Por: UNICEF/24-04-2019
HUDAYDAH, Yemen – “No creí que mi hermana siguiera viva hasta que no la vi con mis propios ojos”, dice Mareiah, de 15 años, sobre su hermana Doa.
Doa, de un año, tuvo algunas complicaciones derivadas de la malnutrición aguda grave, como la neumonía, pero el centro de salud más cercano estaba aproximadamente a una hora en automóvil. Su padre, Hussein, ni siquiera tenía claro que su hija pudiera sobrevivir el trayecto hasta el hospital.
“Estaba casi seguro de que no lo lograría”, recuerda Hussein. “Pero no perdí la esperanza”, asegura, y añade que tuvo que pedir dinero prestado para poder llevar a su hija al centro de salud a que le pusieran un tratamiento.
“Estaba casi seguro de que no lo lograría… pero no perdí la esperanza”.
Doa fue una de los cientos de miles de niños de Yemen que sufren el tipo más extremo y visible de desnutrición, tras cuatro años de un conflicto que siguen pagando con dureza las familias. En Yemen, casi 10 millones de personas sufren hambre extrema, mientras que unos 360.000 niños menores de cinco años padecen malnutrición aguda grave.
El sufrimiento es especialmente acusado para los habitantes de la ciudad portuaria de Hudaydah, donde los enfrentamientos actuales, la subida de los precios y la falta de servicios básicos hacen que la vida sea insoportable para quienes viven allí, que tienen que luchar para poder conseguir comida asequible.
El centro de alimentación terapéutica en el que Doa recibió atención suele tratar a entre 50 y 60 niños malnutridos y sus madres cada mes; les proporcionan medicamentos a los niños y comida a las madres de manera gratuita.
Hospital rural Al-Zaidia de Yemen, donde Doa recibió su tratamiento.
“Cuando Doa llegó al centro, le ofrecimos tratamiento médico y le dimos su fórmula hasta que comenzó a mejorar”, dice Dhia Al-Haq Al-Omari, médico del centro, quien destaca que el centro no solo proporciona a los niños la nutrición que tanto necesitan, sino que además cuentan con un educador de la salud que ofrece a las madres información de gran ayuda, como recetas para preparar comidas lo más nutritivas posible.
El centro, financiado por UNICEF y dirigido por la Fundación Taibah, cubre también el coste del traslado de los pacientes a casa. Esto es muy importante, ya que incluso el precio de un automóvil compartido o un taxi puede ser prohibitivo para muchas familias y poner aún más en peligro a los bebés y los niños que ni siquiera tienen la posibilidad de llegar a los centros de tratamiento. Sin embargo, Al-Omari advierte de que, a pesar de recibir tratamiento, los niños y sus familias siguen teniendo que enfrentarse a una difícil lucha, dada la situación de deterioro del país.
El brazo de Doa es medido como parte de la evaluación en un centro de nutrición.
“Podemos ofrecer tratamiento a quienes vienen aquí, pero eso no es suficiente”, asegura Al-Omari, y añade que las duras condiciones económicas a las que se enfrenta la familia de Doa bien podrían tener consecuencias para su salud en el futuro.
“No tenemos nada ni nadie que nos ayude”
Hussein dice que, incluso antes del conflicto, cuando los precios de los productos básicos eran más razonables, él ya tenía dificultades para mantener a su familia. Ahora, cuatro años después, el dinero que gana popularizando camas de cuerda entre los habitantes ni siquiera le da para cubrir los costes de alimentar a su familia.
Hussein vive con su madre, su mujer y sus hijos en una diminuta oshah, una casa pequeña hecha de barro y palos, en Hudaydah. La familia ha decorado las paredes de la oshah con dibujos, a pesar de que la casa podría derrumbarse en cualquier momento si llueve.
“Mi hijo trabaja mucho para intentar ayudarnos”, dice la madre de Hussein. No tiene muchas más alternativas. “No tenemos nada, ni tampoco nadie que nos ayude”, añade.
La abuela de Doa vive con la familia en una casa que comparten con otras tres familias.
La madre de Doa, Zahra, también tiene problemas de salud. La obligaron a vender sus joyas para pagar el tratamiento. Sin embargo, dice que está contenta, porque Doa parece estar sana desde que regresó a casa gracias al tratamiento que recibió.
“Creía que Doa no regresaría a casa”, dice. “Pero los trabajadores de la salud del centro de tratamiento le dieron el medicamento y la fórmula que necesitaba, así que ahora está bien”.
Hussein añade: “Para mí es suficiente que mi hija haya regresado viva a casa y que esté feliz y sonriente”.
Doa sentada con sus padres en su casa de Hudaydah, Yemen.