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Violencias machistas en pandemia, un 25N más necesario que nunca

Por: Mara Nieto

Según la última Macroencuesta de Violencia contra la Mujer elaborada por la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género, realizada durante el 2019 sobre una muestra representativa de casi 10.000 mujeres de todo el país, una de cada dos mujeres de dieciséis o más años (en concreto un 57,3%), ha sufrido violencia machista a lo largo de su vida, y una de cada cinco (19,8%), la sufrió en el último año. Por primera vez, esta macroencuesta recoge datos de situaciones de violencia machista que han tenido lugar también fuera del ámbito de la afectividad (acoso sexual, stalking, etc.).

En la situación en la que nos encontramos actualmente, podríamos afirmar que estos datos están lejos de haber disminuido, más aún si tenemos en cuenta la situación de confinamiento que tuvo lugar los pasados meses. Durante ese periodo, se han dado una serie de factores muy determinantes para entender la grave realidad que han vivido cientos de mujeres, especialmente aquellas que sufren violencia en sus casas. En primer lugar, hemos vivido una situación de crisis, muy estresante, nueva y frustrante, lo que, como señalan muchos estudios, aumenta el nivel de irascibilidad y agresividad de los maltratadores. En segundo lugar, el aislamiento ha impedido a las mujeres salir de las situaciones de violencia, en muchos casos ni siquiera por pequeños ratos, y tampoco han podido comunicarse con libertad dentro de sus casas. Además, esto ha facilitado las estrategias de control y dominación, así como el abuso sexual, que suponen formas de violencia con graves repercusiones psicológicas en las mujeres y las niñas. Muchas adultas y también muchas menores se han visto encerradas con sus agresores bajo un mismo techo durante semanas, y no podemos obviar las consecuencias que ello puede tener para su desarrollo y su salud mental.

Cada año, la violencia machista acaba con la vida de miles de mujeres en todo el mundo. Los datos oficiales esconden una realidad que no se denuncia por miedo, por falta de medios y apoyos… En realidad, son muchas más las mujeres y niñas que la sufren, y permanecen silenciadas. Y en tiempos convulsos como los que estamos viviendo parece que esta problemática ha perdido importancia.

Durante el confinamiento, el Ministerio de Igualdad impulsó un Plan de contingencia contra la violencia de género ante la crisis de la Covid-19, con varias medidas para prevenir, controlar y minimizar las posibles consecuencias negativas en las vidas de muchas víctimas de violencia de género. A pesar de ello, queda cierta sensación de que las violencias machistas, como otras situaciones de desigualdad, han quedado relegadas a un segundo plano. Es posible que ahora el número de mujeres que no se atreven a denunciar haya aumentado, por miedo, por inseguridad, por dudar de si es un buen momento con la que está cayendo. La situación que muchas menores pueden estar viviendo en sus casas puede ser aún más delicada, teniendo en cuenta que probablemente pasan más tiempo en ellas. Las clases a distancia, el teletrabajo, las dificultades que ello implica para la conciliación, se suman a otras realidades de desigualdad y violencias que no podemos omitir, especialmente, en los centros educativos y en una fecha como el 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres.

Ahora que en los centros escolares parece que el discurso ha quedado monopolizado por las mascarillas y las medidas de seguridad y prevención sanitarias, es importante que demos un espacio para denunciar y trabajar estas desigualdades, y que no queden desatendidas. Claro que el escenario actual es grave y que sus consecuencias son insoslayables, pero no nos puede servir de excusa para no abordar otras cuestiones clave que afectan el presente y el futuro de muchas personas. Podemos seguir ayudando a muchas mujeres y niñas, podemos seguir denunciando la realidad machista que nos rodea y seguir sensibilizando a las y los más jóvenes para frenar la expansión de esta discriminación. Quizás ahora tenga más sentido que nunca. Ahora tenemos la oportunidad de situar los cuidados en el centro de nuestro quehacer educativo.

Los centros escolares son espacios privilegiados donde poner en marcha todo aquello que consideramos necesario para construir una sociedad más justa e igualitaria, también en pandemia. Si partimos de la experiencia más cercana, es más fácil que los chicos y las chicas realicen aprendizajes más significativos. Por ello, puede resultar muy revelador hablar de cómo nos sentimos en esta situación, de nuestras emociones y cómo las gestionamos, analizar cómo tratamos a quienes nos rodean en este contexto de crisis sistémica, pensar qué podemos hacer para poner nuestro granito de arena en la construcción de un mundo sin violencia, cuestionar las propias actitudes machistas y cómo nos atraviesan en nuestro día a día, en casa, en el colegio, en el transporte; y reflexionar conjuntamente sobre las consecuencias que la pandemia y el confinamiento han podido tener o están teniendo para muchas mujeres y niñas en España y en el mundo entero.

Ahora que parece que hemos tomado conciencia de lo importantes que son los servicios y las labores de cuidados en esta sociedad, y de que somos seres interdependientes, que solas no podemos y nos necesitamos para salir adelante, aprovechemos para seguir educando en esta línea.

Estamos viviendo un curso escolar extraño, anómalo y muy complicado; no dejemos que este contexto de crisis nos haga olvidar la importancia de conmemorar un día como el 25 de noviembre. No nos olvidemos de nombrar las violencias machistas, de tener presentes a todas las mujeres que han fallecido por ello y a seguir luchando por ellas, por todas nosotras, por quienes nos cuidan, por aquellas a quienes cuidamos, por quienes están creciendo y están luchando por construir un mundo sin machismo. No dejemos a un lado la lucha y el trabajo que venimos realizando año tras año, y sigamos denunciando todas y cada una de las violencias machistas que sufrimos las mujeres cada día, también en pandemia.

Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/2020/11/24/violencias-machistas-en-pandemia-un-25n-mas-necesario-que-nunca/

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Llevar calzones rojos, una indigna licencia para violar en Perú

América del Sur/ Perú/08-11-2020/Autor(a) y Fuente: acento.com.do

El hecho de que la sala judicial haya resaltado el uso de esa prenda es lo «más escandaloso», pero «en toda la sentencia ha habido una serie de argumentos basados en prejuicios, en estereotipos, en machismo, que ha causado bastante indignación».

Un calzón rojo de encaje es la prenda de máxima seducción en el imaginario popular y bajo ese argumento, tres jueces de Perú rechazaron una denuncia de violación de una mujer que los usaba y absolvieron a su presunto violador, en un fallo que ha indignado al país por los prejuicios machistas que sostiene.

El relato es el de una muchacha de 20 años que acude a una cita con otro joven de 22 años, toman unos tragos y el encuentro se extiende más allá de las once de la noche, la hora en que la mujer dijo a su familia que volvería a su casa.

Sin embargo, la cita se convierte en una pesadilla, pues la mujer denuncia al hombre por agresión sexual y el caso llega a los tribunales en la calurosa ciudad de Ica, al sur de Lima.

Después de meses de investigaciones, los magistrados decidieron absolver al presunto agresor por una serie de argumentos que para muchos peruanos, expertos legales y organizaciones feministas son fuente de indignación, pues muestran claramente cómo la Justicia, en lugar de proteger, revictimiza y perpetúa la violencia contra la mujer.

JUSTICIA QUE REVICTIMIZA

«A muchas mujeres y organizaciones feministas nos ha causado mucha indignación porque no es la primera vez, ni es un caso excepcional, donde la Justicia revictimiza y contribuye a esta cadena de violencias que se ejecutan contra las mujeres», declaró a Efe la vocera del movimiento feminista Manuela Ramos, Luz Mateo.

El hecho de que la sala judicial haya resaltado el uso de esa prenda es lo «más escandaloso», pero «en toda la sentencia ha habido una serie de argumentos basados en prejuicios, en estereotipos, en machismo, que ha causado bastante indignación», precisó la activista.

El peritaje psicológico hecho a la víctima la describe como una persona sumisa, dependiente e incapaz de decir un no tajante, pese a lo cual los jueces dictaminaron que ese peritaje no corresponde con una persona que lleva ropa interior de color rojo.

«Han dictaminado que este peritaje no va y por eso es que hacen hincapié a su ropa interior, que era una truza (calzón) de color rojo y con encaje», anotó Mateo.

De hecho, en la resolución judicial se afirma que «la máxima de la experiencia» señala que esa prenda es usada para ocasiones de intimidad, lo cual desvirtuaría un escenario de agresión sexual.

También desvirtuaría el peritaje que dice que la mujer es «tímida», en el sobreentendido que solo una mujer «atrevida» llevaría ese tipo de prenda.

ABREN INVESTIGACIÓN A JUECES

Manuela Ramos es una de las varias organizaciones que viralizaron en las redes sociales el lema #Perúpaísdevioladores para criticar la actuación de los magistrados Ronald Anayhuamán, Diana Jurado y Lucy Castro, que serán investigados por la Oficina de Control de la Magistratura (OCMA) a raíz de su controvertido fallo.

El archivamiento de la denuncia fue asimismo apelado por el fiscal adjunto provincial, Carlos Guillermo Yalle, para que se realice un nuevo juicio con las debidas garantías y se anule esta sentencia.

Por su parte, el Ministerio de la Mujer manifestó su «profundo rechazo» ante los argumentos de los magistrados y agregó que la erradicación y sanción de la violencia contra las mujeres solo podrá ser posible con «un Poder Judicial imparcial y consciente de su rol fundamental frente a los fines de la erradicación de la violación y discriminación basadas en género».

CASOS REPETIDOS

Esta situación se añade a otros sonados casos en los que la Justicia parece amparar a los agresores sexuales antes que a las víctimas que se han dado a conocer en Perú en los últimos meses y que evidencian la arraigada cultura de la impunidad en este tipo de casos.

Así, en septiembre último un fiscal decidió archivar una acusación de abusos contra Guillermo Castrillón, director y profesor de teatro, al que 16 de sus alumnas acusaron de abusos sexuales, bajo el argumento de que no estaban lo suficientemente traumadas por los presuntos ataques.

Castrillón obligaba a sus actrices y estudiantes, con quienes mantenía una relación jerárquica, a desnudarse, las manoseaba, introducía su pene entre las nalgas o los dedos en sus vaginas como «técnica» de enseñanza.

También habría penetrado a una mujer que quedó inconsciente en su casa durante una fiesta e irrumpido en el cuarto de una compañera de apartamento para masturbarse junto a su cama, nada de lo cual parece sostener indicios de probable delito a los ojos de un fiscal.

A finales de octubre otro caso llamó la atención y generó un gran revuelo, después de que un abogado justificara una agresión sexual cometida por cinco hombres contra una mujer durante una reunión, al señalar que a la víctima «le gusta la vida social».

#AMiMeGustaLaVidaSocial se convirtió en una etiqueta utilizada en redes sociales, como Twitter, Instagram, Facebook y Tik Tok, bajo la cual grupos feministas y mujeres de distintos ámbitos de la vida social peruana denunciaron los prejuicios y argumentos utilizados para amparar a los violadores.

CULPA A LA MADRE

El caso de la absolución del presunto violador, además de asumir una responsabilidad de la víctima por sus prendas, también recoge otras culpas, como el hecho de que la denunciante había bebido alcohol voluntariamente con su agresor y que era mayor de edad.

Además, según denunció Mateo, se pretende trasladar la responsabilidad del delito a la madre de la mujer, por no haber cuidado de su hija.

Mateo indicó que los magistrados señalaron que «la mamá no busca a su hija después de las 11 de la noche, hora en que quedó en llegar a su casa, y entonces la responsabilidad se traslada a la madre», pues el juez dice que «el impulso de una madre es ir a buscar a su hija cuando no aparece».

«Básicamente, lo que hace la sentencia es justificar la violencia, pero parte de este cuestionamiento que se hace al testimonio de la víctima», afirmó la vocera de la organización feminista.

BORDEAN LAS 7.000 DENUNCIAS POR VIOLACIÓN

Las cuestionadas actuaciones de los operadores de justicia, como en el caso de Ica, son un motivo por el cual muchas víctimas de violencia sexual evitan denunciar, pues temen ser enjuiciadas por su forma de ser o incluso de vestir.

En este año de pandemia, entre enero y septiembre, Perú registró 6.893 denuncias de violencia sexual en los Centros de Emergencia Mujer (CEM) del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables, donde el 30 % de las víctimas fueron menores de edad, pero las organizaciones feministas sostienen que los casos reales deben ser muchos más. EFE

Fuente e Imagen: https://acento.com.do/actualidad/llevar-calzones-rojos-una-indigna-licencia-para-violar-en-peru-8879792.html

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Una historia de violencia en la frontera entre Tailandia y Myanmar

Asia/Noviembre 2020/elpais.com

La vida de Sandar es la de miles de mujeres víctimas de malos tratos, que durante la pandemia se han intensificado. Ella, además, es inmigrante irregular, lo que impide que reciba más ayuda, y el estigma social en una cultura conservadora, la ata a su maltratador

  • Sandar (nombre ficticio) tiene 28 años. Es una emigrante birmana sin documentación que vive en Mae Sot, en la frontera entre Tailandia y Myanmar. Lleva 11 años en una relación de maltrato. Su marido le pega y abusa sexualmente de ella. La situación familiar empeoró desde el brote de covid-19. Como su marido se quedó sin trabajo, discutían constantemente por el dinero. Sandar es una de los aproximadamente 200.000 emigrantes birmanos que viven en la región de Mae Sot. Muchos de ellos carecen de documentación y trabajan en condiciones precarias. Desde que estalló la pandemia no tienen trabajo ni apoyo del Gobierno tailandés, y tampoco la posibilidad de volver a Myanmar debido al cierre de las fronteras. Según cálculos de ONU Mujeres, en algunos países los casos de violencia doméstica han aumentado un 30%. La organización califica el fenómeno de "pandemia en la sombra".
    1Sandar (nombre ficticio) tiene 28 años. Es una emigrante birmana sin documentación que vive en Mae Sot, en la frontera entre Tailandia y Myanmar. Lleva 11 años en una relación de maltrato. Su marido le pega y abusa sexualmente de ella. La situación familiar empeoró desde el brote de covid-19. Como su marido se quedó sin trabajo, discutían constantemente por el dinero. Sandar es una de los aproximadamente 200.000 emigrantes birmanos que viven en la región de Mae Sot. Muchos de ellos carecen de documentación y trabajan en condiciones precarias. Desde que estalló la pandemia no tienen trabajo ni apoyo del Gobierno tailandés, y tampoco la posibilidad de volver a Myanmar debido al cierre de las fronteras. Según cálculos de ONU Mujeres, en algunos países los casos de violencia doméstica han aumentado un 30%. La organización califica el fenómeno de «pandemia en la sombra».
  • Una vista del barrio donde vive Sandar, en las afueras de Mae Sot. Sandar procede de Mawlamiyaing, una ciudad birmana situada a 130 kilómetros de Mae Sot. La joven entró ilegalmente en Tailandia cuando tenía 15 años. La larga frontera de la zona de Mae Sot, en la que los dos países están separados solamente por un río, la convierte en el lugar perfecto para que los birmanos entren ilegalmente en Tailandia. En los últimos tiempos, las autoridades tailandesas han intensificado los controles fronterizos debido al aumento del número de casos de covid-19 en Myanmar. Mae Sot es una zona principalmente rural. Muchos emigrantes birmanos están empleados en la agricultura, y a menudo cobran menos del salario mínimo. Con ocasión del Día Internacional de la Mujer Rural el pasado 15 de octubre, ONU Mujeres subrayó este año "la urgente necesidad de fomentar la capacidad de resistencia de las mujeres rurales tras la covid-19 reforzando su bienestar y unos medios de vida sostenibles con el fin de 'reconstruir mejor".
    2Una vista del barrio donde vive Sandar, en las afueras de Mae Sot. Sandar procede de Mawlamiyaing, una ciudad birmana situada a 130 kilómetros de Mae Sot. La joven entró ilegalmente en Tailandia cuando tenía 15 años. La larga frontera de la zona de Mae Sot, en la que los dos países están separados solamente por un río, la convierte en el lugar perfecto para que los birmanos entren ilegalmente en Tailandia. En los últimos tiempos, las autoridades tailandesas han intensificado los controles fronterizos debido al aumento del número de casos de covid-19 en Myanmar. Mae Sot es una zona principalmente rural. Muchos emigrantes birmanos están empleados en la agricultura, y a menudo cobran menos del salario mínimo. Con ocasión del Día Internacional de la Mujer Rural el pasado 15 de octubre, ONU Mujeres subrayó este año «la urgente necesidad de fomentar la capacidad de resistencia de las mujeres rurales tras la covid-19 reforzando su bienestar y unos medios de vida sostenibles con el fin de ‘reconstruir mejor».
  • Los hijos de Sandar, de nueve y tres años, juegan en la calle delante de su casa. Sandar ha sufrido toda su vida malos tratos en el ámbito familiar. Su tía, que la alojó a su llegada a Tailandia, le pegaba continuamente. "Me golpeaba con cables", cuenta la joven, que nunca fue al hospital ni llamó a la policía. "No sabía a dónde ir. No hablaba tailandés. Además, mi tía me encerraba en casa, así que no podía salir". Sandar se casó a los dos años de llegar a Tailandia. Tenía 17. Según la ONU, menos del 40% de las mujeres víctimas de violencia física en el ámbito doméstico busca ayuda.
    3Los hijos de Sandar, de nueve y tres años, juegan en la calle delante de su casa. Sandar ha sufrido toda su vida malos tratos en el ámbito familiar. Su tía, que la alojó a su llegada a Tailandia, le pegaba continuamente. «Me golpeaba con cables», cuenta la joven, que nunca fue al hospital ni llamó a la policía. «No sabía a dónde ir. No hablaba tailandés. Además, mi tía me encerraba en casa, así que no podía salir». Sandar se casó a los dos años de llegar a Tailandia. Tenía 17. Según la ONU, menos del 40% de las mujeres víctimas de violencia física en el ámbito doméstico busca ayuda.

    El hijo mayor de Sandar juega con un arma de juguete. Sandar recuerda que su marido empezó a maltratarla nada más casarse. "Me pegaba y me daba patadas cuando volvía del trabajo", cuenta. "Me acusaba de que no cocinaba o no limpiaba". A raíz de la llegada de la covid-19, el hombre se volvió más violento, "sobre todo por el dinero". Antes de la pandemia tampoco había tenido trabajo fijo, pero durante el cierre perdió su empleo en una huevería. Las emigrantes birmanas en Tailandia ya formaban un grupo de alto riesgo antes de la covid-19, pero con la pandemia su vida se ha vuelto más difícil. Durante el confinamiento, las víctimas de violencia doméstica se encontraron encerradas en casa con su maltratador, con menos posibilidades de pedir ayuda, y escasos o ningún ingreso.
    4 El hijo mayor de Sandar juega con un arma de juguete. Sandar recuerda que su marido empezó a maltratarla nada más casarse. «Me pegaba y me daba patadas cuando volvía del trabajo», cuenta. «Me acusaba de que no cocinaba o no limpiaba». A raíz de la llegada de la covid-19, el hombre se volvió más violento, «sobre todo por el dinero». Antes de la pandemia tampoco había tenido trabajo fijo, pero durante el cierre perdió su empleo en una huevería. Las emigrantes birmanas en Tailandia ya formaban un grupo de alto riesgo antes de la covid-19, pero con la pandemia su vida se ha vuelto más difícil. Durante el confinamiento, las víctimas de violencia doméstica se encontraron encerradas en casa con su maltratador, con menos posibilidades de pedir ayuda, y escasos o ningún ingreso.
    El hijo pequeño de Sandar juega con un arma de juguete disfrazado de Supermán. En 2018, Sandar buscó ayuda por primera vez y se puso en contacto con las trabajadoras del Freedom Restoration Project [Proyecto Restauración de la Libertad], que ofrece refugio y apoyo a las víctimas de violencia doméstica en la región de Mae Sot. Gracias a su ayuda, varias mujeres consiguieron escapar de su situación de maltrato. Otras, como Sandar, mantienen la relación con su maltratador, pero en el centro han encontrado un espacio en el que están a salvo, al menos durante unas horas. "Las mujeres que vienen al centro son víctimas de violencia física, psicológica y sexual", explica Watcharapon 'Sia' Kukaewkasem, fundadora y directora del proyecto. "En Tailandia y en Myanmar la violencia doméstica es muy habitual. Tanto que la gente la considera normal".
    5El hijo pequeño de Sandar juega con un arma de juguete disfrazado de Supermán. En 2018, Sandar buscó ayuda por primera vez y se puso en contacto con las trabajadoras del Freedom Restoration Project [Proyecto Restauración de la Libertad], que ofrece refugio y apoyo a las víctimas de violencia doméstica en la región de Mae Sot. Gracias a su ayuda, varias mujeres consiguieron escapar de su situación de maltrato. Otras, como Sandar, mantienen la relación con su maltratador, pero en el centro han encontrado un espacio en el que están a salvo, al menos durante unas horas. «Las mujeres que vienen al centro son víctimas de violencia física, psicológica y sexual», explica Watcharapon ‘Sia’ Kukaewkasem, fundadora y directora del proyecto. «En Tailandia y en Myanmar la violencia doméstica es muy habitual. Tanto que la gente la considera normal».
    Sandar se pinta los labios antes de salir hacia el centro de detención de Mae Sot a visitar a su marido, detenido hace poco por posesión de drogas. Es la tercera vez que lo detienen. Las dos primeras fueron por consumo de drogas, pero en esta ocasión la policía le encontró varias pastillas de yaba. También conocido como "la droga de la locura", el yaba es una combinación de metanfetamina y otros estimulantes muy popular en el sudeste de Asia. Ahora que su marido está encerrado, Sandar tiene que encontrar un trabajo para alimentar a sus dos hijos. "Cuando está fuera, no quiere que trabaje", explica. Mientras su marido está detenido, ella trabaja como limpiadora o vendiendo verdura en la calle, pero no gana lo suficiente ni recibe ayuda del Gobierno tailandés. "¿Quién va a ayudarnos?", se lamenta. "No tenemos documentos". ONU Mujeres calcula que las mujeres que trabajan en la economía sumergida en Tailandia verán reducidos sus ingresos en un 80% debido a la crisis de la covid-19.
    6Sandar se pinta los labios antes de salir hacia el centro de detención de Mae Sot a visitar a su marido, detenido hace poco por posesión de drogas. Es la tercera vez que lo detienen. Las dos primeras fueron por consumo de drogas, pero en esta ocasión la policía le encontró varias pastillas de yaba. También conocido como «la droga de la locura», el yaba es una combinación de metanfetamina y otros estimulantes muy popular en el sudeste de Asia. Ahora que su marido está encerrado, Sandar tiene que encontrar un trabajo para alimentar a sus dos hijos. «Cuando está fuera, no quiere que trabaje», explica. Mientras su marido está detenido, ella trabaja como limpiadora o vendiendo verdura en la calle, pero no gana lo suficiente ni recibe ayuda del Gobierno tailandés. «¿Quién va a ayudarnos?», se lamenta. «No tenemos documentos». ONU Mujeres calcula que las mujeres que trabajan en la economía sumergida en Tailandia verán reducidos sus ingresos en un 80% debido a la crisis de la covid-19.

    Una vista de la calle desde la casa de Sandar, en las afueras de Mae Sot. En Tailandia existe una línea telefónica para denunciar la violencia doméstica. Sin embargo, hace cinco años el Gobierno pasó de destinarla a los casos de violencia contra las mujeres y los niños (así como a los de tráfico de personas, trabajo infantil y embarazo adolescente) a cualquier problema social, como señala un informe de la Fundación Henrich Böll. Según ese mismo estudio, durante el cierre de marzo y abril, el teléfono de asistencia recibió una avalancha de más de 28.000 llamadas, más del doble que en el mismo periodo del año anterior. La mayoría, sin embargo, eran quejas o consultas sobre la asistencia social y las ayudas económicas del Gobierno. Eso hizo aún más difícil para las víctimas de violencia doméstica acceder a la línea.
    7Una vista de la calle desde la casa de Sandar, en las afueras de Mae Sot. En Tailandia existe una línea telefónica para denunciar la violencia doméstica. Sin embargo, hace cinco años el Gobierno pasó de destinarla a los casos de violencia contra las mujeres y los niños (así como a los de tráfico de personas, trabajo infantil y embarazo adolescente) a cualquier problema social, como señala un informe de la Fundación Henrich Böll. Según ese mismo estudio, durante el cierre de marzo y abril, el teléfono de asistencia recibió una avalancha de más de 28.000 llamadas, más del doble que en el mismo periodo del año anterior. La mayoría, sin embargo, eran quejas o consultas sobre la asistencia social y las ayudas económicas del Gobierno. Eso hizo aún más difícil para las víctimas de violencia doméstica acceder a la línea.
    Sandar lava verduras en su casa antes de cocinarlas. Tiene que preparar la comida para su marido y llevársela al centro de detención. Confiesa que se siente incapaz de divorciarse. Teme la estigmatización social, que en una comunidad musulmana conservadora puede ser fuerte. "Pienso en mis hijos", se justifica. "A lo mejor, después de dejarlo tendría otro marido. Entonces la gente diría que tengo dos maridos y que los niños deberían estar con su madre y con su padre". Según un informe de la Fundación Heinrich Böll, en Tailandia las actitudes sociales constituyen un obstáculo importante para que las mujeres denuncien la violencia. Como en muchos países del mundo, a menudo la violencia doméstica se considera un asunto privado y es habitual pensar que la culpa es de la víctima, y no del maltratador. Para algunas mujeres, reconocer el maltrato equivale a reconocer que han fracasado en su matrimonio.
    8Sandar lava verduras en su casa antes de cocinarlas. Tiene que preparar la comida para su marido y llevársela al centro de detención. Confiesa que se siente incapaz de divorciarse. Teme la estigmatización social, que en una comunidad musulmana conservadora puede ser fuerte. «Pienso en mis hijos», se justifica. «A lo mejor, después de dejarlo tendría otro marido. Entonces la gente diría que tengo dos maridos y que los niños deberían estar con su madre y con su padre». Según un informe de la Fundación Heinrich Böll, en Tailandia las actitudes sociales constituyen un obstáculo importante para que las mujeres denuncien la violencia. Como en muchos países del mundo, a menudo la violencia doméstica se considera un asunto privado y es habitual pensar que la culpa es de la víctima, y no del maltratador. Para algunas mujeres, reconocer el maltrato equivale a reconocer que han fracasado en su matrimonio.
    Sandar monta en bicicleta con su hijo pequeño disfrazado de Superman. Se dirigen al centro de detención de Mae Sot a visitar al marido apresado por posesión de drogas.
    9 Sandar monta en bicicleta con su hijo pequeño disfrazado de Superman. Se dirigen al centro de detención de Mae Sot a visitar al marido apresado por posesión de drogas.
    Sandar pone 'thanaka' a su hijo menor en la cara antes de salir. El 'thanaka' es una pasta cosmética de color blanco amarillento hecha a base de corteza molida que las mujeres birmanas suelen emplear para suavizar la piel y protegerla del sol.
    10Sandar pone ‘thanaka’ a su hijo menor en la cara antes de salir. El ‘thanaka’ es una pasta cosmética de color blanco amarillento hecha a base de corteza molida que las mujeres birmanas suelen emplear para suavizar la piel y protegerla del sol.
    El hijo mayor de Sandar, de nueve años, corre por un campo cercano a su casa, en las afueras de Mae Sot. El niño se queda en casa mientras su madre y su hermano menor van al centro de detención. El Proyecto Restauración de la Libertad organiza clases de crianza para enseñar métodos educativos alternativos a las víctimas de violencia doméstica. "Les enseñamos que hay otras maneras [de educar a los hijos] que no son gritar y pegar", explica Watcharapon 'Sia' Kukaewkasem, fundadora y directora del proyecto. "Cuando hablamos de violencia doméstica no nos referimos solo a la que ejerce la pareja, sino también a la de los padres contra los hijos. [...] Intentamos prevenirla".
    11El hijo mayor de Sandar, de nueve años, corre por un campo cercano a su casa, en las afueras de Mae Sot. El niño se queda en casa mientras su madre y su hermano menor van al centro de detención. El Proyecto Restauración de la Libertad organiza clases de crianza para enseñar métodos educativos alternativos a las víctimas de violencia doméstica. «Les enseñamos que hay otras maneras [de educar a los hijos] que no son gritar y pegar», explica Watcharapon ‘Sia’ Kukaewkasem, fundadora y directora del proyecto. «Cuando hablamos de violencia doméstica no nos referimos solo a la que ejerce la pareja, sino también a la de los padres contra los hijos. […] Intentamos prevenirla»El hijo pequeño de Sandar, de tres años, espera a su madre sentado en la bicicleta vestido con un traje de Superman. Van al centro de detención de Mae Sot a visitar a su padre. "Me gustaría que mis hijos no tuviesen que trabajar tanto como yo", dice Sandar. "Me gustaría que estudiasen y fuesen médicos o contables".
    12El hijo pequeño de Sandar, de tres años, espera a su madre sentado en la bicicleta vestido con un traje de Superman. Van al centro de detención de Mae Sot a visitar a su padre. «Me gustaría que mis hijos no tuviesen que trabajar tanto como yo», dice Sandar. «Me gustaría que estudiasen y fuesen médicos o contables».

    Fuente e imagen tomadas de: https://elpais.com/elpais/2020/10/26/album/1603717461_363685.html#foto_gal_7

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Belarus: Rights group: More than 300 detained at Minsk women’s march

Rights group: More than 300 detained at Minsk women’s march

KYIV, Ukraine — Police in the capital of Belarus cracked down sharply Saturday on a women’s protest march demanding the authoritarian president’s resignation, arresting more than 300 including an elderly woman who has become a symbol of the six weeks of protest that have roiled the country.

During Lukashenko’s 26 years in office, he has consistently repressed opposition and independent news media.

Large demonstrations have been held in cities throughout the country and some Sunday protests in Minsk have attracted crowds estimated at up to 200,000 people.

The human rights group Viasna said more than 320 people were arrested in Saturday’s march.

“There were so many people detained that lines formed at the prisoner transports,” Viasna member Valentin Stepanovich told The Associated Press.

Among those detained was Nina Bahinskaya, a 73-year-old former geologist whose defiance and tart tongue have made her a popular figure in the protests. Many of the women in Saturday’s march chanted “We’re walking!” referring to when police told Bahinskaya that she was taking part in unauthorized protest and she snapped back “I’m taking a walk.”

“They have frightened and put pressure on women for the second month, but despite this, Belarusians are continuing their peaceful protest and showing their amazing fortitude,” she said.

Several top members of the Coordination Council the opposition has created to push for a new election have been jailed and others have been forced to leave the country. Maxim Znak, a leading member of the council, declared a hunger strike in prison on Friday.

Last month thousands of protesters were detained and some displayed deep bruises from police beatings. Still, that did not stop the protests from growing to include strikes at major factories that had previously been a source of support for the embattled Lukashenko.

In a new strategy to stem the huge Sunday rallies, the Belarusian Prosecutor General’s office said it has tracked down parents who took their children to opposition demonstrations.

Fuente de la Información: https://abcnews.go.com/International/wireStory/rights-group-200-women-detained-minsk-protest-73117854

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Las relaciones de poder se consolidan en medio de un ambiente fuera de control

Por: Carolina Vásquez Araya

De manera paralela a los efectos del Covid-19, una de las consecuencias del confinamiento obligado es el incremento de actos de violencia contra niños, niñas y mujeres. Sin embargo, las agresiones perpetradas desde el machismo y la misoginia constituyen una conducta normalizada a partir de una educación con sesgo sexista y un sistema que ampara a los agresores por una visión deformada de la justicia; por lo tanto –aunque esta pandemia ha empeorado la situación- esas conductas han existido desde siempre. Los ejemplos abundan, pero ni así logran llegar a la conciencia de la sociedad, dado que está todavía considera la violencia machista como “un asunto privado” y da vuelta la cara para no saber.

En esta lucha sin cuartel, emprendida por quienes comprenden a cabalidad cuál es el alcance de los estereotipos insertos en la conciencia colectiva, las iniciativas por un cambio de paradigmas se estrellan contra la indiferencia de una sociedad convencida de que el reparto del poder es un tema cerrado. De modo instintivo adjudican la autoridad en quienes han concentrado el control sobre diferentes aspectos de la vida económica, política y social, sin pararse a pensar en la desigualdad implícita en ese sistema que margina los derechos de más de la mitad de la ciudadanía.

Los esfuerzos por transformar las bases sobre las cuales se erige todo un estilo de vida, no suelen ser bienvenidos cuando amenazan con echar abajo todo un conjunto de estereotipos, normas y formas de relación entre sexos. Tampoco es fácil alcanzar logros sobre la necesidad de fortalecer los sistemas de justicia, en cuyos ámbitos se suele sellar el destino de las víctimas de violaciones, agresiones y asesinatos, dándose por hecho la existencia de una causal que exime al victimario y también una culpa que justifica la agresión contra la víctima. Los niveles de impunidad en crímenes de feminicidio, por lo tanto, reafirman la indefensión de las mujeres al no ser castigados.

Para comenzar a transformar las relaciones humanas, primero es preciso derribar un sólido entarimado de valores y normas definidas desde una masculinidad mal entendida, la cual privilegia el poder por sobre la equidad. Impreso en códigos y doctrinas religiosas desde siempre y en todo el mundo, se impuso una jerarquía ilegítima, cuyo principal propósito ha sido mantener la jurisdicción sobre la condición femenina de reproductora de la especie y, para ello, restarle toda posibilidad de independencia y ejercicio de su plena libertad. Así, incluso en las sociedades más desarrolladas del planeta, para eliminar restricciones sobre el derecho de la mujer sobre asuntos relacionados con su cuerpo y con su vida, los resultados de esas batallas tienen apenas medio siglo.

La situación de vulnerabilidad de niños, niñas y mujeres en el contexto de la actual pandemia, por lo tanto, reside en las limitaciones impuestas por los códigos establecidos para la conformación de la familia y su repartición de poderes. Millones de mujeres, privadas del derecho de gozar de iguales derechos que su pareja tanto en el aspecto económico como por los sesgos legales del contrato matrimonial o de convivencia, están sujetas a tolerar una relación de violencia que en muchos casos acaba con la muerte.

En este escenario de pandemia sobre pandemia, el papel de las instituciones –incluida la prensa- debe ser asumir la responsabilidad de velar por la seguridad de niños, niñas y mujeres, aboliendo de paso los paradigmas del injusto y mal concebido sistema patriarcal.

Las instituciones deben velar por la seguridad de los más vulnerables.

Fuente: https://rebelion.org/las-relaciones-de-poder-se-consolidan-en-medio-de-un-ambiente-fuera-de-control/

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El Salvador registró cuatro femicidios en las últimas 48 horas

El Salvador registró cuatro femicidios en las últimas 48 horas

Cuatro mujeres fueron asesinadas en las últimas 48 horas

Los cadáveres de dos mujeres fueron hallados este jueves en las carreteras a San Miguel y en San Juan Opico, La Libertad. Con el hallazgo de esas dos víctimas suman cuatro féminas encontradas asesinadas en 48 horas, según la Policía.

Una de las víctimas estaba en ropa interior y tenía lesiones de bala. Las autoridades presumen que la víctima tenía unos 22 de años de edad.

El cadáver fue hallado en la carretera a San Juan Opico, La Libertad. Las autoridades informaron que la víctima no tenía documentos personales por lo que no fue identificada.

En la carretera a San Miguel fue encontrado el cuerpo de otra joven de entre 15 y 20 años de edad. Durante la inspección, las autoridades forenses le observaron varias heridas de bala en el cuerpo. Tampoco fue identificada por falta de documentos personales.

En la carretera a San Miguel fue encontrado el cuerpo de otra joven de entre 15 y 20 años de edad. Durante la inspección, las autoridades forenses le hallaron varios heridas de bala en el cuerpo. Tampoco fue identificada por falta de documentos personales.

El miércoles pasado, los cuerpos de otras dos mujeres fueron hallados en el desvío a Estanzuelas, Usulután. Las autoridades policiales identificaron a las víctimas como: Andrelina Gaitán, y Carmen Ayala Lovo; quienes fueron raptadas un día antes en el sector de Estanzuelas por hombres con apariencia de pandilleros, según la Policía.

Los cuerpos de las víctimas fueron levantados como desconocidas, pero familiares las identificaron en el Instituto de Medicina Legal de Usulután. Las autoridades policiales revelaron que no se tenía información sobre el móvil del doble feminicidio ni tampoco hay capturas de sospechosos.

Fuente de la Información: https://www.nodal.am/2020/08/el-salvador-registro-cuatro-femicidios-en-las-ultimas-48-horas/

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Las sursudanesas supervivientes rompen el tabú de la violencia sexual

África/Sudán del Sur/09 Julio 2020/elpais.com

Una ola de denuncias de agresiones se ha extendido por las redes para señalar a los responsables, para gritar el hartazgo y para generar un cambio social

“Escucha a una superviviente sursudanesa”, ha sido el mensaje recurrente en los círculos de las comunidades del país más joven de África y su diáspora en los últimos días. Lo que seguía eran los escalofriantes testimonios de todo tipo de episodios de violencia sexual sufrida por mujeres, explicados en primera persona por las… ¿víctimas? No, por las supervivientes. La ola de confesiones y denuncias se originó en la diáspora y fue impulsada por mujeres sursudanesas por todo el mundo, cuando las jóvenes residentes en el país se unieron a esta corriente, se convirtió en un tsunami dispuesto a levantarse sobre una sociedad en la que las mujeres intentan hacer oír su voz por todos los medios.

La experiencia que ha querido compartir la activista Ayak Chol Deng Alak representa de manera gráfica lo que supone un clima de violencia contra las mujeres muy enraizado. La joven sursudanesa, conocida como activista cultural y fundadora del movimiento Anataban ha explicado en tres tuits un repertorio de episodios de agresiones y abusos sexuales que empezaron cuando solo tenían ocho años y se fueron sucediendo durante su adolescencia y juventud, todo tipo de violencias y cometidos por todo tipo de hombres. Sin embargo, el cuarto mensaje sucesivo es igualmente representativo del espíritu de esta corriente de denuncias. “Ser una superviviente de la violencia sexual y la violación significa que viviré para siempre con lo que me pasó”, advertía la activista que concluía el tuit de manera contundente: “Me niego a ser una víctima”.

El fenómeno se extendió activando las redes y, en muy poco tiempo, los mensajes se difundían, se amplificaban, viajaban, se multiplicaban y traspasaban fronteras. Aunque las transiciones se produjeron de manera inmediata, la tormenta se fraguó en la diáspora en las comunidades sursudanesas de Estados Unidos, trasladándose a las de Canadá y Australia, principalmente, para irrumpir en el país, donde las mujeres, las supervivientes, las protagonistas sienten la presión de una manera más intensa.

El detonante de todo este movimiento fue un hecho casi imperceptible. Guye Furula es una joven de origen sursudanés de 26 años que reside en Estados Unidos. Participó en un podcast Views from the Uninspired que conducen unos amigos suyos y que se compartió el 15 de junio. “Empecé a recibir mensajes que me felicitaban por mi valentía”, explica Furula. “También recibí mensajes de mujeres que habían sido agredidas sexualmente”, continúa contando la joven, “las mujeres siguieron tendiéndose la mano y compartiendo sus historias sobre sus propias experiencias de violencia y así es como empezó”. En ese podcastGuye Furula explicaba que ocho años antes había sido agredida sexualmente en una fiesta, después de quedarse inconsciente. Explicaba que no lo había denunciado por miedo, por vergüenza y por una especie de sentimiento de culpa. Explicaba cómo se había comportado la gente a su alrededor en Nebraska, donde residía, y cómo esa experiencia había marcado su vida. Algo en ese relato tocó una tecla y en ese momento se desencadenó una ola de apoyo y empatía que encontró en las redes sociales un camino para extenderse.

A Guye Furula, sin embargo, no deja de sorprenderle la reacción y todo el movimiento que se ha desatado. No era la primera vez que explicaba su experiencia. En 2015, se lanzó a hablar sobre el tema, cuando ni siquiera se lo había contado a su familia. Lo hizo en su canal de YouTube porque consideraba que su experiencia podía ayudar a otras mujeres en la misma situación. “Me chocó mucho la reacción de la comunidad y de mis compañeros”, se lamenta al recordar el momento en el que rompió el silencio. “Tuve una mala reacción porque en ese momento nadie hablaba sobre la violencia sexual y yo no me quedé callada. Ha estado sucediendo durante muchos años y ahora la gente está cansada de llevar esa carga, por eso esta vez ha sido diferente”.

En un primer momento, fueron muchas las mujeres que se decidieron a compartir sus experiencias de violencia sexual, a través de las redes sociales, derribaron las fronteras y eliminaron las distancias que separan a las diásporas repartidas por todo el mundo y a las mujeres que viven dentro de las fronteras de Sudán del Sur, desde los entornos rurales hasta las ciudades, aparecieron las historias de tíos, de primos, de amigos, de novios, de pretendientes o de desconocidos; las confidencias hablaban de violaciones, de acoso, de matrimonios forzados, de agresiones, de proposiciones intimidatorias y de todo tipo de violencias sexuales. “Mi objetivo cuando compartí mi historia”, comenta Furula, “era ayudar a otras a reunir la fuerza necesaria para hablar y compartir sus verdades. Nunca pensé que llegaría a este punto. Creo que ha sido algo hermoso ver a nuestras mujeres de Sudán del Sur hablar porque esto normalmente se esconde y no se habla en nuestra cultura”. Los mensajes de las experiencias en primera persona se mezclaban con los de otras mujeres que no se sentían con fuerzas para denunciar públicamente y compartían sus historias para que otras las publicasen.

Apoyo mutuo y sororidad eran los mensajes que se transmitían. Algunas de las participantes en la acción se ocupaban de compartir recursos e intentar hacer pedagogía, para evitar los tropiezos del lenguaje que no disminuyen la gravedad de los hechos. La insistencia de que la supervivientes no estaban solas se reforzaba con la sensación de comunidad que genera una acción colectiva en las redes. Mujeres con rasgos comunes, en este caso su origen sursudanés; y preocupaciones compartidas, la violencia sexual; que actúan al mismo tiempo y en el mismo espacio, aunque sea virtual; se sienten arropadas y contribuyentes de una misma corriente. Y nada mejor que un hashtag, una etiqueta que diese unidad a las publicaciones y terminase de poner los cimientos de esa comunidad. La rapera Khat Diew propuso #SouthSudaneseSurvivor y esta ha sido la divisa que ha aglutinado una buena parte de los mensajes de esta ola de denuncias. “Me alegro de haber podido reunirnos”, comenta Diew, “para saber que no estamos solas y de haber compartido mi historia. Nuestras mujeres son fuertes y feroces; este movimiento estaba destinado a suceder”.

Como ha ocurrido en acciones similares en otros países, las supervivientes utilizaron las redes para exponer a sus agresores, ante la impotencia de unos sistemas y de unas sociedades que no les ofrecen las garantías para utilizar las vías de denuncia institucionales. Y también en esta corriente de ruptura del tabú de la violencia sexual entre las comunidades sursudanesas empezaron a aparecer, en Twitter y en Facebook, las listas de los hombres señalados como responsables impunes de esas violencias.

Sin embargo, la euforia por esta corriente de liberación ha tenido que enfrentarse a algunos problemas, también. Pronto, los mensajes de apoyo, de ánimo y de solidaridad no fueron los únicos que circularon por las redes. Replicas y desmentidos, reacciones de algunos de los señalados, advertencias, amenazas o acoso, en público o en privado, volvían a poner de manifiesto que la barrera que las supervivientes intentaban saltar era realmente alta. Unas participantes en la acción reafirmaban sus posiciones; otras, intentaban alejarse; y algunas llamaban a cerrar filas y recordaban la tozudez de algunas prácticas culturales con raíces profundas.

La cultura y las normas sociales se han puesto, durante esta campaña en el centro de la crítica. “El problema de las agresiones sexuales y la violencia de género es apremiante y las mujeres de Sudán del Sur se enfrentan a una violencia sexual «innombrable» tanto en las diásporas como en el país”, advertía Khat Diew. Muchas activistas han aprovechado para recordar la normalidad con la que viven los agresores, la necesidad de que la comunidad se oponga a cualquier forma de violencia sexual y de que las familias apoyen a las supervivientes. Y en esa línea intervinieron también algunos hombres sursudaneses, en la necesidad de combatir la educación que reciben los jóvenes y de que los hombres se conciencien de la discriminación y tomen responsabilidades. “Tenemos que cambiar esta cultura que tolera la violencia”, sentenciaba Diew.

Guye Furula se lamentaba del silencio que la sociedad sursudanesa impone sobre esta violencia. “Hay niñas convertidas en novias, matrimonios arreglados y forzados que también acaban generando violaciones y agresiones sexuales. No hay ningún sistema establecido para ayudar a proteger a las mujeres”, advertía la joven. Por su parte, Khat Diew recordaba: “Es imperativo que la comunidad tome medidas para apoyar a estas supervivientes, proporcionar recursos a las mujeres en situaciones de crisis, especialmente en relación con las agresiones sexuales y la violencia de género. Las consecuencias de esta acción aparecerán en forma de educación comunitaria, de divulgación y de apoyo a las supervivientes de la violencia sexual y sus familias para poner fin a los abusos”.

Por su parte, Furual reconocía que los efectos de una acción colectiva como la que se había desarrollado eran difíciles de prever: “No sé qué saldrá de esto. He visto cambios de mentalidad. He visto consecuencias negativas. Los abusadores ya están amenazando a sus víctimas en los medios sociales. Pero también espero que ayude a una especie de curación, que los padres y las familias crean más en sus hijas. Sé que este movimiento ya ha cambiado nuestra comunidad y que nunca volverá a ser igual, pero también sé que será un largo camino para ver qué más ocurre”.

Fuente e imagen tomadas de: https://elpais.com/elpais/2020/07/06/planeta_futuro/1594028514_355472.html

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