Indonesia/30 de junio de 2016/ Fuente: eju.tv
En Bengkala (Bali), 46 de sus 2.000 habitantes no oyen. Los vecinos han abordado esta particularidad con pragmatismo.
En el patio de una casa con gallinas y gatos sin cola, en un recóndito pueblo al Norte de Bali, el matrimonio de bailarines Nyoman y Pindu baila sin oír la música. El pueblo, a 85 kilómetros del aeropuerto de Denpasar —tres horas, en el mejor de los casos—, en la otra punta de la Isla, y a 10 kilómetros de la piscina natural pública Air Sanih, está lo suficientemente apartado en el mapa que incluso en la localidad más cercana, Singaraya, pocos conozcan su historia.
Bengkala, como se llama el municipio, se parece mucho a cualquier otra aldea de Bali. Las mujeres, con cestos de fruta y leña sobre sus cabezas, transitan por los caminos de espigadas palmeras y cultivos de cúrcuma, jengibre y mandioca. Unos ancianos de pareo de dibujos y sandalia, matan la mañana repanchigados a la sombra. Huele a incienso y agua de rosas que emana de un vistoso y colorido templo hinduista. Suena al claxon intermitente de las motos con los cuatro miembros de la familia encima. Y sabe a bakso —sopa de albóndigas— y café de sobre, que venden en los puestos callejeros. La particularidad de Bengkala es que de sus poco más de 2.000 vecinos, 46 son sordos de nacimiento. Todo se debe a un gen dominante en la aldea.
En 1995, un artículo de la revista Nature explicaba que el 2% de los habitantes de Bengkala cuenta con “una profunda sordera neurosensorial no sindrómica debida a una mutación autosómica recesiva en el locus DFNB3”. En otras palabras: en Bengkala, el que no pertenece a una familia totalmente sorda, tiene un hijo, un hermano, un vecino o un amigo que no puede oír. Sus habitantes han abordado esta particularidad genética con pragmatismo: casi todos se defienden en el lenguaje de signos.
Viaje al pueblo inclusivo
La escena podría repetirse en casi cualquier otro lugar del mundo. Es la hora del recreo y unos niños de uniforme —pantalón rojo y corbata— cruzan a saltos la calle a por un tentempié. La tienda de todo un poco, frente al colegio, la regenta una señora de cabello blanco recogido en un moño, piel reluciente y una gran sonrisa mellada, que parece acostumbrada a sus pequeños clientes. Desde lejos, una adolescente de falda tableada por la rodilla y calcetines blancos hace gestos con las manos y la señora responde de igual modo. En la puerta de la escuela, dos adultos conversan en el lenguaje de signos. La tendera explica que se las arreglan para comunicarse: “Así es comer”, describe, llevándose los dedos amontonados juntos a la boca; “y así, beber”, continúa, con los dedos estirados.
El 57% de los vecinos de Bengkala utiliza el lenguaje de signos, aunque solo el 2% no puede oír, cifra la investigadora Connie de Vos, del Instituto para la Psicolingüística Max Planck, que para su investigación pasó 12 meses en esta aldea, repartidos en varias estancias durante cinco años. Gracias a esto, “los sordos de Bengakala no experimentan las mismas desigualdades sociales que muchos de comunidades urbanas”, concluye De Vos en el libro Los lenguajes de signos en las comunidades de pueblo: percepción antropológica y lingüística, del que es coautora y donde recoge ejemplos, además de este de Bali, de lenguaje de signos rurales en Australia, Ghana, India, Israel, Jamaica, México, Turquía y Tailandia. “La integración de los vecinos sordos de Bengkala también se refleja en que tienen las mismas probabilidades de casarse y similares oportunidades de trabajo”, añade.
Además, todos en la aldea veneran al Dios de la Sordera, que se cree que vive en el cementerio y que dotó a los que no oyen con más fortaleza física y sensibilidad. Y a los sordos no se les considera inferiores, argumenta De Vos en el libro.
Aldeas bilingües en armonía
Durante generaciones, las poblaciones con un gran número de sordos han adoptado lenguajes de signos para vivir en armonía con sus vecinos y se han convertido, de manera natural, en bilingües. El caso más célebre es el de la Isla de Los Viñedos de Marta, en las costas de Massachusetts, mitificada como una utopía para los sordos puesto que, debido a la amplia presencia de personas que no oían, hasta el siglo XIX todo el mundo dominaba el lenguaje de signos. El catálogo de lenguas del mundo Ethnologue recoge 136 lenguas de signos vivas actualmente. Los lingüistas estimas que el número podría alcanzar las 400, data The Boston Globe.
En Bengkala, también se ha transmitido de padres a hijos un lenguaje de signos propio: el Kata kolok” “Por ejemplo, aquí, se da las gracias pasando una mano sobre la otra” y “España se expresa emulando a un torero con su capa”, apunta, divertido Wisnu Giri, coordinador pedagógico del “SD Negeri 2”, el colegio inclusivo de la localidad.
Sordos, no mudos
En una de las clases de la escuela inclusiva es hora de Matemáticas. Una niña sonriente con coletas a los lados enseña el resultado a la profesora. En la pared cuelga un gran alfabeto con el lenguaje de signos. De los 16 estudiantes del aula, dos son sordos. No siempre fue así. En Bengkala, con pocos recursos, solo cinco de los adultos del pueblo saben leer y escribir, detalla Matt Alesevich en un artículo para la revista ‘VICE’. “La situación de las personas sordas, a diferencia de la de otras minorías lingüísticas, se complica por el hecho de que a menudo se les ve como discapacitados”, cuestiona Lorraine Leeson, del Consejo de Europa, en el informe El leguaje de signos en la Educación en Europa.
El coordinador Wisnu aprendió el lenguaje de signos de su mejor amigo, Nyoman. Lo explica como si nada: “Es normal, pasábamos todo el día juntos”. Toda la familia del matrimonio Nyoman y Pindu es sorda. Tienes tres hijas: Darish, de 17 años, Sumarni, de 16 años y Nadi, de 11.
La danza de los sordos
Sobre las puertas y paredes de pintura violeta de la casa hay fotografías y recortes de revistas en los que se ve al matrimonio ataviado con elegantes vestidos balineses, pomposas coronas y colorido maquillaje. Son de su espectáculo. Pertenecen al grupo de bailarines del Janger Kolok (la danza de los sordos), una apuesta creativa y de superación que practican en el pueblo con miembros de tres generaciones. Todo un reto de coordinación si se tiene en cuenta que bailan sin escuchar la melodía.
“Deberíamos aprender de estos pueblos que es posible que toda una comunidad use el lenguaje de signos. Incluso que, aunque no lo dominen, pueden tener un conocimiento básico tanto de la lengua como sobre las personas sordas”, argumenta la antropóloga sorda Annelies Kusters, autora de un libro sobre la comunidad rural de signos Adamorable, en Ghana, que acaba de estrenar un documental sobre la interacción entre oyentes y sordos en Mumbai, India.
Kusters se especializó en estudios de sordera tras ser diagnosticada, de adulta, con problemas de audición. Dice que le quedaba “hundirse o nadar”, y se decantó por lo segundo. Sueña con que un día el lenguaje de signos “esté en todas partes: en las asignaturas del colegio, en las universidades, en la televisión, pero también que la gente se muestre más abierta a una interacción con signos”. Si se quiere, como en Bengkala, hasta se baila sin música.
Fuente: elpais.com
Fuente: http://eju.tv/2016/06/el-pueblo-que-aprendio-la-lengua-de-signos-para-hablar-con-sus-sordos/
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