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Opinión | Salud mental: Locos productivos en el aula

Por: Andrés García Barrios

 

Ser calificado de productivo se ha convertido en el máximo galardón que la sociedad otorga a sus miembros pero, este «boom» de productividad ha sido uno de los detonantes de la epidemia de opioides.

Los millones de seguidores del filósofo esloveno Slavoj Žižek lo han visto más de una vez portando una camiseta en donde se lee la frase: I would prefer not to (Preferiría no hacerlo). No todos saben que esas palabras aluden a la frase que repite una y otra vez el protagonista de la brevísima novela Bartleby, el escribiente, del escritor norteamericano Herman Melville (universalmente conocido por otra de sus novelas, Moby Dick). Bartleby está traducida al español por Jorge Luis Borges, cuyo sólo nombre la recomienda.

Usted, estimada lectora, estimado lector, no se la puede perder (pensando en ello, le remito a una versión gratuita que está disponible en internet). Es una novela terrible. Trata sobre dos hombres: el narrador ─un jefe de oficina siempre apurado por lograr la máxima productividad de los empleados─ y Bartleby, uno de esos empleados, hombre taciturno que cumple su trabajo con eficiencia pero que, como él mismo dice, prefiere no hacer más de aquello para lo que fue contratado. “Preferiría no hacerlo”, repite una y otra vez.

Se ha querido ver en él un anarquista, alguien que se niega a hacer el juego al sistema; o un resistente pacífico, que desobedece sin agredir a nadie. Estas visiones, que lo idealizan, olvidan el deterioro que sufre el personaje a lo largo del texto. No es de ninguna manera un héroe; es un hombre que se encuentra en el límite de su capacidad de relacionarse con el mundo, y lucha por permanecer ahí pues más allá de ese límite todo se vuelve confuso para él. “Preferiría” no dar el mínimo paso hacia una zona de peligro a la que el jefe/narrador, hombre responsable, se ve orillado a jalarlo una y otra vez, no sin remordimientos: siendo también una persona sensible, el jefe no puede dejar de reconocer que él mismo es arrastrado a colaborar en algo que no quiere hacer: dañar a un semejante. Por eso, acaba lamentándose de lo que él y la sociedad entera le ha hecho a Bartleby: “Oh humanidad”, son las palabras con que acaba su narración.

Empecemos por reconocer que ser calificado de productivo se ha convertido en el máximo galardón que la sociedad otorga a sus miembros. Recuerdo la sorpresa que me llevé ya hace 15 años cuando por primera vez recibí, yo también de un jefe, la felicitación del 31 de diciembre con la frase: “Te deseo un feliz y productivo Año Nuevo”. Me quedé helado. Desafortunadamente, nunca he entendido (y me temo que empiezo así a manifestar rasgos bartlebyanos) el valor de la productividad como parte de los buenos deseos para otros y de los propósitos personales. Si yo fuera una máquina de tejer calcetines, lo entendería. Pero como humano que soy, siento que la frase ser productivo ni siquiera me describe como alguien que fabrica bienes útiles sino sólo como una especie de objeto que expide resultados. Se supone que yo entienda que “productividad” significa que esos resultados son al menos útiles y buenos, y que me sienta orgulloso de ello; pero la verdad es que la bienintencionada palabra no me dice que se espera de mi otra cosa que cantidad: cantidad de productos, resultados cuantitativos.

El lector, la lectora, se sorprenderán de a qué grado llega actualmente este boom de productividad: ¿han oído hablar de la epidemia de opioides (sustancias capaces de relajar a alguien prácticamente hasta el delirio, como la heroína y el fentanilo) que en Estados Unidos ha cobrado cientos de miles de muertos por sobredosis? Pues bien, según conocedores en materia de expansión del mercado de drogas, ese uso exagerado responde a la demanda social de detener la frenética carrera productiva actual, la cual arrancó hacia los ochentas y noventas del siglo pasado, por supuesto con su correspondiente droga asociada, la estimulante cocaína, tan acorde con aquella época como los tranquilizantes con la nuestra.

Por supuesto, la exigencia de productividad existe en todos los órdenes humanos, incluido el del pensamiento. Sobre éste habría mucho que decir. Está claro que a unos cuantos se les asigna el deber de pensar ideas que permitan que la sociedad opere de manera organizada para que la productividad llegue al máximo, y por supuesto que el circulo se cierre con el consumo de productos. Pero si bien las expectativas sobre la producción de este tipo de pensamientos son altas, de todos los seres humanos se espera que produzcamos al menos un tipo de pensamiento, ese que nos permite sopesar y elegir los beneficios de la obediencia. Pues bien, Bartleby apenas alcanza este mínimo nivel general, fuera del cual podemos pensar que no logra ningún otro pensamiento productivo. Más bien da toda la impresión de que, falto de otro asidero, gracias a su labor de “escribiente” (es decir, de encargado de copiar textos jurídicos), encuentra en las palabras que transcribe una especie de pensamiento artificial, una prótesis para sostenerse en el mundo del pensamiento productivo mientras el suyo propio se sumerge en quién sabe qué profundidades. Por eso, cuando el jefe le quita esa opción, Bartleby se hunde por completo (y lo hace de una de las maneras más tristes que reporta la literatura universal).

Ahora bien: si de maneras menos tristes volteamos hacia un pensamiento improductivo que sea mero vagabundeo, un soltar las riendas y dejar que las ideas nos lleven por donde ellas quieran, nos topamos con otro personaje de ficción, cuya vida completamente improductiva deviene en locura poderosamente rebelde.  Estoy hablando de Don Quijote de la Mancha, precursor del pobre Bartleby (este último, siendo un moderno y no un barroco como aquél, no tiene otra que ser mediatizado por la productividad y por el tipo de salud mental que la sociedad moderna sugiere). Hayamos leído o no la novela de Cervantes, todos sabemos que una de las técnicas preferidas del ingenioso hidalgo para su modo de vida, consiste en depositar una total confianza en el extravío, cosa que a veces aplica soltando las riendas para que su heroico y famélico corcel Rocinante tome el rumbo que desee. Pero hoy ─ese hoy que es el mismo que el del siglo XIX de Bartleby─, ¿cómo puede alguien soltar las riendas si no es un caballero andante que imita a caballeros andantes de un tiempo pasado, no sólo ya inexistentes sino que son, casi en total medida, personajes de ficción? Si Bartleby gastara sus horas de oficina imitando a antiguos amanuenses y en vez de copias jurídicas se pusiera a escribir textos sacros o poemas de amor cortés al más puro estilo medieval, quizás se salvaría. Aún si lo despidieran, podría salir a la calle a escribir en muros y a cantar sus versos… Pero no puede: como a todo ser humano moderno, se le impone un último rastro de responsabilidad productiva.

Bartleby está en el borde de la esquizofrenia. Mientras es tolerado por el jefe y mantiene su puesto en la oficina, se nos presenta como el último eslabón que sostiene al ser social que somos sobre el abismo infinito de la locura. Pero un pequeño empujón lo hará caer. Todos escuchamos el silencio que deja al despeñarse, y decimos: “Bien, se ha ido”, intentando cerrar el libro sin darle importancia… ¡Pero resulta que ese abismo es parte de todos nosotros, de cada uno de nosotros! Es entonces cuando escuchamos una voz que pregunta “¿Quién sigue?” y aterrorizados, nos alejamos de ese pozo sin fondo. Tomando las riendas de la productividad y su aliada la responsabilidad, volamos al galope con miedo infernal, y cuanto más lejos llegamos, más celebramos nuestro triunfo. ¡Pobre Bartleby!, seguimos diciendo, mientras el éxito y los premios nos deslumbran, y nos aferramos a ellos con el aplauso de todos, ponderando esa victoria como el verdadero fin de la vida humana y olvidando que en realidad venimos huyendo de algo que está en el centro mismo del pensamiento humano.

Olvidando a medias, porque ─siempre quijotescos─ inevitablemente regresamos a ese punto en que triunfar no nos es suficiente, y añoramos algo en lo que presentimos que está nuestro verdadero ser, nuestra profundidad auténtica. “La derrota tiene una dignidad que la ruidosa victoria no merece”, nos dice el mismo Jorge Luis Borges, sin alejarse del tema que también tradujo en Bartleby.

*

Un grupo de psiquiatras de la Universidad de Granada, España, nos dan información reveladora, y espeluznante para quienes habitamos grandes centros urbanos, en los cuales se enaltece al “individuo y sus realizaciones materiales”. Tras afirmar que estas realizaciones “son ideales que los esquizofrénicos en general no consiguen alcanzar” pues carecen de “los medios internos para desempeñar los roles que la sociedad les exige”, dichos expertos citan un estudio de la Organización Mundial de la Salud (OMS) que explica que la esquizofrenia tiene una evolución mucho más favorable en “contextos socioculturales menos favorecidos”; es decir, en contextos en los cuales “hay más énfasis en la colectividad y menos en los individuos”. Estos entornos podrían resultar “en menos sufrimiento existencial, pues en ellos disminuye la presión social por tener éxito y ser normal”.

Creo que esto no se aplica sólo a los esquizofrénicos. Me atrevería a decir que todas las denominadas “enfermedades mentales” tienen que ver con lo que la sociedad exige de nosotros. Ya he hablado un poco de esto en un artículo anterior sobre las supuestas “discapacidades” y diferencias. Tocando ahora una de las condiciones más comunes en nuestros tiempos ─la depresión─, está claro que ésta se asocia con inutilidad para el trabajo y las labores cotidianas, con falta de concentración y dificultad para tomar decisiones, con metas no alcanzadas y con culpabilidad por aquello en lo que uno ha fallado. En la depresión, el sujeto mismo continuamente se mira como desde afuera, juzgándose.

Tendríamos que preguntarnos si al describir la condición llamada trastorno mental no nos estamos sólo refiriendo a la escasa capacidad que tienen los enfermos para actuar como los sanos mentales esperamos que lo hagan, sin tomar en cuenta lo que ellos mismos consideran sus capacidades. ¿De verdad no tiene nada que aportar al mundo alguien que suelta la rienda? (“Para ir a donde no sabes tienes que ir por donde no sabes”, decía acerca de su propia experiencia el místico San Juan de la Cruz, creador de una de las obras poéticas más sublimes de todos los tiempos). ¿No somos los actores productivos quienes, con nuestras exigencias, acabamos empujando a los esquizofrénicos, depresivos, bipolares, obsesivos/compulsivos y otros diagnosticados por el estilo, a un sitio en que dejan de aportar por completo y se sumergen en esa “sintomatología” tan bien descrita en todos los estudios psiquiátricos: ausencia de autoestima, aislamiento, soledad, angustia, sensación de vacío? ¿Son estos realmente síntomas de locura o son más bien las reacciones de algunas personas ante el trato que reciben por su forma de ser y sus preferencias?

El sentido de la vida ¿de verdad está adelante y no al fondo? ¿Estará de verdad en producir y no en sólo en escuchar y contemplar? Kant decía que es más inteligente quien más tolera la incertidumbre. ¿No serán los locos seres singularmente inteligentes a los que sin embargo queremos obligar a que nos reporten sus hallazgos de forma productiva y responsable?

Mi pregunta de fondo es: en esta sociedad en que tantos nuevos problemas parecen irresolubles, donde el escepticismo cae sobre la población como nunca antes, ¿no será momento de cuidar de las locuras de los locos ─lo mismo que de la genialidad de las personas autistas─, en las cuales quizás se resguardan soluciones insospechadas que un día ellos estarán listos para compartirnos?

Pensando en nosotros como maestros y líderes educativos, ¿no sería nuestra primera responsabilidad reducir la presión sobre la productividad de nuestros alumnos, sobre la responsabilidad y los valores basados en el desarrollo individual y la competencia, no sólo para prevenir el desbordamiento de quienes están justamente en el borde, sino para poder aprovechar todas esas llamadas locuraspensamientos sin sentidofantasías improductivas y miradas disruptivas que surgen del ocio y que quizás profetizan soluciones a problemas que ni siquiera las ciencias de la complejidad pueden resolver?

Nunca olvidemos que, así como un buen líder hace avanzar a su grupo a la velocidad del más lento, el buen maestro cuida el paso del que parece el más rezagado, respetuoso del infinito valor que lleva dentro.Y siempre recordemos que,mientras intentamos inútilmente menospreciar el modo de vida de los extraviados, grandes sabios sueñan con una vida de vagabundeo, como si en ella se guardaran secretos que ningún conocimiento puede darnos. Diógenes, el antiguo griego que habitaba entre la basura y vivía en un barril, era considerado la persona más sabia de su tiempo, y el notable físico cuántico Carlo Rovelli ─del que se ha dicho que es el nuevo Stephen Hawking─ expresa que si de verdad pudiera vivir la vida que desea, sería vagabundo. Admitamos que es algo que todos de alguna forma soñamos, intuyendo que la pérdida de toda responsabilidad y toda productividad no implica la pérdida de sentido, y que quizás incluso sea algo más acorde con la demanda de nuestros tiempos, hartos de una productividad desenfrenada, la cual por ahora parece tener como única solución esos verdaderos sueños de opio que también en nuestro país corren el riesgo de convertirse en crisis de opioides.

Fuente de la información e imagen:  https://observatorio.tec.mx

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El valor del trabajo

Un aporte esencial para la comunidad, pocas veces apreciado como corresponde

Es importante vigilar de cerca las relaciones laborales bajo la pandemia.

La nueva forma de productividad ha venido a trastornar uno de los aspectos básicos de la vida humana: el trabajo. En este año y medio se ha producido un cambio profundo, no solo en el acceso al empleo –y todo lo que eso implica en términos de subsistencia- sino también en las relaciones laborales, ya desde siempre complicadas y frecuentemente rayanas en la injusticia; pero, sobre todo, en las estructuras sobre las cuales se sostienen la legalidad y legitimidad del trato entre las partes: es decir, entre quienes ofrecen su aporte en experiencia, conocimiento y esfuerzo físico, y quienes pagan por ello.

En estos meses ha quedado evidenciada la elasticidad de esos contratos. La necesidad de obtener los medios para subsistir ha llevado a millones de seres humanos a replantearse el valor de su aporte. De ahí surge un nuevo estilo de relación laboral, de acuerdo con el cual los nuevos métodos de trabajo en línea –gracias a las facilidades tecnológicas actuales- han sustituido, en algunos casos de manera definitiva, el esquema presencial al cual estábamos totalmente acostumbrados. Sin embargo, en esta nueva modalidad se establece una relación cuyas características vulneran el trato justo que debería primar entre las partes.

Se entiende de manera tácita que trabajar gratis y no pagar por el trabajo son dos extremos que se tocan. En ambos hace falta un elemento fundamental: la ética. Dado que el trabajo es una forma de intercambio a través del cual una persona entrega su energía, experiencia y conocimientos a cambio de una retribución económica, ofrecerlo sin ella por temor al despido, lo devalúa y traiciona la esencia del contrato. Esto sucede cada vez con mayor frecuencia en el nuevo esquema, al hacerse evidentes un par de elementos capaces de degradar la relación: el miedo a perder el empleo, por un lado; y la certeza sobre el poder para abusar, del otro.

Es importante reflexionar sobre la complejidad de esta relación productiva entre personas y entidades de diversa índole. Las actividades laborales, cualesquiera sean sus características, implican mucho más que el esfuerzo puntual para realizar una tarea. Detrás de ese acto hay tiempo invertido en la elaboración y transformación de los elementos indispensables para alcanzar un grado de desarrollo y eficiencia determinados; por ello, al dar ese esfuerzo de manera gratuita se cae en un acto de minusvaloración, aceptando que aquello que hacemos bien, no vale nada. Este esquema aplica de manera específica en los casos cada vez más numerosos del trabajo desde el hogar, para el cual la definición de horario laboral se pierde en una mezcla indeseable con el derecho a la privacidad doméstica, mezclándolo todo.

La obligación de ganarse la vida trabajando podría considerarse una maldición bíblica, sobre todo cuando –como sucede cada vez con mayor frecuencia- el esfuerzo es mucho mayor que la recompensa, o también cuando el trabajo incumple la premisa romántica de dignificar a quien lo realiza. O, para ir un poco más cerca de la realidad, cuando representa una forma de violación de ciertos derechos fundamentales de la persona. Esto último comienza a predominar e invadir espacios laborales antes regulados por un sistema de garantías legales, el cual en estos días comienza a perder su incidencia. La vigilancia de estas relaciones se percibe como una medida de urgencia durante la emergencia sanitaria, en donde la explotación laboral –incluido un desprecio injustificado por el esfuerzo de quienes aportan su experiencia y conocimientos- es la modalidad de los nuevos tiempos.

@carvasar

El valor del trabajo

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Libro (PDF): Investigadoras en la UNAM : trabajo académico, productividad y calidad de vida

Reseña: CLACSO

La implementación de los sistemas de estímulos económicos por rendimiento académico introdujo modificaciones sustantivas en las formas de trabajo y en la cultura laboral en la Universidad. En este libro las autoras analizan cómo se articulan las lógicas de la productividad, que provienen de dichos sistemas, con la condición de género, para crear diferencias sutiles que profundizan, aún más, las desigualdades ya existentes entre investigadores e investigadoras de la UNAM.

 

Autor/a:                               Gutiérrez Domínguez, Luis Fernando – Mendoza Villavicencio, Hermelinda – Flores Garrido, Natalia Rosete Mohedano, Guadalupe – Tena, Olivia – Valero Arce, Verónica –  González Pérez, Gema Liliana – Muñoz Ramírez, Adriana Laura – López Guerrero, Jahel – Olivos Santoyo, Leonardo – Ordorika Sacristán, Teresa – Castañeda Salgado, Martha Patricia – Orozco Pimentel, Mariana – Castañeda Salgado, Martha Patricia – Compilador/a o Editor/a  Ordorika Sacristán, Teresa – Compilador/a o Editor/a
Editorial/Editor: Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades
Universidad Nacional Autónoma de México
Año de publicación:  2015

 

País (es): México 
Idioma: Español
ISBN : 978-607-02-4136-9
Descarga:   Libro (PDF): Investigadoras en la UNAM : trabajo académico, productividad y calidad de vida
Fuente e imagen:

http://biblioteca.clacso.edu.ar/
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El futuro híbrido del capitalismo entre el teletrabajo y el fin de la oficina… o del trabajo

Por: Eduardo Camín*

 

No podemos entender nuestra época si no tenemos una idea clara de lo que constituye el argumento de su vida colectiva. Es cierto que cada tiempo tiene sus creencias, frecuentemente desconocidas: sus pretensiones profundas, no siempre manifiestas, sus grandes temas, sus palabras preferidas y reveladoras. Todos esos rasgos componen lo que podríamos llamar las características de una época, que expresan ciertas ideas. Y es, justamente una de esas “viejas ideas actuales” a la cual nos referiremos: la noción del teletrabajo.

Algunos textos de la Organización Mundial del Trabajo (OIT) ya manejaban la idea del teletrabajo, la que comenzó a suscitar interés con la crisis del petróleo en el decenio de 1970. Al dispararse el precio del petróleo, se encarecieron los costos del desplazamiento diario entre el domicilio y el lugar de trabajo además de plantearse otras dificultades.El teletrabajo también nos puede enfermar | Bioguia

El problema del aprovisionamiento futuro de petróleo suscitaba una creciente preocupación y se temía que su precio nunca bajaría. En este contexto, se consideró que el teletrabajo podía ser la solución: las personas trabajarían a domicilio o en un telecentro cerca de su domicilio a fin de evitar los gastos elevados de combustible para el transporte hasta el lugar de trabajo y reducir los gastos de calefacción y climatización de los locales de oficina.

La crisis del petróleo se resolvió rápidamente, pero se siguió mostrando interés por el teletrabajo, que empezó a promoverse como un medio de lograr otros objetivos deseables para las empresas y los trabajadores, como mejorar el equilibrio entre la vida privada y la vida profesional, mejorar la moral de los trabajadores y aumentar la productividad.

El progreso continuo de las Tecnologías de la Información y de la Comunicación (TIC), que facilitan el trabajo, distribuido a menudo en zonas geográficas remotas (inclusive entre fronteras) fue un factor decisivo en la expansión del teletrabajo.

Por lo tanto, el trabajo a domicilio es una realidad antigua, anterior incluso a la emergencia de la organización fabril dentro del capitalismo. Pero su incidencia en las últimas tres décadas muestra que es un escenario productivo renovado, que se reafirma en sectores hasta hace años esquivos y, también, en áreas noveles para la economía globalizada.

Qué son las "oficinas secretas" y cómo son una alternativa al teletrabajo en crisis como la del coronavirus - BBC News MundoComo muestra de este desarrollo podemos citar los estudios comparativos desarrollados por la OIT durante la década pasada, que dieron como resultado el Convenio 177 Sobre Trabajo a Domicilio, en el año 1996. Según esa normativa, la persona denominada como trabajador a domicilio está en condiciones de designar un sitio productivo, que puede ser su domicilio u otros locales que escoja, siempre distintos a los lugares en donde se halla el empleador.

Además, se admite que el propósito del vínculo laboral es la realización de un producto o, también, la prestación de un servicio, siempre conforme a las especificidades que imponga el empleador, pero con independencia de quien proporcione los equipos de trabajo. Con la única salvedad, si bien ambigua en su expresión, de serlo siempre y cuando la persona no sea autónoma ni independiente económicamente, según lo consideren la legislación nacional o las decisiones judiciales.

¿Cómo se vislumbra la próxima normalidad?

Mientras un mundo cansado de la pandemia comienza a volver a los lugares de trabajo, hay quienes basados en las nuevas/viejas rutinas auguran el final de la oficina física tal como la conocemos. Incluso antes del Covid-19, muchas empresas estaban explorando la posibilidad de transformar sus carteras de oficinas, o incluso habían iniciado esta transformación.

No cabe duda de que trabajar exclusivamente desde casa ha abierto a muchos los ojos sobre la posibilidad de desarrollar su actividad laboral con éxito desde cualquier lugar. La realidad es que esta tendencia hacia una modalidad de trabajo más flexible, ahora se está acelerando como consecuencia de la pandemia. Sin embargo, las experiencias y las dinámicas características de las oficinas físicas siguen teniendo demanda, mientras los empresarios diseñan estrategias para dar soporte a una plantilla más dispersa.COVID-19: ¿Cómo gestionar el protocolo para regresar a la oficina? – Grupo Datco

Posiblemente, a corto plazo, la experiencia del trabajo en la oficina incluirá procedimientos y protocolos más estrictos para proteger la salud y seguridad de los trabajadores. En ocasiones, estas medidas de seguridad pueden limitar la sensación de colaboración y conexión social que suelen generar las oficinas.

Al incluir los desarrollos modernos de esta modalidad de trabajo a distancia, se especifica que el producto puede llegar a ser un servicio que estará configurado por el interés del empleador, sin que ello afecte al hecho de quién es el propietario de los equipos que se utilizan en el desarrollo de la tarea.

Este es un elemento de contundente ruptura con los regímenes de interpretación anteriores sobre esta forma modernizada de trabajo a domicilio, ya que en ellos no se contemplaba la idea de un servicio como resultado de la tarea, y mucho menos que los medios dispuestos para su realización pudieran ser propiedad del trabajador. Ambas condiciones generalmente eran impuestas como elementos determinantes de la situación de autonomía, y no de dependencia, en el vínculo contractual.

Sin embargo, esas especificaciones integradas a la nueva normativa internacional también admiten entre sus límites el hecho de que tales manifestaciones puedan considerarse de un modo autónomo en el vínculo contractual, con la correspondiente pérdida de garantías protectorias de las relaciones de dependencia.

La pregunta es, entonces, quién determina si existe una u otra situación contractual; la respuesta está en la propia normativa, según la cual se admite la predominancia de los regímenes nacionales que contemplen ese particular y, si no, en la propia jurisprudencia que atienda contiendas sobre uno u otra planteadas a partir de la relación de trabajo.

Un futuro «híbrido»

Trabajo Remoto o Teletrabajo: Ventajas y desventajas.La oficina física seguirá siendo, un componente esencial del lugar de trabajo híbrido, puesto que actuará como el centro neurálgico que conecta a unas plantillas más dispersas con sus empresas.

En el futuro, nuestro trabajo y nuestros lugares de trabajo sintetizarán lo mejor de lo que puede ser el teletrabajo y lo que debería ser el trabajo en oficina. Como el teletrabajo tiene más que ver con la organización del trabajo que con una modalidad de empleo o una nueva categoría profesional —aunque es posible que las facilite—, pocos países llevan a cabo una recopilación sistemática de estadísticas oficiales para hacer un seguimiento y medición.

Debido a las múltiples modalidades de trabajo y empleos a las que se aplica el término, identificar y determinar la prevalencia del teletrabajo es una tarea difícil que se puede comparar con medir una banda elástica, ya que su longitud depende totalmente de cuánto se estire.

También se ha señalado la dificultad de sacar conclusiones de las diferentes fuentes gubernamentales de datos sobre el trabajo realizado a domicilio: Quizás la mayor enseñanza que hemos extraído de la experiencia de teletrabajo durante la pandemia sea que los trabajadores realmente desean elegir cuándo, dónde e incluso cómo trabajan, y disfrutan de ese poder de elegir.

Esta preferencia por la libertad de elección ya estaba adquiriendo fuerza mucho antes de la llegada del Covid-19. El hecho que tengan capacidad para elegir no significa que los empleados vayan a pedir teletrabajar todo el tiempo. Encuestas recientes indican que la mayoría de los trabajadores quieren trabajar en la oficina como mínimo dos o tres días a la semana.

La oficina continúa siendo un lugar de trabajo deseado porque ayuda a los empleados a lograr un mayor nivel de colaboración e innovación con sus compañeros. Los días reservados para tareas que no precisan interacción con los compañeros en la oficina pueden dedicarse al teletrabajo, lo que permite una mejor conciliación de la vida laboral y personal de los trabajadores.

Unos espacios físicos bien situados, con un diseño muy cuidado y habilitados para el uso de la tecnología —junto con la capacidad de elegir cuándo y cómo usarlos— reportarán -dicen expertos- excelentes resultados en materia de productividad y compromiso tanto a los empleados como a los empresarios.Gestión de turnos de trabajo: Teletrabajo vs. reapertura de la oficina - Factorial

Las oficinas físicas que hacen un uso avanzado de la tecnología serán más necesarias que nunca para adaptarse a los nuevos ritmos de una fuerza laboral híbrida. Es probable que el espacio de oficinas se reinvente para crear experiencias mejoradas en las que los participantes presenciales y a distancia se comuniquen y colaboren de una forma más eficaz.

Conforme evolucionen rápidamente para responder a esta nueva demanda, los lugares de trabajo físicos serán un centro neurálgico que trabajará juntamente con nodos a distancia (los hogares de los trabajadores, oficinas remotas, sucursales, etc.) para orquestar un esfuerzo híbrido que contribuya de la forma más eficaz a la consecución de objetivos culturales y de negocio.

Mas allá de la oficinas… el trabajo

La experiencia colectiva con el Covid-19 ha abierto un nuevo mundo de posibilidades en el lugar de trabajo y ha cambiado notablemente la relación entre los trabajadores y su lugar de trabajo. Sin embargo, así como las ciudades han resistido guerras, crisis económicas e incluso pandemias, también lo podrán hacer las oficinas. En muchos sentidos, las personas buscan en las oficinas lo mismo que quieren encontrar en las ciudades: interacción humana y experiencias diversas.

Solo el tiempo dirá si la experiencia del Covid-19 alterará fundamentalmente la forma en que los trabajadores y las empresas se reúnen y las ciudades y las sociedades evolucionan. No sabemos si descubrimientos futuros —como vacunas, fármacos antivirales o nuevas formas de protección— desacelerarán o acelerarán las fuerzas que han definido los últimos meses de nuestras vidas laborales.

Hay un pequeño detalle que ensombrece este idilio. Sólo este año se espera que van a desaparecer, de forma neta, 3,4 millones de empleos en todo el mundo. Por lo tanto, las dudas prevalecen y muchos expertos de diversos ámbitos están en alerta ante la falta de capacidad de reinvención del mercado laboral.

El mundo empresarial —lleno de oficinas— se prepara para una avalancha de insolvencias en lo que queda de año como consecuencia del impacto de la crisis del coronavirus. La agencia de calificación crediticia Moody’s, por su parte, ya adelantó a principios del semestre que un alto porcentaje de empresas a las que analiza de forma habitual corren el riesgo de sufrir una caída de rating en un plazo máximo de 18 meses y alertó del posible repunte de las insolvencias, así como del fuerte incremento de la deuda de las empresas.

Con este panorama sobre la mesa, la aseguradora de crédito advierte que «la profundidad y duración de esta recesión vendrán determinadas por la capacidad de las distintas economías para gestionar las regulaciones sanitarias, evitar los confinamientos y desarrollarse en un contexto de distanciamiento social»

Pero las buenas oficinas del futuro harán lo mismo que hacen las buenas oficinas hoy en día: serán el centro neurálgico de los elementos y las experiencias humanas que la tecnología no puede proporcionar: relaciones, trabajo en equipo, química y cultura.

*Periodista uruguayo acreditado en ONU-Ginebra. Analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)

Fuente e imagen: https://www.surysur.net/el-futuro-hibrido-del-capitalismo-entre-el-teletrabajo-y-el-fin-de-la-oficina-o-del-trabajo/
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Hesíodo: “La educación ayuda a la persona a aprender a ser lo que es capaz de ser”

04 de Febrero 2018/Fuente y Autor: nuevatribuna

Sin ningún tipo de dudas una buena formación profesional es imprescindible para encontrar un empleo, garantizar un servicio correcto y un trabajo de calidad. Las exigencias en este terreno son cada vez mayores.

La Comisión Europea nos recuerda a los españoles un aspecto muy relevante sobre nuestro sistema educativo cuando señala en su Recomendación número 12 del Consejo, relativa al Programa Nacional de Reformas de 2016 de España:

“El cada vez más rápido cambio que la composición sectorial del empleo en España viene registrando desde 2008 se ha visto acompañado por un aumento de la inadecuación de las cualificaciones. El bajo nivel general de cualificación dificulta la transición hacia actividades de mayor valor añadido y mina el crecimiento de la productividad. A pesar del gran número de personas con estudios superiores, la oferta no está suficientemente adaptada a las necesidades del mundo laboral” (Libro Blanco sobre el Sistema de Formación en el Trabajo CEOE 2017).

El 46% de la población española entre 25 y 64 no supera la calificación equivalente a la enseñanza secundaria, frente  el 25% de la UE21. Sólo Malta y Portugal están por detrás de nosotros.

En 2016 el World Economic Forum, en su Índice de Capital Humano que mide el grado de aprovechamiento del capital humano desde la relación del sistema formativo y el mercado de trabajo de los países, señala que España figura en el penúltimo lugar de los miembros de la Unión Europea, por detrás de Rumanía o Portugal.

Entre 2012 y 2016 los excedentes de los presupuestos de FPE de gestión estatal no destinados a formación han ascendido a más de 1.000 millones de euros, a los que habría que añadir los importes no ejecutados en las CCAA. Mientras el resto de países de la Unión Europea  intensifican sus esfuerzos por adaptar las cualificaciones y competencias de su población a las exigencias de los cambios del sistema productivo, en España, por primera vez en más de una década, ha descendido el porcentaje de personas que realizan actividades de formación permanente. Ha descendido también la proporción de jóvenes y mujeres que realizan cursos de formación y más de 100.000 PYMES han abandonado el sistema de bonificaciones a la formación, que experimenta un descenso continuado desde 2013.

A pesar de estas evidencias, del enorme paro juvenil que padecemos, de saber que en el futuro inmediato el 50% de los nuevos empleos exigirán conocimientos de formación específica, así como de que la mayoría de los actuales empleos se transformarán y tendrán que adaptarse, en España la formación, y en particular la formación profesional, sigue estando muy lejos del centro del debate social, de las preocupaciones y de la acción de nuestras organizaciones políticas. Muy lejos también de la importancia que hoy debería tener en las relaciones laborales y en la negociación colectiva en las empresas y los sectores.

Los cambios en la estructura económica de nuestro país han llevado de forma continuada a un aumento importante de los empleos en el sector servicios, especialmente en el relacionado con el turismo, la gastronomía y la hostelería en general, en detrimento de otros sectores como el de la construcción o la industria pesada, que si bien están recuperando empleo, difícilmente alcanzará los niveles de la primera década del siglo veintiuno.

Algún analista del mundo de trabajo indicó hace ya varios años que España había pasado de ser el país de las grúas al país de las terrazas y los hoteles. No le faltaba razón.

Muchas personas conscientes de estos cambios están optando por los cursos y máster relacionados con los idiomas y el turismo, que se encuentran dentro del Top5 de formación más demandada, como así atestigua el estudio realizado por el comparador de cursos TopFormacion.

Para poder seguir elevando el nivel de competitividad y productividad de nuestra economía es imprescindible una formación profesional de calidad. El sector educacional es un termómetro de lo que las empresas piden y, el estrenado segundo puesto mundial por número de turistas de nuestro país, se ve reflejado en la demanda de cursos relacionada con esa temática. El estudio está realizado entre 250.000 solicitudes de información de alumnos potenciales que es el número de futuros alumnos que generó el comparador de cursos el año pasado.

Es muy importante a la hora de comenzar una formación, bien sea por primera vez o bien como consecuencia de un proceso de reciclaje profesional o laboral, conocer previamente nuestros intereses, capacidades y posibilidades de encajar en la actividad laboral que queremos desarrollar. Por ello la orientación en la formación de formadores expertos es clave para acertar en ese proceso y no realizar cursos simplemente para acumular títulos o acreditaciones que posteriormente no vamos a utilizar.

TopFormacion facilita a sus usuarios un software denominado Test Vocacional que le ayudará a encontrar y valorar las propias aptitudes para las que, con una serie de preguntas sencillas que no lleva más de un par minutos, se podrán orientar aquellas personas que todavía no tengan completamente definida su formación. Una vez indicas el nivel de formación que tienes hasta el presente, el año de nacimiento el sector o actividad en la que en principio consideras apropiado estudiar entre un lista exhaustivo de veinte posibilidades, el test vocacional te pregunta donde deseas realizar la formación, cómo deseas realizarla y cuáles son tus posibilidades económicas para acceder a la misma. Hay que tener en cuenta que existen numerosas vías para a través de diferentes programas de apoyo y subvención a la formación acceder a condiciones económicas favorables que te posibiliten la misma.

La formación orientada al empleo debe tener en cuenta, como comentábamos al principio de este artículo, aspectos fundamentales como la evolución del empleo que se está creando en nuestro entorno o en la zona donde deseemos vivir, la definición de los sectores en crecimiento y las demandas que diariamente realizan los servicios públicos y privados de empleo que demandan puestos de trabajo a través de los sistemas tradicionales y las páginas webs especializadas.

Si bien de forma desigual por sectores y zonas de nuestro país en los últimos años se está creando nuevamente empleo, sin duda en peores condiciones salariales y sociales que antes de la crisis, pero cabe esperar que la incorporación de nuevos trabajadores bien formados y capacitados servirá también para dar un impulso importante en la recuperación de los niveles salariales que garanticen que un puesto de trabajo esté bien pagado.

Fuente de la noticia: http://www.nuevatribuna.es/articulo/economia-social/educacion-ayuda-persona-aprender-ser-es-capaz-ser/20180130122854147925.html

Fuente de la imagen: http://www.nuevatribuna.es/media/nuevatribuna/images/2018/01/30/20180130123636409

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¿Cómo invertir en educación? Sí, pero no así

17 de enero de 2018 / Fuente: https://compartirpalabramaestra.org/

Por: Mary Simpson

Para tener mayor inversión en educación es fundamental que nuestra productividad sea mayor. 

El indicador “porcentaje del Producto Interno Bruto (PIB)” es una manera de saber que tanto aportan los países en relación con su producto interno bruto a algún sector. Por supuesto el PIB de cada uno de estos países es diferente, pero sí podríamos decir que es un indicador justo con la capacidad del país en cuestión: nuestros gastos deben guardar relación con los ingresos.

Para educación, por ejemplo, de acuerdo con datos del Banco Mundial, en promedio en el mundo el gasto público en educación es del 4.7% del PIB, para el año 2013. Si lo observamos por países, por ejemplo en Finlandia este es del 6.8% del PIB en 2016, mientras que en Colombia es el 5%. En Argentina y México dedican el 5.1% de su PIB a educación, casi el mismo esfuerzo que Colombia. Chile dedica el 4.2%, mientras que Perú el 3.2%. Bolivia el 6.8% y Jamaica el 6.1%. ¿Qué podemos concluir de este conjunto de cifras?

Para tener mayor inversión en educación es fundamental que nuestra productividad sea mayor, por un lado. Pero por otro, es fundamental conocer CÓMO estamos realizando ese gasto, es decir en QUÉ. No es lo mismo tener un monto definido y hacer mercado de solo golosinas que hacer un mercado con productos balanceados que respondan a la dieta que nuestro cuerpo necesita para estar sanos. ¿Es la canasta del gasto en educación en Colombia la más indicada?

Una de las vías para romper el círculo vicioso de que seremos más productivos si tenemos una mejor educación, pero para tener una mejor educación es necesario tener más inversión, es que este gasto o inversión sea cada vez de mejor calidad. Es decir que responda a la dieta que necesitamos. Así que la pregunta a hacernos en este momento, antes de pensar en más recursos, es cómo los estamos usando.

Fuentes:

http://www.telesurtv.net/news/Conozca-los-paises-que-mas-invierten-en-ed…

https://datos.bancomundial.org/indicador/SE.XPD.TOTL.GD.ZS

https://www.youtube.com/watch?v=ryVunLp7Tao

Fuente artículo: https://compartirpalabramaestra.org/blog/como-invertir-en-educacion-si-pero-no-asi

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Nicaragua: “Los niveles de productividad de CA se mantienen muy bajos”

Nicaragua / www.elnuevidiario.com.ni / 13 de Diciembre de 2017

Alberto Mora. El coordinador de investigación del organismo de Costa Rica Estado de la Nación plantea que es necesario actuar de manera simultánea en la transformación y modernización de la estructura productiva de la región y en elevar el nivel educativo de la población.

La productividad  del mercado laboral  en Centroamérica es heterogénea. Si se mide ese indicador por lo que produce cada trabajador en promedio. Panamá y Costa Rica alcanzaron en 2014  los niveles más altos con US$29,006 y  US$24,543.4, respectivamente, mientras que Honduras y Nicaragua  registraron  los niveles más bajos con US$5,688.48 y  US$3,988.

Así lo expone Alberto Mora, coordinador de Investigación del Informe Estado de la Región, de la organización costarricense Estado de la Nación, quien conversó con El Nuevo Diario sobre la productividad laboral, los retos que enfrentan la región y las estrategias a implementar.

Mora hizo hincapié en que no se puede exigir mayor productividad cuando el  60% de la fuerza de trabajo de la región tiene seis años o menos de educación.

“¿Que niveles de productividad le podemos pedir a un trabajador con tan bajo nivel educativo?”, cuestionó.

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¿Cómo definen ustedes la productividad?

Aunque hay otras definiciones para evaluar la  productividad, el indicador  que nosotros estamos utilizando tiene que ver con el Producto Interno Bruto por trabajador. A mayor Producto Interno Bruto (PIB)por trabajador, pues mayor nivel de productividad. El indicador que utilizamos se refiere específicamente a lo que tiene  que ver con la productividad en el mercado laboral.

¿Qué indica eso para un país?

Indica que cada trabajador en promedio está logrando generar un valor mayor en términos de producción de bienes y servicios. Si todos los trabajadores produjeran lo mismo en un país determinado, por ejemplo, el caso de Panamá, cada trabajador estaría aportando US$25,000 al año al PIB.

Es una medida que se utiliza internacionalmente para evaluar la productividad pero, por supuesto, hay otras medidas que tienen que ver más  con el análisis de una industria  o con una empresa específica que permitiría conocer más en concreto el desempeño y aporte que hacen distintos trabajadores o áreas de una empresas a la producción.

  • “El capital humano es más importante que los recursos naturales”

¿Cuáles son los factores QUE intervienen en la productividad?

Tiene que ver con otros aspectos también que trascienden el ámbito laboral, por ejemplo: trámites, ya sea para exportar un producto, para inscribir una empresa y el tiempo que requiere realizarlos. Además tiene que ver con el estado de la infraestructura; los tiempos que requiere y los costos que implica la movilización de personas y bienes; el paso de la frontera, la modernización de las aduanas.

Todos esos aspectos tienen que ver con la productividad, al igual que elementos más directamente vinculados con  la producción, como por ejemplo, la calidad  y estabilidad con la que se brindan los servicios de agua, electricidad y telecomunicaciones.

¿Cuándo se considera que un país enfrenta una baja productividad?

Lo  que nosotros hemos venido señalando en los informes del Estado de la Región es que en Centroamérica, si bien hemos logrado cierta recuperación en nuestros niveles de crecimiento económico, después de la crisis de 2008-2009,  nuestros niveles de productividad se mantienen muy bajos, no han variado de manera significativa, durante los últimos años y los países que tienen mejor desempeño, Costa Rica y Panamá tienen niveles inferiores a US$30,000 por trabajador al año, que es más o menos el promedio de América Latina, una región que no destaca a nivel internacional por sus niveles de  productividad en el mercado laboral.

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¿Cuál es la relación entre la productividad y el envejecimiento poblacional?

Las sociedades centroamericanas se están envejeciendo, aunque los países que están más avanzados en ese proceso de transición y sobre todo de envejecimiento, son Costa Rica y Panamá que acaban el período de bono demográfico  en 2020.

En otros países el proceso avanza de igual manera a un ritmo un tanto distinto, pero en la misma dirección, ¿qué es lo que sucede? Para el momento que tengamos poblaciones envejecidas, como la que hoy existe en países europeos y Japón, quienes estén activos en el mercado de trabajo van a tener que ser altamente productivos, tendrán que generar un aporte al PIB muy alto para poder soportar a una población que va a estar inactiva, sobretodo porque van a ser adultos mayores.

Con este nivel de productividad que tenemos y con el lento avance, en el mejor de los casos, que estamos teniendo en este indicador, no estamos preparándonos para enfrentar los retos  de esa transición demográfica, que son retos para los países.

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En Guatemala el bono culmina en 2050, pero para el resto de los países como  El Salvador  acaba en 2035, Nicaragua y Honduras en  2040, entonces estamos hablando de márgenes de maniobra que cada vez se vuelve más estrecho para realmente elevar estos niveles de productividad y emprender las transformaciones que permitan avanzar en este indicador.

¿Las estructuras productivas condicionan la productividad?

En la mayor parte de la región continua todavía concentrada en actividades de bajo valor agregado, mucho relacionado con la agricultura y actividades informales y esto requiere ser revisado para aprovechar oportunidades del mercado internacional, del mercado local, e intrarregional para emprender dinámicas productivas que nos permitan tener productos de mayor valor agregado, porque estos productos son los que nos van a permitir avanzar en materia de productividad.

Para lograr esa escala también es importante  elevar el nivel educativo de la fuerza de trabajo.  En Centroamérica a nivel regional, cerca del 60% de la fuerza  de trabajo tiene seis años o menos de educación, ¿que niveles de productividad le podemos pedir a un trabajador con tan bajo nivel educativo?

Es necesario actuar de manera simultánea en la transformación y modernización  de la estructura de nuestros países y en lograr elevar el nivel educativo de la población acorde con los requerimientos  con estas  actividades que deberíamos estar visualizando.

¿Cuáles son las barreras para incrementar la productividad?

Hay algunos problemas de carácter estructural que podrían estar limitando la productividad, por ejemplo en la mayor parte de la región las políticas de fomento a la producción se han restringido casi de manera exclusiva a la promoción de las exportaciones y a  la atracción del turismo y la inversión extranjera directa  y esto no debe ser así porque también hay  otras oportunidades que son muy relevantes para nuestros países, como la producción para en el mercado interno, que en la coyuntura de la crisis económica mundial nos permitió en otros países mitigar el impacto  de la contracción en las remesas, exportaciones en los flujos de inversión extranjera directa. Entonces, la producción para el mercado local debería  ser parte de las apuestas productivas.

También hay otros problemas como el cortoplacismo en las apuestas  de política pública de parte de los Estados, sino también por parte del sector privado.

¿Qué estrategias se deberían adoptar desde el sector público y privado?

Desde el sector privado es fundamental generar espacios de diálogo, intercambio y coordinación con el Estado, tanto para plantear sus perspectivas, apuestas productivas y qué es lo que van a necesitar del Estado para llevar a cabo esos emprendimientos productivos, relacionando con infraestructura, servicios públicos y perfil educativo de recurso humano que van a  necesitar para desarrollar esos proyectos.

De parte del Estado, se requiere un análisis mucho más claro de  cuáles son las oportunidades que los países tienen de cara al mercado global, pero también al local, en la  prestación de servicios, en la producción de alimentos, pero ya no pensando en alimentos frescos, sino darle valor agregado a incluso a algunas exportaciones que podría avanzar a productos agroindustriales, será una  forma de avanzar en las cadenas de valor  y generar mayores posibilidades de mejorar la productividad.

Fuente: http://www.elnuevodiario.com.ni/economia/449253-niveles-productividad-ca-se-mantienen-muy-bajos/

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