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Noam Chomsky: «Nos encontramos en un período de extinciones masivas»

Para el lingüista, filósofo y politólogo estadounidense, la clave reside en la movilización popular y constante. “El activismo puede llegar a ser muy influyente», sostiene.

La inminencia de la extinción es uno de los ejes centrales que aglutina al activismo del siglo XXI. Los niveles de carbono en la atmósfera, más elevados que en cualquier punto anterior de la historia humana, aumentaron con celeridad hasta más de cuatrocientas partes por millón, muy por encima de las trescientas cincuenta partes por millón hasta las que se considera que el nivel es seguro. La destrucción de la vida en la Tierra no es un relato apocalíptico, producto de la desmesurada imaginación medioambientalista o de un grupúsculo perturbado de la comunidad científica. “Cada año, cerca de treinta millones y medio de personas se ven obligadas a desplazarse por causas de desastres naturales como inundaciones y tormentas; se trata de una de las consecuencias vaticinadas del calentamiento global y significa casi una persona por segundo, es decir muchísimas más de las que huyen por causa de la guerra y el terrorismo. A medida que los glaciares se derritan y el nivel del mar aumente, algo que hará peligrar los suministros de agua de un vasto número de personas, estas cifras seguirán aumentando”, advierte Noam Chomsky, lingüista, filósofo y politólogo estadounidense, uno de los activistas más influyentes del mundo, en Cooperación o extinción (Ediciones B).

El libro –que se puede leer junto a En llamas de Naomi Klein—despliega una recopilación de textos que surgieron a partir del “Encuentro con Chomsky”, celebrado en Boston a mediados de octubre de 2016, en el exterior de la histórica iglesia de Old South, donde se congregó una multitud de jóvenes que se extendió a lo largo de dos manzanas. La charla de aquella tarde tenía el título de “Internacionalismo o extinción”. El cuerpo principal del libro lo constituye el discurso original del autor de Hegemonía o supervivenciaEstados fallidos ¿Quién domina al mundo? Entre los materiales se incluye la transcripción de una conversación en el mismo encuentro con Wallace Shawn, un activista comprometido, más conocido como dramaturgo y actor; y las preguntas que formularon los que asistieron al encuentro con las respuestas de Chomsky. Además de la emergencia climática, los otros dos temas fundamentales fueron la amenaza nuclear y el peligro que entraña el debilitamiento del sistema democrático en todo el mundo.

Chomsky, que nació en Filadelfia el 7 de diciembre de 1928, adquirió su primera conciencia política estimulado por las lecturas en las librerías de los anarquistas españoles exiliados en Nueva York. Tenía once años cuando publicó su primer artículo sobre la caída de Barcelona y la expansión del fascismo en Europa. Su activismo político arrancó con la movilización contra la guerra de Vietnam. Si entonces llamó la atención, fue porque como profesor de lingüística en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), él pertenecía a una universidad que investigó bombas inteligentes y técnicas de contrainsurgencia para la guerra de Vietnam.

Para Chomsky extinción e internacionalismo están asociados en “un funesto abrazo” desde una fecha precisa: 6 de agosto de 1945, cuando el presidente de Estados Unidos ordenó los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki. A partir de aquel fatídico día la humanidad entró en una nueva era: la era atómica. “Lo que no se percibió entonces es que surgía una nueva época geológica que hoy conocemos con el nombre de Antropoceno, la cual viene definida por un nivel extremo de impacto humano sobre el entorno”, explica el lingüista estadounidense y agrega que la era atómica y el Antropoceno constituyen una amenaza dual para la perpetuación de la vida humana organizada. “Está ampliamente reconocido que nos encontramos en un sexto período de extinciones masivas; el quinto, hace sesenta y seis millones de años, se atribuye por lo general al impacto de un gigantesco asteroide contra la superficie de la Tierra, lo que supuso el final del 75 por ciento de las especies del planeta. Este acontecimiento puso fin a la era de los dinosaurios y allanó el camino al apogeo de los pequeños mamíferos y, en última instancia, de los humanos, hace unos doscientos mil años”.

Hace tiempo que la capacidad de los seres humanos para destruirse unos a otros a escala masiva está fuera de duda. El Anthropocene Working Group confirma que las emisiones a la atmósfera de CO2 (dióxido de carbono, el principal gas de efecto invernadero de origen humano) están aumentando a la tasa más elevada existente en sesenta y seis millones de años. Aunque Chomsky no se detiene a analizar cada uno de los datos disponibles, pone el foco en algunos aspectos alarmantes. “El deshielo de los glaciares del Himalaya podría acabar con las reservas de agua de toda Asia Meridional, es decir, de varios millones de personas. Solo en Bangladesh se espera que en las próximas décadas emigren decenas de millones por la única razón del aumento del nivel del mar, debido a que se trata de una planicie litoral costera. Será una crisis de refugiados que hará insignificantes las cotas actuales, y se trata nada más que del comienzo”, aclara el lingüista estadounidense y recuerda que los Acuerdos de París, alcanzados en la COP 21, en 2015, supusieron un desarrollo a los esfuerzos internacionales por evitar la catástrofe. Debería haber entrado en vigencia en octubre de 2016, pero la mayoría republicana en el congreso, conocida por su sistemático negacionismo, no estuvo dispuesta a aceptar ningún compromiso vinculante.

Entonces acabó saliendo un acuerdo voluntario que Chomsky califica como “mucho más flojo” por el cual se llegó a una resolución para reducir de forma gradual el uso de hidrofluorocarburos (HFC), gases de efecto invernadero supercontaminantes. El Partido Republicano es la organización “más peligrosa en toda la historia de la humanidad” para el lingüista estadounidense. La envergadura de la ceguera es tan preocupante que Chomsky elige un fragmento para estimular el debate y a la vez sorprender: “No puedo imaginar límites a la osada depravación de los tiempos que corren, en tanto los agentes del mercado se erigen en guardia pretoriana del Gobierno, en su herramienta y en su tirano a la misma vez, sobornándolo con liberalidad e intimándolo con sus estrategias de opciones y exigencias”. Esta cita la pronunció James Madison en 1791, varios años antes de convertirse en el cuarto presidente de Estados Unidos (1809-1817).

No se puede esperar que las soluciones lleguen de los sistemas de poder organizados, estatales o privados. Para Chomsky la clave reside en la movilización popular y un activismo constante. “El activismo popular puede llegar a ser muy influyente, lo hemos visto una y otra vez; el compromiso de los activistas desde hace cuarenta años ha puesto los problemas medioambientales en la agenda política, quizá no lo suficiente pero, con todo, de forma crucial y significativa”, reconoce Chomsky en una parte de Cooperación o extinción. Claro que del dicho al hecho hay un largo trecho. El propio autor revela cómo a pesar del cambio drástico en el mundo posterior a la Segunda Guerra Mundial una gran parte de la población se mantuvo como antes: tradicional en lo cultural y premoderna en muchos sentidos. “Para el 40 por ciento de los ciudadanos estadounidenses, el trascendental problema de la supervivencia de la especie no es demasiado relevante, ya que Cristo va a regresar entre nosotros en un par de décadas, de manera que todo quedará resuelto. Insisto; hablamos de un 40 por ciento”, resalta Chomsky para no perder de vista la importancia que tiene la religión en una porción significativa de la ciudadanía estadounidense.

Chomsky comenta un libro de Arlie Hobschild (Strangers in Their Own Land), una socióloga que se fue a vivir a un área pauperizada de Luisiana durante seis años para estudiar a los habitantes desde dentro. Se trata de la zona profunda pro-Trump del país. “Los productos químicos y otros elementos contaminantes derivados de la industria petroquímica están causándoles graves daños, pero se oponen por completo a la Agencia de Protección Medioambiental (…) Ven a la Agencia como un grupo de gente de ciudad con un doctorado, que va hasta allí y les dice cosas como que no pueden pescar, pero que a la industria petroquímica ni le chistan. Así que, ¿Qué utilidad tiene? No les gusta que les quiten el trabajo y les digan con su acento culto lo que pueden y no pueden hacer, mientras que ellos se ven asediados por toda la situación”, plantea Chomsky como ejemplo para que los activistas conozcan las profundas razones y reticencias que tendrán que vencer. En el reto sin precedentes por la supervivencia de la civilización no hay tiempo que perder.

Fuente: https://rebelion.org/noam-chomsky-nos-encontramos-en-un-periodo-de-extinciones-masivas/

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El libro como praxis transformadora de la realidad social

Con motivo del Día Internacional del Libro y del Derecho de Autor a celebrarse el 23 de abril de cada año, cabe matizar en algunas reflexiones que evidencien la relevancia de este objeto que contribuye al cultivo y difusión de la riqueza intelectual y espiritual de las sociedades. Es de destacar que en esa fecha coincidieron los fallecimientos de dos titanes de la literatura universal: Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616) y William Shakespeare (1564-1616).

En principio, el libro es la memoria histórica de la humanidad y una forma efectiva de resguardar los conocimientos y saberes ante la corrosión del tiempo y el olvido. Sin el libro las sociedades perderían la brújula respecto a las formas de imaginar, fabular, sentir, proyectar, ser y hacer que se expresan y acumulan en sus praxis cotidianas.

Con el libro es posible compendiar las experiencias y observaciones pasadas y presentes para otorgarles una proyección histórica en generaciones futuras que accesarán a sus páginas, y desde ellas nutrir su espíritu y contribuir a la edificación y reconfiguración perpetúa de su civilización y materialidad. Sin el libro, toda praxis cotidiana carece de refinamiento y organicidad, al tiempo que se perpetuaría en el silencio y el anonimato. Solo el libro es capaz de preservar la palabra que le otorga sentido a la realidad social.

Sea en su formato impreso o digital, el libro está dotado de un potencial semántico que cimbra la mirada y la mente. Nos transforma a medida que interiozamos su lenguaje y sus símbolos; al tiempo que modifica las condiciones de vida en las que estamos inmersos.

Una oda al libro supone comprender su carácter creador y transformador. Supone asumirlo como un elemento que puede detonar el sentido de comunidad en medio de la entronización del individualismo hedonista y del social-conformismo. El libro es, pues, un nexo que nos vincula con otras culturas y con diversas formas de vida y de pensamiento, al tiempo que abre paso a la interculturalidad. Su contenido no es neutral a medida que el autor tiene como finalidad última transformar la realidad y las formas de concebirla. El libro es, en parte, conocimiento riguroso de la realidad y a su vez es ideología, biografía y sensibilidad.

En principio, el conocimiento es una construcción social; una praxis colectiva, fruto de las interacciones de los individuos en sociedad. No se crea conocimiento –en cualquiera de sus modalidades– de manera aislada. Se crea conforme los autores se confrontan con la realidad y la alteran al nombrarla y categorizarla. El libro tiene como función atesorar ese conocimiento y dotarlo de validez a medida que se expone al fragor de la contrastación y la deliberación. Aunque también existen libros –los literarios– que apelan a la incentivación y exaltación de las emociones tras sensibilizar a sus lectores y llevarlos a múltiples confines en alas de la imaginación, la ficción, la metáfora y la moraleja.

El libro forma una mancuerna indisoluble con la lectura (https://bit.ly/3u30A2S). Sin el ejercicio de la lectura, el libro perdería sentido y deambularía perdido por el desierto del olvido y la resignación. De ese ejercicio fructifican nuevos diálogos e hipertextualidades que permiten edificar renovadas ideas, argumentos y concepciones sobre el mundo y la vida. Los conocimientos se recrean, al tiempo que esos diálogos abren cauces para posicionar nuevas facetas observables de la realidad.

La lectura del libro es un proceso imaginativo, multidireccional y creativo. Más que asumir al lector como un ser pasivo, su carácter activo se eslabona a medida que incursiona en ese diálogo con el autor y explora facetas de la realidad anteriormente inimaginables. Sin ese diálogo, lo que persisten son leedores y libros a la deriva sin mensaje recibido.

Sin el libro el ser humano sería incapaz de trascender y de condensar la memoria histórica que forja referentes de pensamiento y acción. El libro es creación, es proyección, es lucha eterna contra la desmemoría y la negligencia, y es praxis política a medida que contribuye a transformar la realidad y a medida que es fruto de diálogos colectivos que fusionan procesos civilizatorios y refinamientos de los errores pasados.

Recurrir al libro no solo es un mero ornato intelectual que puede aislarnos de la realidad y de su carácter contradictorio y cambiante. Es, ante todo, una praxis que nos posiciona en el sendero de la conciencia donde reconocemos a «el otro» como un «nosotros». Es, pues, una forma de construir interculturalidad y de acercarnos a lo ajeno y distante, reivindicando lo sui géneris y lo que nos hace diferentes.

Sin el libro se pierde capacidad para discernir y para refinar el juicio y el razonamiento lógico. El acompañamiento de sus páginas permite al ser humano reducir la incertidumbre y orientar la brújula que guía el caminar cotidiano y sus avatares.

En suma, acercarnos al libro es una manera más de sensibilizarnos, de descubrir múltiples mundos de la vida y de encarrilarnos por el sendero de la esperanza, la utopía y la creatividad. Solo así será posible nutrir la formación de la cultura ciudadana, alejar el colapso civilizatorio y de revertir la crisis de sentido y la desciudadanización.

Fuente: https://rebelion.org/el-libro-como-praxis-transformadora-de-la-realidad-social/

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Derogar los derechos de propiedad intelectual para democratizar la producción

Brasil, “genocidio y gran cámara de gas a cielo abierto”

La humanidad no solo se confronta a una crisis sanitaria, económica y social. Surgen, día a día, nuevas preguntas sobre gobernabilidad, formas de producción, paradigmas distributivos. Los derechos intelectuales sobre las vacunas anti COVID-19 suscitan ya un debate de sociedad global.

El régimen de propiedad intelectual imperante obstaculiza la distribución y el acceso a las vacunas en todo el mundo, afirma Patrick Durisch, responsable de política de salud en la organización suiza Public Eye (La Mirada pública).

Su organización, junto con Amnistía Internacional y otras veinte ONG helvéticas, enviaron a fines de enero una carta al Consejo Federal –ejecutivo colegiado– pidiéndole que apoye la propuesta de exención (“waiver”, en inglés) de las normas internacionales de propiedad intelectual para permitir una producción descentralizada de las vacunas y así combatir, más eficazmente, la crisis pandémica.

Democratizar la producción

Para los firmantes, una situación crítica como la actual, que amenaza dramáticamente la salud y la estabilidad mundial, exige que la comunidad internacional tome medidas osadas para liberar, rápidamente, la capacidad productiva de estos medicamentos esenciales.

En otras palabras: todas estas organizaciones sostienen que una empresa local que cuente con los conocimientos necesarios puede lanzarse a la producción sin necesidad de largas negociaciones para obtener una licencia antes de hacerlo. Esta exención no sólo ahorraría tiempo esencial, sino que también aseguraría la libertad de acción para multiplicar las vacunas y cubrir, de esta forma, las necesidades locales o regionales imprescindibles. (https://medecinsdumonde.ch/news/pour-un-acces-non-discriminatoire-aux-traitements-et-vaccins-anti-covid-19/).

Lo que está en juego son dos visiones del mundo: la de los monopolios farmacéuticos y la de la democratización de la producción nacional descentralizada.

Contradicción que no se reduce a un simple debate ideológico. Lo trasciende. Más de 100 países apoyan la solicitud presentada por India y Sudáfrica –y auspiciada conjuntamente, en un inicio, por Zimbabue, Kenia, Mozambique, Esuatini y Pakistán– ante la Organización Mundial del Comercio (OMC). A inicios de marzo ya son 57 los países copatrocinadores de dicha solicitud. Proponen la derogación temporal de determinadas normas internacionales del Acuerdo sobre Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio (ADPIC, mejor conocido como TRIPS, en inglés).  (https://www.wto.org/spanish/tratop_s/trips_s/t_agm0_s.htm). El mismo garantiza a las empresas farmacéuticas amplios derechos para la protección de la propiedad intelectual.

La iniciativa cuenta con el aval de prácticamente toda América Latina y el Caribe, a excepción de Brasil; África; China y la mayor parte de las naciones asiáticas ( https://www.google.com/maps/d/viewer?mid=1e7xeGH0ANcEe8qGo5VGOp1DwuV8BaXmO&ll=38.181324132205795%2C94.26830912868655&z=4). Estados Unidos, Canadá, la Unión Europea, Suiza, Noruega, Japón, Australia y el Reino Unido se oponen a cualquier exención.

Denuncia contra el Gobierno de Brasil

Brasil se asoció con las naciones poderosas, negando el drama epidémico que enfrenta internamente y subestimando sus propios problemas de abastecimiento.

Realidad dramática del país sudamericano que llevó en las últimas horas a importantes personalidades de su sociedad civil a promover una “Carta Abierta a la Humanidad”, a través de la cual denuncian la irresponsabilidad ante la pandemia del presidente Jair Bolsonaro, al que califican de “genocida”. Afirman que Brasil se ha convertido en una “cámara de gas” a cielo abierto.

Los firmantes, entre los que se encuentran Leonardo Boff, Frey Betto, Chico Buarque, Celso Amorin etc. solicitan a las Naciones Unidas, a la Organización Mundial de la Salud y a asociaciones nacionales de todo prestigio a denunciar al gobierno brasilero. Demandan, además, a la Corte Penal Internacional “condenar urgentemente la política genocida de ese gobierno que amenaza la civilización” (https://docs.google.com/forms/d/e/1FAIpQLSeAUTbllrhdBSuBMceaIxrzcSHff70-5uLxVM7LCIhlXWV9ig/viewform)

La Organización Mundial del Comercio, congelada

Esta organización, que ha estado sufriendo una crisis paralizante durante los últimos años, por el momento se limita a tirar la pelota para adelante, tratar de despejar la cancha y ganar minutos –tiempo político– para evitar el riesgo de una definición inesperada del partido.

Ngozi Okonjo-Iweala, de nacionalidad nigeriana y norteamericana, y nueva directora de la OMC, pretende evitar una querella comercial mediante la utilización de las «flexibilidades» del sistema actual. En sus primeros días del nuevo mandato intenta no entrar en la médula del asunto. Y apela a mejorar la distribución de las vacunas existentes también entre los países de bajo y mediano ingreso.

Según Okonio-Iweala, el mecanismo COVAX de Naciones Unidas, el cual vela por la financiación, producción y distribución de vacunas Covid-19 en particular entre las naciones más necesitadas del planeta, debe agilizarse. Este mecanismo prevé la distribución de 2.000 millones de dosis antes de fin de año. Aun contando con un significativo apoyo financiero internacional, COVAX no logra competir con los países ricos, que acaparan cuanto pueden en el mercado internacional en esta primera fase de la producción.

“Aunque bien intencionado, el mecanismo COVAX tal como está concebido se queda en un ejercicio filantrópico que no aborda las causas fundamentales de la mala repartición de las vacunas, de la falta de transparencia del sistema y de los monopolios de la industria farmacéutica que impiden una producción a escala mundial, explica Patrick Durisch.

En principio, la OMC está tratando de arreglar, mediante consenso, estas divergencias. La excepción que India y África del Sur proponen –con el apoyo de esa centena de países y una parte cada vez más robusta y significativa de la sociedad internacional–, se perfila como esencial, pero genera roces tan inevitables como irritantes.

En caso de aceptarse, haría posible que otras empresas produzcan y distribuyan vacunas y medicamentos contra el COVID-19 en todo el mundo. Cada Estado miembro de la OMC podría optar por prescindir de las exigencias de propiedad intelectual que regulan las pruebas de diagnóstico, los tratamientos y las mismas vacunas mientras dura la pandemia. En la práctica, «una empresa local con los conocimientos necesarios podría producirlos sin tener que negociar durante mucho tiempo una licencia”, explican las ONG suizas.

Public Eye, junto con otras 400 organizaciones internacionales, le comunicaron a la OMC su apoyo a la propuesta de India y Sudáfrica de eximir de ciertas disposiciones del Acuerdo sobre los ADPIC para la prevención, contención y el tratamiento del COVID-19. (https://www.wto.org/english/tratop_e/covid19_e/cso_letter_s.pdf).  “En una pandemia mundial en la que todos los países se ven afectados, necesitamos una solución mundial”, enfatiza la comunicación conjunta.

Unos mucho, otros nada

Los principales países o regiones poderosas, como la Unión Europea, han suscrito contratos comerciales bilaterales para garantizar la compra de miles de millones de dosis de vacunas para sus propias poblaciones.

El problema es que otros países, les menos pudientes, tendrán que esperar varios meses o incluso años para obtener el suministro básico de vacunas.

Según Public Eye, en la situación actual casi 70 naciones no podrán vacunar a más de una persona de cada 10 durante el 2021. Según Amnistía Internacional, 9 de cada 10 personas en los países de menos recursos no recibirán ni una dosis en 2021 (https://www.amnesty.org/es/latest/news/2020/12/campaigners-warn-that-9-out-of-10-people-in-poor-countries-are-set-to-miss-out-on-covid-19-vaccine-next-year/).

Ejemplo ilustrativo: Suiza ha firmado contratos con cinco empresas fabricantes por un total de 32 millones de dosis de vacunas. Es decir, el doble de lo que se necesita para vacunar a toda su población de apenas 8 millones de habitantes.

En noviembre pasado, un grupo de nueve expertos de la ONU emitieron una declaración conjunta para celebrar la propuesta de exención de determinados aspectos del Acuerdo sobre los ADPIC. La misma considera que el actual marco de dichos acuerdos puede tener efectos negativos sobre los precios y la disponibilidad de los productos médicos. (https://www.ohchr.org/EN/NewsEvents/Pages/DisplayNews.aspx?NewsID=26484&LangID=E#_ftn18)

Diversas instituciones internacionales, como la Organización Mundial de la Salud, también apoyan esta exención argumentando que la misma está ligada, únicamente, a una cuestión de voluntad política de Estados y entidades multilaterales.

El caso en el Consejo de Seguridad

El director de la Organización Mundial de la Salud coincidió el pasado 26 de febrero con que “los países de pequeños y medianos ingresos se beneficiarían tremendamente con un levantamiento provisional de los derechos de propiedad intelectual de las vacunas” (https://reliefweb.int/report/world/la-oms-pide-al-consejo-de-seguridad-que-aborde-la-exenci-n-de-propiedad-intelectual-de).

La OMS también celebró la resolución el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas del último viernes de febrero en virtud de la cual se pide el cese al fuego en todos los conflictos armados para facilitar la vacunación contra el COVID-19 en zonas de tensión. Pero enfatizó que esa organización mundial podría hacer aún más para ayudar a acabar con la pandemia; entre otras cosas, abordando la cuestión de la propiedad intelectual de las vacunas.

“Hay que tomar en serio la exención de la propiedad intelectual y el Consejo de Seguridad puede hacerlo, si hay voluntad política… hay que dar pasos concretos para aumentar la producción y la vacunación, y acabar con este virus lo antes posible”, subrayó el doctor Tedros Adhanon Ghebreyesus, director de la OMS. Además, explicó que en el Acuerdo sobre los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio hay provisiones para compartir propiedad intelectual, pero que este asunto sigue siendo “el elefante en la habitación” del que nadie quiere hablar.

“Especialmente cuando hablamos de propiedad intelectual, vemos falta de cooperación y una seria resistencia. Para ser honesto, no puedo entenderlo. Esta pandemia no tiene precedentes y el virus ha tomado al mundo entero como rehén. Este tipo de cosas pasa una vez cada 100 años. Si la provisión [de exención] no se puede aplicar ahora, ¿entonces cuándo?, si no podemos [hacer exenciones] durante tiempos difíciles y bajo condiciones sin precedentes, ¿entonces cuando? Esto es serio”, lamentó Ghebreyesus.

Fuente: https://rebelion.org/derogar-los-derechos-de-propiedad-intelectual-para-democratizar-la-produccion/

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OVE reportaje: Juan Carlos Sánchez Antonio. Pensamiento Descolonial

Reseña el Reportaje: Selene Kareli Zepeda Pioquinto

“Actúa de tal manera que contribuyas a la conservación y perpetuación del orden cósmico de las relaciones vitales evitando todo trastorno del mismo”.

Este jueves 11 de febrero, la Alianza Pedagógica Social Internacional conformada por la CEIP-Histórica de Argentina, MAEEC-CLACSO de México, KAVILANDO de Colombia, MASA CRÍTICA de Panamá, RED GLOBAL GLOCAL por la Calidad Educativa de América Latina, SAVIA de Paraguay, Universidad de Panamá, CIPCAL de América Latina, KAICHUK MAT DHA de México, EMANCIPACIÓN de Chile, Mujer Pueblo Magisterio-CNTE-Durango de México, el Centro Martin Luther King de Uruguay y CII-OVE de Venezuela, cerró el Ciclo de Pensamiento Descolonial con la conferencia del Dr. Juan Carlos Sánchez Antonio.

En la moderación de la jornada estuvieron: María del Carmen López Vázquez y Jorge Orozco León.

El Dr. Juan Carlos inició su disertación citando el siguiente párrafo, mismo que se encuentra en el Informe Cambio Climático, 2014, presentado por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC): “El Informe síntesis destaca que disponemos de los medios para limitar el cambio climático y sus riesgos y de muchas soluciones que permiten el continuo desarrollo económico y humano. Sin embargo, para estabilizar el aumento de la temperatura por debajo de 2 °C respecto de los niveles preindustriales será necesario un cambio radical y urgente del statu quo. Además, cuanto más esperemos a actuar, mayor será el costo y los desafíos tecnológicos, económicos, sociales e institucionales que enfrentaremos”. En este sentido, destacó la importancia de las epistemologías y filosofías del sur global como pensamiento decolonial y radical para hacer frente a ese cambio climático, como camino a ese urgente y necesario statu quo.
Enlace del informe: https://www.ipcc.ch/site/assets/uploads/2018/02/SYR_AR5_FINAL_full_es.pdf

De tal manera, el ponente se centró en dos aspectos fundamentales que fue desagregando: el calentamiento global devastador de la Madre Tierra y, el pensamiento de los pueblos originarios para hacer frente a este.
En su retórica, señaló cuatro elementos que nos han llevado a la crisis civilizatoria, misma que propician el despojo de territorios e identidades: 1) el modelo de producción capitalista, 2) la modernidad como un proyecto cultural ideológico que impulsa la expansión de los valores occidentales, 3) el patriarcado, y, 4) el cristianismo invertido. Siendo inminente superar estos cuatro elementos que llevan a la explotación de los bienes naturales.

Asimismo, el Dr. Sánchez Antonio refirió que, el capitalismo nos está llevando a la sexta extinción de la vida en el planeta; por tal, lanza la pregunta “¿de dónde vamos a tomar elementos para cambiar el statu quo?”, apuntando como ejes clave a la pedagogía, filosofía, política, economía pero con una perspectiva del sur global, escuchando lo que los pueblos andinos, mesoamericanos, turcos, indochinos tienen por decir y compartir, en palabras del doctor mirar “aquellas [culturas] que se ven como limitantes para el desarrollo de la humanidad”.

Por lo antes mencionado, Juan Carlos Sánchez enunció dos vías para hacer de las epistemologías del sur, del pensamiento decolonial, el nuevo statu quo. La primera es planteada por Slavoj Žižek, quien señala que se requiere una situación límite que en el caos lleve al cambio radical, y la segunda, es retomando ideas de Carlos Marx, en donde se recupere la propia historia ―la historia de los pueblos originarios― para diseñar el futuro; siendo Juan Carlos más partidario de la segunda vía, en la cual se requiere retomar la historia propia, la ontología de esos valores que han sido silenciados, para de esta forma, enriquecer un pensamiento que sirva de brújula.
“Tenemos que re-encantarnos con la naturaleza. Hemos perdido la espiritualidad que teníamos con las plantas, con los animales, con la madre tierra”.

Destaca en su participación que, no hay desmeritar la ciencia su actualidad, pero, hay que generar un nuevo criterio de los valores indígenas, de la ciencia y la tecnología y colocarlos al servicio de la humanidad no del capital. Impulsar nuevos criterios éticos, políticos y estéticos que nos permita poner a la modernidad al servicio de la humanidad, del planeta, no del capital.

“Cuando el conocimiento se pone al servicio de la vida se llama sabiduría”.

El doctor Juan Carlos nos invita a abrirnos al pensamiento descolonial, a volver a mirar los diez mil años de cultura que nos anteceden, pero ya no desde la perspectiva occidental, sino cada cultura desde su propia historia, dando lugar a la pluralidad de culturas que existe a nivel global; de tal manera, habría que generar una integralidad no una totalidad, la integralidad da la posibilidad de coexistir sin poner a uno sobre otro.

Finamente, nos convoca a reflexionar el aspecto teórico del pensamiento descolonial y a accionar llevando a lo cotidiano lo que el mismo implica. Un ejemplo estuvo enunciado en el rescate y preservación de las leguas originarias, el cultivo de nuestros alimentos (soberanía alimentaria), las alianzas económicas entre comunidades cercanas (trueques), así como la lucha social: “no es suficiente emitir un discurso como el que ahorita di, es indispensable generar conciencia. Es importante descolonizar y conocer esas otras culturas a través de diversas estrategias”.

Asimismo, Señala que, se requieren crear nuevos proyectos civilizatorios, los cuales implican movilizaciones, luchas de los pueblos originarios desde lo local, regional, nacional e internacional; crear redes internacionales para apostar por la transformación política donde ya no sea posible el capitalismo, poniendo al centro la vida, la Madre Tierra, donde los cuidados sean mutuos, recíprocos, no acciones para el bien meramente personal.

Que la vida sea criterio de vida. Que la acción pedagógica, política, comercial cree condiciones para la conservación de la vida, para ello se requiere descolonizar el pensamiento.

 

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Hablando de ética: avances y retrocesos

Por: Marcelo Colussi

Observada la historia en su faceta material, obvio que se ha registrado un progreso monumental. La duda se abre en ámbito propiamente humano: ¿ha habido progreso en este sentido? ¿Puede haberlo?

«A veces la guerra está justificada para conseguir la paz«.

Barack Obama, ¡Premio Nobel de la Paz! (SIC)

¿Hay progreso en la historia humana? La respuesta depende de qué entendamos por progreso. La tendencia casi inmediata en nuestra cotidianeidad, marcada por un fuerte sesgo economicista, es concebirlo como «mejoramiento», como «superación», de suyo ligado al ámbito material. En general, sin embargo, esta reflexión no nos la planteamos en términos subjetivos: ¿se progresa espiritualmente?, ¿hay progreso cultural? La ética, ¿progresa? ¿Se mejora la calidad de lo humano?

Observada la historia en su faceta material, desde el primer ser humano de las cavernas hace dos millones y medio de años atrás hasta nuestros días, es más que obvio que se ha registrado progreso, un progreso enorme, monumental. Al menos en lo técnico, en lo material, en la forma en que nos relacionamos con la naturaleza e inventamos una nueva naturaleza «social». La duda se abre en el otro ámbito, en lo más propiamente humano: ¿ha habido progreso en este sentido? ¿Puede haberlo?

En principio podríamos estar tentados de decir que, aunque muy lentamente, la humanidad va progresando en términos éticos. Hoy, distintamente a la antigüedad clásica de tantos pueblos, ya no se practican sacrificios humanos; hoy, un déspota gobernante no puede pedir un festín de sangre o bajar el pulgar para ver cómo un ser humano mata a otro para solaz de los observadores. Al día de hoy contamos con leyes que protegen, cada vez más, la vida y su calidad. Se legisla el aborto y la eutanasia. Hoy la tendencia es buscar repartir los beneficios del progreso material entre todos, y no reservarlos para la familia real, para el sacerdote supremo o el cacique de la tribu. El machismo, aunque aún se practica día a día en forma repulsiva –la ola de femicidio no se detiene–, comienza a ser puesto en la picota. Y otro tanto sucede con el racismo, aunque como práctica social concreta siga existiendo (ahí está George Floyd, entre tantos otros, como infame recordatorio). Todo lo cual, entonces, nos puede hacer llegar a la conclusión que, sin dudas, sí hay progreso social. Aunque justifique las guerras, tal como lo dice el epígrafe, un afrodescendiente, un nigger puede llegar al sillón presidencial de la Casa Blanca.

Arribados a este punto, es necesario puntualizar un par de consideraciones fuertes, que sin dudas no pueden agotarse en este pequeño trabajo, y que llaman a su profundización: por un lado, es siempre muy relativo (¿precario quizá?, siempre en condiciones de retroceder) el «avance» que se da en la condición humana, en su esfera ética. Los «progresos» espirituales son de una naturaleza radicalmente diversa a aquellos otros del orden material. Si no hay Tercera Guerra Mundial (con energía atómica), podemos estar –relativamente– seguros que no volveremos a las cavernas y a las hachas neolíticas; pero no podemos estar tan seguros de que se ha afianzado de una vez y para siempre la cultura de la no violencia, la tolerancia y la convivencia pacífica entre todos los seres humanos, más allá de las pomposas declaraciones que se escuchan a diario y de la «corrección política» que se va imponiendo por todos lados. Una rápida mirada a la coyuntura mundial nos lo recuerda de modo feroz.

¿Cómo explicar, si no, que en la Rusia post soviética los otrora cuadros comunistas se tornen tan rápida y fácilmente despiadados capitalistas explotadores, o que en ese experimento tan singular que es la China socialista con economía de mercado, abierta la posibilidad de la acumulación –»Ser rico es glorioso» dijo Deng Xiao Ping– aparezcan multimillonarios similares, o superiores, a los del capitalismo occidental? Toda la fascinante tecnología que hemos desarrollado en milenios y nos llevó, entre otras cosas, a la energía atómica, no impidió que se lanzaran bombas nucleares sobre población civil no combatiente con una crueldad que puede empalidecer ante cualquier «primitiva» civilización del pasado. Aunque la justificación oficial del gobierno de Washington pueda parecer «piadosa» (evitar más muertes con un desembarco), la verdad es otra cosa: una absoluta demostración de poder. Esto, sólo por poner algún ejemplo. O para abundar algo en esta línea: la tecnología que permite el espectacular mundo moderno, con vehículos que surcan la faz del planeta a velocidades siempre crecientes, lleva al mismo tiempo a una catástrofe medioambiental de proporciones dantescas, ocasionada en muy buena medida por los motores que impulsan a esos vehículos. Y si se reemplazan los combustibles fósiles por energías no contaminantes, tal como utilizan los vehículos impulsados por baterías eléctricas para las que se necesita el litio como elemento básico, ahí está el golpe de Estado en Bolivia en el 2018. Y un magnate productor de algunos de esos vehículos (Elon Musk: «Derrocamos a quien queramos«) puede justificar el latrocinio muy alegremente, sin recibir condena alguna. ¿Progreso entonces?

Hay una idea cuestionable de progreso. Se puede, por ejemplo, destruir la selva tropical y a los pueblos que allí habitan para extraer petróleo con los que alimentar vehículos con motores de combustión interna, o matar «cholos» en Bolivia para quedarse con los Salares de Uyuni, ¿en nombre del progreso? Progreso, valga decir, que nos va dejando paulatinamente sin agua dulce para continuar la vida. ¿Puede decirse seriamente que hay «progreso» social si un habitante término medio de un país ¿desarrollado? como Estados Unidos consume un promedio de 100 litros diarios de agua, o más, mientras que un habitante del África negra sólo tiene acceso a un litro? Dicho sea de paso: por la falta de agua potable mueren dos mil personas diarias. ¿Cuál es el «progreso» humano en que asienta ese monumental absurdo? Porque lo peor de todo es que a ese blanco término medio que riega su jardín 3 veces por semana y lava sin cesar sus varios vehículos, no le interesa la sed de un semejante africano; es más: ni siquiera está enterado de ello. La tecnología, definitivamente, no tiene la culpa de esta locura en juego. La lectura serena y objetiva del estado del mundo nos fuerza a reflexionar sobre todo esto: ¿avanzamos o retrocedemos en términos éticos?

El poder sigue siendo el eje que mueve las sociedades; poder que se articula con el afán de lucro, que no es sino la contracara de la idea de propiedad privada, todas ellas absolutas creaciones humanas.

Justamente como la sed de poder no se ha extinguido, el trágico disparate en curso en la actualidad, con los halcones fundamentalistas manejando la hiper-potencia mundial (no importa cuál sea el presidente de turno sentado en la Casa Blanca), nos puede llevar de nuevo a las cavernas y al período neolítico (la guerra nuclear generalizada, aunque ya no exista la Unión Soviética y una frontal Guerra Fría, no es una fantasía de ciencia ficción; sigue siendo una posibilidad y está a la vuelta de la esquina). En tal caso no sería la «evolución» técnica la que nos devolvería a ese estadio sino –una vez más– nuestra dificultad para progresar en lo ético. Salvando las formas económicas, ¿es muy distinta en términos éticos una empresa petrolera o fabricante de armas de los Estados Unidos actual comparada con un faraón egipcio, por ejemplo, aunque hoy se llenen la boca hablando de responsabilidad social empresarial, contratando muchas mujeres, negros y homosexuales? ¿Qué diferencia en esencia a estas empresas «legales» de un cartel del narcotráfico?

«Es delito robar un banco, pero más delito aún es fundarlo«, decía sarcásticamente Bertolt Brecht. Las guerras –cíclicas, obstinadamente repetitivas– nos recuerdan de manera dramática estos desgarrones de nuestra mortal y evanescente condición: progresa la técnica, pero lo ético sigue siendo la asignatura pendiente. Hablamos cada vez más de derechos humanos y de respeto a la vida, pero en las guerras se sigue premiando como héroe de la patria a quien más enemigos mate. ¿Cómo entender eso? Dicho sea de paso también: el negocio más grande todos los actualmente existentes y aquél que ocupa la mayor inteligencia humana -y también la artificial– para la creación y renovación constante, ¡es la guerra! La producción de armamentos –desde una simple pistola hasta los misiles nucleares más poderosos– son el renglón más desarrollado de todos los que implementa la especie humana. ¿Lo qué más ha progresado entonces?

Más allá de esta primera consideración –de un talante pesimista seguramente– cabe un segundo comentario, no menos importante que el anterior, y con el cual se relaciona: aunque lento, tortuoso, plagado de dificultades, casi con valor de conclusión podemos decir entonces que efectivamente ha habido progreso social. Repitámoslo: hoy no se quema vivo a nadie por hereje; se pueden quemar libros, pero eso no es lo mismo. Hoy, aunque estamos aún lejísimos de alcanzarla, el tema de la justicia –económica, social, de género, étnica– es ya un patrimonio de la agenda de discusión de toda la humanidad; hoy, aunque persiste el machismo, ya no existe el derecho de pernada ni se utilizan cinturones de castidad para las mujeres, en numerosos lugares no se penaliza la homosexualidad permitiéndose los matrimonios entre iguales, y las leyes –ya universalizadas– fijan prestaciones laborales (aunque el capitalismo salvaje de estos años recién pasados está intentando borrar esos avances sociales).

En esta línea de pensamiento se inscribe una cantidad, bastante grande por cierto, de temas referidos a lo socio-cultural, que son incuestionables avances, mejoras, progresos en lo humano. La lista podría ser extensa, pero a los fines de mencionar algunos de los puntos más relevantes, podríamos decir que ahí entran todos los pasos que conciernen a la dignificación humana. No con la misma intensidad en todos los rincones del planeta, pero en el transcurso de los últimos siglos, con la modernidad que trajo una visión científica de la realidad, los derechos humanos hicieron su entrada triunfal en la historia. Hoy por hoy son ya una conquista irrenunciable. Se podrá decir que son un engendro occidental que, si se quiere profundizar, surgen como un camino paralelo a la lucha revolucionaria por el cambio social (el materialismo histórico no necesita ese complemento quizá); pero existen y marcan un camino de avance ético. Ya nadie puede matar por capricho a un esclavo, porque hoy ya se ha superado ese «primitivismo» de la esclavitud. Aunque hay que aclarar, no obstante, que la Organización Internacional del Trabajo ha denunciado que pese a nuestro «progreso» en materia laboral persisten cerca de 30 millones de trabajadores esclavizados en este siglo «hiper tecnológico», en muchos casos produciendo las maravillas industriales que se consumen alegremente en lugares donde la vida es simpática y próspera y nadie piensa en esclavos.

El siglo XX, luego de mostrar hasta dónde es posible llevar el hambre de poder de los humanos con la Segunda Guerra Mundial (tendencia de los varones, valga precisar, que son quienes realmente lo ejercen –el 99% de las propiedades del mundo están en manos varoniles–), dio como resultado el establecimiento de gestos muy importantes para asegurar esa dignidad de la que hablábamos arriba: se constituyó el sistema de Naciones Unidas y se fijó la Declaración Universal de Derechos Humanos. Pero la historia de estos últimos años mostró que, más allá de una buena intención, esas instancias no resolvieron –¡ni podrán resolver nunca!– problemas históricos de las sociedades (porque no pasan de decorosos remiendos); ahora que vemos naufragar esos tibios intentos luego de las «guerras preventivas» que impulsa Washington en un mundo que sigue marcado por el manejo vertical de los megacapitales globales, entonces, no podemos menos que afirmar que «estamos retrocediendo» en esos avances. Pomposas declaraciones y actitudes políticamente correctas: sí (hasta un presidente negro en Estados Unidos); cambios reales: no. Esta, entonces, podríamos decir que es la segunda aseveración fuerte: si ha habido algún progreso en lo cultural, ahora lo estamos perdiendo. O, dicho de otro modo, hay una tensión perpetua en la que se avanza y retrocede en un balance siempre inestable.

Lo que en el curso de los últimos dos siglos fueron avances en la esfera social, desde la caída de la Unión Soviética (primer y más sostenido experimento socialista de la historia), han venido retrocediendo sistemáticamente. Hasta incluso en el mismo seno de las Naciones Unidas, que habla pomposamente de derechos humanos, se perdieron conquistas laborales, aunque suene paradójico (en general el personal trabaja ahora por contratos puntuales, sin prestaciones laborales, precarizados). Si allí sucede eso, ya no digamos cuál es el grado de avasallamiento de los derechos de los trabajadores a escala global. Caído el emblemático Muro de Berlín, el capital se siente dueño absoluto del mundo; en estos pocos años se han perdido conquistas sindicales históricas, se retrocedió en organización político-sindical, se desmovilizaron actitudes contestatarias. Si volvían protestas callejeras espontáneas en el transcurso del 2019 alzando la voz contra las infames políticas neoliberales, la llegada de la pandemia de COVID-19 («curiosa» llegada, por cierto), las silenció, las postergó. Lo que se puede apreciar en estos últimos años, luego del proclamado «fin de la historia» con el derrumbe del campo socialista este-europeo, es que creció lo que podría llamarse «cultura light», la sobrevivencia no-crítica, el «amansamiento» colectivo. Es decir: se criminalizó la protesta como nunca antes. ¡Trabaje y no proteste, consuma y no piense!, pasó a ser la consigna universal. El actual confinamiento que trajo el coronavirus sirvió para aumentar esa tendencia. De hecho, se precarizaron más aún las condiciones laborales, y el trabajo hogareño, en buena medida, pasó a ser la norma. ¿Alguien diría que trabajar desde su caso es progreso?

Lo curioso, o complejo –¿trágico quizá?, ¿patético?– en todo este problemático y enmarañado ámbito del progreso humano es que mientras por un lado nos alejamos de los prejuicios más estereotipados y se comienzan a tolerar, por ejemplo, matrimonios homosexuales o que un afrodescendiente pueda haber llegado al sillón presidencial en el racista país que hoy hace las veces de potencia principal, al mismo tiempo ese mismo país (no el presidente, claro, sino los que tienen el poder decisorio final: blancos multimillonarios que manejan corporaciones multinacionales) diseña planes geoestratégicos que irrespetan las nociones elementales de derechos humanos modernos, permitiéndose invadir cuando quieren y en nombre de lo que quieren. Sin dudas que todo esto es contradictorio, complejo, difícil de entender. Y junto a eso, no olvidar, potencias capitalistas de Europa occidental, promotoras de los sacrosantos derechos humanos, en pleno siglo XXI… ¡aún mantienen enclaves coloniales! Sin dudas, avanzamos y retrocedemos al mismo tiempo.

Con las estrategias imperiales en curso mantenidas por Washington se han perdido importantes avances en relación al respeto y al entendimiento entre seres humanos, aunque se haya dado el importante paso de permitirse superar un racismo histórico que llevó a linchar negros hasta hace apenas unos años. ¿Avanzamos o retrocedemos entonces? Quizá, aunque pueda sonar a ciencia-ficción, haya grupos de poder que ya están concibiendo –¿quizá implementando?– estrategias para instalarse fuera de nuestro planeta, condenando a quienes se queden en esta maltrecha Tierra a sobrevivir como puedan… si es que pueden. Con lo que –una vez más– la edad de las cavernas y las hachas de piedra no se ven tan lejanas, metafórica y literalmente. ¿Quiénes detentan hoy el poder global? Los que tienen esas hachas y garrotes más grandes: los que tienen los misiles nucleares más poderosos. Nihil novum sub sole? ¿Nada nuevo bajo el sol?

En definitiva, decidir en términos académicos, en nombre de alguna pureza semántica, si avanzamos o retrocedemos moralmente, puede ser intrascendente. Si miramos la historia de la especie humana, hay avances; pero eso solo si hacemos una mirada de muy largo alcance, de siglos, o de milenios. Hay avances importantes (el movimiento feminista, las reivindicaciones étnicas, la aceptación de la diversidad sexual), pero hay retrocesos en la justicia social. Lo que está claro es que no puede haber cambio real y sostenible si no se avanza simultáneamente en todos los aspectos.

Marcelo Colussi

Analista político e investigador social, autor del libro Ensayos

mmcolussi@gmail.com,

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Fuente e imagen: https://www.alainet.org/es/articulo/210578

 

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Cada uno en su burbuja

Por: Elisabeth De Puig

La crisis de la covid-19 y las incertidumbres que esta arrastra me hicieron reflexionar sobre los aprendizajes que nos ha traído el 2020.  La solidaridad, compasión y reciprocidad de muchos se ha mostrado en forma directa e indirecta, pero a la vez también se han manifestado actitudes de egoísmo, deshonestidad, injusticia y mentira.

Cada uno en su burbuja. Estas Navidades fueron especiales y atípicas. A lo opuesto de las que fueron desde que, al nacer mi hijo, inicié mi propia tradición celebrándolas en mi casa y no en Puerto Plata con la familia de mi esposo.

No puedo recordar todos esos comensales, pero algunos fueron fieles durante decenios y los he tenido muy presentes en esta Noche Buena fuera de rumbo.

El teléfono, las redes, fueron lo que nos acercó más a nuestras amistades encerradas por edad, responsabilidad o circunstancias dentro de sus casas, en el país y alrededor del mundo.

Las caritas sonrientes reemplazaron en muchos casos los abrazos y apretones, hubo algunos toques de codos, pero ni ellos son recomendados.

“Estuve sola con mi cenita frente al televisor”. Eso pasó a menudo para los “ancianos”, tanto en Santo Domingo como en París o Plousganou, y miles de ciudades alrededor del mundo según las normas impuestas y los diferentes toques de queda. Las mismas modalidades, pero en horas diferentes.

La crisis de la covid-19 y las incertidumbres que esta arrastra me hicieron reflexionar sobre los aprendizajes que nos ha traído el 2020. La solidaridad, compasión y reciprocidad de muchos se ha mostrado en forma directa e indirecta, pero a la vez también se han manifestado actitudes de egoísmo, deshonestidad, injusticia y mentira.

Hemos tomado conciencia de nuestra vulnerabilidad e interdependencia y de hasta qué punto nos necesitamos los unos a los otros para sobrevivir y vivir dignamente, también de que la naturaleza es vulnerable.

Necesitamos tener mayor responsabilidad y compasión para estar más atentos a nuestras obligaciones que a nuestros derechos, más atentos a las consecuencias que tienen nuestros actos en el trato con los demás y también con el medio ambiente.

Fuente: https://acento.com.do/opinion/cada-uno-en-su-burbuja-8896774.html

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“Tal vez la humanidad esté entrando en una era de fascismo cognitivo”

Compara la información con un flujo, un río donde a medida que aumenta el caudal se incrementan las dificultades para el bombeo del agua.

“La información no es nada si no se asimila y para eso hace falta tiempo y un método, que sólo se puede tener si se posee una preparación previa (…); pero ese molde estará vacío si no llega la información. Cuando la información es masiva y circula a velocidad de vértigo deja ciego y desorientado al espectador. Esto es lo que está pasando”, explica José Carlos Bermejo Barrera en una entrevista realizada el 11 de marzo en El Correo Gallego por la periodista María Almodóvar.

El catedrático de Historia Antigua en la Universidad de Santiago de Compostela ha publicado en Akal La política de la impostura y las tinieblas de la información. José Carlos Bermejo es autor, asimismo, de libros como Introducción a la sociología del mito griegoHistoria y melancolíaLa fábrica de la ignorancia; Rectores y privilegiados; o El gran virus. Ensayo para una pandemia.

En otro apartado de la entrevista, el escritor aborda los efectos negativos que el modelo informativo actual tiene para la memoria; “La novedad sólo puede ser instantánea, porque si dura, ya deja de ser novedad”, apunta el profesor y ensayista, de modo que el sistema prima la inmediatez y la sucesión de novedades.

Hay además un punto en que se complementan información y conocimiento, explica Bermejo a Marìa Almodóvar: “La información sin conocimiento es ciega, pero el conocimiento sin información está vacío. Conocer es asimilar información, sistematizarla, darle sentido, de tal modo que a partir de ella se pueda hallar otra en una búsqueda incesante”.

Nuestros universos particulares es el título de uno de los últimos textos publicados por el articulista –el 26 de diciembre- en El Correo Gallego. El autor adopta, como punto de partida, la perspectiva de los cazadores australianos – y otros como los pueblos bosquimanos del desierto de Kalahari-, quienes poseían los conocimientos que necesitaban para la supervivencia; su universo particular se basaba en la siembra, la crianza de los animales, cazar o producir herramientas.

Cuestión distinta es el homo insipiens actual, que desaparecería si se saliera de sus redes sociales. Tiene conocimientos muy limitados y vive en un mundo en el que quedan pocos territorios ignotos. Asimismo, escribe José Carlos Bermejo, el homo insipiens “tiene que admitir que es verdad o mentira lo que dicen los especialistas” y “cree en la nueva fe de lo que le dice Internet o su móvil, que son casi su única fuente de acceso al universo”.

El volumen de Akal incluye un artículo –La economía de la imaginación académica– en que el docente reflexiona sobre lo que el filósofo Ortega y Gasset consideraba “barbarie del especialismo”. Esto significa que aumenta el número de especialistas con mayores conocimientos sobre contenidos cada vez más reducidos. “El bárbaro especializado pierde el interés por todo aquello que no sea su mini-disciplina, y así el nivel cultural, e incluso científico, de las élites económicas y profesionales sufre un notable descenso”, valora Bermejo Barrera.

Tal vez una prolongación de este artículo se halle en Ciencia, comercio y sociedad. Arthur Schopenhauer integró, al igual que Hegel, el conocimiento científico en su sistema filosófico; y Kant enseñaba Mecánica Racional, Geografía Física y Astronomía. “A comienzos del siglo XIX las ciencias se enseñaban en la facultad de filosofía”, recuerda Bermejo en el libro de Akal.

“Se llamaba genio al que creaba un nuevo método que luego sería seguido por miles de investigadores durante decenas de años, o siglos. Einstein, Gödel o Turing aun fueron modelos en este sentido”, añade el historiador. Actualmente millones de investigadores realizan su labor de hormiga por todo el mundo, “la mayoría nunca serán famosos ni ricos, no tendrán poder académico ni político”.

En un segundo bloque de ensayos (El desorden y el silencio del mundo), José Carlos Bermejo subraya que en los procesos de Núremberg, tras la Segunda Guerra Mundial, se sometió a juicio a unas decenas de personas, pero en caso de que se hubiera buscado a los ejecutores del Holocausto y sus cómplices “su número pasaría de un millón sólo en Alemania”, incluidos policías, militares, jueces, religiosos, médicos o profesores universitarios.

No se produjo, por tanto, una depuración después de 1945. “BMW, Volkswagen, BASF, Hoescht, Bayer…, que tuvieron esclavos a su servicio, siguieron en activo, muchas veces con sus mismos directivos, lo mismo que los bancos”, destaca en el ensayo titulado La culpa y el pasado.

En el artículo Democracia digital y mundo real José Carlos Bermejo cita el libro de Matthew Hindman The Myth of digital democracy (2008); Hindman constata que la mayoría de los líderes de opinión digitales en Estados Unidos (y los blogs más influyentes) son profesionales que proceden de la Economía, las Ciencias Políticas o las empresas de la comunicación (no forman parte de las clases populares). A esto se agrega que la brecha entre ricos y pobres es similar a las desigualdades en la capacidad de generar información y opinión.

“El medio digital es el mensaje repetido muchas veces y la proliferación masiva de información (…); por eso sigue siendo esencial la educación y el desarrollo de la capacidad de pensar y de dudar, con la que el sistema está acabando”, concluye Bermejo Barrera.

Otra reflexión incluida en el libro de Akal –Efectos terciarios– parte del libro Pharmageddon (2013), del psiquiatra y psicofarmacólogo David Healy; el mercado farmacéutico mundial movilizó en 2010 un volumen de 900.000 millones de dólares (la mitad del gasto se produjo en Estados Unidos). Durante la crisis iniciada en 2008, el ritmo de crecimiento en el sector –a escala global- osciló entre el 10% y el 20% anual.

El autor de La política de la como impostura y las tinieblas de la información hace -sobre los gastos de las multinacionales farmacéuticas- la siguiente aclaración: “Una buena parte de sus gastos son los de propaganda, pues cada compañía compite con todas las demás por los mismos espacios de mercado (antidepresivos, estatinas…)”. Y subraya la sofisticación de la mercadotécnica médica, ya que se trata de convencer a médicos, administraciones públicas y Seguros de las propiedades de un fármaco.

En el prólogo al volumen de 466 páginas y 117 artículos, el historiador y ensayista introduce la noción de fascismo cognitivo –era histórica en la que tal vez esté entrando la humanidad-, y que contrapone al ideal de la Ilustración (el conocimiento vinculado a la libertad y la emancipación humana). Hoy, subraya José Carlos Bermejo, “quien controla la información en la economía, las redes del poder militar y el conocimiento científico-técnico es quien puede controlar el mundo manipulando las leyes”.

En la noosfera donde habita la especie digital, el gran desarrollo de las Tecnologías de la Información hace posible que las relaciones humanas –físicas, económicas y sociales- puedan procesarse y manipularse como información “cuantificable”.

Más aún, remarca el catedrático de Historia Antigua en el epílogo, “el procesamiento de la información con los big data, que sólo pueden hacer los gobiernos y grandes corporaciones, permite el control de la población, sus movimientos, consumo y opiniones”. Con un grado de concentración muy notable, actualmente es muy difícil de percibir los límites entre los grandes conglomerados empresariales (gas, energía o tecnológicas), la gran banca y el Estado. A ello se agrega el entrelazamiento en la propiedad, de modo que unos pocos lo poseen todo.

Algunas de las conclusiones del libro invitan al pesimismo (en el título del ensayo se emplea el término impostura, aplicado a la política española). Así, según el autor del volumen de Akal, “ya no hay textos ni pensamientos, sino sólo mensajes, intercambiados sin cesar entre los líderes políticos, del mismo modo que lo hacen las pandillas de adolescentes (…)”.

O bien, en el contexto de una política tóxica, “se condena al infierno o se manda al cielo a algunos por parte de quienes pueden hacerlo, que son quienes controlan la información, ya sea desde el poder del Estado o de las empresas”.

Fuente: https://rebelion.org/tal-vez-la-humanidad-este-entrando-en-una-era-de-fascismo-cognitivo/

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