El ser y el no ser en la era digital

Tercerainformación/España/Artículos de Opinión/Por: Arturo Prado Lima@rturopradolima/26-03-2016

Un hombre abre los brazos en una esquina de Madrid y grita: ¡estoy aquí, existo! Pero la gente pasa sin prestar atención al hombre que reclama su visualización y su derecho a existir para los demás. Su derecho a soñar. Su derecho a ser alguien. La invisibilidad finalmente lo sepulta bajo una masa informe que pasa y no vuelve nunca más. El futuro de este hombre ha pasado ya y aún no se ha enterado de que la era digital está invadiendo los terrenos de Dios y que su existencia como individuo depende ahora de cómo gestione sus sueños y sus pesadillas a través del espacio virtual y no gritando en una esquina cualquiera.

La era digital. Es lo que ha propiciado que hoy por hoy podamos cargar con todas las bibliotecas del mundo en el bolsillo de atrás. Wikipedia ha dejado en un incómodo lugar a las bibliotecas más emblemáticas del mundo. Las plataformas digitales más importantes deja fuera de juego a los taxistas de aquí y de allá y también se carga la industria hotelera, la industria del libro, de la música y de correos. Potentes plataformas digitales amenazan con liquidar para siempre a los grandes bancos y a Wall Strect, incluidas las grandes divisas como el Dólar o el Euro. La moneda electrónica bitcoin se alza por encima de los grandes hacendados, los industriales, los gobiernos y los banqueros que, de cuando en cuando, en periodos más o menos puntuales, siembran de desconfianza a ahorradores y productores de bienes y servicios que ven peligrar su poder ante la inoperancia de los gestores de las fianzas del mundo.

La era digital ha llegado pisando fuerte y, aparentemente, arrasando con todo vestigio de individualidad y particularidad del ser humano. Cuando en algunos rincones del mundo, especialmente de África y América Latina, el ordenador, o computadora, se muestra como el adelanto tecnológico más importante de la historia, en otras partes del orbe ya está mandado a recoger.

El teléfono móvil es una de las principales características de la era digital. Ahora el mundo, incluso el universo, cabe en un uno de ellos. En 2015 se fabricaron unos 1.500 millones de estos aparatos inteligentes. Estos están dotados de una inteligencia artificial hasta ahora insospechada. No solo se encargan de medir el tiempo, la presión arterial, el estado de la cuenta bancaria, el lugar donde se encuentra el ser amado, sino que cargan con nuestra discoteca favorita, la hemeroteca para cualquier consulta, nos trae todas las mañanas, con actualizaciones periódicas, los periódicos y revistas del mundo, son cámara de fotos y de vídeo, nos llevan y traen mensajes hablados y escritos al instante y, vaya milagro, hasta nos servire de intermediario para hablar con otra persona, visualización incluida, que está al otro lado del mundo.

A través del teléfono podemos ver lo que ocurre al otro lado de la tierra en tiempo real, medir la presión arterial, vigilar la casa a distancia, eliminando de tajo las distancias. Con toda su carga tecnológica, no sólo servirá para cargar el mundo en el bolsillo, sino también para borrar de tajo las grandes tradiciones terrenales, incluidos los magnos mitos, tradiciones y leyenda de la humanidad: la Torre de Babel, Por ejemplo. La confusión y proliferación de lenguas en el mundo ya no será obstáculo para ir de un país a otros preocupados por la barrera del idioma. Uno de estos aparatos se pondrá en el centro de la mesa y traducirá al japonés que escucha al español o al colombiano y viceversa.

Este hombre que abre los brazos en la esquina madrileña, quien sabe si de aquí o de allá, del sur o del norte, del este o el oeste, que aún se piensa como ser humano, como dueño de su destino y reclama su sitio en la sociedad, tendrá que revisar con prontitud su propia existencia, el lugar en que lo ha colocado el vértigo de las plataformas digitales que nos llevan de cabeza a la post humanidad, a las catatumbas del universo infinito donde la huella de los sueños heredados de las eras pasadas descansan en paz.

Hubo, sin lugar a dudas, una época para la esclavitud. En todas las eras de la prehistoria y la propia historia, hay un rincón destinado a la esclavitud. La era digital, a pesar de su deslumbramiento, no será la excepción. El historiador Edward Castellón, en las páginas de Lemonde Diplomatiqué, del mes de Marzo, nos trae a cuento un trago amargo como consecuencia, incluso, de la misma fabricación de los teléfonos inteligentes. La materia prima con que se elaboran los teléfonos inteligentes, el estaño, el Tántalo y el tungsteno, al ser comprados a empresas piratas bajo el paraguas de gobiernos de África, especialmente en la República Democrática del Congo, alimentan el poder de las armas de las milicias militares y aumentan el número de esclavos en las minerías, incluyendo a niños y niñas.

Y en el proceso de fabricación, los obreros chinos son sometidos a largas jornadas de trabajo sin las protecciones sociales y laborales que debería derivar de las grandes ganancias que ingresan a las arca de los industriales. La post humanidad se construye sobre la base de la misma esclavitud que levantaron los viejos imperios asiáticos y europeos y la invisibilidad individual sucumbe ante el auge del entusiasmo que irradian quienes ven en estas nuevas formas de vida la manipulación perfecta de la inteligencia humana.

Hablamos sólo del proceso material. Pero estos dispositivos están al servicio de las grandes marcas de fabricantes que crean necesidades innecesarias de consumo masivo y lo que es peor, se utilizan ya al servicio de los grandes manipuladores de masas que mesclan ideologías y religiones, políticas y miedos, deseos y soluciones mágicas para cubrir necesidades básicas a medias y dar respuestas contradictorias a los grandes enigmas sin solución. Si, cunde el pánico. Las grandes mayorías sociales aún no saben si la era digital traerá la ansiada libertad de todos los tiempos y será, ahora sí, el fin de la historia.

Surgen como signos de esperanza generosos ejemplos de cómo se podrían aprovechar las nuevas tecnologías para luchar, por ejemplo, contra la esclavitud y la búsqueda de un nuevo Tratado Social basado en un orden económico distinto. Y lo están intentando. La empresa neerlandesa, lo comenta el mismo historiador Edward Castellón, Fairphone es una muestra. El concepto cambia totalmente. “No contamos con inversores, sino con consumidores”, dicen sus directivos. Y ponen su ejemplo.

En 2015, los compradores aceptaron pagar más de 500 euros por un teléfono que no existía. Y ellos lo fabricaron con buenos materiales, durables, fácil de repararlos y sólo compraron las materias primas en la RPC a empresas certificadas por el gobierno, es decir, a aquellas que no empleaban la esclavitud y pagaban jornales justos, y llegaron a convenios con los fabricantes chinos para crear un fondo social, económico y cultural para los trabajadores. De esta manera, no alimentaron a las milicias del Congo ni facilitaron mayor esclavitud labor en china.

Mientras esto sucede, los gurúes digitales siguen poniendo cerco a la libertad con que la humanidad soñó desde sus orígenes. Si ese hombre que grita reclamando su existencia ante los demás, se olvida de su soledad y busca las herramientas necesarias para navegar en ese Océano Azul que es Internet, el sexto continente y sus subcontinentes: Página Web, Blog, Tienda Online, redes sociales, etc. Tal vez encontraría su lugar en la nueva Era y en sí mismo.

Es evidente el horror de las bolsas bursátiles, de los hoteleros, de los taxistas, de los editores de libros, de los banqueros, de los gobiernos, de los terratenientes, incluso de los artesanos, (con la tecnología en tres dimensiones es posible enviar una señal con las coordenadas de una pieza de coche y un dispositivo digital lo clona tal cual el objeto original), ante lo que pueda depararles en el futuro el avance imparable de la Era Digital, la más vertiginosa e impredecible desde y hasta siempre.

Quizá el destino de los hombres y mujeres que hoy nos vemos atrapados en la invisibilidad social, gritando en las esquinas de nuestra aldea global con el reclamo del derecho a una existencia lo más humana posible, no sea otro que el de aprender a nadar en el nuevo Océano Azul de internet, el sexto continente, que aún no hemos descubierto. Cuando descubramos sus miles de posibilidades, podríamos dirigir el tráfico de millones de internautas perdidos en el espacio sideral hacia nuestro perfil, a nuestros negocios, a nuestros fines y, sin lo hacemos bien, nos haremos visible no solo cuando nos paremos en una esquina de cualquiera de nuestras ciudades, sino en el espacio infinito de universo.

Fuente: http://www.tercerainformacion.es/spip.php?article100935

 

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