes. Pero los ataques no son exclusivos del movimiento por Palestina. Trump tiene un plan para atacar a las universidades en su conjunto, especialmente a los sectores más pobres y oprimidos de estudiantes, profesores y personal. El Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) ahora está permitido en los campus universitarios, y las personas trans están siendo excluidas de los deportes. La enseñanza de estudios queer, así como de estudios afroamericanos y chicanos, está siendo cuestionada y restringida. Además, hay recortes significativos en la financiación de la investigación. Como informó NPR , algunas subvenciones del Instituto Nacional de Salud (NIH) a las universidades podrían recortarse en más del 75 por ciento en algunos casos. Además, Trump amenaza con eliminar el Departamento de Educación y revocar el alivio mínimo de la deuda estudiantil aprobado por Biden.

 

Estos ataques son aplaudidos por agitadores de derecha y sionistas. El año pasado, la Fundación Heritage lanzó el Proyecto Esther, un plan para atacar al movimiento por Palestina que exige medidas enérgicas contra la enseñanza y el aprendizaje sobre Palestina y exige al presidente que persiga a cualquier grupo u organización que critique a Israel. Además, grupos de padres y exalumnos de la Universidad de Nueva York y Columbia se están organizando para apoyar la represión e incluso la deportación de estudiantes.

 

Mientras tanto, Trump ataca cualquier cosa considerada «DEI» (diversidad, equidad e inclusión); en concreto, ha amenazado con retirar toda la financiación federal a cualquier institución de educación superior que ofrezca contenido «DEI» relacionado con la raza, como becas y programas especiales para estudiantes de color. Trump amenaza con eliminar el Departamento de Educación y, en esencia, desmantelar las universidades tal como las conocemos, lo que incluye la erosión del acceso de las personas pobres y oprimidas a conocer su propia historia e incluso a la educación superior.

 

En resumen, Trump quiere erosionar los elementos más progresistas de la universidad neoliberal, además de desfinanciar a toda la institución. La universidad neoliberal, basada en deudas, trabajo precario y una sobrecarga administrativa antidemocrática, ha actuado, a lo largo de la era neoliberal, como un sólido mecanismo para contener la lucha de clases. Pero a medida que el sistema neoliberal entró en crisis, también lo hizo la universidad neoliberal. La universidad que satisface los intereses del régimen bipartidista está entrando en conflicto con las necesidades y aspiraciones de estudiantes, trabajadores y personas oprimidas. Y Trump está respondiendo a esta crisis adoptando un giro reaccionario y atacando a toda la universidad.

 

Esto es parte de un avance más amplio de la derecha, que incluye el despido de trabajadores federales, la escalada de ataques a los derechos de los inmigrantes y los derechos de las personas trans, y una brutal política imperialista expansionista.

 

Trump teme al Movimiento Universitario por Palestina

 

Para comprender estos ataques, debemos comprender la profundidad del movimiento durante el último año y medio; Trump teme el potencial de los estudiantes y trabajadores universitarios. En ese sentido, se trata de un ataque preventivo contra el resurgimiento y fortalecimiento del movimiento ante los ataques internacionales y nacionales de Trump.

 

El año pasado, el movimiento universitario por Palestina conmocionó a todo el país, e incluso al mundo. Estudiantes de todo Estados Unidos, incluyendo a algunas de las instituciones más prestigiosas, se sumaron a la lucha del pueblo palestino, transformando el panorama de la lucha de clases tanto en Estados Unidos como a nivel mundial. No se había visto una ola tan grande de ocupaciones universitarias desde los años 80. Y este movimiento fue más que una simple protesta: expresa un profundo cambio de conciencia, un cuestionamiento al imperialismo estadounidense y la complicidad de nuestra universidad con el imperio estadounidense. El movimiento estudiantil, junto con el movimiento más amplio contra el genocidio en Gaza, transformó la conciencia nacional sobre Palestina. Hoy en día, solo el 46 %de los estadounidenses apoya a Israel, el índice más bajo de los últimos 25 años.

 

Este movimiento universitario se basó en la experiencia y la radicalización de Black Lives Matter, el movimiento social más grande en la historia de Estados Unidos. También está vinculado a un aumento en el apoyo a los sindicatos y las huelgas a nivel nacional, así como al aumento de las huelgas de los trabajadores universitarios, que exigen más.

 

A diferencia de Black Lives Matter, cuya base estaba en las calles, el movimiento por Palestina encontró su nexo en la universidad, un lugar al que estudiantes y trabajadores acuden a diario, donde se verán compañeros manifestantes durante días, semanas y años. El movimiento por Palestina no solo cuestionó el sionismo, sino que también criticó las inversiones universitarias y su funcionamiento empresarial. Debemos entender los ataques actuales de Trump como una reacción furiosa al potencial disruptivo y radical de una nueva ola de este movimiento, que esta vez une todas nuestras luchas.

 

Este movimiento por Palestina abrió una enorme crisis política para Biden, contribuyendo a la derrota de Kamala Harris. Trump intentó cínicamente presentarse como mejor para Gaza que los demócratas, cuando tanto los candidatos como los partidos representan la brutalidad, la violencia y la limpieza étnica.

 

Tras el tenue alto el fuego, se produce una nueva escalada de violencia contra Palestina, junto con un plan de limpieza étnica de los palestinos de la región, que beneficia tanto al capital estadounidense como al israelí. Esto incluye el fin de la ayuda israelí a Gaza, el despliegue de tanques en Cisjordania y la amenaza de Trump de convertir Gaza en la «Riviera de Oriente Medio». Desde que asumió el cargo, Trump ha autorizado $12 mil millones de dólares en ayuda a Israel. Esto forma parte del imperialismo estadounidense de Trump, que se ha vuelto más unilateral, violento y explícito en su sed de recursos, y ahora, explícitamente, de la adquisición de tierras. La agenda imperialista internacional de Trump va de la mano con ataques en el frente interno, donde su programa de recortes de impuestos para los ricos, aranceles y despidos masivos de empleados federales sólo significa empeorar las condiciones de la clase trabajadora y los pobres.

 

Al atacar el movimiento por Palestina, está atacando el derecho a protestar contra todas sus políticas: dificulta que los trabajadores hagan huelga y que marchemos por los derechos de las personas trans y de los inmigrantes. Al atacar el movimiento por Palestina, allana el camino para desmantelar la universidad, convirtiéndola aún más en un privilegio exclusivo para los ricos y recortando los estudios de las personas oprimidas y marginadas.

 

Parte del establecimiento de una hegemonía de derecha en el campus implica aplastar a los sectores que resisten, en particular al movimiento universitario por Palestina, que cuestiona estas políticas imperialistas y los ataques a la universidad en sí misma. El movimiento por Palestina podría servir de catalizador para un movimiento anti-Trump, y Trump, sus aliados de extrema derecha y los demócratas están decididos a detenerlo. Pero para enfrentar eficazmente estos ataques, el movimiento busca construir la unidad más amplia posible contra la represión y unirse con otros sectores atacados por Trump.

 

Los demócratas abren la puerta a la derecha

 

La agenda de extrema derecha de Trump ha sido facilitada por los demócratas, quienes han allanado el camino para estos ataques. En otras palabras, Trump puede ser más represivo gracias a las bases establecidas por el Partido Demócrata y a su trabajo conjunto contra el movimiento por Palestina. Fueron, por supuesto, Joe Biden y los demócratas, con la ayuda de los republicanos, quienes brindaron un apoyo incondicional a Israel, proporcionando miles de millones de dólares en armas durante un horrible genocidio transmitido en vivo.

 

Además, los demócratas han creado las condiciones para un ambiente nacional más represivo. Durante el último año y medio, han aprobado proyectos de ley y resoluciones que equiparan el antisionismo con el antisemitismo, han enviado a la policía a atacar a estudiantes y profesores, y han acusado a los manifestantes de delitos graves. Es un fiscal de distrito demócrata quien se niega a retirar los cargos contra los 8 de CUNY, quienes enfrentan cargos graves por expresarse a favor de Palestina. Son Eric Adams y los demócratas quienes han enviado al Departamento de Policía de Nueva York, y en concreto al brutalmente violento Grupo de Respuesta Estratégica (SRG), para reprimir a los manifestantes en la ciudad de Nueva York, incluyendo la llegada del SRG al campus de Barnard.

 

Esto es quizás más evidente en CUNY, donde no es otra que Kathy Hochul, la gobernadora demócrata, quien está investigando a la universidad por antisemitismo y quien tomó la grosera medida de censurar una oferta de trabajo sobre Palestina en un flagrante desprecio por la gobernanza de la facultad y la libertad académica.

 

El hecho de que los demócratas le abran las puertas a la derecha es evidente en lo que respecta al movimiento por Palestina, pero también en todos los demás temas. Harris realizó una campaña de derecha contra los derechos de los inmigrantes, apoyando la afirmación de que los inmigrantes son un problema, para que ahora Trump pueda intensificar su ofensiva contra ellos. Una y otra vez, los demócratas atacan los derechos de la clase trabajadora y las personas oprimidas, lo que solo abre la puerta a figuras como Trump.

 

Debemos aferrarnos a la lección que aprendimos en el auge del movimiento por Palestina: el Partido Demócrata es un partido genocida e imperialista. Los ataques que sufrimos ahora se deben, en gran medida, a sus ataques. Son nuestros enemigos, y cuanto antes lo entendamos, más fuertes seremos.

 

Las administraciones de las universidades son cómplices

 

Las autoridades universitarias también han propiciado estos ataques, no solo contra el movimiento palestino, sino también contra el debido proceso y el derecho fundamental a la protesta. Las universidades han promovido durante mucho tiempo una «excepción palestina» a la libertad de expresión, con un patrón de silenciamiento del discurso sobre Palestina, incluyendo el despido y las sanciones a profesores, la prohibición y la vigilancia de Students for Justice in Palestine (Estudiantes por la Justicia en Palestina), y más.

 

En el último año y medio, la administración universitaria no ha hecho más que intensificar la represión contra los debates sobre Palestina, la libertad de expresión y las protestas en el campus. Esto incluye la ampliación de los mecanismos de vigilancia, incluyendo la contratación de empresas privadas de vigilancia para investigar a los estudiantes. Varias universidades, incluida Harvard, han dictaminado que no se permiten las protestas en aulas, bibliotecas, comedores ni en «lugares que interfieran con las actividades normales de la universidad». Muchas universidades que tenían campamentos permanecieron reforzadas y fuertemente vigiladas por la policía.

 

La Universidad de Nueva York (NYU) ha introducido un nuevo código de conducta estudiantil que incluye «sionista» como una categoría protegida por las políticas antidiscriminatorias de la institución. En otras palabras, una ideología reaccionaria que apoya la limpieza étnica por parte del Estado israelí ahora se considera una categoría protegida, junto con grupos como estudiantes queer, negros, judíos y latinos. Mientras tanto, la «DEI» está bajo ataque y se está retrocediendo en materia de protecciones para los estudiantes oprimidos.

 

Una serie de suspensiones ha allanado el camino para las expulsiones. El pasado abril, Barnard suspendió a 46 estudiantes y desalojó al menos a otros 55 que participaban en el Campamento de Solidaridad con Gaza. Estos estudiantes fueron obligados a someterse a un proceso de «Resolución Alternativa» que los privó de su derecho al debido proceso y de su capacidad para impugnar formalmente estas medidas punitivas.

 

Si bien Trump declaró recientemente que quiere prohibir las mascarillas (barbijos), acciones similares ya se están llevando a cabo en los campus universitarios de todo el país a manos de las administraciones de las universidades.

 

Sin embargo, estos mismos administradores están siendo atacados por el gobierno de Trump y el Partido Demócrata Sionista, como vimos con la renuncia forzada del presidente de Harvard. Ante estos ataques, los administradores prometen ser más duros, aunque esto podría significar su propia desaparición a través de recortes y austeridad. Esto se debe a que estos administradores representan el statu quo capitalista en la educación superior, donde las universidades funcionan como negocios con donaciones de sionistas e inversiones en acciones de la industria armamentística. Estos administradores buscan un alumnado pasivo que siga pagando matrículas exorbitantes y endeudándose para obtener un diploma. Su función principal es suprimir cualquier potencial de movimientos estudiantiles radicales como los de los años 60 y 70, que cuestionan el carácter clasista de la universidad. No abandonarán ese rol, incluso cuando sus propios trabajos dependan de ello.

 

Luchar contra la represión es luchar por todos nuestros derechos

 

Este ataque se debe precisamente a la fuerza y ​​la profundidad del movimiento durante el último año y medio. Si bien el movimiento por Palestina se encuentra debilitadp, cada vez hay más apoyo a la causa palestina en lapoblación estadounidense en general, y especialmente entre los estudiantes. Una muestra de este apoyo son las resoluciones de desinversión aprobadas por estudiantes de todo el país. Debemos aprovechar este apoyo pasivo para combatir los ataques actuales y seguir luchando por Palestina y por la desinversión.

 

En este contexto, es evidente que Trump, los demócratas y la administración universitaria están unidos para aplastar el movimiento por Palestina en las universidades. Pero el movimiento por Palestina no puede afrontar estos ataques solo ni entenderlos como ataques dirigidos únicamente contra Palestina. Los ataques de Trump contra el movimiento estudiantil por Palestina tienen como objetivo allanar el camino para atacar a la universidad, el derecho a la protesta y a todas las personas oprimidas y explotadas.

 

Debemos enfrentar estos ataques. Decir alto y claro: esto se trata de Palestina, se trata de la lucha continua contra la inversión de nuestras instituciones en Israel. Y también se trata de la financiación universitaria, la libertad de expresión y nuestro derecho a protestar. Trump está atacando al movimiento obrero, los derechos de las personas trans y a los estudiantes inmigrantes. Ataca a los investigadores y recorta la financiación. Vienen por todos nosotros, y todos debemos levantarnos en su contra. Debemos desplegar toda la fuerza del movimiento obrero y estudiantil para combatir estos ataques: debemos responder con toda la fuerza de los estudiantes, los trabajadores y la comunidad movilizada y organizada desde abajo.

 

Necesitamos que nuestros sindicatos se pongan de pie y comiencen a organizar la lucha desde abajo: contra las expulsiones, contra la represión, contra la censura, contra la desfinanciación de la universidad y por la presencia policial y de ICE fuera del campus. Los ataques al derecho de los estudiantes a protestar son un ataque al movimiento laboral, y debemos tratarlo como tal. Muchas universidades están sindicalizadas a través del UAW (Trabajadores del Automóvil Unidos). Ante estos ataques, necesitamos que las bases del UAW, como los trabajadores de la sección 4811 que se declararon en huelga por Palestina en la Universidad de California, obliguen a la dirección del UAW a tomar medidas para combatir la represión de Trump contra el movimiento estudiantil. Hasta ahora, los sindicatos han dicho y hecho poco, permitiendo que un sentimiento de miedo y pasividad se instale en las bases. Muchos, incluyendo el Congreso de Personal Profesional de CUNY (PSC, Federación Americana de Maestros -AFT-, sección 2334),organizan sus fuerzas para oponerse a las resoluciones de separar económicamente nuestros sindicatos de Israel, pero hacen poco por Palestina o para oponerse a este ataque represivo. Esto es inaceptable. El movimiento obrero es fuerte y poderoso y debe luchar con todas sus fuerzas. Que el UAW, en lugar de apoyar a Trump y sus aranceles reaccionarios, se levante y se defienda.

 

Los gobiernos estudiantiles deben alejarse de sus roles administrativos y apolíticos dentro de la universidad y convertirse en una fuerza de lucha para el movimiento estudiantil, oponiéndose a los ataques que están por venir y a los que ya han llegado.

 

El movimiento por Palestina debe luchar contra la represión, entendiendo que combatirla es fundamental para la lucha por la liberación de Palestina y que el destino del movimiento está ligado a la pelea contra todos los ataques de Trump. Para derrotar esta represión, necesitamos una indignación masiva: una campaña democrática que reúna a la mayor cantidad de personas posible para contrarrestar este ataque de la derecha. Basta de protestas separadas de los diferentes sectores del movimiento por Palestina: PYM, SJP, PSL, JVP y Within Our Lifetime deben unirse y marchar juntos contra estos ataques. También debemos llamar a los movimientos por los derechos de las personas trans, los derechos de los inmigrantes y los derechos laborales a que luchen junto a nosotros por los derechos de todos.

 

Si bien debemos plantear estas demandas a los líderes del movimiento, eso no significa que debamos esperar a que se organicen. Estas luchas no deben organizarse desde arriba, sino desde abajo: estudiantes, profesorado y personal juntos, organizándonos por departamento o campus para debatir lo que está sucediendo y crear espacios democráticos para diseñar estrategias de lucha. Debemos convocar asambleas del movimiento, que reúnan a la comunidad universitaria con la comunidad en general y los movimientos sociales, que, lejos de ocultar las diferencias políticas entre grupos, las expongan al tiempo que se oponen unidos a este ataque de la derecha. Debemos organizarnos en todos los campus, ya que los ataques se producen en todas las universidades, y crear espacios de organización democrática que debiliten las fronteras entre el campus y la comunidad, organizando una lucha amplia en defensa de la universidad. Organizarnos desde abajo también sumará a más personas a la lucha, y necesitamos de todos en esta pelea.

 

Al mismo tiempo, la mayoría de los administradores universitarios se someten a Trump, incluso cuando este ataca a la propia universidad. El intento de la burocracia universitaria de consentir los ataques sionistas para mantener un statu quo neoliberal en la universidad es un grave error de cálculo (incluso para sus propios objetivos), ya que las fuerzas de Trump no pueden ser reprimidas con la represión contra el movimiento palestino cuando su proyecto político es la destrucción del derecho a la protesta, de los sindicatos y de las instituciones de educación superior. Los recortes de 400 millones de dólares a Columbia que afectan a todos los estudiantes, profesores y personal docente son un ejemplo de ello.

 

La administración de la universidad no nos protegerá ni nos defenderá.

 

En este momento, debemos tener claro que debemos superar a estos administradores universitarios, que quienes dirigen la universidad están permitiendo que sea desmantelada. Debemos aprovechar esta oportunidad para explicar que nuestra lucha no es por el statu quo neoliberal, sino por una universidad diferente: una universidad pública y gratuita, gestionada por estudiantes, el profesorado, el personal y la comunidad, quienes actualmente defienden el movimiento palestino y la universidad. Necesitamos instituciones abiertas a todos y concebidas para la enseñanza, el aprendizaje y la investigación, no como una máquina de endeudamiento, mano de obra mal pagada e inversiones en genocidio. Mientras combatimos los ataques contra Trump, debemos proponer colectivamente una nueva visión de la universidad que necesitamos, una que nuestro movimiento, organizado democráticamente desde la base, pueda impulsar. Debemos dejar claro a Trump, así como a los demócratas y administradores universitarios que apoyan los ataques contra el movimiento por Palestina, que protestaremos, nos alzaremos e incluso lo silenciaremos —reiniciando la huelga política— para defendernos de las expulsiones, los encarcelamientos y las deportaciones de quienes participan en el movimiento por Palestina, de las expulsiones, la represión, la censura, la desfinanciación de la universidad y de la policía y el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) fuera del campus. Seguiremos luchando contra las brutales políticas imperialistas de Trump en Palestina y para desinvertir en nuestras instituciones del genocidio. Unidos, podemos derrotar estos ataques y sentar las bases para luchar por más.

 

https://www.laizquierdadiario.com.ve/La-guerra-de-Trump-contra-el-movimiento-palestino-y-las-universidades-en-Estados-Unidos

 

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Panamá: sindicatos y movimientos sociales en pie de guerra contra Trump y Mulino

Entre la ofensiva imperial de Trump y la ofensiva neoliberal de Mulino, el movimiento social y sindical panameño articula demandas de bienestar y reclamos de soberanía.

 

En las últimas semanas convergieron en Panamá una serie de reivindicaciones sociales locales y varios acontecimientos internacionales que convirtieron a la pequeña nación centroamericana en un hervidero.

 

¿Pro mundi beneficio?

En primer lugar, el retorno a la Casa Blanca de Donald Trump no pasó desapercibido para los istmeños. Aún antes de reinstalarse en la Oficina Oval y de firmar sus primeras órdenes ejecutivas, el mandatario estadounidense anunció, de manera inesperada, su intención de volver a tomar control del Canal de Panamá. Tras insistir en el hecho en más de una oportunidad, no descartó una “coerción militar o económica”, y fustigó duramente contra el ex presidente Jimmy Carter, quien firmó con el presidente panameño Omar Torrijos los célebres Tratados Torrijos-Carter que en 1977 iniciaron una larga y progresiva retroversión del Canal y su zona aledaña a la soberanía panameña.

 

Además, la administración Trump, a través del Secretario de Estado Marco Rubio presionó –y presiona aún– para utilizar de manera gratuita el paso interoceánico, y llegó a anunciar un presunto acuerdo que finalmente tuvo que ser desmentido por las autoridades del Canal y por el presidente panameño José Raúl Mulino. Cabe destacar que al día de hoy los Estados Unidos siguen siendo por lejos el país que más toneladas transporta anualmente por el istmo y el que más paga en concepto de derechos de uso, muy por encima de China y Japón.

 

El Canal, que fue clave en la consolidación de la hegemonía norteamericana a lo largo de todo el siglo XX, ha visto reducida su participación en el flujo mundial de mercancías en las últimas décadas, concentrando hoy entre el 3 y el 6 por ciento del comercio marítimo global. Sin embargo, ampliado en 2016, sigue siendo un territorio geoestratégico de importancia capital, y cobra una relevancia aún mayor en un momento de reacomodo y repliegue de los Estados Unidos en el hemisferio occidental, que considera a Panamá, Canadá, Groenlandia y el Golfo de México como las piezas de un engranaje que puede detener su lento declive hegemónico.

 

Del otro lado de la moneda, hay que entender lo sensible que resulta en Panamá la reivindicación patriótica en torno al Canal, cuya infraestructura y zona adyacente fue un enclave colonial durante casi todo el siglo XX. Además, su recuperación implicó décadas de confrontación y dejó numerosos mártires, víctimas de una potencia colonial que no dudó en invadir Panamá en lo que en 1989 se conoció como la «Operación Causa Justa», que implicó el derrocamiento de Manuel Noriega, el bombardeo de barrios populares emblemáticos como El Chorrillo y cientos de asesinatos.

 

El movimiento social y sindical panameño ve en Mulino una respuesta entre complaciente y servil con la nueva política exterior norteamericana

 

Con esa historia detrás, y en esta coyuntura global tan dramática, el movimiento social y sindical panameño ve en Mulino una respuesta entre complaciente y servil con la nueva política exterior norteamericana. Después de la visita de Rubio, la primera concesión fue el anuncio de que el país abandonaría la Iniciativa de la Franja y de la Ruta impulsada por China a nivel global, en línea con las pretensiones de la política hemisférica de los Estados Unidos, que busca contener el avance de los intereses de potencias rivales como China, Rusia o Irán en América Latina y el Caribe. Así, Mulino afirmó que revisaría el papel de China en el Canal, dando alas al enfoque trumpiano, quien aseguró que éste estaba bajo el dominio del Partido Comunista Chino. Éste es el obvio telón de fondo de la visita de Alvin Hosley, flamante jefe del Comando Sur, quien arribó al país para reunirse con el Canciller panameño y con las autoridades del Canal.

 

Bajo ese mismo alineamiento podemos leer la política migratoria actual: ya en campaña, Mulino había asegurado que la nueva frontera de los Estados Unidos se encontraba en Panamá, en relación al periplo que cientos de miles de migrantes comenzaron en los últimos años atravesando la Selva del Darién, que comparten Colombia y Panamá, con el objetivo de llegar a los Estados Unidos. Ahora el problema es exactamente el inverso: un flujo norte-sur producido por el retorno forzoso de los migrantes irregulares deportados en la nueva era Trump. En un acuerdo muy discutido, Mulino aceptó recibir en Panamá migrantes retornados que por algún motivo no pudieron ser deportados por los Estados Unidos a su país de origen, convirtiendo a Panamá en un eslabón de la política migratoria –regresiva– de un tercer país. Según el propio presidente serían 299 personas, en su mayoría asiáticos, las personas recibidas y recluidas en un hotel del centro de la Ciudad de Panamá.

El frente interno

Pero el frente internacional no es el único frente caliente. A nivel local, el gobierno del conservador Mulino, quién asumió sus funciones el primero de julio del 2024, comenzó con una serie de propuestas típicas del recetario neoliberal. En primer lugar, una de sus prioridades es retomar el resistido proyecto de la trasnacional First Quantum Minerals para la extracción de cobre en el distrito de Donoso, que fue suspendido durante la administración de Laurentino Cortizo tras las masivas protestas ciudadanas sucedidas en el año 2023, las más importantes en décadas. El cobre, fundamental para la fabricación de microchips, es considerado un mineral crítico por el Departamento de Energía de Estados Unidos, y será un recurso cada vez más importante en el futuro.

En segundo lugar, el gobierno se propone terminar de desmantelar la seguridad social, privatizando su institución rectora, la Caja del Seguro Social, para entregar sus fondos a la banca y a las compañías privadas administradoras de fondos de pensión, emulando el pionero y regresivo modelo implantado en la región en el Chile de Augusto Pinochet. Además de cambiar el sistema solidario por el de capitalización individual, el proyecto de ley 163 se propone, entre otras medidas, bajar las pensiones y extender la edad de jubilación.

Tanto la CONUSI como la CONATO, las principales centrales sindicales del país, se han manifestado en contra de la reforma y movilizado a sus bases obreras en varias oportunidades. El 12 de enero, una jornada de protesta convocada por el SUNTRACS, un importantísimo y poderoso sindicato de la rama de la construcción, acabó con una violenta represión gubernamental que derivó en más de 500 detenciones y 83 trabajadores judicializados. También siete estudiantes de la Universidad de Panamá fueron procesados tras protestar contra la visita de Rubio al país.

En Panamá se movilizó no sólo el sector obrero sino también los movimientos sociales más importantes del país

Por último, el día 20 de febrero se movilizó en Panamá no sólo el sector obrero sino también los movimientos sociales más importantes del país, con representación de mujeres, barrios populares, campesinos, indígenas, estudiantes y el movimiento socioambiental. Al menos 12 mil personas marcharon en la ciudad capital, desplazándose desde el Parque Belisario Porras hasta la Asamblea Nacional, en defensa de la soberanía nacional, en solidaridad con las víctimas de la represión y la persecución estatal, y contra la privatización de la seguridad social.

Panamá, en una ubicación geográfica privilegiada y en medio del huracán geopolítico, demuestra de forma descarnada la incompatibilidad entre celebrar el nacionalismo trumpiano y esbozar un nacionalismo propio, progresivo y periférico. La soberanía nacional y el alineamiento con el viejo hegemón son lisa y llanamente incompatibles, como bien lo saben Mulino, Trump, Rubio y Hosley. Más aún en un contexto de efervescencia social, con protestas que articulan la demanda de bienestar y soberanía, con un movimiento social y sindical en pie de guerra contra la ofensiva neoliberal y neoimperial y con una memoria histórica que en Panamá es todavía como una llaga abierta.

https://www.diario.red/articulo/america-latina/panama-sindicatos-movimientos-sociales-pie-guerra-trump-mulino/20250221082123043095.html

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El neoliberalismo se instala como un virus en el sentido común.

Prólogo del libro “La disputa del sentido común y la transformación del orden social. Los aportes de Antonio Gramsci”. Ediciones Desde abajo, 2024.

El filósofo italiano Norberto Bobbio[1] decía que clásico es el autor que cumple, al menos, con tres requisitos: primero, es un intérprete de la época que le tocó vivir, de tal manera que esa época es incomprensible, en parte, sin sus aportes; segundo, ha construido herramientas teóricas, tipologías, categorías, ha acuñado conceptos, etc., imprescindibles para comprender mejor la sociedad y la historia, y tercero, es un autor actual, si bien parcialmente, que cada generación tiene necesidad de releer y de reinterpretar, y lo es justamente porque sus aportes teóricos y conceptuales pueden ayudar a esclarecer el presente[2]. Yendo más allá de Bobbio, se puede agregar que también es clásico un autor cuyos aportes pueden ser utilizados fructíferamente en disciplinas distintas a la suya. Un autor clásico lo es, pues, por su legado intelectual y por la vigencia, siempre parcial, de este.

Clásico en cualquier disciplina es también lo que pertenece a una tradición intelectual; tradición que es un pretérito acumulado, un reservorio cultural de ideas. La tradición es lo que la misma historia nos entrega; traditio en latín: ‘algo que se transmite’, un legado. Clásico es lo que sobrevive a las ruinas del tiempo, es lo que deja huella, aquello que nunca se ha ido y que, por lo mismo, siempre ha estado ahí, presente, sin ser barrido por el paso de la historia. Es también lo que sirve de modelo, por ser ejemplar. Es lo que se puede rescatar y poner a actuar en el presente. El filósofo italiano Antonio Gramsci (1891-1937) es uno de esos autores.

Desde su aparición en las primeras décadas del siglo xx, el pensamiento del filósofo italiano Antonio Gramsci realizó aportes significativos a la corriente del marxismo, específicamente, frente al mecanicismo, al dogmatismo, el economicismo y la desatención al papel de la cultura del llamado marxismo vulgar. La obra de Gramsci significó una fructífera revolución que engrosó el acervo del pensamiento original de Marx y Engels. Así, es reconocido en procesos actuales como el de Podemos en España[3]; el socialismo autóctono bolivianoen la versión de Álvaro García Linera del año 2015; el grupo Presidencialismo y Participaciónde la Universidad Nacional de Colombia, dirigido por Miguel Ángel Herrera Zgaib y Juan Carlos García, o los estudios del profesor Jorge Gantiva Silva centrados en la actualidad de Gramsci para el pensar y la cultura, entre otros.

¿A qué se debe, entonces, la actualidad de Gramsci? A su renacer en el marco de los procesos políticos contemporáneos y a la vigencia de un arsenal de conceptos útiles, especialmente, en la lógica de la política. Esta es la razón por la cual Gramsci vuelve (como los astros) a estar de moda, a ser vigente. En efecto, como lo recuerda Íñigo Errejón —uno de los fundadores del partido Podemos en España—, tras el movimiento 15-M[4] de 2011, Gramsci permitió ver que es posible la actividad política entendida como una lucha por el sentido y como articulación de una suma compleja y «contradictoria de iniciativas culturales, sociales y electorales-institucionales que van cambiando los equilibrios de fuerzas en favor de los gobernados». Es decir, se evidenció la posibilidad de construir voluntad común colectiva y articular al pueblo en defensa de la democracia y en claro reto a las oligarquías y sus privilegios.

El regreso de Gramsci se debe, además, a la relectura constructivista y posmarxista de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe[5], que puso en primer plano el concepto de hegemonía. Este término es relevante asimismo para el llamado «ciclo nacional-popular latinoamericano» (2002-2013), iniciado con el chavismo y seguido en países como Bolivia, Ecuador, la Argentina kirchnerista, el Brasil de José Ignacio Lula Da Silva, y que entró en claro retroceso en el año 2013 con la caída del precio internacional del petróleo y la muerte de Hugo Chávez.

Estos procesos políticos trajeron de nuevo la necesidad de repensar el legado de Gramsci para la política contemporánea. De ahí que conceptos como reforma cultural y moral, sociedad civil, guerra de posiciones, lucha por el sentido y la cultura, sentido común, papel de los intelectuales, bloque histórico, voluntad popular y colectiva, voluntad común, articulación política, hegemonía, ideología  etc., vuelvan a estar a la orden del día para pensar las posibilidades de la política en sociedades cada vez más plurales, diversas y complejas, y donde no se acepta la muerte de la política o pospolítica, como la llamó Jean Baudrillard[6], sino que se concibe la historia de manera abierta a la acción práctica, humana y transformadora.  Este es el aspecto que me interesa resaltar aquí, pues permite luchar contra el fatalismo y el nihilismo típico de nuestro tiempo. Veamos.

Desde los escritos tempranos de Antonio Gramsci hay una constante reiteración en que la historia humana es producto de la voluntad, y, en este sentido, el humano tiene incidencia en el decurso histórico. Ya en un trabajo juvenil, de 1910, titulado «Oprimidos y opresores», decía

“La Revolución francesa ha abatido muchos privilegios, ha levantado a muchos oprimidos; pero no ha hecho más que sustituir una clase por otra en el dominio. Ha dejado, sin embargo, una gran enseñanza: que los privilegios y las diferencias sociales, puesto que son producto de la sociedad y no de la naturaleza, pueden sobrepasarse”[7].

Esta ética práxica, comprometida con los oprimidos, está sustentada en la convicción gramsciana de que el hombre es voluntad, la cual, desde el punto de vista marxista, «significa conciencia de la finalidad, lo cual quiere decir, a su vez, noción exacta de la potencia que se tiene y de los medios para expresarla en acción»[8]. Por eso, para Gramsci, Marx es el ingreso de la inteligencia en la historia, la reivindicación de la conciencia y del poder transformador del hombre. Esta postura es una lucha contra la indiferencia, esa inercia de la historia; contra la apatía, la resignación, el fatalismo, el pesimismo, el escepticismo, la modorra del espíritu y la naturalización de la historia. Es la plena convicción de que «el ser es, en cada caso, el resultado nunca definitivo de la acción humana»; por lo tanto, el futuro es siempre abierto. Es lo que podemos llamar, según Diego Fusaro, «la desfatalización del ser»[9]. Esta desfatalización comporta una postura ontológica, puesto que no hay creación ni reproducción del «ser social» sin la actividad práctica humana.

Esta desfatalización de lo existente alumbra un futuro siempre abierto, donde el ser humano, como voluntad común organizada, produce, fabrica y reproduce su existencia. Esta constante producción y fabricaciónde la vida humana es lo que aquí designamos con el término de antropoiesis, concepto formado a partir de poiesis antropos, y que designa la ‘capacidad que tiene el hombre para producir y fabricar su propia realidad humana y social’. Denota, también, la capacidad creativa del humano, con la cual introduce la novedad y el sentido en la historia, en medio de sus condicionamientos y posibilidades. Igualmente, permite resaltar la singularidad del humano en medio de la maraña de lo vivo-inerte, sin necesidad de caer en el antropocentrismo, pues es imposible negar su trascendencia y su libertad frente al férreo determinismo natural al que están sometidos los otros seres. La antropoiesis es la respuesta del humano frente al terror, la desazón y la intemperie existencial que engendra la crisis actual, y permite pensar esa condición de inacabamiento del ser humano. Su existencia, su apertura, su libertad, su trascendencia, sus procesos de autotransformación, su condición social, su relación con la naturaleza, en fin, el eterno labrado sobre sí mismo que ha sido y que lo asemejan a una «obra de arte que se produce a sí misma» con todo lo bueno y lo malo.

Es esta postura antropológica la que rescatamos aquí, que permea la obra de Gramsci, y la que se encuentra en la base de nuestro optimismo, de esa lucha por reconfigurar la gramática de la sociedad, de transformarla a partir de la disputa colectiva y la creación de un nuevo sentido común. Se trata de disputar ese “lente con el que nos movemos en la vida cotidiana”, ese abecedario mental con el que interpretamos el mundo y sus fenómenos, pues es en el sentido común donde están instalados el racismo, el clasismo, el complejo de hijo de puta o inferioridad[10], el esnobismo cultural, la corrupción de lo público; es en el sentido común _y esto es sumamente relevante- donde se naturaliza el neoliberalismo, y donde se asienta el conformismo y la impotencia, donde se da la “impotencia reflexiva”, pues como dice Mark Fisher: “en un grado nunca visto en ningún otro sistema social, el capitalismo se alimenta del estado de ánimo de los individuos, al mismo tiempo que los reproduce. Sin dosis iguales de delirio y confianza ciega, el capitalismo no podría funcionar”.[11] Es decir, el capitalismo “logró modelar nuestra vida y nuestro habitus mental y consiguió imponerse como un modo de vida”[12].

También se trata de ir más allá del pensamiento crítico (pasando por él) y construir un pensamiento alternativo, propositivo, vigoroso, desde el sur global que permita hacerle frente al Antropoceno o capitaloceno. Solo así es posible configurar un nuevo orden social[13], un nuevo modo de vida, con valores, normas, instituciones y una racionalidad técnica diferentes. Por eso, ya en las conclusiones, cuando se haya realizado el recorrido conceptual por la obra de Gramsci, reflexionaremos sobre la disputa del sentido común para superar las herencias coloniales de larga duración, y sobre la subversión del orden social neoliberal. Aquí la ayuda del pensamiento de Fals Borda, de quien conmemoramos desde ya, los cien años de su nacimiento, es fundamental. La apuesta se trata, como se verá, de aprovechar todo el potencial de los conceptos de hegemonía y disputa del sentido común al interior de lo que Fals llama “subversión”, trastocamiento, cambio, del orden social. De esta forma, cambio social y hegemonía aparecen rearticulados.


[1] BOBBIO, Norberto. Teoría general de la política. Madrid, Trotta, 2009.

[2] Ibíd., p. 128

[3] ERREJÓN, Ínigo. La lucha por la hegemonía durante el primer gobierno del MAS en Bolivia (2006-2009): un análisis discursivo. Universidad Complutense de Madrid (Repositorio), 2012.

[4] El 15-M es el movimiento de Los Indignadosque tomó fuerza en el año 2011 y que se manifestó en varias ciudades de Europa y Estados Unidos. En el caso específico de España, se refiere a las aglomeraciones, especialmente encabezadas por las juventudes, que tuvieron lugar el 15 de mayo en diferentes ciudades, en clara oposición al régimen neoliberal, a la dictadura económica de los bancos, a los desahucios de las viviendas, al bipartidismo y la corrupción, entre otras causas. El 15-M llevó la discusión pública a la plaza y se mostró como un claro proceso de radicalización de la democracia participativa.

[5] LACLAU, Ernesto, y MOUFFE, Chantal. Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la democracia. Buenos Aires, 2010.

[6] BAUDRILLARD, Jean. Las estrategias fatales. Barcelona, Anagrama, 2006.

[7] GRAMSCI, Antonio. Antología. Akal, 2018, p. 17-18.

[8] GRAMSCI, Antonio. Para la reforma intelectual y moral, Catarata, 2016, p. 16.

[9] FUSARO, Diego. Antonio Gramsci: la pasión de estar en el mundo. México: Siglo XXI editores, 2018, p. 158.

[10] PACHÓN, Damián. Superar el complejo de hijo de puta. Para una introducción del pensamiento decolonial: fuentes, categorías y debates. Bogotá, Desde abajo, 2023.

[11] FISHER, Mark. Realismo capitalista. ¿No hay alternativa? Buenos Aires: Caja Negra, 2016, p.  66-67.

[12] TRAVERSO, Enzo. Revolución: una historia intelectual. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2022, p. 52.

[13] Uso este concepto en el sentido que lo operativiza Orlando Fals Borda en: La subversión en Colombia. Visión del cambio social en la historia. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 1967.

El neoliberalismo se instala como un virus en el sentido común.

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Impactos del neoliberalismo en la Educación Superior post pandemia

Por: Fernando J. Gómez*

La pandemia de Covid-19 aceleró la virtualización de la Educación Superior en Argentina, exponiendo de manera más cruda las tensiones preexistentes en el sistema universitario. Sin embargo, puede verse que este cambio forzado hacia lo digital no es un fenómeno aislado, sino que es parte de una reestructuración más amplia, donde la universidad pública enfrenta una precarización creciente: recortes presupuestarios, salarios docentes insuficientes y la fragmentación del trabajo académico.

En este nuevo contexto, en el que una parte importante de los vínculos físicos se han desplazado hacia plataformas digitales, surgen interrogantes sobre el futuro del trabajo docente y la naturaleza de los programas educativos que emergen en este espacio. Este texto propone explorar cómo la virtualización ha modificado las relaciones en el ámbito académico, ahondando en las implicaciones de un sistema educativo que, cada vez más, se encuentra influenciado por un ideal eficientista y neoliberal. Este proceso no sólo ha transformado las condiciones estructurales del trabajo docente, sino que ha impactado profundamente en las relaciones interpersonales que forman parte del tejido académico.

Docencia universitaria: del aula al aislamiento digital

La multiplicidad de vínculos que se crean en la vida universitaria, tradicionalmente cultivados en los espacios de encuentro entre clases y durante las pausas, ha sido desarticulada por la virtualización. Estos espacios de interacción no son un mero excedente, sino parte esencial de la experiencia universitaria, donde se construyen redes de apoyo y solidaridad. La deshumanización del vínculo docente-estudiante en las plataformas digitales no sólo refleja un cambio tecnológico, sino que es el resultado de un proceso de alineación con las lógicas neoliberales que valoran la productividad sobre la reflexión crítica. En este contexto, los docentes enfrentan no sólo el aislamiento emocional, sino una fragmentación creciente de sus condiciones laborales.

El individuo, confinado en el entorno digital, no sólo pierde el contacto humano directo, sino que la relación con el otro se transforma en una competencia, un reflejo de la lógica mercantil. Sin la presencia del cuerpo que sostiene la mirada y su reflejo subjetivo, el semejante, sin el espacio común donde se comparte una historia, queda un vacío preocupante. En ese sentido resulta auspiciosa la multitudinaria asamblea de semanas atrás en la Plaza San Martín, y otros espacios de encuentro que también tuvieron lugar en esos días.

La productividad exigida en este entorno, disfrazada de una interpelación global por la pandemia, se inscribe, en realidad, en el mandato interno de la autoexigencia neoliberal. Esta transformación está afectando gravemente a los miles de docentes universitarios en Argentina, quienes enfrentan un panorama de mayor precarización laboral, aislamiento emocional y condiciones de trabajo fragmentadas.

En la actualidad, las universidades públicas se enfrentan a un dilema crucial: defender su rol como formadoras de pensamiento crítico o ceder ante la mercantilización de la educación. Las recientes movilizaciones docentes en todo el país reflejan esta lucha por condiciones laborales dignas, salarios justos y el rechazo a políticas de desfinanciamiento.

La incertidumbre es una construcción estratégica

La incertidumbre que envuelve la virtualización y el cambio en las dinámicas de enseñanza no parece ser casual; es, en algunos casos, una construcción estratégica para introducir un modelo educativo despojado de sus raíces críticas y transformadoras. Recientemente, hemos sido testigos de ataques mediáticos y fake news que buscan deslegitimar a la Universidad Nacional de Rosario, alimentando un discurso de desprestigio que socava su función pública. Estos incidentes son parte de un esfuerzo más amplio para minar la confianza en la educación pública, promoviendo una narrativa que la presenta como obsoleta o ineficiente. En este sentido, la desconexión física es también una desconexión simbólica del sentido profundo de la educación como un espacio de encuentro.

Cuando no existe el espacio físico en el que se encuentran los cuerpos, al no existir los lugares comunes en los que se goza de la presencia del otro, todo el juego de la corporeidad desaparece; ¿se pierde la posibilidad de empatizar con el otro, que entonces se transmuta en una línea finita y distante de ceros y unos que no precisan de la escucha o de la compañía?

Universidad crítica

En los sistemas educativos, y especialmente en el contexto universitario, la historia nos muestra que las estructuras formativas no son estáticas, sino que están en constante autoalteración. La enseñanza de la crítica, entendida no sólo como análisis de lo que es, sino también como apertura hacia lo que puede ser, sigue estando presente, aunque a veces parece desdibujarse en un mundo que cambia rápidamente. La velocidad con la que se suceden los cambios en la sociedad, comparables a la propagación del Covid-19, nos desafía a repensar los modos en que la Universidad responde a las demandas del presente.

En este contexto, ¿cómo podemos asegurar que la transformación tecnológica no sacrifique las relaciones humanas que son fundamentales para el aprendizaje? ¿Hasta qué punto las medidas que promueven la virtualización acelerada de la enseñanza reflejan una auténtica mejora educativa y no una estrategia para reducir costos? ¿De qué forma se puede lograr un equilibrio entre las exigencias tecnológicas y la defensa de los derechos laborales de los docentes, especialmente en un escenario de crecientes desigualdades? Y, ¿cómo podemos seguir fomentando el pensamiento crítico en un entorno que tiende a fragmentar y a debilitar los vínculos sociales que lo sostienen? La mercantilización de la Educación Superior, como parte de una estrategia neoliberal más amplia, se presenta bajo un discurso de modernización que, en realidad, busca despojar a las universidades de su papel transformador. Como en otras épocas de crisis, se busca reducir la educación a una herramienta técnica al servicio de intereses privados, erosionando el pensamiento crítico y la construcción colectiva del conocimiento. Discurso de modernización y mercantilización: Carpe diem.

Desde Lacan, el psicoanálisis desconfía del Discurso Universitario, al cual interpela. Al menos en Argentina esta interpelación es mutua. No se puede plantear un absoluto respecto de los claustros de la Universidad pública. Aquí podría ser que el árbol tape el bosque, pero debe arriesgarse lo siguiente: sobre los estudiantes como consumidores, su propio imaginario lo relaciona con la Universidad como lo haría con una estructura más del mercado. Habrá siempre una serie de dispositivos que le permitirán constituirse como un profesional, por ejemplo, de la salud. Se observa como la principal sujeción del individuo a los poderes instituidos, la imposibilidad de cuestionarlos.

Se ha dicho que el neoliberalismo logra mercantilizar terrenos que estaban excluidos de lógicas economicistas, el genoma, los bienes comunes, los bienes intangibles de la humanidad; sus memorias. Y actúa de tal modo que encuentra fuerzas locales mediante las cuales coloniza lo real. Transformando lentamente sentidos actúa también con especial énfasis en los momentos de crisis (que también sabe y suele producir). ¿Será que más pronto de lo que pensábamos el poder sólo se podrá medir en el número de subordinados que obedezcan a los grises burócratas sin alma encargados de aceitar los engranajes de un purgatorio en eterna decadencia?. El orden meritocrático.

Revolución: la propiedad del conocimiento

El conocimiento, pilar fundamental de la educación, atraviesa una profunda crisis en el contexto actual de virtualización acelerada. Los cambios impulsados en gran parte por la pandemia han llevado a un modelo educativo que, influenciado por las lógicas del mercado global, amenaza con desplazar el rol crítico de los docentes como facilitadores del pensamiento reflexivo y del debate. Este giro hacia una educación cada vez más instrumentalizada, marcada por la reducción del conocimiento a contenido digitalizado, pone en peligro la naturaleza misma de la educación como herramienta de emancipación y transformación social. La pregunta central que surge en este escenario es: ¿de quién es el conocimiento que circula y se transmite en este nuevo paradigma? Más allá de ser un espacio para la construcción colectiva, el conocimiento corre el riesgo de ser privatizado y controlado por intereses corporativos y tecnológicos, donde los estudiantes y docentes quedan relegados a funciones pasivas.

Esta tendencia deshumaniza el proceso educativo, transformando el conocimiento en un recurso comercializable, moldeado por dinámicas de eficiencia y productividad. En un contexto de creciente tensión social y política, en el que las disputas por el control de los recursos –incluido el saber– se intensifican, repensar nuestra relación con la educación se vuelve urgente. No podemos permitir que el conocimiento sea apropiado como una mercancía más, susceptible de caer en manos de quienes buscan controlar su distribución.

Debe preservarse como un bien común, accesible y generador de cambios profundos, capaz de contribuir a la construcción de sociedades más equitativas y conscientes.

*Psicoanalista, psicólogo, Doctor en Psicología; Docente en Facultad de Psicología UNR

Impactos del neoliberalismo en la Educación Superior post pandemia

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“El capitalismo practica una guerra civil latente y larvada o abierta y declarada”

El autor italiano Maurizio Lazzarato sostiene que no hay capitalismo sin guerra. En esta entrevista también critica a la tradición filosófica francesa de la década del 70 y considera que es necesario reconstruir la acción política a fin de pensar nuevos modos de rupturas revolucionarias a nivel macro.

Maurizio Lazzarato nacido en 1955 en Italia y residente en París desde hace décadas es uno de los filósofos contemporáneos más estimulantes para pensar el lugar de la izquierda en el desconcertante panorama político actual. Militante en su juventud en el autonomismo y estudiante en la Universidad de Padua, posteriormente su exilio en Francia lo pone en relación con la tradición filosófica de mayo del 68 en la cual Lazzarato se adscribe al mismo tiempo que polemiza fuertemente con muchos de sus conceptos y de manera muy notoria en sus últimos libros: Guerras y Capital co-escrito con Éric Alliez (2016), El capital odia a todo el mundo (2019), ¿Te acuerdas de la revolución? (2022), Guerra o revolución (2022) y El imperialismo del dólar (2023). Esta serie de publicaciones encuentra una nueva estación en su flamante lanzamiento titulado ¿Hacia una nueva guerra civil mundial? (Tinta Limón) que articula teoría y política desde una rabiosa actualidad a propósito del privilegio ontológico que para una generación de pensadores (Michel Foucault, Gilles Deleuze, Félix Guattari o Antonio Negri) ha tenido la afirmación y el desplazamiento de la negación con el consecuente efecto político de esta posición que ha llevado a eliminar del pensamiento de izquierda la categoría de “guerra” y nociones sucedáneas como el conflicto o la lucha en favor de una revolución subjetiva o micropolítica que ha evitado pensar una interpelación seria sobre la revolución a gran escala. En este sentido, según Lazzarato será imperioso construir una convergencia entre las subversiones singulares y la experimentación subjetiva (modos de vida minoritarios, feminismo, género, sexualidad, etc.) con una transformación radical de la dinámica económica y social si no queremos asistir a “subjetividades revolucionarias sin revolución”. Algo que Gilles Deleuze testimoniaba pero desde una mirada crítica de las revoluciones en la historia cuando afirmaba que “la revolución impide el devenir revolucionario de las personas”.

De acuerdo al punto de vista de Lazzarato desde hace ya casi dos décadas presenciamos una continuidad de acontecimientos especialmente visibles a partir de la crisis financiera subprime de 2007 y 2008 que nos colocan frente a una realidad ineludible: no hay capitalismo sin guerra. Los conflictos entre Rusia y Ucrania e Israel y Palestina nos ponen, según su perspectiva, frente hechos incontrastables en los cuales percibimos un mundo ya completamente ajeno a la “pacificación” global luego de la caída del Muro de Berlín, el desmembramiento de la Unión Soviética y el unilateralismo liberal anunciado por Francis Fukuyama. El presente que vivimos, por el contrario, se encuentra sumido en un espiral confrontativo y violento que requiere, según el filósofo italiano, la rehabilitación de categorías olvidadas y ocultas que permitan recrear una posición de izquierda en este contexto.

En esta entrevista Lazzarato detalla sus críticas hacia la tradición de la filosofía francesa de los setentas centrada en la microfísica del poder, la micropolítica y la producción de nuevas formas de subjetividad como alternativas post-revolucionarias que pretendían sustituir el concepto de guerra civil en un contexto de desilusión del socialismo real y de desmarxistización. Desde nuestra coyuntura Lazzarato cuestiona esta deriva intelectual y, al revés, considera que es necesario reconstruir la acción política desde una ontología que recupere el “no” y la negación a fin de pensar nuevos modos de rupturas revolucionarias a nivel macro con potencia constituyente frente al avance de las nuevas derechas a nivel mundial.

¿Hacia una nueva guerra civil mundial? es su sexto libro sobre la cuestión de la guerra y particularmente sobre la noción de “guerra civil” en este caso a propósito de los conflictos en Ucrania e Israel. En relación a ello usted señala en un pasaje lo siguiente: “La guerra y la guerra civil son los signos de la repetición de la acumulación originaria, capaces de determinar la transición de un modo de producción a otro, de una forma de acumulación a otra, porque, juntas, constituyen las fuerzas destructivas del viejo orden y constitutivas de un nuevo Nomos mundial de mercado. No hay poder constituyente sin guerra y sin guerra civil, sin organización de la potencia y acumulación de fuerzas”. ¿Por qué según su mirada es fundamental recuperar la noción de “guerra” para pensar nuestro presente y especialmente para construir una política de izquierda?

El pensamiento crítico ha reprimido la cuestión de la guerra y la guerra civil y yo he intentado con todos los límites que tengo analizar la actualidad en directo, recuperar ese retraso. En un poco más de un siglo la guerra mundial se produjo cuatro veces. No se trata de un elemento contingente. Con el imperialismo y el capitalismo de los monopolios, es decir, a partir del comienzo del siglo XX la guerra y la guerra civil son acontecimientos constitutivos del capitalismo y era necesario incluirlos de manera conceptual. El capitalismo nace históricamente de un largo período de acumulación operado no por la producción o por el trabajo sino por la violencia, por las guerras de desposesión y la esclavitud. Marx llamaba a esta época la acumulación primitiva, un período durante el cual la guerra creaba las clases, porque para que la producción pueda ponerse en marcha era necesario que las clases existan y su emergencia se realizó por la violencia de la sumisión. Nosotros sabemos ahora que la acumulación primitiva no está limitada a una época histórica, de la Conquista de América a la revolución industrial, sino que se reproduce continuamente determinando el pasaje de un modo de producción a otro, de una división internacional del poder y del trabajo a otra. Incluso el pasaje del fordismo de la posguerra al neoliberalismo necesitó de su acumulación originaria, es decir, la violencia extra-económica de la guerra civil, de la guerra de conquista y de la guerra de servidumbre. Hayek, con una franqueza reaccionaria que hace falta a los progresistas y demócratas, confirma y reivindica abiertamente esta dimensión meta-económica definida sin miedo como “dictadura” cuando, durante su visita al Chile de Pinochet, mientras los ecos de la tortura, los asesinatos y la represión generalizada no estaban todavía totalmente apagados, declara el 8 de noviembre de 1977 al diario El Mercurio: “Una dictadura puede ser un sistema necesario durante un período de transición. Quizá para un país es necesario tener por un tiempo una forma de poder dictatorial”. Para Hayek, la acumulación originaria llamada “dictadura de transición” es necesaria en Chile y en toda América Latina como condición no económica del funcionamiento de la libertad de mercado y de empresa. La necesidad de ejercer, según los términos de Hayek, los “poderes absolutos” se manifestará igualmente al fin del ciclo porque el mercado, el comercio mundial y la libre empresa se transformarán en un espiral de contradicciones y de oposiciones que solo la guerra y la guerra civil pueden resolver. La dimensión extra-económica es dada por la guerra y la guerra civil en tanto definen cada vez una nueva división del trabajo internacional y una nueva división del poder, esto no es sino la apuesta de la guerra mundial “en pedazos” que estamos viviendo en el presente. La acumulación primitiva, en la cual nos encontramos actualmente sumergidos, organiza una distribución primaria de medios de producción y de la propiedad que reposa sobre la violencia del enfrentamiento armado, esta es la única manera de articular la economía política y la lucha de clases, la producción, la guerra y la guerra civil. Eso que los marxismos occidentales, todos basados sobre el valor, la producción, la circulación y el consumo, no han podido realizar exitosamente y continúan omitiendo.

Usted es un muy crítico del pensamiento francés posterior a mayo del 68, sobre todo de la última etapa de la filosofía de Michel Foucault a fines de la década de 1970 y comienzos de 1980, particularmente de su curso en el Collège de France titulado “Nacimiento de la biopolítica” sobre la cuestión del liberalismo y el neoliberalismo. ¿Cuáles son los principales elementos que usted critica de Foucault pero también de Deleuze, Guattari y de otros pensadores soixante-huitards?

Foucault es prácticamente el único intelectual de su generación en haber teorizado la guerra civil como matriz de las relaciones de poder. Pero lo ha hecho solamente entre 1971 y 1975 para luego abandonarla por los conceptos de gubernamentalidad y biopolítica. Como todos los intelectuales de su época se radicaliza en ocasión de mayo del 68 para después seguir el declive de los movimientos políticos desarrollando conceptos que tienen por objetivo la “pacificación”, por ejemplo: el cuidado de sí, la vida como obra de arte, la estética de la existencia o la producción de nuevas formas de vida, separando así la producción de subjetividad de la ruptura revolucionaria. De la misma manera opera Guattari con el “paradigma estético” que captura las relaciones sociales bajo la forma de la existencia o bien el “devenir revolucionario” sin revolución de Gilles Deleuze. Asistimos a una involución del pensamiento crítico incapaz de captar la radicalización inevitable de las relaciones de fuerzas porque hemos construido una teoría del capitalismo centrada exclusivamente en la producción (incluso el deseo es visto como productor, tal como observamos en El Anti-Edipo de Deleuze y Guattari, esto no cambia el problema) que omite la guerra y la guerra civil. Foucault opone en 1978 las “excrecencias del poder”, que considera el verdadero problema del futuro de la humanidad, a la producción contemporánea de riqueza y miseria, reenviada al pasado, como cuestión social específica del siglo XIX. Justamente, eso que Foucault niega ser el problema del presente, va a ser el centro de la estrategia capitalista: como siempre se trata de la cuestión de la propiedad privada. Foucault critica el concepto de soberanía y ve solamente la dimensión local de la organización del poder, pasando por alto completamente la centralización “soberana” de la política y la economía. De una manera similar, Toni Negri y Michael Hardt, decretan el fin del imperialismo y el nacimiento de un Imperio fantasmático supra nacional que en realidad jamás existió porque los Estados Unidos siempre quisieron imponer su hegemonía unilateral. Lo que se impone a partir de fines de los años setenta es la imposibilidad de la revolución, sustituida por los fantasmas de la ruptura micropolítica. Negri enuncia para toda la teoría crítica ese punto de vista cuando dice: “Hay que dejar de mitificarla: la revolución está viva, ella construye sin cesar los movimientos de novedad y de ruptura. Ella no se encarna en un nombre: Jesucristo, Lenin, Robespierre o Saint-Just. La revolución es el desarrollo de las fuerzas productivas, de los modos de vida en común, el desarrollo de la inteligencia colectiva”. Dejar de mitificar la revolución es hacer de ella una actividad creadora, micro, incesante, capaz de conexiones siempre nuevas entre las singularidades que escapan a la captura capitalista produciendo, de esta manera, subjetividades autónomas e independientes. “Desdramatizar” la revolución es concebirla como una praxis sin rupturas “excepcionales”, una transformación local, micropolítica, siempre capaz de relanzarse porque es ingobernable, siempre excesiva en relación a la máquina Estado-capital. En lugar de esta ilusoria producción ininterrumpida de un proceso de liberación fantasmático, asistimos desde décadas a la ofensiva de una contra-revolución que ha ceñido progresivamente toda dimensión política a la praxis del “trabajo viviente”, reduciendo a éste a niveles de sumisión y explotación jamás esperados desde la primera fase de la revolución industrial. La “inteligencia colectiva” y las fuerzas productivas sin organización central son integradas en nuestro presente en una producción impulsada por la industria armamentística, que la histeria guerrera occidental agita en ausencia de todo proyecto político, reproduciendo así su propia dominación. En lugar de un “devenir revolucionario” asistimos a un “venir fascista” del mundo. Si comparamos todas estas teorías con la situación actual podemos constatar su fracaso resonante porque se han revelado incapaces de diagnosticar el presente.

Me resulta muy interesante esta crítica que le hace a ciertos conceptos claves de la filosofía de Michel Foucault como “biopolítica” o “gubernamentalidad” ya que estos ocultarían la importancia de la noción de “guerra” al interior de la historia y del capitalismo. ¿Podría ampliar cuáles son sus principales objeciones en relación a estos instrumentos teóricos para pensar la actualidad?

Con estas categorías es imposible dar cuenta del declive del neoliberalismo que se pensaba como una alternativa al fracaso del liberalismo clásico que había conducido a las guerras mundiales y los fascismos. Ahora bien, la autoregulación del mercado nos ha conducido a la guerra y a la reedición del genocidio renovando la derrota del liberalismo clásico. La gubernamentalidad y la biopolítica describen una dinámica del poder solamente local, micro, difuso, descuidando completamente la centralización que concierne tanto a la economía como a la política. Estas categorías son muy débiles por no decir inútiles para analizar la actual fase política que era imposible de anticipar a partir de ellas mismas.

Usted sostiene que la dimensión colonial del conflicto en Gaza es la confirmación de la hipótesis de su libro Guerras y Capital (co-escrito con Éric Alliez) donde se postula que el capital funciona necesariamente a través de la guerra. ¿Podría desarrollar un poco más este planteamiento que relaciona el capital, la guerra y el Estado imperial?

La dimensión colonial del capitalismo es indispensable para su funcionamiento. Eso que el marxismo europeo y blanco ha a menudo dejado de lado. Mientras que la guerra entre los Estados europeos estaba regida por la “Jus belli” (los códigos normativos de la guerra justa), en las colonias la guerra era siempre salvaje y de una violencia inaudita. Esta era indispensable para el proceso de acumulación. La misma cosa se podría decir en relación a la sumisión y la explotación de la mujer en los circuitos de reproducción. En estos dominios igualmente no se trata únicamente de producción y de explotación sino de violencia, de guerra, de conquista y de sometimiento. Es la razón por la cual hablamos de guerras en plural (de clase, sexo, raza) y no solamente de guerra entre Estados como hace la geopolítica.

Solamente pasando a la ofensiva uno se puede oponer eficazmente a los poderes establecidos.

Luego del declive de la mundialización y la crisis de la globalización usted busca la posibilidad de rehabilitar una ruptura revolucionaria en el presente. A propósito de ello menciona ciertos acontecimientos insurreccionales como la primavera árabe, la revuelta en Irán por la muerte de Mahsa Amini en 2022, las protestas en Francia de los chalecos amarillos y contra la reforma de las jubilaciones o el estallido social chileno en octubre de 2019 para pensar la convergencia entre ciertas luchas que expresan intereses y deseos con la problemática de la clase social. ¿Cree realmente que sería posible pensar otra manera de revolución en términos macropolíticos? ¿Qué elementos nos puede ofrecer en relación a ello?

Yo no propongo reproducir las formas de la revolución del siglo XX, ellas hoy son imposibles. Parto de constatar que luego de cincuenta años de prácticas alternativas a las rupturas revolucionarias el resultado es lamentable. Verdaderamente, estamos a punto de perder todos los derechos sociales y políticos conquistados por las luchas revolucionarias de los siglos XIX y XX. Un dato al respecto: Marx evaluaba la fuerza de los movimientos obreros por los resultados obtenidos a raíz de la lucha sobre el horario de la jornada de trabajo. La tendencia histórica nos muestra que la disminución del horario de trabajo se ha detenido. No ha habido jamás desde el inicio de la industrialización un proletariado tan débil, tan impotente. El proletariado “sin revolución” no puede sino solamente soportar la iniciativa del enemigo. Javier Milei, su actual presidente, es un buen ejemplo de la estrategia, siempre al ataque, siempre el querer más por parte del capital y el Estado. La iniciativa parte todo el tiempo del enemigo. Nosotros nos defendemos desde nuestra incapacidad para detener el avance arrogante de la propiedad privada. La reacción es importante como ha sucedido en Argentina a propósito del intento de privatización de la universidad, pero siempre se trata de una reacción defensiva, en este caso para proteger la dimensión pública de la educación frente al ataque. Me parece evidente que solamente pasando a la ofensiva uno se puede oponer eficazmente a los poderes establecidos. Desde 2011 ha habido verdaderas insurrecciones de masas como en Egipto o en Chile; en Francia incluso, con una intensidad menor, hemos asistido a una impresionante continuidad de luchas. Estas luchas llegan a altos niveles de enfrentamientos pero terminan generalmente vencidas. Son incapaces de organizar y acumular “la fuerza” que es la sola cosa que el enemigo de clase teme. Es necesario abrir el debate sobre los fracasos reiterados. ¿Por qué continuamos perdiendo? ¿Por qué nos debilitamos sin cesar? En mi último libro se avanza en la hipótesis de que el problema no es solamente la multiplicidad sino el dualismo, la polarización radical de las relaciones de fuerza. El movimiento insurreccional chileno impuso la polarización pero luego le faltó una estrategia sobre qué hacer y cómo hacerlo.

En función de lo que dice creo que el análisis que realiza tanto en su obra en solitario como junto con Éric Alliez en torno a la necesidad de recuperar la noción de “negación” que ha sido perdida en favor de una filosofía exclusivamente de la “afirmación”, vitalista y deseante, es muy enriquecedor para repensar la estrategia de la izquierda en el presente. ¿Podría desarrollar un poco más esta posición teniendo en cuenta la articulación entre la política representativa y estatal (macropolítica) y la política de la vida cotidiana y la subjetividad (micropolítica)?

Las filosofías críticas posteriores a mayo del 68 han eliminado el concepto de negación porque lo identifican con la dialéctica hegeliana y con su política de conciliación y síntesis de contradicciones. Sin embargo, es imposible pensar la acción política sin decir “NO”, sin rechazo, sin negación de la estrategia del enemigo. Todo ha devenido afirmación, creación y creatividad. La destrucción de las relaciones de explotación y de dominación, la extinción de las clases y la necesidad de vencer al enemigo de clase (esta expresión también había desaparecido) ha sido reformulada en beneficio de una ilusoria afirmación de “producción de subjetividad” cuyo su desarrollo es compatible con el capitalismo, es decir, que no es contradictorio con su existencia. El “modo” spinozista de la “afirmación pura” se ha introducido y ha proliferado en los intelectuales atravesados por la crisis del marxismo. Ahora bien, uno puede pensar sin problemas una negación que no sea dialéctica. La guerra y la guerra civil son dos ejemplos de la acción de oposición, de negación, de destrucción no dialéctica. Desde los años setenta, el capital ha elegido una política de separación, de ruptura de toda mediación, de rechazo sistemático de todo compromiso y condujo una estrategia de negación de los derechos y de las conquistas de los oprimidos. El capitalismo practica una guerra civil latente y larvada o abierta y declarada, según las circunstancias. Se trata de una lógica de guerra civil asimétrica porque es asumida por una sola parte. No hemos todavía encontrado una contra estrategia para neutralizar aquella de la no mediación. El régimen de guerra nos impone pensar un nuevo concepto de negación. La guerra y la negación son las verdades de nuestra realidad fabricada por relaciones de poder no compatibles que la economía, el consumo, las imágenes y los discursos “ocultan” por un tiempo. Pero solamente por un tiempo. Con una regularidad sorprendente esta realidad emerge y con ella la “negatividad”. Es necesario saber verlas y sobre todo anticiparlas si no queremos ser esclavos.

Fuente de la información e imagen:  https://contrahegemoniaweb.com.ar

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