Por: Laura Lewin/infobae
En este nuevo mundo que se viene, solo las mentes que se destaquen podrán sobresalir. Debemos involucrar a los alumnos en la construcción del conocimiento, permitirles explorar, investigar y compartir.
Una noche, Mariana decidió hacer la receta familiar de colita de cuadril al horno con papas para cenar. Lo primero que hizo fue tomar la carne y cortarle unos diez centímetros de la punta para luego colocarla sobre la asadera. Su pareja, al verla hacer esto, le preguntó: “¿Por qué siempre que hacés colita de cuadril le cortás la punta?”. Mariana, algo desconcertada y a la vez contrariada, le respondió: “Porque se hace así. Mi mamá siempre lo hizo así, mi abuela también. Se hace así”.
Unos días después, cuando fue a visitar a su mamá, Mariana le preguntó: “Mamá, ¿por qué hay que cortarle unos diez centímetros de la punta a la colita de cuadril antes de ponerla al horno?”. Su madre, sorprendida, le respondió: “No lo sé, hija, yo siempre lo he hecho así; tu abuela la preparaba así. Mejor vamos a llamarla y le preguntamos”. Luego de escuchar la pregunta con atención, la abuela contesta: “Y, yo corto la punta de la colita de cuadril porque, si no, no entra en mi asadera”.
Este relato nos muestra cómo, en ocasiones, repetimos conductas de modo rutinario, sin preguntarnos por qué lo hacemos. Nunca nadie se planteó una manera diferente de hacer las cosas. Lamentablemente, en la educación muchas veces sucede lo mismo.
Las cosas siempre se hicieron así
Tenemos el mismo sistema educativo desde hace más de cien años. De vez en cuando, surgen reformas curriculares, entran en boga nuevas estrategias de evaluación, pero se trata de cambios superficiales. En el fondo, todo sigue igual. Es difícil imaginar las razones de esta inmutabilidad. Si los alumnos de hoy tienen un perfil completamente distinto al que teníamos nosotros, ¿cómo se explica que no podamos aggiornarnos?
Llegados a este punto, creo que todos coincidimos en que necesitamos transformar la educación. Esto no significa estar inventando la rueda todo el tiempo, pero sí repensar las estrategias educativas en función de qué necesita hoy un alumno para aprender más y mejor y poder adaptarse a las necesidades de un siglo que se las trae.
El mundo se está preparando para trabajos que hoy no existen.
Las normas que gobiernan el mundo laboral están cambiando a pasos agigantados y ni siquiera sabemos qué trabajos van a estar disponibles en un futuro. Por lo tanto, ¿qué estamos enseñando en la escuela? ¿Para qué escenario estamos enseñando?
En este nuevo mundo que se viene, solo las mentes que se destaquen podrán sobresalir. Debemos involucrar a los alumnos en la construcción del conocimiento, permitirles explorar, investigar y compartir. El mundo cambia y se transforma a un ritmo por demás acelerado que, sin lugar a dudas, sobrepasa la capacidad de la escuela de poder acompañarlo.
Además de construir habilidades cognitivas, nuestros estudiantes necesitan desarrollar capacidades que les permitan desplegar aspectos emocionales y sociales de su personalidad. Necesitan espacios de conocimiento en donde sea posible resolver conflictos y poner en práctica la empatía y la escucha atenta, las habilidades de exposición, el estar enfocado, las de liderar y ser liderado, cualidades que ya no son optativas para la vida. Las habilidades que demanda este siglo están asociadas a la creatividad, la innovación, la resolución de problemas y el pensamiento crítico, entre otras competencias.
No ha existido otro momento en la historia en el que los alumnos hayan estado expuestos a tantos estímulos. Son chicos inquietos, curiosos y con recursos de todo tipo. Sin embargo, en muchas escuelas se sigue pregonando el mismo discurso de siempre: “Sentados y en silencio”.
Necesitamos entender que las respuestas automáticas y memorizadas no sirven en el mundo actual. El nuevo paradigma de la educación acentúa aprender en cualquier momento y en cualquier lugar. La acumulación de conocimiento ya no representa un bien socialmente valorado y esto se debe, como sabemos, a que podemos acceder a todo tipo de conceptos y contenidos a través de Internet. Lo que el mundo exige son personas que puedan adaptarse, y que puedan aplicar este conocimiento, no solo adquirirlo.
El docente que sigue sosteniendo como única estrategia de enseñanza la clase expositiva y magistral, debe saber que ese rol, el de ser la única fuente de conocimiento, ya caducó. Más que ir a la escuela a aprobar, necesitamos que los chicos vayan “a probar”, y que de ese probar surjan la curiosidad y las ganas de aprender. Ahí es donde surge el aprender: de un alumno naturalmente motivado para seguir aprendiendo por sí mismo. Si ir al colegio es aburrido, ¿cuál es la motivación?
El corte abrupto entre el nivel inicial y la primaria/secundaria
El nivel inicial es diferente porque está basado en corrientes pedagógicas que respetan los intereses del niño. Tanto Federico Froebel como María Montessori fueron pedagogos pioneros en destacar las particularidades de la infancia como el juego y el descubrimiento, y en mencionarlas como las bases para construir la enseñanza. No sucede lo mismo en la primaria ni la secundaria, instancias en las que parece ser imposible trascender la lógica de “la letra con sangre entra”.
Cuando en los colegios hablamos del perfil del egresado, nos referimos al conjunto de cualidades, habilidades y valores que, junto con los conocimientos, queremos que tengan incorporados nuestros alumnos al momento de egresar. El problema es que mucho se habla de esas características, pero poco se las tiene en cuenta en el aula.
Un futuro ambiguo, incierto y tan cambiante necesita de personas que, más que “recordar” qué hacer en situaciones nuevas, puedan “pensar” qué hacer. Para preparar a los chicos para ese escenario será necesario trabajar en las aulas con metodologías cooperativas, en donde los alumnos puedan pensar, crear, hacer, innovar, debatir, escucharse y aprender los unos de los otros. La educación está en un punto en donde o cambiamos o la historia se repetirá. Para transformarla necesitamos de un compromiso alto para generar y sostener cambios a lo largo del tiempo.
Mejorar la calidad de la educación requiere, ante todo, de una voluntad muy firme de mejorar, de trabajar de manera articulada entre todos los actores de la educación y fijar metas a corto, mediano y largo plazo que involucren mejoras en los sueldos, bienestar docente, desarrollo profesional, infraestructura, recursos, aspectos curriculares, implicancia de las familias, y muchas otras cuestiones. Necesitamos líderes que puedan poner a la educación en el centro de la escena y que puedan, a través de su idoneidad, credibilidad, liderazgo y acompañamiento, mostrar el camino.
Sin una educación de calidad, nos esperan muchas décadas desperdiciadas.
https://www.infobae.com/opinion/2023/02/15/para-transformar-la-educacion-debemos-primero-soltar-amarras-y-animarnos-a-mirar-el-horizonte/