Slavoj Zizek: “ChatGPT dice lo que nuestro inconsciente reprime”

“Los nuevos medios digitales externalizan nuestro inconsciente en máquinas de IA, de modo que quienes interactúan con la IA ya no son sujetos compartimentados, es decir, sujetos sometidos a una castración simbólica que hace que su inconsciente les resulte inaccesible. ” Slavoj Zizek

Artículo del filósofo esloveno Slavoj Zizek, publicado por primera vez, el 7 de abril del 2023, por Berliner Zeitung bajo el título «Slavoj Žižek: Chatgpt sagt das, was unser Unbewusstes radikal verdrängt»(Slavoj Zizek: ChatGPT dice lo que nuestro inconsciente reprime radicalmente).

No hace mucho, describí un incidente que me ocurrió una vez: un amigo negro estaba tan encantado con lo que yo acababa de decir que me abrazó y exclamó: «Ahora puedes llamarme «n…r»».

Recientemente, un crítico afirmó que quienes están de acuerdo conmigo aquí están «locos»: «El problema es que el argumento de Žižek se basa en su libertad para utilizar términos racistas. Žižek utiliza la palabra N como argumento contra lo políticamente correcto, dando a entender que las personas negras que no quieren que la gente les llame con nombres racistas son políticamente correctas. Y, por tanto, poco razonables. Y claro, puede que al hombre con el que hablaba no le importara en absoluto. Pero el que digas o no la palabra con N como persona no negra no debería depender de que encuentres a una sola persona negra que te lo «permita». La forma en que utilizas las palabras debería basarse en cómo entiendes el mundo. La palabra N es una palabra que se ha utilizado para justificar directamente la propiedad de una raza por la propiedad de otra. Eso es lo que me preocupa».

Era una expresión de amistad

Permíteme dejar las cosas absolutamente claras: al igual que un chatbot, mi crítico ignora el contexto obvio de mi ejemplo. Yo no utilicé (ni utilizo nunca) la palabra con N en ninguna comunicación y la persona negra que me dijo: «¡Ahora puedes llamarme «N…r»!» obviamente no quería decir que lo hiciera. Era una expresión de amistad basada en el hecho de que las personas negras utilizan ocasionalmente esta palabra entre ellas de forma irónicamente amistosa.

Estoy bastante seguro de que si realmente me dirigiera a él como «n…r», reaccionaría con enfado en el mejor de los casos, como si no hubiera entendido lo evidente. Su comentario obedecía a la lógica de una «oferta a rechazar», que he explicado detalladamente en otro lugar. Ejemplo: si digo algo como «¡Lo que has hecho ahora por mí ha sido tan bonito que podrías matarme y no me importaría!», desde luego no espero que mi contraparte diga: «¡De acuerdo!», y saque un cuchillo.

La estupidez de los chatbots es precisamente su valor

Mi opinión es que los chatbots, al menos por ahora, no pueden responder a tales ofertas de rechazo. (Ignoremos aquí los raros casos en los que, en un contexto muy específico, no solo la palabra con N puede ser utilizada por una persona no negra sin ofender a una persona negra, sino —lo que es más importante— en los que no utilizar esa palabra, sino insinuarla sutilmente mediante expresiones asociadas, puede ser casi más hiriente. Lo mismo se aplica, por cierto, a la expresión «¡Que Dios me ayude!». Si en ese momento apareciera Dios e interviniera realmente en el mundo por mí, me quedaría totalmente sorprendido).

Pero aún así, ¿no me he apoyado demasiado en la reacción académica habitual ante los chatbots, burlándose y denunciando las imperfecciones y errores que comete ChatGPT? Frente a esta opinión predominante, compartida por Chomsky y sus oponentes conservadores, Mark Murphy, en un diálogo con Duane Rousselle, defiende la afirmación de que «la inteligencia artificial no funciona como sustituto de la inteligencia/sensibilidad como tal».

Por tanto, «las estupideces, deslices, errores y atajos imbéciles que comete un chatbot —sus constantes disculpas cuando hace algo mal— son precisamente su valor», lo que nos permite (a las personas «reales» que interactúan con un chatbot) mantener una falsa distancia con él y afirmar cuando el chatbot dice algo estúpido: «No soy yo, es la IA».

ChatGPT es un inconsciente

Rousselle y Murphy justifican esta afirmación con una compleja línea de razonamiento cuya premisa inicial es que «ChatGPT es un inconsciente». Los nuevos medios digitales externalizan nuestro inconsciente en máquinas de IA, de modo que quienes interactúan con la IA ya no son sujetos compartimentados, es decir, sujetos sometidos a una castración simbólica que hace que su inconsciente les resulte inaccesible. En palabras de Jacques-Alain Miller, con estos nuevos medios hemos entrado en una psicosis universalizada, ya que la castración simbólica queda ahora excluida.

Un sujeto dividido horizontalmente se sustituye así por un paralelismo vertical (ni siquiera dividido), una yuxtaposición de sujetos y el inconsciente maquínico/digital externalizado: los sujetos narcisistas intercambian mensajes a través de sus avatares digitales, en un medio digital plano en el que sencillamente no hay lugar para la «monstruosidad opaca del prójimo».

El inconsciente digital es «un inconsciente sin responsabilidad»

El inconsciente freudiano implica responsabilidad, señalada por la paradoja de sentirnos fuertemente culpables sin saber siquiera de qué somos culpables. El inconsciente digital, por el contrario, es «un inconsciente sin responsabilidad y esto supone una amenaza para el vínculo social». Un sujeto no está implicado existencialmente en su comunicación, ya que esta la lleva a cabo la IA y no el propio sujeto.

«Del mismo modo que creamos un avatar online para interactuar con los demás y unirnos a grupos online, ¿no podríamos utilizar de forma similar personalidades de IA para asumir funciones de riesgo cuando nos cansemos?», dijo. «¿Así como se podrían utilizar bots para hacer trampas en videojuegos competitivos en línea o un coche sin conductor podría recorrer el trayecto crítico hasta nuestro destino? Nos sentamos y animamos a nuestra IA digital hasta que dice algo que es totalmente inaceptable. Entonces intervenimos y decimos: “¡No he sido yo! Ha sido mi IA”».

Para Freud, el sueño es el camino real hacia el inconsciente

Por tanto, la IA «no ofrece ninguna solución a la segregación y al aislamiento y antagonismo fundamentales que aún padecemos, pues sin responsabilidad no puede haber posdonación» [en el original: post-givenness]. Rousselle introdujo el término «posdonación» para referirse a «la zona de ambigüedad e incertidumbre lingüística que hace posible un acercamiento al otro en la zona de la llamada no-referencia. Se trata, pues, directamente de la cuestión de la imposibilidad de cómo nos relacionamos con el otro. Se trata de tratar con la monstruosidad opaca de nuestro prójimo, que nunca podrá borrarse aunque le ofrezcamos las mejores condiciones».

Esta «monstruosidad opaca del prójimo» también nos afecta a nosotros mismos, pues nuestro inconsciente es un otro opaco en el núcleo del sujeto, un amasijo de placeres sórdidos y obscenidades. Para Freud, el sueño es la vía real al inconsciente, por lo que, lógicamente, la incapacidad de considerar la monstruosidad opaca del sujeto significa también la incapacidad de soñar.

Las payasadas características del père-verse-ity (dirigiéndose al Padre)

«Hoy soñamos fuera de nosotros mismos y, por eso, sistemas como ChatGPT y el Metaverso funcionan ofreciéndose el espacio que hemos perdido al caer en el olvido los viejos modelos castrativos». Con el inconsciente digitalizado, obtenemos una in(ter)vención directa del inconsciente, pero entonces, ¿por qué no nos abruma la insoportable cercanía del goce (disfrute) como ocurre con los psicóticos?

Aquí estoy tentado de discrepar con Murphy y Rousselle cuando se centran en el modo en que, con las máquinas de IA, «el placer puede ser diferido y negado: cómo podemos crear algo total y horriblemente obsceno, y no responsabilizarnos de ello». La genialidad está en imitar al sujeto escindido de tal modo que aún podamos decir abiertamente: «Eso no es mío». El placer proviene precisamente de negar la agencia en este punto: señalas a la IA y dices: «Mira qué idiota es».

«El rasgo payasesco de la père-verse-idad (vuelta al padre) de gran parte del conservadurismo online es precisamente la necesidad de resucitar al padre. Desde Trump hasta diversos gurús triunfalistas del estilo de vida de autoayuda, los vemos actuar como figuras paternas protésicas. En estos acontecimientos, vemos los intentos de una resurrección reaccionaria de la lógica fálica protésica de «todo» y una era de invención para mantener esa lógica. (…) Al no manifestarse una figura castradora, ahora hay una invención directa del inconsciente sin el punto estructurador paterno».

El perverso retorno del padre obsceno

Así pues, es la perversión (o père-version, «versión del padre», como dice Lacan) y no la compartimentación psicótica lo que caracteriza al IA. El inconsciente no es en primer lugar lo real del «goce» reprimido por una figura paterna castradora, sino la propia castración simbólica en su forma más radical, que significa la castración de la propia figura paterna, encarnación del gran Otro (castración que significa que el padre como persona nunca está al nivel de su función simbólica).

El retorno perverso del padre obsceno (Trump en política) no es el mismo que el del paranoico psicótico. ¿Por qué? Con los chatbots y otros fenómenos de la IA, estamos ante una deformación inversa: no es (repitiendo la fórmula clásica de Lacan) que la función simbólica excluida (nombre-del-padre) reaparezca en lo real (como agente de la alucinación paranoica); es, por el contrario, lo real de la monstruosidad opaca del prójimo, la imposibilidad de alcanzar a un Otro impenetrable, lo que reaparece en lo simbólico, bajo la forma del espacio «libre», que funciona sin problemas, del intercambio digital.

El inconsciente se reprime

Esta compartimentación inversa no caracteriza la psicosis, sino la perversión; es decir que cuando un chatbot produce una estupidez obscena, no es simplemente que pueda disfrutar de ella sin responsabilidad porque «fue la IA la que lo hizo, no yo». Más bien, lo que ocurre es una forma de negación perversa: aunque sé perfectamente que es la máquina, y no yo, la que está haciendo el trabajo, puedo disfrutarlo como si fuera mío.

La característica más importante a tener en cuenta aquí es que la perversión está lejos de mostrar abiertamente el inconsciente (previamente reprimido): como dijo Freud, en ninguna parte está el inconsciente tan reprimido, tan inaccesible, como en una perversión. Los chatbots son máquinas de perversión y disfrazan el inconsciente más que ninguna otra cosa: precisamente porque nos permiten vomitar todas nuestras sucias fantasías y obscenidades, son más represivos que incluso las formas más estrictas de censura simbólica.

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Opinión | Salud mental: Locos productivos en el aula

Por: Andrés García Barrios

 

Ser calificado de productivo se ha convertido en el máximo galardón que la sociedad otorga a sus miembros pero, este «boom» de productividad ha sido uno de los detonantes de la epidemia de opioides.

Los millones de seguidores del filósofo esloveno Slavoj Žižek lo han visto más de una vez portando una camiseta en donde se lee la frase: I would prefer not to (Preferiría no hacerlo). No todos saben que esas palabras aluden a la frase que repite una y otra vez el protagonista de la brevísima novela Bartleby, el escribiente, del escritor norteamericano Herman Melville (universalmente conocido por otra de sus novelas, Moby Dick). Bartleby está traducida al español por Jorge Luis Borges, cuyo sólo nombre la recomienda.

Usted, estimada lectora, estimado lector, no se la puede perder (pensando en ello, le remito a una versión gratuita que está disponible en internet). Es una novela terrible. Trata sobre dos hombres: el narrador ─un jefe de oficina siempre apurado por lograr la máxima productividad de los empleados─ y Bartleby, uno de esos empleados, hombre taciturno que cumple su trabajo con eficiencia pero que, como él mismo dice, prefiere no hacer más de aquello para lo que fue contratado. “Preferiría no hacerlo”, repite una y otra vez.

Se ha querido ver en él un anarquista, alguien que se niega a hacer el juego al sistema; o un resistente pacífico, que desobedece sin agredir a nadie. Estas visiones, que lo idealizan, olvidan el deterioro que sufre el personaje a lo largo del texto. No es de ninguna manera un héroe; es un hombre que se encuentra en el límite de su capacidad de relacionarse con el mundo, y lucha por permanecer ahí pues más allá de ese límite todo se vuelve confuso para él. “Preferiría” no dar el mínimo paso hacia una zona de peligro a la que el jefe/narrador, hombre responsable, se ve orillado a jalarlo una y otra vez, no sin remordimientos: siendo también una persona sensible, el jefe no puede dejar de reconocer que él mismo es arrastrado a colaborar en algo que no quiere hacer: dañar a un semejante. Por eso, acaba lamentándose de lo que él y la sociedad entera le ha hecho a Bartleby: “Oh humanidad”, son las palabras con que acaba su narración.

Empecemos por reconocer que ser calificado de productivo se ha convertido en el máximo galardón que la sociedad otorga a sus miembros. Recuerdo la sorpresa que me llevé ya hace 15 años cuando por primera vez recibí, yo también de un jefe, la felicitación del 31 de diciembre con la frase: “Te deseo un feliz y productivo Año Nuevo”. Me quedé helado. Desafortunadamente, nunca he entendido (y me temo que empiezo así a manifestar rasgos bartlebyanos) el valor de la productividad como parte de los buenos deseos para otros y de los propósitos personales. Si yo fuera una máquina de tejer calcetines, lo entendería. Pero como humano que soy, siento que la frase ser productivo ni siquiera me describe como alguien que fabrica bienes útiles sino sólo como una especie de objeto que expide resultados. Se supone que yo entienda que “productividad” significa que esos resultados son al menos útiles y buenos, y que me sienta orgulloso de ello; pero la verdad es que la bienintencionada palabra no me dice que se espera de mi otra cosa que cantidad: cantidad de productos, resultados cuantitativos.

El lector, la lectora, se sorprenderán de a qué grado llega actualmente este boom de productividad: ¿han oído hablar de la epidemia de opioides (sustancias capaces de relajar a alguien prácticamente hasta el delirio, como la heroína y el fentanilo) que en Estados Unidos ha cobrado cientos de miles de muertos por sobredosis? Pues bien, según conocedores en materia de expansión del mercado de drogas, ese uso exagerado responde a la demanda social de detener la frenética carrera productiva actual, la cual arrancó hacia los ochentas y noventas del siglo pasado, por supuesto con su correspondiente droga asociada, la estimulante cocaína, tan acorde con aquella época como los tranquilizantes con la nuestra.

Por supuesto, la exigencia de productividad existe en todos los órdenes humanos, incluido el del pensamiento. Sobre éste habría mucho que decir. Está claro que a unos cuantos se les asigna el deber de pensar ideas que permitan que la sociedad opere de manera organizada para que la productividad llegue al máximo, y por supuesto que el circulo se cierre con el consumo de productos. Pero si bien las expectativas sobre la producción de este tipo de pensamientos son altas, de todos los seres humanos se espera que produzcamos al menos un tipo de pensamiento, ese que nos permite sopesar y elegir los beneficios de la obediencia. Pues bien, Bartleby apenas alcanza este mínimo nivel general, fuera del cual podemos pensar que no logra ningún otro pensamiento productivo. Más bien da toda la impresión de que, falto de otro asidero, gracias a su labor de “escribiente” (es decir, de encargado de copiar textos jurídicos), encuentra en las palabras que transcribe una especie de pensamiento artificial, una prótesis para sostenerse en el mundo del pensamiento productivo mientras el suyo propio se sumerge en quién sabe qué profundidades. Por eso, cuando el jefe le quita esa opción, Bartleby se hunde por completo (y lo hace de una de las maneras más tristes que reporta la literatura universal).

Ahora bien: si de maneras menos tristes volteamos hacia un pensamiento improductivo que sea mero vagabundeo, un soltar las riendas y dejar que las ideas nos lleven por donde ellas quieran, nos topamos con otro personaje de ficción, cuya vida completamente improductiva deviene en locura poderosamente rebelde.  Estoy hablando de Don Quijote de la Mancha, precursor del pobre Bartleby (este último, siendo un moderno y no un barroco como aquél, no tiene otra que ser mediatizado por la productividad y por el tipo de salud mental que la sociedad moderna sugiere). Hayamos leído o no la novela de Cervantes, todos sabemos que una de las técnicas preferidas del ingenioso hidalgo para su modo de vida, consiste en depositar una total confianza en el extravío, cosa que a veces aplica soltando las riendas para que su heroico y famélico corcel Rocinante tome el rumbo que desee. Pero hoy ─ese hoy que es el mismo que el del siglo XIX de Bartleby─, ¿cómo puede alguien soltar las riendas si no es un caballero andante que imita a caballeros andantes de un tiempo pasado, no sólo ya inexistentes sino que son, casi en total medida, personajes de ficción? Si Bartleby gastara sus horas de oficina imitando a antiguos amanuenses y en vez de copias jurídicas se pusiera a escribir textos sacros o poemas de amor cortés al más puro estilo medieval, quizás se salvaría. Aún si lo despidieran, podría salir a la calle a escribir en muros y a cantar sus versos… Pero no puede: como a todo ser humano moderno, se le impone un último rastro de responsabilidad productiva.

Bartleby está en el borde de la esquizofrenia. Mientras es tolerado por el jefe y mantiene su puesto en la oficina, se nos presenta como el último eslabón que sostiene al ser social que somos sobre el abismo infinito de la locura. Pero un pequeño empujón lo hará caer. Todos escuchamos el silencio que deja al despeñarse, y decimos: “Bien, se ha ido”, intentando cerrar el libro sin darle importancia… ¡Pero resulta que ese abismo es parte de todos nosotros, de cada uno de nosotros! Es entonces cuando escuchamos una voz que pregunta “¿Quién sigue?” y aterrorizados, nos alejamos de ese pozo sin fondo. Tomando las riendas de la productividad y su aliada la responsabilidad, volamos al galope con miedo infernal, y cuanto más lejos llegamos, más celebramos nuestro triunfo. ¡Pobre Bartleby!, seguimos diciendo, mientras el éxito y los premios nos deslumbran, y nos aferramos a ellos con el aplauso de todos, ponderando esa victoria como el verdadero fin de la vida humana y olvidando que en realidad venimos huyendo de algo que está en el centro mismo del pensamiento humano.

Olvidando a medias, porque ─siempre quijotescos─ inevitablemente regresamos a ese punto en que triunfar no nos es suficiente, y añoramos algo en lo que presentimos que está nuestro verdadero ser, nuestra profundidad auténtica. “La derrota tiene una dignidad que la ruidosa victoria no merece”, nos dice el mismo Jorge Luis Borges, sin alejarse del tema que también tradujo en Bartleby.

*

Un grupo de psiquiatras de la Universidad de Granada, España, nos dan información reveladora, y espeluznante para quienes habitamos grandes centros urbanos, en los cuales se enaltece al “individuo y sus realizaciones materiales”. Tras afirmar que estas realizaciones “son ideales que los esquizofrénicos en general no consiguen alcanzar” pues carecen de “los medios internos para desempeñar los roles que la sociedad les exige”, dichos expertos citan un estudio de la Organización Mundial de la Salud (OMS) que explica que la esquizofrenia tiene una evolución mucho más favorable en “contextos socioculturales menos favorecidos”; es decir, en contextos en los cuales “hay más énfasis en la colectividad y menos en los individuos”. Estos entornos podrían resultar “en menos sufrimiento existencial, pues en ellos disminuye la presión social por tener éxito y ser normal”.

Creo que esto no se aplica sólo a los esquizofrénicos. Me atrevería a decir que todas las denominadas “enfermedades mentales” tienen que ver con lo que la sociedad exige de nosotros. Ya he hablado un poco de esto en un artículo anterior sobre las supuestas “discapacidades” y diferencias. Tocando ahora una de las condiciones más comunes en nuestros tiempos ─la depresión─, está claro que ésta se asocia con inutilidad para el trabajo y las labores cotidianas, con falta de concentración y dificultad para tomar decisiones, con metas no alcanzadas y con culpabilidad por aquello en lo que uno ha fallado. En la depresión, el sujeto mismo continuamente se mira como desde afuera, juzgándose.

Tendríamos que preguntarnos si al describir la condición llamada trastorno mental no nos estamos sólo refiriendo a la escasa capacidad que tienen los enfermos para actuar como los sanos mentales esperamos que lo hagan, sin tomar en cuenta lo que ellos mismos consideran sus capacidades. ¿De verdad no tiene nada que aportar al mundo alguien que suelta la rienda? (“Para ir a donde no sabes tienes que ir por donde no sabes”, decía acerca de su propia experiencia el místico San Juan de la Cruz, creador de una de las obras poéticas más sublimes de todos los tiempos). ¿No somos los actores productivos quienes, con nuestras exigencias, acabamos empujando a los esquizofrénicos, depresivos, bipolares, obsesivos/compulsivos y otros diagnosticados por el estilo, a un sitio en que dejan de aportar por completo y se sumergen en esa “sintomatología” tan bien descrita en todos los estudios psiquiátricos: ausencia de autoestima, aislamiento, soledad, angustia, sensación de vacío? ¿Son estos realmente síntomas de locura o son más bien las reacciones de algunas personas ante el trato que reciben por su forma de ser y sus preferencias?

El sentido de la vida ¿de verdad está adelante y no al fondo? ¿Estará de verdad en producir y no en sólo en escuchar y contemplar? Kant decía que es más inteligente quien más tolera la incertidumbre. ¿No serán los locos seres singularmente inteligentes a los que sin embargo queremos obligar a que nos reporten sus hallazgos de forma productiva y responsable?

Mi pregunta de fondo es: en esta sociedad en que tantos nuevos problemas parecen irresolubles, donde el escepticismo cae sobre la población como nunca antes, ¿no será momento de cuidar de las locuras de los locos ─lo mismo que de la genialidad de las personas autistas─, en las cuales quizás se resguardan soluciones insospechadas que un día ellos estarán listos para compartirnos?

Pensando en nosotros como maestros y líderes educativos, ¿no sería nuestra primera responsabilidad reducir la presión sobre la productividad de nuestros alumnos, sobre la responsabilidad y los valores basados en el desarrollo individual y la competencia, no sólo para prevenir el desbordamiento de quienes están justamente en el borde, sino para poder aprovechar todas esas llamadas locuraspensamientos sin sentidofantasías improductivas y miradas disruptivas que surgen del ocio y que quizás profetizan soluciones a problemas que ni siquiera las ciencias de la complejidad pueden resolver?

Nunca olvidemos que, así como un buen líder hace avanzar a su grupo a la velocidad del más lento, el buen maestro cuida el paso del que parece el más rezagado, respetuoso del infinito valor que lleva dentro.Y siempre recordemos que,mientras intentamos inútilmente menospreciar el modo de vida de los extraviados, grandes sabios sueñan con una vida de vagabundeo, como si en ella se guardaran secretos que ningún conocimiento puede darnos. Diógenes, el antiguo griego que habitaba entre la basura y vivía en un barril, era considerado la persona más sabia de su tiempo, y el notable físico cuántico Carlo Rovelli ─del que se ha dicho que es el nuevo Stephen Hawking─ expresa que si de verdad pudiera vivir la vida que desea, sería vagabundo. Admitamos que es algo que todos de alguna forma soñamos, intuyendo que la pérdida de toda responsabilidad y toda productividad no implica la pérdida de sentido, y que quizás incluso sea algo más acorde con la demanda de nuestros tiempos, hartos de una productividad desenfrenada, la cual por ahora parece tener como única solución esos verdaderos sueños de opio que también en nuestro país corren el riesgo de convertirse en crisis de opioides.

Fuente de la información e imagen:  https://observatorio.tec.mx

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Slavoj Zizek «hay cosas que la gente no quiere saber»

Por: bloghemia

«No creo en esta idea de que en la nueva era liberal de hoy, las grandes corporaciones, fuera del control del estado, son la amenaza. La realidad es un nuevo vínculo entre el aparato estatal y la economía y las grandes corporaciones.» Slavoj Zizek.

  Entrevista al filósofo esloveno Slavoj Zizek. Publicada originalmente en la  revista New Internationalist N° 518 en su edición Marzo-Abril 2019.

Graeme: Has dicho que ‘ver feliz a la gente estúpida’ te deprime. Mirando a su alrededor en la política global, ¿se siente actualmente bastante deprimido?

Slavoj: Absolutamente. Creo que está surgiendo un nuevo orden mundial. Una regla que es ideológica y políticamente ‘Estados Unidos primero’, ‘Rusia primero’, ‘China primero’, ‘Turquía primero’… Tenemos que ir más allá de este nivel. Se está convirtiendo literalmente en una cuestión de supervivencia.

Por eso estoy apegado, quizás ingenuamente, a la idea de la Unión Europea. Está claro que en vista de las amenazas que enfrentamos, incluidas las amenazas ecológicas, ciertas cosas no se pueden hacer a nivel de los estados-nación. Tendremos que inventar una cooperación internacional a gran escala. No me importa si es Europa o el Pacífico o quien sea, necesitamos una fuerte cooperación y organizaciones transnacionales. Por ingenuo que parezca, necesitamos un nuevo internacionalismo. Sin esto, estamos perdidos.

Lo mismo ocurre con la biogenética: necesita cierto nivel de coordinación internacional.

Lo mismo ocurre con los refugiados y los migrantes: el problema es económico, geopolítico. Si quiere ayudar a los migrantes, haga algo en Yemen [y] Siria, de donde provienen millones de nuevos refugiados.

En su libro reciente, Like A Thief In Broad Daylight , argumenta que el control de nuestras vidas nos está siendo arrebatado, especialmente por los nuevos sistemas digitales. ¿Crees que hemos permitido que esto suceda?

Creo que ni siquiera nos pidieron que lo permitiéramos o no. Los procesos globales están determinando en gran medida nuestro destino, pero no solo no podemos influir en ellos, sino que también son cada vez más abstractos, en el sentido de que no somos plenamente conscientes de ellos. Son impenetrables para nosotros.

La paradoja que veo es que se nos trata cada vez más como sujetos libres: libre elección, todo depende de nosotros… Pero al mismo tiempo, estamos cada vez más determinados por procesos económicos e incluso militares que son impenetrables. Se nos quita la agencia.

Todo lo que sé es que el primer paso es que las personas tomen conciencia de hasta qué punto están controladas. No me digas que esto es fácil de hacer. No creo que la mayoría de la gente realmente quiera saber cómo son controlados. La mayoría de la gente quiere una vida pacífica. ¿Recuerdas todos esos debates sobre Guantánamo y el submarino? Hablé con sociólogos estadounidenses que me dijeron algo muy triste: la reacción de la mayoría de la gente no fue ‘Oh, Dios mío, no deberíamos estar torturando a presuntos terroristas’, o incluso lo contrario, ‘Deberíamos hacerlo, son una amenaza’. La gente pensaba que las agencias secretas del estado debían hacerlo discretamente pero no querían saber nada al respecto.

En cierto sentido, la noticia de cómo somos controlados tampoco será bien recibida por la gente. No los sobreestimes, hay cosas que no quieren saber.

Las tecnologías digitales que dominan nuestras vidas actualmente pertenecen a empresas y corporaciones, no a los gobiernos. ¿Crees que eso cambiará con el tiempo y las líneas se volverán más borrosas?

Por supuesto. Si algo aprendemos de todo el asunto de Cambridge Analytica y la NSA es que, incluso si son propiedad de grandes corporaciones, no debemos subestimar el increíble alcance de su discreta cooperación.

No creo en esta idea de que en la nueva era liberal de hoy, las grandes corporaciones, fuera del control del estado, son la amenaza. La realidad es un nuevo vínculo entre el aparato estatal y la economía y las grandes corporaciones.

El comediante británico Stewart Lee describió a Twitter como el ‘Stasi para la generación de Angry Birds’. ¿Estás de acuerdo con la idea de que todos estamos dando demasiada información privada en las redes sociales?

Básicamente estoy de acuerdo con esta idea de la ‘Stasi’. Es por eso que estoy tentado a defender a Julian Assange cuando la gente pregunta por qué solo ‘ataca’ a los EE. UU. y no a Rusia o China. La gente en Rusia y China no tiene la ilusión de que vive en una sociedad verdaderamente libre. Todos saben que hay límites y que viven en estados autoritarios.

La falta de libertad verdaderamente peligrosa es la falta de libertad de la que ni siquiera eres consciente, que experimentas como tu propia libertad. ¿No es Twitter la última forma de libertad subjetiva? La idea de que ‘me siento frente a mi computadora, navego, hago lo que quiero, me comunico a voluntad’. ¿Qué puede ser más libre que eso? Pero entonces, las personas también son dirigidas y manipuladas de diferentes maneras.

Por otro lado, no sigo la idea de que Twitter y Facebook son los medios de nueva manipulación y debemos prescindir de ellos. ¿Puedes siquiera imaginar formas modernas de protesta sin las redes sociales digitales? No habría habido Primavera Árabe.

¿Cómo es posible el cambio si las personas no saben en qué información confiar, especialmente en línea?

No hay soluciones fáciles. A la ideología dominante le gusta invocar la línea de que somos manipulados, pero no podemos hacer nada, así que disfruta tu vida. Pero cuando las personas son conscientes en sus cuerpos y mentes de temas como el calentamiento global, la migración, la crisis económica, etc., esto puede darles gradualmente la fuerza para hacer algo.

No subestimes a la gente. Creo en milagros. Por ‘milagros’ me refiero a cómo las cosas pueden suceder inesperadamente, algo explota. ¿Quién podría haber predicho a Siria, incluso si luego se hundió? ¿Quién podría haber predicho a alguien como Bernie Sanders en los Estados Unidos?

Soy un optimista pesimista. Eso me costó muy caro en mi popularidad cuando dije que habría votado por Trump. No estoy loco. Trump es una pesadilla. Pero afirmo que no habría #MeToo ni Bernie Sanders sin Trump. Existe la idea de que a veces un enemigo más radical nos abre más espacio y algo nuevo puede surgir de eso. Es un optimismo desesperado.

La derecha política está ganando terreno. ¿Por qué falla la izquierda? ¿Demasiado ineficaz? ¿Demasiado dividido? ¿Demasiado lento? ¿Demasiado debate, mientras que la derecha simplemente carga hacia adelante?

Es todo eso. Es fácil criticar la socialdemocracia liberal por no ser lo suficientemente radical o criticar las tendencias neofascistas. Pero, ¿realmente la izquierda más radical tiene un modelo alternativo? ¿Que quieren ellos? ¿Cómo planean reorganizar la sociedad?

El resultado final de donde estamos es que se necesita un cambio por razones políticas y ecológicas, pero no creo que la izquierda tenga una respuesta viable.

¿La filosofía y la teoría social se sienten como una voz poderosa en el mundo de hoy? ¿Sientes que tiene un impacto?

No sé qué tan poderoso es. Pero tengo una legitimación profesional, quizás ingenua: cuando entramos en debates sobre inteligencia artificial, control mental, biogenética, ecología, etc., estamos planteando preguntas que en última instancia son preguntas filosóficas: ¿tenemos libre albedrío? ¿Qué significa tener libre albedrío? ¿En qué se basa nuestra dignidad humana? Con los cambios radicales de hoy en nuestro estatus como humanos, la filosofía será más necesaria que nunca.

Por eso me gusta decir que tal vez deberíamos darle la vuelta a la Tesis 11 de Marx. Tal vez en el siglo XX queríamos cambiar el mundo demasiado rápido. Ahora, en lugar desolo cambiando el mundo, también debemos aprender a dar un paso atrás y volver a interpretarlo de una mejor manera.

Fuente de la información e imagen:  https://www.bloghemia.com

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