España/28 marzo 2016/Autor: José Manuel Cansino*/ Fuente: http://www.larazon.es/
El actor Antonio Banderas mostraba su asombro hace unos años ante el dato de que el 74 por ciento de los universitarios andaluces tenía como vocación ser funcionario. El actor español de fama internacional reconocía que el dato se lo había revelado un consejero del Gobierno autónomo –cuyo nombre se ocupó de mantener en el anonimato– al tiempo que decía que en Estados Unidos, el mismo porcentaje era el de los estudiantes que tenían decidido emprender su propio negocio.
Sin duda falta ambición en las aulas universitarias andaluzas. Probablemente falta ambición en el conjunto de nuestra sociedad. Se trata de un problema sociológico y, por tanto, de causas varias, complejas y ninguna de ellas de inmediata solución. Pero no por difícil debe formar parte de los anatemas que ya ensanchan el abultado saco de lo políticamente incorrecto; aquello de lo que no se puede hablar si uno no quiere que le cuelguen el sambenito de radical.
La primera razón para esta falta de ambición en las aulas –hablo principalmente de las que se ubican en las Facultades de Negocio (Empresariales), Economía, Finanzas o Marketing– es la reprobación pública del beneficio empresarial. Vive instalada en España una general sospecha hacia toda actividad empresarial privada que genere beneficios y que no ponga casi inmediatamente en la cabeza de quien tiene noticia de ello conceptos como el de explotador, contratos basura, precariedad laboral, etc. En definitiva y frente a otras sociedades desarrolladas, no hay un primer resorte que haga pensar que quien pone en marcha una empresa y vive de su beneficio lo pueda hacer con el absoluto respeto a los derechos de los trabajadores y a partir de unas relaciones justas y honestas con sus empleados, clientes y proveedores. Así las cosas, es muy poco incentivador querer convertirse en un empresario, que es tanto como adquirir un estatus reprobable de especulador. Tanto es así que hoy día se ha tenido que cambiar el término «empresario» por el de «emprendedor» para así suavizar el rechazo social a quien decide tomar este camino después de abandonar las aulas.
La segunda razón podría estar en el débil nexo que aún perdura entre la universidad y la empresa pese a los muy valorables esfuerzos que se han hecho desde las administraciones públicas. Esta razón debe analizarse desde la paradoja que supone el éxito internacional de las principales escuelas de negocio españolas (con campus abiertos en Estados Unidos y Asia) y los discretos resultados de las universidades en rankings internacionales como los de Shanghai. Probablemente, la clave esté en el sistema de reclutamiento o contratación de profesores o, más aún, en cómo está diseñada la carrera del profesor universitario. Permítanme que me centre en quienes, como yo, trabajan para una Facultad de Economía. Mientras que en las escuelas de negocio los profesores tienen que acreditar una estrecha vinculación y conocimiento con la actividad empresarial, en una Facultad de Empresariales se puede culminar una carrera profesional sentando plaza de catedrático sin haber pisado profesionalmente una empresa. Aunque no es imposible, es difícil pensar que se puede incentivar a crear empresas si quien ha de hacerlo tiene como objetivo profesional convertirse en funcionario.
Nótese que sostengo lo que escribo sin desconocer el peso que actualmente tiene la denominada «transferencia del conocimiento» en el desarrollo de la carrera profesional de los profesores; esto es, las actividades que consisten en transferir los resultados de los trabajos de investigación en conocimiento que puede ser aplicado por empresas, administraciones públicas y otras instituciones privadas.
Sin embargo, me sorprende que lo que ya resolvieron con éxito las Ciencias de la Salud en el sistema universitario español, no se replique en otros campos científicos con un marcado carácter aplicado como representan las Facultades de Empresariales y similares. En las Ciencias de la Salud –pensemos para simplificar en la Medicina– la actividad docente se ha compatibilizado con éxito con el trabajo de investigación y las tareas clínicas de atención a los pacientes; algo que ha permitido una fructífera relación entre los manuales, las publicaciones científicas y el ejercicio práctico.
Naturalmente hay especialidades de las Ciencias de la Salud y de la Economía con un perfil aplicado muy difícil pero mientras que en las primeras no son las que han pesado en el diseño del sistema educativo, en las segundas sí.
Hay que fomentar la iniciativa económica desde la experiencia. La ambición no es la codicia. A una y a otra la separa el esfuerzo y el respeto. En Andalucía y en España falta la primera. A raudales.
* Profesor Titular de Economía de la Universidad de Sevilla. Director de la Cátedra de Economía de la Energía y Medio Ambiente. Investigador asociado Universidad Autónoma de Chile
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Información de la Foto: Manuel Olmedo