El montaje «Golfa» llegará mañana al teatro Galileo con intención de explorar la educación sexual y el acoso virtual en la adolescencia, un espectáculo para todos los públicos que aborda la sexualidad sin tapujos al mismo tiempo que persigue un discurso intergeneracional, «el sexo es salud, no un tabú».
«‘Golfa’ pretende romper los tabúes en torno al sexo, la adolescencia y la familia», ha explicado este miércoles a EFE su director José Padilla, quien asegura que no se trata de una versión de la película «Nueve semanas y media» (1986), sino de «ver el sexo de forma luminosa».
Una mañana aparece frente a la puerta de un instituto una pintada que reza «golfa», un insulto anónimo que destapa la historia de Amanda y Fran, dos adolescentes que fueron pareja hace unos meses, este es el punto de partida de este nuevo proyecto «que lleva a escena la realidad social sobre la educación sexual en la adolescencia», explica Padilla.
Un tema que, a pesar de vivir en democracia y de la formación con sensibilización, sigue siendo tabú en muchos hogares y familias, algo que no se puede hablar de forma natural. «El sexo es salud, no un tabú», dice el escritor y director de la obra.
En esta obra, que estará en cartel hasta el próximo 22 de noviembre, se aborda el sexo sin rodeos ni tapujos, «pero no desde un prisma sórdido, al contrario, se trata de forma luminosa», explica Padilla, quien considera que la salud sexual compete a toda la sociedad y «su tabú en el ámbito cotidiano puede acarrear consecuencias desastrosas».
Protagonizada por Fran Cantos, Ana Varela, María Rivera, Ninton Sánchez y Montse Díez, este montaje, que es para personas mayores de 12 años, transciende lo meramente juvenil y se amplía hasta lo familiar. «No estamos solo ante una propuesta para ser vista en familia, sino para ser debatida en familia».
En «Golfa» destaca la unión del lenguaje teatral y el audiovisual a través de la narrativa transmedia, «es una pieza muy activa, interpelamos al público, le pedimos su opinión y también le damos información para que se lleven a casa», añade Padilla, Premio Max 2019 con su obra ‘Dados’, al frente de la dirección y dramaturgia.
Otro aspecto importante de esta producción es el perfil de público al que va dirigido. «Invitamos al público de varias generaciones a la reflexión, a repensar el comportamiento», argumenta este dramaturgo tinerfeño.
«Los jóvenes tienen que volver al teatro», asegura Padilla, quien se lamenta de que durante años se les ha mirado por encima del hombro, como si fuera un público menor, que no tuviera valor».
Las nuevas generaciones ven el teatro «como un lugar que no es para ellos, debemos redoblar el esfuerzo para que ocupen la butacas», apela este dramaturgo quien se dará por satisfecho si alguna familia, tras ver la obra, «es capaz de hablar de sexo con naturalidad y respeto».
Una ola de denuncias de agresiones se ha extendido por las redes para señalar a los responsables, para gritar el hartazgo y para generar un cambio social
“Escucha a una superviviente sursudanesa”, ha sido el mensaje recurrente en los círculos de las comunidades del país más joven de África y su diáspora en los últimos días. Lo que seguía eran los escalofriantes testimonios de todo tipo de episodios de violencia sexual sufrida por mujeres, explicados en primera persona por las… ¿víctimas? No, por las supervivientes. La ola de confesiones y denuncias se originó en la diáspora y fue impulsada por mujeres sursudanesas por todo el mundo, cuando las jóvenes residentes en el país se unieron a esta corriente, se convirtió en un tsunami dispuesto a levantarse sobre una sociedad en la que las mujeres intentan hacer oír su voz por todos los medios.
La experiencia que ha querido compartir la activista Ayak Chol Deng Alak representa de manera gráfica lo que supone un clima de violencia contra las mujeres muy enraizado. La joven sursudanesa, conocida como activista cultural y fundadora del movimiento Anataban ha explicado en tres tuits un repertorio de episodios de agresiones y abusos sexuales que empezaron cuando solo tenían ocho años y se fueron sucediendo durante su adolescencia y juventud, todo tipo de violencias y cometidos por todo tipo de hombres. Sin embargo, el cuarto mensaje sucesivo es igualmente representativo del espíritu de esta corriente de denuncias. “Ser una superviviente de la violencia sexual y la violación significa que viviré para siempre con lo que me pasó”, advertía la activista que concluía el tuit de manera contundente: “Me niego a ser una víctima”.
El fenómeno se extendió activando las redes y, en muy poco tiempo, los mensajes se difundían, se amplificaban, viajaban, se multiplicaban y traspasaban fronteras. Aunque las transiciones se produjeron de manera inmediata, la tormenta se fraguó en la diáspora en las comunidades sursudanesas de Estados Unidos, trasladándose a las de Canadá y Australia, principalmente, para irrumpir en el país, donde las mujeres, las supervivientes, las protagonistas sienten la presión de una manera más intensa.
El detonante de todo este movimiento fue un hecho casi imperceptible. Guye Furula es una joven de origen sursudanés de 26 años que reside en Estados Unidos. Participó en un podcastViews from the Uninspired que conducen unos amigos suyos y que se compartió el 15 de junio. “Empecé a recibir mensajes que me felicitaban por mi valentía”, explica Furula. “También recibí mensajes de mujeres que habían sido agredidas sexualmente”, continúa contando la joven, “las mujeres siguieron tendiéndose la mano y compartiendo sus historias sobre sus propias experiencias de violencia y así es como empezó”. En ese podcast, Guye Furula explicaba que ocho años antes había sido agredida sexualmente en una fiesta, después de quedarse inconsciente. Explicaba que no lo había denunciado por miedo, por vergüenza y por una especie de sentimiento de culpa. Explicaba cómo se había comportado la gente a su alrededor en Nebraska, donde residía, y cómo esa experiencia había marcado su vida. Algo en ese relato tocó una tecla y en ese momento se desencadenó una ola de apoyo y empatía que encontró en las redes sociales un camino para extenderse.
A Guye Furula, sin embargo, no deja de sorprenderle la reacción y todo el movimiento que se ha desatado. No era la primera vez que explicaba su experiencia. En 2015, se lanzó a hablar sobre el tema, cuando ni siquiera se lo había contado a su familia. Lo hizo en su canal de YouTube porque consideraba que su experiencia podía ayudar a otras mujeres en la misma situación. “Me chocó mucho la reacción de la comunidad y de mis compañeros”, se lamenta al recordar el momento en el que rompió el silencio. “Tuve una mala reacción porque en ese momento nadie hablaba sobre la violencia sexual y yo no me quedé callada. Ha estado sucediendo durante muchos años y ahora la gente está cansada de llevar esa carga, por eso esta vez ha sido diferente”.
En un primer momento, fueron muchas las mujeres que se decidieron a compartir sus experiencias de violencia sexual, a través de las redes sociales, derribaron las fronteras y eliminaron las distancias que separan a las diásporas repartidas por todo el mundo y a las mujeres que viven dentro de las fronteras de Sudán del Sur, desde los entornos rurales hasta las ciudades, aparecieron las historias de tíos, de primos, de amigos, de novios, de pretendientes o de desconocidos; las confidencias hablaban de violaciones, de acoso, de matrimonios forzados, de agresiones, de proposiciones intimidatorias y de todo tipo de violencias sexuales. “Mi objetivo cuando compartí mi historia”, comenta Furula, “era ayudar a otras a reunir la fuerza necesaria para hablar y compartir sus verdades. Nunca pensé que llegaría a este punto. Creo que ha sido algo hermoso ver a nuestras mujeres de Sudán del Sur hablar porque esto normalmente se esconde y no se habla en nuestra cultura”. Los mensajes de las experiencias en primera persona se mezclaban con los de otras mujeres que no se sentían con fuerzas para denunciar públicamente y compartían sus historias para que otras las publicasen.
Apoyo mutuo y sororidad eran los mensajes que se transmitían. Algunas de las participantes en la acción se ocupaban de compartir recursos e intentar hacer pedagogía, para evitar los tropiezos del lenguaje que no disminuyen la gravedad de los hechos. La insistencia de que la supervivientes no estaban solas se reforzaba con la sensación de comunidad que genera una acción colectiva en las redes. Mujeres con rasgos comunes, en este caso su origen sursudanés; y preocupaciones compartidas, la violencia sexual; que actúan al mismo tiempo y en el mismo espacio, aunque sea virtual; se sienten arropadas y contribuyentes de una misma corriente. Y nada mejor que un hashtag, una etiqueta que diese unidad a las publicaciones y terminase de poner los cimientos de esa comunidad. La rapera Khat Diew propuso #SouthSudaneseSurvivor y esta ha sido la divisa que ha aglutinado una buena parte de los mensajes de esta ola de denuncias. “Me alegro de haber podido reunirnos”, comenta Diew, “para saber que no estamos solas y de haber compartido mi historia. Nuestras mujeres son fuertes y feroces; este movimiento estaba destinado a suceder”.
Como ha ocurrido en acciones similares en otros países, las supervivientes utilizaron las redes para exponer a sus agresores, ante la impotencia de unos sistemas y de unas sociedades que no les ofrecen las garantías para utilizar las vías de denuncia institucionales. Y también en esta corriente de ruptura del tabú de la violencia sexual entre las comunidades sursudanesas empezaron a aparecer, en Twitter y en Facebook, las listas de los hombres señalados como responsables impunes de esas violencias.
Sin embargo, la euforia por esta corriente de liberación ha tenido que enfrentarse a algunos problemas, también. Pronto, los mensajes de apoyo, de ánimo y de solidaridad no fueron los únicos que circularon por las redes. Replicas y desmentidos, reacciones de algunos de los señalados, advertencias, amenazas o acoso, en público o en privado, volvían a poner de manifiesto que la barrera que las supervivientes intentaban saltar era realmente alta. Unas participantes en la acción reafirmaban sus posiciones; otras, intentaban alejarse; y algunas llamaban a cerrar filas y recordaban la tozudez de algunas prácticas culturales con raíces profundas.
La cultura y las normas sociales se han puesto, durante esta campaña en el centro de la crítica. “El problema de las agresiones sexuales y la violencia de género es apremiante y las mujeres de Sudán del Sur se enfrentan a una violencia sexual «innombrable» tanto en las diásporas como en el país”, advertía Khat Diew. Muchas activistas han aprovechado para recordar la normalidad con la que viven los agresores, la necesidad de que la comunidad se oponga a cualquier forma de violencia sexual y de que las familias apoyen a las supervivientes. Y en esa línea intervinieron también algunos hombres sursudaneses, en la necesidad de combatir la educación que reciben los jóvenes y de que los hombres se conciencien de la discriminación y tomen responsabilidades. “Tenemos que cambiar esta cultura que tolera la violencia”, sentenciaba Diew.
Guye Furula se lamentaba del silencio que la sociedad sursudanesa impone sobre esta violencia. “Hay niñas convertidas en novias, matrimonios arreglados y forzados que también acaban generando violaciones y agresiones sexuales. No hay ningún sistema establecido para ayudar a proteger a las mujeres”, advertía la joven. Por su parte, Khat Diew recordaba: “Es imperativo que la comunidad tome medidas para apoyar a estas supervivientes, proporcionar recursos a las mujeres en situaciones de crisis, especialmente en relación con las agresiones sexuales y la violencia de género. Las consecuencias de esta acción aparecerán en forma de educación comunitaria, de divulgación y de apoyo a las supervivientes de la violencia sexual y sus familias para poner fin a los abusos”.
Por su parte, Furual reconocía que los efectos de una acción colectiva como la que se había desarrollado eran difíciles de prever: “No sé qué saldrá de esto. He visto cambios de mentalidad. He visto consecuencias negativas. Los abusadores ya están amenazando a sus víctimas en los medios sociales. Pero también espero que ayude a una especie de curación, que los padres y las familias crean más en sus hijas. Sé que este movimiento ya ha cambiado nuestra comunidad y que nunca volverá a ser igual, pero también sé que será un largo camino para ver qué más ocurre”.
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La intolerancia religiosa respecto a la impureza de la sangre menstrual aumenta el tabú sobre la higiene íntima
Música, comida, globos y hasta un fotomatón. Los ingredientes imprescindibles para una fiesta especial que, sin embargo, celebró algo tan común como la menstruación. La iniciativa ocurrió hace unos días en Nueva Delhi liderada por un grupo sin ánimo de lucro. No era la primera edición pero, en esta ocasión, el evento también servía de respuesta a un caso reciente contra la dignidad de las mujeres indias. Las connotaciones negativas atribuidas a la regla por el fanatismo religioso sirven para la discriminación constante y el insulto ocasional. Tradiciones y comentarios misóginos que, cada vez más, encuentran respuesta en gestos como el de Sachhi Saheli, una organización que combate el estigma de la menstruación en India con información y actividades lúdicas como este banquete en Delhi.
“Tengo la regla y estoy cocinando. Así que invito a todos a que vengan a probar mi comida”, explicaba Kajal Kumari, de 21 años, luciendo un delantal con el eslogan “Soy una mujer orgullosa de menstruar”. El mensaje era una respuesta clara al comentario hecho en un vídeo por un predicador religioso del Estado de Gujarat, en el noroeste de India. “Si comes platos preparados por una mujer que menstrúa solo una vez, serás un buey en tu próxima vida. Una mujer que tiene el periodo y cocina para su marido se reencarnará en puta, claramente”, pregonaba Krushnaswarup Dasji. El sermón dado hace un año no es más que otra salida de tono machista de uno de los mucho autodenominados swamis (profesor religioso hindú). Pero su sermón se hizo viral hace una semana cuando las profesoras del centro donde se imparten estos preceptos obligaron a desnudarse a un grupo de alumnas para comprobar que no tenían la regla.
El 11 de febrero, 68 estudiantes alojadas en Shree Sahajanand Girls Institute (residencia universitaria de la ciudad de Bhuj gestionada por el grupo hindú Swaminarayan Sampradaya) fueron obligadas a desvestirse y a enseñar su ropa interior para demostrar que no estaban con la regla. Las jóvenes denunciaron el acoso, originado por la queja de un trabajador del centro que había denunciado que se estaban violando las reglas que les impiden entrar a templos y cocinas, o tocar a otros estudiantes con la regla. Tras publicarse el caso, los responsables de la universidad de Gujurat a la que está afiliada la residencia cesaron a su director.
El Estado de Gujarat, del que fue gobernador el actual Primer Ministro indio, el nacionalista hindú Narendra Modi, es uno de los más prohibitivos del país. Allí no se permite ni el alcohol ni la carne de vaca. Dentro de la región norte, en la que se ubica, conocida como el cinturón hindú de India, también se encuentra Uttar Pradesh. En este Estado, en 2017, también hubo un episodio en el que forzaron a decenas de niñas a desnudarse por el mismo motivo. Así como los tabúes de la regla afectan a otros países del mundo, la intolerancia de la religión hindú respecto a la impureza de la sangre menstrual no solo daña a las indias. En Nepal, país de mayoría hindú, las mujeres de algunas zonas rurales siguen siendo víctimas del chhaupadi, o exilio por menstruación, una costumbre que las obliga a vivir fuera de casa durante el periodo. Pese a estar perseguida por ley, la tradición sigue tan presente que una madre y sus dos hijos murieron a la intemperie por esta causa hace solo un año.
Iniciativas para combatir el tabú de la regla
No es la primera vez que Sachhi Saheli recurre a actividades de ocio para educar contra las supersticiones relativas a la menstruación. El año pasado la organización ya reunió a unas 6.000 niñas de Nueva Delhi para una marcha por el centro de la capital con el objetivo de concienciar e informar sobre la regla. “Cuando trabajé en medicina, me di cuenta de que muchas mujeres de muchos sectores sociales tenían una idea falsa de la menstruación”, explica la doctora Surbhi Singh, ginecóloga y presidenta del grupo.
SACHHI SAHELI@SachhiSaheli
These women are true inspirations for the society. They set an example and let the world know that no one can question their dignity in the name of religion. Let’s put united front and claim our azadi from the misogyny. @SachhiSaheli salutes to them. #periodfeast#महावरी_भोज
Estas mujeres son auténticas inspiraciones para la sociedad. Son un ejemplo y hacen saber al mundo que nadie puede cuestionar su dignidad en nombre de la religión. Mantengámonos unidos y reclamemos nuestra liberación de la misoginia. Sachii Saheli las saluda.
Las presiones de organizaciones sanitarias y para la protección de los derechos de la mujer llevaron a que el Gobierno indio eliminase el impuesto a compresas y tampones en 2018, tras un año de protestas. La subida fiscal había transformado los productos de higiene íntima femenina en un bien de lujo en un país donde los problemas sanitarios son la principal fuente de absentismo escolar femenino. La concienciación social está acompañada por una mayor visibilidad del problema en los principales medios de comunicación de masas. Ese mismo año, una película de Bollywood basada en la historia real del conocido como “hombre compresa”, llevó el tabú de la menstruación al cine por primera vez.
Incluso el medio más importante para la educación en India, la religión, experimenta cambios. En octubre de 2018 y tras años de litigios, la decisión judicial del Tribunal Supremo del país declaraba ilegal la norma por la que mujeres entre 10 y 50 años no podían acceder al templo hindú de Sabarimala, en el estado sureño de Kerala, haciéndose eco de un movimiento feminista contra la prohibición de la entrada de mujeres a lugares de culto en India. Sin embargo, las restricciones a la entrada de mujeres a este y otros templos del país continúan en la práctica. Esto demuestra que la religión, como el principal canal de socialización, es el mayor escollo para la erradicación de los tabúes relacionados con la sexualidad y la mujer en el país asiático.
El templo hindú que honra la menstruación en India
La pluralidad religiosa india hace que existan más de 100.000 lugares de culto para los diferentes credos que conviven en el país, entre templos hindúes, mezquitas musulmanas, gurdwaras sijs e iglesias cristianas. Entre tanta variedad, también hay particularidades excepcionales en una sociedad tan patriarcal como la india y una religión tan machista como el hinduismo. Es el caso del templo de la diosa Kamakhya Devi, en las colinas Nilachal, en el Estado de Assam, al noreste de India. Este lugar de culto no cuenta con ninguna escultura de un dios al que adorar, sino la de una vagina (símbolo de una reencarnación de la diosa Kali), que permanece húmeda debido a la altitud en la que se encuentra. Cada año, en agosto, los pandits (sacerdotes hindúes) cierran el templo durante varios días en conmemoración del ciclo menstrual de la diosa. Entre tanto, miles de devotos peregrinan allí; aunque probablemente nunca hablen del periodo o tengan tabúes e ideas erróneas sobre el mismo. Irónicamente, el templo no puede ser visitado por mujeres que estén menstruando.
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En Pakistán, la menstruación sigue siendo un tabú. Hajra Bibi lucha contra el estigma en el entorno rural fabricando en casa miles de compresas caseras
En su pequeño local de Booni, en el noroeste de Pakistán, Hajra Bibi lucha contra remotos tabúes. Con su máquina de coser a manivela, fabrica compresas en un país donde el ciclo menstrual todavía es un tema prohibido. «Respondo a una urgencia», afirma esta madre de familia de 35 años, delante de su pequeña mesa de trabajo. Se siente «orgullosa» de actuar «para las necesidades básicas de las mujeres de (su) sociedad».
En su mano, Hajra Bibi tiene una de sus compresas higiénicas, de uso único. Larga y gruesa, está confeccionada con bandas de algodón envueltas en plástico, y recubierta con un tejido blanco. Tiempo de confección: 20 minutos. Precio de venta: 20 rupias (10 céntimos de euro). Cantidad producida: miles en menos de dos años. «Antes, las mujeres de Booni no tenían ni idea de lo que eran las compresas«, comenta.
Según un estudio realizado en 2013, sólo 17% de las paquistaníes las utilizaban entonces. Pero la ONG local AKRSP en colaboración con Unicef, enseñó a Hajra Bibi a confeccionar este producto íntimo.
Esta actividad en torno a un tema tabú dio un vuelco a la existencia de la comunidad de este pequeño pueblo de montaña, cercano a Afganistán. «Al principio, la gente me preguntaba por qué hacía esto. Algunos me insultaban», explica Hajra Bibi, que cuenta con el apoyo de su marido, en silla de ruedas tras un accidente.
Ahora, «en el pueblo, las chicas pueden hablar de su regla», comenta satisfecha la mujer. Bushra Ansari, la coordinadora de AKRSP que formó a Bibi, lo confirma: «El programa cambió completamente» la vida de las mujeres de Booni. El ciclo menstrual suscitaba hasta entonces misterio y cierto asco, como en otras zonas rurales paquistaníes. «La percepción es que una chica que tiene la regla no puede cocinar», afirma. Una serie de creencias populares rodean también la cuestión. «Se les dice que no tienen que lavarse durante esos días», y eso genera «infecciones urinarias y del aparato reproductor», insiste esta doctora.
Sin compresas higiénicas, las mujeres tenían que utilizar «trozos de tela mojados», ya que no podían ponerlos a secar en el exterior debido a la presión social, recuerda Ansari. «Y si había tres chicas en una misma familia, utilizaban todas los mismos trozos de tela», lamenta la doctora Wassaf Sayed Kakakhail, lo que favorece la «transmisión de enfermedades».
La educación sexual es inexistente en el norte de Pakistán, región particularmente conservadora. Las escuelas no abordan el tema. Según un sondeo realizado en 2017 por Unicef, la mayoría de jóvenes paquistaníes interrogadas ignoraban lo que era el ciclo menstrual antes de tenerlo. «Algunas adolescentes nos dijeron que pensaban que tenían un cáncer o una enfermedad muy grave, que las hacía sangrar», recuerda Kakakhail.
La situación es diferente en las ciudades, donde internet ha derribado tabúes milenarios, sobre todo entre los más ricos. En Karachi (sur), megalópolis de 20 millones considerada la ciudad más liberal del país, las compresas son fáciles de adquirir, aunque son caras. Muchas mujeres sin embargo se sienten mal con las miradas de los vendedores cuando van a comprarlas y envían a sus maridos. Como explica Sajjad Ali, un vendedor: «Algunos vienen a comprarlas de noche. Otros prefieren comprarlas en otro barrio».
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Es una práctica tradicional apenas investigada que se realiza a adolescentes de África occidental para evitar la atención masculina. ¿Soluciones? Camerún ha logrado un modo de reducir su incidencia
«Yo iba al colegio en aquel entonces. Una mañana mi madre me despertó y me pidió que fuera a su dormitorio. Me dijo que ahora que me habían empezado a crecer a los pechos había una práctica para evitar que fueran enormes. No sabía lo que me esperaba». Este es el testimonio de Bettina Codjie, de 25 años y nacida en Lomé, capital de Togo. Ella es estudiante por las mañanas y trabaja como encargada de redes sociales en una empresa de comunicación digital por las tardes. También fue una de las niñas que sufrió el planchado de pechos al inicio de su pubertad.
Múltiples son las violencias que sufren las mujeres a lo largo de su vida: violaciones, mutilación genital, matrimonios precoces, explotación sexual y asesinatos quizá sean las más mediáticas, las más denunciadas. Pero no las únicas. Uno de los maltratos invisibles es el planchado de senos. Según la definición de las Naciones Unidas, es «la práctica dolorosa de masajear o golpear los pechos de las niñas con objetos calientes para suprimir o revertir el crecimiento de estos». En algunos lugares se opta por los vendajes compresivos.
Se practica fundamentalmente en Camerún, pero también en otros países africanos… y hasta a Europa ha llegado. A principios de 2019, el diario británico The Guardian descubrió varios casos en el Reino Unido y que unas mil niñas migrantes y de la diáspora se encontraban en riesgo, lo que obligó al Gobierno a emitir un comunicado recordando que se considera una violencia contra los menores ilegal y perseguida por la ley.
Naciones Unidas ha calificado el planchado de senos como una de las cinco violencias contra la mujer menos documentadas del mundo. Diversos informes mencionan que unos 3,8 millones de adolescentes africanas la han podido padecer y citan a la ONU como fuente de esta estimación, pero no existen datos contrastados. «Es probable que más de cuatro millones de niñas hayan sido sometidas a esta práctica. Actualmente resido en Togo, donde recopilamos datos con 3.045 madres en la región de Kara y al 12% de ellas se les había realizado. Sé que también se hace en Nigeria, Costa de Marfil, Burkina, Guinea Conakry o en Sudáfrica, pero [la incidencia] no se ha documentado con estudios», advierte el antropólogo Flavien Ndonko.
Ndonko fue uno de los autores del único recuento de casos realizado hasta la fecha. Tuvo lugar en Camerún en 2005 a iniciativa de la agencia de cooperación alemana (GIZ) y la Asociación Renata, una de las pocas en el mundo que ha investigado y ha trabajado en campañas de sensibilización. Ellas bautizaron esta práctica con el nombre por el que se conoce y aportaron unos resultados que revelaron que el 24% de las casi 6.000 niñas y mujeres encuestadas habían sido sometidas a ella y que otros 2,3 millones se encontraban en riesgo en este país. En algunas provincias la prevalencia ascendía al 53%.
Es un asunto tabú que se realiza en secreto en el hogar, relegado a la intimidad de la relación madre-hija. «La gente tiene dificultades para hablar de ello porque es como una cosa oculta que no deberíamos divulgar. Las personas que lo practican están en las aldeas. En mi caso, sé que no fue iniciativa de mi madre, sino de sus tías que están en el pueblo», indica la estudiante Codjie.
La razón de esta tortura es lograr que los pechos de las niñas no llamen la atención para evitar que los hombres se sientan atraídos por ellas, retrasar al máximo el inicio de la vida sexual de las chicas, prevenir el acoso, los embarazos no deseados… Aunque no se sostiene esta teoría: en Camerún, los últimos datos disponibles del Fondo de la Población de la ONU (UNFPA) revelan que el 30% de las mujeres se quedan embarazadas antes de los 18 años.
Betty Codjie no cree que haya relación entre el planchado de senos y la prevención de embarazos no deseados, tal y como sostiene la creencia popular. «Estos tienen que ver más con la falta de acceso a métodos anticonceptivos», afirma la chica. Las jóvenes como ella saben que deben conseguirlos si van a mantener relaciones sexuales, pero les echa para atrás porque el sexo está mal visto si se trata de una mujer soltera. De hecho, solo el 13% de las mujeres entre 15 y 49 años utiliza métodos anticonceptivos modernos, según la UNFPA. «Te preguntan si es que te vas a acostar con un tío… Todavía hay una cierta moral de que no debes tener relaciones sexuales. Para pedir las píldoras anticonceptivas aún necesitas mucho coraje, y las chicas al final se quedan embarazadas».
En la mayor parte de casos, el planchado lo realizan las madres y los objetos más utilizados son piedras lisas, espátulas, palos de escobas o similares, e incluso cinturones para atar alrededor del pecho. «Mi madre fue a buscar un bastón y me explicó que tenía que golpearme todas las mañanas, al amanecer. Me pareció un poco raro, no lo entendía. Cuando los pechos empiezan a crecer, duele. Así que cuando te golpean, es peor…», afirma la joven. Codjie fue advertida de niña de que cuando le empezaran a crecer los senos, los hombres la mirarían. Que su desarrollo era una manera de provocarlos.
El martirio le duró a Codjie casi un mes con sesiones de 10 minutos cada mañana, pero acabó por rebelarse y dejó de acudir a su sesión matutina de golpes. No tuvo más problemas con su madre. «Ella se dio cuenta de que no me gustaba», reflexiona. Codjie piensa que en su caso no ha tenido consecuencias para su físico, pero en otros casos sí que se presentan problemas físicos y psicológicos a posteriori. Los primeros incluyen dolor, quistes, abscesos, cicatrices, daño permanente en los conductos de la leche, infecciones, fiebre severa, dolor intenso, quemaduras, deformación, reducción o agrandamiento del tamaño de los senos, caída prematura, e incluso la desaparición completa de uno o ambos.
Desde el punto de vista psicológico, se producen sentimientos de baja autoestima y la creencia entre las menores de que no deberían tener senos. «Todas las víctimas que hemos registrado padecían al menos un daño físico y/o psicológico», asevera Catherine Aba Fouda, portavoz de Renata. «Algunas han reportado tener dolores de cabeza, no pueden soportar que su pareja toque sus senos durante su intimidad y otras se han negado categóricamente a amamantar a sus bebés porque el simple contacto con el pecho les produce dolor». Coincide Codjie con esas sensaciones negativas: «No me gusta tocar mis senos o verlos. Simplemente no los encuentro bonitos».
Desde la ley hasta la educación sexual
En el año 2015, el Gobierno de Camerún desalentó la práctica al incluir una disposición en el nuevo Código Penal; en concreto el Artículo 277 establece que quien, de cualquier manera, interfiera con un órgano para inhibir su crecimiento normal, será castigado con prisión de seis meses a cinco años, multas de 100,000 a un millón de francos CFA (entre 170 y 1.700 dólares). «Pero aún no se ha aplicado, varias personas continúan ejerciendo libremente esta barbaridad sin ninguna preocupación», denuncia Aba Fouda.
«La solución es muy simple: abrir un diálogo sobre sexualidad y romper los tabúes al informar a los adolescentes sobre las manifestaciones y los cambios en la pubertad», propone Aba Fouda. Esto es, de hecho, la razón de ser de Renata. «Hicimos sensibilizaciones a través de charlas educativas en escuelas, iglesias, medios de comunicación, comunidad y asociaciones tradicionales interesadas; las estrategias de intervención varían según el entorno y el objetivo. Llevamos a cabo acciones de promoción ante los responsables de la toma de decisiones y esto produjo un resultado alentador».
Tras el escandaloso resultado de 2005, Renata y sus socios técnicos y financieros lanzaron una campaña de sensibilización internacional. Para ella se valieron de quienes llaman cariñosamente aunties, tías en inglés. Son en su mayoría las madres adolescentes que han sido víctimas del planchado a las que formaron para expandir su mensaje en contra de esta forma de violencia en los hogares, las iglesias y los medios de comunicación. Después de muchas intervenciones, realizaron otro estudio en 2012 y vieron que las cifras se habían reducido a un 12%.
Las noticias son bastante satisfactorias en los últimos tiempos porque las familias están comprendiendo la gravedad del fenómeno, y gradualmente abren el diálogo y la comunicación en torno a la sexualidad. «Esperamos continuar con nuestras acciones y deseamos realizar una nueva evaluación, pero carecemos de apoyo financiero», dice Aba Fouda. «Aproximadamente, 1,2 millones de niñas estaban en riesgo en 2013. Pero desde entonces, esta cifra probablemente habrá disminuido dada la excelente campaña de sensibilización liderada por Renata», abunda el antropólogo Ndonko.
Codjie es también bloguera de moda y cosméticos, y se ha dado a conocer en la comunidad de Instagram de su país. Pero su labor de influencer no se queda solo en las compras. Ya más mayor, decidió compartir su experiencia después de leer en Facebook a una chica contando su caso y recuerda que hasta sus amigas se sorprendieron. «Es muy importante hablar abiertamente porque la mayoría de la gente no sabe de esto», indica. Su objetivo es evitar que otras jóvenes se dejen hacer lo mismo.
Y condena la práctica, desde luego. «No está bien. Como mujer, te van a empezar a crecer los senos y no veo la razón de detener ese proceso o de impedir que el desarrollo prosiga de forma natural; no podemos ir en contra de nuestra naturaleza y el hecho de que sea más por el placer de los hombres me molesta. Es machista, es una forma de opresión para la mujer. Es nuestro cuerpo».
Fuente e imagen: https://elpais.com/elpais/2019/07/09/planeta_futuro/1562676612_984314.html
El experto de Harvard ha diseñado un currículum de ciudadanía internacional
El mundo se enfrenta a desafíos globales. Por eso el venezolano Fernando Reimers, director del Programa Internacional de Políticas de Educación de la Universidad de Harvard, aboga por diseñar “un currículum de ciudadanía internacional de gran calidad”. Reimers ha coescrito un libro, Empoderar alumnos para la mejora del mundo en 60 lecciones, que proporciona claves a los profesores para formar cosmopolitas. El experto impartió recientemente una clase magistral en la Universidad Camilo José Cela de Madrid y visitó la Organización de Estados Iberoamericanos.
Respuesta. La mayoría de los 7.500 millones de habitantes de la Tierra interpretan el mundo desde la óptica religiosa —cristiana, musulmana, budista…— y hay problemas que solo podremos resolver desde esa visión. Es necesario que las personas conozcan que hay distintas tradiciones religiosas, y en la mayor parte de las escuelas públicas hay un tabú a enseñar la religión como una construcción cultural.
P. ¿Por qué existe ese tabú?
R. Se confunde la alfabetización en religión —una construcción cultural de la mayor parte de la historia— con el adoctrinamiento religioso. Una persona puede ir a misa y no tener capacidad de entender críticamente esa fe.
R. Los niños no saben que todo conocimiento científico tiene un margen de error, por eso es muy fácil para un demagogo decir: “¿Cómo un científico no puede predecir exactamente cuándo la capa de ozono va a tener tal espesor?” Es una ignorancia decir eso, por eso creo que el currículum no está bien alineado.
P. Usted plantea una formación global, pero sin descuidar lo local.
R. El objetivo de la escuela debe ser empoderar para mejorar el mundo y para eso se necesitan unos códigos comunes universales. Y lo más parecido que tenemos son la Declaración Universal de Derechos Humanos y marcos como los Objetivos y Metas de Desarrollo Sostenibles, que han sido suscritos por todos los gobiernos democráticos. Y luego cada país tiene que enseñar su marco legal, su historia y su lengua. Pero no puede acomodarse el currículum a la realidad cercana del niño porque le condena a que el origen sea el destino, cuando vivimos un momento de enorme movilidad.
P. ¿Cómo puede un profesor innovar en sus clases?
R. Podría mejorar mucho su potencial si aprendiese de otros, hay que insertar en redes no solo las escuelas, sino las universidades, las empresas o asociaciones científicas. No es realista pensar que haya profesores con todas las capacidades para enseñar solos a los niños. Yo invito a mis clases a gente que sabe más que yo.
P. Evita comparar la innovación educativa entre países.
R. No conozco ningún país que haya realizado un cambio significativo partiendo de decirle lo malo que era. Hay que enseñarle las cosas buenas que está haciendo y ejemplos de buenas prácticas que no vean demasiado lejanas.
P. Pero Internet nos acerca a otros mundos.
R. Hay una segregación residencial que nos mete en una comunidad, la de nuestros amigos en Facebook, en Twitter… En Massachusetts, desde hace tres años observamos grupos neonazis en las universidades que utilizan todos estos medios para actuar de forma invisible. La escuela pública tiene que hacer que el estudiante pueda interactuar con alumnos de situaciones culturales y socioeconómicas distintas sin sentirs0e amenazado.
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Tenaye Ashenafi no tuvo muy buena experiencia con sus primeras reglas. Regresó a su casa corriendo después de haber sido ridiculizada por sus compañeros de escuela, y le mostró a su madre su ropa manchada de sangre.
Su madre le dio unos pedazos de “gabi”, una mantita tradicional de algodón para que la utilizara durante sus periodos menstruales. “Ni siquiera mi madre conocía las toallas sanitarias”, dijo Tenaye.
Al igual que Tenaye, son muchas las niñas que se ven obligadas a ausentarse de la escuela durante sus periodos menstruales. La menstruación es un tema tabú y a las niñas se les estigmatiza y discrimina a menudo durante sus periodos. Esta situación impide que reciban los consejos adecuados que podrían ayudarlas para hacer frente a los problemas vinculados con la pubertad. En Etiopía, solo el 54% de las niñas completan su ciclo de educación primaria, y muchas abandonan los estudios debido a los dolores u otros inconvenientes durante sus reglas, según un informe del UNICEF de 2017.
Clubes sobre cuestiones de género
Simret Getaneh entró como docente de matemáticas en la misma escuela que Tenaye en 2015. Participó en una formación sobre pedagogía sensible a las cuestiones de género organizada en el seno de la escuela en el marco de un proyecto llevado a cabo por la UNESCO en Etiopía. La formación reforzó las capacidades de los docentes al hacer hincapié en la manera de incluir las diferentes consideraciones sobre el género, tanto en los cursos y las actividades de aprendizaje en las aulas como en las actividades extracurriculares.
Poco después, Simret comenzó a liderar un club sobre cuestiones de género que permanecía inactivo. “Aquí, la mayoría de los alumnos pertenecen a familias con bajos ingresos”, afirma Simret. “No tienen los medios para comprar toallas higiénicas.” En el marco del proyecto es la escuela la que proporciona las toallas higiénicas, así como otros productos y materiales sanitarios.
Después de haber manchado otra vez su ropa, Tenaye se dirigió a Simret quien la incitó para que participara en el club para que obtuviera información sobre la menstruación y las toallas higiénicas. Simret le explicó a los miembros del club cómo servirse de estas toallas y cómo confeccionarlas mediante retazos de telas y otros materiales para poder utilizarlas de nuevo. Las niñas escogen el color de sus telas, las cortan como es debido y las cosen juntas. Algunas cosen incluso sus nombres en sus toallas higiénicas.
Implicar a los niños
Simret incitó a los niños para que se unieran al club. Había aprendido durante una formación que para que un entorno escolar fuera sensible a las cuestiones de género debía involucrar lo mismo a las niñas que a los niños. Muchas cosas han cambiado en la escuela: antes, los niños se sentaban separados en las aulas, y ahora, ayudan a las niñas a confeccionar en el club sobre cuestiones de género sus toallas higiénicas reutilizables.
Merid, de 17 años de edad, es miembro del club sobre cuestiones de género. Ha participado en una formación sobre competencias para la vida cotidiana en el marco del proyecto, en la que se informó sobre la igualdad de género, fundamentalmente sobre el papel que desempeñan niños y hombres. “Me gusta trabajar con las niñas y ayudarlas a reducir el costo de sus toallas higiénicas, pues así no tienen que preocuparse por esto y pueden concentrarse en el éxito de sus estudios”, afirma Merid.
Formar a los docentes-tutores
En la escuela primaria Ras Desta, a las niñas se les obliga a menudo a dejar la escuela por un matrimonio precoz o concertado. Simret garantizó un acompañamiento continuo de las niñas, hablándoles de los matrimonios precoces y de la importancia de terminar sus estudios. “El abandono escolar debido a los matrimonios precoces ha disminuido gracias a las actividades del club sobre cuestiones de género”, revela Simret. “Muchas niñas escogen continuar su educación.”
Los 117 docentes, de los cuales 56 son mujeres, de la escuela primaria Res Desta, han recibido formación en pedagogía sensible a las cuestiones de género. Simret forma parte de los numerosos docentes que han tenido una influencia significativa en las niñas y su educación, según Merinda Teklu, directora del centro escolar. “La mayoría de las niñas se ausentan de la escuela durante sus reglas porque no tienen los medios para comprar toallas higiénicas, pero ahora han aprendido a confeccionarlas y han sido supervisadas como es debido en la escuela.”
La escuela de Tenaye y Merid forma parte de las escuelas que participan en el proyecto, y muestra haber alcanzado resultados prometedores. Cada vez son más las niñas que aprueban sus exámenes nacionales de primaria. La tasa de las niñas que han completado el ciclo de educación primaria se ha incrementado en un 10% en un año, entre el curso escolar 2016-2017 y el 2017-2018. Entre ellas, tres niñas se han beneficiado con una beca, una ventaja que antes solo estaba reservada a los niños.
El proyecto llevado a cabo en el marco del Fondo Fiduciario UNESCO-HNA en Etiopía tiene como objetivo mejorar la calidad y la pertinencia de la educación de las niñas adolescentes, y de lograr que todas las niñas puedan tener acceso a un ciclo de educación completo en el que puedan evolucionar con éxito para tener una vida mejor.
El proyecto ha sido puesto en marcha por la Oficina de enlace de la UNESCO en Etiopía, en el marco de la Alianza UNESCO-HNA para la educación de las niñas y las mujeres. El Instituto Internacional de la UNESCO para el Reforzamiento de las Capacidades en África (IIRCA) proporciona un apoyo técnico en el reforzamiento de las capacidades institucionales con miras a la integración de las cuestiones relativas al género en la educación, la pedagogía sensible a las cuestiones de género y la educación de los docentes.
Imagen tomada de: https://es.unesco.org/sites/default/files/styles/img_688x358/public/menstrual-pads-gender-club-ethiopia-c-genaye_eshetu.jpg?itok=bCYMqkwv
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