El cineasta Rithy Panh analiza su nuevo trabajo, ‘Exil’, sobre «el genocidio de los refugiados en Europa»
Cuenta Rithy Panh (Phnom Penh, 1964) que la luna ofrece mucha más información que el sol. «Ella nos coloca en un momento determinado de un mes, no sólo del día. Es más ambiciosa, más sabia, más modesta». La reflexión la hace tras recibir el premio la Luna de Valencia del Cinema Jove por toda su carrera y tiene que ver con su infancia, cuando en los campos de trabajo de los jemeres rojos -sin relojes, sin calendarios, sin más referencia que el miedo, el dolor y la muerte- vivía su presencia en medio de la noche más oscura como una aliada. Con 13 años perdió a su familia. «Me quedé sin nombre, me quedé sin rostro». Desde entonces, este cineasta ha dedicado la vida entera a levantar testimonio no sólo de su vida, sino de todas las que sufrieron la brutalidad ciega del regimen comunista de Pol Pot. Casi dos millones de muertos. Tras La imagen perdida, su último trabajo vuelve la vista hacia el genocidio silencioso (o no tanto) de los refugiados. Exil se titula la película presentada en Cannes.
Pregunta.- ¿Por qué los refugiados?
Respuesta.- Ahora mismo hay más refugiados en el mundo que en cualquier otro momento histórico. Llamamos emigrantes a los que en realidad no son más que refugiados económicos. La violencia que ejerce la economía es tan grave y cruel como la violencia de la guerra. Vivir con dos dólares al día es un acto violento. Nunca antes en la Historia la riqueza ha estado tan mal distribuida. Un 10% de la población mundial controla y posee el planeta.
P.- Tiempo atrás avisó en una de sus primeras películas sobre el riesgo de la globalización…
R.- No me prestaron mucha atención (se ríe). La mundialización ha sido una de las mayores mentiras de la Humanidad. Originalmente, se vendió como la encarnación del sueño ilustrado de un mundo fraternal y unido. En realidad, ha resultado ser justo lo contrario. El universo digital acelera y hace aumentar la fractura entre pobres y ricos.
P.- Sin embargo, hay quien mantiene que la globalización es a la vez el problema y la solución…
R.- No lo creo. Antes, si por lo menos pretendías cambiar tu mundo podías esconderte en el bosque y vivir de espaldas a todo. Ahora eso ya no es posible. Empezando por el hecho de que ya no hay bosques.
P.- ¿No cree que ahora hay más movimientos por todo el mundo que son más conscientes…?
R.- Lo que veo es que esa toma de consciencia no se estructura de ninguna forma. El romanticismo revolucionario ya no funciona. Pero lo cierto es que ya hay recursos suficientes en el planeta para todos y, además, existen los medios técnicos para que la distribución se haga sin problema. Es una cuestión de voluntad, de política, no es una utopía.
P.- ¿Ve diferencia entre su situación cuando llegó a Europa de niño y la de los que llegan ahora?
R.- Las causas son diferentes, pero el sufrimiento es el mismo. Lo más grave es que da la sensación de que ni el tiempo ni el conocimiento de los errores del pasado influyen. Si se mira de cerca, hay una superioridad moral en todo aquél que pelea por reconstruir su vida en otro lugar. Sí, se arriesga a morir, pero al menos no acepta la resignación de quedarse sin hacer nada.
P.- ¿Y cuánto ha cambiado la Europa de entonces a la de ahora?
R.- Europa no ha dejado de ser un referente, un sueño de justicia. Otra cosa es la realidad. La fraternidad, uno de los pilares de la Ilustración, ha dejado de existir.Lo que es especialmente grave en una situación de crisis. El extremismo de derecha es lo que más lejos puede estar de lo que siempre ha impulsado a Europa como proyecto.
P.- ¿Qué piensa de la vieja afirmación de Hannah Arendt sobre la banalización del mal aplicada a la sociedad que cobijo el nazismo?
R.- No la comparto ¿Qué quiere decir eso exactamente? Es una expresión muy seductora que parece que lo explica todo, pero que en realidad lo único que hace es poner una barrera al pensamiento.
P.- ¿Cómo es posible que tras el Holocausto hayamos vivido aún todo lo que hemos vivido en Camboya, Ruanda, Chile…?
R.- Para aprender hace falta educación. Y no la hay. No hay una verdadera intención de entender el pasado. Vivimos una auténtica banalización de la educación. Ésta sí.
P.- Hay quien mantiene que lo mejor es olvidar, que esa es la condición para el perdón y la concordia…
R.- Para olvidar algo es necesario saber qué se quiere olvidar. Es necesario conocer antes muy bien para poder perdonar. El perdón no es más que una forma de olvido voluntario. Pero lo relevante es comprender antes. Es necesario conocer los nombres de cada uno de los muertos. Para respetarse como sociedad hay que respetar y honrar antes a los muertos.
Fuente: http://www.elmundo.es/cultura/2016/06/27/57702802ca474198328b45df.html
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