El derecho a una educación de calidad para los más vulnerables es infinitamente más importante que el mantenimiento de una paz sindical que, por más renuncias que se realicen en su nombre, igual será quebrada.
Por: www.elpais.
El contrato suscrito entre el gobierno y UPM incluye una condición por demás significativa: «luego de la fecha de la DFI (Decisión Final de Inversión), ROU deberá organizar y financiar programas para brindar apoyo a las personas de la región de influencia, para mejorar su capacidad de completar los estudios educativos básicos».
Resulta involuntariamente humorístico que una multinacional exija algo que no es más que una obvia y elemental función de cualquier Estado democrático.
El problema no radica, como se ha dicho, en que UPM reclame contraprestaciones. Lo grave es que entre estas se haya colado una que revela la renuncia del Estado a cumplir con una de sus funciones básicas.
Como ha escrito Martín Aguirre en su columna del domingo pasado, «que un presidente uruguayo necesite que vengan empresarios extranjeros a decirle que tiene que invertir en rutas y en educación porque así el país no funciona, puede ser triste. Pero en todo caso, la culpa es nuestra, no de ellos».
Es una culpa compartida por autoridades de gobierno, omisas en sus más elementales responsabilidades, y por corporaciones que se oponen a la equidad educativa y ejercen presión para obstaculizarla.
El viernes pasado, el presidente del Codicen, Wilson Netto, declaró a radio Espectador que en su visita a Finlandia apreció similitudes entre las políticas educativas de ese país y el nuestro. Ante una falta de autocrítica tan inquietante y bochornosa, no es de extrañar que tenga que venir una multinacional a exigir que las cosas cambien.
En tanto, la iniciativa ciudadana Eduy 21 realizó una nueva presentación de sus aportes al futuro «Libro blanco» para el cambio educativo. Allí, el experto argentino Bernardo Blejmar realizó atinadas advertencias sobre el tema.
Dijo entre otras cosas, que dicho cambio solo será posible si se emprende a partir de un liderazgo fuerte, que necesariamente deberá ser polémico: «donde el líder no es conflictivo, pasa a ser un mero administrador de la realidad».
La verdad es que no podía definir de mejor manera la actual conducción educativa del país. Blejmar citó la célebre frase de Maquiavelo, tan sorprendentemente actual: «Nada hay más difícil de emprender ni más peligroso de conducir que tomar la iniciativa en la introducción de un nuevo orden de cosas. Porque la innovación tropieza con la hostilidad de todos aquellos a quienes les sonrió la situación anterior y solo encuentra tibios defensores en quienes esperan beneficios de la nueva».
Hay sectores reaccionarios de una mal llamada izquierda que son hostiles al cambio, porque el inmovilismo actual los beneficia. Ya sabemos quiénes son y los padecemos todos los días. Son los que prefieren que la gente joven haga cola en las farmacias para comprar porros, en lugar de evitar que deserte de secundaria.
Pero también hay que cuestionar la defensa tibia de los otros, los que pregonan la necesidad del cambio pero nada hacen para concretarlo. Los que en plan de conseguir votos, recorrieron el país mostrando a Fernando Filgueira y a Juan Pedro Mir como sus expertos en educación, pero al llegar al poder, no dudaron en sacarlos del medio por minúsculos, mezquinos acuerditos sectoriales. Los mismos que embarran el debate con retórica anticapitalista pero, a la hora de defender su gestión, se ufanan del crecimiento del consumo.
El sistema político tendrá que jugársela de una vez por todas: la reforma pasa inevitablemente por irritar a las corporaciones. El derecho a una educación de calidad para los más vulnerables es infinitamente más importante que el mantenimiento de una paz sindical que, por más renuncias que se realicen en su nombre, igual será quebrada.
Resulta revelador contrastar la mesura con que en este aspecto se expresan los técnicos de Eduy 21, en comparación con el calibre grueso que se emplea para atacarlos desde la trinchera contraria. Un docente ha escrito en el diario La Juventud que «si algo hay que reconocerle a Eduy 21 es su gran capacidad para haber podido articular orgánicamente a todas las derechas en un único programa educativo». Algunos pueden pensar que esta es una expresión marginal y de escasa influencia. No es así. Refleja un estado de opinión que está plenamente vigente en un sector movilizado del gremio docente, que privilegia sus derechos por sobre los de los estudiantes y alimenta el complejo de culpa de las autoridades, más preocupadas por no lucir «de derecha» que por cumplir su función. Así, la combinación entre un gobierno prescindente y un sindicalismo corporativo, conduce al peor de los resultados. No es necesario ser finlandés para darse cuenta.
Fuente: https://www.elpais.com.uy/opinion/editorial/finlandes-da-cuenta.html
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