Antonio Antón
La izquierda alternativa, diferenciada del PSOE y de la izquierda nacionalista, está en un proceso transitorio de rearticulación política y organizativa.
La coalición Sumar y Podemos, además del Partido Socialista, se han llevado un batacazo en las elecciones gallegas. Junto con la experiencia de sus tensas relaciones en los últimos meses y los retos inmediatos de las elecciones europeas exigen una reflexión colectiva. Se trata de valorar su papel y su futuro, en el marco del objetivo compartido de reforzar el bloque progresista, democrático y plurinacional frente a la ofensiva de las derechas.
En un libro reciente, Izquierda transformadora, he analizado el proceso de formación de ese espacio sociopolítico y electoral y sus características, así como sus límites y sus retos estratégicos; en un artículo anterior, Sumar y Podemos en la encrucijada, he expuesto y comparado, con datos del CIS, su representatividad electoral para establecer una base objetiva sobre su doble relación de cooperación y competencia. Se trata ahora de sacar las enseñanzas de estas dificultades y tentativas articuladoras últimas para desbrozar el camino de su refundación, en el que están inmersos, definir las perspectivas sociopolíticas y promover el necesario empuje reformador para garantizar el avance social y democrático.
Declive y refuerzo de las fuerzas del cambio de progreso
En el declive de Unidas Podemos, y de las fuerzas del cambio de progreso en general, intervienen tres tipos de factores: la estrategia de los poderes fácticos -política, institucional y judicial- de acoso y aislamiento a Podemos; la renovación y el giro hacia la izquierda por parte del Partido Socialista, en el llamado ‘sanchismo’ (2018/2019), tras casi una década de crisis interna y de su orientación estratégica socioliberal, y la fragmentación de la izquierda transformadora.
Ese debilitamiento se quiso afrontar con la renovación del liderazgo de Yolanda Díaz, en el ámbito institucional de UP, acompañado por Jone Belarra como Secretaria General de Podemos, como motor del conglomerado. Pero ese diseño colaborativo y de cierta renovación dentro de la lógica de continuidad de Unidas Podemos y su ampliación, se frustró.
La estrategia de división y aislamiento de Podemos ha tenido un relativo éxito, sobre todo por la descalificación mediática y el acoso de los poderes fácticos, pero también por la promoción comparativa de Yolanda Díaz y Sumar. Constituían una alternativa más moderada, dialogadora o transversal, pero con mayor respaldo público, a tenor de los estudios demoscópicos, así como con el trasvase de una parte del anterior electorado y los grupos políticos vinculados con Unidas Podemos, más exigente, crítico y de izquierdas.
Por otra parte, hay un interés socialista por rebajar la presión por su izquierda y garantizar una mayor normalización política, especialmente dirigido hacia Podemos, que constituía un desafío por su política confrontativa con los poderosos. Así, han conseguido dejarlo en una posición subalterna, aunque todavía con influencia sociopolítica y, en algún caso, determinante, aunque pendiente de comprobar su legitimidad pública en las elecciones europeas, el alcance de su estrategia de reafirmación y su capacidad de supervivencia como actor relevante.
Ante el no reconocimiento de su representatividad en el seno del grupo parlamentario de Sumar, tal como reclamaban, y la consecuencia de su inoperatividad política, era bastante inevitable su salida del grupo para intentar tener mayor iniciativa política y pública. La división ha sido dura y su futuro es difícil. Falta saber, tal como vaticinan algunos augurios, si se produce una derrota global en las elecciones europeas y, a más largo plazo, si logra una supervivencia suficiente para encarar su remontada.
Aquí habría que distinguir entre pronóstico y plan. El diagnóstico y la profecía del hundimiento político y electoral de Podemos está en el debate público. Es una hipótesis que, en muchos casos, se basa en ciertos hechos pero, sobre todo, en el deseo normativo de distintos actores. Y ello se convierte en plan para conseguir su irrelevancia global. Aparte de denotar poco respeto por el pluralismo político, la cuestión a valorar de ese plan es en qué medida es factible y realista y si perjudica (o no) al conjunto de las izquierdas, aunque revierta en una ventaja relativa para Sumar (con sus aliados), que ocuparía todo ese espacio, probablemente minorizado.
Por otra parte, hay que dejar abierta la posibilidad de ver si se modifican las condiciones unitarias para las próximas elecciones generales (y municipales y autonómicas) o, en caso contrario, si es capaz Podemos de persistir con un mínimo de representatividad electoral.
Por tanto, dentro del posible debilitamiento de ambos o, bien, en el mejor de los casos, de su respectivo fortalecimiento orgánico, más o menos asimétrico, en el que están empeñadas ambas dirigencias, las dificultades mayores son para Podemos, para mantenerse como un actor para tener en cuenta en el escenario público e institucional y condicionar el proceso social y político. Es el emplazamiento inmediato que tienen ambos para las elecciones europeas, especialmente la formación morada, más aislada mediáticamente. Veamos estas perspectivas.
La división y el difícil camino unitario
Desde la lejana oposición a un Ejecutivo continuista entre PSOE y Ciudadanos, que supuso el inicio de la gran fractura interna entre los llamados errejonismo y pablismo, Podemos, partidario de un cambio sustantivo de progreso, es percibido como una amenaza para la consolidación de la normalización política y el continuismo de la gestión gubernamental socialista. Tiene una actitud reformadora más valiente y exigente, especialmente en el ámbito socioeconómico y democrático, así como en el internacional. Supone un freno a las medidas gubernamentales derivadas de una reorientación centrista o el retroceso de derechos, cuestión que genera fricción, como en los últimos casos sobre la reforma punitivista de la Ley de ‘solo sí es sí’, los recortes en el subsidio de desempleo o el estancamiento de la ley de vivienda, así como en la exigencia de una solidaridad más contundente con el pueblo palestino y el rechazo al genocidio del Gobierno israelí…
No obstante, las propuestas reformadoras de la mayoría dirigente de Podemos, nada radicales o utópicas, podrían encajar en una negociación plural y consensuada de la mayoría parlamentaria progresista y, en particular, con Sumar. Además, puede ser un puente en la alianza plurinacional y la reforma territorial y del Estado. O sea, Podemos tiene un proyecto transformador diferenciado en algunos aspectos y es más ambicioso; pero comparte objetivos comunes con el conjunto de las fuerzas del bloque progresista o democrático y plurinacional. Por tanto, es compatible con una estrategia global de garantizar la estabilidad del Gobierno, sin ser seguidista o estar subordinado a todas y cada una de las medidas gubernamentales aprobadas, cuestión que cabe en un acuerdo desde la pluralidad.
En todo caso, el problema principal del conjunto de esa izquierda alternativa es el de la capacidad transformadora real, no solo discursiva o de habilidad negociadora, basada en una relación de fuerzas sociopolíticas que condicione al poder establecido y las instituciones parlamentarias y ejecutivas para el avance sustantivo en condiciones y derechos para las mayorías sociales. Es el auténtico sentido de la política ‘útil’ que reclaman ambos, Sumar y Podemos. Luego viene la pugna por el relato de cuánto se ha avanzado y para quién y, sobre todo, quién y cómo se ha conseguido, y se ve beneficiado por el incremento de su legitimidad pública y su acceso a mayor poder institucional.
Existe una disputa sobre el alcance y sentido de las reformas impulsadas y los objetivos de la estrategia reformadora, así como sobre la recomposición del espacio progresista y el peso socio-electoral e institucional de sus distintas corrientes para condicionar la dinámica política: socialista, Sumar, nacionalismo de izquierda y Podemos. Y si nos atenemos a la izquierda transformadora confederal, entre sus dos alas: la moderada, amable o transversal, y la más resistente, exigente o de izquierdas. Y este reequilibrio y la convivencia a través de un pacto mínimo, al menos para las próximas elecciones generales, y dadas las constricciones de la normativa y los componentes competitivos y de legitimación democrática en los procesos electorales, debiera atenerse a los procedimientos democráticos básicos de respeto a la pluralidad y basarse en los objetivos compartidos y la negociación y regulación de los disensos.
Partimos hoy desde la realidad de la primacía socialista, la distinta representatividad e influencia del resto de actores, así como las diferentes ventajas y desventajas derivadas del contexto. Pero, hay que arbitrar un mecanismo objetivo y democrático de articulación orgánica del conjunto del espacio alternativo, dentro de una cultura integradora y de respeto a la pluralidad.
Un espacio alternativo diferenciado de la socialdemocracia
La consolidación del bipartidismo es difícil, al menos en la izquierda, con la completa hegemonía del Partido Socialista, a través de la mayor absorción, minoración y subordinación de Sumar y la (casi) marginación de Podemos, que haría innecesario incluso un gobierno de coalición y se abriría su acariciado objetivo por gobernar en solitario o con mayor autonomía respecto de su izquierda; igualmente, respecto del nacionalismo de izquierda (ERC, EH-Bildu y BNG), aunque es más difícil su neutralización por el peso de la plurinacionalidad de la sociedad española.
No obstante, el conflicto social y democrático (incluido el ecológico, el feminista y el territorial) persiste y hay espacio sociopolítico para una izquierda social y política transformadora o, si se quiere, una fuerza democratizadora del Estado y reformadora de lo socioeconómico y laboral -un nuevo y renovado laborismo-. En ese sentido, la existencia y relevancia de Podemos, frena tres dinámicas problemáticas: La moderación de Sumar con su subordinación a la estrategia socialista; la propia tendencia centrista o socioliberal del PSOE, y la desarticulación de un frente plurinacional relevante, incorporado a la llamada dirección de Estado, vista con recelo en la izquierda moderada y sin convicciones federalistas. Pero ese digno y valiente papel, con el desafío al poder establecido y las inercias adaptativas, es el fundamento que explica su freno por los poderes fácticos.
Por tanto, el debilitamiento de Podemos sería perjudicial para mantener un espacio sociopolítico y electoral relevante autónomo del Partido Socialista, con un empuje transformador; además, su refuerzo también debiera representar una dinámica unitaria con los distintos grupos de Sumar, con los que comparten muchos objetivos de progreso frente a las dinámicas reaccionarias. Todavía hay vasos comunicantes entre las bases sociales de las dos sensibilidades y con la socialista. Así, se debería tender, especialmente por abajo, al establecimiento de puentes unitarios y consensuar una competencia ordenada y democrática que defina los equilibrios representativos en cada coyuntura, y se puedan sumar realmente todos los esfuerzos transformadores con su representatividad real.
En definitiva, al igual que en los grandes movimientos populares progresistas o amplios frentes sociales y políticos, es posible combinar diversidad y colaboración, frente al bloque de los poderosos. En consecuencia, es conveniente resaltar los intereses y objetivos comunes, así como consensuar los procedimientos democráticos para articular las estructuras orgánicas y de representación y la regulación de los desacuerdos y la pluralidad existentes. Ello permitirá reforzar la credibilidad de una representación política alternativa con una rearticulación político-organizativa positiva, en beneficio de las fuerzas progresistas y el avance social y democrático de la sociedad.
Arraigo social y reactivación cívica, claves para la remontada alternativa
Hay un problema estructural en la conformación de la izquierda transformadora: su vinculación con el tejido asociativo y popular, con los movimientos sociales y sus activistas, incluido el sindicalismo, el feminismo y el ecologismo, muchos con doble militancia en organizaciones sociales y políticas, así como con las demandas surgida de abajo, de la propia sociedad civil.
En esta década, se ha construido una representación política al calor de un amplio y heterogéneo movimiento popular, por la activación cívica y la protesta social progresista simbolizadas por el movimiento 15-M. Pero, aparte del descenso relativo de la movilización social -salvo la cuarta ola feminista y ciertas movilizaciones parciales, como la de la sanidad pública o los pensionistas-, se ha producido un giro estratégico, discursivo y organizativo por la preferencia de la acción comunicativa, como constructora de campo electoral, y la acción institucional como gestión reformadora que legitima y reproduce a esa representación partidaria.
No obstante, esos dos ejes, discursivo e institucional, son insuficientes para evitar su declive representativo. Y, junto con otras causas, como el acoso político y mediático y la capacidad renovadora del propio Partido Socialista, se ha ido viendo el factor decisivo de otro rasgo fundamental de su articulación: el déficit de su arraigo social, denominado mediáticamente como inserción en el territorio. Se trata de esa vinculación real y directa con la gente, especialmente la más activa y sensibilizada, con su problemática y sus aspiraciones para articular las políticas públicas. El impacto ha sido evidente en los últimos comicios autonómicos gallegos, al igual que en los anteriores del 28 de mayo, sin que en unas elecciones generales como las del 23-J tenga el mismo peso al complementarse con la credibilidad gestora y transformadora del conjunto del país.
En ese sentido, la prioridad reformadora de la izquierda alternativa, dentro del bloque progresista, democrático y plurinacional, no es solo sobre las cosas cotidianas de las condiciones de vida, trabajo, protección pública o sostenibilidad medioambiental de las mayorías sociales, sino también la necesidad para abordar y ser creíble respecto de las políticas globales, las estrategias y los relatos que están vinculadas con ellas. Y, normalmente, están en pugna con los de las derechas reaccionarias, incluso con el socioliberalismo continuista.
Forman parte de la legitimación y articulación de las representaciones políticas, su papel mediador con las demandas populares y, por tanto, por la pugna -legítima- por el poder institucional. Se trata de ligar esas aspiraciones ciudadanas inmediatas con la problemática de fondo sociolaboral, económica y democrática, con un objetivo más profundo de la justicia social y la democracia, con la defensa del Estado de bienestar y de derecho y los servicios públicos, con la redistribución pública, la justicia fiscal y la protección social, por una dinámica igualitaria y emancipadora, característica de la izquierda democrática.
Por tanto, la solución viene por el refuerzo de ese arraigo social y la voluntad y la credibilidad transformadora de la representación política de la izquierda alternativa, acompañada de la activación cívica y la pugna ideológica y cultural desde los valores progresistas y los derechos humanos, sociales y democráticos.
Algunos rasgos de la actual movilización social progresista
El movimiento de solidaridad con el pueblo palestino, ante el colonialismo y el genocidio del Gobierno israelí tiene una gran importancia política, simbólica y ética, y hay que reforzarlo. Ha habido masivas muestras de apoyo en las ciudades más importantes de Europa, incluido en España. No obstante, el grueso del poder establecido europeo y los principales gobiernos, junto con sus aparatos mediáticos, están muy dependientes de la estrategia estadounidense que ampara al Gobierno israelí y es una dificultad añadida para parar su agresión, aun con la oposición de muchos países del Sur global. La cultura pacifista y de solidaridad internacional es una característica fundamental ante la agudización de los conflictos geopolíticos y las dinámicas neocoloniales.
Dejando aparte las dinámicas nacionalistas periféricas, el movimiento específico progresista más masivo e impactante en España, en los últimos años, ha sido el movimiento feminista, con significativos cambios normativos y de mentalidades, en particular frente a la violencia machista y por la prioridad del consentimiento y la voluntariedad en las relaciones sexuales. Y ha sido evidente la reacción derechista y conservadora en su contra. Aun así, y a pesar de su relativa división interna, el grueso de esa movilización y concienciación feminista representa una buena orientación igualitaria-emancipadora y un modelo de participación feminista, incluido varones solidarios, en defensa de la igualdad de género y la emancipación de las mujeres y colectivos LGTBI. Además, ha tenido un gran impacto positivo en la sociedad, por ejemplo en el reciente caso del beso no consentido a Jenni Hermoso, campeona mundial, por parte del presidente de la Federación de futbol, Luis Rubiales, forzado a dimitir por la repulsa cívica.
Sin embargo, aquí habría que diferenciar, al menos dos niveles distintos sobre la dimensión, capacidad expresiva, profundidad y duración de procesos movilizadores o de una activación cívica prolongada que conforman cambios cualitativos en la experiencia popular y la actitud sociopolítica, cultural y representativa en el campo político-electoral. Y, además del movimiento antifranquista -base social de la izquierda- y, en parte, el movimiento pacifista y el sindical en los años ochenta -base electoral de Izquierda Unida-, y referido a la configuración de la izquierda transformadora en esta etapa histórica, su formación se inició con un amplio y heterogéneo movimiento popular progresista, simbolizado por el llamado movimiento 15-M que se mantuvo durante un lustro (2010/2014).
Su particularidad, aparte de su masividad y legitimidad social, fue que contribuyó a la oposición y la crítica de las políticas regresivas y prepotentes de austeridad, aplicadas por el bipartidismo gobernante y amparadas por las instituciones europeas, con lo que se conformó un campo sociopolítico diferenciado de la socialdemocracia y más exigente respecto de la justicia social y la democratización política.
La articulación partidaria con arraigo social
Como segundo paso y de forma complementaria es cuando surgió Podemos y el relanzamiento del conjunto de las fuerzas del cambio de progreso. Es decir, la representación política como izquierda alternativa es deudora de un amplio proceso participativo democrático y popular que sentó las bases de un espacio sociopolítico y electoral a la izquierda de la socialdemocracia y que luego se tradujo en fuerza institucional, con la consolidación de su potencial transformador.
Como se ha dicho, se ha ido produciendo un cierto declive gradual de ese espacio, aunque una parte votante desplazada hacia el PSOE (o la izquierda nacionalista) se puede considerar todavía una base social transformadora y reversible o dual en su expresión electoral. La opinión realista es que, por una parte, todavía permanece algo de ese impulso transformador desde abajo, con esa experiencia sociopolítica y una cultura política más social y democrática, que explica la permanencia -debilitada- de un espacio sociopolítico y electoral más crítico y exigente que el Partido Socialista y diferenciado del nacionalismo. Por otra parte, además de evitar las insuficiencias y limitaciones de la dirigencia de los grupos alternativos, en particular de Sumar y Podemos, es necesaria la revitalización y la cooperación de ese espacio.
No obstante, esa aproximación unitaria va a venir (si viene a corto o medio plazo), fundamentalmente, en la medida que haya una reactivación cívica de distintos movimientos sociales y su mayor o menor convergencia e impacto sociopolítico y cultural; por otro lado, según la capacidad socialdemócrata para neutralizarlo o reorientarlo. Ello permitiría condicionar a las estructuras partidarias alternativas con un proceso democrático de cambio de progreso, más unitario, constructivo, plural y reformador, en el marco de su actual recomposición.
O sea, la solución, de venir, vendrá de abajo y, en parte, de fuera de las élites partidistas actuales, y su liderazgo se renovará y fortalecerá en la medida que se impulse, regule y coordine esta combinación de la activación cívica, el arraigo social y la acción democrática y plural de todo el conglomerado alternativo con su gestión institucional. Y ello supondría, en tensión con la dinámica de debilitamiento y división de esta izquierda transformadora, con sus pugnas corporativas y sus implicaciones para la gobernabilidad de progreso, una renovación y recomposición de las estructuras partidarias, en un nuevo proceso de refundación, camino de un amplio frente cívico, unitario, democrático y popular.
Antonio Antón. Sociólogo y politólogo.
Fuente: https://rebelion.org/ensenanzas-y-perspectivas/