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Juegos de niños y niñas bajo un cielo de plomo

Por: Diego Del Norte

 

Crónica sobre la vida cotidiana en el norte de Siria, la región kurda que, desde hace varias semanas, es bombardeada diariamente por Turquía y donde su pueblo resiste los ataques mientras el mundo mira hacia otro lado.

Desde Rojava

Son las 7:45 de la mañana. A esta hora, el clima es fresco, pero si sale el sol, lo cual pasa a menudo, el ambiente se calienta bastante al mediodía. Llevo unas semanas andando a diario este recorrido de 15 minutos, bordeando las afueras de Derik, una pequeña ciudad donde la precariedad salta a veces a la vista mientras se codea con edificios un poco más acomodados. El hormigón es, por desgracia, el rey indiscutible, con esqueletos de los futuros edificios salpicando el paisaje sin preocupación por consideraciones estéticas. En este día luminoso, las montañas del lado turco se asientan majestuosas en el horizonte, como una invitación inaccesible. Zigzagueo entre unos cuantos tractores viejos, cofradías de gallinas y columnas de gansos, en un escenario colorido que serviría para una película de Emir Kusturica. Las fronteras entre la ciudad y el campo se desdibujan en estas zonas urbanas periféricas.

Me dirijo a lo que recientemente se ha convertido en mi “lugar de trabajo”: un gran edificio de color crema, en pésimo estado de conservación, que es una antigua escuela secundaria del régimen sirio y que hoy alberga a la administración escolar bilingüe (árabe/kurdo) de las 87 escuelas de la pequeña localidad y de los numerosos pueblos de los alrededores. En esta mañana, reina una calma digna de un viernes (que aquí tiene carácter de domingo), lo que me hace pensar que, probablemente, encontraré la puerta cerrada. Y es que este lunes no es un lunes como los demás. El luto y la conmemoración están a la orden del día. Hace dos noches, las bombas turcas sembraron la muerte en una región históricamente más bien indemne en comparación con otras.

Imagen: Derik, ciudad de Rojava / Diego del Norte / La tinta
Imagen: Derik, ciudad de Rojava / Diego del Norte / La tinta

En la noche del 20 al 21 de noviembre, hacia la medianoche, un ataque aéreo turco se dirigió contra la aldea de Teqil Beqil, matando a dos personas y destruyendo una central eléctrica. Un grupo de pobladores acudió al lugar de los hechos para ayudar a las víctimas y denunciar el incidente. Un periodista de un medio de comunicación local los acompañaba. A continuación, cayeron otras tres rondas de proyectiles macabros sobre la asamblea, matando a nueve personas. Esta táctica de “ataque en dos tiempos” es una estrategia tan habitual como despreciable por parte de la fuerza aérea de la bandera roja adornada de una luna y una estrella blanca. El objetivo es innegable: matar creando un shock psicológico. Es imposible no ver la sórdida hipocresía del ministro de Defensa turco, Hulusi Akar, que se atreve a hablar de “ataques quirúrgicos contra objetivos militares específicos”. Por supuesto, si el razonamiento es considerar a cualquier civil solidario con las fuerzas de autodefensas populares de Rojava como un terrorista, esto abre el camino a una pseudo-legitimación de muchos crímenes de guerra.


A la mañana, el ambiente entre mis colegas es de gravedad y aprensión. El 20 de noviembre, Día Internacional del Niño, estaba previsto un gran desfile en la ciudad, seguido de una fiesta en varias escuelas. Asistí a un ensayo general en una de las escuelas. Los niños y las niñas se sentían orgullosas de mostrar las canciones y bailes que habían preparado para la ocasión. Este año, no habrá celebración, el ejército turco ha decidido sustituirla por la estupefacción y el dolor.


El tradicional café/té colectivo del comienzo del día se prolonga, cada uno intercambiando noticias sobre los trágicos acontecimientos. Llegan informaciones en el transcurso de la mañana que revelan el número y la identidad de las compañeras y compañeros asesinados durante la noche. Los colegas se enteran de que hay gente cercana entre los muertos. Observo con impotencia su aflicción. No sé dónde colocarme, qué hacer, qué decir. Me conformo con estar allí, testigo discreto, extraño a pesar de todo. Pienso en la magnitud del daño y en el dolor causado por los intereses de una minoría dispuesta a realizar los más sórdidos trapicheos para mantenerse en el poder.

Si Recep Tayyip Erdogan y su banda de asesinos juegan la carta de la escalada bélica, no es por la supuesta defensa de su pueblo amenazado, sino por su desastroso historial y las elecciones que se aproximan en 2023. No deja de sorprenderme que la vieja estrategia de crear un enemigo externo para desviar la responsabilidad de las élites por el triste destino del pueblo siga funcionando; que sea, a pesar de las lecciones de la historia, aún insuficientemente aprendidas, de una temible eficacia. Y por muy burdo que es el maquillaje, los medios de comunicación desempeñan su papel de caja de resonancia, absteniéndose de “tomar partido”, lo que basta para dar crédito a la mentira.

Hace tiempo que no oigo cantar y corear el “sehid namirin” (“los mártires nunca mueren”) con el corazón encogido. El funeral colectivo de las 11 víctimas reúne a una gran multitud, atravesada, de principio a fin, por la emoción y la rabia. Y es que las personas asesinadas eran especialmente apreciadas y reconocidas por su larga implicación en la sociedad civil. Su rápida presencia en el lugar del atentado, en plena noche, es reflejo de su constante dedicación a apoyar la construcción colectiva de esta alternativa democrática revolucionaria en el norte de Siria. Dos de ellos eran, por ejemplo, muy activos en la “Casa de los Mártires”, que proporciona apoyo y asistencia a las familias en duelo. Los conocí. Son las primeras personas muertas que conocí en vida, lo que hace que este desenfreno asesino, que se acelera desde hace varios meses, sea aún más concreto y tangible.

Al día siguiente del funeral, acudo con mis colegas a un nuevo homenaje, al que asisten más de mil personas. Los discursos gritan la rabia y la determinación de continuar la resistencia contra viento y marea. Quienes hablan, proclaman, alto y claro, que el miedo está ausente de sus cuerpos. En varias intervenciones, destacan la dedicación de la guerrilla en el norte de Irak y la lucha de las mujeres en Irán. Un grupo de chicas adolescentes pasa por delante de la asistencia, enarbolando banderas y entonando “Jin, Jiyan, Azadi”, una consigna que es retomada por la multitud. Esta experiencia de Rojava, que quiere ir más allá del modelo de Estado-nación, las heroicas batallas guerrilleras en las montañas de Irak y las movilizaciones salvajemente reprimidas en las calles de Irán se conforman como una sola experiencia: la misma lucha, el mismo deseo de disfrutar una vida digna, el mismo grito de libertad para las mujeres, como también la misma crítica y el rechazo a una modernidad capitalista que destruye inexorablemente la diversidad de la vida.

Imagen: Zona bombardeada por Turquía / Diego del Norte / La tinta
Imagen: Despedida de los mártires / Diego del Norte / La tinta

En el camino de vuelta, decido cambiar un poco mi itinerario. Descubro, en el recodo de la carretera, alineaciones de piedras que delimitan zonas de juego infantil, viejas latas que sirven de mobiliario y vajillas para esas casas en miniatura, sin paredes ni tejados, pero no exentas de una especie de poesía. En la pared contigua, los dibujos de tiza dan testimonio de momentos colectivos de imaginación desplegada. Una creatividad que no deja de conmover al profesor “creyente, pero no practicante” que soy. Mientras inmortalizo la escena, dos mujeres me saludan. Cuando les digo que vengo de Bélgica, una de ellas se alegra: “¡Mi hijo se fue a vivir a Bélgica hace unos meses!”. Ha ido a reunirse con miembros de su familia, que viven allí desde hace mucho tiempo. Me toca hacer preguntas y darme cuenta de que vive en la Ciudad Ardiente, en las alturas del barrio de Pierreuse, al que tengo un especial cariño. Hay momentos en los que el mundo es definitivamente un pañuelo.

Ambos nos alegramos de esta coincidencia y me invita a su casa a tomar el té. Allí conozco a dos jóvenes artistas muralistas en ciernes. Tienen 10 y 12 años, se llaman Rojava y Rojhilat. ¡Vaya símbolo! Hablamos de la guerra y la migración, de nuestras esperanzas y miedos. Salgo con una convicción más fuerte de que, digan lo que digan, el mundo está peor de lo que vale la mayoría de los seres humanos que lo habitan. En definitiva, la humanidad está, en gran medida, menos podrida que el estado actual del planeta. Me voy preguntándome qué será de estas dos jóvenes, dónde y cómo crecerán, qué sinsabores y alegrías vivirán. Seguramente, les tocará encender sus gritos y sus armas para hacer posible, más allá de las fronteras estatales que datan de la colonización, ¡el respeto incondicional a la mujer, a la vida y a la libertad!

Fuente de la información: La Tinta

 

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Lo que realmente ha hecho daño a Siria en una década de guerra


Por: Alberto Rodríguez García


Aunque diez años puedan parecer poco y la sensación sea de que pasaron en un parpadeo, la última década ha cambiado el mundo completamente. Ha cambiado Oriente Próximo y ha cambiado Siria. De la república que con Abdallah Dardari quiso abrirse a una economía de mercado con importante inversión social ya solo queda un recuerdo, y es que el fragor de la guerra y la agresión exterior han forzado al joven Estado a volver a viejos modelos menos experimentales, a reinventar constantemente su economía y, con ello, su forma de hacer la guerra.

Si bien la guerra en Siria es un drama que ha arrasado con una generación, a menudo despoblando localidades enteras –medio millón de muertos es una cifra triste y dolorosa porque son medio millón de historias silenciadas a golpe de bala, cuchillo y artillería–, lo que realmente ha hecho daño al Estado sirio no son los muertos, sino la fuga de capitales y el expolio de sus infraestructuras y sus recursos.

La auténtica guerra a la que todavía tiene que hacer frente Siria –aunque la mayoría de los frentes hayan desaparecido o se hayan calmado–, es a la de la supervivencia económica. De ser un país que exportaba producto agrícola, en el primer lustro de la guerra Siria llegó a tener un déficit de casi un millón de toneladas en la producción de grano. Las rutas de suministro interno estaban tan amenazadas, cuando no destruidas, por los frentes que resultaba más barato importar del Mar Negro que llevar grano de Hasaka a Damasco. Del mismo modo, la capacidad de guardar cereales cayó de siete millones de toneladas a poco más de tres. Esta problemática se dio también con la fruta e incluso con la escasez de carne, hasta tal punto que en Siria ya prácticamente no quedan camellos. Y así llegó la inseguridad alimentaria que en 2021 se ha agravado aun más, fruto de las sanciones que impiden el desarrollo de Siria para que las zonas pacificadas puedan volver al estándar de vida pre-2011.

La guerra moderna es salvaje, es cruel, y el daño ya no se hace masacrando a ejércitos con soldados que se cuentan por miles, sino destruyendo la economía y el abastecimiento del enemigo.

Además de los alimentos, otro objetivo de quienes querían destruir el Estado sirio han sido las infraestructuras en general y la industria en concreto. Por todos es conocido que EE.UU. y Turquía se están enriqueciendo con el petróleo sirio aun y cuando las sanciones impuestas por la Unión Europea deberían impedirlo –pero como no son el Estado sirio se les perdona– ya que se impusieron sobre el petróleo en general; sin que se tenga en cuenta quién lo vende. Menos conocida es la desmantelación de la industria siria e incluso de talleres de manufactura por parte de los grupos rebelde-yihadistas. Con ello también se ha perdido a la clase media y su capital, que han huido del país hacia naciones vecinas, países del golfo o Europa. Siria no puede pagar la totalidad de la reconstrucción del país, ni siquiera de ciudades como Kobane o Raqqa destruidas por otros, y para complicarlo aún más, la población está sufriendo cada día más porque también se agotaron los subsidios, además de que las sanciones impuestas contra la república árabe se encargan de impedir que el país pueda prosperar de nuevo.

La guerra económica contra Siria ha sido la más dura de todas las que ha sufrido: militar, propagandística, geopolítica… Pero la víctima no solo está aprendiendo a sobrevivir, sino que también ha interiorizado las claves para atacar. Y en este contexto, en apenas unos días de marzo, Rusia y Siria han hecho a los rebeldes proturcos más daño que la suma de todos los meses anteriores. No ha hecho falta un despliegue militar grandioso, ni una destrucción bíblica. Tampoco han hecho falta ríos de sangre y es que apenas ha habido violencia. Rusia y Siria han decidido destruir la economía y las rutas de suministros de los grupos yihadistas de línea más dura. Para ello, solo han hecho falta aviones.

En apenas unos días, con bombardeos muy concretos, Rusia y Siria han destruido una compañía de gas, varios almacenes, un mercado de petróleo de estraperlo y el lugar en el que se preparaban los camiones que cruzaban el paso fronterizo con Turquía. Han sido pocos ataques, pero estos ataques han liquidado una parte importante de la financiación de Hayat Tahrir al-Sham; el grupo surgido a partir de la primera matriz de al-Qaeda en Siria.

Las operaciones de este tipo, relativamente baratas, relativamente seguras y apenas letales, han logrado romper meses de estancamiento en el conflicto sirio entorno a Idlib. Ha devuelvo al gobierno sirio y aliados una posición favorable que no lo era tanto tras la última campaña de drones turcos en el norte. Así pues, Turquía mediante, a los pocos días se han abierto corredores humanitarios en Idlib y Afrín para permitir el movimiento de personas y el comercio entre territorio rebelde y territorio gubernamental; ignorando las protestas de los sectores más radicales de la oposición integrista en Idlib. Porque aunque grupos abiertamente yihadistas y otros más tímidos, como el Frente de Liberación Nacional, se hayan opuesto abiertamente a la apertura de estos corredores, su acción apenas pasa de publicaciones en redes sociales, ya que saben que no les quedan más opciones para sobrevivir.

La guerra ha cambiado. Si alguna vez tuvieron algo de cierto las historias de heroicidad y batallas épicas, ya no queda nada de aquello. La guerra moderna es salvaje, es cruel, y el daño ya no se hace masacrando a ejércitos con soldados que se cuentan por miles, sino destruyendo la economía y el abastecimiento del enemigo. El campo de batalla se ha tornado un asedio a gran escala.

Fuente e imagen: https://actualidad.rt.com/opinion/alberto-rodriguez-garcia/387831-siria-decada-guerra-economica

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Aunque el Califato ya no existe, el Estado Islámico sigue asesinando: ¿por qué no se habla de ello?

Por: Alberto Rodríguez García

Combatir el terrorismo del Estado Islámico y las causas que lo hacen fuerte ha dejado de ser prioritario. Estados Unidos se enfoca en el quebradero de cabeza que se le ha convertido Irak. Siria concentra la mayor parte de su Ejército en Idlib. Yemen suficiente tiene con sobrevivir a la mayor crisis humanitaria de nuestra época mientras La Coalición (Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y sus respectivos aliados yemeníes) se desmorona en el sur. Camerún, Chad y Nigeria pueden permitirse cierto grado de insurgencia mientras solucionan problemas internos mucho más acuciantes. Pero el terrorismo no ha cesado, y aunque el Califato ya no existe, sus fanáticos siguen asesinando. ¿Por qué no se habla de ello? En parte porque su violencia es a mucha menor escala que en el pasado, pero también porque han decidido no atacar ‘Occidente’ hasta que vuelvan a controlar territorio estable.

En apenas una semana, terroristas del Estado Islámico han tiroteado a un miliciano de las YGP en Manbij (Siria), asesinado a dos efectivos de las Unidades de Movilización Popular y herido a otros tres en al-Qaim (Irak), asesinado a dos policías en Kirkuk (Irak), ejecutado a un militar iraquí y atacado un convoy en Ramadi, emboscando a dos soldados iraquíes en Makhmour, ejecutado a un soldado en Chad, herido a varios soldados egipcios con un explosivo improvisado en el Sinaí, asesinado a tiros a un miembro de las fuerzas de seguridad afganas en Nangarhar, atacado a varios soldados en Ngala (Nigeria) y destruido un vehículo militar nigeriano en Buni Yadi con una bomba.

Además de los ataques exitosos que reivindican, las escaramuzas son constantes y, por ejemplo, el pasado 28 de abril, las autoridades iraquíes en Kirkuk abatieron a 3 terroristas suicidas que tenían pensado inmolarse en un edificio de la Inteligencia. A pesar de ser operaciones que podrían considerarse pequeñas, es un desgaste continuo que a veces se ve agravado por matanzas como la del 23 de marzo de 2020, cuando Boko Haram (no confundir con el actual Estado Islámico de África Occidental/ISWAP) asaltó una posición militar en el Lago Chad matando a 92 soldados.

El Estado Islámico ha sabido adaptarse al nuevo contexto como lo hizo al-Qaeda; aprendiendo que si quieren sobrevivir, deben evitar atacar a las potencias que realmente pueden hacerles frente

La situación ha llevado al Gobierno de Siria a reanudar algunas operaciones en el desierto de Homs contra los terroristas, a las fuerzas de seguridad iraquíes a mantenerse alerta en las zonas de mayor actividad terrorista y, sobre todo, a Chad a lanzar la Operación Ira de Bomo; una operación a gran escala junto a otros países del Sahel contra Boko Haram. La operación anunciada por el presidente chadiano Idris Deby ya ha eliminado a un millar de militantes de Boko Haram, conocidos por ser la facción más extrema de todos los grupos que juraran lealtad al Estado Islámico.

Pero esta campaña en Lago Chad no es más que una acción concreta, en un momento concreto, y aunque ha sido una gran muestra de fuerza, no podrá mantenerse mucho más en el tiempo. Es una victoria temporal, porque no se atacan las raíces del problema sino los síntomas. Otros países vecinos como Nigeria, incluso, han decidido adoptar la pasividad como estrategia.

A las operaciones militares no le siguen programas de educación, ni de desarrollo económico, ni de justicia… No se detiene la rueda en ningún momento porque los grupos terroristas no amenazan en ningún momento la posición de las élites. El Estado Islámico ha sabido adaptarse al nuevo contexto como lo hizo al-Qaeda; aprendiendo que si quieren sobrevivir, deben evitar atacar a las potencias que realmente pueden hacerles frente. El nuevo ‘perfil bajo’ que ha adoptado el Estado Islámico hace que, por ejemplo, pasen desapercibidas noticias como la detención en España de uno de sus excombatientes en Siria, hijo a su vez de un terrorista de al-Qaeda responsable del asesinato de 224 personas.

Solo durante el mes de marzo en el Sahel, la zona más afectada ahora mismo por el terrorismo islamista junto a Afganistán, hubo 58 atentados que se cobraron 522 vidas de civiles y militares. Esto convierte marzo en uno de los meses del año con más civiles muertos por ataques terroristas en Mali, Nigeria, Chad y Burkina Faso.

Los efectos globales del COVID-19, la degradación de la economía, el potencial descontento que provocará en la población y la incapacidad de reacción de los gobiernos –carentes de recursos– presentan un 2020 especialmente duro para la población del Sahel. ACNUR alerta de que el hambre acecha la región, amenazando con una crisis catastrófica para un territorio con 3 millones de desplazados por la guerra contra el terrorismo, donde las cosechas se están acabando y dejarán a 19 millones de personas en riesgo de inseguridad alimentaria. Son las condiciones perfectas para una catástrofe humanitaria que grupos como Boko Haram e ISWAP saben explotar a su favor. Burkina Faso, por ejemplo, se encuentra en una situación en la que el coronavirus y sus consecuencias atacan las ciudades mientras el Estado Islámico en África Occidental ataca continuamente en las zonas rurales; sin solución ni vía de escape para la población frente a ambas amenazas.

Los terroristas ya no amenazan ni a los poderosos ni a las potencias, así que han dejado de ser la prioridad. Pero siguen existiendo, siguen matando, y aunque ahora no son una amenaza, se mantienen al acecho

En el corto y medio plazo, el Estado Islámico no va a pasar de una insurgencia. Es muy improbable que logren la instauración de un nuevo califato. Sin embargo, ello no implica su derrota, y es que en las zonas donde los estados no llegan, donde la población se siente abandonada, ya se han infiltrado sus ideas extremistas. Allá donde hay un vacío de poder, seguirán calando las ideas más brutales del grupo terrorista, y aunque no controlen un territorio estable, seguirán teniendo el caldo de cultivo para fanáticos deseosos de matar por unas ideas infames pero que han interiorizado.

Sin califato, el Estado Islámico se ha atomizado, minimizando la amenaza pero aumentando exponencialmente el frente. La batalla no ha terminado, y no lo hará definitivamente hasta que se los combata no solo con las armas, sino también combatiendo el hambre, el tribalismo y construyendo una identidad colectiva entorno al estado y no la fe.

Los terroristas ya no amenazan ni a los poderosos ni a las potencias, así que han dejado de ser la prioridad. Pero siguen existiendo, siguen matando, y aunque ahora no son una amenaza, se mantienen al acecho, esperando el momento en el que ganar adeptos y volver a hacer daño.

Fuente: https://actualidad.rt.com/opinion/alberto-rodriguez-garcia/351762-califato-estado-islamico-asesinatos-recientes

Imagen: https://pixabay.com/photos/war-desert-guns-gunshow-soldier-1447021/

 

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Siria: Estudiantes continúan su educación en televisión en casa

Asia/China/05-05-2020/Autor(a) y Fuente: spanish.xinhuanet.com

SIRIA-DAMASCO-EDUCACION-TELEVISION

DAMASCO, 27 abril, 2020 (Xinhua) — Imagen del 23 de abril de 2020 de integrantes del equipo técnico trabajando en la sala de control de la Televisión Educativa Siria, en Damasco, Siria. Los estudiantes continúan su educación en la televisión en casa mientras el gobierno usa un canal educativo para transmitir lecciones. (Xinhua/Ammar Safarjalani)

SIRIA-DAMASCO-EDUCACION-TELEVISION

DAMASCO, 27 abril, 2020 (Xinhua) — Imagen del 23 de abril de 2020 de maestros dando clases en un estudio de televisión de la Televisión Educativa Siria, en Damasco, Siria. Los estudiantes continúan su educación en la televisión en casa mientras el gobierno usa un canal educativo para transmitir lecciones. (Xinhua/Ammar Safarjalani)

Fuente e Imagen: http://spanish.xinhuanet.com/photo/2020-05/01/c_139015279.htm

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Tragedia Siria

Por: El PAIS

Cuando están a punto de cumplirse nueve años de guerra civil en Siria, el conflicto sigue sumando cifras de devastación cada vez peores en las que, de lejos, la parte más perjudicada es la población civil. La última alerta lanzada por la ONU sobre la existencia del mayor éxodo de refugiados desde 2011 es un buen ejemplo de la preocupante degradación de una confrontación que más allá de sus implicaciones políticas y estratégicas está teniendo un intolerable coste en vidas humanas.

En medio del invierno y con temperaturas que han llegado a alcanzar los 10 grados bajo cero, unos 900.000 sirios de la provincia de Idlib, en la frontera con Turquía, han tenido que abandonar el lugar donde se encontraban prácticamente con lo puesto. De ellos unos 290.000 son niños y el 80% de los adultos son mujeres viudas. En numerosos casos se trata de refugiados que no han abandonado sus hogares, sino campos de acogida en los que se habían instalado huyendo de la guerra de otras zonas de Siria. En esos campos, las condiciones de vida han sido calificadas de “horribles” por las agencias de ayuda internacional, pero al menos allí estaban a salvo de la guerra. Ya no. Emprender la huida se ha convertido en una desesperada rutina para cientos de miles de personas.

Es urgente que, tal y como demanda Naciones Unidas, se establezcan corredores humanitarios que sean respetados por todos los grupos combatientes: el Ejército sirio apoyado por la fuerza aérea rusa, el Ejército turco, las milicias kurdas, los grupos rebeldes que combaten al presidente Bachar el Asad y las milicias yihadistas. También es preciso que se respeten mínimamente las reglas de la guerra y el derecho internacional para que hospitales, instalaciones médicas y colegios civiles dejen de ser bombardeados sistemáticamente como reflejan las denuncias de la ONU, que atribuyen la mayor parte de los ataques (y muertes) a la aviación rusa y a las fuerzas leales a El Asad.

Incluso en un escenario de enfrentamiento directo entre dos países de Oriente Próximo como Siria y Turquía, que tendrá importantes consecuencias regionales y en el que ya se han vivido episodios de choques directos entre los Ejércitos de ambos países, deberían respetarse unas mínimas reglas. La diplomacia debe servir en primer lugar para que la situación humanitaria no empeore y después para que la situación en su conjunto no se siga degradando.

Lamentablemente la guerra en Siria se ha sumergido en una espiral de destrucción que hace poco probable una solución a corto plazo, pero lo que no pueden esperar más son medidas concretas y factibles para evitar una nueva sangría de vidas civiles.

Fuente e Imagen: https://elpais.com/elpais/2020/02/21/opinion/1582304963_497794.html

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Muere un centenar de civiles en bombardeos sobre Siria y el mundo lo ignora

Asia/ Siria/ 14.10.2019/ Fuente: www.rosarioplus.com.

Ginebra. Un total de 103 personas, entre ellas 26 niños, han muerto en una decena de bombardeos perpetrados por el Ejército sirio y sus aliados en los últimos 10 días en Idlib y Alepo (noroeste del país), informó Naciones Unidas, que además criticó el silencio de la comunidad internacional ante estos hechos.

Estos ataques aéreos se producen en medio de una «aparente indiferencia internacional», criticó en un comunicado la alta comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet.

La alta comisionada advirtió también que pese a las peticiones de la ONU para que estos ataques no se dirijan contra objetivos civiles «el Gobierno sirio y sus aliados ha continuado atacando instalaciones médicas, colegios y otras infraestructuras como mercados o panaderías».

La ex presidenta de Chile recordó que los ataques contra civiles son crímenes de guerra y que por lo tanto «aquellos que los llevan a cabo son criminalmente responsables de sus acciones».

Bachelet recordó que desde 2011 han muerto «cientos de niños, mujeres y hombres, tantos que no es posible dar una estimación creíble de la cantidad», y que en los primeros años del conflicto el mundo mostraba una «preocupación considerable», pero ahora la respuesta «parece ser un encogimiento de hombros colectivo».

«Este es un fracaso del liderazgo por parte de las naciones más poderosas del mundo, lo que resulta en una tragedia enorme», expresó la alta comisionada para los Derechos Humanos.

A finales de pasado mes de abril, el régimen de Bachar el Asad y sus aliados comenzaron una ofensiva contra los territorios que aún están controlados por facciones rebeldes e islamistas en el noroeste del país.

Desde entonces, Siria ha experimento un aumento de la violencia que ha dejado, según la Oficina de la ONU para los Derechos Humanos, al menos 450 civiles muertos, incluidos los fallecidos en los bombardeos aéreos de los últimos días.

La alta comisionada consideró fundamental el cese de las hostilidades para que sea posible un negociación política.

Fuente de la noticia: https://www.rosarioplus.com/ensacoycorbata/Muere-un-centenar-de-civiles-en-bombardeos-sobre-Siria-y-el-mundo-lo-ignora-20190726-0012.html

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La mirada de una joven refugiada sobre la educación. Muzoon Almellehan, embajadora de Unicef (VIDEO)

Siria / 28 de julio de 2019 / Autor: AprendemosJuntos / Fuente: Youtube

Publicado el 19 jun. 2019

 

 

 

Con 14 años escapó de la guerra en Siria, junto a su familia, rumbo a un campo refugiados en Jordania. A cuestas llevaba solo lo imprescindible para ella: sus libros escolares. Para Muzoon Almellehan, la educación significa esperanza y futuro. Durante los tres años que vivió en campos de refugiados luchó por concienciar a las familias acerca de la importancia de la educación. Ella no cuenta solo su historia, o la de los niños sirios, sino la de millones de niños del mundo que no tienen voz.

Su inspiradora historia, su valentía y su firme defensa de la educación han hecho que muchos se refieran a ella como la ‘Malala siria’. En 2017 se convirtió en la primera Embajadora de buena voluntad de UNICEF con estatus de refugiada. “Cuando negamos a los niños y a las niñas su derecho a la educación, les impedimos que tengan esperanza, que alcancen sus metas y que algún día puedan volver a sus países para reconstruirlos”, afirma.

Fuente de la Conferencia: https://www.youtube.com/watch?v=VXjST-1TOWE

ove/mahv

 

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