Muzoon Almellehan: «No podemos permitir que se pierda una generación de sirios por falta de estudios»

Redacción: El Mundo

  • Cuando a los 14 años tuvo que huir de Siria, Muzoon Almellehan solo llevó sus libros escolares como equipaje. Hoy, con 20, es la embajadora de Buena Voluntad de UNICEF más joven de la historia. Su labor a favor de la educación infantil, en especial la de las niñas -no en vano la llaman la Malala siria-, la hace merecedora del Premio Internacional Yo Dona-Fundación Mutua Madrileña a la Labor Humanitaria 2018.

Pese a haber vivido una guerra y a haber pasado por varios campos de refugiados, Muzoon Almellehan, de 20 años, conserva su alegría y su fuerza intactas. Sus ojos se iluminan al hablar de la importancia de la educación: «Es crucial, no podemos permitir que se pierda una generación de jóvenes sirios por falta de estudios». Ella misma estuvo a punto de ver truncados los suyos cuando su familia tuvo que huir de la guerra en su país. Muzoon, entonces de 14 años, metió en su maleta lo que consideraba más necesario para ella: sus libros escolares. Desde entonces, no ha cejado en su lucha por garantizar que niños y niñas tengan acceso a la educación. Lo hizo en los campos de refugiados jordanos por los que pasó y prosigue su lucha en Newcastle, la ciudad británica en la que fue acogida con los suyos.

Su labor no pasó desapercibida a Unicef, que apoyó su trayectoria en Jordania hasta que el año pasado le propuso ser la embajadora de Buena Voluntad más joven de la historia. Además, Muzoon es la primera persona refugiada que lo ha conseguido. Este año el Premio Internacional Yo Dona-Fundación Mutua Madrileña a la Labor Humanitaria recae en esta joven por su extraordinario compromiso con la educación infantil, en especial la de las niñas. Ellas y las mujeres son las más vulnerables en las guerras», apunta.

En la sede de Unicef Comité Español en Madrid, Muzoon desgrana sus recuerdos de la Siria de antes de la guerra. Nació y creció en Daraa, una ciudad del suroeste del país, a 13 kilómetros de la frontera con Jordania. «Cada día iba andando al colegio. Por el camino encontraba a mis amigos. Me encantaba estudiar, estar con mis primos…», resume, y señala que la educación siria estaba considerada la mejor entre los países árabes. «Vivía feliz en una casa preciosa» con sus tres hermanos y sus padres.

Nada la había preparado para lo que iba a llegar. Daraa se conoce como el lugar donde estalló la revolución siria. Allí, durante las manifestaciones de la Primavera Árabe, el Ejército detuvo a 15 jóvenes acusados de hacer pintadas antigubernamentales. Las protestas se sucedieron y el Gobierno atacó a la población con el resultado de 240 muertos. Aquello fue el detonante de la guerra civil siria. Muzoon tenía entonces 12 años. «Era una revolución pacífica pero se convirtió en un conflicto internacional. Mucha gente lo ha perdido todo, los niños y las niñas también el derecho a la educación», resume la activista, que afea a los políticos que busquen beneficios personales en lugar de centrarse en los problemas humanitarios y lograr el bienestar de los ciudadanos.

Con los libros a cuestas

En 2013 la guerra se recrudeció. Muzoon lo recuerda como un año muy duro, durante el cual ir al colegio se tornó en una actividad peligrosa y escuchaban cómo caían las bombas a su alrededor. «Muchas noches no podía dormir por el ruido», recuerda, «otras teníamos que escondernos porque las balas perdidas pueden matarte aunque estés en tu casa. Todos nos sentíamos tristes».

Así continuaron hasta que su padre, profesor, se quedó sin trabajo porque su escuela fue destruida. No tenían ni para comer. Él decidió irse del país y pidió a cada uno que hiciera una maleta pequeña con lo más importante. Cuando caminaban hacia la frontera vio que Muzoon iba muy despacio, casi arrastrando la suya. Al acercarse comprobó lo pesada que era. La abrió y descubrió que en ella llevaba todos sus libros escolares. «Se enfadó conmigo y me dijo que estaba loca. Le respondí que no sabía si allí donde íbamos habría escuela y quería estudiar. Entonces me ayudó», señala, y sonríe mientras explica que hoy él relata esta historia con orgullo.

Al llegar a Zaatari, el mayor campo de refugiados de Jordania, a la familia se le cayó el alma a los pies. Se vieron obligados a convivir con desconocidos, apiñados en tiendas; entonces no había ni electricidad. «Era una pesadilla. Yo no paraba de preguntar si había escuela. Dijeron que sí y que podría apuntarme. Entonces volví a ponerme contenta», cuenta Muzoon. «La educación es clave para tener la vida que deseas y convertirte en quien tú quieres. Si no, puedes perderte incluso a ti misma», insiste.

La adolescente no se limitó a estudiar, sino que, al ver lo desmotivados que estaban sus compatriotas en el campo, empezó a ir tienda por tienda explicando la importancia de ir a la escuela. «Muchos se habían rendido», explica, «como si al ser refugiados ya no tuviera sentido estudiar. Yo les explicaba la necesidad de empoderar a sus hijos. Les decía que, si amaban a Siria, tenían que hacer algo». Algunos la escuchaban y mandaban a sus hijos al colegio, otros le decían que no era asunto suyo. Aquellas negativas no le hacían rendirse: «Al contrario, me empujaban a seguir».

«No soy solo activista por Siria, sino por los niños de todo el mundo. Acepté ser embajadora de Buena Voluntad de UNICEF porque es una oportunidad para difundir mi mensaje. Detrás de mi historia están las de millones de niños que no pueden estudiar y seguro que muchas de sus vidas son más duras que la mía. Cambiar eso es lo importante», afirma.

Amiga de Malala

A Muzoon la llaman la ‘Malala siria’ y sonríe al escucharlo. «Me hace sentir orgullosa, ella es mi amiga«, reconoce. Se vieron en una visita que la Nobel de la Paz realizó al campo de refugiados de Azraq, el segundo donde estuvo Muzoon. Allí escuchó hablar sobre la labor que esta hacía y pidió conocerla. Malala la invitó a ir a la ceremonia del Premio Nobel de la Paz y desde entonces no han perdido el contacto. Ambas saben lo que es empezar de nuevo, huir del horror y dedicar su vida a una causa, la de la educación infantil, especialmente la de las niñas. Además, tienen en común que son hijas de profesor -«nuestros padres se llevan muy bien», apunta Muzoon-.

«Las dos somos jóvenes y luchadoras. Malala dice que se siente orgullosa de mí. Y para mí ella es un referente, como para tantas niñas en el mundo. Es muy valiente y ha hecho muchas cosas buenas por la educación», señala Muzoon, que añade: «Siempre me repite que tenga fe en mí. Para que otros crean en ti, antes debes confiar tú en ti. Sola no puedo hacer una gran transformación, para eso necesito a más personas que me apoyen».

Malala corresponde a su cariño y admiración. «El momento más feliz de mi vida fue cuando escuché que Muzoon estaba aquí, porque recuerdo el campamento de refugiados y cómo vivía allí. Así podemos trabajar juntas», dijo la paquistaní a la BBC al conocer la noticia de la llegada de Muzoon al Reino Unido. Al poco tiempo fue a visitarla. Juntas emitieron un comunicado en el que pedían a los países ricos que donaran dinero para que los niños sirios pudieran estudiar. «Compartimos la esperanza de verlos a todos en la escuela, para que sus sueños y talentos no se pierdan», escribieron, y pusieron especial énfasis en denunciar la situación de las niñas en los campos de refugiados, donde las casan con 12 y 13 años. Entre las familias de refugiados en Jordania, las tasas de matrimonio infantil se han duplicado en los últimos tres años. La mayoría no volverá a clase. «El matrimonio temprano es la razón principal por la que las niñas abandonan la escuela. Las familias lo ven como una forma de protegerlas de la pobreza y la violencia pero, si no estudias, nada puede protegerte», explica Muzoon.

Hace ocho años las cosas eran muy diferentes. Antes de la guerra, en Siria el índice de matrimonio infantil era muy bajo, todos los menores podían asistir gratis a la escuela hasta los 12 años y el país disfrutaba de una tasa de alfabetización del 90%. «El matrimonio temprano es el lado más oscuro de los campos de refugiados», afirma Muzoon, que recuerda a una de sus amigas en el campo de Zaatari, Abeer, una estudiante brillante que un día desapareció de la escuela: «No dejaba de preguntar por ella, preocupada, hasta que me contaron que la habían casado. Aunque nunca más volví a verla, no la olvido. Podría haber llegado a ser médica o ingeniera, pero le robaron su futuro».

Ella soñaba con ser periodista, pero ahora quiere estudiar Políticas. «Muchos piensan que debería ser primera ministra de Siria. No me apasiona, pero me pondría al servicio de mi país. Ahora estoy centrada en temas humanitarios, que deberían ser lo más importante para los políticos. Si estuvieran de verdad preocupados por los derechos humanos, todo iría mucho mejor», afirma.

Muzoon ha tenido una vida muy distinta a la de cualquier niña europea. «A veces es duro, aunque representa una oportunidad. No quería irme de Siria, pero me alegra haber superado ese desafío. Antes me sentía avergonzada por mi situación, ahora sé que los refugiados son personas muy fuertes que han luchado por sobrevivir, por eso me siento orgullosa de serlo y de apoyar a quienes buscan una nueva vida en paz».

Fuente: http://www.elmundo.es/yodona/lifestyle/2018/09/29/5bab6ab522601da9338b45d0.html

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