Por Carolina Mangini
Carmen Albana Sanz nació y vivió su infancia en el barrio Borro. Su niñez fue muy dura, con padres ausentes y en un entorno que no paraba de decirle que ella no servía. Pero gracias a la ayuda que recibió, supo que por medio del estudio podía salir adelante.
Logró terminar la escuela y el liceo con el apoyo de una maestra y una beca estudiantil que le dieron los sacerdotes del Sagrado Corazón que le cubría los boletos. Al finalizar ingresó –también con una beca– al Instituto María Auxiliadora, en donde estudió la carrera de Magisterio. Luego entró a la Universidad Católica, donde cursó una maestría en Evaluación y Currículum para la que aún está desarrollando la tesis. En 2004, se trasladó a España junto a su marido a probar suerte, y terminó quedándose. Allí trabaja desde hace varios años en el Colegio Montserrat y hace unos cuatro años comenzó a desarrollar, junto a otros educadores, un programa en «educación emocional». Estos dos términos implican educar las emociones: aprender a identificarlas y poder controlarlas.
Según explicó Sanz a El Observador, primero hay que saber qué se está sintiendo, para luego, en base a estrategias, poder controlar y autorregular esas emociones.
Además, su tarea le permitió ganar el premio a docente del año en Cataluña, distinción que recibió el pasado 19 de octubre. El motivo de ese reconocimiento fue que desarrolló un programa voluntario por medio de videoconferencias con el centro de educación inicial N° 325 de Casavalle, en Uruguay, y como docente en un posgrado de directores en la Universidad de Montevideo. La base de ese proyecto es la educación emocional.
Según explicó la directora del posgrado, Lidia Barboza, se buscó a todos aquellos directores de instituciones, tanto privadas como públicas, que quisieran transformar positivamente el centro educativo. Se trabajan cuatro ejes de formación y uno de ellos es el área de educación emocional, del cual Sanz es docente.
Barboza agregó que es un posgrado innovador porque busca la práctica de lo que se aprende, ya que los participantes visitan los centros educativos de sus colegas y buscan formas de trabajar en conjunto para poder ir mejorando. El posgrado culminará el año que viene.
Albana Sanz (a la derecha) junto a su colega en el día que recibieron el premio
La directora del centro educativo de Casavalle, Yoselín Romero, no quedó dentro de los 30 cupos disponibles para cursar el posgrado de directores, pero se puso en contacto con Sanz, a quien conoce personalmente, para desarrollar el programa en su lugar de trabajo.
Gracias a su impulso pudo incorporar esa nueva herramienta y aplicar esta «innovación educativa» que responde a una necesidad social que muchas veces no es atendida por lo académico y es utilizada como forma de sobrellevar los problemas que se dan a diario.
Y de hecho así ocurrió en septiembre, cuando hubo una balacera en Casavalle. Los niños y sus padres debieron cubrirse debajo de colchones y lo que tuvieran a mano para no ser alcanzados por las balas.
Ese episodio sirvió para trabajarlo en la escuela. ¿Cómo afrontar estas situaciones? ¿Cómo explicarle a un niño de apenas 4 o 5 años lo que ocurre afuera y que lo que sienta o piense al respecto no se lo tiene que guardar?
El proyecto en marcha
La institución queda en un predio en donde hay dos escuelas más. Tiene rejas de colores y al ingresar se ven varias mesas y bancos pequeños que funcionan como comedor para los niños. Los salones están llenos de colores y dibujos, y hay un olor a incienso muy agradable. En él se comenzó a trabajar con la educación emocional a partir de este año.
Según expresó a El Observador Ana, una de las maestras de 4 años, al principio costó mucho lograr que tanto los padres como los niños entendieran la idea del programa, ya que lo veían como algo extraño. Pasado el tiempo, los padres comenzaron a agradecer ese trabajo y que generaran un espacio seguro para sus hijos.
Un color para cada emoción
Para trabajar sobre las emociones comenzaron utilizando el cuento El monstruo de colores, que habla de las cinco emociones básicas –alegría, tristeza, miedo, ira y asco– y se las identifica a cada una con un color. Los niños incorporaron marionetas que representan cada emoción, por ejemplo, el monstruo de color rojo simbolizaba la furia y el de color amarillo la alegría. También integraron el uso de caretas para que los niños tomaran confianza para poder expresarse.
A su vez, todos los días al ingresar a la clase cada niño c oloca en un cartel con las distintas emociones un palillo con su foto en la emoción que siente en ese momento. Luego, al retirarse vuelve a colocar el palillo en la emoción que tiene al irse.
Desde que comenzaron a trabajar con este tipo de actividades hicieron grandes avances, como contó María, la mamá de una pequeña de 5 años que es muy tímida. «Para mí, avanzó un montón, ahora saluda a la maestra, algo que antes no ocurría. Si logran regular las emociones, pueden afrontar todo lo demás», comentó, y explicó que también trabajaron con la imagen del policía, para no verlo como a alguien «malo», sino que vean a una persona que ayuda y protege a la sociedad.
Además, cada niño cuenta con un cuaderno que sirve como forma de interacción entre los padres, el pequeño y la maestra. Por ejemplo, los padres pueden escribir cómo llegó el niño a la casa o hechos que hayan sucedido para que puedan trabajar sobre estos en la escuela.
Según la maestra, toda esta idea «les encantó», ya que los niños lograron poner en palabras lo que sienten. «Una niña vino el otro día y me dijo ‘hoy estoy triste’, y vino otra y me dijo ‘tomá, vos estás así porque fulanita no te hizo caso’, mientras me entregaba el monstruo de color rojo», contó Ana.
Emoción y aprendizaje
Según explicó Sanz, un niño –o una niña– emocionalmente estable está preparado para aprender. «Si te explican que tenés una serie de sentimientos que los podés conocer, tomar conciencia de los mismos y podés autorregularlos, tenés una gran herramienta en tu poder para tratar de empezar a sentirte bien y comenzar a desarrollar la empatía, que es la capacidad de ponerte en la posición del otro. Si todos de alguna manera desarrollamos la empatía, no le haríamos a un compañero una cosa que no nos gustaría que nos hicieran», explicó.
El plan es continuar con este proyecto y expandirlo a otras escuelas. Según expresó Sanz, la idea es que los niños que tienen 4 años aprendan lo mismo que los de 14, a controlar sus emociones. «A veces un niño se bloquea frente a un examen y no es que no sea inteligente, es que no pudo controlar el bloqueo emocional que tiene», señaló.
La propulsora del programa en Uruguay espera los resultados de la
investigación que hicieron en el colegio en el que trabaja en España, y que es parte de su tesis en la Universidad Católica, sobre la incidencia de la educación emocional en los resultados académicos. Pretende presentarla en una revista académica, con la idea de que se expanda y que diferentes profesionales verifiquen que «es fácil» aplicarla. «Solo requiere de dos palabras: ‘Sí’ y ‘puedo'», aseguró.
Premio
El trabajo de Sanz fue premiado por el jurado de la editorial San Martín (en catalán Cruïlla), entre numerosos proyectos que se presentaron. Esta es la segunda vez que se entrega el premio.
«A mí lo que más me alegró fue que por unanimidad nos entregaron a mí y a mi compañera (Virginia Espejo) este premio por compartir una experiencia. Eso es lo más valioso, porque cuando nos damos cuenta de que la felicidad está en el servicio al otro, ves tu vida de manera positiva. Este premio yo no lo busqué y me lo dieron. Este es un premio a la generosidad, al servicio, en definitiva a la grandeza de todas aquellas personas que pensamos en otro ser humano y que intentamos de alguna manera, mejorar condiciones de vida», expresó Sanz.
Carta al presidente
Convencida de la utilidad de la herramienta para la educación, un año atrás, Sanz tomó la iniciativa de enviarle una carta a Tabaré Vázquez sugiriéndole incorporar la educación emocional a los centros educativos para bajar los índices de delincuencia en Uruguay.
Se sorprendió cuando obtuvo respuesta por parte de la ministra de Educación y Cultura, María Julia Muñoz, quien le dijo que Vázquez había leído su carta y había estado de acuerdo con su propuesta.
La jerarca le solicitó que se contactara con la directora general de Secundaria, Celsa Puente, y con la directora de Educación del MEC, Rosita Angelo. Sanz lo hizo, aunque no volvió a tener respuesta.
«Quiero que la educación uruguaya mejore, tenemos que apostar a la educación emocional. Sí se puede revertir los comportamientos de los jóvenes, está en querer», afirmó.
La base
Daniel Goleman escribió un libro denominado Inteligencia emocional en 1995 que fue best seller mundial. Explica por qué el control de las emociones es la clave para el éxito personal y profesional. Este libro, junto con una carpeta con sus títulos, fue lo que se llevó Albana Sanz en la valija cuando se fue a vivir a España. Al averiguar al respecto cayó en la cuenta de que «todas las investigaciones en los cinco continentes dan cuenta de la importancia de la educación emocional, pero no en Uruguay. Inclusive hay pequeñas experiencias que se hicieron, pero no hay nada sistematizado ni estructurado a nivel de los programas educativos», algo que para Sanz es fundamental.
Trabajan el nivel socioemocional en 276 escuelas
Trabajar en la educación emocional «es el camino que hay que seguir. No podemos hablar de matemática y lengua si no hablamos, a la vez, de un nivel socioemocional», aseguró a El Observador la directora general del Consejo de Educación Inicial y Primaria, Irupé Buzzetti. Agregó que hay 276 escuelas que pertenecen a una red global de aprendizaje profundo en el que se conectan con centros educativos de otros países para poder trabajar en conjunto en varios temas. Uno de ellos es lo emocional.
A su vez, aseguró que está previsto dentro del marco curricular de referencia que se presentó en setiembre aplicar las habilidades socioemocionales, junto con la progresión en saberes y la construcción de la ciudadanía, ya que «lo primero es que exista la estabilidad emocional para poder atender lo demás». Para Buzzetti, uno de los principales problemas de la educación es que la gente tiene que aprender a convivir y a respetar a los otros. «Todo esto hace a un aprendizaje que a veces la educación formal se olvida», agregó, y contó que en mayo de 2018 se desarrollará un congreso en Uruguay que se basará en esta temática.
Observatorio
El Instituto Nacional de Evaluación Educativa (Ineed) lanzó este año un Observatorio Socioemocional. El objetivo es crear un espacio de intercambio de experiencias entre centros educativos tanto públicos como privados y otras organizaciones que trabajen explícitamente en el desarrollo de habilidades socioemocionales. El observatorio contará también con un área dedicada a la investigación.
Fuente de la reseña: https://www.elobservador.com.uy/transformar-la-escuela-n1136520.