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Opinión: el ritual escolar: el aprendizaje como juego

Por: Andrés García Barrios

En esta segunda entrega sobre el ritual educativo, Andrés García Barrios reflexiona sobre la idea del aprendizaje como ocio y juego que se hace por gusto y no por deber.

La pandemia de COVID-19 nos ha demostrado que parte esencial del ritual escolar se cumple por el simple hecho de que la escuela exista. Bien o mal, a distancia y con todas las irregularidades posibles, la preservación de la escuela durante el último año nos ha permitido percibir ―por encima de la catástrofe― lo humanamente duradero, esa esencia nuestra que es libre de la opresión de lo contingente (véase El ritual educativo durante la pandemia)

Otra característica del ritual de la escuela (ese lugar comunitario al que uno va a aprender) se nos revela si atendemos a la etimología de la palabra: escuela que viene del griego scholé que significa ocio. Lo cierto es que la idea de que aprender es una forma de descanso, de lo no obligatorio, no sólo aplica para aquella ociosa escuela antigua, sino también para el ritual actual, que igualmente conserva un fondo de “lo que se hace por gusto y no por deber”. Me atrevo a afirmar que aun cuando el aprendizaje escolar tiene connotaciones de trabajo e incluso de trabajo arduo, en su esencia cabe siempre un trasfondo de descanso y diversión, y nada ―ni el más aburrido de los maestros, ni el más pragmático modelo educativo, ni el más autoritario centro escolar― pueden anularlo.

Y esto es así porque esa esencia, ese carácter de ocio deriva de algo que conocemos bien: el hecho de que no podemos saberlo todo. Sí, a pesar de cuantos esfuerzos hagamos por aprender, siempre acabaremos enfrentándonos a nuestra ignorancia, y en ese punto será mejor relajarnos y conformarnos con lo poco que hayamos aprendido.

Lo contrario puede ser fatal: el Dr. Fausto firmó su famoso pacto con Mefistófeles llevado por un ansia de comprender “la naturaleza infinita” y por no poder soportar que su mente no abarcara todo lo existente. Algunos, no queriendo caer en tan fea tentación, nos conformarnos con saber sólo una parte de lo que existe (eso que el filósofo y educador francés Edgar Morin llama “islas de certeza en un archipiélago de incertidumbre”). Más aún, conscientes de que no podemos saber exactamente qué es eso que ignoramos, asumimos que lo que aprendemos seguramente también está sujeto a incertidumbre, y que más nos vale no sólo conformarnos con lo que sí sabemos sino recrearnos en ello sin más propósito que disfrutarlo. El aprendizaje se nos presenta entonces ―al menos en parte― como un juego.

Muchos modelos de educación surgidos en los últimos siglos ponen gran énfasis en el juego como vía para el aprendizaje. En nuestro afán por convertirlo todo en algo útil, los humanos modernos seguimos tratando de descubrir las leyes del juego y construir a partir de ellas una herramienta educativa. Sin embargo, nuevamente, la humildad propia del ritual escolar nos recuerda que nunca podremos conocer la esencia última del jugar y que tendremos que conformarnos con saber sólo un poco y con llevar ese poco a la realidad también de forma parcial, acompañando a nuestros alumnos en un aprendizaje siempre incompleto.

Eso está bien. Como decimos, el ritual escolar ―por lo menos en una parte de sí― no busca nada. Quizás, al abrirse sin pretensiones a la ignorancia inevitable, sea capaz de colocarnos, el menos un instante, en sintonía con lo existente.

Fuente e imagen: https://observatorio.tec.mx/edu-news/ritual-educativo-aprendizaje-juego-parte2

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Opinión: El ritual educativo durante la pandemia

Por: Andrés García Barrios

Hoy han pasado a segundo plano los distintos modelos educativos para dar paso y protagonismo al único valor que siempre ha estado presente, aunque oculto: el carácter ritual de la comunidad escolar.

Recuerdo que al principio de la pandemia circulaban por el mundo mil ideas sobre las diferentes alternativas escolares que se podían tomar en el nuevo contexto. Unas proponían que los niños abandonaran los estudios y dedicaran su tiempo a aprender sobre las labores del hogar y la convivencia familiar. Los que por un momento coqueteamos con esa idea pronto fuimos rebasados por la iniciativa de las instituciones, que por fortuna reabrieron cursos y convocaron a la comunidad estudiantil a concluir el año escolar.

La sociedad entera se aprestó a continuar con la enseñanza regular. Sorteando la tentación de subvertirlo todo para mimetizarse con el caos de la pandemia, las instituciones educativas se aferraron a lo que venían haciendo, sobreponiéndose primero al imperativo de la sana distancia y después a la falta de herramientas técnicas y a las fallas continuas de aquellas con las que si contaban. Por televisión, radio, Zoom, Email y todo tipo de mensajería virtual, e incluso llevando personalmente a casa de los alumnos los materiales necesarios para continuar los cursos, millones de educadores sostuvieron sobre sus hombros la institución escolar, inspirados creo yo, en la intuición de cierto valor profundo al que podían y debían asirse en la crisis.

A mí me llevó tiempo identificar y dar nombre a ese valor profundo que flotaba en el ambiente; hoy creo poder referirme a él como “esencia ritual de la educación”, esencia que se remonta a la aparición misma de lo humano y que sigue presente hoy, debajo de la alta pila de “innovaciones” que la han venido cubriendo a lo largo de la historia. Como la princesa del cuento, que percibe el guisante debajo de decenas de colchones, los educadores del 2020 fueron capaces de distinguir ese elemento esencial para, como he dicho, asirse a él y sobreponerse al sismo mundial.

Fueron ciertos fragmentos del libro “La desaparición de los rituales”, del filósofo surcoreano Byung-Chul Han, lo que me permitió identificar la poderosa fuerza educativa que hay en el mero hecho de que como comunidad hayamos conseguido preservar eso que llamamos “la escuela”. Hoy han pasado a segundo plano los distintos modelos educativos de cada institución y se ha evidenciado el protagonismo del único valor que siempre ha estado presente, aunque oculto: el carácter ritual de la comunidad escolar.

Son los rituales, nos dice Han, los que configuran las transiciones de las fases de la vida, abriendo umbrales mágicos que nos llevan a lugares desconocidos (de la infancia a la juventud, de la juventud a la madurez, y así…).  De igual forma, me parece, el ritual escolar permite a los estudiantes y en buena medida a sus familias, ordenar lo que ocurre en el día a día y crear una narrativa de la vida diaria, sin la cual los días se volverían iguales y el tiempo pasaría sin que lo advirtiéramos. Por fortuna para nosotros, están ahí los horarios de clases, las diferentes materias, los recreos, las ceremonias, la celebración de las fiestas, los fines de semana, las vacaciones, las temporadas de exámenes y la tensión por aprobarlos, pasar de año y transitar a la siguiente etapa. “Magia de los umbrales” por la cual los seres humanos ―mágicamente, en efecto― nos vamos haciendo distintos: acaba el ciclo escolar y de un día a otro los niños ya son mayores; algunos se vuelven adolescentes; otros se ponen serios pues saben que han empezado a prepararse para la edad adulta, y unos más ingresan en ella por la puerta académica hacia una profesión. Mientras tanto, los docentes, como un ejército de virgilios, los van acompañando y soltando a la salida de las diferentes puertas llegado el momento.

Más allá de aspectos comerciales o de simple inercia, es el carácter ritual ―a mi parecer― lo que ha permitido que la institución escolar perdure bajo la tormenta. Por sobre las estrategias específicas que ha implementado cada institución, se impone el recuerdo de aquellas legendarias escenas en que uno de los sabios de la tribu reúne a los niños y jóvenes alrededor de una hoguera para contarles la historia de las pasadas generaciones, contagiándolos (o más bien, inmunizándolos) con la narración de las vicisitudes y hazañas que han permitido a su comunidad sobrevivir a los siglos. Nuestro ritual es así: está sustentado en cosas sencillas y profundas: asistir a clases, sentarse cerca de otros compañeros, calentarse con la llama del objetivo común (aunque esté apenas tibia en horas muy mañaneras), y mantenerse alerta y “presente” para escuchar y preguntar al maestro.

Hoy, la comunidad mundial erosionada por el miedo tiene la oportunidad de reparar sus contornos con el simple acto de repetir algo que el ser humano fraguó desde sus orígenes. Alrededor de esa especie de hoguera que es “la escuela” (virtual, desarticulada, como sea) se vuelven a reunir día a día los niños y jóvenes estudiantes, para preservar, aún en condiciones tan difíciles, uno de los ejes de nuestro mundo (lo mismo que una tribu que conserva su fuego ritual en situación de absoluta pobreza, con escasas ramas, bajo el frío y el viento).

Los rituales ―nos recuerda Byung-Chul Han― nos permiten percibir lo duradero y liberarnos de la contingencia. Curiosamente, esta palabra que él utiliza en sentido filosófico (lo contingente es lo accidental, lo accesorio), nosotros la aplicamos como sinónimo de la pandemia. Y es cierto: con toda su tragedia, está no deja de ser algo pasajero frente a lo esencial y permanente que los rituales nos permiten preservar. Entre ellos ocupa un lugar preeminente el ritual escolar.


Fuente e imagen: https://observatorio.tec.mx/edu-news/ritual-educativo-pandemia

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“Feliz año pasado”

Por: Leonardo Díaz 

Desprendernos de las cosas no significa arrojarlas a la nada. En muchas ocasiones, significa traspasarlas a quienes pueden resignificarlas en función de sus propios estados de ánimo.

Algunas personas aprovechan el fin de año para despojarse de viejos objetos. Esta práctica puede circunscribirse a un mero acto de limpieza. También, puede constituir un acto simbólico de renovación personal muy arraigado en la historia de la civilización humana.

El proceso de recreación emocional llevado a cabo al despojarse de las cosas personales es la sipnosis de la película Feliz año pasado, del director y guionista tailandés Nawapol Thamrongrattanarit, disponible en plataforma de streaming.

El film cuenta la historia de una joven tailandesa llamada Jean. Influida por la perspectiva de Marie Kondo, gurú japonesa del katazuke, práctica de ordenar e higienizar, Jean decide resideñar su espacio hogareño de un modo minimalista.

De acuerdo con el enfoque de Kondo, las pertenencias deben arrojarse si no proporcionan alegría a su dueño. Pero, ¿Cuál es el significado de que un objeto ya no te de alegría? Nuestra relación emocional con las cosas no es estática, ni meramente instrumental. La foto de una persona puede agradarnos o irritarnos dependiendo de nuestra actitud emocional con ella al momento que observamos su retrato. Una cosa adquiere valor, aunque no nos guste por si misma, por remitirnos a alguien que nos la regaló con afecto.

Los objetos adquieren sentido a partir de nuestras vínculos emocionales con los demás. A veces, nos desprendemos de los objetos como un acto simbólico que representa nuestra desvinculación con personas a las que debemos dejar marchar; pero también, a veces los conservamos como la expresión simbólica de la rememorización de relaciones que aún nos proporcionan sentido.

Desprendernos de las cosas no significa arrojarlas a la nada. En muchas ocasiones, significa traspasarlas a quienes pueden resignificarlas en función de sus propios estados de ánimo.

En síntesis, nuestra relación con los objetos no se reduce a un “usar y tirar”. Conlleva una circulación de significados forjados en comunidad, como lo son nuestros rituales y celebraciones, incluyendo las festividades del Año Nuevo.

Fuente: https://acento.com.do/opinion/feliz-ano-pasado-8897234.html

Imagen: ob Dmyt en Pixabay

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Ecuador: Tsáchilas realizan rituales contra el coronavirus

América del Sur/Ecuador/29-03-2020/Autor(a) y Fuente: lahora.com.ec

La toma de ayahuasca, caminar por la selva y bañarse en lodo, son tres creencias de esta nacionalidad que dice servirles para alejar las enfermedades.

Invocar a los dioses de la naturaleza (agua, fuego, viento y tierra) es lo más característico en los miembros de la nacionalidad tsáchila para alejar el peligro. Durante varias generaciones se ha profesado estas creencias, las que son lideradas por los ponés o también conocidos como sabios de la medicina ancestral.

Actualmente, están concentrados en protegerse del coronavirus, pandemia que golpea al mundo y que ha causado miles de muertes. En los últimos días aumentaron los rituales de purificación y protección para evitar el contagio y, en lo posible, alejarlo de sus territorios.

Procedimientos

Flores y hierbas ancestrales son dos elementos claves a la hora de desarrollar las ceremonias. Ellos creen que la combinación de aromas es una de las piezas fundamentales para proteger al cuerpo humano de los males existentes. “Nuestros ancestros nos enseñaron eso. Somos la cuarta generación y los seguimos profesando porque los resultados son efectivos”, expresó Emilio Calazacón.

La toma de ayahuasca o ritual del nepi es uno de los más tradicionales. Durante los últimos días se lo ha venido practicando en la mayoría de comunas tsáchilas, pues, sus miembros creen que es el procedimiento adecuado para conectarse con la naturaleza y visualizar lo que realmente está sucediendo en el planeta.

Concentración

Abraham Calazacón, gestor cultural de Mushily, dijo que la meditación es lo primordial para que el ritual salga de la mejor manera, por esto, realizaron uno con la presencia exclusiva de tsáchilas. “No todos los mestizos creen, unos vienen por curiosidad y esas energías negativas no permiten la purificación al 100%”.

Explicó que hay otros criterios ancestrales para inmunizar al cuerpo de los virus existentes. Por ejemplo, caminar por la selva, adorar la tierra y bañarse en lodo. “El barro blanco es muy bueno porque nos ayuda a fortalecer nuestra piel”, mencionó Abraham.

Génesis Calazacón recuerda que su abuelo le enseñó las principales costumbres de los tsáchilas, y está segura que se protegerá con la toma de ayahuasca. “El brebaje lo fusionamos con danzas, son momentos de mucha espiritualidad que nosotros respetamos mucho”. (JD)

Gastronomía

Los tsáchilas saben que la buena alimentación es primordial para que las personas tengan energías y no se enfermen con facilidad. Reconocen la agresividad del coronavirus y por eso recomiendan el consumo del mayón, aperitivo tradicional en la etnia, que “ayuda a fortalecer los pulmones y las vías respiratorios. También es importante el consumo de leche de cabra y miel de abeja”, expresó Génesis Calazacón.

DATO

Los tsáchilas dicen que moler la hoja del achiote y consumir el zumo mejora las defensas de los niños y adultos mayores.

EL DATO

Respetando toda creencia, sí hay que regirse a las medidas sanitarias expuestas por el Gobierno.

Fuente e Imagen: https://lahora.com.ec/noticia/1102312991/tsachilas-realizan-rituales-contra-el-coronavirus

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