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¿Sobrevivirá el pensamiento crítico a la pandemia?

Por: Ariel Petruccelli

Día tras día, a cada hora, se nos informa sobre la cantidad de muertos y contagiados de COVID-19. Supuestos expertos especulan sobre cuándo se producirá el famoso pico de contagios (que parece empeñarse en dilatarse en el tiempo).

Periodistas y comentaristas de toda laya y pelaje discurren sobre la famosa “curva” y su “aplanamiento”. Se habla todo el tiempo de la eventual saturación del sistema sanitario, y las autoridades muestras cifras en las que creen ver (aunque a veces comentan groseros errores con los datos), la confirmación de lo acertado de la decisión tomada por ellas en esta auténtica cruzada de salvación pública sin distinción de banderías políticas: en perfecta sintonía Alberto Fernández, Axel Kicillof y Rodríguez Larreta. Con ironía pudo referirse a ellos Jorge Asís como “el nuevo partido conservador”. De momento conforman un sólido bloque político. Aquí no hay grieta: ante la amenaza del COVID-19 “estamos todos juntos”. Ese es el mensaje. Como en un poema épico los generales marchan al unísono en la guerra contra el enemigo invisible. Al fin todos unidos: peronistas, radicales y prosistas. Pero, ¿y si en vez de un poema épico nos halláramos ante un cuento?

Significativamente, hay algunas cifras de las que no se habla nunca. La primera: ¿cuántos contagiados por COVID-19 podría soportar nuestro sistema sanitario sin colapsar? La segunda: ¿cuánto aumentó su capacidad en los dos meses de cuarentena? Nadie lo sabe. Secreto de estado. Tampoco se sabe cuántos contagios y cuántos decesos esperaban las autoridades. Se han filtrado estimaciones oficiosas. Pero no hay cifras oficiales. Y los rumores filtrados indican que el gobierno esperaba para el 15 de mayo entre 6.000 y 9.000 muertos. Si esta era la estimación oficial, se cometió un error de calado. Otra información que no se conoce es la magnitud del famoso pico. Y si no se sabe cuál es la capacidad de respuesta del sistema sanitario ni cuál es el pico de contagio esperado (ni en qué se fundan esas estimaciones), entonces no hay ninguna posibilidad de ningún debate público mínimamente serio sobre cómo afrontar el peligro de la pandemia. La ciudadanía está ciega y enceguecida a la vez: ciega de información relevante, y enceguecida por un bombardeo constante sobre las cifras del COVID-19.

“¿Pero las autoridades sí conocen esas cifras? ¿Y los expertos dicen …? Debemos creer en ellos”. Si algo tienen en común la democracia y la ciencia es su carácter público y comunitario. Si la información pertinente no se halla disponible para ser evaluada, analizada, criticada y discutida públicamente, no hay ni democracia ni auténtica ciencia. Lo que hay, a lo sumo, es parodia de democracia y tecnocracia. En la ciencia no hay verdades reveladas. Y las tesis no valen por los títulos que tenga quien las sostiene, sino por los argumentos y evidencias que se puedan presentar en su favor.

Entonces, ¿debemos creer? Quizá: yo estaría dispuesto a creerles, si me dieran buenas razones. Pero, ¿hay buenas razones para pensar que se ha hecho lo correcto? Veamos.

Lo primero que se debería tener en cuenta es que ninguna cuestión política se decide en base a una experticia científica. Entre evidencia científica y decisión política hay un hiato. Ha sido un logro no menor del neoconservadurismo y del neoliberalismo el instalar la idea de que las decisiones políticas se fundan el un supuesto saber experto. Y que sus supuestos críticos asuman esa premisa habla de la hegemonía neoliberal cuando nos sumergimos en las profundidades de la cultura contemporánea, más allá del espumarajo superficial de las olas que vienen y van.

Los expertos de los que tanto se habla, lo son en campos muy acotados. Las decisiones políticas integran múltiples campos y disímiles dimensiones. No hay aquí ni expertos ni demostraciones. Hay decisiones tomadas en contextos de incertidumbre, con un conocimiento parcial y aproximado y en torno a probabilidades antes que certezas. Las decisiones políticas implican un proceso de totalización. Son dialécticas, antes que analíticas. Esto no significa que se pueda o deba ignorar el conocimiento experto en campos acotados. Significa que esos múltiples conocimientos son un insumo necesario, pero no suficiente, para la toma de decisiones. Y sus datos y conclusiones deben ser objeto de un debate público no solo entre los expertos sino, a otro nivel, entre toda la ciudadanía.

Quienes, siendo de izquierdas, pensamos que ha habido una enorme desmesura entre la amenaza real del COVID-19 y las medidas implementadas para combatirlo, recibimos dos tipos de críticas:

a) eso es lo que dicen Trump y Bolsonaro

b) no puede ser que tanta gente y tantas autoridades estén engañadas.

La primer crítica es insustancial, por dos razones. La primera es que una evidencia empírica, si lo es, resulta independiente del perfil ideológico de quien la enuncia. La segunda es que no es cierto que las personas de izquierda que denunciamos lo que nos parece una hipócrita reacción ante una amenaza real pero claramente exagerada estemos diciendo lo mismo que los dos líderes derechistas. No, no decimos lo mismo. Trump y Bolsonaro prácticamente negaron el problema. Nosotros nunca lo negamos: decir que se lo exagera no es lo mismo que negarlo o ningunearlo. Trump y Bolsonaro eligieron no hacer prácticamente nada. Nosotros sostuvimos que todas las enfermedades eran merecedoras de la preocupación y atención despertadas por el COVID-19. Pero, ciertamente, es muy extraño el contraste entre la movilización que ha generado la guerra contra el coronavirus, y lo poco y nada que se hace ante enfermedades mucho más letales.

En todo el mundo han muerto, en lo que va del año (escribo el 26 de mayo) casi 24 millones de personas. De ellas, 350.000 han sido atribuidas al coronavirus. Esto significa que, hasta ahora, el COVID-19 es responsable del 1,5 % de los decesos mundiales. Supongamos que las cifras estén mal, que las víctimas sean en realidad muchas más. De ser así, ello se reflejaría en un aumento con respecto a la tasa mundial de mortalidad de 2019. Pero no es así. Las tasas son semejantes, comparando las mismas fechas.

Un 1,5 % de los decesos parece demasiado poco para un virus que ha tenido obsesionada a la humanidad por meses. Pero claro, se podría pensar que ese porcentaje es bajo gracias al estado de cuarentena en que se halla la mayor parte de la población. De no ser por ello las víctimas serían muchas más. Podría ser, pero, ¿cuántas más? Si hemos de creer a las predicciones del Imperial College, sin las medidas adoptadas ahora habría millones de muertos. Pero no es eso lo que muestran las evidencias. Como explicamos en otro artículo (Ariel Petruccelli y Federico Mare, “Covid-19: estructura y coyuntura, ideología y política”, Rebelión, 18 de mayo de 2020), las tasas de mortalidad por millón de habitantes presentan un cuadro enormemente diverso a nivel mundial, pero con claras y muy uniformes pautas regionales. Al interior de cada región, por lo demás, las tasas de muertos por millón no varían significativamente entre los países que establecieron cuarentenas y aquellos que optaron por medidas más relajadas. A una conclusión semejante ha llegado Williams Briggs, en “There Is No Evidence Lockdowns Save Lives. It Is Indisputable They Caused Great Harm”, un artículo publicado el 14 de mayo (disponible en: https://wmbriggs.com/post/30833/). Briggs no realiza un análisis regional ni le preocupa explicar por qué hay una variabilidad tan grande de muertos por millón en los distintos países, que al día de hoy van de menos de un muerto por millón a más de 800 muertos por millón de habitantes. Simplemente constata esta disparidad y agrupa a todos los países con al menos un millón de habitantes en cuatro categorías (tomando los datos hacia el 14 de mayo): aquellos que tienen más de 100 muertos por millón (12 países), aquellos que se hallan en un rango entre 11 y 99 muertos por millón (31 países), los que tienen entre 1 y 10 por millón (51 países) y aquellos que tienen menos de un muerto por millón (30 países). Luego observa cuáles países tienen cuarentena y cuáles no, y cómo se despliegan al interior de estas cuatro categorías. El resultado es sorprendente. En todas las categorías hay países con y sin cuarentena. Los países en cuarentena son la mayoría, pero en los rangos más bajos de mortalidad por millón hay más países sin cuarentena, en tanto que los países con más alta tasa de mortalidad por millón están todos en cuarentena. La conclusión de Briggs es que no hay ninguna evidencia sobre la efectividad de la cuarentena.

Evidencia hay poca, pero hay un exceso de discursos ideológicamente sesgados. A modo de ejemplo: quienes se escandalizan porque Brasil no esté en cuarentena omiten decir que tampoco tiene cuarentena el México progresista de López Obrador ni la Cuba revolucionaria. Ni Taiwan, ni Japón, ni Suecia, ni Bielorrusia, si se quiere ampliar el espectro político y geográfico. No hay ningún vínculo necesario entre las medidas adoptadas y los perfiles políticos de los gobiernos. Por ejemplo, no hay nada de progresista ni de populista en el gobierno paraguayo, que ha adoptado un temprano y severo aislamiento social.

Se habla mucho de cuarentena, pero no hay ninguna claridad sobre lo que significa. De hecho, si cuarentena es lo que se estableció en Wuhan, la conclusión es que lo que hay en los otros países son diferentes grados de aislamiento social, pero no una cuarentena en el sentido estricto y radical de Wuhan. Allí la población no salía literalmente de sus casas. Se suspendieron todas las actividades y sólo circulaba el personal médico y las fuerzas armadas, que se encargaban de dejar la comida en las puertas de las casas sin trabar ningún tipo de contacto con quienes las recibían. Los médicos chinos que llegaron a Italia supuestamente cuarentenada no consideraban que eso fuera una cuarentena: la gente seguía saliendo a hacer las compras y muchos a trabajar.

Ahora bien, como casi todo en esta crisis, la discusión pública sobre la cuarentena se halla a años luz de cualquier cosa que con algún grado de verosimilitud pudiéramos llamar pensamiento crítico. Comparado con las medidas tomadas en Wuhan lo que hay en Argentina es una parodia. Pero es también una parodia costosa: los efectos sociales, económicos, psicológicos y educativos del ASPO son enormes. Y uniformemente negativos, salvo para un puñado de empresas beneficiadas con esta crisis. Pero como existe un consenso mediático y político en no analizar ni discutir con detalle ese aspecto, bajo el imperativo cuasi-religioso y falaz de “lo importante es salvar vidas”, estas consecuencias de la ASPO son objeto de un manto de silencio. Argentina entró supuestamente en cuarentena cuando todavía no había registros de circulación comunitaria del virus. Si la medida tomada hubiera sido la misma que en Wuhan, no debería haber habido contagios o, de haberlos, deberían haber virtualmente desaparecido a esta altura. Sin embargo los contagios continúan y se multiplican. Como estrategia de aniquilación del virus, la ASPO fracasó. Pero ello no es para alarmarse. Era inevitable que fracasara. Ni el Estado ni la sociedad de Argentina estaban en condiciones de establecer una cuarentena semejante a la de Wuhan. Lo que se estableció fue algo más bien orientado a mitigar el impacto del virus, antes que a cortarlo de cuajo. Pero el discurso oficial fue ambiguo: ello explica la brutalidad policial y los excesos de todo tipo que se cometieron sobre todo en los primeros días.

Dentro del amplísimo abanico de las medidas orientadas a la mitigación de los contagios implementadas en el mundo entero, la ASPO ha sido de las más severas. Pero no ha tenido la severidad de las medidas implementadas en Wuhan. Esto hace que la ASPO Argentina no tenga el mismo impacto epidemiológico que la cuarentena decretada por las autoridades chinas; aunque su impacto económico y social no es tan diferente. Por lo demás, aunque la circulación del virus no fue erradicada -como en Wuhan- luego de dos meses de cuarentena, lo más probable es que Argentina no supere la tasa de unos cien muertos por millón que tiene Wuhan, porque las condiciones son aquí diferentes, y muchas variables relevantes para explicar el impacto del coronavirus tienen en Argentina poco peso.

¿Es eficiente la ASPO como estrategia de mitigación? No es sencillo evaluarlo. El estudio de Briggs muestra a las claras, a nivel mundial, que no hay ninguna correlación entre cuarentena y menores tasas de mortalidad. Por otra parte, hay múltiples factores a la hora de entender por qué el coronavirus impacta tan desigualmente en diferentes países y sobre todo regiones: cantidad de población con enfermedades respiratorias y circulatorias preexistentes, porcentaje de población mayor de 65 años, densidad de población, cantidad de ancianos en asilos, características de los sistemas de salud, hábitos culturales, presencia del turismo internacional, etc. Comparar los resultados de dos países considerando sólo si tienen o no cuarentena no tiene mucho sentido. Pero es fácil y tranquilizador. “Miren a Brasil como le va sin cuarentena”. Y por supuesto, Brasil tiene más contagios y más muertos. Pero comparado con la mayor parte de los estados de Europa Occidental su perfomance no parece tan mala. En todo caso, podría suponerse que sin cuarentena la situación en Argentina sería semejante a la de Brasil (que de todos modos no ha colapsado). Puede ser, aunque no es seguro: después de todo Uruguay, con restricciones mucho menos severas, tiene una tasa de decesos por millón bastante más baja que la de Argentina. Pero la comparación de cuántos contagios y víctimas posee cada país está mal planteada: no se puede medir el éxito sanitario como si lo único pertinente fuera el coronavirus, y haciendo abstracción de las diferentes situaciones de los países.

En cualquier caso, es evidente que las realidades sociales, demográficas, climáticas y económicas de las diferentes regiones de la Argentina son enormemente diversas como para que haya tenido algún sentido establecer un criterio uniforme en todo el país.

Tanto Trump como Bolsonaro compararon al COVI-19 con la gripe. En un punto, la comparación no era descabellada: efectivamente, lo más parecido a un coronavirus es el virus de la influenza. Lo descabellado era pensar que siendo parecido el virus, el impacto del COVID-19 sería semejante. Esto fue un error garrafal. Sin embargo, que el impacto del coronavirus en Brasil y en USA fuera mucho mayor que el impacto de la influenza no significa que lo mismo fuera a ocurrir en todas partes. De hecho, aunque por diferentes razones, tanto USA como Brasil tienen, año tras año, relativamente pocos muertos por influenza. Muchos menos que la Argentina, en cualquier caso. Pero, por eso mismo, su población es más vulnerable al coronavirus que aquella de países en los que la influenza u otras afecciones principalmente respiratorias causan daños mayores. Si la pandemia ha impactado tan poco en África y la India, ello en buena medida se debe a que allí las enfermedades respiratorias son la principal causa de muerte y la población es mucho más joven en promedio: el coronavirus causa muy pocas víctimas, simplemente porque sus potenciales víctimas ya están muertas.

Ahora bien, la influenza no es en Argentina (como en USA o Brasil) un problema sanitario menor. Es un problema mayor. El año pasado provocó unos 30.000 decesos (en términos relativos, nueve veces más que USA), lo que arroja una tasa de casi 800 muertos por millón de habitantes. La misma tasa que Bélgica este año con el coronavirus. ¡Y Bégica es el país más afectado! Y el año pasado no tuvo nada de excepcional. Sin embargo, ni en 2019 ni en ningún año anterior hubo una movilizacón general para frenar la expansión de la influenza, que también es viral y contagiosa. ¿Pensaban nuestras autoridades que el coronavirus causaría una tasa mayor? Para que eso sucediera Argentina debería convertirse en el país con peores resultados en todo el mundo ante la pandemia. Lo esperable, sin embargo, más allá de las medidas de emergencia adoptadas por las autoridades, es que las tasas de muertos por millón sean mucho menores en América Latina (por las razones que hemos explicado en el artículo antes mencionado) que las de Europa y USA.

Se podría pensar que quizá las internaciones por el coronavirus no serían tantas, pero se adicionarían a las de la influenza y otras afecciones haciendo colapsar al sistema sanitario. Suena razonable. Pero, ¿lo es? No del todo. En primer lugar porque la capacidad del sistema bien puede ampliarse. En segundo lugar porque no hay nada que lleve a pensar que las víctimas del coronavirus se adicionen simplemente a las de la influenza: en muchos casos se superponen. Y en tercer y decisivo lugar, porque si el temor era la superposición del coronavirus con la influenza, entonces no tenía mucho sentido establecer restricciones severas de alto costo económico y social pero relativo efecto sanitario: era preferible establecer un aislamiento más severo en el invierno. En vez de poner toda la carne al asador de entrada, hubiera sido más sensato una cierta dosificación. Pero para dosificar es preciso no entrar en pánico: y buena parte de nuestra población ya lo estaba. Y para dosificar son necesarias, también, autoridades menos preocupadas por las encuestas.

Argentina entró en cuarentena en medio del pánico. Tras más de dos meses, la misma comienza a hacerse insostenible. Pero así como el gobierno se vio arrastrado a la cuarentena por el pánico de las clases medias, parece evidente que decretará su fin cuando ya se haya extinguido de hecho. Pese a que se diga y aparente lo contrario, las autoridades van a la saga de los acontecimientos, en lugar de orientarlos. La flexibilización real de la cuarentena es mucho mayor de lo que se declara. Las empresas violan sistemáticamente la cuarentena ante la vista gorda de las autoridades, que además las premian con subsidios de todo tipo. Todas las fuerzas políticas de peso están unidas en la cruzada sanitaria. De momento, sólo unos pocos sectores de ultraderecha llaman abiertamente a desconocer la cuarentena. Pero gran parte de la población comienza ya a salir de sus casas. Y no son pocos los movimientos sociales y grupos de trabajadores que salen a las calles contra los despidos o a reclamar las ayudas que no llegan. Aunque durante los últimos meses se repitió que el virus nos afecta a todos y todas, y que todas las vidas valen; la triste realidad es que eso no es cierto. Los millones de muertos por la desnutrición, los cientos de miles de muertos por el cólera, las víctimas del dengue y de la tuberculosis nunca han generado tanta preocupación. La pandemia no eliminó las desigualdades geopolíticas ni a las clases sociales. Tampoco puede suspender la lucha de clases. En mayor o menor medida, la población se irá hartando de una cuarentena tan costosa de la que nadie puede mostrar concluyentemente que sea efectiva. La mayoría saldrá de la cuarentena sin mucho contenido político ni por medio de acciones colectivas: simplemente pasearán más, saldrán más, volverán a trabajar, andarán por ahí. Dejarán de vivir en suspenso. Pero también habrá salidas políticas. Ya lo estamos viendo: bocinazos y llamados con tinte de derecha (a veces desopilantes, como la fallida “marcha contra el comunismo”). Con menos difusión mediática, hace ya semanas que empezaron las protestas, reclamos e incluso cortes de ruta de sectores obreros, movimientos sociales y trabajadores precarizados: mineros de Andacollo y más recientemente los obreros de Zanón en la Provincia de Neuquén; trabajadores precarizados en La Plata y otros lugares; trabajadores de la economía informal en varias ciudades; distintos tipos de reclamos y atisbos de movilizaciones docentes en difrentes distritos; el reclamo de los obreros de Meléndez Victoria, de los trabajadores de Pedidos Ya; y la lista sigue. Sale poco en los medios. Estos reclamos incomodan al gobierno, a la “derecha”, a las representaciones progresistas y a la sensibilidad de las clases medias. La solidaridad progresista clasemediera, ante ellos, suele trastabillar: ¡es tan fácil solidarizarse con los pobres que se quedan en sus casas (si es que tienen)! Pero los pobres que siguen reclamando en medio de la pandemia provocan más bien rechazo o recelo. Sólo la militancia de izquierdas los apoya sin reservas. Al otro lado de la cordillera, las barricadas de Chile nos muestran el camino.

Entre tanto, no deja de ser preocupante, en términos intelectuales, ideológicos y culturales, que haya sido la derecha libertarista la que se haya apropiado de la bandera de la defensa de la libertad. En sus versiones más políticamente incorrectas -como la del gobernador estadounidense que declaró que los ancianos debían sacrificarse para salvar la economía- dejaban un flanco fácil para al crítica. Con todo, no habría que tomarse a la ligera estas cuestiones. Los libertaristas vernáculos (como el payaso mediático de Milei) no se caracterizan por su inteligencia, pero poseen amplias usinas de difusión ideológica y sus ideas, aunque en general bastante tontas, son simples y claras: no hay que menospreciar su poder de seducción. Hay que combatir esos discursos. Pero se los puede combatir de diferentes maneras. Y bien, la respuesta que han dado los “progresistas” es para quedarse pasmados: se basa en contraponer la vida a cualquier cosa. Y en nombre de la vida se está dispuesto a aceptar todo tipo de restricciones, a renunciar alegremente a la libertad. Cualquier costo, cualquier sacrificio es poco si se trata de conservar la vida en las condiciones que sea. Esa es la premisa que hoy eleva el pensamiento progresista dominante ante la defensa de la libertad por los ideólogos de derecha. Es una actitud meramente defensiva. Y muy poco épica. La derecha ha tomado ideológicamente -incluso en medio de una crisis de la que sus agentes son primerísimos responsables- la delantera. Por supuesto que yo no haría el más insignificante sacrificio para salvar la economía capitalista. Pero ciertamente estaría dispuesto a hacer muchos sacrificios si se tratara de abolir la economía capitalista, salvar la economía de las clases trabajadoras e instaurar un nuevo sistema que nos salve del desastre al que nos conduce el capitalismo. La crítica a los discursos libertaristas filosóficamente algo más sutiles (no las declaraciones de un tosco gobernador yanqui tan bruto como Trump) no puede ser la burda contraposición de la vida a la libertad. Lo condenable de los libertaristas no es su defensa de la libertad, sino una concepción estrechamente individualista de la misma. Pero por la libertad, la igualdad y la comunidad, vale la pena arriesgar incluso la vida. Ya Hegel aclaró el punto en su dialéctica del amo y el esclavo. Y convendría no olvidar la vieja máxima de San Martín: “seamos libres, lo demás no importa nada”. La vida importa, desde luego. Pero si por conservar la vida a como sea estamos dispuestos a aceptar cualquier cosa, el resultado bien puede ser la esclavitud.

La pandemia ha ocasionado pánico. Y el pánico no es bueno: nos paraliza. O nos lleva a acciones desesperadas y contraproducentes, como las avalanchas hacia los botes salvavidas en los naufragios. Y no nos deja pensar, ni mucho menos pensar claramente. El miedo es otra cosa. El miedo nos alerta del peligro, el miedo nos pone en guardia y nos permite tomar las decisiones más inteligentes. Debemos tener miedo. Pero más que al COVID-19, debemos temer al capitalismo: ese sistema que ha convertido a nuestro planeta en un barco a punto de naufragar.

No hace falta creer que la pandemia es una invención, ni que todo se trata de una gran conspiración. Yo no lo creo. Lo que sí creo es que un problema sanitario real llevó a un estado de pánico a las clases medias y acomodadas globalizadas: luego de construir un mundo basado en la seguridad, de pronto se sintieron vulnerables. Desatado el pánico, ya fue muy difícil escapar de la lógica intrínseca de la situación. Pero puesto que el capital y sus agentes poseen estrategias pensadas a larguísimo plazo, una vez inmersos en una situación que seguramente no buscaban empezaron a ver cómo sacar el mayor provecho. En eso están. Naomi Klein lo acaba de mostrar muy bien en “Distopía de alta tecnología: la receta que se gesta en Nueva York para el post-coronavirus”, disponible enhttps://www.lavaca.org/portada/la-distopia-de-alta-tecnologia-post-coronavirus/.

Por contraste, el pensamiento crítico parece haberse paralizado. Con las debidas excepciones, desde luego. Cuesta sustraerse a la “suspensión mediática de la racionalidad”, para decirlo con las certeras palabras de Alexis Capobianco en “Reflexiones sobre la vida, la razón y la crisis del capitalismo en tiempos de coronavirus (publicado en Alai, el 14/05/2020, disponible en: http://www.redescristianas.net/reflexiones-sobre-la-vida-la-razon-y-la-crisis-del-capitalismo-en-tiempo-de-coronavirusalexis-capobianco/), quien ha señalado con gran tino:

De pronto también desaparecieron o se vieron reducidas a un minimum todas las discursividades ultrarrelativistas y subjetivistas de los tiempos postmodernos. El “todo es una construcción”, “todo es relativo”, “cada cual tiene ´su verdad´” cedió en forma silenciosa el paso a la Verdad científica con mayúsculas. En menos de lo que canta un gallo, el relativismo radical se transformó en cientificismo dogmático; un dogma ocupó el lugar del otro.

El desconcierto ante una situación inédita parece dominar. Y ante la duda, la mayoría ha optado por concluir que lo mejor es acompañar a las autoridades y hacerles caso: es como si el grueso de los intelectuales quisiera creer en la racionalidad de los líderes y lideresas. ¡Más nos valdría desconfiar! Después de todo: ¿es racional una sociedad en que el 1 % de la población es más rico que el 90 % inferior? ¿Es racional que el hambre cause millones de muertos anuales en una sociedad con capacidad para desarrollar la tecnología 5G? ¿Es racional la tecnología 5G? No deberíamos apostar por la alta racionalidad de autoridades dispuestas a administrar (en lugar de transformar o abolir) un mundo tan irracional.

Sería necio negar lo inusual de la situación. Contrariando casi todas la previsiones, el coronavirus ha afectado mucho más a los países “desarrollados” que a los periféricos. Ello explica el pánico que provocó en las clases medias y altas globalizadas, que se trasladó -si bien no uniformemente- a las autoridades políticas. Las previsiones de una catástrofe apocalíptica cuando el virus llegara a África o la India no se han cumplido. Un artículo fechado el 4 de abril afirmaba que en dos o tres semanas la situación en África sería semejante a la de Europa: han trascurrido ocho semanas y la situación es incomparable: el COVID-19 ha llegado al África, pero allí causa pocas víctimas. En los países “desarrollados” hay cierta sobre-representación de las clases más pobres entre las víctimas. Pero para tratarse de una enfermedad contagiosa (en las que las víctimas pobres son usualmente muchísimo más numerosas tanto en términos absolutos como relativos que las de las clases acomodadas), la sobre-representación de los pobres, si bien existe también en este caso, comparado con otros es más bien escasa. Los pobres, es indudable, siempre están sobre-representados en los males del capitalismo. Eso es lo que ocurre siempre. Con el coronavirus ha emergido una novedad: una enfermedad contagiosa que afecta más a los países industrializados que a los periféricos. Dentro de los primeros, la clase cuenta, pero cuenta un poco menos que en problemas semejantes. Un estudio que analizaba el impacto por quintiles de ingresos en España estableció que el quintil menos afectado era el superior, pero el segundo menos afectado era el inferior. Los más afectados era los tres quintiles intermedios. Por lo demás, las diferencias entre todos eran escasas. Estos datos pueden ser desconcertantes para las miradas apriorísticas. Nadie dice que sea fácil orientarse en un mundo tan trastornado. Pero el ejercicio de la duda, la crítica y la razón no se suspende por pandemia.

Tras décadas de formación cientificista ultra-especializada, por un lado, y de insulso discursivismo filosófico especulativo, por el otro, parece que el racionalismo crítico -aquél pensamiento capaz de análisis integradores pero fácticamente bien informados- se halla reducido a su mínima expresión. Abundan los especialistas capaces de seguir al dedillo una única variable ignorando pertinazmente todas las demás. O los ingenios especulativos que echan a rodas hipótesis de todo tipo, sin tomarse la molestia de verificar un solo dato. O los combativos ideólogos que aplican a una realidad nueva y compleja los mismos análisis y las mismas previsiones que aplicarían a cualquiera.

Así estamos.

Por suerte algunas voces se atreven a disentir. Algunas cabezas no renuncian a seguir pensando.

Fuente: https://rebelion.org/sobrevivira-el-pensamiento-critico-a-la-pandemia/

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UNICEF: Por la pandemia, 1.800 millones de niños están expuestos a violencia

Según el último informe de Unicef, en 104 países los servicios sociales de protección infantil quedaron suspendidos a causa de la pandemia.

Desde Unicef advirtieron sobre el problema de que por lo menos 1.800 millones de niños y niñas quedaron sin protección frente a posible casos de violencia, explotación y abuso, siempre con el foco de que la principal causa es la pandemia de coronavirus, la cual afectó la continuidad de los programas de servicios sociales que servían como ayuda para proteger a los menores que se encontraran en este tipo de situación.
Unicef estimó que 1.800 millones de niños no tuvieron protección ante la posibilidad de violencia en sus hogares debido a la pandemia.

La directora ejecutiva de Unicef, Henrietta Fore, sostuvo que «los cierres de escuelas y la restricción de movimientos ha dejado a algunos niños atrapados en sus casas con agresores«.

«Con el impacto de la pandemia en los servicios de protección y en los trabajadores sociales se puede decir que los niños no tienen a dónde recurrir en busca de ayuda«, añadió y luego recalcó que durante la pandemia, el contacto limitado de los niños con redes informales de protección como amigos, maestros, parientes lejanos y miembros de la comunidad los deja a la deriva.

«Los sistemas de protección a la infancia ya tenían dificultades para responder frente a la violencia contra los niños y ahora, la pandemia ha agudizado el problema y ha atado de manos a quienes se encargan de proteger a los menores en riesgo», insistió Fore.

La encuesta de Unicef mostró que al menos un servicio social se alteró gravemente en dos tercios de los países que respondieron el sondeo, entre ellos Sudáfrica, Malasia, Nigeria y Pakistán, en tanto el sureste asiático, Europa del este y Asia central concentran a la mayoría de los países con alteraciones en sus servicios.

Además, indicó que antes de la pandemia los niños estaban muy expuestos a la violencia y recordó que cerca de la mitad de ellos sufría algún tipo de castigo físico en su casa, por lo que el encierro debido a las distintas cuarentenas pueden terminar con un agresor y su víctima atrapadas en el mismo lugar.

El informe también remarcó que casi el 75% de los pequeños entre 2 y 4 años estaba sometido a métodos violentos de disciplina y una de cada tres adolescentes de 15 a 19 años había sido víctima de su pareja en algún momento.

Fuente: https://www.ambito.com/informacion-general/ninos/por-la-pandemia-1800-millones-estan-expuestos-violencia-n5125921

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Bolivia: El fallo contra la clausura del año escolar genera desconcierto y demandas de coordinación

Por: La Razón

El Gobierno tiene un plazo de 10 días para generar un plan que garantice la educación en el país, en consenso con los sectores involucrados.

El fallo de la Sala Constitucional Primera de La Paz que deja sin efecto la resolución del cierre del año escolar generó críticas y demandas de una coordinación urgente para tomar una decisión definitiva y clara en beneficio de los estudiantes.

El secretario ejecutivo del Magisterio Urbano de La Paz, Leandro Mamani, expresó su malestar por la falta de certeza sobre el futuro de las clases en el país. «Produce bronca que se juegue e improvise con la educación, si el tribunal dice y aplica que la educación debe ser prioridad del Estado, también debería dar la orden al Gobierno de invertir todos los recursos necesarios para implementar una educación para todos los estudiantes», dijo.

El dirigente también expresó que su gremio espera que se tomen decisiones prontas y definitivas, pues varios de los maestros ya preparaban notas para culminar la gestión, como instruyó el Ministerio de Educación, pero ahora no saben cómo se proseguirá. Se espera que esta cartera estatal se pronuncie sobre el tema.

La determinación de la Justicia, a favor de una acción popular, presentada por la diputada del Movimiento al Socialismo (MAS), Lidia Patty, insta al Ministerio de Educación a que, en un plazo no mayor a 10 días, se presente un plan que garantice que la educación seguirá en el país, en adecuación a la actual realidad de pandemia.

La defensora del Pueblo, Nadia Cruz, quien fue parte del proceso, aclaró que esto no significa que los estudiantes serán obligados a volver a las aulas, sino que conmina al Órgano Ejecutivo a generar una política pública en favor de la educación, en coordinación con los actores educativos, es decir, maestros, papás y estudiantes.

Padres de familia

Al respecto, el representante de los Padres de Familia de Colegios Particulares, Israel Quino, indicó que su sector tiene la plena predisposición para acudir a un diálogo que permita generar una estrategia de continuidad de la educación acorde a la realidad y en favor de todos los involucrados.

«A partir de este fallo vemos que lo más importante es eso, crear una coordinación», indicó Quino.

El secretario de la Gobernación de Chuquisaca, Ricardo Zárate, coincidió con esta posición y manifestó que en varias regiones, como es el caso de su departamento, los maestros tenían ya listos sus planes para continuar con las clases, cuando se informó del cierre del año escolar, por lo que ya existen ideas que pueden contribuir al desarrollo de las labores educativas, siempre precautelando la salud de los estudiantes.

«Hubo una descoordinación directa entre el Ministerio de Educación con las direcciones departamentales y eso ha conllevado este resultado. La Gobernación de Chuquisaca fue la primera institución que se pronunció al respecto, el 3 de agosto mandamos una carta con una justificación jurídica, basada en el artículo 77 de la Constitución Política del Estado, que es análoga al fallo emitido», dijo en contacto con La Razón.

Coordinación subnacional

A decir de Zárate, los gobiernos departamentales y municipales pueden aportar no solo con ideas para nutrir las estrategias, también a colaborar directamente para cubrir costos para llegar a todos los estudiantes.

«En mayor o menor medida todas las instituciones públicas tenemos presupuesto destinado al área de educación. Podemos lograrlo, ponderamos la decisión del Tribunal».

La gestión educativa fue clausurada a partir del 31 de julio; sin embargo, el Ministerio de Educación sugirió que las unidades educativas que contaban con las condiciones podían seguir con clases complementarias. Esto fue percibido como una posible afectación a un acceso a la educación en condición de igualdad por instituciones como la Defensoría del Pueblo, que también observó una vulneración a los derechos de los niños y adolescentes. Instituciones como Unicef y la Organización de Naciones Unidas (ONU) también manifestaron su preocupación por la decisión de clausurar el año e incluso pidieron que el Gobierno la reconsidere.

Fuente: https://www.la-razon.com/sociedad/2020/08/19/el-fallo-contra-la-clausura-del-ano-escolar-genera-desconcierto-y-demandas-de-coordinacion/

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Estudio: Educación pre-escolar y Covid-19. Estados Unidos

Por: Eltiempolatino.com
Se debe contemplar un protocolo de monitoreo, a fin de atrapar a tiempo cualquier retardo en el desarrollo cognoscitivo.

La participación de los niños en edad pre-escolar ha decaído en más de un 50% desde que empezó la pandemia, según los datos generados por el Instituto Nacional de Investigación sobre Educación Temprana. A pesar de los esfuerzos de los educadores para conectar con los estudiantes remotamente, pocas familias han podido mantenerse en contacto de manera permanente.

«Esta reducción masiva en el nivel de asistencia de los estudiantes pre-escolares ha afectado todas las familias, sin importar su edad, raza, estrato socio-económico o preparación académica», dice el reporte. Sin embargo, los más afectados son los hijos de padres que poseen un bajo nivel educativo.

Ahora mismo es incierto el camino a seguir, pero lo que no debe faltar es que los programas pre-escolares gocen de ciertas características básicas. Por ejemplo, es importante que los padres reciban recursos para crear una guía diaria de actividades. Además, se debe contemplar un protocolo de monitoreo, a fin de atrapar a tiempo cualquier retardo en el desarrollo cognoscitivo.

Conseguir esto tiene sus retos, pues «el valor de la educación pre-escolar es difícil de replicar a través de herramientas remotas», dijeron los autores W. Steven Barnett y Kwanghee Jung, responsables del estudio. Esta dificultad se debe a la falta de interacción social y proyectos de prácticas con las manos. «Eso es algo que tiene que ser minuciosamente considerado a la hora de tomar decisiones, tanto por parte de los padres como por parte de los funcionarios públicos», aclararon.

Después de haber entrevistado a casi 1.000 familias, los investigadores encontraron que, a pesar de los esfuerzos para proveer apoyo académico y enviar materiales a casa para los niños, solo un poco más de la mitad de los papás dijo haber participado en video-conferencias o adoptado rutinas como leer historias en casa o crear algún tipo de actividad relativa a las ciencias, aunque fuera una vez por semana.

Algunos expertos sugieren que el virus no afecta a los niños pequeños. En consecuencia, la apertura de planteles para los pre-escolares no debería ser un problema.

«Si los números [de casos] son bajos en una comunidad, la realidad es que también serán bajan las posibilidades de infección para los niños», dijo Gibbie Harris, la directora de Salud Pública para Mecklenburg en Carolina del Norte.

En un webinar reciente de la organización sin fines de lucro CityHealth se comentó que hay muchos programas comunitarios de educación temprana que no abrirán sus puertas. Esto no deja de ser problemático, sobre todo para las familias de escasos recursos, cuyo dominio de las herramientas digitales, así como la falta de experiencia, las hace particularmente vulnerables a la falta de igualdad imperante dentro del sistema público. Dichas desigualdades quedaron vívidamente puestas de manifiesto a raíz de la pandemia del COVID-19.

En teoría, este sería el momento ideal para reducir las disparidades en la distribución de recursos educativos, puesto que los niños negros y latinos son quienes sufren con más severidad las consecuencias de esta injusta distribución, de acuerdo a un análisis hecho por la Universidad de California, Berkeley: analysis of classroom quality across 1,610 pre-K sites in New York City.

En conclusión, y como dijera Leslie McKinily, delegada del Departamento de Educación Temprana de las escuelas públicas en Chicago: a medida que avanzan los planes de los distritos para la educación a distancia y presenciales este año escolar, la meta es que los nuevos estudiantes de kindergarten se enfoquen en las habilidades fundamentales de la alfabetización, con el propósito de apalear los daños causados por la interrupción sufrida en su año pre-escolar. De no ser así, la laguna de conocimiento podría ser fatal para el resto de su vida académica.

Fuente: https://eltiempolatino.com/news/2020/aug/20/opinion-educacion-pre-escolar-y-covid-19/

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México: 68% de los maestros en México padece diabetes e hipertensión, encuesta SNTE

El avance de la encuesta que realiza el Sindicato Nacional de los Trabajadores de la Educación (SNTE) ha arrojado que el 68 por ciento del magisterio nacional padece diabetes e hipertensión, el 23.4 por ciento tiene más de 60 años, el 5.4 por ciento está en embarazo y el 3.22 por ciento tiene cáncer o lupus, informó el secretario general del SNTE, Alfonso Cepeda Salas.

Esto significa que la encuesta iniciada desde pasado junio a los más de 1.2 millones docentes de educación básica del país, arrojaría a más de 810 mil profesores con algún tipo riesgo de comorbilidad frente a la pandemia de covid-19.

En entrevista para MILENIO, Cepeda Salas explicó que este panorama obliga a discutir las estrategias con la Secretaría de educación Pública (SEP) que garanticen la seguridad laboral y de salud para los trabajadores de la educación, sobre todo, una vez que el regreso sea presencial con semáforo epidemiólogo verde.

“Es un avance, no queremos tomar una muestra, sino revisar a cada compañero, pero sí hay condiciones como la edad y las enfermedades crónico-degenerativas que hacen altamente vulnerable a un segmento importante de la población docente y aquí es donde tendríamos que revisar las estrategias con nuestra contraparte, la Secretaría de Educación Pública”, señaló.

La encuesta también ha arrojado que más de 280 mil 800 maestros tienen más de 60 años, unas 64 mil 800 maestras están en embarazo y 38 mil 640 tienen cáncer o lupus.

Señaló que si bien el inicio del ciclo escolar el próximo 24 de agosto no será presencial, confió que el tema de las condiciones de vulnerabilidad del magisterio ya lo esté analizando la SEP.

“Yo creo que deben estar trabajando en eso porque obviamente para volver a la actividad presencial van a pasar semanas, yo creo que esto es incierto, se habla de que puede ser, con lo que mencionaba el señor presidente, que puede ser en el mes de octubre, y nos parecen dos meses tiempo suficiente para tomar las medidas que sean necesarias, a efecto de que nuestros compañeros, los estudiantes tengan d física y mental”, indicó.

Dijo que si bien se regresará a aulas en semáforo verde, los docentes en condición vulnerable permanecerán en la incertidumbre de no presentárseles un plan integral de atención de salud y garantías laborales. Por ello, será una demanda sustancial del Sindicato a la autoridad educativa federal.

Admitió que la solución tendría que pasar por la contratación de maestros interinos que pudieran atender las clases presenciales, no obstante, reconoció que hay recortes en el sector educativo que complican la medida.

“Tendrían que tomarse medidas para el momento que se haga presencial el hecho educativo, tendría que buscarse a quienes son altamente vulnerables y esto obviamente sería buscar maestros interinos que pudieran sustituir a estos compañeros, compañeras que estarían expuestos.

“Tendríamos que revisarlo porque obviamente para darle prioridad al tema de la pandemia se han hecho recortes en áreas sustantivas del gobierno federal, incluyendo lo que tiene que ver con educación, pero creo que con el esfuerzo que siempre ha caracterizado a la SEP, gobierno federal, que podríamos buscar una solución para tener maestros que puedan sustituir a quienes tengan que retirarse temporalmente”, consideró. Carlos Ornelas, especialista en educación de la Universidad Autónoma Metropolitana, auguró que un plan de maestros interinos o jubilaciones masivas pondrá en aprietos al sistema educativo mexicano, que de por sí ya arrastra problemas presupuestarios.

Consideró que en el caso de la población docentes que ya está en edad de jubilación, la SEP deberá instrumentar un programa respetuoso e integral para invitarlos a realizarla, no obstante, insistió, esto conllevará recursos que quizá no estén contemplados y más ahora en el contexto de la pandemia.

Recordó que los profesores evitan la jubilación debido a que una vez que lo hacen pierden una parte significativa de sus ingresos, por ejemplo, el estímulo de carrera magisterial.

Fuente: https://alcanzandoelconocimiento.com/68-de-los-maestros-en-mexico-padece-diabetes-e-hipertension-encuesta-snte/

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Abrir o no abrir las escuelas: la experiencia sueca

Hay discusiones apasionadas y acaloradas sobre la sabiduría de abrir escuelas en este otoño boreal. Y, como lo he mencionado en otros articulos, la politización de las posiciones sobre cómo reaccionar a esta pandemia no ayuda en nada. La siguiente pregunta fundamental para EE.UU. es: ¿Es seguro abrir las escuelas en medio de una pandemia? Para contribuir con esta discusión, he querido escribir este artículo con el docente sueco Martin Kulldorff, quien además es profesor de Medicina de la Universidad de Harvard, para describir la experiencia de ese país en el comienzo de clases.

El covid-19 es una enfermedad extremadamente peligrosa para los ancianos, pero los riesgos para los niños son menores que los de la influenza anual. La mayoría está de acuerdo en que la decisión debe basarse en la ciencia. En lugar de anécdotas o escenarios hipotéticos, debemos examinar los datos científicos de Suecia, el único país occidental que mantuvo las escuelas abiertas durante el apogeo de la pandemia. Este es un principio básico de la ciencia. Si queremos conocer los efectos sobre la salud de alguna exposición, debemos estudiar a los que estuvieron expuestos.

Entonces, en Suecia, ¿estaban los niños en riesgo? ¿Los maestros? ¿Los padres, abuelos y otros miembros de la familia? ¿Qué pasó con la comunidad?

Niños: Suecia tiene 1,8 millones de niños y de entre 1 y 15 años que asistieron a la guardería o la escuela durante la pandemia. Ninguno de ellos murió de covid-19. Dado que la mayoría de los infectados es asintomática o levemente sintomática, se desconoce el número total de infectados, pero el número conocido fue de 468, es decir, uno de cada 4.000 niños. De ellos, ocho fueron hospitalizados en una unidad de cuidados intensivos. Esto significa que, ya sea que las escuelas estén abiertas o no, los niños corren mucho menos riesgo con el covid-19 que con la influenza anual, que en EE.UU. ha matado entre 100 y 200 niños al año desde 2016.

Maestros: El riesgo de morir por covid-19 aumenta con la edad, por lo que los maestros tienen un riesgo más alto que los niños, pero ¿tienen un riesgo elevado en comparación con otros adultos que trabajan? La respuesta es no. Los maestros suecos tenían el mismo riesgo de contraercovid-19que la media de otras profesiones, un riesgo mucho más bajo que, por ejemplo, los trabajadores de restaurantes, taxistas y conductores de autobuses.

Familia: La mayoría de los abuelos se encuentran en la categoría de mayor riesgo, pero ¿tienen un peligro mayor si viven con un nieto que asiste a la escuela? Los mayores de 70 años corren mayor riesgo de contagio si viven con un adulto en edad de trabajar que con alguien de su misma edad, pero con las escuelas suecas abiertas en Suecia las cifras demuestran que el riesgo no aumentaba más si también viven con un niño menor de 16 años.

Comunidad: Si las escuelas impulsaran la transmisión de covid-19 esperaríamos que los maestros tuvieran mayores riesgos que otros adultos, y que los ancianos tuvieran un mayor riesgo si viven con niños. No hay evidencia de eso en Suecia.

En estudios científicos, necesitamos un grupo de control para comparar. En los ejemplos anteriores se comparó a los profesores con otras profesiones, mientras que los ancianos que vivían con niños se compararon con los que no. ¿No necesitamos una comparación también para los niños? Por supuesto. Entonces podemos comparar a Suecia con países que cerraron sus escuelas. Ni siquiera uno de ellos tuvo una menor mortalidad por covid-19 entre los niños en edad escolar.

Los datos de Suecia son una gran noticia para los niños de EE.UU. y otros países, ya que podrían regresar a las escuelas de forma segura para recibir la educación que necesitan. Esto es especialmente importante para los niños de la clase trabajadora, que sufrieron más con las escuelas cerradas. Sin embargo, no todo debería volver a la normalidad.

Mientras mantenía abiertas sus escuelas, Suecia instituyó varias medidas de control de infecciones que otros lugares pueden imitar. Los niños con algún síntoma respiratorio tenían que quedarse en casa y, si los síntomas aparecían en la escuela, los enviaban inmediatamente a su hogar. Esto contrasta radicalmente con Israel, que aceptó a estudiantes enfermos cuando reabrieron sus escuelas en mayo. Las escuelas suecas también aumentaron la limpieza de superficies, el lavado de manos y la enseñanza al aire libre, mientras que prohibieron las reuniones de más de 50 niños. En el lado positivo, ni los niños ni los maestros llevaban máscaras.

¿Significa esto que no habrá infecciones en las escuelas? No. Cuando las escuelas vuelvan a abrir, basados en la experiencia sueca, algunos niños se enfermarán y, con muchas pruebas, también se encontrarán muchos casos asintomáticos. La cuestión no es que podamos evitar que los niños se infecten. El caso es que las consecuencias son menores en comparación con la influenza y otras enfermedades.

Las personas mayores de 60 años tienen un alto riesgo, ya sea que trabajen en una escuela o no, y es de vital importancia que estén protegidas. En lugar de privar a los niños de su educación, es mejor dejar que los maestros mayores trabajen desde casa, ayudando a sus jóvenes colegas a calificar exámenes y ensayos, o brindando tutoría en línea para estudiantes enfermos en casa. Esta es la medida de precaución más importante que pueden tomar las escuelas.

Algunos han propuesto un modelo de escuela híbrida, con una mezcla de aprendizaje en la escuela y a distancia. Algo de enseñanza en la escuela es mejor que nada, pero es una peor opción en términos de control de infecciones. Con la escolarización híbrida, muchos niños no solo tendrán dos sitios potenciales de transmisión -su casa y su escuela,- sino también un tercero con abuelos, vecinos, guarderías, niñeras encargadas de las tareas escolares o quien esté cuidando a los niños en los días que no vayan en la escuela.

Para los niños, las escuelas no solo son importantes por la educación que reciben. La buena educación también es fundamental para la salud física y mental. Mantener las escuelas cerradas tendrá importantes efectos perjudiciales en el bienestar a corto y largo plazo entre los miembros más preciados de nuestra sociedad. La experiencia sueca está claramente a favor de la reapertura de escuelas. Ahora, solo tenemos que ayudar a los políticos y funcionarios escolares a ver la luz.

Fuente: https://cnnespanol.cnn.com/2020/08/20/opinion-abrir-o-no-abrir-las-escuelas-la-experiencia-sueca/

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El principio de autodestrucción y el combate contra la COVID–19

Desde que se lanzaron dos bombas atómicas primarias en las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, la humanidad ha creado para sí una pesadilla de la que no ha podido liberarse. Por el contrario, se ha transformado en una realidad que amenaza la vida sobre este planeta y la destrucción de gran parte del sistema–vida. Se han creado armas nucleares mucho más destructivas, químicas y biológicas que pueden acabar con nuestra civilización y afectan profundamente a la Tierra viva.

Aún peor, hemos diseñado la inteligencia artificial autónoma. Con su algoritmo, que combina miles de millones de informaciones recogidas en todos los países, puede tomar decisiones sin que nosotros lo sepamos. Eventualmente, puede, en una combinación enloquecida, penetrar en los arsenales de armas nucleares o en otros de igual o mayor poder letal y lanzar una guerra total de destrucción de todo lo que existe, incluso de sí misma. Es el principio de autodestrucción. Es decir, está en manos del ser humano poner fin a la vida visible que conocemos (ella es sólo el 5%, el 95% son vidas microscópicas invisibles).

Debemos enseñorearnos de la muerte. Ella puede ocurrir en cualquier momento. Se ha creado ya una expresión para nombrar esta fase nueva de la historia humana, una verdadera era geológica: el “antropoceno”, es decir, el ser humano como la gran amenaza al sistema–vida y al sistema–Tierra. El ser humano es el gran satán de la Tierra, que puede diezmar, como un anticristo, a sí mismo y a los otros, a sus semejantes, y liquidar los fundamentos que sostienen la vida.

La intensidad del proceso letal es tan grande que ya se habla de la era del “necroceno”, es decir, la era de la producción en masa de la muerte. Ya estamos dentro de la sexta extinción masiva. Ahora se ha acelerado irrevocablemente, dada la voluntad de dominación de la naturaleza y de sus mecanismos de agresión directa a la vida y a Gaia, la Tierra viva, en función de un crecimiento ilimitado, de una acumulación absurda de bienes materiales hasta el punto de crear la sobrecarga de la Tierra.

En otras palabras, hemos llegado a un punto en el que la Tierra no consigue reponer los bienes y servicios naturales que le fueron extraídos y comienza a mostrar un proceso avanzado de degeneración a través de tsunamis, tifones, descongelación delos casquetes polares y del permafrost, sequías prolongadas, tormentas de nieve aterradoras y la aparición de bacterias y virus difíciles de controlar. Algunos de ellos como el coronavirus actual pueden llevar a la muerte a millones de personas.

Tales eventos son reacciones y puede que sean represalias de la Tierra ante la guerra que realizamos contra ella en todos los frentes. Esa muerte en masa ocurre en la naturaleza, millares de especies vivas desaparecen definitivamente cada año, y en las sociedades humanas, donde millones pasan hambre sed y toda suerte de enfermedades mortales.

Crece cada vez más la percepción general de que la situación de la humanidad no es sostenible. De continuar con esta lógica perversa se va a construir un camino que lleva a nuestra propia sepultura. Demos un ejemplo: en Brasil vivimos bajo la dictadura de la economía ultra neoliberal, con una política de extrema derecha, violenta y cruel para las grandes mayorías pobres.

Perplejos, hemos visto las maldades que se han hecho, anulando los derechos de los trabajadores e internacionalizando riquezas nacionales que sostienen nuestra soberanía como pueblo.

Los que en 2016 dieron en Brasil un golpe contra la Presidenta Dilma Rousseff aceptaron la recolonización del país, convertido ahora en vasallo del poder dominante, Estados Unidos, condenado a ser sólo un exportador de commodities y un aliado menor y subordinado del proyecto imperial.

Lo que se está haciendo en Europa contra los refugiados, rechazando su presencia en Italia e Inglaterra y peor aún en Hungría y la muy católica Polonia, alcanza niveles de inhumanidad de gran crueldad. Las medidas del Presidente de Estados Unidos, Trump, arrancando a los hijos de sus padres inmigrantes y colocándolos en jaulas, denotan barbarie y ausencia de todo sentido humanitario.

Ya se ha dicho: “ningún ser humano es una isla… no preguntes por quién doblan las campanas. Doblan por ti, por mí, por toda la humanidad”. Si grandes son las tinieblas que abaten nuestros espíritus, aún mayores son nuestras ansias de luz. No dejemos que la demencia antes mencionada tenga la última palabra.

La palabra mayor y última que grita en nosotros y nos une a toda la humanidad es de solidaridad y compasión por las víctimas, es por paz y sensatez en las relaciones entre los pueblos. Las tragedias nos dan la dimensión de la inhumanidad de la que somos capaces, pero también dejan surgir lo verdaderamente humano que habita en nosotros, más allá de las diferencias de etnia, ideología y religión. Lo humano en nosotros hace que nos cuidemos juntos, nos solidaricemos juntos, lloremos juntos, nos enjuguemos las lágrimas juntos, recemos juntos, busquemos juntos la justicia social mundial, construyamos juntos la paz y renunciemos juntos a la venganza y a todo tipo de violencia y guerra.

La sabiduría de los pueblos y la voz de nuestros corazones lo confirman: no es un estado convertido en terrorista, como Estados Unidos bajo el presidente estadounidense Bush, el que vencerá el terrorismo. Ni el odio a los inmigrantes latinos, difundido por Trump, el que traerá la paz. El diálogo incansable, la negociación abierta y el trato justo eliminan las bases de cualquier terrorismo y fundan la paz. Las tragedias que nos golpearon en lo más hondo de nuestros corazones, particularmente la pandemia viral que ha afectado a todo el planeta, nos invita a repensar los fundamentos de la convivencia humana en la nueva fase planetaria, y cómo cuidar la Casa Común, la Tierra, como pide el Papa Francisco en su encíclica sobre ecología integral “sobre el cuidado de la Casa Común” (2015).

El tiempo apremia. Y esta vez no hay un plan B que pueda salvarnos. Tenemos que salvarnos todos, pues formamos una comunidad de destino Tierra–Humanidad. Para eso necesitamos abolir la palabra “enemigo”. El miedo crea al enemigo. Exorcizamos miedo cuando hacemos del distante un próximo y del próximo, un hermano y una hermana. Alejamos el miedo y al enemigo cuando comenzamos a dialogar, a conocernos, a aceptarnos, a respetarnos, a amarnos, en una palabra, a cuidarnos.

Cuidar nuestras formas de convivir en paz, solidaridad y justicia; cuidar nuestro medio ambiente para que sea un ambiente completo, sin destruir los hábitats de los virus que provienen de animales o de los arborovirus que se sitúan en los bosques, un ambiente en el que sea posible el reconocimiento del valor intrínseco de cada ser; cuidar de nuestra querida y generosa Madre Tierra.

Si nos cuidamos como hermanos y hermanas, las causas del miedo desaparecen. Nadie necesita amenazar a nadie. Podemos caminar de noche por nuestras calles sin miedo a ser asaltados y robados. Este cuidado solo será efectivo si viene acompañado de la justicia necesaria para satisfacer las necesidades de los más vulnerables, si el Estado está presente con medidas sanitarias (lo importante que fue el SUS frente a la COVID–19), con escuelas, con seguridad y con espacios de convivencia, cultura y ocio.

Sólo así disfrutaremos de una paz posible de ser alcanzada cuando hay un mínimo de buena voluntad general y un sentido de solidaridad y benevolencia en las relaciones humanas. Ese es el deseo inquebrantable de la mayoría de los humanos. Esta es la lección que la intrusión de la Covid-19 en nosotros nos está dando y que tenemos que incorporar en nuestros hábitos en los tiempos pos-coronavirus.

Fuente: https://www.cronicadigital.cl/2020/07/22/por-leonardo-boff-el-principio-de-autodestruccion-y-el-combate-contra-la-covid-19/

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