La crisis climática, el reloj y el mapa

23 de diciembre de 2016 / Fuente: http://www.razonpublica.com/

Por: Manuel Guzmán-Hennessey

Los conflictos ambientales se propagan por el mundo y la cuenta regresiva hacia un futuro invivible se acelera cada día. Nuevas evidencias y nuevos instrumentos para que los ciudadanos exijan las medidas que han sido incapaces de tomar los Estados.

Reloj, no marques las horas

Desde 1947 funciona en la Universidad de Chicago un reloj simbólico que solía marcar el nivel de riesgo de una conflagración atómica que acabaría con el mundo.

El reloj fue promovido por el Boletín de Científicos Atómicos de Estados Unidos e ideado por un grupo de pensadores entre quienes se contaban varios premios nobel, así como científicos como Stephen Hawkins y Leon Lederman. Fue instalado después de la Segunda Guerra Mundial, cuando se hizo evidente que el apocalipsis humano era posible si las potencias seguían amenazándose con sus arsenales cada vez más potentes y sofisticados.

Durante cuarenta años el reloj alcanzó a moverse 18 veces. La más reciente fue en 1984, cuando Estados Unidos y Rusia se mostraron sus armamentos nucleares por última vez.

Sin embargo los miembros del Boletín de científicos no imaginaron que a finales del siglo XX se verían obligados a cambiar el propósito del reloj y a usarlo para medir el nivel de riesgo de que el mundo se acabe, o mejor, de que resulte inviable la vida sobre la Tierra si la crisis climática mantiene su tendencia de agravamiento.

En efecto, a falta de una, hoy vivimos bajo tres amenazas serias e inminentes para la continuidad de la vida humana sobre el planeta: (1) los arsenales atómicos que han venido acumulando las potencias; (2) La proliferación de armas nucleares que incluso podrían llegar a manos de actores no estatales, y (3) el cambio climático sin control.

En 1991, cuando se avecinaba la Cumbre de Río, primer encuentro de los gobernantes del mundo sobre la crisis ambiental, la humanidad ganó conciencia de que existiría algún nivel de riesgo si no rectificábamos los modelos de crecimiento y desarrollo que nos habían guiado desde el siglo XIX.

En ese entonces sabíamos que el nivel de riesgo era particularmente alto para algunas zonas del planeta, pero nunca alcanzamos a imaginar que el riesgo de perecer calcinados por las armas nucleares sería reemplazado por el de perecer bajo las aguas, o debido a que nuestros alimentos se calcinarían antes de dar sus frutos por el calor excesivo de algunas regiones.

Ya empezó la pesadilla

El reloj de Chicago estaba a 17 minutos del fin el día que empezó la Cumbre de Río (aquella donde el presidente Bush dijo que Estados Unidos no había ido a negociar sus estilos de vida).

Pero hace unos días decidieron moverlo nuevamente, debido a las evidencias científicas sobre el cambio climático durante el año pasado. Ahora está a tan solo tres minutos de la medianoche, es decir, del fin.

Muchos estudios provenientes de los más reconocidos centros de investigación indican que  2014 fue el año  más caluroso desde 1880, cuando empezamos a tener registros de temperaturas promedio globales. Igualmente, se supo que nueve de los diez años más calientes de la historia reciente ocurrieron desde el año 2000. Sin embargo, los estudios también han señalado que los líderes mundiales no han actuado con la velocidad ni en la escala necesaria para proteger a los ciudadanos de la catástrofe en ciernes.

Uno se asusta cuando se encuentra en un edificio alto y se produce un temblor de tierra (como me ocurrió a mí mientras escribía este texto). De la misma manera, si a uno le presentan evidencias de la improbabilidad de que la vida sea viable en el territorio que habita es probable que  piense en irse para otra parte. Y si la evidencia demuestra que esta situación es inminente y uno alcanza a comprobar algunos síntomas de una catástrofe mayor, entonces la migración puede ser masiva, como está ocurriendo en este momento en Bangladesh y en las Islas Carteret.

Según Scott Leckie, director de la organización no gubernamental Displacement Solutions: ‘todas las estimaciones sobre futuros desplazamientos como consecuencia del cambio climático indican que no pocos países podrán enfrentarse a una escala de desplazamientos semejante a la de Bangladesh’.

Allí, más de seis millones de personas ya no pueden regresar a sus hogares, que han sido sepultados por el mar o por continuas inundaciones. En los atolones de las islas Carteret, en Papúa Nueva Guinea, en Kiribati (Micronesia) y en Tuvalu (Polinesia), en el océano Pacífico, la situación es similar.

Pero no hay necesidad de ir tan lejos. Colombia  sufrió grandes inundaciones en 2011 y aún no hemos tomado las medidas necesarias para prevenir sucesos similares. Y la provincia de Córdoba en Argentina y muchas de sus zonas vecinas sufrieron una inundación hace apenas dos semanas que aún no recibe atención de las autoridades.

Nube de hongo del bombardeo de Hiroshima y Nagasaki en Japón.
Nube de hongo del bombardeo de Hiroshima y Nagasaki en Japón.
Foto: Wikimedia Commons

Nuevas mediciones del peligro

Recientemente el reloj de los científicos de Chicago encontró un correlato más explícito en el Atlas de la Justicia Ambiental, un mapa que expone los conflictos ambientales y climáticos en todo el mundo. Este mapa nos permite ver en tiempo real, con la nitidez de Google Maps, el modo como  transcurren los minutos en aquellas zonas donde los conflictos ambientales y climáticos son más intensos.

El mapa de los conflictos ambientales es una aplicación interactiva que permite a los usuarios conocer y denunciar lo que sucede en su país o en su comunidad. El mapa presenta, hasta ahora, más de 1.400 casos de conflictos relacionados con instalaciones nucleares, minería, manejo de desechos, conflictos por la tierra, agua, combustibles fósiles y justicia climática, turismo, industria y afectaciones a la diversidad biológica del mundo.

Se trata de un proyecto de 23 organizaciones que acumulan más de treinta años de experiencia colectiva, coordinadas por la Universidad Autónoma de Barcelona. El objetivo del proyecto, según Leah Temper, su coordinador, es hacer visibles los conflictos ambientales y sus impactos económicos sobre las poblaciones más vulnerables.

Temper subraya que desde el siglo XIX son abundantes las bases de datos sobre conflictos laborales. No obstante en el siglo XXI, cuando ya se ha establecido la inminencia de nuevos conflictos por el clima, no existen buenas bases de información sobre este nuevo tipo de conflictos.

El experto asegura que los problemas ambientales y climáticos están relacionados con el modelo de globalización de la economía, y señala cómo ambos fenómenos han avivado la llama de la participación de la ciudadanía a través de las redes sociales. En ese sentido, pone el ejemplo de Foil Vedanta, un movimiento que luchó contra una mina de bauxita en una montaña sagrada de la India y estableció el mapa completo de la cadena de suministros de la compañía, lo que los llevó hasta un caso de evasión de impuestos en Zambia.

Por su parte, el Quinto Informe de Evaluación del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático ya había señalado el triple vínculo entre la crisis ambiental global, la crisis climática y los nuevos conflictos sociales, y había destacado cómo los impactos de los fenómenos extremos conexos con el clima, como las olas de calor, las sequías, las inundaciones, los ciclones e incendios forestales, revelan la vulnerabilidad y exposición de algunos ecosistemas y muchos sistemas humanos a la actual variabilidad climática.

El informe mostró de qué manera se está afectando la vida de las personas, especialmente las más pobres, y cómo se están deteriorando sus medios de subsistencia por la alteración de los ecosistemas, la desorganización de la producción de alimentos y el suministro de agua. Igualmente señaló a magnitud de los daños a la infraestructura y los asentamientos, el aumento de la morbilidad y mortalidad, con sus respectivos efectos sobre la salud física y mental de las poblaciones.

Por eso, el desafío que hoy enfrentamos es sincronizar el tic tac del reloj del riesgo global con el termómetro que pende sobre nuestras cabezas y que está a punto de llegar a los dos grados de calentamiento global.

Quienes entienden que esta es la realidad que nos tocó vivir seguramente reaccionarán a tiempo y tomarán las medidas necesarias para adaptarse a un mundo cambiante. Pero quienes han optado por ignorar las evidencias de la ciencia e insisten en negar la magnitud de la amenaza quizás morirán cantando, como la orquesta del Titanic, aquel viejo bolero de Lucho Gatica: “reloj, no marques las horas”.

Fuente artículo: http://www.razonpublica.com/index.php/economia-y-sociedad/8321-la-crisis-clim%C3%A1tica,-el-reloj-y-el-mapa.html

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Manuel Guzmán Hennessey

Investigador, columnista de opinión y profesor universitario. Actualmente se desempeña como director de la red latinoamericana sobre cambio climático Klimaforum Latinoamerica Network -KLN-.