Por: Hector G. Barnés
Un nuevo libro se pregunta por qué los grandes gurús de Silicon Valley mostraban desconfianza hacia la utilización por parte de sus retoños de los productos que ellos creaban.
Siempre que se habla de las herramientas de innovación educativa, suelen salir a colación las tecnologías de la información y la comunicación. Las famosas TIC, vaya. En 2009, el presidente socialista Rodríguez Zapatero prometió un ordenador portátil a cada alumno de quinto y sexto de primaria y segundo de ESO, como una manera de propiciar la inmersión del alumno en las nuevas tecnologías. Que las nuevas generaciones deben tener un contacto constante con toda clase de artilugios electrónicos que, en teoría, facilitan su interés, se ha convertido en un axioma que casi nunca se discute.
No están muy de acuerdo, paradójicamente, algunos de los grandes gurús de la tecnología como Bill Gates o Steve Jobs, que criaron a sus hijos poniendo límites a su utilización de estos aparatos. Tampoco parecen muy favorables los veteranos profesores Joe Clement y Matt Miles, que acaban de publicar ‘Screen Schooled’, un libro en el que intentan explicar “cómo el abuso de la tecnología está haciendo que nuestros hijos sean más tontos”. Un libro que, visto lo visto, promete ser el ‘Superficiales’ (Nicholas Carr) de los niños.
Gates no dejó que sus hijos tuviesen un móvil hasta los 14 años e impuso límites horarios a su uso. Por supuesto, nada de teléfonos a la hora de la cena
“A los profesores se les anima a utilizar ordenadores o tablets en todas las clases”, recuerdan en la introducción. “En lugar de introducir la educación a través de ‘software’ a tal efecto, los profesores ahora hacen todo lo que pueden para encajar sus clases en la tecnología con la que los jóvenes están más a gusto, como las redes sociales y los videojuegos”. Algo que ha sido demoledor en los últimos años, según los autores: “Estos mensajes contradecían todo lo que Matt y yo veíamos en los niños. Era obvio que no se estaban beneficiando de la tecnología. Más bien, se estaban convirtiendo en adictos. Estaban consumidos por los videojuegos y las redes sociales. La tecnología parecía estar dando forma a sus interacciones sociales e incluso a cómo pensaban”.
Algo en lo que parecían estar de acuerdo Gates y Jobs, como recuerda un artículo publicado en ‘The Independent’. Al contrario de lo que cabría esperar, los magnates de la innovación establecen límites al uso que sus hijos hacían de los productos que habían ayudado a desarrollar. Bill Gates no dejó que sus hijos tuviesen un teléfono móvil hasta que cumplieron los 14 y fijó un límite al tiempo que su hija podía utilizar un videojuego con el que estaba obsesionada. Nada de móviles a la hora de la cena y hay que apagar todo a determinada hora para dormir bien. Su mujer, Melinda, recordaba que “los teléfonos no son malos en sí mismos, pero para los adolescentes que aún no disponen de las herramientas emocionales para navegar la confusión vital, pueden exacerbar esas dificultades”.
¿Dónde están los límites?
Jobs, por su parte, no dejaba a sus hijos utilizar el iPad recién salido del horno. “Limitamos la cantidad de tecnología que nuestros hijos utilizan en casa”, aseguraba. No son los únicos casos. Un reportaje de ‘The Guardian’ recogía los testimonios de otros tantos iconos de la tecnología que hacían lo propio. Algunos testimonios son reveladores, como el de Chris Anderson, editor de ‘Wired’ y fundador de 3D Robotics, que impuso duras condiciones a las costumbres de sus hijos: “Lo hacemos porque hemos visto los peligros de la tecnología de primera mano. Lo he visto en mí mismo, no quiero que les ocurra lo mismo a mis hijos”.
La tecnología no es una parte importante en la vida de los más jóvenes, es sus vidas. Los consume de todas las maneras imaginables
“¿Qué es lo que estos ricos ejecutivos tecnológicos sabían de sus productos que nosotros no?”, se preguntan los autores. “Es interesante pensar que en un colegio público moderno, donde se requiere que los niños utilicen aparatos electrónicos como los iPad, los hijos de Steve Jobs habrían sido excluidos”. Es más, muchas de las escuelas de Silicon Valley utilizan metodologías que suelen prescindir de los aparatos electrónicos, como la Walford, en cuyos colegios no hay ordenadores, tablets, wifi o televisión. No obstante, es probable que estos aparatos sean un socorrido sustituto en aquellos entornos que, por razones económicas o de otra índole, no sean capaces de implantar lo que estas propugnan: la educación personalizada.
“El problema que hemos descubierto es que los niños a menudo pasan demasiado tiempo consumiendo pasivamente entretenimiento en sus aparatos tecnológicos basados en pantallas”, recuerdan los autores. “El resultado es que les cuesta concentrarse, pensar de forma crítica, resolver problemas e interactuar socialmente”. Pero esta situación no afecta únicamente a los niños, sino también a los que los rodean, que “han aceptado el abuso de la tecnología como ‘lo normal’”. Si un padre pasa 11 horas al día delante de una pantalla, y los colegios animan a los estudiantes a utilizarlo, ¿qué pueden hacer? Esa es la pregunta que se hacen los autores.
“La intención no es culpar a los padres y a las autoridades educativas”, recuerdan los autores en la introducción. “Tengo confianza al decir que la mayoría de padres y educadores están intentando hacer lo mejor para sus hijos”. Sin embargo, ello no les ha impedido caer en una trampa de la que resulta muy difícil escapar, puesto que también lo ha hecho el resto de la sociedad. Así concluye su diagnóstico: “La tecnología no es una parte importante en la vida de los más jóvenes. La tecnología se ha convertido en sus vidas. Les consume de todas las maneras imaginables. Lo que quiero cuestionar es que las generaciones de padres, educadores y trabajadores deban aceptar que esta es la nueva realidad”.
¿Los nuevos luditas?
Así visto, el punto de vista de Clement y Miles, amparada ante todo por su experiencia, podría parecer el de un ludismo de nuevo cuño, o el de dos viejos docentes que añoran los viejos tiempos. Por ello, se anticipan a tales críticas y recuerdan qué es lo que no pretenden en su nuevo libro: “No decimos que haya que quitar la tecnología de la escuela, no tendría sentido”. Hay algunos adelantos que consideran positivos, como la utilización de ‘webinars’ sobre materias concretas. En definitiva, parecen mostrar simpatía hacia el ‘software’ propiamente educativo, y no hacia la introducción en las aulas de herramientas creadas con otro propósito como una forma de llamar la atención del estudiante. Uno de los recordatorios del libro para los profesores es que “no tenemos por qué bajar el listón”.
No ocurrió lo mismo cuando apareció la televisión, ya que entonces “familias y amigos se reunían para llevar a cabo una experiencia conjunta”
Los autores reconocen que a menudo, cuando exponen su desencanto, reciben la misma objeción: ya se decía lo mismo cuando apareció la televisión hace más de medio siglo y a nadie le pasó nada. “Es una buena pregunta”, reconocen. Pero hay algo sustancialmente diferente, y es que eran, ante todo, experiencias colectivas. “Las familias y los amigos se reunían para experimentar juntos los programas”, recuerdan. Los televisores tardaron mucho tiempo en abandonar el salón de los hogares, el lugar más común de las casas. La tecnología, lamentan los autores, es ahora omnipresente.
Es posible que este libro abra un debate semejante al de Carr en ‘Superficiales’, que puso de manifiesto que las nuevas maneras de comunicación y la gran cantidad de estímulos que recibimos a través de internet nos impiden concentrarnos, al mismo tiempo que hace más banal nuestra conexión con el entorno. Como recordaba el autor, “las diferentes formas de tecnologías incentivan diferentes formas de pensamiento y por distintas razones, internet alienta la multitarea y fomenta muy poco la concentración”. Algo que en la infancia puede ser totalmente decisivo, advierten los psicólogos.
Fuente: https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2017-10-26/tecnologia-hijos-gates-jobs_1466777/